Vacaciones dentro de europa

Cadaqués: por qué tienes que ir ya a este pueblo del Alto Ampurdán (más allá de Dalí)
Porque lo pisaron Lorca, Éluard y Buñuel, porque está en el Cabo de Creus, porque es marinero a rabiar, porque en él abunda lo bohemio, artístico y tabernario, y porque entre barcas se vive bien


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Y allá en el frente, el bello pueblo del Alto Ampurdán. (Visit Cadaqués)

ÁNGELES CASTILLO

18.05.2018

No es solo Salvador Dalí, hay mucho más. Pero hay que admitirlo, con un reloj blando en la mano: no se puede estar en Cadaqués sin pensar en él, que se aparece dalinianamente por todos sus cielos, a poco que uno deje volar su imaginación, como si fuera uno de sus poblados sueños, a lo largo de las calles que van a dar al mar como en un poema, mucho antes de cruzar el umbral de su fastuosa casa en Port Lligat y en medio de esa bohemia mediterránea que se afrancesa y se hace Alto Ampurdán. Un pueblo de pescadores con todo el encanto (y más), sí, pero también ese lugar de peregrinación lírico-artístico que le lleva a uno a caer en brazos de Gala, Paul Éluard, Duchamp o Federico (García Lorca) para luego ir a recorrer no sin erotismo las veleidades del prodigio geológico del Cabo de Creus, donde parece salir a la superficie el mismísimo fondo del mar. Cadaqués también es, como Frigiliana y Combarro, uno de nuestros candidatos a ser el pueblo más bonito de España. Lo quieren hasta las musas, tal vez las que más. ¿Le votarás?

• Un pueblo de postal (o de cuadro). Es blanquísimo, está al borde del mar, tanto que no lo podría estar más; tiene playa, conserva su aire endiabladamente marinero, de nudos, cantinas, salazones y todo a babor o a estribor, y presume de iglesia con torre que lo redondea aún más. Nada como perderse por sus calles, atender a sus fachadas, algunas con detalles modernistas, y sentirse en el laberinto como un minotauro a lo Dalí, entre tabernas y artesanías, para al cabo salir al mar. Es un regalo.


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Cadaqués, blanco, junto al mar y coronado por su iglesia. (Hotel Blaumar)


El surrealismo está en Port Lligat. Pero habrá que dar la vuelta a la redonda por el Cabo de Creus para arribar a esta proverbial cala donde buscó refugio el ínclito Salvador, sembrada de barquitas de colores y con su casa (museo, cómo no) presidida por el gran huevo que anticipa su fertilidad (creativa). Si entras, te creerás un invitado de los del pintor, como el gran oso polar ataviado con alhajas cual Gala vista por su esposo, dentro de lo que este consideraba una gran estructura biológica: “A cada nuevo impulso de nuestra vida le correspondía una nueva célula, una cámara”. Sea como sea y tras la consabida dosis de surrealismo y oda a lo estrafalario, lo suyo es echarse a la mar, siempre que quiera la Tramontana.

• La atracción del Oriente. Si una vez quisimos ir al Cabo da Roca por eso de pisar el punto más occidental de la Península Ibérica, en las inmediaciones de la bella Lisboa y la increíble, por más que la miremos y la miremos, Sintra, ahora hacemos lo propio pero al otro lado de la brújula, en el punto más oriental de esta nuestra casi isla. En Cadaqués estamos en pleno Cabo de Creus, en su costa de levante, aislado a su manera por el Puig de Pani y el de Bufadors del resto del Ampurdán. Este pueblo tiene mucho de punto y final.


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El refugio de Dalí en Port Lligat. (Visit Cadaqués)


• Lo que hay que ver. Además de mirar y mirar con cierto síndrome de Stendhal y de penetrar -el verbo es a propósito- en la casa de Gala y Dalí, no hay que perderse la iglesia gótica con retablo barroco de Santa María, del siglo XVII, en el punto más alto del casco antiguo, que estuvo amurallado, adonde hay que subir sí o sí (las visitas son impagables: de la bahía, el Cucurucuc, islote de pizarra, y del faro de Cala Nans) entre inolvidables callejas pavimentadas con el típico rastell, y donde se celebra el Festival Internacional de Música de Cadaqués (del 4 al 15 de agosto), y hay que atender a lo que es el doll, el cántaro verde que la mujeres utilizaban antiguamente para ir a por agua a la fuente, y al dialecto salado, fruto de su aislamiento geográfico, que hoy persiste (de otro modo). Después, solo querrás ir a Púbol, adonde se trasladó el divo a la muerte de Gala, y a Figueras, su cuna. Puro Dalí.


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Un rincón del Cabo de Creus y en lo alto el faro. (Empordà Turisme)


• El faro, como una canción. Si Cadaqués te conquistará como el mejor de los estrategas, qué decir del Parque Natural del Cabo de Creus, que es marítimo (3.000 hectáreas) y terrestre (11.000), y está considerado curiosamente como el área deshabitada más amplia de la costa mediterránea española, tan desalmadamente urbanizada. Por tierra se llega a Llansá -el feudo del chef estrellado Paco Pérez y su Miramar-, a Pau, el Port de la Selva o a Rosas. Por mar a una colección inigualable de calas, islas, acantilados y toda una orgía geológica capaz de poner los dientes largos al más reacio a los submarinismos. Obligado es llegar a la punta y ponerse a la sombra de su faro y sentarse a comer en su improbable pero cierto restaurante. Verlo para creer. Amor total.

• Literal y literariamente maravilloso. A los poemas iluminados de Paul Éluard, que fue el marido de la Gala pre-Dalí, a la impronta de Lorca, Josep Pla y Buñuel, hay que sumar que aquí se vivió también una (o muchas) de piratas, con el temible corsario turco Barbarroja como protagonista, que asaltó el pueblo en 1543. Para recrearse en todos estos escenarios, nada como conquistar el monasterio románico, toda una fortaleza, de Sant Pere de Rodes, un balcón como ninguno sobre este privilegiado territorio. Aviso a navegantes: entre sus muros, casi un espejismo, sobre todo en agosto, hay restaurante-bar.



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Una calle en blanco y azul de este pueblo de pescadores. (Visit Cadaqués)


• Para comérselo. Ya no el pueblo, por bello, sino el pescado y el marisco que da el Cabo: las sardinas, las anchoas, la dorada, el mero, la langosta, el bogavante, los mejillones, los erizos de mar. Cadaqués y los cadaquesencs son de bares... y los turistas también; los hay por doquier, muchos mirando al mar. Hay que hacer lo posible por sentarse a la mesa del Compartir de Oriol, Mateu y Eduard, que se curtieron en los fogones de El Bulli, y disfrutar de su pica-pica al centro. Ya lo hemos dicho, pero lo repetimos: también hay que dejarse querer por Chris Little, el chef propietario del restaurante del Faro de Cap de Creus, entregarse a su arroz de mariscos y plantel de pescados frescos, y a la inmensidad de la soberbia panorámica.



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Así es el restaurante Compartir.


• Dónde dormir. El propio restaurante Compartir cuenta con apartamentos para dos y cuatro personas en su mismo edificio (desde 59 euros), en una calle tranquila tomada por las galerías de arte. Otra opción es el ya clásico hotel Blaumar, a la orillita del mar (desde 85 euros) para saber lo que es bueno. O el Calma Blanca, integrado completamente en el paisaje, con terrazas hacia el gran azul, piscina y jardines, en la avenida Salvador Dalí (desde 370 euros).



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Un rincón del hotel Calma Blanca.

https://www.vanitatis.elconfidencia...espana-alto-ampurdan-dali-cabo-creus_1564438/
 
Los 10 mejores destinos europeos para 2018 según Lonely Planet
De Cantabria a Vilna, capital lituana, estas son las ciudades, regiones y países que hay que descubrir este año
LONELY PLANET
22 MAY 2018

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    Emilia-Romaña (Italia) Entre la Toscana y el Véneto, y quizá eclipsada por ambas, la región italiana de Emilia-Romaña encabeza el ránking 'Best in Europe 2018' de Lonely Planet, que recoge los mejores destinos a los que viajar este año en el continente europeo. Aquí nacieron tradiciones culinarias como el ragú de Bolonia, el queso ‘parmigiano reggiano’, el jamón de Parma o el vinagre balsámico de Módena, ciudad de la Osteria Francescana, considerado el segundo mejor restaurante del planeta. Pero aparte de la gastronomía, Emilia-Romaña invita a conocer los magníficos pórticos de Bolonia, medieval y universitaria; Rávena y sus mosaicos bizantinos; la renacentista Ferrara, o las playas de Rímini. También a adentrarse en el Parco Nazionale dell'Appennino Tosco-Emiliano, desde Reggio Emilia. Y entre las novedades para este año destacan el FICO, el parque temático culinario más grande del mundo, en Bolonia, y el restaurado Cinema Fulgor, en Rímini, que incluye un museo dedicado al cineasta Federico Felline. emiliaromagnaturismo.itALEXANDER SPATARI GETTY

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      Cantabria (España) Ajena a la fórmula de sol y playa que masifica otras zonas de la península, Cantabria seduce por la buena vida del norte, gracias, entre otras razones, a la revitalización del frente marítimo de Santander con la inauguración del Centro Botín (en la foto, vistas hacia el paseo de Pereda), proyectado por Renzo Piano, y el centenario del parque nacional de los Picos de Europa, el más antiguo de España. Y es que esta región española llama la atención de los viajeros internacionales por su enorme variedad de paisajes y recursos (costa y montaña) en un espacio limitado: playas agrestes y de arena fina arropadas por acantilados (más de 90 en 220 kilómetros de costa); pueblos históricos como Comillas o Santillana del Mar; pintorescas villas marineras o cuevas con arte rupestre tan famosas e importantes como Altamira, o con formas geológicas tan impresionantes como El Soplao. turismodecantabria.comMARÍA GALÁN AGE FOTOSTOCK

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        Frisia (Países Bajos) La provincia holandesa de Frisia toma protagonismo a través de la pequeña ciudad de Leeuwarden, Capital Europea de la Cultura 2018. Tiene en común con Ámsterdam sus canales bordeados por casas históricas (en la foto) y su animada cultura de cafés. Este año, además, Leeuwarden acogerá festivales, actuaciones y eventos, como la exposición dedicada a uno de los hijos predilectos de la ciudad, el artista M.C. Escher, en el Fries Museum (aunque quizá su ‘hija’ más famosa sea la espía-bailarina Mata-Hari). La región de Frisia también cuenta con joyas desconocidas por descubrir, como las cuatro islas del mar de Frisia, patrimonio mundial, donde se puede caminar entre dunas de arena, playas kilométricas y llanuras de marea. Este año, además, se estrena una nueva ruta artística, ‘Sense of Place’, que es todo un homenaje al paisaje de la región. friesland.nl/enMARC VENEMA GETTY


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          Kosovo Destino emergente y casi desconocido, este pequeño país en pleno corazón de los Balcanes celebra en 2018 diez años de discutida independencia (solo está reconocida por 112 de los 193 países miembro de Naciones Unidas). Cuenta con la media de población más joven de Europa, cuyo dinamismo se abre paso en la escena continental. En Kosovo podremos visitar monasterios ortodoxos escondidos en bosques, como el de Visoki Decani, en Deçan; fabulosas cascadas como las de Mirusha y recorrer ciudades de aire otomano como Prizren (en la foto). También adentrarnos en el tramo kosovar de la Vía Dinarica, ruta senderista que atraviesa los Balcanes, y asistir al Docufest, festival de cine documental en Prizren. Y como broche, una escapada enológica por la región de Rahovec. kosovo-informacion.comGETTY IMAGES

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            Provenza (Francia) Esta región personifica el arte francés del buen vivir, entre campos de lavanda (en la foto, la abadía de Senanque), olivares y encantadores pueblos de un litoral trufado de calas entre calanques (acantilados). Marsella es el contrapunto urbano (bares de moda, restaurantes con estrella Michelin, un interesante panorama artístico contemporáneo) a los paisajes que cautivaron a Van Gogh y Cézanne, así como a las aguas color turquesa de Gorges du Verdón, entre paredones de roca caliza, la romana ciudad de Arlés o la elegante Aix-en-Provence. En 2018, además, se inaugura la nueva sala de la Fondation Carmignac, en la Île de Porquerolles (frente a la costa de Hyères), enriqueciendo un programa artístico que ocupará además los antiguos garajes de la Fondation Luma, en Arlés, diseñada por Frank Gehry. la-provenza.esSTEVAN ZZ GETTY



 
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    Dundee (Reino Unido) La ciudad escocesa de Dundee está de estreno: el próximo mes de septiembre inaugurará la nueva sede del Victoria & Alberto Museum (vandadundee.org). Este espectacular edificio de hormigón al borde del Craig Harbour (en la imagen, a la izquierda), obra del arquitecto japonés Kengo Kuma, e inspirado en los acantilados escoceses, forma parte de un amplio proyecto de regeneración urbana en Dundee, nombrada Ciudad del Diseño por la Unesco en 2014. Se ha transformado su histórico frente marítimo (a orillas del río Tay) para acoger al más visionario talento creativo británico justo donde se encuentra el Discovery Point (en la foto, a la derecha), los tres mástiles del barco del explorador polar Robert F. Scott (rrsdiscovery.com), contrapunto histórico a la nueva arquitectura vanguardista de la ciudad.IAIN MASTERTON GETTY

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      Cícladas menores (Grecia) Fuera de los radares turísticos más convencionales, este es uno de los últimos refugios del Mediterráneo, donde la vida sencilla se vuelve más intensa. Este grupo de islas griegas repartidas entre Naxos y Amorgos, de playas limpias y ritmo tranquilo, la mayoría casi desconocidas, comienzan a ser muy visitadas. Como Koufonisia, una de las cuatro habitadas (junto a Donousa, Iraklia y Shinousa), con sus tabernas, casas tradicionales y cada vez más conexiones en ferri. También han crecido los hoteles y apartamentos, pero ha logrado conservar su encanto. Si queremos tranquilidad total hay que escaparse a Schinousa, donde apenas encontraremos una calle (larga y estrecha) y varias playas. En Iraklia todo es serenidad y silencio, y en Donousa el tiempo parece detenerse por completo, especialmente fuera de temporada. visitgreece.grCLAIRY MOUSTAFELLOU ALAMY

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        Vilna (Lituania) Entre las capitales bálticas, Vilna se ha convertido, poco a poco, en una atractiva alternativa. La ciudad tiene una historia apasionante (y desgarradora en ciertos momentos), cuya huella queda patente en su magnífico casco antiguo (en la foto) y en el antiguo gueto judío. Sin embargo, también es una ciudad joven y con energía, que respira modernidad. Por ejemplo, en el barrio de Uzupis, con sus renovados espacios creativos y bares de cerveza artesana que rivalizan con nuevos restaurantes de estilo neo-nórdico. Artistas, soñadores y okupas han proclamado Uzupis como un ‘estado independiente’, con presidente, himno y constitución incluidos. El Día de los inocentes (1 de abril) los ciudadanos de esta ‘república’ festejan el carácter no oficial de su estado, repleto de galerías y talleres de artesanos. Además, 2018 es un año especial en Vilna, ya que se conmemora el centenario de la Declaración de Independencia de Lituania, con celebraciones durante todo el año. visitlithuania.netROSS HELEN GETTY

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          Valle del Vipava (Eslovenia) Eslovenia tiene fama de producir algunos de los mejores vinos del este europeo, especialmente los que provienen del valle de Vipava (en la foto), de clima mediterráneo, vientos frescos de invierno y una tierra fértil bordeada por los escarpados altiplanos kársticos. Eso sí, casi nadie conoce los paisajes de este valle del sureste del país, que en algún momento podrían trasladarnos a la Toscana italiana; pueblos con iglesias góticas y tejados rojizos, viñedos encaramados en las colinas y pequeñas explotaciones viticultoras que mantienen las variedades y técnicas locales. Vipava es perfecto para moverse en coche o en bici, ofrece fantásticas propuestas 'gourmet' e invita a detenerse en alguna de sus bodegas para probar sus excelentes vinos. Las dos localidades más interesantes son Ajdovscina y Vipaya. winestronaut.comWINESTRONAUT.COM

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            Tirana (Albania) La capital de Albania sigue siendo un misterio para el resto de los europeos, pero tras varias décadas desde la caída del comunismo, se ha convertido en uno de esos destinos perfectos para descubrir algo diferente, casi exótico, sin necesidad de ir demasiado lejos. Después de una transformación espectacular, Tirana luce sus antiguos edificios grises de la época comunista pintados de colores, así como calles y plazas peatonales. Es ruidosa, un poco loca, pero enormemente pintoresca. Resulta recomendable subir en teleférico desde el centro hasta el monte Daiti para tener una buena vista panorámica, y después descender para disfrutar de los cafés de Blloku, el barrio de moda, que acoge a una burguesía renovada asidua de bares y locales 'boutique'. Hay que entregarse al 'slow food' local en alguno de los restaurantes del momento, y de noche lanzarse, por ejemplo, con un circuito de coctelerías. albaniantourist.com
            Más información en 'Best in Europe 2018' y en lonelyplanet.es

            TUUL Y BRUNO MORANDI ALAMY


            https://elviajero.elpais.com/elviajero/2018/05/21/album/1526914972_518597.html#foto_gal_10
 
Mojácar: visita este pueblo de Almería (con playa) y presume luego en Instagram
No es Mykonos ni Paros, en Grecia, ni tampoco Chaouen o Assilah, en Marruecos. Lo tenemos aquí, en nuestro Mediterráneo, pasada la Águilas murciana y antes de desembocar en el Cabo (de Gata)


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Un rinconcito del barrio del Arrabal. (Foto: Turismo Mojácar)
ÁNGELES CASTILLO
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01.06.2018
Si Sevilla tiene un color especial, no digamos Mojácar, que es un pueblo en el lejano Este como ninguno. Laberíntico, casi marroquí. Lleno de buganvillas y en azul, y también casi griego, como Paros o Mykonos, por no decir Santorini, sin Egeo pero frente al Mediterráneo. En lo alto de un cabezo, como llaman a los montes bajos por aquí. Con mirador y un horizonte impresionante que se abre hacia el mar y la encrespada sierra Cabrera, un descubrimiento para todos los Livinsgtones. Y todas las terrazas, bares y tascas que uno pueda desear.

En este pueblo de la costa almeriense, tan emocionante es subir -ahí está el cerro Arráez, esperando- como bajar, al jaleo de ese desdoble que es Mojácar Playa, donde el indalo, la figura rupestre de la Edad del Bronce que ejerce de anfitrión, se repite sin cesar. Y cerca muy cerca, el Cabo de Gata. Nos vamos a Mojácar. También él compite para ser el pueblo más bonito de España. Como Frigiliana, Combarro o Trujillo. ¿Le votarás? La encuesta de Vanitatis será en diciembre.

1. Un pueblo que está colgado. A Mojácar hay que verlo desde lejos, tan blanco sobre el macizo marrón, e ir tras su pista, velándose y desvelándose según se va subiendo, hasta alcanzarlo desde la maraña urbanizada que es su versión playa. Pero el pueblo en sí, el viejo, el de arriba, tiene ese no sé qué que buscamos (una equivalencia de la belleza). Anclado en el tiempo, ya menos hippy que años atrás y tal vez más bohemio, más Cadaqués y sobre todo más turístico, sigue siendo mágico. Sobre todo cuando uno sube por la cuesta de la Fuente (de 13 caños), que cuesta, y va a dar al Torreón y cruza el arco y se planta en la plaza y sigue hasta donde el castillo y se cree el señor de estas tierras (y mares), cómo no. ¡Ay!




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Un rinconcito del casco viejo. (Foto: Turismo Mojácar)


2. Casas escalonadas, calles estrechas, flores... Nos pasó ya en Frigiliana: aquí es fácil viajar a ese pasado árabe tan de libro de historia. Está en las calles estrechas, empinadas y laberínticas, en los recovecos, en las casas cúbicas, escalonadas, trepadoras, en cómo se solapan unas con otras, en las líneas rectas de sus tejados, en las puertas azules (o no), en el blanco de sus fachadas. Lo que es el casco histórico es una joya de las de pisar. Y luego está el barrio judío, el del Arrabal, extramuros de la ciudad.

3. Pasen y vean. Si uno ha estado en Granada, o en cualquier otra ciudad histórica -se nos viene a la cabeza la portuguesa Óbidos-, lo probó y sabe lo que es entrar por una de estas puertas, que fue de sus muros o murallas, sin llamar. La de Mojácar fue reconstruida en el siglo XVI sobre la original, que era, como todo (o casi) aquí, árabe. Lleva estampado el escudo de la ciudad, que recuerda que fue, cuando aquellos juegos de tronos, del reino granadino. A estas alturas, probablemente hayas sentido el flechazo ya.



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Detalle de una casa de las que hay en este pueblo almeriense. (Foto: Turismo Mojácar)


4. Atardecer en la Plaza. Un feliz día de playa puede coronarse con una subidita a Mojácar Pueblo que incluya ver el atardecer desde el mirador de la Plaza (con mayúsculas), que también tiene vistas al lecho del río Aguas, entre huertos plagaditos de naranjos, a los pies de Mojácar la Vieja, el antiguo asentamiento, todo muy almeriense, y disfrutar de la vida mojaquera, entre tiendas de souvenirs, donde abundan las jarapas, las cerámicas y los indalos, para luego callejear y terminar sentados en una terraza.

5. Por fin, el mar. Abajo, a la orilla del mar, se alza la Torre de Macenas, que es un clásico del lugar, una edificacion militar del siglo XVIII que, por supuesto, sirvió para la vigilancia de las costas. Tiene forma de casco de caballo, está hecha para dos cañones y es muy muy exótica, casi a punto de bañarse y entre palmeras. Desde aquí lo propio es poner rumbo al sur y llegar hasta la impresionante Torre del Pirulico, esta sobre un peñón, no en la arena, rompiendo el acantilado, por lo que es imposible hacer la ronda. El peñón, la torre y el gran arco natural te darán otra foto para tu querido Instagram.



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No te pierdas la Torre de Macenas y alrededores. (Foto: Turismo Mojácar)


6. Las playas. Hay en Mojácar hasta 17 kilómetros de costa, así que puedes elegir. Desde la urbanización Marina de la Torre, que es mejor dejar atrás, en busca de otros parajes más vírgenes, que los hay, hasta la Rambla de la Granatilla, en Sopalmo, donde ya se presiente e incluso siente el Cabo. El Descargador, El Cantal, La Cueva del Lobo, Las Ventanicas o La Venta del Bancal. Busca la tuya y báñate.



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La Torre del Pirulico y el espectacular arco natural. (Foto: Turismo Mojácar)




7. Otro tesoro: Sopalmo. Ya no es Mojácar como tal, sino una de sus pedanías, que por aquí se estilan mucho, con la que uno se topa casi sin darse cuenta al despedirse de Mojácar Playa y partir hacia Carboneras -luego vendrá Agua Amarga y ya el Parque, Cabo de Gata-. Sopalmo es un lugar muy auténtico, exquisitamente cuidado, con un buen bar a pie de carretera (hay que parar) y mucho encanto. Para colmo, tiene una fuente de donde mana agua de un nacimiento natural; un oasis en el predesierto (no lejos de Tabernas). Es el típico pueblo imán para pintores y otras gentes del arte.



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Así es Sopalmo, ya casi en el Cabo de Gata. (Foto: Turismo Mojácar)


8. Dónde comer: el Tito's Beach Club es un clásico donde los haya y el Aku Aku, también a pie de playa, el chiringuito paellero al que querrás volver. Pero hay muchísimos más. Arriba, abajo, al centro y adentro. De aquí y de allá y para todos los gustos.

9. Dónde dormir: también está lleno de hotelitos, que son casitas blancas (Mar Azul o Punta del Cantal), hoteles al uso (Best Oasis Tropical, Alegría Palacio Spa, Marina Mar), apartamentos (Best Pueblo Indalo, Pierre & Vacances, Mojácar Playa...), casas rurales (La Paratá, Cortijo de la Media Luna, Casa Adelfa) y el Parador de Turismo, toda una institución. No hay que olvidar que Mojácar Playa es prácticamente una ciudad de vacaciones. El pueblo es otra cosa: en su interior, allí alojados, tienes la pensión El Torreón, con encanto, o el hostal Arco Plaza, junto al mirador y con vistas.

https://www.vanitatis.elconfidencia...a-playa-escapadas-cercanas-cabo-gata_1571910/
 
Arte, 'pintxos' y paseos por la ría en Bilbao

EC BRANDS

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GALERIA: https://www.elconfidencial.com/mult...gemhein-ria-pintxos-casco-viejo-bra_1567955#0


01.06.2018
Muy lejos queda ya el calificativo de industrial para la ciudad de Bilbao. Convertida en un centro artístico y de ocio donde el turismo florece, la ciudad vizcaína presume de actividades al aire libre, excursiones a pocos minutos, bellas panorámicas y una de las mejores gastronomías de todo su entorno.

Por estos motivos, no es difícil comprender por qué Bilbao se ha convertido en uno de los destinos Vueling. De hecho, la capital conecta con 22 ciudades y es una de las bases de la compañía.
 
RUTAS URBANAS
12 razones para enamorarse de Berlín
Planes únicos en la capital alemana

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La cúpula del Reichstag de Berlín, obra de Norman Foster, iluminada al atardecer. ALEXANDER HAFEMANN GETTY


ANA CARBAJOSA
2 JUN 2018


1. Chapotear en la multiculturalidad de Plötzensee

Además de ser el lugar en el que se encuentra la cárcel en la que el régimen nazi perpetró ejecuciones masivas, el Plötzensee es un lago público muy especial en Berlín. Allí, los burkinis conviven con naturalidad con el nudismo heredero de la RDA, separados por apenas un par de metros. Todo entre vegetación y en plena ciudad.

2. Deleitarse en el café Einstein
En este clásico café centroeuropeo del oeste de Berlín se puede leer periódicos y darse un atracón calórico con la ingestión del Kaiserschmarrn, típico postre bávaro y austriaco (tortitas muy esponjosas, troceadas y caramelizadas con compota de frutas).


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Dos bicicletas ante el Dom (la catedral) de Berlín, en la Isla de los Museos. ANDREY ARTYKOV GETTY


3. Bicicletear sin parar
La oferta de bicis públicas en Berlín tiende ya al infinito. En invierno y en verano es la mejor opción para disfrutar de una ciudad sin apenas cuestas.

4. Asomarse a la RDA
La Kulturbrauerai, una antigua fábrica de cerveza de ladrillo convertida en centro cultural invita a conocer cómo era la vida cotidiana en el Berlín oriental. La entrada es gratuita.



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Interior de la cúpula de Reichstag, en Berlín. SEBASTIAN CONDREA GETTY


5. Berlín desde la cúpula del Reichstag
La visita a la obra acristalada de Norman Foster es la manera perfecta de conocer algo más sobre los pilares de la democracia alemana y la historia reciente del país. Además, ofrece magníficas vistas desde el centro de la ciudad.

6. Desmelenarse en un mega-Karaoke
Los domingos, Mauer Park es lo más parecido al rastro madrileño con un añadido: en un minianfiteatro al aire libre, turistas y nativos se desgañitan en un macro karaoke desternillante.


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Cine Kino International, en Berlín. AGE FOTOSTOCK


7. Ver una película en el Kino International
Un espectacular viaje arquitectónico a los años 60 del Berlín Este, en la avenida Karl Marx.

8. Pasear por un barrio (aún) alternativo...
... y hacer una parada en el café Tres Hermanas, en el antiguo hospital de Mariannenplatz –hoy centro cultural- , en el corazón de Kreuzberg. Pese a las oleadas gentrificadoras, el barrio se resiste a perder su pedigrí alternativo.


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Memorial soviético en el parque Treptow, en Brlín. AGE FOTOSTOCK


9. Exploración en Treptow
Este parque al este de Berlín tiene su río, su isla, su faraónico memorial soviético y un poco más allá, el parque de atracciones abandonado de tiempos de la RDA.

10. En bici por Tempelhof
Pedalear a todo gas por la pista de aterrizaje de este antiguo aeropuerto berlinés es una sensación única.


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Puesto de comida en el mercado de Maybachufer, en el barrio de Kreuzberg. CARSTEN KOALL GETTY


11. De mercadillos
Por ejemplo, para mirar y comprar telas en el mercadillo de los sábados en Maybachufer. Los martes y viernes hay mercado turco; otro universo muy recomendable.

12. Pasear por la Sonnenallee

La llamada “calle árabe”, al sur de Berlín, es el lugar donde ver y dejarse en la comunidad siria, que desembarcó en Alemania a partir de 2015, gracias a la política de puertas abiertas para los refugiados.

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Primavera mágica en Praga
La vibrante capital de la República Checa en un paseo por sus parques, plazas, puentes, cervecerías y rincones literarios


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El famoso reloj astronómico del Ayuntamiento de Praga (del siglo XV) indica las horas del día, el zodiaco y las fases lunares. GIORGIO FOCHESATO GETTY


JESÚS RUIZ MANTILLA
8 JUN 2018

Los países se descomponen. Praga permanece. Cuando se cumplen 100 años de la creación de Checoslovaquia, una tozuda realidad cuestiona su efemérides. Aquella nación surgida de la desintegración del Imperio Austrohúngaro tras la Primera Guerra Mundial ya no existe. Praga, sí. La dinámica de descomposición tras la caída del Muro de Berlín partió en dos en 1992 el proyecto surgido en 1918. Pero como el espíritu del lugar se muestra ancestralmente esquivo y paradójico, hoy checos y eslovacos, separados y unidos en una sintonía de confianza mutua, reivindican conjuntamente esa aspiración truncada con la capital eterna
como referencia.


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Hablamos de una ciudad cuya autosuficiencia enraíza en el siglo XIV, tal como la concibió Carlos IV. El primer rey de Bohemia y emperador del sacro imperio germánico la catapultó al futuro empeñado en emular a las grandes capitales del mundo. Consiguió así que el lugar se justificara a sí mismo. Que Praga fuera capital de Praga, inspirada tanto en París como en Jerusalén. Altiva y discreta. Sabia, ordenada y escéptica. Ella sola se basta y se sirve, aunque hoy la dinámica caprichosa de la peripecia centroeuropea la coloque como referencia de la República Checa.

Será un capítulo más de su historia. Como reina perpetua de Bohemia, sobrevivió a un turbio, violento y fascinante pasado que anduvo a expensas de epidemias, saqueos e invasiones múltiples entre Oriente y Occidente. Hitler la sometió como prólogo a la Segunda Guerra Mundial. Los soviéticos la ocuparon hace 50 años para aplastar su vibrante y truncada rebelión primaveral.

Con razón, como deudores de esa ambigua pasión que la ciudad muestra hacia la alquimia, Praga y los checos sufren el síndrome de los años que acaban en ocho: en 1918 se proclamó Checoslovaquia. En 1938 empezó la ocupación nazi. Una década después quedó en manos de la telaraña estalinista adscrita al bloque soviético. Siempre se encontró incómoda en ese agujero. Tirante y fuera de sitio. Inequívocamente centroeuropea más que otra cosa. Luego, el sueño frustrante de su propio 68 desbarató el desesperado intento de abrirse a la democracia… ¿Ahora qué?


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Estatua del compositor checo Bedrich Smetana y una terraza junto al río Moldava, en Praga. FRANCESCO IACOBELLI GETTY


Ahora Praga es una certeza en mitad de la dispersión perpetua. Con un alma que mira de reojo al este y un pie tambaleante en la idea de Europa. La ciudad resiste como auténtica prueba de sí misma. Con una personalidad secular trufada de mestizajes. Como un sabroso símbolo de multiculturalidad que muestra dicho carácter poliédrico en sus calles, sus barrios, sus parques. En su arquitectura, sus teatros, sus cafés, sus tabernas, en los tranvías y los cementerios.

En la ciudad se proclamó Checoslovaquia en 1918, en 1938 cayó bajo los nazis y en 1968 vivió su revolución

Pasear por Praga supone un continuo cruce de fronteras. De calle en calle. De sus rasgos eslavos y su gravedad alemana a la conciencia judía. Ese es su más firme triángulo secular dentro de la permanente referencia austrohúngara. Y aun así, ha logrado una asombrosa coherencia. La define esa línea soterrada y visible que une el medievo con el Barroco y el neoclasicismo con el art déco. La única condición para que cada una de las épocas deje huella sin temor a ser borrada es innegociable: la belleza.

Pocos lugares en el mundo se muestran más alérgicos a la fealdad que Praga y la República Checa. Todo debe su razón de ser o permanecer a la ley de la medida y la sintonía con el espacio. En conjunto o en línea con la invasiva discreción de sus parques y los bosques que la rodean. Tan solo el castillo y la catedral de San Vito (del siglo XIV) emergerán de su silueta proporcionada, medida, horizontal. Entregada a un sutil rechazo de toda ostentación, marcada por los cientos de agujas de sus iglesias que la convierten en una amable especie de nido de murciélagos arquitectónico.


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Panorámica de Praga desde el monte Petrín. DALIU GETTY


Un anillo verde
Un buen método para huir de las oleadas de turistas y no perder un ápice de sus vistas es pasearla encadenando parques. Uno puede andar alrededor de la ciudad sintiéndose dentro en todo momento durante horas y horas, sin apenas notar bajo sus pies la adherencia del alquitrán. La vista de la ciudad a media altura atrapa permanentemente la atención con la línea del río Moldava como guía delicada y sinuosa.

Desde abajo, por los jardines Kinsky, puede emprenderse la ruta desde el monte Petrín hacia el castillo de Praga. Uno evita las aglomeraciones de Malá Strana —y las escaleras— para plantarse cobijado por los cerezos en el monasterio de Strahov. De ahí, conviene recorrer una parte del empedrado y situarse en los barrios de Loreta o Nuevo Mundo. Al paso, ahondar en el misterio de Dvorák al componer su novena sinfonía, la del Nuevo mundo. ¿Encontró tanta inspiración en ese rincón de Praga como en América?

La Casa Municipal acoge la maravillosa sala Smetana, con su bello café y sus frescos de Alfons Mucha


Por el camino conviene detenerse en el palacio Cernín, hoy Ministerio de Asuntos Exteriores y en el pasado uno de los edificios barrocos donde más decisiones cruciales se han adoptado dentro del país para el futuro de la humanidad. Allí, los checos de bien aún lamentan cómo el KGB, con casi total probabilidad, suicidó en 1948 a Jan Masaryk. Era hijo de Tomás, padre de la patria, y cayó desde la ventana de su baño en extrañas circunstancias. Un método expeditivo. Más cuando se trataba del único miembro del Gobierno que se oponía entonces al influjo totalitario de Stalin. En su salón principal, el sátrapa Reinhard Heydrich —delegado nazi en la zona y cerebro junto a Himmler del diseño de la solución final del Holocausto— proclamó la anexión de los Sudetes y el fin de la independencia. Lo hizo en la misma sala donde cuatro décadas después se ventiló el Pacto de Varsovia en época de Václav Havel.


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Una vidriera de la iglesia de San Cirilo y Metodio, en Praga. FRED DE NOYELLE GETTY


La siniestra figura de Heydrich cuenta con otro lugar de referencia en la ciudad muy presente en HHhH, la novela magistral de Laurent Binet. Ahí, el escritor francés cuenta su asesinato y la posterior aniquilación de los héroes paracaidistas checoslovacos que acabaron con su vida. Fue en la iglesia de San Cirilo y Metodio, donde Gabcík y Kubis se atrincheraron y fueron aniquilados como escarmiento. Hoy todavía pueden apreciarse velas de homenaje a su hazaña. Pero eso nos desvía del camino…

Desde el palacio Cernín se accede hacia el jardín Jelení Príkop, o foso del ciervo. Y de ahí se llega por Královská Zahrada (los jardines reales) hasta el palacete de verano de la reina Anna, esposa de Fernando I de Habsburgo en pleno Renacimiento. Un puente sobre la carretera separa ese lugar desde donde se disfruta de una vista única del armazón del castillo y de la oscura monumentalidad gótica de San Vito hasta Chotkovy Sady y al parque Letná.

Allí domina el espacio un reloj donde antes se había erigido la inevitable estatua de Stalin. Unas escaleras descienden de nuevo hacia el río sin olvidar el lugar como uno de los escenarios que marcaron las manifestaciones de la Revolución de Terciopelo, en 1989. Pero desde abajo se puede acceder al parque Stromovka y al Zoológico. Y así engarzar con el entorno de Sarka para conformar un glorioso semicírculo verde más o menos fiel en su trazo a la ribera del Moldava.

El paseo es una panorámica perfecta con vista continua y próxima de la ciudad. Un refrescante aperitivo para perder miedo a entrar en el meollo. Y ahí las dudas se multiplican a la hora de elegir un principio para el recorrido. Si entramos en la plaza Vieja, debemos ser conscientes de que pisamos el escenario de lo más glorioso y siniestro de la ciudad. En medio se alza la estatua de Jan Hus, famoso filósofo en la historia checa. Alguien que, lejos de haberse adaptado a las circunstancias, dijo no y fue llevado a la hoguera como hereje partidario de una reforma protestante. El otro polo de atracción de la plaza, más allá de su ancha y atrabiliaria figura, es el reloj astronómico pegado a la pared del Ayuntamientoy construido en 1410.


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La plaza Vieja de Praga. MARK SYKES AWL


El Golem, guardián eterno
Si consideramos epicentro a la plaza Vieja, se nos presentan a continuación varias opciones de itinerario. Hacia el barrio judío, hacia la plaza de Wenceslao, hacia la Casa Municipal que acoge la maravillosa sala Smetana —una de las sedes principales del festival Primavera de Praga—, con su precioso café y sus frescos de Alfons Mucha como referente de todos los modernistas praguenses. O hacia el puente de Carlos…

Si escogemos la primera opción, seguimos por la calle de París, puro lujo refulgente de grandes marcas y coches suntuosos aparcados en las aceras. Conduce directamente al complejo custodiado por el Golem, guardián eterno de la ciudad, con una parada obligada: la sinagoga española y el cementerio. Ese laberinto de piedra sedimentada y montículos caóticos nos conduce a una de las almas irrenunciables de Praga. Directamente a la memoria de unos habitantes que, con el purgatorio del gueto de Terezín, acabó en gran parte exterminada en los campos por los nazis.

Dos son los camposantos realmente impactantes de la ciudad: el judío y el de Vysehrad, en un entorno rodeado de sus murallas. Al visitar ambos, pasamos de la inquietante discreción de las piedras hebreas puntiagudas al suntuoso panteón colectivo donde descansan grandes poetas, músicos, políticos, científicos, arquitectos, pintores, pensadores… Eminencias que han forjado el carácter de la ciudad.

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La sinagoga de Jerusalén, en Praga. GETTY IMAGES


Si desde la plaza Vieja nos dirigimos al puente de Carlos, acabaremos rendidos a la evidencia de otra maravilla. Tumultuosa, pero maravilla. Sería la ruta que elegiría Ivan Klíma, autor de El espíritu de Praga, uno de los escritores checos contemporáneos que mejor han reflejado la ciudad, con permiso del genio hoy autoexiliado de Milan Kundera. Dice Klíma que el puente de Carlos representa un símbolo del cruce europeo entre Oriente y Occidente. “También la peculiar invulnerabilidad de la ciudad y su capacidad para recuperarse de los desastres”, escribe.

Cuando uno consigue sortearlo entre tanto transeúnte, repara en la insospechada riqueza de sus estatuas. Son símbolo de esa obsesión de Carlos IV por sacralizar la ciudad a cada paso. Su robustez de piedra y sus torres fronterizas que conducen al embrujo de Malá Strana. El barrio pequeño preludia con su poderosa personalidad de miniatura el ascenso camino del castillo.

La música de Smetana, Dvorák, Mozart o Janácek se hace presente en el Rudolfinum o en el Teatro Nacional

Esa delicatessen urbanística hace de frontera entre recovecos, edificios de aroma austrohúngaro, iglesias, monasterios reconvertidos en hoteles donde se degustan algunas de las mejores cervezas artesanales de la ciudad, parques escondidos, huertas, capillas, signos de logias masónicas, bares en penumbra donde aún se sirve absenta o presencias espectrales de poetas como el genio de Vladimír Holan, habitante de una preciosa casa en la Kampa, al borde del río.

El barrio respira aún la esencia que describió uno de los grandes clásicos checos, Jan Neruda. Fue su cronista, un genio del folletín al que se le conoce casi menos por sus propios méritos que como inspirador para el seudónimo de Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto: el poeta chileno que se hizo llamar Pablo y tomó prestado el apellido de su colega checo.

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Interior del café Louvre, en Praga. INGOLF POMPE GETTY


¿Café o taberna?
Si a las grandes ciudades les definen sus dicotomías, en Praga resultan permanentes. Difícil elegir una plaza frente a otra, un parque, un cementerio, un estilo. O una forma de vida como la siguiente: ¿café o taberna? Los escritores más gloriosos dejaron claras sus predilecciones. Cafés preferentemente para los judíos y los alemanes; tabernas, los checos. También los hay que alternaban ambos foros. Un recorrido fastuoso nos lleva tras los pasos y los sorbos de Kafka, Max Brod, a los que se unió durante su estancia allí Albert Einstein… O Rilke, Seifert, Havel, Kundera, que nos conducen al Savoy, al Louvre, al Slavia... También hacia el Imperial, maravilloso café y restaurante, como el propio Savoy, ambos con su estilizado aire art déco.

En el cementerio Vysehrad descansan artistas, políticos y científicos que forjaron el carácter de la urbe

Por el contrario, en el caso de Jaroslav Hasek o Bohumil Hrabal queda un testamento de espuma dentro de las tabernas abovedadas como el Tigre de Oro, junto a la plaza Vieja, que sobrevive como la preferida del autor de Yo serví al rey de Inglaterra o Trenes rigurosamente vigilados. El compromiso de Hrabal con la cerveza es mítico, según le confesó a su biógrafa Monika Zgustova: “Me daré la extremaunción yo mismo con una Pilsner”. Y a bebidas más contundentes como el Slivovice se dedicaron, entre otros, Kundera o Jaroslav Hasek, autor de Las aventuras del buen soldado Svejk, algo así como el Quijote checo. Hasek fue coetáneo de Kafka. Y ambos representaron el genio de una ciudad bifurcada en dos idiomas a principios del siglo XX: el autóctono y el alemán en que escribía el autor de La metamorfosis.

Ninguno de los dos habría elegido alguno de los monasterios de referencia de la ciudad para rezar el rosario. Pero sí para tomarse unas cervezas elaboradas por los propios monjes. No conviene largarse sin probar la de Strahov, ni la negra de los agustinos en pleno Malá Strana, ni tampoco, algo más alejado, la de Brevnov.


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Ciclistas por el barrio de Loreta, en Praga. VERBASKA GETTY


Ciudad melódica
Lo mismo que nadie debiera pasar por alto una sesión en alguno de sus teatros, óperas y salas de concierto. Porque Praga es también música. Como en el caso de los escritores y poetas que la han habitado, además de artistas, filósofos o científicos eminentes, los músicos la han conformado tal como es. El sonido de Smetana, Dvorák, Suk, Mozart, Martinu, Janácek… se hace presente en la Casa Municipal, en el Rudolfinum o en el Teatro Estatal, donde Mozart estrenó Don Giovanni. Por no hablar del Teatro Nacional, junto al río y frente al café Slavia, centro de operaciones de actores, oficina de Havel, abrevadero del Rilke más joven, nacido en Praga en 1875.

Allí, junto al puente Most Legií, que cruza hacia Petrín en paralelo al de Carlos, cerramos el círculo justo donde los tranvías barruntan su sinfonía de piedra y metal. En esta ciudad de vértices insospechados, colinas amables, entre el agua regeneradora del Moldava y un buen puñado de aves que parecen renunciar a su carácter de paso para quedarse atrapadas en sus entrañas, fluyen la vida y las encrucijadas de Europa.

Entre las piedras eternas que la protegen suspira la discreta seducción de su misterio. La ciudad que encierra en sí misma un universo propio. Praga. Principio y fin. Ensimismada e hipnótica. Ajena al presente, leal a su propia estela de singular eternidad.

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Cuatro islas y diez planes: las mejores ideas para disfrutar de las Baleares
EC BRANDS



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10.06.2018
Las Islas Baleares siempre son un destino a tener en cuenta en cualquier época del año. Playas que nada tienen que envidiar al Caribe, turismo de interior para los amantes del senderismo, puestas de sol perfectas para dar envidia, tradición y gastronomía, sin olvidar el pasado hippie que todavía se respira en alguna de las islas.

Te ofrecemos diez ejemplos para que entiendas por qué Palma de Mallorca, Menorca, Ibiza y Formentera son destinos Vueling.
 
Fiordos para soñar despierto
El sur de Noruega De la deliciosa Stavanger a Bergen, con paradas para un pícnic en la roca del Púlpito y un paseo en barca por el Hardangerfjord

EUGENIA RICO
17 JUN 2018
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VIDEO : https://elviajero.elpais.com/elviajero/2018/06/07/actualidad/1528366485_527329.html



Los fiordos noruegos parecen estar fuera del tiempo y el espacio. La luz es tan cambiante, las nubes adoptan formas tan caprichosas que casi todos los días puede verse a Odín, el dios de la sabiduría y de la guerra, en el ojo de la tormenta sobre las montañas nevadas, las cascadas congeladas, al otro lado de los bosques de helechos de hielo. El invierno juega a darle la mano al verano en estas tierras escandinavas que inspiraron a J. R. R. Tolkien y a los guionistas de la serie de televisión Vikingos.


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Cuando la realidad se vuelve insoportable, nada mejor que huir al territorio de los sueños, sobre todo los que uno tuvo cuando era muy joven. Yo soñé que perseguía a los vikingos por las sagas del norte hasta la aurora boreal; y emprendí el mítico viaje por los fiordos noruegos, una experiencia en la que uno se encuentra todos los días con los antiguos dioses, por ejemplo, en forma de cascada de agua helada que cae sobre un fiordo en pleno agosto.


Stavanger
Situada al sur del país —y con vuelos directos desde Barcelona y Málaga—, la ciudad de Stavanger es conocida como la capital del petróleo. La decisión de Noruega de que los beneficios del negocio de este hidrocarburo fueran para toda su población cambió la faz de este territorio. La pobreza que había obligado a sus habitantes a lanzarse primero a la guerra como vikingos y luego a emigrar a América dio paso a uno de los países más ricos y avanzados del mundo. “Los noruegos somos como los alces, criaturas del bosque encantadoras pero tímidas”, cuentan en la oficina de turismo.

Sin embargo, Stavanger debería ser conocida como la capital gastronómica de los fiordos. Aquí se puede cenar como el rey Ragnar en el restaurante Fish & Cow, en la plaza del Mercado. Su sopa de pescado tiene dimensiones épicas. Tras la visita al Museo del Petróleo (Kjeringholmen, 1), que evoca la vida en una plataforma petrolera, su restaurante Bolgen & Moi ofrece uno de los mejores almuerzos, y con vistas al puerto. Sabores de espuma de mar, como los del Bavaremegvel Restaurant (Skagen, 12), confirman una vez más los méritos de la gastronomía noruega.


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La cima del Preikestolen, o la roca del Púlpito, en el fiordo de Lyse. WOLFGANG MEIER GETTY


Preikestolen

Al día siguiente nos preparamos unos bocadillos en una bolsa de papel como unos verdaderos noruegos para ascender al Preikestolen, también conocida como la roca del Púlpito, en el fiordo de Lyse (a unos 60 kilómetros en coche desde Stavanger). A pesar de que un día de verano pueden ser centenares las personas que realizan esta ascensión a pie, de algo más de dos horas, vale la pena llegar hasta la cima. No parecen turistas, sino peregrinos que ofrecen a los dioses nórdicos su esfuerzo físico, y los dioses les recompensan con una de las vistas más hermosas del mundo. Al llegar al Púlpito nos asomamos a un abismo de 600 metros de altura. Y como si fuera la cosa más normal del mundo, allí mismo hacemos un pícnic.


Ruta 13

El viaje continua hacia Bergen, a unos 200 kilómetros al norte de Stavanger que se traducen en un mínimo de cinco horas de viaje. La carretera de los fiordos, la número 13, que descubre mil y una cascadas, permite parar a descansar en el fiordo de Hardanger, rodeado por montañas siempre nevadas que se reflejan en el agua como si tal cosa o, según cuentan los lugareños, como si fueran gigantes dormidos.

El hotel Ullensvang no es un lugar común. Uno de los favoritos de la reina Sonia de Noruega, fue el espacio donde se alojó el compositor noruego Edvard Grieg y donde compuso algunas de sus obras más famosas. Pertenece a la familia Utne desde hace 150 años; hoy Hans Edmund Harris Utne, la quinta generación de la familia, y su esposa suiza-italiana, Barbara Zanoni, cuidan de las barcas de madera y del spa del alojamiento con vistas al fiordo. Remamos a lo largo de todo el Hardangerfjord hasta emborracharnos con su belleza y sentir la fiebre que llevó a los hombres del norte a navegar por todo el mundo.


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El muelle de Bryggen, en Bergen. GETTY IMAGES


Bergen

Después del silencio de los bosques se llega al ajetreo de Bergen con sus bares, sus restaurantes y su animada vida nocturna. Para muchos, Bergen —que también está conectada vía vuelo directo con cinco aeropuertos españoles— es el símbolo de Noruega. Su imagen icónica son las casitas de colores de Bryggen, el barrio hanseático donde vivían concentrados más de mil comerciantes alemanes con la prohibición de tener contacto con las mujeres locales. Los apellidos alemanes de muchos de sus habitantes confirman que las restricciones nunca son del todo eficaces.

Pasear de noche por este laberinto de madera es hacer un viaje en el tiempo, en concreto a 1360, cuando la Hansa, el poderoso gremio de comerciantes alemanes, se estableció en el puerto de Bergen. El barrio sufrió muchos incendios, el más importante en 1702. Los miembros de la Hansa tenían prohibido ser padres, pero el castigo por violar esta regla era invitar a cerveza a toda la comunidad. Más duro era el veto de comer caliente, salvo en invierno, para evitar el temido fuego. Entre las poleas y las casas torcidas, donde uno se marea como si estuviera en alta mar, se encuentran en la actualidad algunos de los restaurantes más recomendables de la ciudad, como el Tracteursted, donde se puede brindar por la luminosidad del verano —en junio, el sol se pone más allá de las once de la noche y vuelve a aparecer justo después de las cuatro de la madrugada— antes de partir aún más al norte en busca del sol de medianoche.

Eugenia Rico es autora de la novela El beso del canguro (Suma).


GUÍA
 
Restaurantes de moda, una ruta en barco… Vas a querer volver a Sevilla
EC BRANDS


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GALERIA : https://www.elconfidencial.com/mult...s-monumentos-sevilla-viajar-vueling_1578718#0


19.06.2018
Da igual cuántas veces la hayas visitado, Sevilla es una ciudad que nunca va a dejar de sorprenderte. Su amplísima oferta histórica y monumental, su cultura, ocio y gastronomía te van a atrapar desde el primer momento con un objetivo: que vuelvas.

El magnetismo y encanto de la capital hispalense te va a seducir una vez pongas un pie en sus calles. Descubre por qué Sevilla es un destino Vueling.
 
AL SOL
Costa Vicentina, el paraíso playero portugués
De Odeceixe al cabo de San Vicente, un soleado recorrido por en busca de generosos arenales, imponentes acantilados y buen percebe

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Surfistas en la playa de Carrapateira, en la Costa Vicentina, al suroeste de Portugal. GONZALO AZUMENDI



JAVIER MARTÍN DEL BARRIO
23 JUN 2018 -


Debajo de los adoquines está —es cierto— la arena. Hoy, como hace 50 mayos, siempre fue así en Monte Clérigo. Dependiendo de los vientos que soplen, hay días en que la arena tapa los adoquines, las dunas avanzan y se comen la carretera que llega a la aldea, dentro del paraíso que es la portuguesa Costa Vicentina. Pero claro, los paraísos no se encuentran junto a una boca de metro.

El parque natural del Sudoeste Alentejano y Costa Vicentina es el más extenso del país. Sus 110 kilómetros de costa en línea recta lindan al norte con el puerto industrial de Sines y al sur con la aldea pesquera de Burgau. La Costa Vicentina forma el cogollo de ese parque, con sus propias fronteras naturales, más que oficiales, desde la desembocadura del río Seixe hasta el faro de San Vicente.


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El pueblo portugués de Odeceixe, en la Costa Vicentina. MICHELE FALZONE GETTY


El mundo cambia cruzando el puente de hierro del Seixe, que da nombre al pueblo de Odeceixe y a su impagable playa, libre de cualquier asentamiento humano. Llama la atención que tal maravilla no se haya cuajado de negocios de sombrillas y flotadores, pero parece que el trágico terremoto que arrasó Lisboa en 1755 también se sintió aquí, que el cauce del río se desmadró y las aguas del mar se tragaron la aldea de pescadores. Escarmentados, este pueblo de origen árabe se encuentra en la montaña y a tres kilómetros del océano.

De aquella tragedia hoy queda un lío de aguas y arenas que crea imágenes únicas que parecen hechas para Instagram. Los bañistas se plantan en la arena rodeados de agua; de frente, las olas del mar, de espaldas, las aguas calmas del Seixe; de un lado se saltan olas heladas, del otro se chapotea en aguas templadas o se rema en kayak río arriba hasta llegar al pueblo. Aprovechando la bajamar, es posible andar por la arena hasta la playa vecina, la de Adegas, oficialmente nudista. Lo mejor de los mundos se junta en Odeceixe, que hoy saca partido a los desmanes naturales de aquel terremoto con humildes casas reconvertidas en alojamientos turísticos y buenos restaurantes con precios para lugareños.

“Aquí en 2004 no había nada, nada de nada”. Aunque de aspecto parece italiano, Zé es un portugués lanzado y aventurero que se atrevió a construir en el campo de Odeceixe un alojamiento para albergar, en aquel tiempo, a algún despistado viajero. Su Casa Vicentina es hoy una referencia, con sus casitas de adobe y madera, jardín y una piscina camuflada en un estanque natural, donde por las noches el croar de las ranas espolea el roncar de los hombres, o viceversa.



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Madrugamos, lo que va bien para seguir descubriendo la costa. El coche es un suplicio para recorrerla. Riachuelos y torrenteras abren surcos en los valles e impiden que el asfalto comunique playas y acantilados. Como máximo, la carretera osará acercarse a una playa, pero para alcanzar la siguiente debe volver tierra adentro, coger la N-268, subir montañas, bajar montañas y serpentear hasta otro arenal salvaje formado por los vientos, las corrientes, las aguas dulces y las saladas.

Para salvar esos obstáculos, y no por ningún otro motivo, se pasa por Rogil, pueblo anónimo de carretera que rinde homenaje en su plaza principal a un icono gastronómico local, el percebe. La Costa Vicentina es de aguas para tal marisco y de tierras para la patata dulce, el boniato, pero a ella no le ha llegado el momento escultural en Rogil ni en otro lugar que se conozca.

A la derecha del monumento al percebe hay que coger el desvío hacia el mar para llegar a la playa de Vale dos Homens, de los hombres. Lleva fama por su belleza natural, por sus acantilados de pizarras y sus alrededores vírgenes de cemento, pero la pleamar la deja sin espacio para la toalla, único textil imprescindible. Es playa de surfing y reino del autocaravaning, que acampa libre y gratuitamente a sus anchas. Quien quiera pasar un día en esta cala debe traerse el pícnic puesto, pues no hay ni un quiosco de helados en kilómetros a la redonda.

Solo caminando o en bicicleta se pueden descubrir arenales íntimos como los de Bunheira y Carriagem


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El faro del cabo de San Vicente, en la punta suroeste de Portugal. M. LANGE AGE FOTOSTOCK



90 kilómetros, cinco etapas


El zigzag automovilístico de la Costa Vicentina se puede evitar con sistemas ancestrales de comunicación, como el andar y —ya más posterior— el pedalear. Gracias a Rotavicentina.com, las señales de los senderos rupestres son más claras y completas que las del tráfico asfaltado, plagado de reclamos de cama y comida. La ruta histórica (90 kilómetros en cinco etapas) y las rutas circulares de los pescadores (42 kilómetros) siguen caminos de tierra, entre vacas y quintos pinos adonde llegan los coches perdidos; solo a pie —y después de varios errores— se descubren playas como las de Bunheira y Carriagem, más que privadas, íntimas, personales, donde el humano se siente en inferioridad de condiciones.

Vamos ahora marcha atrás y hacia el continente, para seguir bajando por la costa en automóvil. Otra vez el zigzag hasta la Nacional que cruza río y pueblo de Aljezur, como su nombre indica, más árabe que otra cosa, con su castillo en el pico de la montaña, erigido en el siglo X, el último reconquistado a los moros, ya en el siglo XIII. Antes de llegar al centro, un desvío a la derecha conduce a la playa de Amoreira, también, por culpa de aquel terremoto, una verbena de dunas, ríos y mares que deja fuera de toda lógica y de todo orden tanta belleza creada al antojo de la naturaleza.

En Amoreira todo es bonito, aunque aquí sí que hay gente en la playa y coches en las cunetas. A medida que descendemos por la costa aumentan las horas de sol y las hectáreas de arena. La comodidad se cobra su precio, aunque en Portugal siempre es, incluso en agosto, un precio aceptable y, sobre todo, más respetuoso.

Huele a enebro, tomillo y romero. Los arbustos aromáticos y las florecillas silvestres han conseguido milagrosamente prender en las dunas, y ahora estas, protegidas del viento por ese manto verde, han quedado fijadas para siempre, reconvertidas en montañas que van a dar a la mar. El único chiringuito de Amoreira, a un lado, para no molestar, se llama Paraíso del Mar. Nada que objetar.

La marisma impide seguir a la siguiente playa, si es que la hay, pues esta costa de profundos acantilados de pizarra impide intuir el más allá. La exploración pasa por regresar a Aljezur, atravesar el pueblo y otra vez girar hacia el mar; por en medio crece el valle de Telha, donde el viento azota los piñeros, que los ha dejado peinados a la moda, pelados del lado del Atlántico y peludos del lado del Algarve. Y de repente, Monte Clérigo.


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Bañistas en la playa de Monte Clérigo, en la Costa Vicentina (Portugal). ALAMY


Casitas granate y verde

A la entrada de la aldea debería haber un cartel que dijera: “Bienvenidos a Monte Clérigo. Cuando se vaya, cálleselo”. Ingleses y franceses son los que disfrutan de este lugar único, donde no hay nada que hacer. Es cierto, sí, que llega alguna volksvagoneta con cursillistas del surf, pero no nos engañemos, gastan más horas de vida contemplativa que de vida sobre las olas. Nada que decir. Además de teóricos del surfismo, en Monte Clérigo hay una casita granate y otra verde, dos restaurantes y una playa con dos mares, uno de color verde y otro de color azul. También hay un niño-pingüino, a quien su madre le ha disfrazado de nivea,que busca entre las rocas lapas, cangrejos y otras cosas que se muevan. Con edad suficiente para llevar un móvil en la mano, nótase que pasa la mañana ensimismado con una pala y un cubito.

Versión moderna del aislante puente levadizo, la carretera de adoquines de Monte Clérigo se tapa y destapa al capricho de su campo lunar. La arena se la lleva el viento, como si todo fuera un sueño, y nos enseña el camino de piedra y alquitrán que comunicará con otras aldeas, a otras playas, pero ninguna tan agradable.

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Playa de Arrifana, en Aljezur (Costa Vicentina). DANUTA HYNIEWSKA AGE FOTOSTOCK


Después de lo disfrutado, la famosa playa de Arrifana parece la Quinta Avenida. No lo es, pero el pueblecito en alto se trufa de urbanizaciones en blanco y azul. Rodean su playa feroces acantilados de pizarra, que atrae a intrépidos surfistas, pues los amantes del sol acaban, con la pleamar, acostados sobre piedras. El bronco desnivel hasta llegar a la arena desanima a más de uno y además la foto bonita se hace desde arriba.

Es fácil perderse en la búsqueda de playas en la Costa Vicentina, al margen de que a veces, después del esfuerzo, la conquista es un roquedal. A duras penas, después de atravesar Chabouco y Monte Novo, se encuentran las de Penedo y Vale Figueiras, que valen para un “yo estuve aquí” y seguir camino por la a estas alturas peligrosa Nacional. A la angostura de la carretera se le añade un tráfico intenso, señal de que hay más vida hacia el sur, concretamente en Carrapateira.

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Atardecer en la playa de Bordeira, en la Costa Vicentina (Portugal). DANIEL LABAREDA GETTY


El molino del pueblo es como el faro de los surfistas, su centro logístico para compartir una pizza y programar el plan del día siguiente. Ellos se inclinan por la playa de Amado, preciosa sin duda; la opción de los kitesurfers se llama Bordeira, y la de las familias, también. Es una playa que lo tiene todo sin molestar a nadie. Un inacabable arenal con una duna que obliga a culebrear la desembocadura del río del mismo nombre. Sus lagunas temporales son una delicia para los que gustan de agua dulce, limpia, cálida y mansa. Como en toda la costa, solo se llega por pasarelas y escaleras de madera; son playas sin vistas a los coches, como mucho a un chiringuito más o menos provisto. Hay que adentrarse por senderos con el coche para llegar a uno de los mejores, Sítio do Forno, en una terraza única. Su dueño solía ofrecer lo que había pescado ese día, pero esos tiempos ya han quedado lejanos. Ahora el pescador tiene web y precios en consonancia.

La aldea de Pedralva
En las montañas de Carrapateira hay escondrijos para gente bien que paga mucho por día de paz, que quiere recargar pilas, como el Monte Velho de Vilarinho. También hay una woof, una granja orgánica autosuficiente que admite voluntarios y no se les cobra nada por dormir, ni por trabajar.

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Playa de Vila do Bispo, en la Costa Vicentina (Portugal). SABINE LUBENOW GETTY


Entre los dos extremos se encuentra Pedralva, una aldea que en 2006 tenía 9 habitantes y 50 casas, todas semiderruidas. Durante años, António Justino Ferreira se dedicó a buscar por Europa a herederos y propietarios de esas residencias olvidadas. En 2010 la aldea recuperó vida con 24 casas fielmente reconstruidas y la agradable convivencia de vecinos y foráneos. Hoy son más las recuperadas, ya no quedan vecinos, pero el lugar sigue siendo delicioso, y se paga por ello (nada por debajo de los 150 euros por noche en una casa de dos cuartos).

El centro comercial de la zona es la agradable Vila do Bispo, con su iglesia parroquial cubierta de azulejos y su mercado de productos frescos, especialmente los pescados, de allí mismo. El turismo de los últimos años ha traído dinero a este lugar olvidado 10 meses al año; sus casas se han repintado y cualquier rincón ha pasado de almacenar aperos a cobijar extranjeros. Pero hay cosas que no cambian, como Solar do Perceve, con un rótulo viejuno que echa para atrás al turista. Allá entramos


—Buenas, ¿tienen percebes?

—Solo a partir de 250 gramos.

—¿Calientes o fríos?

El camarero, joven y musculoso, no tiene ganas de escuchar que en algunos sitios los sirven fríos.

—Aquí salen calientes, recién hervidos. ¿Quiere o no?

—¿Son de aquí?

—De dónde van a ser. ¿Quiere o no?

En la Costa Vicentina no existen los meses sin erres y el percebe se encuentra en restaurantes modestos como O Chaparro (Odeceixe) por dos 2 los 100 gramos. Aquí, con más turismo, sube la cuenta a 2,50 euros los 100 gramos, que dan ganas de decir al camarero que se vaya a las rocas a por más; pero contra la gula del percebe, la templanza de una humilde ración de sardinas, eso sí, de tamaño tiburón. Con ambas bandejas en la mesa, un sudor frío recorre mi cuerpo y una pesadilla mi cabeza, con hordas de sardinas asaltando el monumento de Rogil a los percebes para ponerse ellas mismas en su altar. Ya la factura lo confirma, sale más cara la sardina-tiburón que el marisco. Es el acabose, el fin del mundo se acerca. Google Maps lo confirma: a 15 kilómetros está, en el cabo de San Vicente, el finis terrae del planeta hasta que Enrique el Navegante dijo que había algo más allá. Para comprobarlo habría que echarse a nadar desde la playa de La Mareta, y no hay tiempo que perder en conjeturas absurdas cuando aquí mismo ya gozamos, en la Costa Vicentina, del paraíso.



UNA PISTA: LA CASA DE AMÁLIA RODRIGUES


La casa de playa de Amália Rodrigues se esconde en el parque natural Alentejano. Aunque no forma parte propiamente de la Costa Vicentina, apenas le separa una decena de kilómetros. La diva del fado compró en la década de 1960 esta finca de 10 hectáreas donde se refugiaba entre gira y gira.

Tras su muerte en 1999, la casa cayó en el olvido, excepto para los mitómanos más aventureros. Una margarita gigante al borde de la carretera entre Brejão y Azenhas do Mar es la única señal que indica el lugar.

En 2012, después de una rehabilitación por parte de la fundación de la artista, la casa, de tres habitaciones, abrió como alojamiento turístico. Una noche en la suite de la cantante, con fabulosas vistas al mar, cuesta unos 150 euros. Toda la decoración mantiene el respeto a la época de la artista, aunque en sus paredes no hay memorabilia fadista. La paz del lugar no se rompe con el rugido del mar, pues para llegar a él hay que avanzar por un sendero oculto entre zarzas, arroyos y túneles de bambú hasta unas escaleras que nos bajarán a la arena. Lo normal es no encontrarse a nadie en este rincón del mundo.


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Cerámicas en el cabo de San Vicente, en el Algarve portugués. PERRY VAN MUNSTER ALAMY



IZIBEACH, LA ‘APP’ MÁS PLAYERA

Portugal tiene más de 600 playas, pero ninguna es igual a otra. La recién estrenada aplicación Izibeach (para Android) es un buen punto de información. De momento en inglés y portugués, es una referencia imprescindible para elegir un día de playa. Aparte de la localización de cada una,incluye previsiones meteorológicas, estado de la mar, oleaje, si hay o no sombrillas y hamacas y a qué precio; facilidades de aparcamiento y puntuación por sus bañistas.

Una aportación fundamental para los jóvenes es la información sobre los chiringuitos y sus fiestas nocturnas. Cada vez es más frecuente que la actividad playera no acabe cuando se pone el sol; entonces comienza otro estilo de ocio que se encuentra con la dificultad para promocionar sus actividades más allá de los pasquines y el boca a boca. Con la aplicación se pueden reservar sombrillas, reservar mesa en restaurantes o incluso pedir bebidas al chiringuito desde la hamaca en la arena.

https://elviajero.elpais.com/elviajero/2018/06/21/actualidad/1529569700_745765.html?por=mosaico

















 
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