Un gato callejero llamado Bob

Gracias por la segunda parte, y por el vídeo, me repito!: me encanta este hilo!!!.:a44::a44::a44::a44::a44::a44::a44::a44::a44::a44:
 
:rose: Nerielia. Mil gracias por la traducción. Te animo a que continúes con ello si te es posible... ¡La vida de este gatito me interesa! :a08:

Lástima de que esté castrado... ¡Hubieran nacido unos mininos preciosos de aparearse con mi gata, jeje!
 
Me alegra que os guste, y me alegra compartirlo aquí, el libro es muy bonito y mas de una vez me ha sacado una lágrima. El gato se nota un montón que adora al chaval, y él también se desvive por Bob. Una pregunta, os interesan los capítulos de la vida de James del pasado o solo la historia con Bob? No tengo más días libres pero quizá pueda traducir medio en vez de uno entero. :D
 
La verdad es que la relación dueño-gato es preciosa y me encantaría conocerla toda... Aunque también seria interesante conocer la vida anterior del chico (en fin... que estoy pidiendo poder leer todo el libro, vaya... Qué cara más dura que tengo :a39:)

Por cierto, mil gracias por dedicar parte de tu tiempo a traducirnos esta bonita historia. Yo la seguiré encantada (de hecho ya habia entrado para ver si teníamos nuevo capítulo en el hilo :a08:).
 
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A la mañana siguiente saqué a Bob a la calle para que hiciera sus cosas. Seguía sin tocar el arenero, de hecho, parecía odiarlo.

Se fue al mismo sitio de siempre, uno de los arbustos del jardín de al lado. Parecía ser su favorito por alguna razón. Sospeché que estaba relacionado con marcar el territorio.

Como de costumbre, estuvo ahí un par de minutos, y después se puso a enterrar todo. La pulcritud y limpieza de los gatos siempre me deja admirado. ¿Por qué es tan importante para ellos?

Cuando terminó, estaba caminando hacia mí, y de repente se quedó quieto como una estatua. Estaba punto de ir a ver qué era lo que le pasaba, pero a los dos segundos se volvió muy obvio. Bob se agazapó y emprendió una carrera a la velocidad de la luz. Todo pasó en unas milésimas. Lo vi coger algo con la boca y volver hacia mí. Era un ratón de unas tres pulgadas de largo.

El pobre ni se había enterado de lo que se le venía encima. Bob lo había atrapado con rapidez y precisión y ahora estaba a mis pies con él entre los dientes. No era una bonita visión. El ratón movía las patas desesperadamente, pero tras unas cuantas dentelladas, finalmente dejó de luchar. Bob entonces lo soltó en el suelo.

Sabía lo que iba a pasar a continuación pero no quería que Bob se lo comiera. Los ratones son portadores de infinidad de enfermedades. Traté de quitárselo pero no estaba muy decidido a dejarlo ir. Me gruñó y me dio la espalda varias veces, cambiándose de lugar de vez en cuando.

"Dame eso, Bob. Dámelo" Le dije.

Bob me miraba como si quisiese decir "¿y por qué debería hacerlo?

Finalmente, intenté cambiárselo por una galleta. Aún no estaba convencido del todo, pero después de insistir varias veces, me dejó que tomase el ratón a cambio de la galleta. Tan pronto como se separó del ratón, lo cogí por la cola y lo tiré a una papelera.

Esto fue como otro recordatorio de lo que Bob era realmente: un depredador natural. Mucha gente se siente incómoda de ver a sus lindos gatitos como asesinos de masas, pero en verdad, eso es lo que son dada la oportunidad. En algunas partes del mundo, incluyendo Australia, hay reglas muy estrictas sobre no dejar a los gatos salir de casa por la noche, debido a la carnicería que hacen entre la fauna local de pájaros y roedores.

Me pregunté si Bob había necesitado mucho de sus habilidades cazadoras para sobrevivir antes de encontrarlo. Me hubiese gustado haberlo averiguado. Estoy seguro que si Bob pudiese hablar habría contado un par de historias interesantes.

De algún modo, esto era algo más que Bob y yo teníamos en común.

Desde que terminé viviendo en la calle, mucha gente se había interesado por mi historia. Como había llegado a esa situación. Era lo que a veces me preguntaban. Algunos de los que lo hacían, eran profesionales. Habré hablado con una docena de trabajadores sociales, psicólogos e incluso policias que se paran a hablar conmigo y me interrogan sobre mi historia. Pero también mucha gente de a pie lo hacía.

No se por qué, pero a mucha gente le fascina el averiguar cómo algunos de los miembros de la sociedad caen por el abismo. Lo más seguro, para sentirse más afortunados al conocer la historia de otros que están en una situación peor. Ellos piensan "Bueno, mi vida es mala, pero podría estar peor, podría ser como este pobre infeliz".

La respuesta a la pregunta sobre como gente como yo acaba en la calle, es diferente cada vez. Pero a veces, hay muchas semejanzas. Una son las drogas o el alcohol. Y también en muchas ocasiones, la historia se remonta a años atrás, a la forma en que formaron lazos con sus familias en su infancia. Eso es lo que sucedió conmigo.

Viví una infancia difícil, particularmente porque nos mudamos mucho. Nací en Surrey, UK. Pero a los 3 años, mis padres se divorciaron y mi madre se marchó a vivir a Melbourne. Mi madre encontró un trabajo vendiendo material de oficina de la marca Rank Xerox en Melbourne. Era una de las mejores vendedoras de la compañía.

A pesar de su éxito, mi madre era de pies inquietos, y dos años después, dejó la compañía y nos mudamos al oeste de Australia. Nos quedamos ahí unos años más, hasta que yo tenía 9. La vida en Australia era buena. Vivimos en una serie de bungalows con un gran jardín trasero. Yo tenía todo el espacio para jugar que un niño puede soñar con tener. El problema era, que no tenía ningún amigo.

Me costaba encontrar mi lugar en el colegio, básicamente porque nos mudabamos mucho. Las oportunidades de asentarme en Austrarlia desaparecieron cuando mi madre decidió volver a Inglaterra, a Sussex para más señas. Mi estancia allí fue buena, y tengo muy buenos recuerdos de ella. Cuando empezaba a acostumbrarme a la vida en el hemisferio norte, mi madre decidió volver a Australia. Yo tenía 12 años.

Esta vez, terminamos en un lugar llamado Quinn's Rock. Como nos mudábamos mucho, nunca tuve ese concepto en mi mente de "hogar". Mi madre se mudaba cada vez que se aburría de la casa. Éramos casi como gitanos ambulantes.

No soy psicólogo, aunque haya conocido a más de uno en estos años, pero puedo afirmar, que mudarse tanto de casa no es bueno para un niño que está creciendo. Fue un impedimento para mi correcta adaptación social. En la escuela, era muy dificil ubicarse, básicamente porque cuando eres nuevo, todos se conocen desde siempre y los grupos son cerrados. También influyó, que yo estaba obsesionado por agradar, lo cual no es bueno. El resultado es que en cada escuela a la que iba, acababa sufriendo bullying. Y fue especialmente severo allí en Quinn's rock. Con mi acento británico y mi obsesión por agradar, yo era como una diana andante. Tal vez por eso un día decidieron apedrearme. No lo llaman Quinn's rock por nada. Un grupo de chicos me siguió hasta mi casa tirándome piedras, que estaban por todas partes.

Para colmo de males, no me llevaba nada bien con mi padrastro por aquel entonces. Un tipo llamado Nick. En mi opinión de adolescente, él era un imbécil, por eso empecé a llamarlo Nick el Imbécil (Nick the Prick en inglés). Mi madre lo había conocido en Sussex, y se había venido a Australia con nosotros. Durante los siguientes años de mi adolescencia, continuamos con esta existencia nómada.

Mi madre era una emprendedora nata. Lo mismo creaba una empresa que grababa videos explicativos de marketing para empresas. También lanzó una revista para mujeres ejecutivas. Aunque no tuvo éxito, pero aún le quedaban más proyectos en la manga.

A los 15 años dejé la escuela. Principalmente por todo el acoso al que era sometido. Mi relación con Nick iba a peor también.

Me convertí en un pequeño salvaje, que vuelve tarde a casa y hacía gestos obscenos en respuesta a cualquier signo de autoridad. Por ese tiempo es cuando me metí en el mundo de las drogas. Al principio aspiraba pegamento, para huir de la realidad. No me volví adicto a eso, solo empecé a hacerlo tras ver a otro chaval. Después de eso empecé a esnifar touleno y disolvente industrial, y fumar maría. Una cosa llevaba a otra, y esta a otra peor, y así sucesivamente. Estaba enfadado. Me sentía como si la vida no hubiese sido justa conmigo. No tenías que ser un adivino para ver que el camino que estaba tomando no era otro que el de la autodestrucción.

Mi madre hizo lo posible para alejarme de todo aquello. Estaba preocupada por el daño que me estaba haciendo, y el daño que me haría en el futuro, si seguía así. Siempre rebuscaba en mis bolsillos, incluso más de una ve me encerró en mi cuarto, hasta que aprendí a escapar usando un imperdible en la cerradura. Las discusiones se volvieron cada vez más frecuentes. Un día, me llevó a un psiquiatra. Creo que me diagnosticaron todas las enfermedades mentales habidas y por haber. Desde esquizofrenia, hasta déficit de atención. Por supuesto, yo pensé que todo eso era un montón de basura muy grande. Tan solo era un adolescente descarriado. Ahora pienso, que mi madre tuvo que haber pasado por una experiencia horrible por mi culpa. Pero por aquel entonces, no me importaban los sentimientos de los demás.

La situación se hizo tan insostenible, que me fui una temporada de okupa a un edificio abandonado, donde me pasaba el día tocando la guitarra y drogándome. Cuando cumplí los 18, les dije a todos que me iba a vivir a Londres, al piso de mi medio hermana por parte de padre. Al principio parecía que me iba solo a pasar una temporada. Mi madre me llevó al aeropuerto en su coche, antes de llegar, y en un semáforo en rojo, abrí la puerta, la besé en la mejilla y salí del coche. El plan era que estaría allí por 6 meses. Mi hermana me ayudaría a conocer gente y yo probaría suerte en el mundo de la música. Pero por desgracia, pocas veces salen las cosas según lo planeado.

Mi hermana vivía en un apartamento al sur de Londres. Mi cuñado no se tomó muy bien mi llegada, principalmente porque yo era un adolescente furioso, con pintas de gótico, que no contribuía a las facturas. En otras palabras, un dolor de cabeza.

En Australia tuve un trabajo a tiempo parcial en una consultoría, pero en Londres no podía encontrar nada decente. Conseguí trabajo de camarero en un pub. Pero me echaron a la calle porque mi imagen no encajaba con sus estándares, después de usarme para cubrir las vacaciones de algunos empleados fijos. Corría el año 97. Para colmo de males, me hicieron firmar un contrato de dimisión, en vez de un despido, por lo que perdí mi derecho a prestación por desempleo.

Al poco, mi hermana me pidió que me fuese de casa, ya que su marido encontraba que yo interfería mucho en sus vidas personales. Después de que me echasen, intenté contactar con mi padre, pero a penas lo había visto a lo largo de mi vida. Éramos como un par de extraños. No me atreví a pedirle que me acogiese, así que tuve que pedirles el favor a amigos y conocidos. Hoy con uno, mañana con otro. Cuando me quedé sin gente a la que pedirles el favor, empecé a vivir en la calle.

Las cosas de precipitaron al abismo a partir de ahí.

Vivir en la calle en Londres te despoja de tu dignidad, de tu identidad, de todo... lo peor, es lo que la gente piensa de tí. Te ven viviendo en la calle, y te tratan como escoria viviente. No quieren tener nada que ver contigo. Muy pronto, no te queda ni un amigo en el mundo. Conseguí un trabajo en una cadena de comida rápida. Pero cuando se enteraron de que no tenía casa, me despidieron. Nadie quiere contratar a un sin techo.

Lo único que me podía haber salvado era regresar a Australia. Tenía el ticket de vuelta en casa de mi hermana, pero dos semanas antes de la fecha, me robaron la cartera con el pasaporte dentro. No tenía nada de documentación y no tenía tiempo ni dinero de sacarme uno nuevo.

No recuerdo muy bien la siguiente fase de mi vida. Las drogas y el alcohol noblan todas mis memorias de aquella época. El hecho de que me enganché a la heroina, no ayudó. Lo cierto es que me ayudaba a pasar mis noches a la intemperie. Me anestesiaba del frío y la soledad, me llevaba a otro mundo, pero a cambio, también se llevó mi alma. Para 1998, ya estaba totalmente enganchado, también estuve al borde de la muerte en varias ocasiones, aunque estaba tan pasado de rosca que no me enteré.

Durante ese periodo, no tuve contacto con nadie de mi familia. Había desaparecido de la faz de la tierra. Estaba demasiado ocupado en sobrevivir. Me empezaron a entrar remordimientos 9 meses después de vivir en la calle. Decidí llamar a mi padre. No había vuelto a estar en contacto con él desde que aterricé en Londres. Lo llamé y al principio no quiso ponerse. Después agarró el teléfono y se puso a gritarme.

"¿¿¿Donde coj*nes has estado??? Hemos estado preocupados por tí!" Dijo.

Le di un par de excusas patéticas pero él siguió gritándome. Me dijo que mi madre había estado llamando cada pocos días. Mi madre y mi padre no estaban en buenos términos, y a mi padre le irritaba recibir llamadas de ella. Me gritó durante 5 minutos. Probablemente todos me daban ya por muerto. Una parte de mí, lo estaba.

Un año más tarde, una ong que ayuda a sin techo me recogió de la calle. Me apuntaron a una lista de individuos vulnerables para ver si cualificaba para un apartamento vigilado. El problema fue que durante los siguientes años, estuve compartiendo habitación en horrendos hostales y albergues con otros drogadictos, que no tenían reparos en robarte lo que fuese mientras dormías. Tenía que dormir con mis pocas pertenencias agarradas.

En la segunda mitad de mi veintena, mi adicción se volvió tan mala que acabé en rehabilitación. Tenía que ir todos los días a la farmacia, a por mi dosis de metadona, y una vez cada dos semanas, al centro de rehabilitación para que se asegurasen de que no había estado usando. Hablé muchas veces sobre mi hábito, sobre como había empezado, y sobre mi voluntad para ponerle un final.

En primavera de 2007 fue cuando me mudé a mi apartamento en Tottenham. Era parte de mi proceso de rehabilitación y reinsercción en la sociedad. Allí solo vivían familias normales. Para ayudar a pagar la renta, empecé a tocar en Covent Garden. Algo me decía que aquella era mi última oportunidad, y tenía que tomarla como fuese. Si hubiese sido un gato, esta sería ya mi séptima vida.
 
Muchas gracias "Nerielia" por el trabajo que te tomas. Me sumo a la gratitud de l@s demas cotillas.
 
Buenas! Nada mas que con que disfruteis con el libro ya merece la pena :D hoy he estado liada, el lunes y el martes los tengo libres, pero a ver si mañana puedo poner aunque sea otro fragmento :D

Fotito

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Casi terminando la segunda semana de mi estancia con Bob, se podía ver que tenía muchísimo mejor aspecto. La herida de la pata estaba cicatrizando bien, y las calvas estaban también desapareciendo bajo el pelo que volvía a crecer. También se le veía más feliz, tenía un bonito brillo amarillento en sus ojos que nunca antes había visto.

Definitivamente, iba camino de la recuperación, y sus carrerillas alrededor del piso eran prueba de ello. De vez en cuando se convertía en un torbellino andante, pero durante los últimos días, era una bola de energía, saltaba, trepaba y brincaba como una especie de maniaco. También le clavaba las uñas a todo lo que caía entre sus garras, incluído yo.

No me importaba en absoluto, sabía que no era algo malicioso y que tan solo estaba jugando. Tuve que comprar unos cuantos seguros para niños, para bloquear armarios, porque se había convertido en una verdadera amenaza para la cocina. Supongo que no era de extrañar, sabiendo que era un macho jóven y rebosante de testosterona. Un par de días antes del fin de su programa medicinal, lo llevé a la clínica de Dalston Lane para castrarlo.

Me había informado de los pros y los contras de mantenerlo "entero", y la verdad, había más contras que pros. Si no lo castraba, habría momentos en que sus hormonas tomasen el control, y lo harían deambular por las calles en busca de hembras, lo que significaba que podrían atropellarlo o meterse en problemas con otros gatos. También estaba el asunto de marcar el territorio, los gatos macho lo hacían a menudo. Bob podría meterse en el territorio de otros y pagar un precio muy alto. Sin olvidarnos de que interactuar con gatos callejeros podría contagiarle con alguna enfermedad como leucemia o VIF.

En la lista de pros solo pude anotar una cosa. Requería un poco de cirugía. Eso era todo.

Llamé a la clínica para pedir cita y habé con una enfermera. Le expliqué mi situación, y que el gato había sido elegido para una castración gratuita. Ella dijo que no habría problema siempre que trajese la carta conmigo.

Me dio cita para el día siguiente.

"Traelo por la mañana y déjalo con nosotros. Si todo va bien, podrás recogerlo por la tarde" dijo. También me explicó que la operación podría tener complicaciones pero que eso era muy raro.

Por la mañana, me levanté temprano, sabiendo que tenía que estar allí para las 10. El tiempo era horrible, así que metí a Bob en la misma cesta que usé para ir al centro RSPCA la otra vez para que no se mojase. Le gustó tanto como la otra vez, y de vez en cuando intentaba salir.

La clínica veterinaria era un lugar pequeño, aplastado entre un quiosco y una tienda de ropa. Llegamos con bastante antelación, pero igual nos encontramos el sitio a rebosar. Era la misma escena de la otra vez, perros tirando de la correa de sus dueños y gruñendo a los gatos que estaban dentro de sus transportines. Había algunos staffordshire terriers junto a sus dueños de aspecto Neanderthal.

Cuando la enfermera dijo mi nombre, me condujo a una habitación donde me hizo unas cuantas preguntas. También quería asegurarme que yo había entendido que el procedimiento era irreversible por si en el futuro tenía deseos de usarlo para monta.

Sonreí y asentí mientras acariciaba la cabeza de Bob.

"¿Qué edad tiene Bob?" Fue su siguiente pregunta.

"La verdad es que no lo se" Dije contándole la historia brevemente.

La enfermera explicó que el hecho de que no estaba castrado era una pista importante para saber su edad.

"Los gatos alcanzan la madurez sexual a los 6 meses de edad. Si se les deja enteros después de eso, el cuerpo les sufre algunos cambios. Por ejemplo, los machos adquieren una musculatura facial más desarrollada, sobre todo en la zona de las mejillas. También tienen la nariz más prominente, la piel más gruesa y suelen alcanzar un tamaño mayor. Mucho mayor que aquellos machos que han sido castrados. Bob no es tan grande, así que yo diría que tiene unos 9 o 10 meses".

La enfermera también me explicó que le harían un análisis de sangre antes de proceder. Que si encontrasen algún problema, me llamaría.

"Ok" Dije, pero en mi interior, me decía a mí mismo que sin un teléfono iban a tener algo complicado el contactarme.

Después, se puso a hablarme sobre el procedimiento en sí.

"Todo se hace bajo anestesia general, y normalmente no hay incidentes. Se hacen dos incisiones en el escroto para eliminar los testículos"

"Ouch, Bob" Dije alborotándole el pelo.

"Ven dentro de 6 horas, y si todo ha ido bien, podrás llevarte a Bob"

"Entonces, para las 4 y media?" Pregunté.

"Sí, a esa hora va bien, nos vemos luego entonces."

Le di a Bob un achuchón de despedida y salí a la calle. Afuera seguía lloviendo. Decidí ir a tocar a una estación de tren cercana, ya que no me daba tiempo ir a Covent Garden. Además allí estaría resguardado de la lluvia. Fue duro concentrarse mientras tocaba. Bob era un gato que había vivido toda su vida en la calle. Quién sabe si no tendría otros problemas... de vez en cuando se encontraban historias de perros y gatos que iban al veterinario por cualquier tontería y no volvían a salir. Traté de pensar en positivo y que todo iba a salir bien, aunque era dificil de hacer cuando estas bajo una gigantesca nube gris que te lanza agua sin parar.

El tiempo pasó muy, muy despacio. En cuanto el reloj marcó las 4:15, empecé a recoger. Hice el camino de vuelta andando a paso ligero.

"¿Cómo está? ¿Ha salido todo bien?" Dije a la enfermera.

"Está perfectamente. Nada de qué preocuparse" Contestó.

La enfermera me condujo hasta Bob. Era raro, pero nunca había estado tan preocupado por alguien en años. Encontré a Bob dentro de una jaula grande.

"Hola Bob, amigo, ¿Cómo estás?" Le dije.

Aún seguía algo aletargado y somnoliento. Al principio no me reconoció. Pero al cabo de un rato, empezó a volver en sí mismo y se puso a arañar los barrotes de la jaula, como diciendo "Sácame de aquí".

La enfermera me hizo firmar unas cuantas hojas más, y después examinó a Bob una vez más para asegurarse de que todo estaba bien. Fue muy amable con nosotros, a diferencia de nuestra primera experiencia en el veterinario.

"Estará algo hinchado y puede que tenga molestias durante un par de días" Dijo "Es algo normal, solo asegurate de que no hay ninguna secreción. Si encuentras algo raro, traelo de vuelta, pero estoy segura de que todo irá bien.

"¿Cuánto tiempo va a estar adormilado?" Le pregunté.

"Un par de días. Después volverá a ser el mismo de siempre. Depende de cada gato, pero en casi todos sucede antes de las 48 horas." Dijo

Iba a meter a Bob otra vez dentro de la cesta, cuando ella me detuvo.

"Creo que tengo algo más adecuado"

Se fue un momento y cuando volvió, traía un transportín de color azul.

"Oh, no importa, la cesta está bien" Dije.

"No pasa nada, tenemos cientos de ellas, puedes llevártela y otro día que pases por aquí, la traes"

No tenía ni idea de como podían acumular tantas. Quizá de gente que las olvida. O quizá pertenecían a gente que trajo a sus gatos y cuando volvieron descubrieron que nunca más las iban a necesitar... No quise pensar mucho en ello.

Era obvio que la operación había afectado a Bob. En el camino de vuelta, se mantuvo muy quieto, medio dormido. En el momento en que llegamos a casa y lo dejé salir, se fue derecho a su sitio favorito bajo el radiador, y durmió de un tirón toda la noche.

Me di el día libre al día siguiente para asegurarme de que iba a estar bien. El consejo de la veterinaria fue que debía ser vigilado unas 48 horas para asegurarse de que no había efectos secundarios.

Afortunadamente, estuvo bien. A la mañana siguiente estaba un poco más animado tras tomar su desayuno. Como la enfermera había predicho, no tenía el apetito de siempre, pero se comió medio plato de su comida favorita. También dio unos cuantos paseos por el piso, pero no con la energía de siempre.

Con el transcurso de los días, Bob volvía a ser el de siempre, a los tres días de la operación ya estaba zampándose su comida como siempre. Pude comprobar que a veces aún le dolía si hacía algún movimiento brusco, pero no fue a mayores.

No obstante, de vez en cuando aún le seguían entrando locuras transitorias.
 
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