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La vida de Gil-Casares dio un giro el día que conoció al empresario Carlo Clavarino. Este italiano, cuyo nombre no le dirá nada, era la mano derecha de Giovanni Alberto Agnelli, el heredero del grupo Fiat fallecido en 1997 a los 33 años, víctima de un tumor cerebral. “Me vio una noche en Pachá con mis amigas, eran las seis de la mañana. Se me acercó y me dijo: ‘Tú te crees la reina del mambo, pero no sabes nada de la vida. ¿Hablas italiano? Si aprendes mi idioma, te enseñaré el mundo”. A los seis meses Astrid llamó a Clavarino y le habló en italiano. El empresario cumplió su parte del trato. “Esta tarde a las ocho en Barajas. En la terminal privada”, le dijo. “Nos fuimos a pasar el fin de semana a Malindi, en Kenia. Un paraíso. No había cambio horario. Así que el lunes estaba de vuelta en la universidad”.
De la mano de Clavarino, su “mentor”, Astrid dio el salto internacional. Aviones privados, destinos paradisíacos, cenas en castillos, fiestas exclusivas... Pasó de moverse entre las grandes familias españolas a hacerlo entre las grandes familias europeas: los Rothschild, los Agnelli, los Habsburg, los Fürstenberg. “Conocí a gente con mucho poder. Empecé a leer sobre geopolítica y a enterarme de lo que pasaba en el mundo”.
Astrid no solo era joven, guapa, divertida. También sabía estar y hablaba muchos idiomas. “Siempre se me han dado bien. El francés y el español son mis lenguas maternas. El alemán lo aprendí porque me enamoré de un alemán y pensé que si hablaba su idioma me haría caso, pero no hubo manera”. Con su perro habla en francés: “Hoody, ça suffit!”, le regaña para que deje de ladrar. Con el servicio, un matrimonio asiático, se comunica en inglés. Con su chófer, en portugués. Sus tres hijas estudian en un colegio inglés y con ellas habla indistintamente en francés o en inglés. En español hablan con su padre.
Astrid luce vestido de Givenchy, zapatos de Jimmy Choo, anillos de diamantes de Wempe y reloj de diamantes de Chopard. ©Sofía Moro.
Durante esos años de juventud e inconsciencia todo era una fiesta. “En 1992, me fui tres meses a Moscú a ver a mi amigo [el príncipe] Aimón [de Saboya-Aosta, quien había montado allí unos negocios]. Era como Chicago en los años veinte. Llegabas a las discotecas y la gente sacaba los Kalashnikov. No sé por qué un día terminé cenando con Álvarez del Manzano, entonces alcalde de Madrid, en casa del alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov. Bebía vodka como si fuese agua. Bueno, qué va. Yo no soy capaz de beber tanta agua como ese señor vodka. Me hice su amiga y nos llevaba a su dacha [su casa de campo] a las afueras de la ciudad. Lo pasé genial”.
En Londres conoció a Del Pino. “Nos presentó Carlo Clavarino. Lo vi dos veces, en dos fiestas. Hablamos mucho, pero no pasó nada. Cada uno estaba en una relación”. En 2004, fue a verlo a Madrid por un tema de trabajo. “Y esa misma noche nos liamos”. Astrid pasó de comprar sus billetes de avión a disponer de jet privado. De conducir, a secas, a pilotar helicópteros. “No se me daba muy bien. Mi profe me decía: ‘Tú no aterrizas, tú aporrizas”.
Yo creo que esta señora, con todos mis respetos, tiene algún problema psicológico.
Ufff.... esto no lo había visto!! Tanta vacuidad en unas pocas líneas lleva a pensar que su desnorte es anterior al matrimonio. Corrijo lo dicho anteriormente. Me ha sorprendido, la verdad. La tenía por más "inteligente", que no lista. Lista lo es, y mucho.La vida de Gil-Casares dio un giro el día que conoció al empresario Carlo Clavarino. Este italiano, cuyo nombre no le dirá nada, era la mano derecha de Giovanni Alberto Agnelli, el heredero del grupo Fiat fallecido en 1997 a los 33 años, víctima de un tumor cerebral. “Me vio una noche en Pachá con mis amigas, eran las seis de la mañana. Se me acercó y me dijo: ‘Tú te crees la reina del mambo, pero no sabes nada de la vida. ¿Hablas italiano? Si aprendes mi idioma, te enseñaré el mundo”. A los seis meses Astrid llamó a Clavarino y le habló en italiano. El empresario cumplió su parte del trato. “Esta tarde a las ocho en Barajas. En la terminal privada”, le dijo. “Nos fuimos a pasar el fin de semana a Malindi, en Kenia. Un paraíso. No había cambio horario. Así que el lunes estaba de vuelta en la universidad”.
De la mano de Clavarino, su “mentor”, Astrid dio el salto internacional. Aviones privados, destinos paradisíacos, cenas en castillos, fiestas exclusivas... Pasó de moverse entre las grandes familias españolas a hacerlo entre las grandes familias europeas: los Rothschild, los Agnelli, los Habsburg, los Fürstenberg. “Conocí a gente con mucho poder. Empecé a leer sobre geopolítica y a enterarme de lo que pasaba en el mundo”.
Astrid no solo era joven, guapa, divertida. También sabía estar y hablaba muchos idiomas. “Siempre se me han dado bien. El francés y el español son mis lenguas maternas. El alemán lo aprendí porque me enamoré de un alemán y pensé que si hablaba su idioma me haría caso, pero no hubo manera”. Con su perro habla en francés: “Hoody, ça suffit!”, le regaña para que deje de ladrar. Con el servicio, un matrimonio asiático, se comunica en inglés. Con su chófer, en portugués. Sus tres hijas estudian en un colegio inglés y con ellas habla indistintamente en francés o en inglés. En español hablan con su padre.
Astrid luce vestido de Givenchy, zapatos de Jimmy Choo, anillos de diamantes de Wempe y reloj de diamantes de Chopard. ©Sofía Moro.
Durante esos años de juventud e inconsciencia todo era una fiesta. “En 1992, me fui tres meses a Moscú a ver a mi amigo [el príncipe] Aimón [de Saboya-Aosta, quien había montado allí unos negocios]. Era como Chicago en los años veinte. Llegabas a las discotecas y la gente sacaba los Kalashnikov. No sé por qué un día terminé cenando con Álvarez del Manzano, entonces alcalde de Madrid, en casa del alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov. Bebía vodka como si fuese agua. Bueno, qué va. Yo no soy capaz de beber tanta agua como ese señor vodka. Me hice su amiga y nos llevaba a su dacha [su casa de campo] a las afueras de la ciudad. Lo pasé genial”.
En Londres conoció a Del Pino. “Nos presentó Carlo Clavarino. Lo vi dos veces, en dos fiestas. Hablamos mucho, pero no pasó nada. Cada uno estaba en una relación”. En 2004, fue a verlo a Madrid por un tema de trabajo. “Y esa misma noche nos liamos”. Astrid pasó de comprar sus billetes de avión a disponer de jet privado. De conducir, a secas, a pilotar helicópteros. “No se me daba muy bien. Mi profe me decía: ‘Tú no aterrizas, tú aporrizas”.