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Arde la polémica en Hollywood porque la esposa de Michael Douglas le ganó a J. Lo el papel de la sanguinaria narcotraficante colombiana Griselda Blanco en la cinta The Godmother.

Ni siquiera después de muerta Griselda Blanco deja de suscitar discordias. Su halo pérfido, que marcó una época en la historia del narcotráfico, ahora deja su rastro en las altas esferas de Hollywood, donde dos de sus más grandes estrellas rivalizaron por interpretarla.
Apenas supo del proyecto, Jennifer López ambicionó con encarnar a la delincuente colombiana, de quien se dice que fue más despiadada que Pablo Escobar. Según le contó Bernard Koppes, productor ejecutivo de The Godmother, a The Sunday Times, ella “emprendió una campaña para obtener el papel porque pensó que así podría ganar el premio Óscar”. Su intenso lobby se basó en que era la más indicada para ser Griselda por sus raíces latinas. En efecto, la bella actriz, cantante y bailarina, nació en Nueva York en una familia de padres puertorriqueños, fue una de las primeras hispanas en llegar a la cima del star system y en merecer papeles protagónicos desligados de su origen.
Irónicamente, los productores del filme, cuyo rodaje se inicia en octubre en Puerto Rico, no la vieron como adecuada para interpretar a la colombiana “porque no tiene las calidades actorales para sacar este papel adelante”, señaló Koppes.
La elegida fue Catherine Zeta-Jones, nacida en Swansea, Gales, un lugar completamente ajeno a Colombia. No obstante, según el ejecutivo, además de ser mejor actriz que López, la esposa de Michael Douglas “luce sorprendentemente latina. Actuó en La máscara del Zorro (como la mexicana Elena De la Vega), al igual que en Traffic, en la cual hizo de la esposa de un capo de la droga, de manera que el mundo de The Godmother no es nada desconocido para ella”.
La elección no solo dejó con los crespos hechos a Jennifer, sino que levantó un polvorín entre la comunidad latina de Hollywood, la cual ve en ello un nuevo caso de “whitewashing” o blanqueamiento, una expresión que se usa allí para denunciar discriminación racial en el reparto de una producción.
Cronistas estadounidenses de origen hispano como Soraya McDonald, del Washington Post, anotaron que el rol de Blanco merece a una artista latina como Salma Hayek, Eva Longoria o Catalina Sandino. Además, puso en tela de juicio a Catherine Zeta-Jones, ya que no es muy buena para los acentos, como se vio en La máscara del Zorro. “A lo largo de su carrera, el dejo de sus personajes ha oscilado entre británico y estadounidense-británico y, por lo tanto, si da en el clavo con el colombiano de Griselda, será un verdadero golpe”, escribió la periodista.
La polémica, de otra parte, refleja la excitación que despierta esta criminal en Hollywood, comparable a la que aún suscita Pablo Escobar, y no es para menos, pues tuvo una vida que cualquier guionista catalogaría como de película. Hija de una prost*t*ta, Griselda Blanco volvió a ser noticia en 2012 tras ser asesinada en una carnicería de Medellín por un viejo enemigo de sus andanzas de los años setenta y ochenta, cuando fue la mujer más poderosa y temida del narcotráfico.
De su natal Cartagena, donde vino al mundo en 1943, emigró muy joven a Medellín. Allí conoció a su primer esposo, apodado Darío Pestañas, quien pronto la dejó viuda. Varios libros y reportajes señalan que cuando Pablo Escobar era un aprendiz de contrabandista, ella se hizo rica de la noche a la mañana llevando cocaína a Miami, a base de trucos como esconderla en las suelas y tacones de los zapatos. A mediados de los años setenta operaba tanto en Florida como en Nueva York y al tiempo que crecía su negocio se perfeccionaba la sofisticación de su maldad, que alimentó la leyenda: Griselda daba opulentos ágapes con orquestas y ríos de bebidas, en los que asesinaba a los secuaces sospechosos de traición, luego de lo cual exclamaba: “¡Que siga la fiesta!”, como si nada. De su sangre fría, con la que combatió a sus rivales en el hampa, ni siquiera se salvaron sus amores: con su tercer marido, Alberto Bravo, se batió a tiros y lo mató, lo mismo que a su amante Jesús Castro. El segundo esposo falleció en extrañas circunstancias, pero nunca se logró comprobar si ella estuvo detrás de ello. En 1985, luego de tres lustros de persecución, fue puesta en prisión en Estados Unidos hasta que en 2004 fue liberada y deportada a Colombia. En Medellín optó por llevar un bajo perfil, hasta que murió, del mismo modo violento en que había vivido. Ahora, la última pelea por su causa se libra en el mismísimo Hollywood, fascinado con su escabrosa historia.


Ni siquiera después de muerta Griselda Blanco deja de suscitar discordias. Su halo pérfido, que marcó una época en la historia del narcotráfico, ahora deja su rastro en las altas esferas de Hollywood, donde dos de sus más grandes estrellas rivalizaron por interpretarla.
Apenas supo del proyecto, Jennifer López ambicionó con encarnar a la delincuente colombiana, de quien se dice que fue más despiadada que Pablo Escobar. Según le contó Bernard Koppes, productor ejecutivo de The Godmother, a The Sunday Times, ella “emprendió una campaña para obtener el papel porque pensó que así podría ganar el premio Óscar”. Su intenso lobby se basó en que era la más indicada para ser Griselda por sus raíces latinas. En efecto, la bella actriz, cantante y bailarina, nació en Nueva York en una familia de padres puertorriqueños, fue una de las primeras hispanas en llegar a la cima del star system y en merecer papeles protagónicos desligados de su origen.
Irónicamente, los productores del filme, cuyo rodaje se inicia en octubre en Puerto Rico, no la vieron como adecuada para interpretar a la colombiana “porque no tiene las calidades actorales para sacar este papel adelante”, señaló Koppes.
La elegida fue Catherine Zeta-Jones, nacida en Swansea, Gales, un lugar completamente ajeno a Colombia. No obstante, según el ejecutivo, además de ser mejor actriz que López, la esposa de Michael Douglas “luce sorprendentemente latina. Actuó en La máscara del Zorro (como la mexicana Elena De la Vega), al igual que en Traffic, en la cual hizo de la esposa de un capo de la droga, de manera que el mundo de The Godmother no es nada desconocido para ella”.
La elección no solo dejó con los crespos hechos a Jennifer, sino que levantó un polvorín entre la comunidad latina de Hollywood, la cual ve en ello un nuevo caso de “whitewashing” o blanqueamiento, una expresión que se usa allí para denunciar discriminación racial en el reparto de una producción.
Cronistas estadounidenses de origen hispano como Soraya McDonald, del Washington Post, anotaron que el rol de Blanco merece a una artista latina como Salma Hayek, Eva Longoria o Catalina Sandino. Además, puso en tela de juicio a Catherine Zeta-Jones, ya que no es muy buena para los acentos, como se vio en La máscara del Zorro. “A lo largo de su carrera, el dejo de sus personajes ha oscilado entre británico y estadounidense-británico y, por lo tanto, si da en el clavo con el colombiano de Griselda, será un verdadero golpe”, escribió la periodista.
La polémica, de otra parte, refleja la excitación que despierta esta criminal en Hollywood, comparable a la que aún suscita Pablo Escobar, y no es para menos, pues tuvo una vida que cualquier guionista catalogaría como de película. Hija de una prost*t*ta, Griselda Blanco volvió a ser noticia en 2012 tras ser asesinada en una carnicería de Medellín por un viejo enemigo de sus andanzas de los años setenta y ochenta, cuando fue la mujer más poderosa y temida del narcotráfico.
De su natal Cartagena, donde vino al mundo en 1943, emigró muy joven a Medellín. Allí conoció a su primer esposo, apodado Darío Pestañas, quien pronto la dejó viuda. Varios libros y reportajes señalan que cuando Pablo Escobar era un aprendiz de contrabandista, ella se hizo rica de la noche a la mañana llevando cocaína a Miami, a base de trucos como esconderla en las suelas y tacones de los zapatos. A mediados de los años setenta operaba tanto en Florida como en Nueva York y al tiempo que crecía su negocio se perfeccionaba la sofisticación de su maldad, que alimentó la leyenda: Griselda daba opulentos ágapes con orquestas y ríos de bebidas, en los que asesinaba a los secuaces sospechosos de traición, luego de lo cual exclamaba: “¡Que siga la fiesta!”, como si nada. De su sangre fría, con la que combatió a sus rivales en el hampa, ni siquiera se salvaron sus amores: con su tercer marido, Alberto Bravo, se batió a tiros y lo mató, lo mismo que a su amante Jesús Castro. El segundo esposo falleció en extrañas circunstancias, pero nunca se logró comprobar si ella estuvo detrás de ello. En 1985, luego de tres lustros de persecución, fue puesta en prisión en Estados Unidos hasta que en 2004 fue liberada y deportada a Colombia. En Medellín optó por llevar un bajo perfil, hasta que murió, del mismo modo violento en que había vivido. Ahora, la última pelea por su causa se libra en el mismísimo Hollywood, fascinado con su escabrosa historia.