The Bee Gees

Una historia agridulce y el talento de los Bee Gees: “Fiebre de sábado por la noche”, la película que le alargó la vida a la música disco
Con un joven John Travolta como protagonista y filmado en Brooklyn, el largometraje produjo un quiebre tanto en la historia del actor como en la del barrio neoyorkino, que nunca volvieron a ser los mismos

Por Marianela Insua Escalante
15 de diciembre de 2019


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Película "Fiebre de sábado por la noche" (Foto: Shutterstock)

En dos líneas, el sitio con la base de datos sobre películas más completo de internet, resume el suceso cinematográfico que hace 42 años cambió para siempre la vida de John Travolta y, por qué no, de la música disco. “El empleado de una tienda de pintura de Brooklyn usa un traje blanco y se convierte en el rey de la disco local”. Así de simple puede describirse a Fiebre de sábado por la noche, como si fuera un juego de esos en los que hay que adivinar cuál es la película sin decir el nombre. Detrás de esa descripción minimalista hay muchas historias y mucha música, de esas que marcan una época y terminan de conformar un mito.

Fiebre de sábado por la noche se filmó en 1977 y tiene como base un artículo periodístico falso. La película está inspirada en “Ritos tribales del nuevo sábado por la noche”, una nota firmada por el periodista británico Nik Cohn y publicada en la revista New York Magazine en junio de 1976. Allí, el protagonista era Vincent, un talentoso bailarín amateur, el origen del famoso Tony Manero que finalmente interpretó John Travolta. Tiempo después, el mismo cronista confesó que la historia era inventada, pero que esos modos del bailarín sí eran reales, aunque creía haberlos visto en un muchacho mod que había conocido en Londres en la década del 60. Nada que ver.

El show debe continuar

Los errores, los contratiempos y las mentiras, fueron tan bien aprovechadas durante la filmación, que nadie hubiera creído que eran producto del azar. Pero sí. Así como John Travolta era Tony Manero, Karen Lynn Gorney era Stephanie Mangano, y los dos la pareja de baile más sexy y conectada del mundo. Esa afinidad entre ambos actores fue necesaria en la escena en la que bailan juntos, casi una hora después de comenzada la película, e improvisan una especie de tango con danza jazz. Realmente improvisaron ya que se supo tiempo después, que ese día el coreógrafo no había estado presente en el set de filmación y que tuvieron que hacerlo todo ellos solos.








Escena de Tony y Stephanie improvisando la coreografía en Fiebre de sábado por la noche



El director John Badham soñaba con un traje negro para su protagonista, algo elegante y sobrio y dio la orden de que así lo realizaran. Badham no pudo concretar su deseo ya que la diseñadora de vestuario Patrizia Von Brandenstein tenía otros planes para la ropa de gala de Tony. La vestuarista se dio cuenta de que el traje tenía que ser blanco, por un lado, para marcar esa conversión a la luz de ese personaje medio triste (un chico común, con una vida simple y un trabajo aburrido) y también por una cuestión práctica, no hay manera de hacer buenas imágenes de traje oscuro en una discoteca.

El traje que se iba a convertir en un símbolo de la época, fue elegido por Von Brandenstein y Travolta en una tienda de ropa económica masculina del barrio. Ese día compraron tres trajes iguales para cambiarse cuando transpiraba, o por si se ensuciaba. Uno de los trajes se lo quedó el actor, que lo subastó en un evento de caridad por 2 mil dólares a alguien que después lo terminó vendiendo en 145 mil.

La armonía en el set de filmación entre actores y equipo técnico escondía una gran tristeza. En medio de esa experiencia profesional que lo terminaría elevando al estrellato, John Travolta vivía un terrible drama personal. Cuando grababa la película de televisión The Boy in the Plastic Bubble, John conoció a Diana Hyland, una actriz que interpretaba a su madre, y comenzaron a salir. Estaban de novios cuando Hyland se enfermó de golpe, tenía 41 años y le diagnosticaron cáncer de mama. La operaron, pero no sobrevivió y Travolta tuvo que abandonar la filmación de Fiebre de sábado por la noche y volar de inmediato a Los Ángeles para estar con ella hasta su último suspiro. Después de ese revés emocional, el actor retomó su trabajo en Brooklyn y continuó con el mismo profesionalismo hasta el final del rodaje.

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John Travolta en "Fiebre de sábado por la noche" (Foto: Shutterstock)

Fue una buena decisión seguir adelante, sin saberlo John estaba siendo parte de un hito en la historia del cine. Aunque se lanzó en diciembre de 1977, se convirtió enseguida en una de las películas más vistas de ese año y del siguiente, facturando millones. En un primer momento se estrenó calificada en Estados Unidos como R, de “Restricted”, solo para mayores de 17 o 18 años, o menores de esa edad acompañados de un adulto. Pero en marzo de 1979, fue relanzada en una versión PG que significa “Control de Padres Sugerido”. Con menos violencia y casi nada de s*x*, esta versión recaudó otros 8.9 millones de dólares, una cifra altísima para la industria en esa época. Las dos versiones llegaron al VHS y al laserdisc, ya convertidas en clásicos.

La banda de sonido de una época

No cabe en la cabeza de nadie preguntarse qué sería de Fiebre de sábado por la noche sin la música de los Bee Gees. De solo pensarlo todo se torna muy triste, como una discoteca cuando se hace de día y prenden las luces blancas. Lo cierto es que la mayor parte de la película ya había sido filmada cuando el productor musical, devenido en productor cinematográfico, Robert Stigwood le pidió a los Bee Gees que escribieran las canciones. Al parecer, los hermanos Barry, Robin y Maurice Gibb no estaban al tanto de la trama del film cuando se pusieron a trabajar en el proyecto. Incluso para el himno bolichero “Stayin´ Alive” trabajaron en una composición que ya tenían.

Saturday Night Fever vendió más de 15 millones de copias solo en los Estados Unidos y se convirtió en la banda sonora más exitosa de todos los tiempos, hasta que años más tarde fue destronada por El Guardaespaldas. John Travolta es un especialista en conseguirse buenas bandas sonoras, ya que otra de las más vendidas de la historia fue Grease, la peli en la que él también actúa y baila. La música disco había sido muy popular durante la década del 70 y cuando Fiebre… aparece en 1977, ya estaba empezando a decaer. La película y su simbología le dieron un empujón al estilo que se mantuvo, con los Bee Gees como abanderados, hasta entrada la década del 80.

Brooklyn, el otro protagonista

La música y los lugares hicieron de esta película, un clásico. Y no sería lo mismo sin Brooklyn, el barrio de Nueva York en donde todo sucede. Cuatro décadas después, y en esas mismas calles en donde fue Tony Manero, John Travolta recibió un homenaje. En la puerta de la pizzería Lenny’s, donde el protagonista de la peli compraba dos porciones de pizza que se iba comiendo por la calle, se celebró el año pasado el Día de John Travolta.





Se inaugura en Brooklyn, el Día de John Travolta



El actor volvió al lugar donde filmó hace tantos años convertido en un hombre maduro, pero con un simpático guiño: llegó vestido con camisa negra y saco blanco. Aunque John es de Nueva Jersey, agradeció emocionado la distinción. “Brooklyn ha estado en mi ADN desde Welcome Back, Kotter”, dijo, en referencia a una serie en la que participó antes que Fiebre…. Y concluyó: “Los amo a todos muchísimo. Gracias por darme una base para mi carrera”.

“La película Saturday Night Fever llevó a la pista de baile a millones de estadounidenses al ritmo de la música disco”, dijo el 12 de junio de 2018, el senador por el estado de Nueva York, Marty Golden. El político destacó que Travolta “cambió para siempre la cultura de Brooklyn y la de los Estados Unidos, tanto en la moda como en la música”. Aunque quiso ser grandilocuente, Golden se quedó corto. La cultura mundial fue la que cambió para siempre y en cada barrio de la ciudad más remota, con o sin música disco, seguirá habiendo miles de chicos y chicas que, como Tony Manero con su traje blanco, abandonan cada noche su disfraz de persona corriente para convertirse, a su modo, en los reyes y reinas de la pista.






"Fiebre de sábado por la noche": John Travolta baila la música de Bee Gees
 
La noche en que la tragedia golpeó a los Bee Gees: la muerte del hermano que luchaba por dejar el alcohol
Hace 17 años Maurice Gibb falleció de manera repentina a los 53 años. Fue el cerebro musical de una de las bandas más exitosas de la historia, el que manejaba los egos, el líder silencioso. Fue mientras asistía a Alchólicos Anónimos y buscaba escapar del tobogán de la decadencia y la perdición

Por Susana Ceballos y Pablo Andisco
12 de enero de 2020


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La muerte de Maurice Gibb hace 17 años puso punto final a la formación histórica de los Bee Gees (Shutterstock)

La muerte de Maurice Gibb hace 17 años puso punto final a la formación histórica de los Bee Gees, uno de los grupos más exitosos de la música pop de la segunda mitad del siglo pasado y, también, de los más golpeados por la tragedia.

Su compañero de grupo y mellizo Robin falleció nueve años después; mientras que en 1988 había partido Andy, el menor de la familia, cuando apenas tenía 30 años y amagaba unirse a la banda.

Mientras estuvieron vigentes, los Gibb dominaron la industria de la música, rompieron récords en los charts y vendieron discos al ritmo de Los Beatles y Michael Jackson. Pero como asegura el dicho “la fama cuesta” y su vida lo demuestra.

A primera vista Barry, el mayor de los Gibb, fue el indiscutido líder de los Bee Gees, el responsable del falsetto que caracterizó a la banda en su etapa más popular y el principal compositor. Luego, aparece Robin, segundo cantante y reconocible en clips y actuaciones en vivo por sus anteojos azulados. El tercer lugar lo ocupa Maurice, “!Mo” para sus hermanos y amigos, el líder silencioso, el cerebro musical, el multiinstrumentista y el mediador de egos, una especie de George Harrison de los Gibb. Ese que ocultaba bajo su sombrero, su sonrisa y su calma casi zen, una vida de excesos y bohemia que le cobraría pronto factura.



Al igual que sus compañeros de banda, Maurice nació en Douglas, capital de la Isla de Man, un 22 de diciembre de 1949. En esa tierra, dependiente de la corona británica y situada en el Mar de Irlanda, llegó al mundo 35 minutos después que su mellizo Robin y tres años luego de Barry. Allí se había mudado el matrimonio formado por Hugh Gibb y Barbara Pass, junto a su pequeña hija Lesley, en busca de un mejor porvenir en la Europa de la posguerra.



Barry, Maurice y Robin Gibb volvieron a Inglaterra desde Australia, donde tenían una carrera exitosa, dispuestos a ser profetas en su tierra. Bastó una audición para que un manager fichara con un contrato por 5 años y solo necesitaron un álbum, Bee Gees’ 1st (1967), para posicionarse en la escena global post beatlemanía (Shutterstock)

En 1955, los Gibb volvieron a Manchester. Con el tiempo llegó Andy, su hijo menor, y allí empezó el mundo real para Maurice. La música estaba en la familia, además de buscavidas, papá era baterista y lideraba una orquesta y mamá oficiaba de corista. La música fue entonces su juego favorito, su compañera de vida, el pacto de sangre que hizo Barry y Robin hasta que los separó la muerte.

Todo empezó una tarde en la que los hermanos cantaban melodías de los Everly Brothers. Con el oído acostumbrado de tantos años de escenarios, Hugh sintió que en sus hijos podía haber talento. Con 8 años recién cumplidos, Mo debutó junto a sus hermanos Barry y Robin y dos amigos del barrio en The Rattlesnakes, un grupo que tocaba un poco de skiffle y otro poco de rock and roll, lo que hacían todos los grupos entonces en Gran Bretaña. Hasta que otra mudanza iba a marcar el destino de la familia: Brisbane, Queensland, Australia, al otro lado del mundo.

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A mediados de los ’60, y con una carrera exitosa en Australia, los Gibb volvieron a Inglaterra dispuestos a ser profetas en su tierra. Hugh le mandó un demo de sus hijos a Brian Epstein, manager de los Beatles, quien lo derivó a Robert Stigwood. Bastó una audición para que los fichara con un contrato por 5 años y solo necesitaron un álbum, Bee Gees’ 1st (1967), para posicionarse en la escena global post beatlemanía.

Por entonces tuvo lugar una de las leyendas más populares del Swinging London. La flema británica se había puesto technicolor y los pubs, galerías de arte, librerías y teatros latían al ritmo de la música pop. En uno de sus bares, Maurice es sorprendido por la visita de John Lennon, que llegaba con el traje verde lima en tiempos de Sgt. Pepper’s. Todavía incrédulo, Maurice lo saluda y John le recomienda un trago. Scotch con bebida cola, un clásico. “Me hubiera convidado cianuro y lo hubiera aceptado igual”, reconocería luego el joven, evidenciando la idolatría por uno de sus héroes. La cuestión es que el popular whiscola le gustó demasiado y con el tiempo le traería graves problemas.

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Fue su histórico manager Stigwood quien les propuso hacer la música de una película que se planteaba narrar la escena de la música disco, inmortalizada como la Fiebre de sábado por la noche. El disco vendió más de 30 millones de copias y sus canciones sonaron en las radios y en las pistas de todo el planeta (Shutterstock)

La bohemia londinense enamoró al menor de los hermanos y empezó a frecuentar bares y fiestas, donde se cruzaba con celebrities como el actor Michael Caine o el Príncipe Carlos. También se juntaba ocasionalmente a zapar con su vecino Ringo Starr. En ese clima mágico de fin de la década conoció a su primera esposa, la cantante escocesa Lulú. Se vieron por primera vez en el programa de televisión Top of the Tops y empezaron a salir después de un concierto de Pink Floyd en Londres.

Se casaron en febrero de 1969, con el coro de tres mil fanáticos de fondo, aunque el ritmo de vida no cambió. Podían ser las tres de la mañana que sonaba el timbre y del otro lado de la puerta aparecía Rod Stewart o David Bowie. Era una invitación que no podía rechazar. Si no había algún bar abierto, ellos lo encontrarían.

Mo empezó a vivir con peligro los clichés de la estrella de rock. En cuatro días podía comprarse un Rolls-Royce, un Bentley y un Aston Martin. “Pensábamos que éramos fabulosos, el rey y la reina del mundo”, confesaría Lulu tiempo después. Aunque la carroza se hizo calabaza cuatro años más tarde, algo que en retrospectiva parecía natural. “Éramos dos jóvenes estrellas del pop destinadas a vivir cada uno su propio camino”, reconoció la cantante.

Mientras, se vivían momentos de tormenta dentro de una banda en la que los egos estaban haciendo estragos. Robin se sintió desplazado e inició su carrera solista. A fin de 1969, Barry y Maurice anunciaban al mundo la separación de los Bee Gees, una medida que duró menos de un año. Los primeros ’70 fueron rutinarios y la banda tocaba cada vez para menos público. Se necesitaba un golpe de timón, que llegó bajo las luces de neón y las bolas de espejos.

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Los Bee Gees con John Travolta en 1979 (Shutterstock)

América siempre había sido el sueño de los hermanos Gibb. Así lo contaron en una de las últimas entrevistas que dieron juntos. Su primera avanzada había sido a finales de los ‘60, aprovechando el camino que habían abierto Los Beatles. Tuvo que pasar una década para que conquistaran definitivamente la tierra prometida. Para ello, viraron su sonido hacia la música negra, afianzando su tendencia soulera, poniéndose a la vanguardia de la música disco y apelando por primera vez al falsetto de Barry, la indiscutible marca registrada de la banda.

Fue su histórico manager Stigwood quien les propuso hacer la música de una película que se planteaba narrar la escena de la música disco, inmortalizada como la Fiebre de sábado por la noche. El disco vendió más de 30 millones de copias y sus canciones sonaron en las radios y en las pistas de todo el planeta. Mo ya era un músico todoterreno, dominaba el bajo, la guitarra, los teclados y era responsable de la mayoría de los arreglos, aunque los flashes apuntaran en otras direcciones.

Fue en esa época que Maurice pudo encarrilar por un rato su agitada vida. En 1975 se casó con Yvonne Spenceley y tuvo dos hijos, Adam y Samantha. Se afincaron en una mansión en Miami, en tanto el grupo alternaba buenos discos con algunos fracasos. Los 80 los encontró más enfocados en composiciones para terceros que en material propio, aunque nunca dejaron de dominar los charts, escribiendo para Diana Ross, Dolly Parton o Barbra Streissand.

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Durante unos años Maurice pudo encarrilar por un rato su agitada vida. En 1975 se casó con Yvonne Spenceley y tuvo dos hijos, Adam y Samantha. Se afincaron en una mansión en Miami, en tanto el grupo alternaba buenos discos con algunos fracasos (Shutterstock)

Todo parecía marchar bien hasta que en 1988, Andy, el menor de los Gibb, falleció poco después de cumplir treinta años por un infarto de miocardio producto de su adicción a la cocaína.

Fue un golpe durísimo para los hermanos, y Maurice buscó consuelo en su vieja amiga, la bebida. Volvió a frecuentar bares y su conducta se hizo cada vez más difícil de sobrellevar para la familia.

Un día se encontró solo en su mansión de Miami. Su esposa e hijos habían salido entonces bebió como nunca, o como tantas otras veces, pero perdió el control. Cuando su familia regresó, lo encontró ensangrentado blandiendo una de las armas de su colección. Yvonne subió a sus hijos al auto y se marchó de inmediato. Al día siguiente no recordaba nada de lo sucedido.

Fue una situación límite, en la que Maurice vio el abismo y prefirió no saltar. Cuando decidió afrontar el problema, le pidió a su hija Samantha que lo acompañara a su habitación donde guardaba el arma. Se la dio y le pidió que la arrojara lo más lejos que pudiera. La niña se acercó al mar y tiró la pistola. El paso siguiente fue asistir a las reuniones de alcohólicos anónimos. Claro que el anonimato no representaba a uno de los músicos que más discos vendió a lo largo de la historia. Los vagabundos lo reconocían y él los saludaba con el mismo trato que le había dado a las grandes estrellas del rock and roll.

Asumir su alcoholismo y enfrentarlo fue el motivo decisivo para que la familia Gibb volviera a ser tal en la mansión de Miami. Maurice e Yvonne renovaron sus votos matrimoniales y la banda volvió una vez más como el ave fénix. La gira One nigth only, los devolvió a la cima de los rankings. En 2001 el grupo publicó This Is Where I Came, un álbum reflexivo y maduro con el que abrían las puertas al nuevo milenio.

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Asumir su alcoholismo y enfrentarlo fue el motivo decisivo para que la familia Gibb volviera a ser tal en la mansión de Miami. Maurice e Yvonne renovaron sus votos matrimoniales y la banda volvió una vez más como el ave fénix. La gira One nigth only, los devolvió a la cima de los rankings (Shutterstock)

Florida, 23 de febrero de 2002, Barry y Maurice están sobre el escenario y cantan canciones de The Everly Brothers. Sí, como 50 años atrás, cuando eran unos niños y jugaban a ser sus ídolos. Agregan al repertorio algo de los Beatles, de Elvis, de Roy Orbison. De repente aparece Robin y el público delira. Se suceden los hits de los Bee Gees, esas que sabemos todos, que bailamos todos y que quedarán para siempre en la banda de sonido de la música disco. Nadie podía imaginar que ese marco informal y benéfico fue la última vez que tuvo a los tres Bee Gees sobre un escenario.

Maurice empezó el 2003 con algunos dolores estomacales. Al principio no le dio mayor importancia, pero se volvieron severos y tuvo que ser internado de urgencia. Le diagnosticaron una grave obstrucción intestinal y le ordenaron una operación inmediata. A su lado, su esposa Yvonne y sus hijos Adam y Samantha le daban fuerzas, aún cuando sabían que la batalla estaba perdida. Su mellizo Robin voló desde Gran Bretaña y llegó a tiempo para despedirse. La madrugada del 12 de enero, un ataque cardíaco terminó con la vida del menor de los Bee Gees. Tenía apenas 53 años.

Sus hermanos lo recordaron en televisión con palabras sinceras y emocionadas. “Maurice desarrolló un rol esencial en la composición y grabación de las canciones de la banda”, dijo Barry además de destacar su rol de mediador entre dos hermanos ambiciosos y de reconocer su amabilidad y simpatía con los fans de todo el mundo.

Al mismo tiempo, sin dar crédito todavía a lo sucedido, apuntaron contra el hospital. “Se cometieron errores, se perdió tiempo, tiene que haber un responsable y éste tendrá que rendir cuentas por la muerte de Maurice”. Fue más bien una catarsis, la impotencia ante lo inesperado.

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La madrugada del 12 de enero, un ataque cardíaco terminó con la vida del menor de los Bee Gees. Tenía apenas 53 años (Shutterstock)

Desde entonces, Barry y Robin fueron y volvieron con los Bee Gees, pero la banda nunca volvió a ser la misma. Hasta que en 2012, la muerte de Robin dejó al hermano mayor como único sobreviviente.

Visto en retrospectiva casi como un epitafio, uno de los dos temas que canta Maurice en el último álbum de los Bee Gees es Man in the middle, el hombre en el medio. “Soy el hombre en el medio de un plan complicado. Nadie me muestra la luz. Estoy cansado de la batalla, pero recién empecé a pelear”.

La vida lo dejó fuera de combate de manera repentina, casi a traición, pero quedó su inmenso legado musical. Su liderazgo silencioso, su amabilidad dentro y fuera de la banda y su capacidad de pelear una y otra vez hasta que el cuerpo no pudo más.

Simpático, juerguista, amante del paintball, equilibrista de egos. Se fue de este mundo hace 17 años pero cada vez que su música suena y la fiebre del sábado por la noche se vuelve a sentir, su vida se hace eterna.

 

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