Testigo Impertinente.Carmen Rigalt.15/01/2017.

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TESTIGO IMPERTINENTE

CARMEN
RIGALT

15/01/2017

Aznar pierde el bigote aquejado de alopecia
DE LA GUERRA, A LA BODA EN EL ESCORIAL

Aznar apuntaba buenas maneras cuando llegó al Gobierno, pero le traicionaron sus complejos
Faes es la fundación desgajada del PP, donde se ha refugiado para fomentar su protagonismo
Salió de Moncloa por la puerta de atrás y dijimos que nunca volvería a ser el mismo, pero nos equivocamos




Entre los hombres que aman el silencio y los que rajan por los codos a veces solo media una palabra: la que pronuncia Aznar cuando le sale al encuentro una contrariedad con el nombre de Mariano Rajoy, el hombre al que un día designó sucesor y ahora desoye sus directrices. Aznar pensaba que Rajoy le saldría dócil, por eso lo prefirió a él antes que a Rato. Desde que Mariano entró a formar parte del clan de los elegidos no ha hecho sino oídos sordos a los continuos mandamientos de Aznar. Era difícil que se llevaran bien porque tenían caracteres opuestos. Aznar apuntaba buenas maneras cuando llegó al Gobierno, pero le traicionaron sus complejos. Era el típico bajito que se creía Napoleón.

Caminaba estirando el cuello, como si a fuerza de estirar pudiera crecer un palmo. No creció nada, pero se esponjó por dentro. Echaba los hombros hacia atrás y los movía con pija desgana, como si tuviera las bisagras flojas. Antes de caer en esa prepotencia existencial había llevado un casco de gomina pegado al cráneo y un bigote espeso y negro que parecía trazado con regla.

Fue en esa época cuando comenzó su afición a la gimnasia y logró la primera tableta. Tenía dos preparadores. Uno, Lombao, le ayudaba a correr , y otro Santonja, se encargaba de la administración oral de algunos compuestos. Aquel verano, las revistas del ramo le eligieron como uno de los mejores cuerpos de Europa. Aprendió looks de play boy, a buen seguro copiados de Briatore: pulseras, greñas, pareos. Despojado de masa muscular, se vió tan estupendo que no ha vuelto a probar bocado.

Superadas las primeras resistencias, Aznar regresó a la vida de consejero magnífico, un honor equivalente al que ostenta Felipe González, quien de vez en cuando necesita descender entre los mortales para reñirles. También Aznar recupera así su poderío, aunque luce más esmirriado que nunca. Su rostro tiene poca movilidad gestual, y el bigote le ha desaparecido, víctima de una fulminante alopecia.

Aznar habló el jueves de nuevo, y lo hizo como cuando en el Sinaí Yavé entregó las tablas de la ley a Charlton Heston, y luego bajó y dio un briefing para contarlo. En este caso el briefing fue en Faes, la fundación desgajada del PP, donde se ha refugiado Aznar para fomentar su protagonismo. Días antes, unos militantes le habían preguntado si pensaba fundar un partido nuevo y, apretando el labio leporino, respondió: «Yo tengo ya un partido, no necesito fundar nada».

Aquello me recordó la frase lapidaria del dinosaurio jefe, Manuel Fraga Iribarne. «La calle es mía», dijo en cierta ocasión cortando por lo sano. La frase quedó registrada para la posteridad. Claro que antes, un rey francés también se había puesto chulo diciendo «el Estado soy yo» y no se le movió un pelo del bigote. Con Aznar ocurre tres cuartos de lo mismo. El partido no es suyo, pero casi.

Resumiendo: el jueves concretamente tenía lugar la puesta de largo de la nueva Faes y allá que fue la prensa canalla en masa, como si se tratara de una presentación de las Campos, con Gallardón en el papel de Bigote Arrocet.

Entre los asistentes también estaban Ana Botella, Esperanza Aguirre y Joseph (¡maldito Word!) Piqué, sin Gloria Lomana del bracete. Aznar avanzó con paso decidido («¡A mí la Legión!», que se decía antes) y mostró un sonrisa deshuesada y amarilla. Cuando salió de Moncloa por la puerta de atrás dijimos que nunca volvería a ser el mismo, pero nos equivocamos. Aznar ha vuelto más esmirriado, pero también más crecido. El crecimiento se lo debe a Rajoy, convertido en pesadilla de sus frustraciones mal curadas (las de Aznar, se entiende). Llegaron también, casi de la mano, Javier Maroto y Andrea Levy, vicesecretarios generales del partido. Era una visita de cortesía, pero eché en falta que llevaran en la mano un paquetito de embassy para celebrar el reencuentro. Pablo Casado, más aznarista que los dos anteriores, se quedó en Génova haciendo deberes. Para Rajoy, la fidelidad de Casado a Aznar es como la prueba del algodón. Una garantía.

Aznar no tiene tan buen tino. Mete la pata en cuestiones colaterales y deja su imagen hecha un cristo. Baste con recordar tres o cuatro episodios que ponen en entredicho toda su carrera (sin contar la guerra de Irak, que en sí misma tiene un efecto totalizador). El momento que marca el comienzo de la decadencia de Aznar es la boda de su hija Ana con el cachorro Agag en El Escorial, una boda que viajó de los ecos de sociedad a las páginas de sucesos. Durante muchos años, la boda Agag-Aznar ha tenido que sonrojar a toda la familia. Menos trascendente, pero igualmente significativa fue la visita de José María Aznar al rancho de Bush, de donde regresó poniendo los pies encima de la mesa y hablando como Cantiflas y los Morancos. De ahí quedó una frase tan famosa como la del catalán en la intimidad: «Estamos trabajando en ello».







Dicen que ha abandonado su puesto como presidente de honor del partido para no sumarse a la aclamación que aguarda a Rajoy en el próximo congreso del partido. Rajoy no es un líder carismático ni indiscutible, pero la jugada le está saliendo redonda y Europa le colgará pronto la medalla de campeón de la estabilidad.

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