Simeón de Bulgaria entrevistado por Vanity Fair España

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Simeón de Bulgaria: "El rey me comunicó que iba a abdicar seis meses antes"
Llegó a España en 1951, pasó 50 años en el exilio antes de presentarse y ganar unas elecciones democráticas en su país. Ahora que publica sus memorias, entrevistamos a Simeón de Bulgaria.
Por PALOMA SIMÓN

4 de noviembre de 2016 / 11:04

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En la revista

Realeza
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Decirle a alguien 'No te voy a recibir’ no me parece bien... Aún no ha llegado el día en el que me despierte diciendo ¡uy, qué aburrimiento, a ver qué voy a hacer hoy! Pero a mi edad ya debería estar retirado”, me confiesa Simeón de Bulgaria (Sofía, 1937) .

Su agenda arde y sus jornadas están repletas de viajes y citas con compatriotas, políticos o diplomáticos. Vestido con chaqueta de tweed y pantalones sport, aparenta sin duda menos años de los que tiene (79). Me recibe con un apretón de manos y me ofrece un refresco antes de repasar su vida entre reflexiones, risas y silencios elocuentes. Testigo privilegiado de la II Guerra Mundial, la Guerra Fría, la caída del Muro o la Transición española, me contará qué significó para él recibir tratamiento de Majestad a los seis años tras la repentina muerte de su padre, Boris III. Cómo vivió dos años recluido en el palacio real hasta que partió hacia el exilio con su madre. El impacto que supuso desembarcar en Alejandría y las balas de la Guerra Civil que vio en los pocos edificios que rodeaban su casa de Madrid cuando se instaló en la España de Franco “por casualidad, como muchas cosas que ocurren y luego resultan determinantes”. En un país entonces herido, aislado, este hombre cosmopolita echó raíces. Se casó con la aristócrata Margarita Gómez Acebo. Se convirtió en un personaje muy popular gracias a su estrecha relación con los reyes y a su extensa familia, habitual en la crónica social.
—¿Por qué todos sus hijos tienen nombres que empiezan por K?
—Casualidad. Pensé, Kardam es corto y fácil de pronunciar. Fue uno de los primeros canes (zares) de Bulgaria. Creó el aparato del Estado y no luchó contra sus vecinos. Y eso me gusta. Yo soy pacifista en un sentido entre cristiano y filosófico, no político. Cuando nació Kyril, en 1964, pensé en mi tío Cirilo, fusilado en 1945. Y ya que había dos K me dije, vamos a seguir. Kubrat (1965) es el primer can de Bulgaria. A Konstantin (1967) le llamé así por el rey Constantino de Grecia, que me acababa de hacer padrino de uno de sus hijos. Cuando nació mi hija yo pensé en Klementina, por mi abuela. Pero mi mujer dijo que con un nombre tan anticuado no se casaría, así que escogimos Kalina.

Simeón de Bulgaria habla seis idiomas y es capaz de leer en unos cuantos más. Aprendió español “sobre la marcha” y posee el acento inclasificable de los políglotas. Mientras apura una Coca-Cola habla sin nostalgia. “Encuentro la nostalgia una perdida de tiempo, incluso un cierto masoquismo. Es una opinión muy personal por supuesto. No doy recetas, ni mucho menos sobre comportamiento”. Admite que prefiere escuchar a hablar. “Me he ahorrado muchos disgustos. Si uno intenta étaller, como se dice en francés, tener razón en todo o demostrarlo, reduce el tiempo que puede dedicar a aprender del otro. Es una filosofía que he ido desarrollando con muchas horas de vuelo”. Decenas de ellas compartidas con Juan Carlos I. Simeón sabía que el rey iba a abdicar seis meses antes de que este lo anunciara el 2 de junio de 2014. “Me lo comunicó con la confianza que siempre hemos tenido. Reconozco que me sorprendió pero, en fin, cada cual tiene su motivación. Hemos crecido prácticamente juntos. Sobre todo desde el año 1954, en Grecia. Allí conocí a la reina Sofía”.

El rey se refiere al crucero a bordo del Agamenón que surcó las aguas del Mediterráneo con los miembros del Gotha europeo a bordo. Entre alta mar e incursiones por las costas griegas los jóvenes empezaron a tratarse —en el caso de don Juan Carlos y doña Sofía se comprometerían en 1961— y sus padres, a reconciliarse tras la II Guerra Mundial. “Allí se conoció todo el mundo; después de la contienda las Familias Reales se habían quedado en su país, o donde fuera, pero también en el bando que habían escogido. Recuerdo mi primera visita a Londres, después de la guerra. Pensé para mis adentros: somos la misma familia y llevamos el mismo apellido, Sajonia Coburgo. Sin embargo, durante el conflicto éramos archienemigos. A la reina Federica se le ocurrió reunir a todo el mundo. Fue una idea genial que abrió Grecia, recién salida de una guerra civil, al turista, no solo a historiadores o arqueólogos”.

Simeón evoca su encuentro con don Juan en Venecia —antes de zarpar el conde de Barcelona le espetó: “Así que tú eres el que tiene la dicha de vivir en España”—.También a don Juan Carlos, con “ese carácter maravilloso que tiene”. En el Agamenón forjaron una amistad inquebrantable en la que no han faltado los momentos difíciles. El 8 de junio de 2015, en la Iglesia de San Jerónimo El Real de Madrid, los medios recogieron su emoción al recibir el pésame de la Familia Real española en el funeral de Kardam, príncipe de Tirnovo, fallecido a los 52 años de edad después de siete luchando contra las secuelas de un accidente de tráfico. “Pasé dos días como zombi. Recuerdo cuando don Juan Carlos salió del coche y yo le esperaba en las escalinatas de los Jerónimos con mi nieto Boris —el mayor de los dos hijos de Kardam y Miriam de Ungría—. Le miró y exclamó: ‘¡Pero si eres la viva imagen de tu padre!’. Y claro, me conmoví horrores”.

La infanta Cristina fue una de las asistentes. Como es habitual desde que estalló el caso Nóos su aparición fue polémica. No coincidía con Felipe VI y Letizia desde marzo de 2014 en Tatoi, Grecia, en otro funeral: el que conmemoró el 50 aniversario de la muerte del rey Pablo. Cuando le pregunto por su presencia se muestra esquivo. Dice que también acudieron doña Elena o la reina, “ahora princesa”, Beatriz de Holanda. Insisto.

—¿Le afecta especialmente la situación en la que se encuentra la infanta?
—De ese tema no quiero decir ni una palabra. No quiero. En todos los sentidos. No me incumbe, ¿sabe? Hay tanta gente que se ha pronunciado. Allá ellos.

Por primera y única vez el rey parece incómodo. Lo disimula con su exquisita educación. Sus hijos y nueras, en especial los príncipes de Preslav, Kyril y su exmujer, Rosario Nadal, han constituido uno de los mayores —y escasos— apoyos de la infanta Cristina e Iñaki Urdangarin. La amistad entre los Bulgaria, como se les conoce entre la alta sociedad española, y las infantas Elena y Cristina y Felipe VI se remonta a su infancia. Kyril vivió una temporada en el Palacio de la Zarzuela. “Querían que don Felipe creciera con chicos de su edad. Ahora es más amigo de mi hijo el cuarto, Konstantin, que tiene la misma edad que él —48 años— con un mes de diferencia, que de Kyril, que se marchó muy pronto al extranjero”.

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© Uxío Da Vila
EL GATO 'BUBU'
Lector empedernido —prefiere leer a dormir— Simeón acaba de terminar un libro de Hobbes y le gusta el filósofo francés Philippe-Josep Salazar. Está en España de paso, para ultimar, entre otros asuntos, la presentación de su biografía Un destino singular(Ediciones Nobel). “Vengo cuando puedo porque tengo cosas que atender y tantos amigos... También mis hijos y mis nietos, que son gente formal, que estudia. Y en las vacaciones tienen sus costumbres, posibilidades y amistades. Además, coger a toda una familia y llevársela allí en avión cuesta lo suyo”. Simeón vive en Sofía, en el palacio de Vrana, a las afueras de la ciudad, desde donde me enviará las fotos de su álbum familiar que ilustran este reportaje. Se ha ido instalando allí paulatinamente. Desde que ganó las presidenciales el 24 de julio de 2001 y se convirtió el último rey de los búlgaros y el primer monarca —y el único— de la historia en ganar unas elecciones democráticas —fue primer ministro de su país entre 2001 y 2005—. Entonces llegó a pasar 12 horas solo en su despacho, con la compañía de un gato, Bubu. “En el exilio, uno manejaba sus ritmos. Como primer ministro todo era más rápido. Fue un desafío enorme, me sentí abrumado. ¡Podría haberme dado un infarto!”.

—En el Ejecutivo se dio mil días para cambiar Bulgaria. ¿Fue su mayor error?
—Oh... ¡Dios quiera que haya sido ese! Lo leí en un libro de estrategia empresarial (durante 13 años Simeón fue presidente de Thomson-CSF en España) y me pareció muy lógico. No creí que iba a tomarse tan a pecho. En mil días se cumplió más o menos lo que había dicho que intentaríamos abordar, porque yo soy prudente.

Durante su período al frente del Gobierno búlgaro con su partido, Movimiento Nacional Simeón II —fundado dos meses antes de las elecciones, que ganó con un 43% de los votos—, Simeón remató el ingreso del país en la Unión Europea (2004) y en la OTAN, un año después. Sus dos grandes logros. “Contribuí bastante. Los hechos son los hechos. Pero fueron las circunstancias, no mis méritos personales. Entre mi apellido, mi función en el exilio y mi trayectoria en las finanzas pude mover más hilos que cualquier otro primer ministro”, reflexiona este europeísta convencido.

—¿Qué le dijeron sus hijos cuando les reveló sus planes de entrar en política?
—De presentarme a las elecciones más bien, porque la política he nacido en ella. Fue interesante ver las caras de desconcierto, de asombro o de lo que fuera. Me hubiera encantado apoyarme en ellos y contar con su buen sentido durante mi etapa como primer ministro y después, cuando mi gente gobernaba en coalición. Pero no pude hacerlo para evitar intromisiones y maledicencias y que mis adversarios me acusaran de nepotismo. Fue durísimo.

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© Uxío Da Vila
KALINA Y SIRI
Rey en el exilio y ex primer ministro, Simeón de Bulgaria está inmerso en su labor de consejero con contactos en las altas esferas internacionales. Es uno de los impulsores de la candidatura de su compatriota Irina Bokova a la secretaría general de la ONU.Durante 22 años representó los intereses de Hassan II en la ONA, la Omnium Nord Africain, un conglomerado financiero-industrial del que la familia real alauita poseía un 13%. El pequeño de sus 11 nietos se llama Simeón Hassan en honor del monarca. “Mi hija Kalina sentía veneración por él, y cuando se quedó embarazada me dijo que le gustaría ponerle Hassan por Siri (señor, en árabe), como le llamábamos”. Reconoce que lloró con la caída del Muro. “Lo vi en casa, en la televisión. Buena parte de mi vida cambiaba de repente. Yo estaba persuadido de que, por supuesto, ni yo ni mis hijos volveríamos a mi patria”. Lo hizo en 1996. Hace unos meses, en Moscú, revivió la sensación que le invadió al aterrizar en su país después de 50 años de exilio. “De repente estaba ahí, con el patriarca de la Iglesia Ortodoxa rusa y el de la búlgara, mirando a los fieles, y pensé: ‘A mí esto me lo dice alguien hace 30 años y lo mando al psiquiatra”. En su regreso a Sofía fue aclamado por cerca de 500.000 personas. Un escenario bien distinto del que vivió a los ocho años.

Su padre murió el 28 de agosto de 1943 en circunstancias que el rey no ha podido aclarar. “Acababa de mantener esa última entrevista con Hitler, muy tormentosa, crucial. Negar la participación de nuestras tropas en el conflicto fue un atrevimiento. Y dar largas y negarse a que se deportasen todos nuestros judíos... La sospecha de un atentado recayó enseguida sobre Alemania, pero dependía de qué propaganda la filtrase: los nazis acusaban a los ingleses, puesto que la BBC anunció la muerte dos horas antes de que se produjera. Los ingleses apuntaban a los nazis. No existen documentos fidedignos”.

Dos años después de la muerte de Boris III el régimen comunista convocó un referéndum. La república obtuvo un 96% de los votos. “Con tropas soviéticas en el país comprenderá que el resultado no era muy limpio. Y nos tuvimos que marchar”, recuerda Simeón. Las nuevas autoridades les dieron 200 dólares, un billete de ida a Egipto y un plazo de 48 horas. La noche del 16 de septiembre de 1946 la exigua Familia Real —él, su madre Juana de Saboya y su hermana, María Luisa—tomó un tren hacia la frontera turca. Desde Estambul embarcaron a Alejandría, donde permanecieron cinco años protegidos por el rey Faruk. “A esa edad todo me parecía tan cosmopolita. La posguerra apenas se notaba. Además, nunca había ido al colegio, para mí una enorme experiencia”. Allí trabó amistad con Hussein de Jordania. En 1951 llegó a un Madrid en reconstrucción. “Esta casa estaba entre rebaños de ovejas. El edificio de enfrente, que es hoy una residencia de estudiantes, aún tenía marcas de tiros”.

La Familia Real búlgara recaló en España animada por el embajador español en Egipto. “Mi madre quería volver a Europa por nuestra educación. Ella y mi hermana podrían haberse instalado en Italia —Juana de Saboya era hija de los reyes Víctor Manuel III y Elena— pero para mí era más complicado por mis derechos dinásticos. El embajador se enteró y le dijo: ‘Señora, ¿ha pensado usted en España?’. Y así empezó todo”. El régimen de Franco, al que Simeón prefiere llamar “gobierno”, les recibió con los brazos abiertos “por muchas razones. Políticas, obviamente, también”. Por deseo de su madre se matriculó en el Liceo Francés. “Se empeñó porque ya entonces era una institución muy abierta”. Entre sus compañeros, Miguel Boyer o Gregorio Peces-Barba.

En la capital conoció a su mujer, Margarita Gómez Acebo, “una chica de muchísimo éxito. No revelaré ningún secreto de Estado si digo que ya salía con otro grupo de chicos...”. La cortejó hasta en Estados Unidos, donde el rey estudió en la Academia Militar Valley Forge en Pensilvania. Un día Margarita, que por entonces se encontraba en Nueva York en casa de una amiga, recibió una invitación a un baile de parte de un tal conde Rylski —el mismo seudónimo que utilizaba Boris III cuando viajaba de incógnito—. “Nuestra amiga tuvo que decirle: Pero mujer, ¿no te das cuenta de que es Simeón?”.

En EE UU Simeón ejerció uno de sus papeles más insólitos: el de au pair. “Los fines de semana teníamos permiso para salir y hacíamos un poco lo que queríamos. Algunos fuimos baby sitters, que lo pagaban muy bien. Me divertía ver lo que tenían en la nevera, cómo educaban a sus hijos...”. Su estancia allí, de nuevo “una aventura”, fue una escala más en su periplo. “Rezo y cuento en mi lengua materna, lo que según los psiquiatras es un síntoma inequívoco”. Bulgaria es la causa a la que ha consagrado su vida. “Con la edad he sentido la necesidad de volver a mis raíces. Después de tantos años de interrupción hay algo que tira. Se lo conté a una joven como usted que muy graciosa me dijo: ‘Sí, me han dicho que la gente muy mayor, cuando ve la muerte de cerca, tiene esa impresión’. ¡Oye niña! Pues muchas
gracias, le contesté”.
 
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