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The West Wing, el honor en la política y la inteligencia como virtud
Publicado por Kiko Llaneras
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The West Wing, 1999. Fotografía: NBC
The West Wing es un mito de la ficción televisiva. Su estreno en 1999 vino a demostrar que era posible hablar en serio de política en televisión. Antes de su estreno la ficción norteamericana sobre política se reducía a parodias humorísticas, pero entonces llegó Aaron Sorkin, el hombre que escribiría casi en solitario las cuatro primeras temporadas de la serie, y demostró a todo el mundo que un drama político podía triunfar en televisión. The Wire, Boss y House of Cards no se entienden sin el éxito de The West Wing.

Sin embargo, en ciertos ambientes gafapasta se ha instaurado el hábito de criticar la serie de Sorkin. Se la critica sobre todo por sentimental y optimista en exceso; la política real no es ese mundo inteligente y repleto de buenas personas —nos dicen—, sino un lugar desagradable y disfuncional, por donde campan los egoístas con ansias de poder. Para sus críticos, The West Wing es una una obra ingenua, o peor, un producto para defender el statu quo.

Y a mí me parece que se equivocan. Por supuesto que The West Wing no es un reflejo fiel de la política, ni de la sociedad, ni de la naturaleza humana; ni lo es… ¡ni lo pretende! La Casa Blanca de Sorkin es una utopía. Y como tal cabe entenderse y —sobre todo— disfrutarse. A mí me fascina The West Wingpor motivos variados, pero especialmente porque reivindica dos ideas pasadas de moda, en las que yo, sin embargo, todavía creo: el honor en la política y la inteligencia como virtud.

President Bartlet: We hold these truths to be self-evident, they said, that all men are created equal. Strange as it may seem, that was the first time in history that anyone had bothered to write that down. Decisions are made by those who show up.

A lo largo de sus siete temporadas, The West Wing relata el día a día de un presidente de los Estados Unidos, el demócrata Josiah Bartlet, y su equipo de asesores. Es una serie política que destila optimismo, lo que resultó en una combinación tirando a exótica. Es fácil ver en la ficción de Sorkin una defensa del Estado, y en general, de lo público. El Gobierno aparece como un artefacto para hacer mejor el mundo. Es este un alegato pertinente en los Estados Unidos, un país de tradición libertaria donde la seguridad social ha sido limitadísima, donde se cuestiona la legitimidad del Estado para regular las armas de fuego, y donde, en definitiva, es habitual desconfiar del Gobierno federal.

Toby: But we’re here now, tomorrow night we do an immense thing; we have to say what we feel, that government, no matter what its failures in the past and in times to come for that matter, government can be a place where people come together and where no one gets left behind. No one… gets left behind. An instrument of good.

En España ese debate tiene poca relevancia —no nos preocupa mucho la tensión entre Estado y libertad individual—, pero la serie reivindica también a las personas detrás del Gobierno, a los políticos y a los asesores de los políticos. Y esa sí es una bandera que no todo el mundo en nuestro país estaría dispuesto a enarbolar.

Servir al Gobierno es un acto de honor. Desde el primer capítulo hasta el último, Sorkin proclama el valor de todas esas personas que deciden trabajar para su país y sus conciudadanos. Y lo hace de forma magistral. Nos dice que un presidente puede ser como Jed Bartlet, un hombre íntegro, compasivo y un gigante intelectual. O que en política hay personas como Toby Ziegler, un tipo taciturno y cínico en la superficie, que esconde a un idealista de valores inquebrantables. Por la serie desfilan también jueces, funcionarios, veteranos y maestros de escuelas; personas todas que, por un motivo u otro, han decidido servir. El caso paradigmático quizás sea el de Ainsley Hayes, una joven republicana que acepta trabajar para una Administración demócrata, y que, cuando le preguntan por qué lo hace, responde que lo hace por sentido del deber. Sorkin nos dice que uno puede servir a su país incluso trabajando para un Gobierno de un color que no es su preferido, y creo que tiene razón.

Leo: Ainsley, don’t you want to work in the White House?

Ainsley: Oh, only since I was two.

Leo: Okay then.

Ainsley: It has to be this White House?

La Casa Blanca de Sorkin es un nido de demócratas apasionados que viven para el servicio público y para los que servir es el mayor de los honores. Está llena de gente talentosa y competente que eligió trabajar para el Gobierno en lugar de ganar mucho dinero ofreciendo sus servicios a empresas o grupos de interés. Sorkin reivindica la política diciéndonos que representar a los ciudadanos y trabajar para ellos puede ser —¡y debería ser!— un acto honorable. Es esta una idea absolutamente pasada de moda, casi risible, pero que me parece imposible no reivindicar. Porque si despojamos a la política de dignidad, por cinismo o desencanto, el resultado solo puede ser una política peor.

Mrs. Landingham: I don’t know numbers. You give them to me.

Bartlet: How about a child born this minute has a 1 in 5 chance of being born into poverty?

Mrs. Landingham: How many Americans don’t have health insurance?

Bartlet: 44 million.

Mrs. Landingham: What’s the number one cause of death for black men under 35?

Bartlet: Homicide.

Mrs. Landingham: How many Americans are behind bars?

Bartlet: 3 million.

Mrs. Landingham: How many Americans are drug addicts?

Bartlet: 5 million.

Mrs. Landingham: And 1 in 5 kids in poverty?

Bartlet: That’s 13 million American children. Three and a half million kids go to schools that are literally falling apart. We need 127 billion in school construction, and we need it today.

* * *

Sorkin utiliza a sus personajes como héroes competentes y de buenas intenciones, y en ese proceso, además, los convierte en paladines de la inteligencia como virtud. Y es que The West Wing es también un canto a la inteligencia. Se observa en muchos detalles: en el orgullo con que los personajes lucen sus credenciales académicas —sus títulos de Yale o Harvard—, o en el mismo éxito de Jed Bartlet, un profesor universitario que fue un empollón, que maldice a Dios en latín y conoce Micronesia de memoria, pero al que los americanos habrían elegido como su presidente.

Bartlet: It’s actually 607 small islands in the South Pacific. Interestingly, while its total land mass is only 270 square miles, it occupies more than a million square miles of the Pacific Ocean. Population is 127,000 and the U. S. Embassy is located in the state of Pohnpei and not, as many people believe, on the island of Yap.

Toby: Why would a person have that information at their disposal?

Bartlet: Parties.

Pero este activismo por la inteligencia se observa, sobre todo, en los celebrados diálogos de Sorkin. Si por algo es conocida The West Wing es por sus diálogos. La serie popularizó un tipo de secuencia, las walk and talk, en las que un personaje habla mientras camina por los pasillos de la Casa Blanca, repartiendo argumentos y réplicas afiladas con todo aquel que se pone a tiro. Los capítulos son una sucesión de debates vertiginosos, y divertidos, que enfrentan al presidente y a su staff en andanadas de brillantísima oratoria. Quizás es cierto que Aaron Sorkin no posee la inteligencia que admira, como él mismo dijo en una entrevista, pero desde luego tiene el don de imitar su sonido.

Sam: What can I do for you, Bob?

Bob: In a nutshell?

Sam: So to speak.

Bob: We’d like the White House to pay a little more attention to UFOs.

Sam: Are we paying any attention at all right now?

Bob: No.

Sam: Thank God.

La serie también reivindica el valor de la inteligencia en su relación con la complejidad, y evita replicar un mal de la política partidista: su tremenda rotundidad. La política moderna vive sobre la ficción de negar que existan asuntos complicados. Nuestros líderes fingen tener la solución a todos los problemas e ignoran la discrepancia legítima. Nos intentan convencer de que en todo debate —desde la política nuclear, al sistema educativo o la legislación laboral— existe solo una posición correcta y además evidente. Esa idea es absolutamente nociva: si asumimos que quienes discrepan lo hacen siempre por motivos egoístas, y no porque tengan una opinión distinta o unas preferencias diferentes, estaremos destruyendo el valor del debate argumentativo y convirtiendo toda discrepancia en un duelo ridículo entre buenos y malos.

Leo: Alexander Hamilton didn’t think we should have political parties. Neither did John Adams. He thought political parties led to divisiveness.

Toby: They do. They should. We have honest disagreements. Arguments are good.

Pero The West Wing nunca cae en ese error. Al contrario, cada uno de sus capítulos es una defensa del valor del debate genuino, apasionado pero desde la razón. Durante sus ocho temporadas se abordan decenas de temas relevantes. Se discute sobre impuestos a los ricos, sobre las virtudes del libre comercio, sobre la legítima defensa y la «respuesta proporcional», sobre la educación sexual, la Iglesia, el déficit fiscal o el valor social de un programa espacial. Y aunque Sorkin toma partido a través de sus personajes, no renuncia nunca a plantear diferentes puntos de vista y subrayar la legitimidad de la duda. Una duda que justifica los debates entre los protagonistas, casi todos demócratas, pero también con su oposición republicana que a menudo es igual de brillante y sofisticada a la hora de discrepar.

Toby: You want the benefits of free trade? Food is cheaper.

Sachs: Yes.

Toby: Food is cheaper, clothes are cheaper, steel is cheaper, cars are cheaper, phone service is cheaper. You feel me building a rhythm here? That’s ‘cause I’m a speechwriter and I know how to make a point… It lowers prices, it raises income. You see what I did with ‘lowers’ and ‘raises’ there?

Sachs: Yes.

Toby: It’s called the science of listener attention. We did repetition, we did floating opposites and now you end with the one that’s not like the others. Ready? Free trade stops wars. And that’s it. Free trade stops wars!

Es evidente que en The West Wing hay una defensa de la razón como motor de la política. Pero no solo eso, además Sorkin se esfuerza por hacer que la inteligencia sea atractiva: sus personajes son siempre cautivadoramente inteligentes. Son humanos en sus defectos, apasionados en sus convicciones, nunca fríos. Son cínicos y a la vez optimistas, como quien se rodea de una coraza porque no quiere hacerse daño. Los esnobs intelectuales que pululan por la serie resultan carismáticos e incluso seductores. Sorkin dijo de su obra más reciente, The Newsroom, que era «un canto a la educación, a la urbanidad, a la inteligencia», y creo que esa definición es perfecta también para describir The West Wing.

* * *

Antes de acabar quiero recordar algo que dije al principio: The West Wing es una utopía. No es un retrato fidedigno de la política real, ni siquiera de la política posible o practicable. Si uno se toma la serie al pie de la letra, caerá en la falacia de la política movida por la personalidad, que viene a decir que lo único que importa son los líderes carismáticos o competentes. No es así en absoluto. Si los Gobiernos fuesen siempre como la Administración Bartlet —si estuviesen compuestos de gente increíblemente brillante y de conducta intachable—, el diseño institucional no sería necesario: bastaría con dejarles hacer. Pero como resulta que las cosas no son así, sino que existen Gobiernos no tan geniales y políticos corruptibles, necesitamos un buen diseño institucional que nos proteja. Necesitamos cosas como mecanismos de control, sistemas de incentivos o división de poderes. Y es verdad que The West Wing no presta suficiente atención a la importancia de estas instituciones, pero tampoco es un problema grave. Porque Sorkin tiene razón, existe el honor de servir y la inteligencia es una virtud, simplemente no caigamos en el error de pensar que esos ideales, por sí solos, pueden resolver la política.

The West Wing es una serie de ficción que habla —sobre todo— de política, de sus instituciones, de la importancia de la opinión pública, de la complejidad del debate verdadero, del valor de la inteligencia, de la ética del poder, de las relaciones humanas y de las grandes ideas: de la libertad, la igualdad y la justicia. Es una serie que habla de todo eso y que además es muy divertida; esa es su mayor virtud y la mejor razón para rendirle tributo.
https://www.jotdown.es/2019/03/the-west-wing-el-honor-en-la-politica-y-la-inteligencia-como-virtud/
 
20 años de 'Futurama': historia de una serie que plantó cara a los meteoritos
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Futurama

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  • P.Zárate

    Como muchas otras historias, la de Futurama comenzó con un “no” por respuesta. El que Fox dio a Matt Groening cuando éste propuso hacer un spin-off de Krusty el payaso en acción real. Era mediados de los 90, Los Simpson funcionaban a pleno rendimiento y las intenciones de su creador pasaban por sacar adelante una serie protagonizada por el ídolo de Bart. Una idea que los directivos de la cadena descartaron de inmediato por su elevado coste, aunque el de Portland, fiel a su empeño, propuso hacerla animada para que resultara más barata. Sin embargo, las negociaciones entre ambas partes se estancaron y el proyecto cayó en el olvido.

    Esto permitió a Groening desarrollar la que acabaría siendo la segunda gran obra de su carrera, de cuyo estreno se cumplen hoy 20 años. Una serie ajena al universo Simpsonque el guionista y productor acabó presentando a Fox, ávida por trabajar con él en algo nuevo. No era para menos. El dinero y las audiencias que Homer y compañía estaban dando al canal eran inmensas y la promoción, fuese del producto que fuese, ya estaba hecha: “La nueva serie del creador de Los Simpson”.


    Todo era, en resumen, demasiado jugoso como para no dar a Groening un segundo proyecto. Ahora bien, si el spin-off de un personaje tan testado como Krusty no había salido adelante, ¿qué idea podría hacerlo? El 5 de marzo de 1998, Fox y el guionista dieron la respuesta: desarrollarían juntos una serie animada sobre un joven repartidor de pizzas que despierta en el siglo XXXI tras pasar 1.000 años criogenizado. Una serie de nombre Futurama que mezclaría la comedia de aventuras con la ciencia ficción, género del que Groening era gran seguidor.



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    Matt Groening GTRES


    Fox confiaba más en 'Padre de familia' que en 'Futurama'
    La apuesta por Futurama formaba parte de la que Fox estaba haciendo a su vez por las series de animación adultas. Con Los Simpson como buque insignia, la cadena estrenó en 1997 la exitosa El rey de la colina, y en 1999 tenía previsto lanzar Futurama y dos series más: Padre de familia y Los PJ, una comedia vecinal en stop motion creada por Eddie Murphy y producida por Ron Howard.

    Un proyecto menor a ojos de los directivos del canal, que le dieron el peor de los tres huecos libres que tenían en parrilla. El más codiciado, el que se disputaban Futurama y Padre de familia, era el de los domingos a las 20:30 horas, justo entre las dos ficciones más vistas de Fox: Los Simpson y Expediente X.

    Que Matt Groening fuese su creador no impidió que Futurama perdiera la batalla y acabara en la noche del martes para hacer tándem con El rey de la colina. Así, Fox le concedió dos domingos, los del 28 de marzo y el 4 de abril, para que su estreno tuviera la mayor visibilidad posible antes de saltar a su nuevo día de emisión y dejar su lugar a Padre de familia, que era la gran apuesta de la cadena tras su exitoso debut el 31 de enero de ese mismo año, justo después de la Superbowl.

    La influencia de 'Los Simpson' en 'Futurama'
    Sin más remedio que respetar la estrategia de programación del canal, Futuramaempezó su recorrido televisivo el 28 de marzo de 1.999. O el 31 de diciembre de 1.999 si hablamos de su protagonista, Philip J. Fry, un joven y desganado neoyorquino que viajó 1.000 años en el tiempo tras caer en una cápsula criogenizada.

    Cuando despertó, el mundo era muy distinto al del siglo XX. Las naves espaciales eran una realidad, los trenes habían sido sustituidos por tubos aéreos, los humanos cohabitaban con robots y especies de otros planetas y Nueva York ya no era Nueva York sino Nueva Nueva York, pues las ruinas de la “vieja”, en la que Fry había vivido, se encontraban en el subsuelo y daban cobijo a los repudiados mutantes.



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    Fry, durante el periodo de 1.000 años que pasó criogenizado


    Este universo y este punto de partida nada tenían que ver con Los Simpson, pero al ser hijas del mismo padre, la hermana pequeña estuvo muy influenciada por su hermana mayor. Hasta el punto de que, aun hoy, Futurama no se puede entender sin Los Simpson.

    Las similitudes entre ambas se apreciaban en aspectos anecdóticos como que las dos tenían una serie dentro de la serie -Rasca y Pica y Todos mis circuitos, respectivamente-, pero también en otros más relevantes como el dibujo, el tipo de humor, la importancia de los cameos, o el objetivo principal, que básicamente era el mismo: retratar a la sociedad a base de comedia.

    La diferencia es que Futurama se reía de las circunstancias propias de todo ser humano apoyándose en una ambientación y una temática futuristas. Un recurso suficientemente poderoso como para conseguir distanciarse de los vecinos de Springfield y tener una identidad propia. También para jugar con nuevas narrativas -los capítulos con viajes en el tiempo fueron la mejor demostración- y explorar terrenos que su predecesora no exploró. Sin olvidar su vital importancia a la hora de construir los chistes, los personajes y las tramas capitulares, que a menudo se movían por el mismo patrón. Ese en el que Fry y sus compañeros de Planet Express, la empresa de mensajería para la que trabajaba como repartidor, viajaban a otro planeta por trabajo o por ocio y acababan metiéndose en un lío del que tenían que salir para volver a casa.

    Los protagonistas de estas aventuras espaciales también bebían mucho de Los Simpson. Al igual que Homer, Fry era un bobo de buen corazón que solo daba lo mejor de sí mismo por influencia de o para (re)conquistar, reparar el daño previamente hecho o simplemente demostrar su amor hacia las mujeres de su vida. Concretamente hacia la cíclope Turanga Leela, un personaje inspirado en la Teniente Ripley de Alien y que representaba, a grandes rasgos, esa inteligencia y esa sensatez que en Los Simpsonaportaban Marge y Lisa. Como ellas, Leela también intentaba ser una influencia positiva para el protagonista, aunque rara vez podía evitar que Fry hiciera de la suyas en solitario o se dejara arrastrar por otra influencia, más negativa, encabezada por Bender Rodríguez, un robot borracho y cleptómano que dejaba al mismísimo Bart Simpson como un simple aficionado a las travesuras.

    El profesor Hubert Farnsworth, un familiar lejano de Fry -tan lejano como un milenio de distancia- y que había creado Planet Express para financiar sus investigaciones, completaba el núcleo principal de Futurama junto a su becaria, Amy Wong, el obseso de la burocracia Hermes Conrad, la mascota de Leela, Mordisquitos, y el médico de la empresa, el Doctor John A. Zoidberg, una especie de langosta-cangrejo-calamar que, como buen calamar, no admitía medias tintas: o te gustaba o te sacaba de quicio.

    Puede que esta familia disfuncional no contara a su alrededor con un abanico de personajes secundarios tan amplio como el de Los Simpson, pero los más destacados, como el capitán espacial Zapp Brannigan, su ayudante extraterrestre Kif y la malvada empresaria Mamá, de gran parecido con el señor Burns, cumplían perfectamente su función de alterar la vida de nuestros protagonistas cuando se les presentaba la oportunidad.



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    Zapp Brannigan, uno de los grandes personajes secundarios de Futurama


    Primera cancelación en Fox por pérdida de audiencia
    La influencia de Los Simpson sobre Futurama fue, por tanto, inmensa, aunque la familia amarilla no pudo impedir que Fry, Leela y Bender fueran perdiendo adeptos con cada capítulo. Esta trayectoria descendente provocó su primera cancelación en 2.003, aunque su destino estaba escrito desde hace un año antes. Matt Groening lo sabía, y por eso se anticipó a la cancelación oficial de la serie para culpar a Fox del descenso de audiencias que acabó condenando a Futurama. “Realmente no la han apoyado. Creo que es una digna compañera de Los Simpson y estamos muy orgullosos de ella, pero Fox le dio un mal lugar y cero promociones en los últimos tres años”, lamentó en declaraciones a Financial Times.

    Que Fox diera a Padre de familia una mejor ubicación en parrilla que a Futurama durante su temporada de debut fue un aviso. Que las tres siguientes temporadas las emitiera, por lo general, a las 19:00 horas del domingo, más cerca del access que del prime time, fue la prueba definitiva de que la cadena nunca confió plenamente en ella. O que siempre hubo otra serie en la que confió más. O simplemente que Futurama no fue capaz de ganarse esa confianza reuniendo a más público ante el televisor.

    En cualquier caso, Fox la dio por concluida el 10 de agosto de 2.003 con el episodio Las manos del diablo son juguetes ociosos, el número 72 de la historia de Futurama y el último de su cuarta temporada.



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    "Shut up and take my money", uno de los grandes memes de Fry


    Una resurrección al estilo 'Padre de familia'
    Aquel episodio, aun siendo muy bueno, tenía un problema: funcionaba bien como final de temporada, pero no como final de serie, por lo que dejaba la sensación de que Futurama aún tenía historias que contar. Todavía quedaban muchos años para que el comodín Netflix fuese una opción a tener en cuenta, por lo que las opciones de los fans se reducían a recoger firmas para intentar salvarla y a ver las reposiciones que emitía Adult Swim, filial de Cartoon Network y casa de Rick y Morty, con la esperanza de que alguien se percatara de que Futurama aún contaba con una importante legión de fieles seguidores. Quizá no tan grande como para seguir en Fox, pero sí para llamar la atención de otra cadena con menos pretensiones.

    Esa cadena acabó siendo Comedy Central, que en 2.005 compró los derechos de Futurama por 30 millones de dólares, el triple que Adult Swim había pagado tres años antes por unas reposiciones que resultaron ser todo un éxito de audiencia. Esto último, unido a su creciente valor económico, llevó a Comedy Central a tomar una importante decisión: encargar la producción de nuevos capítulos. Y más cuando Fox había resucitado con enorme éxito Padre de familia, a la que previamente había cancelado después de tres temporadas y que había incrementado su base de fans gracias a su paso por Adult Swim y a las magníficas ventas que alcanzaron sus DVDs.

    Como paso previo a la producción de estos nuevos capítulos, Comedy Central lanzó 4 películas de Futurama entre 2.008 y 2.009 para preparar el terreno de cara a su gran vuelta. A destacar la primera de ellas, El gran golpe de Bender, utilizada por Groening y Cohen para descargar su ira contra Fox a través de Farnsworth, que al inicio de la cinta anunciaba a sus trabajadores que habían sido despedidos por la cadena de transporte Box Network, a cuyos directivos tildaba de “zánganos descerebrados” y la película retrataba como personas con alguna clase de tara mental que se golpeaban a sí mismas.





    Afortunadamente, los miembros de Planet Express tardaron poco en volver al trabajo. “Los palurdos ignorantes que nos echaron acaban de ser despedidos por incompetentes. No solo despedidos, también los han vapuleado con bastante saña. Es más, varios han muerto a consecuencia de las heridas. Y luego han sido molidos hasta ser convertidos en un bonito polvo rosa”, comentaba poco después el profesor, que se echaba ese mismo polvo en sus partes más íntimas, lo que no dejaba de ser una metáfora de por dónde se pasaban Groening y Cohen a los directivos de Fox, para los aún que seguían trabajando con Los Simpson.

    Cancelación definitiva y mensaje para los fans
    Las 4 películas fueron divididas en 16 capítulos, que a su vez fueron emitidos por Comedy Central como si se tratara de la quinta temporada de la serie. Así que fue la sexta la que supuso el verdadero regreso oficial de Futurama a la televisión. Algo que se materializó el 24 de junio de 2010 con un episodio que no podía tener otro título, Renacimiento, ni otra trama: el profesor Farnsworth resucitaba al resto de personajes principales después de que murieran en un trágico accidente.

    Con una audiencia cercana a los 3 millones de espectadores, Renacimiento fue un éxito dentro de las cifras en las que se movía Comedy Central. Aunque esta buena acogida resultó ser un espejismo. Ya fuese por tener menor visibilidad al emitirse en la televisión por cable o por su propia calidad, lo cierto es que los nuevos capítulos de Futurama no tuvieron el mismo impacto que los de la primera etapa. El fervor inicial por su regreso se fue evaporando y Comedy Central la dio por finalizada tras la segunda mitad de su séptima temporada, que concluyó el 4 de septiembre de 2013 con la emisión Mientras tanto, el último episodio de la serie.



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    Simpsorama, así se llamó el crossover entre Los Simpson y Futurama


    La segunda cancelación de Futurama no pilló por sorpresa a su equipo creativo, que esta vez sí pudo preparar un final a la altura, tan emocionante como emotivo. En Mientras tanto, el profesor creaba un botón para retroceder 10 segundos en el tiempo. Un artefacto que Fry acababa rompiendo de tal forma que todo el mundo, salvo él y Leela, quedaban congelados durante décadas y décadas. Un tiempo que aprovecharon para casarse y viajar por todo el mundo hasta alcanzar la vejez. Momento en el que irrumpía el profesor para arreglar el botón, aunque con un inconveniente: ninguno de los tres recordaría nada de lo que había ocurrido. Incluida la romántica y duradera luna de miel Leela y Fry habían vivido juntos desde entonces. “¿Tú qué dices? ¿Quieres repetirlo?”, le preguntó Fry a su amada y a los fans, que al igual que Leela, estaban dispuestos a repetir el viaje que durante años habían hecho viendo Futurama.

    'Futurama' en la actualidad
    El subtítulo de aquel capítulo, el que acompañaba al nombre de Futurama en el opening, también era un mensaje para los fans: “Vengadnos”. 6 años después, dicha venganza no ha podido ser ejecutada, pero eso no quiere decir que no se haya mantenido con vida toda este tiempo.

    En 2014, por ejemplo, ocurrió lo inevitable: que Futurama y Los Simpson tuvieran su propio crossover, Simpsorama. Una parodia de Terminator cuya cabecera incluía una frase que resumía a la perfección este cruce: “Una serie sin ideas se une a otra sin episodios”. En 2016, un fan rodó una película en acción real a modo de homenaje. En 2017 las voces originales de Futuramagrabaron un nuevo capítulo en formato podcast. Y en octubre de 2018, Hulu compró los 140 capítulos de la serie para incluirlos en su catálogo.

    De esta plataforma depende, con el permiso de Disney, la producción de nuevos capítulos. Algo que puede acabar ocurriendo o puede que no. Pero en cualquier caso, el legado de Futurama seguirá siendo el mismo. El de una serie que quizá no fue tan revolucionaria ni tan influyente como otras, pero que contribuyó enormemente a consolidar la animación adulta en televisión. Y que consiguió por méritos propios lo que parecía difícil al principio: no quedar eclipsada por Los Simpson. Es más, acabó con la cabeza bien alta, algo que su hermana mayor no parece que vaya a conseguir.

    Y por si fuera poco, Futurama también demostró que sobrevivir a una cancelación era posible aun cuando no existía Netflix. Porque lo verdaderamente importante no es que haya una cadena o plataforma dispuesta a rescatarte, sino que existan fans que hagan fuerza para seguir adelante. Y en mayor o menor cantidad, Futurama siempre los tuvo. Cuando el cielo estuvo despejado y cuando tocó remangarse para plantar cara a los meteoritos que se interpusieron en su camino.

    Fieles seguidores que hoy mantienen viva la llama compartiendo memes de Fry en Twitter, soñando con una "muerte por kiki" o deseando que Bender construya su propio parque de atracciones con casinos. Y sobre todo, cantando orgullosos el himno oficioso de la serie: “Somos balleneros, llevamos arpones, mas como en la luna no hay ballenas cantamos canciones”.
  • http://vertele.eldiario.es/noticias...erie-planto-cara-meteoritos_0_2107289292.html
 
Una historia de amor
Publicado por Natalia Junquera
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Dominic West en The Wire, 2008. Fotografía: HBO.
Veo todas las series. Las malas solo cuando se me acaban las buenas, pero también las veo. Me pueden soltar en cualquier cena en cualquier parte del planeta. Da igual que no nos conozcamos, que no nos caigamos bien, siempre podremos hablar de series; del final de Los Soprano, de los encantadores borrachos de Mad Men, de cuál es la mejor temporada de The Wire. La gente habla ahora de series como antes hablaba del tiempo. En los ascensores ya no se comenta «qué calor hace» o «qué frío»; ahora se dice: «Me he comprado todas las temporadas de Juego de tronos» y «sí, anoche os oí cortar cabezas desde el quinto». Pero ojo, atentos, cuidado. Las series son peligrosas. Provocan terribles efectos secundarios sobre las expectativas, sobre el ciclo de sueño y quién sabe qué más. Como la OMS está a por uvas y no ha lanzado aún la alerta pertinente, las consumimos a lo loco, sin moderación. Y sé que muchos pensaréis: yo controlo, cuando quiera lo dejo. Bien, puede ser demasiado tarde.

Esta gente se mete en tu casa, en tu salón. Te acompaña varias temporadas, es decir, durante años. Y se generan vínculos. En el cine, las luces se apagan y la pantalla gigante te absorbe, pero a las dos horas salen los títulos de crédito y vuelves a hacer tu vida. Con las series, si no tomas precauciones, el regreso puede ser mucho más traumático.

Yo me he enamorado de Don Draper, de McNulty y del agente Peña hasta las trancas. Los he querido en la medida de mis posibilidades, que, lamentablemente, eran pocas. Los he buscado en las redes sociales, los he seguido, y algún día incluso me he atrevido a ponerles un corazón de «me gusta» debajo de una foto suya. ¿Y ellos qué han hecho?

Nada. Como si no existiera.

Cuando tenía la pequeña no me afectaba tanto, pero me compré una tele de mayor, llena de pulgadas y dolby surround. Fue mi perdición. McNulty casi a tamaño natural poniéndome esos ojos tristes. El agente Peña susurrándome cosas por la oreja derecha. Don Draper brindando conmigo a las tres de la mañana de un martes porque nosotros somos así, crápulas.

La felicidad absoluta.

No lo dices, porque te da vergüenza ser una de esas que desaparece en cuanto se echa novio, pero hay veces que no sales porque prefieres quedarte en casa con ellos. Tus seres queridos te preguntan inquietos, cotillas, al ver tus ojeras y tu sonrisa de tonta, qué hiciste ayer. Y tú no puedes decirles la verdad: que pasaste la noche con Don Draper, McNulty o el agente Peña. Que nos acostamos a las tantas. Que no te arrepientes ni una pizca.

Nunca lo entenderían.

De repente se termina la serie y empiezan los problemas. El golpe es tremendo, como el de las cornudas, que son las últimas en enterarse. Cuando estás enamorada no quieres darte cuenta; luego sí, te paras a pensarlo y caes en que, efectivamente, habías leído ya que la séptima iba a ser la última temporada, que él tenía otros proyectos en el cine…

Las series siempre se acaban cuando estás en lo mejor, cuando ya tienes esa complicidad tan difícil de conseguir. Con el corazón roto ves el último capítulo de Mad Men; sabes que hay que regresar al exterior. Y es muy duro, porque sales a la calle y de repente te das cuenta de que la gente va horriblemente vestida. Ninguno lleva traje de tres piezas y sombrero. Ninguna, esos ideales vestidos de cerecitas. Te cruzas con hombres de pantalones pirata y camisetas tres tallas más pequeñas; con mujeres con el tanga fucsia asomando un palmo por encima de los vaqueros. Los viernes, sales de noche y nadie sabe beber como bebe Don Draper, ni te mira como él ni sabe poner esa sonrisa de medio lado. Te preguntan que si vas mucho por allí con sus desfavorecedores pantalones y sus camisetas raquíticas. Y antes eso te valía. Pero ya no.

Luego vas al médico y descubres que el 80 % no tiene los ojos azules, ni perlas en los dientes, ni una fobia al compromiso de la que iban a curarse contigo. Vas a trabajar y el periodismo no es tan, tan bonito como en The Newsroom. No pasan grandes cosas todo el rato; si pasan, suelen mandar a otro, y sentado a tus once no hay un periodista superíntegro, superguapo y superenamorado de ti. Te mueres de la pena por no poder pasar todas las tardes de tu vida en el sofá de un café riéndote con tus Friends. Un día, tiras a la basura todas tus anotaciones para el discurso de investidura del presidente Bartlet.

Nadie habla tampoco de la amenaza de los guionistas sádicos. Esa gente mala, mala, que de repente mata a tu personaje favorito, sin venir a cuento, solo porque puede hacerlo. Como esos porteros de discoteca borrachos de poder. Matan con impunidad absoluta o, peor, escriben un final ambiguo para que pases el resto de tu vida atormentándote, preguntándote si tal personaje sobrevivió, si escapó, si al final se quedó con la chica. Te metes en la cama y le das una vuelta y otra y otra. Y piensas: maldita sea, ya solo voy a dormir seis horas, solo cinco, solo cuatro…

La OMS debería pronunciarse al menos sobre este punto y enviar una circular para que los guionistas estén obligados por ley a terminar lo que empiezan. Las noches que yo he pasado en vela intentando atar los cabos sueltos de Lost no me las va a devolver nadie, pero quizá sirva este artículo para salvar a otros. Mucho ojito con las series. Consumidlas con sentidiño, con moderación.

Boas noites, agente Peña. Boas noites, Don. Boas noites, McNulty.
https://www.jotdown.es/2019/04/una-historia-de-amor/
 
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