Series TV. Temas

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Magistral, impresionante, inolvidable.
Interpretaciones rayando a gran altura, se creen sus papeles, los viven y nos los hacen vivir.
Serendi,
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El Avispón Verde es un personaje ficticio creado por George W. Trendle y Fran Striker, para un programa de radio en los Estados Unidos de la década de 1930, que posteriormente tuvo desarrollo en otros medios incluyendo cine serial, televisión e historietas. Aunque en cada versión cambian diversos detalles del personaje, en general, se trata de un héroe enmascarado que combate al crimen, haciéndose él mismo pasar por un criminal e infiltrándose en las redes criminales y cuya verdadera identidad es Britt Reid, quien es editor del periódico Daily Sentinel. El Avispón Verde es acompañado por su ayudante enmascarado Kato (interpretado en la serie para televisión de los 60 por Bruce Lee), y se asiste de un vehículo blindado, un Chrysler Imperial modíficado con aditamentos tecnológicos futuristas llamado Black Beauty (Betsabé en la versión en español), así como de otros artefactos especiales.

Tanto el Avispón como Kato poseen grandes habilidades en combate cuerpo a cuerpo, siendo el último de ellos un hábil luchador de artes marciales. Originalmente al personaje se le nombró El Avispón pero después se le cambió el nombre por el de Avispón Verde con fines de mercadotecnia. El color verde se eligió porque los avispones verdes tienen fama de ser más agresivos. El personaje fue concebido emparentándosele al Llanero Solitario (cuya identidad era John Reid) como sobrino nieto de aquel, lo que se entiende dado que los creadores de ambos personajes son los mismos.


El Avispon Verde - Capitulo 01 - El Arma Silenciosa


 
Imprescindibles: The Thick of It
Publicado por Emilio de Gorgot
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Imagen: BBC.
Imaginen que estuviésemos gobernados por una pandilla de cretinos. Inquietante posibilidad, ¿no es cierto? Sí, ya sé que concebir semejante cosa requiere un titánico esfuerzo mental, pero supongamos que los ministerios están comandados por equipos de inútiles paniaguados más preocupados por sus carreras, sus infantiles peleas de egos y los resultados de las últimas encuestas que por el bienestar de los ciudadanos. Que, ¡oh, fantasía!, en los altos cargos de la Administración hubiese individuos que no tienen idea de lo que están haciendo, colocados ahí para obedecer mandatos absurdos en función de los intereses de su partido, que son capaces de proclamar una cosa por la mañana y otra distinta en la tarde de ese mismo día, para desdecirse una vez más a la hora de cenar. Ministros que no tienen ni pajolera idea sobre el funcionamiento del ámbito sobre el que han de tomar importantes decisiones. Y por último imaginen todo esto presentado en formato de comedia endiablada y ácida, de episodios muy breves pero también muy intensos que no dan un segundo de respiro. Esto era, y esto es, The Thick of It.

Esto es lo que el escocés Armando Iannucci concibió en 2005; un programa que despellejaba viva a la clase política, así, en su totalidad, sin distinguir ideologías ni posicionarse en un punto concreto del espectro. Una sátira no partidista que se asienta sobre el principio de que la política de alto nivel es una combinación entre farsa circense y estupidez crónica. The Thick of It, título que podría traducirse como «el meollo del asunto», fue producida y emitida por la BBC (¿imaginan algo así en RTVE?); a través de sus cortas y bastante espaciadas cuatro temporadas consiguió convertirse en una referencia habitual cada vez que los medios británicos quieren señalar la faceta ridícula de su actualidad política. La moraleja de la serie es sencilla de resumir: «Mire usted, imbéciles como estos son quienes gobiernan su país». Y la verdad, cada vez cuesta más trabajo poner esa moraleja en duda. Más verosímil que el propio realismo, diría yo, The Thick of It es sin duda como la This is Spinal Tap de la política.

El formato es de falso documental, siguiendo bastante de cerca la senda de The Office, la famosa serie de Ricky Gervais; si allí seguíamos el día a día de una oscura empresa de papelería, aquí podemos contemplar el funcionamiento interno del Ministerio de Asuntos Sociales y Ciudadanía, un departamento de segunda división que ni siquiera el propio Gobierno se toma en serio y que sirve para poco más que aparcar como ministro (o secretario de Estado, según la terminología británica) a cualquier tragaldabas con el que el partido que ocupa el poder no sepa muy bien qué hacer. Las primeras temporadas se centran en el quehacer diario del ministro Hugh Abbot, un completo idiota con nula capacidad de gestión y personalidad embarazosamente pueril; en la tercera temporada es sustituido por una nueva ministra, Nicola Murray, que tampoco sabe por dónde pisa y no deja de proponer medidas completamente risibles; algo parecido sucede en la cuarta y última con el nuevo titular de la cartera, Peter Mannion.

Aunque casi da igual quién ocupe el ministerio, porque al final el verdadero protagonista de la series es Malcolm Tucker, un escocés airado e hiperactivo (magníficamente interpretado por Peter Capaldi, el mismo de Doctor Who) que ejerce como consejero del primer ministro; la función de Malcolm en el Gobierno es la de conservar la buena imagen de cara a la opinión pública, coordinando con mano dura los diferentes departamentos y solucionando —a su manera, esto es, a berrido limpio— los asuntos de relaciones públicas con el fin de que la prensa no tenga material por dónde atacar. Dicho de otra manera: Malcolm es el matón de Downing Street, una especie de Luca Brasi de los despachos, que con maneras agresivas y dictatoriales se ocupa de sembrar el pánico entre los ministros para mantenerlos a raya. Malcolm Tucker es el verdadero corazón de la serie, por su cabreo perenne y su inagotable e imaginativa forma de soltar improperios cada vez más retorcidos y ofensivos, sin que nadie se atreva a llevarle jamás la contraria. Verlo en acción es todo un espectáculo que va a más conforme avanzan los capítulos, en donde la cantidad de tacos que suelta pueden contarse casi en unidades por segundo.

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Imagen: BBC.
No esperen en esta serie un mensaje a favor de la izquierda o de la derecha; esto es irrelevante. La serie no pretende ser una descripción realista de la política —aunque al final termina siéndolo, por más que nos pese a quienes la sufrimos— ni la defensa de una ideología determinada, sino una intencionada exageración de cómo deben de funcionar las cosas en las altas esferas gubernamentales. Exageración, no desviación. Y en eso radica su fuerza: por muy delirante que parezcan los argumentos, transmiten un poderoso mensaje: quienes nos gobiernan son seres humanos, no necesariamente mejores que los demás, y puede incluso que algo peores, con menos dedos de frente (si cabe) que el resto de nosotros. El porvenir de países enteros depende de cómo influyen en las decisiones de los gobernantes no solamente sus ideas, sino también sus ambiciones privadas e incluso sus defectos personales, defectos que no siempre son los que la opinión pública cree conocer. La alta política, según esta serie, es una explosiva mezcla entre figuras maravillosamente incompetentes y las miras siempre cortoplacistas de los partidos; factores que pueden conducir a callejones sin salida de lo más surrealista.

Los guiones juegan hábilmente con situaciones que en un mundo ideal deberían ser enfocadas con sentido común pero que en este ingobernable ministerio suelen irse de madre, bien porque alguien se pasa de listo o bien porque alguien es demasiado tonto, o con frecuencia porque el partido —a través del terrorífico Malcolm— impone soluciones de bombero ante cualquier remota posibilidad de que los periodistas encuentren material con el que hacer su trabajo (que, recordemos, se supone es controlar al poder). El resultado es un continuo descontrol en un departamento donde la mano izquierda no sabe qué hace la derecha, pero es que la mano derecha ya andaba perdida, para empezar. Nada sale como tenía que salir y Asuntos Sociales va de un enredo vergonzante a otro enredo todavía más vergonzante que el anterior, sin que a nadie dentro de la organización le parezca que su funcionamiento cotidiano podría consistir en otra cosa que en esa sucesión de desastres.

El formato de falso documental no impide que el ritmo sea frenético. En esto sí se distingue de The Office, donde al espectador se le daba tiempo para asimilar y procesar cada gag antes de que comenzase el siguiente; era una serie que se caracterizaba precisamente por su capacidad para recrearse en las situaciones, para sacar el máximo jugo de las personalidades de los personajes y el efecto que esas personalidades producían en el espectador (por lo general, una hilarante vergüenza ajena). The Thick of It, aunque se parece mucho en el formato, no deja espacio para la recreación. Todo sucede con una velocidad de vértigo, con el fin de reproducir la caótica atmósfera de improvisación de un ministerio que vive obsesionado con dar buena cara a la prensa, sin molestarse en estudiar las medidas que ha de tomar ni en prepararse para las consecuencias.

Las secuencias se suceden con tal ímpetu y los diálogos transcurren con tanta premura que cada capítulo puede ser visto varias veces seguidas sin llegar nunca a aburrir, porque la primera vez seguro que nos hemos perdido un montón de cosas. Esto, he de admitir, tiene un problema añadido: quienes no sepan inglés están condenados a extraviarse en medio de tan apoteósica acumulación de juegos de palabras y sobreentendidos maléficos. Salvo que usted maneje el idioma como un nativo, yo le recomendaría verla con subtítulos en inglés (los subtítulos en español, que desconozco si los hay, a duras penas podrían reflejar la mitad de lo que se dice). Me sabe mal darle malas noticias a quienes no entiendan inglés. Casi siempre recomiendo ver las series en el idioma original con subtítulos en español, al menos cuando son series con actores humanos; en las de animación sí se nota que el doblaje en España es uno de los mejores del mundo (hasta llegar a ser superior a los doblajes originales; la versión española de The Simpsons, por ejemplo, ha sido elogiada por estadounidenses como superior a la original). Pero en el presente caso, para de verdad sacarle miga a la serie, hasta los subtítulos en español se quedan cortos. La densidad —en el buen sentido— y el carácter no siempre obvio de su comedia, hace que una traducción exacta se antoje imposible.

Para compensar, puede decirse que The Thick of It, aunque esté hecha en el Reino Unido, recuerda bastante a la política española. Me cuesta visualizar esta serie rodada en nuestro país, pero sí puedo imaginar a unos cuantos de nuestros políticos protagonizándola. La sensación de improvisación, de desajuste, de chapuza, de falta de preparación… Lo que en las islas británicas quizá parecía una hipérbole, en España se antoja espantosamente familiar. Desde 2005, además, la serie no ha perdido un ápice de vigencia, al contrario. Sitúe en ella a gobernantes de casi cualquier país occidental y el retrato se mantendrá en pie. Como prueba, diremos que la primera temporada se emitió en 2005 y la cuarta en 2012; aún hoy se le sigue pidiendo a su autor que se descuelgue con una quinta. Aunque Armando Iannucci ya ha dicho que no planea resucitar la serie, porque el panorama político británico, según él, se ha convertido en una parodia —opinión que ha reafirmado tras el Brexit—, y ya se sabe lo que dice aquella vieja ley no escrita del humor: no se puede parodiar lo que por su propia naturaleza resulta ridículo. The Thick of It se ha vuelto TAN actual e increíblemente vigente que ya no es capaz de competir con la realidad. Una vez la hemos visto, podemos adivinar escenas similares detrás de mucha declaración inexplicable y de mucha decisión insensata de los políticos españoles, británicos, estadounidenses o de donde ustedes quieran. El programa en sí es hilarante, pero su creciente similitud con la vida real da mucho que pensar, y no para bien. Dicho de otro modo: si la realidad política se está pareciendo a esta serie cada vez más, es que el mundo se va al carajo.

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Imagen: BBC.
No esperan, eso sí, ver algo parecido a la versión estadounidense de House of Cards. Aquí se dejan fuera los manejos malévolos y delictivos del aparato de poder. La serie no denuncia la inmoralidad de los «servidores» públicos, entre otras cosas porque tiene vocación de comedia, no de política-ficción en el sentido clásico del término. Tampoco necesita denunciar nada. Su tesis gira en torno a la estupidez de los políticos, y bastaría con añadir la frase «y ahora imagine que, además de unos imbéciles, fuesen unos corruptos y unos inmorales» para terminar de completar el cuadro. Pero creo que incidir demasiado en ese aspecto hubiese matado la comedia. La realidad del asunto es más bien deprimente, así que una perspectiva bufonesca sigue siendo refrescante. Sí, supongo que habrá quien diga que los políticos son un blanco fácil. Pero así como no hay grupo de rock que niegue el considerable ingrediente de realismo que se esconde tras la alocada parodia This is Spinal Tap, dudo que haya gobernantes que no se sintieran reflejados al ver esto. Aunque ellos, claro, sí lo negarían en público.

The Thick of It es, pues, una comedia que requiere esfuerzo y más de un visionado. Pero eso es bueno, porque no hay muchos episodios (cuatro cortas temporadas, algún capítulo especial y un spin off, la película, In the Loop, en la que salía James Gandolfini). No hay que verla del tirón por pasar el rato, como si fuese The Big Bang Theory. Es algo mucho más elaborado e inteligente, que requiere un paladeo cuidadoso. Es más, que nos obliga a ese paladeo cuidadoso, o de lo contrario nos perdemos la sustancia. Muchos chistes están ocultos, y no se avergüence si ha de tirar de Google para saber de qué personajes o situaciones se están burlando en muchas secuencias. Es necesario, salvo que sea usted de allí. Tampoco se avergüence si ha de rebobinar secuencias. Así de frenética es. Pero lo bueno que tiene es que, aunque muy británica en su tipo de humor, también es muy europea en su concepción del poder como blanco de las burlas, algo que no crean es necesariamente universal. Un anunciado refrito estadounidense, por ejemplo, nunca llegó a pasar del episodio piloto, el cual, según el propio Iannucci, era «horrible». Es más, calificó de «bufones» a algunos de los ejecutivos de ABC que participaron en la producción de la versión americana (aunque sí ha elogiado la serie Veep, de HBO). Muchos estadounidenses desconfían del Gobierno, al menos por tradición, pero son más bien propensos a retratarlo como un enemigo malévolo, sin la capacidad para relativizarlo y convertirlo en un hazmerreír que sí poseen los británicos. Quienes, ni que decir tiene, carecen de rivales en ese ámbito.

En resumen, un maravilloso artefacto sin demasiados equivalentes en el arsenal audiovisual (si es que tiene alguno) y que no solamente no envejece, sino que cualquier día terminará suplantando a los telediarios sin que notemos la diferencia. Con facilidad puede decirse que es una de las más grandes sátiras políticas en la historia de la televisión, hecha bajo una filosofía que su autor describe como: «empieza con poco y veamos cómo se desarrolla». Con la salvedad de que The Thick of It nunca sabe a poco, salvo cuando termina, porque uno querría verla continuar más y más. Si no la han visto, ya tardan. Verán cómo después tienen auténticos problemas para votar a alguien. Es lo que tiene la buena comedia: abre la mente y, en consecuencia, deprime a largo plazo. Y aunque solo sea por ver a Malcolm Tucker inventando insultos cuya recopilación podría ocupar, como diría él, todas las putas páginas de un puto libro de mierda para imbéciles de los coj*nes.
https://www.jotdown.es/2016/09/imprescindibles-the-thick-of-it/
 
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Sex Education: la disparatada revolución de las hormonas.

Publicado por Emilio de Gorgot

Si le digo que Sex Education es una serie sobre el despertar emocional y sexual de varios alumnos de un instituto de secundaria y que imita la estética de las películas estadounidenses de los años ochenta, es posible que usted salga huyendo mientras gesticula con horror. La verdad es que podría entender la reacción, pero mi intención es la de recomendar esta serie así que, antes de entrar en detalle, le diré algunos motivos por los que no debería huir, al menos no de primeras:

1) La serie no es estadounidense, sino británica, y la imitación estética de las series estadounidenses tiene intención paródica.

2) Los actores y actrices que interpretan a adolescentes no son adolescentes.

3) Lena Dunham no tiene nada que ver con esto.

¿Más tranquilo/a? Prosigamos.

Aun con esas aclaraciones, cabe decir que lo de recomendar Sex Education tiene truco, porque en realidad hablamos casi de dos series en una. De momento solo se ha emitido una temporada de ocho episodios, pero existe una notable diferencia entre los primeros episodios, que son comedia, y los siguientes, que son melodrama juvenil. Mientras veía los episodios cómicos pensaba «veremos cuánto tardan en convertir esto en un drama emocional porque lo que el público quiere ver son las relaciones entre los personajes». A fin de cuentas es lo que les sucede a muchas series de temática juvenil. Pero también creía que eso no sucedería hasta una futura segunda o tercera temporada, ¡y no en mitad de la primera! Está claro que los creadores de Sex Education saben que es más difícil mantener el nivel de una comedia que el de un melodrama y saben también que buena parte del público se engancha a las series por motivos sentimentales. Pero bueno, aunque el cambio de tono se produce a mitad de temporada y es bastante brusco, no rompe con las líneas argumentales, dado que los personajes y sus circunstancias siguen siendo los mismos. A mí me han gustado ambas partes (aunque no por igual) porque ambas están muy bien hechas, pero en lo subjetivo he de admitir que el cambio de tono me requirió mentalizarme de que había empezado a ver una serie distinta.

Vayamos por partes. En los capítulos iniciales Sex Education es una comedia desenfadada y con bastantes toques absurdos que gira en torno a los problemas sexuales de los alumnos de un instituto pijo británico. Esta parte cómica ha sido escrita con mucha, mucha inteligencia. Hay pequeños detalles hilarantes que pueden pasar desapercibidos y estos capítulos iniciales agradecen un segundo visionado para captar cosas que se nos habían escapado a la primera. La ambientación de la serie es surrealista: sucede en un instituto de Gales y los personajes son británicos, pero todo imita al típico instituto americano y los alumnos van vestidos como americanos. También aparecen los personajes tópicos de las películas americanas: el director cascarrabias, el grupo de los alumnos populares, los empollones, la inadaptada, el macarra, el deportista, el tímido, etc. La acción transcurre en nuestra época y la gente maneja móviles y ordenadores, pero los automóviles son de los años setenta, las ropas de los ochenta, etc. Estas rarezas escenográficas no tienen mucho sentido así descritas sobre el papel, pero en pantalla funcionan muy, muy bien, porque proporcionan un claro contexto irónico. Es como si ese colegio fuese un mundo aparte que se alimenta de tópicos cinematográficos, un lugar atemporal y utópico con un encanto especial.

Los guiones de los capítulos cómicos, pese a tanto detalle americanizante, son inequívocamente británicos y en ocasiones llegan a extremos a los que ninguna serie estadounidense llegaría. Vemos retratados de manera hilarante y desinhibida los problemas e inseguridades sexuales de los alumnos, pero sin grandes intenciones pedagógicas. El protagonista, por ejemplo, es un chaval inteligente y tímido que sufre una profunda represión sexual por culpa de los majaras de sus padres (ambos psiquiatras, claro) y es incapaz no ya de relacionarse con chicas, sino incluso de mas***barse a solas. El matón del colegio es incapaz de eyacular y está atormentado por el enorme tamaño de su pexx. La chica popular se desvive con complacer al s*x* opuesto incluso más allá de lo que los chicos le piden. Hay dos chicas lesbianas que no saben cómo mantener relaciones y fracasan una y otra vez intentando las variantes más descabelladas imaginables de «la tijera». Mi alumna disfuncional favorita es probablemente la chica virgen que vive obsesionada con la penetración y se ofrece sexualmente a cualquier compañero de instituto que se le cruce por delante, mientras dibuja cómics espaciales llenos de nepes y tentáculos de pulpo (la verdad es que el personaje da para una película propia). En fin, toda una galería de adolescentes cuyos primeros encuentros con el s*x* son delirantes y aterradores. El hilo conductor consiste en que el protagonista, de manera casi accidental, se convierte en un «terapeuta» sexual para sus compañeros de instituto, cuando él mismo tiene nula experiencia en ese terreno.

Todos estos personajes se quedarían en parodia si no fuese porque las interpretaciones son extraordinarias: hacía tiempo que no veía un despliegue semejante en el casting de una serie. No hay personaje que no esté encarnado por un intérprete que no haga un trabajo sobresaliente; parece que los británicos han encontrado la piedra filosofal de los repartos «juveniles» (aunque aquí los actores pasan de veinte años) porque no solo actúan bien, es que además tienen mucha química en pantalla, como sucedía con la pareja protagonista de The End of the F*****g World. En este ámbito del castingjuvenil, los británicos llevan delantera a sus primos de allende el Atlántico.

El protagonista es interpretado por Asa Butterfield, el mismo que de pequeño protagonizó El niño con el pijama de rayas; este actor, enormemente carismático, puede cargar la serie sobre los hombros con una facilidad pasmosa, aunque la verdad es que cuenta con una ayuda nada desdeñable. Por ejemplo: su madre, una psiquiatra y terapeuta sexual a la que le faltan dos fusibles, es encarnada por la incomparable Gillian Anderson; yo no sé qué desayuna esta mujer, pero lleva unos años en absoluto estado de gracia y ofrece un recital en cada producción en la que aparece. Aquí, sin sobreactuar un solo instante, Anderson telegrafía al espectador lo que su inusual personaje piensa en cada secuencia. La coprotagonista, una alumna inadaptada que vive en un trailer park (otro guiño irónico a las películas americanas) es interpretada por Emma Mackey, una chica que debería desarrollar una carrera brillante después de esta serie. Lo mismo puede decirse de Ncuti Gatwa, actor escocés que encarna al mejor amigo del protagonista, un chaval homosexual que trata de aceptarse a sí mismo en un entorno donde casi nadie comparte sus extravagantes gustos y su colorida conducta. El resto de intérpretes, tanto principales como secundarios, ya encarnen a alumnos o a profesores, brillan muchísimo también.

Sex Education podría ser descrita como una «serie juvenil», sí, aunque está escrita desde una perspectiva adulta y, al menos en la parte cómica, describe la adolescencia con cariñosa burla. Como decía, a mitad de temporada los traumas sexuales narrados con alegre desenfado son sustituidos, súbita y completamente, por los traumas emocionales narrados con seriedad. El melodrama adolescente aterriza de golpe, sin anestesia, aniquilando (casi) cualquier rastro de comedia. El melodrama sigue estando muy bien hecho y los actores continúan brillando, o incluso brillan más al entrar en nuevos registros. Los guiones siguen siendo muy buenos y siguen conteniendo arcos dramáticos creíbles y diálogos que jamás están fuera de lugar. Es melodrama, sí, pero de nivel. Aun así es inevitable que se eche de menos el humor constante de los capítulos anteriores. Con todo, analizada como conjunto, la primera temporada de Sex Education es excelente. La serie ha sido renovada ya para una segunda temporada, lo cual está bien; quedan muchos cabos sueltos en la historia que necesitan resolución y por eso supongo que la segunda temporada también será buena. Además, hablamos de personajes a los que resulta fácil cogerles cariño y eso es uno de los mayores activos de cualquier serie. Una segunda temporada es necesaria. Si lo alargan más, tarde o temprano terminará transformándose en un culebrón. Como yo lo veo y dadas las relaciones entre los personajes, Sex Education difícilmente da para tres o cuatro temporadas, al menos si se pretende que mantengan el mismo nivel de calidad y cohesión argumental de la primera. Pero bueno, ya veremos.

Como verán, es raro hablar de una serie que parece dos series distintas encasquetadas en una única temporada de solo ocho episodios. Pero así es Sex Education. ¿Son recomendables esos ocho episodios? Sin duda. Por los motivos ya mencionados: la serie está muy bien escrita; cada escena y cada frase están en su sitio; cuenta con una galería de personajes memorables que han sido magníficamente interpretados por actores muy carismáticos y talentosos. En lo visual, está narrada con pulso y atención al detalle. En mitad de esa oleada nostálgica de los ochenta en la que estamos sumidos, Sex Education ha encontrado una manera imaginativa y original de hacer guiños a los tópicos del pasado, pero sin parecer una fotocopia de algo anterior. No es una calculada colección de cromos como Stranger Things. De hecho, se ríe del propio concepto de nostalgia televisiva. Queda para cada cual el juzgar si la deriva hacia el melodrama adolescente ha sido precipitado o no, pero creo que casi cualquier persona va a disfrutar con esta primera temporada.
https://www.jotdown.es/2019/03/sex-education-la-disparatada-revolucion-de-las-hormonas/
 
¿Qué fue de los actores de los culebrones míticos emitidos en España?
En la década de los 80 y principios de los 90 telenovelas como «Falcon Crest», «Santa Bárbara» o «La casa de la pradera» se convirtieron en un fenómeno televisivo internacional
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Los protagonistas de «Falcon Crest» - CBS

En 1975 empezó a emitirse en España «La casa de la pradera», un culebrón que contaba la vida de la familia Ingalls al instalarse en un pequeño pueblo del lejano Oeste americano, allá por el año 1870, en busca de un futuro mejor. Esta saga familiar tuvo un inmenso éxito en todo el mundo y se mantuvo en antena hasta 1983. Cuando se comprobó que el formato era bien recibido por la audiencia hicieron aparición en nuestra parrilla series similares, como «Falcon Crest»(1981-1990) y «Santa Bárbara» (1984-1993). Todas ellas marcaron un antes y un después en nuestra televisión y allanaron el camino para la irrupción en nuestra pantalla de las telenovelas latinas como «Abigail» (1988-1989) o «Topacio» (1984-1985). Han pasado muchos años desde entonces y hemos querido saber qué ha sido de aquellos actores quemarcaron una época en la pequeña pantalla y siguen en la memoria de varias generacioens.

ÍNDICE DE CONTENIDOS
Jed Alan
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Jed Allan, conocido principalmente por haber dado vida al patriarca de la mítica telenovela «Santa Bárbara», falleció el pasado sábado 9 de marzo a los 84 años. Allan, nacido en el Bronx neoyorquino, interpretó durante más de siete años a CC Capwell en «Santa Bárbara», que se emitió en la NBC entre julio de 1984 y enero de 1993. En nuestro país, la serie fue emitida por Televisión Española y posteriormente por Antena 3. Después de su paso por «Santa Bárbara» Allan obtuvo papeles esporádicos en series como «Walker, Texas ranger», «A dos metros bajo tierra» y «CSI Miami».

«Paseando a Miss Daisy».

Melissa Sue Anderson
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Anderson fue nominada a Mejor Actriz dramática en los Premios Emmy, por su interpretación de Mary Ingalls, na niña ordenada, estudiosa y ejemplar que era motivo frecuente de orgullo para sus padres. Después de este papel, tuvo varios trabajos más, pero ninguno tan exitoso como el de «La Casa en la Pradera». Tras obtener papeles en series como «The Love Boat» y «The Equalizer» decidió reconvertirse como empresaria de productos cosméticos.

Michael Landon
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Michael Landon interpretó en «La casa de la pradera» a Charles, el patriarca de la familia Ingalls, un papel que retomó en tres películas para televisión que siguieron a la serie. Al concluir la serie ganó otro papel protagonista en «Camino al cielo», donde entre 1984 y 1989 dio vida a Jonathan Smith, un ángel guardián en prácticas cuyo trabajo era ayudar a la gente para poder ganar sus alas. Landon falleció en 1991 con solo 54 años a causa de un cáncer de páncreas.

Susan Sullivan
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Susan Sullivan interpretó entre 1981 y 1989 el papel de Maggie Hartford Gioberti Channing en el popularísimo culebrón «Falcon Crest». Maggie Hartford interpretaba a la sufrida esposa de Chase Gioberti y en segundas nupcias, en un extraño giro de la serie, se casó con Richard Channing. Su trabajo en «Falcon Crest» le abrió las puertas de la fama y se convirtió en un icono televisivo en decenas de países. Sullivan tiene ahora 76 años y sigue haciendo pinitos en el mundo del cine y la televisión. Su último papel fue en «El método Kominsky», la serie de Netflix protagonizada por Michael Douglas.

Jane Wyman
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Jane Wyman saltó a la fama dándole vida en «Falcon Crest» a la malvada Angela Channing, una matriarca astuta y poderosa que con tal de proteger a su familia y a su legado era capaz de urdir artimañas de cualquier tipo. Por este papel ganó cuatro Globos de Oro en cuatro años consecutivos. Hacia 1989 la salud de la actriz empeoró, y tuvo que dejar la serie en su última temporada, a la que volvió esporádicamente al final. Wyman es también conocida por haber sido laprimera esposa del expresidente de los EE.UURonald Reagan. Jane Wyman falleció el diez de septiembre de 2007 a los 93 años de edad tras sufrir varios años de artritis y diabetes.

Grecia Colmenares
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«Topacio» fue la telenovela por excelencia de los 80 y la responsable de que se terminasen los prejuicioshacia los culebrones, que ya no eran solamente programas para señoras. La producción venezolana cautivó al público de todas las edades. En ella, Grecia Colmenares encarnaba a una campesina ciega que se enamora apasionadamente de Jorge Luis, un hombre acaudalado y de buena cuna. Grecia Colmenares consiguió éxito internacional con su papel y siguió el resto de su carrera dedicada al mundo del culebrón, participando en producciones de éxito como «María de nadie» o «Manuela». Se casó con el empresario argentino Marcelo Pelegri, con quien tuvo un hijo, Gianfranco, que también se dedica a la interpretación.

Catherine Fulop
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Catherine Amanda Fulop García es la quinta hija de una familia numerosa con padre húngaro y madre venezolana. La telenovela que la llevó al estrellato fue «Abigail», donde obtuvo el papel protagonista. Catherine encarnaba a la caprichosa hija única de un acaudalado empresario que se enamora de su profesor.En España Fulop llegó a ser muy conocida, llegando a aparecer con asiduidad en programas del corazón junto a su marido Fernando Carrillo, también actor de «Abigail». Tras unos años alejada de la televisión en 2003 regresó a la ficción con un papel en «Rebelde Way», donde interpretó a Sonia Rey, madre de Marizza, una de las adolescentes de la serie.
https://www.abc.es/play/television/...cos-emitidos-espana-201903170106_noticia.html
 
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