Secretos de la nobleza

William Tallon: el mayordomo que sabía demasiado
08/02/2015 - 00:00 Carlos Manuel Sánchez - XL Semanal

Fue el leal mayordomo de la reina madre durante 54 años. Pocos como él tuvieron un acceso tan cercano a la familia real. Venerado por los británicos, se llevó a la tumba todos sus secretos. Hasta que una biografía ha sacado su lado oscuro. El suyo y el de su jefa.

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William Tallon fue, durante 54 años, mayordomo de la Reina Madre de Inglaterra.

William Tallon era el mayordomo perfecto. O eso aparentaba. Un servidor devoto que durante 50 años procuró que la 'abuelita', como la llamaba el príncipe Carlos, estuviese primorosamente atendida. Su jornada se extendía desde las 7:30 horas, cuando entregaba a la doncella la bandeja del desayuno té aguado, un bol con semillas de amapola y una rajita de melón para que se lo sirviese en la cama, hasta altas horas de la noche, pues la reina madre solía acostarse tarde.

Tallon siempre fue discreto. Los tabloides le hubieran pagado una fortuna por desvelar los secretos palaciegos, pero él nunca cayó en la tentación. A pesar de su magro sueldo unos 13.000 euros anuales, aunque con alojamiento y comida gratis y de que terminó malviviendo de una irrisoria pensión. Tallon se llevó sus secretos a la tumba. Pero casi ocho años después de su muerte le siguen tirando de la lengua. Y esta vez no puede hacer nada. Ni él, que es el biografiado en un libro que se publica el mes que viene y ya ha provocado reacciones furiosas; ni la reina madre, que es la víctima colateral de la biografía. Según el avance de la editorial, la madre de Isabel II pasó «ebria y lunática» las últimas dos décadas de su larguísima vida. El texto está escrito por Thomas Quinn, especialista en airear los trapos sucios de las grandes familias del Reino Unido. Según Quinn, la mujer de Jorge VI veneraba a su mayordomo porque, entre otras cosas, sabía hacer los gin-tonics como a ella le gustaban: «Nueve décimas partes de ginebra y una de tónica».

Y asegura el autor: «De cara a la galería, la familia real era un modelo de recato. Pero Tallon los veía en la intimidad. Bebían, fumaban, blasfemaban y hacían bromas crueles. Los Windsor odian las conversaciones serias. Y cuentan chistes a expensas de otros miembros de la familia. La reina madre era especialmente ingeniosa. En parte, por su gran sentido del humor y, en parte, porque durante los últimos 20 años perdió la cabeza hasta el borde de la demencia».La reacción de la familia real no se ha hecho esperar. La sobrina de la reina madre Margaret Rhodes, de 89 años, califica de chismes todas estas afirmaciones. «Escribir esas majaderías sobre alguien que está muerto y no puede defenderse es obsceno. Además, ella no solía beber gin-tonics, prefería Martini con ginebra. Y se preparaba los cócteles ella misma. No bebía más que uno o dos por las tardes, porque era muy consciente de su estatus y de lo que podía o no podía hacer alguien de su posición. Es verdad que tenía un maravilloso sentido del humor. Y se reía hasta las lágrimas viendo algunos programas de la televisión. Pero no perdió la cabeza. Podía hablar con cualquiera de cualquier cosa, ya fuera del cultivo de los rododendros o de poesía persa. Tuvo la cabeza lúcida hasta el final».

La venganza de los colegas

A falta de las confidencias del propio Tallon, el biógrafo ha echado mano de entrevistas con el personal doméstico que trabajó a sus órdenes en Clarence House, la residencia de la reina madre, donde no se movía un plumero sin que él lo supiese. Y no escasean las fuentes porque entre criados, amas de llaves, chóferes, doncellas y pajes llegaron a sumar 72 personas.Tallon era atento y encantador. El príncipe Carlos lo tenía en alta consideración. Los británicos lo consideran casi como un tesoro nacional. Y lo llamaban Backstairs Billy (Billy el de la Escalera de Servicio). Era el que sacaba a pasear a los perritos corgis. El que conocía el protocolo al dedillo. El que siempre sabía qué hacer. Un perfeccionista. Y un connoisseur. Amigo de pintores y de artistas. Y siempre al quite para que la reina madre estuviese espléndida, ya fuese Elton John el invitado -con quien acabó marcándose un foxtrot, -ya fuesen veteranos de guerra, a los que Tallon servía güisqui en el té para que la reunión no decayese. Desde luego, era un mago con las bebidas. «Siempre se las arreglaba para que tuvieses la copa llena -detalla un habitual de las cenas de gala en Clarence House-. Daba igual que la taparas con la mano. Te escanciaba el licor entre los dedos».

Ese era Billy a ojos del público. Condecorado con la Medalla de Oro de la Real Orden Victoriana por sus excepcionales servicios, desde su más tierna infancia supo lo que quería: estar junto con los grandes. Coleccionaba álbumes con recortes de prensa de la familia real. Siendo un adolescente, le escribió una carta al rey Jorge VI para solicitarle un empleo. Para su sorpresa, fue llamado a palacio. Tenía 16 años. Empezó su carrera como lacayo de los Windsor en 1951. Y desde 1953 estuvo al servicio de la reina madre, a la que divertían sus modales un tanto grandilocuentes y su porte aristocrático. Tenía muy buena percha. Y era homosexual. Siempre se supo que la reina madre prefirió que a su servicio hubiera gays -mucho antes de que la homosexualidad fuese aceptada o incluso legal-, para evitarse preocupaciones con sus hijas las princesas Isabel y Margarita y porque, según comentó en una carta, podían concentrarse mejor en su tarea, al no tener que ocuparse también de una esposa y una prole; además, estaban siempre dispuestos a viajar sin quejarse.

Tallon se convirtió en una presencia benefectora para la reina madre, que siempre le perdonó sus deslices. «El tonto de Billy ha hecho otra de las suyas», solía murmurar. Porque el mayordomo también tenía un lado oscuro. Muchos de los que estaban a su servicio lo odiaban, lo envidiaban o lo temían. Era muy promiscuo. Un depredador sexual que, según cuentan, elegía a sus conquistas entre el personal de palacio. Y podía hacerle la vida imposible a quien se resistiera a sus avances. Un criado, Liam Cullen-Brooks, lo recuerda como alcohólico y vengativo. «Había clases y clases. Y no me refiero a la familia real, ellos se comportaban bien con nosotros. La brecha era entre los criados veteranos y los novatos como yo. Tallon y su amante, Reginald Wilcock, eran unos déspotas. Y eran insaciables. Siempre estaban al acecho de nuevas presas. Castigaban a los que no se dejaban haciéndoles limpiar la plata o las hojas muertas de una higuera. Cuando habías terminado, sacudían el árbol para que volviesen a caer hojas. Asaltaban las bodegas y las cocinas reales cada fin de semana. Y se llevaban vinos carísimos. Vi a Tallon desplomarse en público, borracho. Pero tenía bula y siempre se salía con la suya», recuerda.

Murió solo y rodeado de recuerdos

Cuando la vida privada de Tallon se convirtió en carnaza para la prensa sensacionalista, hubo presiones para que la reina madre lo expulsara. Pero ella llamó a sus secretarios privados y les dijo: «Los empleos de mis criados no son negociables. Los de ustedes sí». La reina madre murió en 2002, a los 101 años, y Tallon nunca superó el golpe. Pidió que le dejasen despedirse de ella en privado, pero le fue vetado el acceso a la habitación mortuoria. Su alcoholismo se agravó. Y los que le tenían ganas se vengaron. Fue expulsado del servicio doméstico y acabó en un piso londinense, solo, rodeado de recuerdos y de los 644 objetos personales que se llevó de palacio y que fueron subastados después de su muerte. Como su pensión no le llegaba, el príncipe Carlos se las arregló para que le dieran 100 libras extra a la semana, unos 130 euros. Falleció en 2007, a los 72 años, de una dolencia relacionada con el sida. Fue fiel a su señora hasta la muerte. Pero, por lo visto, no va a poder serlo eternamente.

Retazos de un largo y fiel servicio a la corona británica

-En la sombra también hay luz: Tallon es toda una figura en su país. Condecorado con la Medalla de Oro de la Real Orden Victoriana, su vida inspiró un documental de la cadena Channel 4.

-Un hombro para los príncipes: Lady Di fue siempre cercana a Tallon, una especie de segundo padre para su marido. Al poco del divorcio, el príncipe Carlos le confesó: «Estábamos tan enamorados, William. Todo es muy triste».

-Aquella 'carta a los reyes magos': Con 16 años, Tallon escribió una carta al rey Jorge VI para solicitar un empleo... Y el monarca lo llamó a palacio. Dos años después acompañaba a la reina madre de gira por los países de la Commonwealth.

-Los tesoros del mayordomo: Tallon vivió en Clarence House hasta 2002, cuando, al morir su patrona, se mudó a un piso en Londres. A su muerte, en su vivienda se hallaron 644 objetos personales amasados en sus años de servicio real.

-Un 'paparazi' en palacio: Entre los recuerdos que lo acompañaron en sus últimos años, Tallon guardaba fotografías informales de los Windsor, como esta que él mismo tomó en sus años de servicio a la familia real.

-El sirviente apasionado: La reina madre, al parecer, prefería contratar a gays como personal doméstico, para entre otras cosas evitarse disgustos con sus hijas. En ese sentido, Tallon nunca ocultó su relación con Reginal Wil

De tal señora, tal criado... ¡Que tipo tan naiseabundo, creyéndose importante por tener en el bolsillo a la vieja Queen!
 
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  • Desconfíen de la versión oficial. Eduardo VIII renunció al trono para casarse con ella, sí. Pero el motivo quizá no fuera que Wallis estaba a punto de divorciarse por segunda vez. Su pasado era mucho más turbio e intenso. Se publica ahora en España ‘La señora Simpson’, una biografía que promete desvelarnos todos los secretos de una mujer que cambió la historia.

No era guapa, pero sí tenía clase y algo especial. En su vida nunca faltaron los amantes, ni siquiera después de casarse con el hombre que había renunciado al trono por ella. Cualquier rumor que imaginen circuló sobre esta mujer a la que Churchill, sin ir más lejos, llamaba "la put*". La vida de Wallis Simpson estuvo siempre marcada por la ambición y el esnobismo, pero también por la frustración y el fracaso. Así la presenta Charles Higham en La señora Simpson, la biografía que esta semana llega a las librerías de la mano de la editorial Aguilar.

La primera sorpresa del libro es la fecha de nacimiento. Bessie Wallis Warfield nació el 19 de junio de 1895, un año antes de lo que siempre se ha dicho. La pequeña llegó al mundo precedida por el escándalo, como hija ilegítima de los descendientes de dos familias acomodadas de Baltimore. Sus padres no estaban casados, y él además padecía tuberculosis, lo que le llevaría a morir un año después sin poder darle un beso a la niña por temor a contagiarla. Curiosamente, Wallis no fue bautizada, un hecho que hubiera servido para anular todos sus matrimonios religiosos, aunque eso tampoco la habría ayudado a ganarse las simpatías de la familia real británica.

Quienes la conocieron en su infancia la describen como una niña alegre, precoz en todo y fascinada ya desde entonces por la moda y la alta sociedad. Poco a poco fue desarrollando el carácter y esa impertinencia que la caracterizaron. Como no podía ser menos, empezó a perseguir a los chicos pronto, e incluso desarrolló una estrategia para ligarse al más rico del campamento de verano al que asistió con 16 años. ¿Cómo lo hizo? Halagando su vanidad y convirtiéndose en toda una experta en fútbol americano, la gran pasión de él.

Tres años después, viajó a Florida para pasar un temporada con su prima Corinne y el marido de ella, teniente del ejército. En la base militar conoció a su primer marido, Earl Winfield Spencer Jr., un piloto que parecía tenerlo todo, incluida una gran fortuna. Wallis entonces no conocía todos los problemas que arrastraba su prometido, al que habían expedientado en el ejército muchísimas veces por su rebeldía y su alcoholismo. Había otra característica de él que en el futuro se repetiría en otros amantes de Wallis: era bisexual.

Su primer matrimonio

Tras la boda, el matrimonio se convirtió en un infierno marcado por los celos, las infidelidades y el carácter violento de él. La pareja se separó y se reconcilió innumerables veces y Wallis, mientras tanto, vivió distintas aventuras con diplomáticos, como un príncipe italiano o el secretario de la embajada argentina del que se separó clavándole las uñas en la cara tras enterarse de que él estaba con otra.

En 1923 se inició uno de los episodios más oscuros de su vida. Aprovechando que su marido estaba destinado en China, empezó a trabajar para el servicio secreto americano llevando documentos clasificados. El país asiático se encontraba en plena guerra civil y ella llegó dispuesta a salvar su matrimonio. En efecto, se produjo la enésima reconciliación, pero su marido, según cuenta Higham, la introdujo en los burdeles de Hong Kong, donde aprendió lo que años después un polémico informe de la inteligencia británica calificaría como "prácticas perversas".

El matrimonio, sin embargo, no tardó en romperse otra vez cuando él la abandonó por un joven pintor. Aún así, ella permaneció en China espiando para los rusos, según algunos, involucrada en el tráfico de drogas, según otros, jugando en los casinos para acaudalados hombres de negocios que la mantenían. Hubo, por supuesto, más amantes en esta época, como el fascista Galeazzo Ciano, que llegó a ser ministro con Mussolini, y del que se quedó embarazada. El aborto fue el origen de innumerables complicaciones y Wallis ya nunca pudo tener hijos.

Camino a Londres

En las navidades de 1926 conoció a Ernest Simpson, que se convertiría en su segundo marido, aunque en ese momento él estaba casado. Simpson, socio de una empresa que se dedicaba a comprar y vender barcos, resolvió los problemas económicos de Wallis y se la llevó a Londres. La llegada a la capital británica no fue fácil y estuvo marcada por la soledad y la tristeza. Hasta que Thelma Furness apareció en su vida.

Thelma era la amante oficial del príncipe de Gales y cumplía dos de los requisitos que más le gustaban a él: estaba casada y era americana. Se prestaba también a retorcidos juegos con ositos de peluche, en los que se llamaban el uno al otro papá y mamá. Lo más extraño, quizá, es que la mamá era él. Años después, Thelma describiría al duque como un pésimo amante y mal dotado. No era este su único problema. El futuro rey era frívolo y caprichoso, aficionado a los clubes y demasiado preocupado por su propia imagen. Comía una sola vez al día y hay quien dice que era femenino, o directamente homosexual.

Gracias a Thelma, Wallis conoció al príncipe de Gales. Lo primero que ella le dijo a él es que la había decepcionado. Sería el inicio de una relación marcada por la ambición de la americana y el deseo, por parte del futuro rey, de ser dominado. Más adelante, cuando ella ya era su amante, no sería nada extraño que Wallis le regañara y le despreciara en público, o que le obligara a quitarle los zapatos sucios.

Sir Dudley Forwood, ayuda de cámara del duque de Windsor, describió así la relación: "Las técnicas que Wallis descubrió en China no superaron por completo la extrema falta de virilidad del príncipe. No está claro que él y Wallis mantuvieran un intercambio sexual en el sentido habitual de la expresión. Pero sí que logró aliviarle. Además, a petición de él, se enzarzaron en unos sofisticados juegos eróticos. Entre ellos se incluían escenas de niñera y bebé en las que él llevaba pañales".

Sea como sea, la relación entre el príncipe y Wallis se fue estrechando. Un momento decisivo fue cuando Thelma se marchó a Estados Unidos y le pidió a su amiga que le cuidara para que no hiciera "travesuras". La pobre no tenía ni idea del error que acababa de cometer. La obsesión del príncipe por Wallis fue haciéndose mayor.

La llamaba o se presentaba a cualquier hora en su casa, sin tener en cuenta a su marido, y empezó a meterla también en palacio en contra de sus padres, que no tardarían en encargar el citado informe a los servicios secretos sobre el pasado de la amante. Mientras, Wallis cometió uno de los peores errores: empezó a imitar a Isabel, entonces duquesa de York. La futura reina la pilló y ya nunca pudo perdonarla.

El nuevo rey de Inglaterra

Las imprudencias de la pareja afectaban también a un aspecto tan delicado como el de la política. Primero porque él quería meterse donde no debía como heredero y segundo por la proximidad que ambos mostraron siempre hacia Hitler.

En enero de 1936, lo primero que hizo Eduardo VIII al subir al trono fue encargar un Buick para su amante. Wallis, por su parte, tomó las riendas de la casa y empezó a despedir criados o a bajarles el sueldo. Crecieron también las sospechas de que la americana espiaba para Alemania. Había más problemas por resolver: ella seguía casada y no parecía demasiado enamorada del rey. Tenía además un amante, Guy Trundle, ejecutivo de ventas de Ford. El rey, en cambio, se obsesionó con la idea de que o reinaba con Wallis o renunciaba al trono. Una pretensión que la futura esposa no compartía.

Wallis, hasta el último momento, intentó que él no abdicara. Hubiera preferido seguir ejerciendo el poder en la sombra. La tensión, sin embargo, fue en aumento. Con la familia real y el gobierno en contra del matrimonio, Eduardo VIII abdicó menos de un año después de haber subido al trono. La pareja, a partir de ese momento, inició una nueva vida, en el exilio y marcada por una preocupación constante: el dinero.

Dicen que eso y el enterarse de que se iba a quedar sin buena parte de sus rentas fue lo único que casi frena al rey y evita su abdicación. Dicen también que muchos años después, cuando le robaron las joyas a Wallis, la pareja exageró las piezas que los ladrones se habían llevado para cobrar más del seguro. Ambos, en cualquier caso, jamás encontraron su lugar en el mundo después de la renuncia al trono. Él siempre presionó para que a ella le concedieran el tratamiento de alteza real, lo que no logró, así como para imponer otras exigencias.

Su relación con el nazismo

El momento más delicado fue la II Guerra Mundial. Los duques de Windsor siguieron sus conspiraciones con el nazismo. Confiaban en que Hitler les devolvería el trono. El que un día fue rey de Inglaterra acabó traicionando a su país. La situación llegó a ser tan violenta que Churchill se lo tuvo que quitar de encima mandándole a Bahamas como gobernador. Pero ni aun así. El duque retrasaba el viaje, y el primer ministro tuvo que amenazarle con un consejo de guerra si no se marchaba.

Tras la contienda, la situación dejó de ser problemática. Los duques fueron quedándose aislados. Al principio, acudía él solo a los grandes acontecimientos familiares, pero llegó un momento, con la coronación de Isabel II, en el que ya ni siquiera contaron con él. Los duques insistieron, en mezclarse con quien no debían, como Jimmy Donahue, un multimillonario abiertamente homosexual que en cierta ocasión castró a un soldado al que acababa de conocer en un bar.¿Mantenía una relación con el duque o con la duquesa?, ¿tal vez con los dos? Fuera como fuera, los tres se volvieron inseparables durante años y así hubieran seguido de no ser por la patada que Donahue le pegó a la duquesa y que la dejó sangrando.

La relación con la familia real empezó a mejorar después de la operación a la que se sometió el duque por un aneurisma. La reina acudió a visitarle y la duquesa le hizo una reverencia. Poco después, el duque le pidió a su sobrina ser enterrado junto a Wallis en Frogmore e Isabel II accedió.

El duque murió en 1972 de un cáncer de garganta, después de haberse despedido de la reina, que aprovechó un viaje oficial a París. La duquesa le sobrevivió 14 años. Finalmente se cumplió la voluntad del duque y ambos fueron enterrados juntos. Al funeral de Wallis acudieron 175 personas, entre ellas Isabel II y su gran enemiga, la reina madre.
 
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20 feb 2013

HOY CORAZÓN-CARLOS GONZÁLEZ
  • Desconfíen de la versión oficial. Eduardo VIII renunció al trono para casarse con ella, sí. Pero el motivo quizá no fuera que Wallis estaba a punto de divorciarse por segunda vez. Su pasado era mucho más turbio e intenso. Se publica ahora en España ‘La señora Simpson’, una biografía que promete desvelarnos todos los secretos de una mujer que cambió la historia.

No era guapa, pero sí tenía clase y algo especial. En su vida nunca faltaron los amantes, ni siquiera después de casarse con el hombre que había renunciado al trono por ella. Cualquier rumor que imaginen circuló sobre esta mujer a la que Churchill, sin ir más lejos, llamaba "la put*". La vida de Wallis Simpson estuvo siempre marcada por la ambición y el esnobismo, pero también por la frustración y el fracaso. Así la presenta Charles Higham en La señora Simpson, la biografía que esta semana llega a las librerías de la mano de la editorial Aguilar.

La primera sorpresa del libro es la fecha de nacimiento. Bessie Wallis Warfield nació el 19 de junio de 1895, un año antes de lo que siempre se ha dicho. La pequeña llegó al mundo precedida por el escándalo, como hija ilegítima de los descendientes de dos familias acomodadas de Baltimore. Sus padres no estaban casados, y él además padecía tuberculosis, lo que le llevaría a morir un año después sin poder darle un beso a la niña por temor a contagiarla. Curiosamente, Wallis no fue bautizada, un hecho que hubiera servido para anular todos sus matrimonios religiosos, aunque eso tampoco la habría ayudado a ganarse las simpatías de la familia real británica.

Quienes la conocieron en su infancia la describen como una niña alegre, precoz en todo y fascinada ya desde entonces por la moda y la alta sociedad. Poco a poco fue desarrollando el carácter y esa impertinencia que la caracterizaron. Como no podía ser menos, empezó a perseguir a los chicos pronto, e incluso desarrolló una estrategia para ligarse al más rico del campamento de verano al que asistió con 16 años. ¿Cómo lo hizo? Halagando su vanidad y convirtiéndose en toda una experta en fútbol americano, la gran pasión de él.

Tres años después, viajó a Florida para pasar un temporada con su prima Corinne y el marido de ella, teniente del ejército. En la base militar conoció a su primer marido, Earl Winfield Spencer Jr., un piloto que parecía tenerlo todo, incluida una gran fortuna. Wallis entonces no conocía todos los problemas que arrastraba su prometido, al que habían expedientado en el ejército muchísimas veces por su rebeldía y su alcoholismo. Había otra característica de él que en el futuro se repetiría en otros amantes de Wallis: era bisexual.

Su primer matrimonio

Tras la boda, el matrimonio se convirtió en un infierno marcado por los celos, las infidelidades y el carácter violento de él. La pareja se separó y se reconcilió innumerables veces y Wallis, mientras tanto, vivió distintas aventuras con diplomáticos, como un príncipe italiano o el secretario de la embajada argentina del que se separó clavándole las uñas en la cara tras enterarse de que él estaba con otra.

En 1923 se inició uno de los episodios más oscuros de su vida. Aprovechando que su marido estaba destinado en China, empezó a trabajar para el servicio secreto americano llevando documentos clasificados. El país asiático se encontraba en plena guerra civil y ella llegó dispuesta a salvar su matrimonio. En efecto, se produjo la enésima reconciliación, pero su marido, según cuenta Higham, la introdujo en los burdeles de Hong Kong, donde aprendió lo que años después un polémico informe de la inteligencia británica calificaría como "prácticas perversas".

El matrimonio, sin embargo, no tardó en romperse otra vez cuando él la abandonó por un joven pintor. Aún así, ella permaneció en China espiando para los rusos, según algunos, involucrada en el tráfico de drogas, según otros, jugando en los casinos para acaudalados hombres de negocios que la mantenían. Hubo, por supuesto, más amantes en esta época, como el fascista Galeazzo Ciano, que llegó a ser ministro con Mussolini, y del que se quedó embarazada. El aborto fue el origen de innumerables complicaciones y Wallis ya nunca pudo tener hijos.

Camino a Londres

En las navidades de 1926 conoció a Ernest Simpson, que se convertiría en su segundo marido, aunque en ese momento él estaba casado. Simpson, socio de una empresa que se dedicaba a comprar y vender barcos, resolvió los problemas económicos de Wallis y se la llevó a Londres. La llegada a la capital británica no fue fácil y estuvo marcada por la soledad y la tristeza. Hasta que Thelma Furness apareció en su vida.

Thelma era la amante oficial del príncipe de Gales y cumplía dos de los requisitos que más le gustaban a él: estaba casada y era americana. Se prestaba también a retorcidos juegos con ositos de peluche, en los que se llamaban el uno al otro papá y mamá. Lo más extraño, quizá, es que la mamá era él. Años después, Thelma describiría al duque como un pésimo amante y mal dotado. No era este su único problema. El futuro rey era frívolo y caprichoso, aficionado a los clubes y demasiado preocupado por su propia imagen. Comía una sola vez al día y hay quien dice que era femenino, o directamente homosexual.

Gracias a Thelma, Wallis conoció al príncipe de Gales. Lo primero que ella le dijo a él es que la había decepcionado. Sería el inicio de una relación marcada por la ambición de la americana y el deseo, por parte del futuro rey, de ser dominado. Más adelante, cuando ella ya era su amante, no sería nada extraño que Wallis le regañara y le despreciara en público, o que le obligara a quitarle los zapatos sucios.

Sir Dudley Forwood, ayuda de cámara del duque de Windsor, describió así la relación: "Las técnicas que Wallis descubrió en China no superaron por completo la extrema falta de virilidad del príncipe. No está claro que él y Wallis mantuvieran un intercambio sexual en el sentido habitual de la expresión. Pero sí que logró aliviarle. Además, a petición de él, se enzarzaron en unos sofisticados juegos eróticos. Entre ellos se incluían escenas de niñera y bebé en las que él llevaba pañales".

Sea como sea, la relación entre el príncipe y Wallis se fue estrechando. Un momento decisivo fue cuando Thelma se marchó a Estados Unidos y le pidió a su amiga que le cuidara para que no hiciera "travesuras". La pobre no tenía ni idea del error que acababa de cometer. La obsesión del príncipe por Wallis fue haciéndose mayor.

La llamaba o se presentaba a cualquier hora en su casa, sin tener en cuenta a su marido, y empezó a meterla también en palacio en contra de sus padres, que no tardarían en encargar el citado informe a los servicios secretos sobre el pasado de la amante. Mientras, Wallis cometió uno de los peores errores: empezó a imitar a Isabel, entonces duquesa de York. La futura reina la pilló y ya nunca pudo perdonarla.

El nuevo rey de Inglaterra

Las imprudencias de la pareja afectaban también a un aspecto tan delicado como el de la política. Primero porque él quería meterse donde no debía como heredero y segundo por la proximidad que ambos mostraron siempre hacia Hitler.

En enero de 1936, lo primero que hizo Eduardo VIII al subir al trono fue encargar un Buick para su amante. Wallis, por su parte, tomó las riendas de la casa y empezó a despedir criados o a bajarles el sueldo. Crecieron también las sospechas de que la americana espiaba para Alemania. Había más problemas por resolver: ella seguía casada y no parecía demasiado enamorada del rey. Tenía además un amante, Guy Trundle, ejecutivo de ventas de Ford. El rey, en cambio, se obsesionó con la idea de que o reinaba con Wallis o renunciaba al trono. Una pretensión que la futura esposa no compartía.

Wallis, hasta el último momento, intentó que él no abdicara. Hubiera preferido seguir ejerciendo el poder en la sombra. La tensión, sin embargo, fue en aumento. Con la familia real y el gobierno en contra del matrimonio, Eduardo VIII abdicó menos de un año después de haber subido al trono. La pareja, a partir de ese momento, inició una nueva vida, en el exilio y marcada por una preocupación constante: el dinero.

Dicen que eso y el enterarse de que se iba a quedar sin buena parte de sus rentas fue lo único que casi frena al rey y evita su abdicación. Dicen también que muchos años después, cuando le robaron las joyas a Wallis, la pareja exageró las piezas que los ladrones se habían llevado para cobrar más del seguro. Ambos, en cualquier caso, jamás encontraron su lugar en el mundo después de la renuncia al trono. Él siempre presionó para que a ella le concedieran el tratamiento de alteza real, lo que no logró, así como para imponer otras exigencias.

Su relación con el nazismo

El momento más delicado fue la II Guerra Mundial. Los duques de Windsor siguieron sus conspiraciones con el nazismo. Confiaban en que Hitler les devolvería el trono. El que un día fue rey de Inglaterra acabó traicionando a su país. La situación llegó a ser tan violenta que Churchill se lo tuvo que quitar de encima mandándole a Bahamas como gobernador. Pero ni aun así. El duque retrasaba el viaje, y el primer ministro tuvo que amenazarle con un consejo de guerra si no se marchaba.

Tras la contienda, la situación dejó de ser problemática. Los duques fueron quedándose aislados. Al principio, acudía él solo a los grandes acontecimientos familiares, pero llegó un momento, con la coronación de Isabel II, en el que ya ni siquiera contaron con él. Los duques insistieron, en mezclarse con quien no debían, como Jimmy Donahue, un multimillonario abiertamente homosexual que en cierta ocasión castró a un soldado al que acababa de conocer en un bar.¿Mantenía una relación con el duque o con la duquesa?, ¿tal vez con los dos? Fuera como fuera, los tres se volvieron inseparables durante años y así hubieran seguido de no ser por la patada que Donahue le pegó a la duquesa y que la dejó sangrando.

La relación con la familia real empezó a mejorar después de la operación a la que se sometió el duque por un aneurisma. La reina acudió a visitarle y la duquesa le hizo una reverencia. Poco después, el duque le pidió a su sobrina ser enterrado junto a Wallis en Frogmore e Isabel II accedió.

El duque murió en 1972 de un cáncer de garganta, después de haberse despedido de la reina, que aprovechó un viaje oficial a París. La duquesa le sobrevivió 14 años. Finalmente se cumplió la voluntad del duque y ambos fueron enterrados juntos. Al funeral de Wallis acudieron 175 personas, entre ellas Isabel II y su gran enemiga, la reina madre.

Pero cuando murió Wallis fué a su funeral la Queen, creo que la Mother no. Se rumoreaba que la inquina contra la Simpson de Queen Mother se debía al estupor que cundió entre todas las ladies casaderas al ver al escurridizo David cayendo con semejante mujer e pasado innombrable... Ella se habia conformado con el segundo hijo, pero ver a esa advenediza yanquie cazando al futuro rey...

Lo gracioso es que ella jamás le quiso, él fué su juguete y cuando se empeñó en abdicar por ella se vió obligada a casarse con él para salva la cara ante la opinión pública. Eran tan snobs que hacian que laa criadas planchasen los billetes para que pareciesen nuevos... Eran íntimos de los Mosley, Sir Oswald -el lider fascista británico de preguerra - y su esposa Diana Mitford, cuyo adulterio doble habia dejado a cuadros a todos, porque una cosa es que fuesen amantes, pero que ella abandonase a su marido Guinness, el de las ccervezas, un muchacho bueno dominado por ella, por el cazamujeres del Mosley, que la compaginaba con su cuñada, la hermana de su mujer... Al quedarse viudo, se casó con Diana porque Hitler, admirado por la belleza de ella, se lo sugirió, y se casaron ante el Führer en Berlin. Al volver a Inglaterra, los Mosley, en medio de los bombardeos alemanes contra Londres, abogaban por rendirse a Alemania.Churchill, pariente de ella, tuvo que encarcelarlos para librarlos del linchamiento de las masas, aunque pronto les permitió salira escondidas a condición de que no se hiciesen notar.

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Las Mitford: Nancy la escritoria, Diana la nazi, Pamela, señorita de sociedad, Unity la enamorada de Hitler que se pegó un tiro tras la declaración de guerra quedándose en estado vegetal varios años, lapequeña Deborah que seriala nuera del difunto Duque de Devonsihire asesinado por el doctor y asu vez duquesa y Jessica, la comunista, casada en primeras nupcias con el joven enfant terrible rojo de la High Society brittish, Esmond Romilly, hijo de la cuñada de Churchill, del que se rumoreaba que quizás era el padre del joven...Se casaron en España, durantte la guerra, la familia logró que enviasen a Bilbao u barco para rescatar a la chica pero ella se negó a subir en él. Después se marcharon a los USA. El falleció en acción de guerra en la aviación canadiense, dejando a Jessica con una hija. Cuando Churchill fué a Washington la visitó ofreciendole un trabajo en la embajada británica pero lo rechazó porque Churchill representaba para ella a la oligarquia de su famila profundamente anticomunista... Ella se volveria a casar con un activista judio de pro-Derechos Civiles...

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vaya vida la de estas hermanas, si que no perdieron el tiempo:eek::eek:
 
dicen que estaba muy arrepentida porque ella queria ser reina, le confesò a alguien cercano que ahora su vida estaria ligada por siempre a eduardo y jamàs podrìa dejarlo, ademàs d tener que vivir en el exilio permanente...
 
EL DÍA QUE BILBAO COMIÓ BACALAO:


(UNA HISTORIA QUE HUELE A MAR).










CAMBIO DE NEGOCIO Y UN MAL ENTENDIDO:

José Maria Gurtubay era hijo de un modesto menestral de Dima, (Arratia -Vizcaya), que se fue a Bilbao para ejercer en el negocio de los pellejos y las corambres.

No le marcho todo lo bien que era de desear.

Cambio de negocio y empezó a dedicarse a las importaciones de bacalao procedente de Noruega, Escocia o Islandia.

En 1824 se establece el Monopolio Estatal del bacalao.

El Sr. Gurtubay pensó. que el negocio podía resultar fructífero siempre que se importaran pequeñas cantidades que pasaran inadvertidas ante los consumeros y empleados de Hacienda.

A finales del 1835 puso un "telegrama" a sus proveedores habituales solicitando cien o ciento veinte bacalaos.

Escribió, poco mas o menos lo siguiente: ` "Envíenme primer barco que toque puerto de Bilbao 100 o 120 bacaladas primera superior

Lo malo fue para Gurtubay que el 100 y el 120 fueron escritos en números.

Y tomando la letra "o" por un cero quedaron "1000120". (Ostia!!)


Con lo cual el bueno de Gurtubay recibió un millón ciento veinte bacaladas.!!!!!!!


Cuando llegaron a Bilbao estuvo a punto de suicidarse.

GUTURBAY....UN HOMBRE DE SUERTE!!!


GUTURBAY Aceptó el envió con responsabilidad y resignación y cuando mas desesperado estaba realizando gestiones para vender parte del pedido en Galicia y Asturias, Bilbao fue cercada por las tropas del pretendiente don Carlos María Isidro.


Aquel cargamento fue el que permitió alimentarse a Bilbao durante el sitio de la primera guerra carlista y hacer de Gurtubay el poseedor de una inmensa fortuna.


HACEMOS DINERO Y.....

Los dinerillos de Guturbay pasaron a ser una de las fortunas mas grandes de la Villa, multiplicada además por su inteligente proyección sobre el Ensanche de la Anteiglesia de Abando, participación en el nacimiento del ferrocarril Bilbao-Tudela, fundación del Banco de Bilbao del que le nombraron Consejero el 27 de agosto de 1866, siendo reelegido para el cargo en febrero del 1877 sucediéndole a su muerte sus hijos Juan y José María, este ultimo donante de los terrenos donde se emplazo, el año 1900, el nuevo Hospital Civil de Bilbao.

NOS CODEAMOS CON LA NOBLEZA....


La ascensión social de los Gurtubay fue también muy notable.

Su hija, Mª del Rosario Gurtubay y González de Castejón, emparentó con la aristocracia al casarse con el duque de Hijar y Aliaga y la nieta que le dio este matrimonio, Mª del Rosario de Silva y Gurtubay, mejoró aún más la posición de la familia por su matrimonio con Jacobo Fitz James Stuart.


Ambos fueron los padres de la actual duquesa de Alba y la anécdota que se cuenta en estas líneas explica uno de los orígenes de su fortuna.

No le puso la tilde al disyuntivo "o", ese es el origen de tal fortuna.
 
LA VIDA DE MARIANO TÉLLEZ-GIRÓN Y BEAUFORT SPONTIN
De cómo pulirse la mayor fortuna jamás imaginada
El duodécimo duque de Osuna ha pasado a la Historia por su generosidad sin límites y su enorme capacidad para asombrar con sus derroches
01.04.13 - 18:38 -
CÉSAR COCA |
En Tuenti
Mariano Téllez-Girón y Beaufort Spontin, XII duque de Osuna, nacido en Madrid, tiene en su haber, con completa seguridad, un récord que no está al alcance de cualquiera: pulir en 37 años una fortuna gigantesca y dejar tras de sí una deuda que multiplicaba varias veces la herencia que recibió en la juventud. Hay que tener arte incluso a la hora de derrochar. Y Mariano Téllez-Girón (1814-1882) lo tenía. Tanto que su vida es pura leyenda.

En realidad, él no estaba llamado a heredar una gran fortuna ni una acumulación obscena de títulos nobiliarios. Pero la muerte con poco tiempo de diferencia de su padre y su hermano mayor hizo que a los 30 años se encontrara con catorce grandezas de España, cuatro principados, medio centenar largo de títulos de nobleza y una renta anual fabulosa.

La lista de sus títulos es tan larga que resulta aburrida, pero conviene destacar algunos. Los ducados: Osuna, Infantado, Gandía, Béjar, Benavente, Pastrana, Plasencia, Lerma... Los marquesados: Éboli, Santillana, Peñafiel, Zahara, Monteagudo, Nules, Almenara y unos cuantos más. Condados: Oliva, Bailén, Casares, Mayorga, Reino de Valencia. Luego viene la calderilla nobiliaria: almirante de Castilla, notario mayor, justicier del Reino de Nápoles, Señor de Villasandino, Ponce de León, Cisneros, etc.

La biografía de Téllez-Girón lo presenta como un tipo atractivo, buen diplomático –se dedicó a ello la mayor parte de su vida– aunque fuera a base de despliegues de simpatía y regalos, generoso con reyes y criados, pero incapaz de hacer el menor cálculo sobre sus gastos y su patrimonio. Es más, tenía una aversión absoluta no ya al ahorro sino tan siquiera hacia el menor recorte del disparatado tren de vida que mantuvo cada uno de los días de su existencia. Imposible imaginarlo en momentos como el presente.

Patrimonio enorme

Su patrimonio era gigantesco. Se decía de él que podría haber recorrido media península sin salir de sus tierras. Pero no solo eso: podía ir de Madrid a Rusia y hacer noche siempre en una casa de su propiedad. Una casa donde tendría preparada cama y comida, porque pronto dio orden de que todos los días del año sus palacios estuvieran en funcionamiento como si él fuera a residir en ellos. Daba igual que se tratara del tiempo de su cargo de embajador en San Petersburgo: todas sus casas en España y Europa debían estar abiertas, la comida caliente y la cama lista. En Madrid, llegó al extremo de ordenar que en la estación de tren estuviese siempre su carruaje esperándolo, por si se le ocurría llegar en cualquier momento. Y como tenía un tren privado sus criados no se podían fiar de los horarios del servicio regular.

Además de sus palacios y las fincas, tenía una fabulosa biblioteca de 60.000 volúmenes que a su muerte fue a engrosar los fondos de la Nacional.

Su generosidad era célebre ya en sus primeros años como titular del ducado. Se dice que repartía tarjetas de visita por todo Madrid y los destinatarios podían presentarse de improviso en cualquiera de sus dos palacios para comer, alojarse, montar a caballo o pasar la tarde, incluso aunque él no estuviera en casa. Sus criados eran los mejor pagados del país y repartía propinas con enorme prodigalidad. Incluso mandó construir un hospital para atender a sus sirvientes enfermos y ancianos. Y si no paraba en gastos, tampoco era de quienes reclamaban los mayores honorarios. Más bien lo contrario: mientras estuvo al servicio de la Corona como embajador, se negó a cobrar por ello. Aún más: las legendarias fiestas que organizó en las embajadas corrían de su cuenta.

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El San Petersburgo de la época de Mariano Téllez-Girón.
Su celebridad internacional comenzó en 1852, cuando representó a la reina en el funeral de Wellington. Pero fue durante su estancia en San Petersburgo cuando su capacidad para el derroche alcanzó el delirio. Entre lo que se cuenta puede haber no poca fantasía, pero muchos episodios están narrados por un cronista de excepción: el escritor Juan Valera, que dejó testimonio de todo en sus célebres ‘Cartas desde Rusia’.

Sus años en Rusia

Ya se ha dicho que disponía de un tren propio. Pues bien, estando en Rusia dio la orden de que ese tren uniera de forma continua la capital de los zares y Madrid. En el mismo viajaban varios emisarios que, además de informarle de cuanto pasaba en España, le atendían en sus numerosos encargos. Numerosos, variados y continuos. Un ejemplo: el duque de Osuna tenía por costumbre regalar rosas blancas a las mujeres que le gustaban. Y no eran pocas, así que el tren llevaba siempre un importante cargamento de flores.

En una ocasión, durante una cena, algunas damas probaron unas naranjas que había hecho llevar desde Valencia y alabaron su sabor. El duque les habló entonces del árbol que las produce y de las flores de azahar. Como quiera que las mujeres se interesaron por la planta, hizo llevar varias decenas de árboles que recorrieron en tren el continente para llegar hasta orillas del Báltico.

Sus fiestas eran una apología del exceso. En una ocasión, uno de los invitados comentó ante una copa de champán que hacía tiempo que en su casa no lo probaban. Ni corto ni perezoso, el duque lo atiborró de espumoso y en un alarde de chulería difícil de igualar ordenó que llenaran unos cubos y se los dieran de beber a los caballos de su visitante. Hasta los animales tenían derecho a disfrutar de su bodega.

Unas pieles y un caballo

En las ocasiones verdaderamente especiales, Téllez-Girón echaba el resto. Es difícil imaginar de qué manera, pero puede bastar un dato: una vez sirvió la cena en platos de oro, y a medida que se vaciaban ordenaba que se arrojaran al Neva por las ventanas. No extraña que Alejandro II, zar de todas las Rusias, desde la frontera con Polonia hasta el océano Pacífico, tuviera que reconocer que sus fiestas eran mucho mejores que las que él mismo organizaba en sus palacios.

Pero no era cuestión solo de fiestas. El autor de ‘Pepita Jiménez’ cuenta que el duque de Osuna nunca se puso una ropa que no estrenara en ese momento, y en sus crónicas relata que había días que se cambiaba más de seis veces de indumentaria. Ese gusto por la moda lo había desarrollado ya en sus años madrileños. En una ocasión, uno de sus visitantes llevaba una corbata que le gustó mucho. Como éste le dijo que la había comprado en París, ordenó que uno de sus lacayos viajara de inmediato a la capital francesa en su propio tren para adquirirle una igual.

En Rusia adquiría pieles carísimas para sus abrigos y los de quienes estaban a su servicio. Durante su estancia, se puso de moda una piel de una variedad de zorro hasta entonces desconocida de la que se habían descubierto unos pocos ejemplares en una zona de Siberia. El zar organizó una expedición para cazar unos cuantos animales. Sin embargo, los abatidos fueron tan pocos que sus pieles apenas dieron para una pequeña capa para la zarina. Osuna, bueno era él, financió su propio grupo de cazadores, que capturaron tantos animales que se pudieron hacer dos hermosos abrigos... que regaló a sus criados.

El conde Orloff, uno de los aristócratas favoritos del zar, le dio la oportunidad de hacer otro de sus alardes. Tenía una magnífica cuadra de caballos y el duque se empeñó en comprarle el mejor de todos ellos, a lo que el ruso se opuso con insistencia. Finalmente, lo compró a un precio disparatado. El animal consumió sus días dedicado a empujar la pequeña noria que adornaba su jardín. Mientras, los caballos de raza española que Osuna se había llevado a Rusia llevaban herraduras de una aleación de plata.

Se cuenta también que, en una ocasión, durante una cena en su casa, a una dama se le cayó uno de los pendientes bajo los manteles, y el propio duque prendió fuego a un fajo de billetes de rublo para iluminarse durante la búsqueda. Su despedida de la embajada, doce años después de su llegada, debió de ser un acontecimiento luctuoso.

Finalmente, la ruina

Fantasía o no, que de todo habrá, lo cierto es que cuando ya próximo a la vejez el duque contrajo matrimonio con una noble centroeuropea, su fortuna había menguado de forma extraordinaria. Incluso podía decirse que había empezado a vivir a crédito, y su situación no hizo más que empeorar porque su joven esposa demostró una capacidad similar para gastar dinero. Cuando murió en su castillo de Beauraing (Bélgica), a la edad de 67 años, estaba en la ruina. Él lo sabía, porque sus administradores llevaban tiempo advirtiéndoselo. Pero se negó a cambiar de estilo de vida. Todavía un año antes de su fallecimiento, había acudido a la boda del futuro kaiser Guillermo II en representación del Rey de España, y su regalo fue tan generoso que hasta el padre del novio quedó impresionado.

Su esposa ordenó construir un féretro en el que estuvieran inscritos todos sus títulos nobiliarios. Más de 2.000 palabras en total. El artesano no cobró nunca por su trabajo. En la caja del ducado de Osuna no había ni un real. «¡Ni que fueras Osuna!», se dijo en Madrid durante muchos años para dirigirse a alguien que pensaba gastar una buena suma de dinero. Pocas veces una frase habrá hecho tanta justicia a un personaje
 


http://eldesclasado.blogspot.com.es/2010/11/una-de-amor-con-mal-final.html

Una de amor con mal final.


La "princesa roja".



Elizabeth Charlotte Lucy Asquith nace en 1897. Hija del Primer Ministro inglés Herbert Asquith, alcohólico practicante según cuentan, su infancia trascurre de acuerdo a las normas de la clase social que ocupaba. De niña tenemos testimonios de su carácter inquieto: lanzó objetos junto a su hermano desde la ventana del tercer piso de la vivienda en la que residían, una gamberrada muy grande para la época y su clase social. Poseedora de una brillante inteligencia de la que bien pronto daría muestras, inclinada por la literatura empieza a escribir desde muy joven.
El príncipe rumano Antoine Bibesco fue hijo de una escritora y eso le marcó. Desde muy joven se aproxima a las vanguardias intelectuales, siendo Marcel Proust uno de sus máximos exponentes. Antoine y su hermano Enmanuel se convertirían en predilectos del escritor.
Bibesco es destinado como diplomático a Londrés, allí conoce a una Elizabeth, ya con 19 años, de la que ¿se enamora? No podemos decir que así no fuese. Elizabeth es 21 años menor que él, de excelente familia, una joven inquieta, inteligente y muy atractiva. Él es príncipe, diplomático, intelectual. Todo apunta a una boda de cuento de hadas, pese a la diferencia de edad, dato no significativo en la época. Todo apunta a boda de cuento de hadas. Por otra parte Bibesco mantiene una buena amistad con un Marcel Proust inequívocamente homosexual, que da lugar a rumores. Proust llegó a escribir a Elizabeth: "Tú tienes todo lo que yo deseo", lo que nos da una idea clara de que Proust estaba enamorado de Bibesco, pero no podemos afirmar que fuera correspondido de la misma manera por éste, más allá de la amistad. Hay quien sugiere o afirma más, no lo haremos aquí.
Vive Elizabeth, ahora ya "La Bibesco", una vida frívola rodeada de la intelectualidad de la época entre fiesta y fiesta. Intelectualidad no exenta de veneno: Vivienne Eliot, amargada esposa de T.S. Eliot, publica sin firmar en la prestigiosa revista The Criterion, unos ácidos versos donde carga contra la Bibesco, Aldoux Huxley y Clive Bell, a los que tacha de habituales de los saraos. En respuesta el clan de la Bibesco, Huxley, y compañía, cargan contra la rancia aristocracia. Al clan contrario se une una vasta y basta Virginia Woolf que dice esto de la Bibesco: "Si sus joyas fueran falsas y tuviera los tobillos más gordos pasaría por tabernera, los pulgares en el mandil con la vista puesta en la clientela". Pero sus joyas no eran falsas ni sus tobillos gruesos, recibía en camisón de tul y bufanda de seda, recostada a medias en un canapé.
Como vemos todo esto son juegos de salón, pijadas de niños bien que unos juegan a ser enfant terribles y otros a bien pensantes, dentro de una misma clase social e intelectual divina, sin menospreciar en absoluto las brutales, por buenas, aportaciones a la literatura que muchos de ellos hicieron.
De manera que no puedo precisar Elizabeth conoce al economista Keynes, uno de los padres de la economía moderna. Elizabeth literalmente, digamos que no reprime en absoluto su deseo sexual por el economista Keynes en la platea de un teatro. "En la oscuridad empezó a acariciarme sin mi consentimiento", contaría el economista, que puede que supiese mucho de economía, pero de discreción no andaba sobrado: lo contó un cuarto de hora después del lance, buscando "agrandar su reputación". No parece que a Elizabeth le importase mucho la posible reacción de su marido, podemos suponer que llevaban vidas amorosas independientes sin preocuparse en exceso por mantener las formas.
Va haciéndose mayor Elizabeth y adquiere un marcado carácter izquierdista, al tiempo que abandona excesivas frivolidades festivas. En 1927 el príncipe Bibesco es destinado a España como diplomático. Elizabeth en España va a conocer a un joven, casi 6 años menor que ella, que la marcará de por vida. Un joven que la llamaría "mi princesa roja". Llegada a España, la muchas veces excesiva Elizabeth escribiría: "Si a una la viola España, queda embarazada para siempre". Aún no sabía cuán de cierto en su caso personal encerraba la metáfora.

El señorito fascista.
El señorito fascista es un chico bien guapo; "demasiado para un hombre", llegaron a decir de él. Marquesito, aristócrata, vive una infancia y primera juventud acorde a su condición. Se enamora de otra aristócrata, tomen aliento para poder recitar el nombre de corrido: Pilar Azlor Aragón Guillamas Hurtado de Zaldivar y Caro, duquesa de Luna y Villahermosa, pero es rechazado, si no por ella por su familia que considera al señorito de rango inferior para su hija. Tiene el señorito de cabecera y norma de vida el poema "If" de Ruyard Kipling:

De viva inteligencia e intempestivo carácter, va a entrar en política de la mano de los monárquicos para defender la memoria de su padre, al que considera vilipendiado. No tarda el señorito en hacerse notar: considerando que el general Queipo de Llano ha vejado la memoria de su padre, acude al café donde este solía formar tertulia. Preguntado el general si es el autor del escrito injurioso, responde que sí y el señorito le arrea un guantazo que envía al suelo al agredido, entablándose una pelea tabernaria entre los acompañantes de uno y otro bando. Tiene suerte el señorito y le cae la pena mínima por este acto, al aplicarse atenuantes por "arrebato y obcecación y vindicación próxima de una ofensa grave". Cosas del honor... y cosas también, sin duda, de ser quien era el señorito. Pertenecientes a la misma clase social y frecuentando sitios y eventos del ambiente al que ambos pertenecen, no tardarán el señorito y la Bibesco en cruzar sus caminos, todo apunta a que en algún evento social o baile de la embajada rumana. El señorito habla inglés y francés, fue amigo personal del poeta García Lorca, es hijo del dictador Miguel Primo de Rivera, se llama José Antonio Primo de Rivera y será uno de los responsables intelectuales de la carnicería que en breves años asolará España.


La historia de amor.
La Bibesco por su condición de mujer de diplomático hace amistad con políticos españoles, preferentemente de izquierdas. Parece que la primera noticia que tiene de José Antonio es estando ella en el Ministerio de Gobernación, entrevistándose con Casares Quiroga, donde oye nombrar que el joven de largos apellidos "complota" contra el Gobierno de la República. Esto sería sobre 1932. No tenemos detalles de cómo se conocieron, pero hemos visto que Elizabeth no es una persona a la que haga falta que un hombre se le declare para tomar ella la iniciativa. Curiosamente al marido de Elizabeth lo destinan fuera de España, pero ella sigue conservando casa en Madrid. Inviernos en Madrid, veranos en San Sebastián...quién quiera detalles de la relación amorosa entre Elizabeth y José Antonio durante esta época va a tener que rellenarlos con su imaginación. José Antonio entra de lleno en la actividad política. ¿Influyó la Bibesco en su trayectoria? Esa pregunta es de muy difícil respuesta, yo diría que "algo sí" por los datos que veremos. Habiendo entrado José Antonio en política por los monárquicos, haciendo campaña viaja por España. Si tenemos que creerle a él, lo que ve el señorito en esa España hasta ahora desconocida para él y su casta social, le hiela la sangre. Miseria, más miseria, hambre, más hambre, analfabetismo, falta de higiene, fatalismo. El señorito monárquico monta en 1933 un partido, Falange española, que se declara republicano. Posteriormente el señorito aristócrata dice que: "no hay más aristocracia que la del trabajo". Mientras la derecha se muestra encantada con esta Falange creyendo y queriendo ver en ella una fuerza de choque al estilo fascista (y así acabaría siendo), Elizabeth disfruta de su amistad con Azaña, a la sazón presidente de la República, del que diría: "Recuerdo su amistad con placer. Era feo y a menudo estaba en desacuerdo con él, pero sus cartas eran una delicia. Azaña es un castellano y para mí esa palabra no admite adjetivos". Diversos testimonios dan a entender con poca ambigüedad que Azaña estaba enamorado de la Bibesco y dejó dicho ¿quizá con celos?: "La Bibesco no cesa de insistirme en los últimos tiempos para que reciba a Primo de Rivera". José Antonio parlamentario sigue haciendo de las suyas y no es raro que le pegue a otro diputado, en medio del parlamento, que considere que le ha ofendido, al tiempo que da muestras de fina inteligencia en el debate escrito que mantiene con Luca de Tena en el diario ABC.
Cuesta imaginar a dos personas tan apasionadas como José Antonio y Elizabeth en la cama una vez pasadas las urgencias de la carne, en el sosiego posterior. ¿Pero cómo diablos no acababan discutiendo demasiado? Elizabeth dejó dicho: "El fascismo significa la bancarrota espiritual" y a José Antonio todo el mundo le tildaba de fascista (entonces era algo normal ser fascista, tanto como comunista u otro ismo) y toda la parafernalia de su minúsculo partido era de claras reminiscencias fascistas. La vida política discurre a una velocidad de vértigo, los golpes de las dos españas que se van a enfrentar se suceden por ambas partes. En 1934 se fusionan la Falange de José Antonio y las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista de Ramiro Ledesma, otro joven intelectual que dice no ser fascista e incluso escribe "¿Fascismo en España?" para desmentirlo. Se conforma Falange Española de las Jons, la unión de dos minúsculos no hace un gigante. Comunistas y socialistas empiezan a matar a falangistas por la calle, son fáciles de distinguir los que venden el periódico del partido. La derecha pincha, azuza a José Antonio para que respondan con las mismas armas, le llaman en la prensa "Simón el enterrador" y a Falange Española, "Funeraria Española" usando las siglas. José Antonio responde con una de sus frases rimbombantes, un tanto huecas en ocasiones: "Falange española aceptará y presentará combate en el terreno que le convenga, Falange Española no se parece en nada a una organización de delincuentes, ni piensa copiar los métodos de tales organizaciones, por muchos estímulos oficiosos que reciba". Palabras huecas: presionado por los militantes de su organización, Falange empieza a responder con el mismo lenguaje. Las calles se convierten en campos de batalla y por cada caído de un bando no tarda en llegar la venganza del otro. Lo jóvenes realmente fascistas empiezan a mirar a Falange con otros ojos, como una organización valiente, luchadora y que no duda en emplear la violencia, el minúsculo partido ya casi desde su nacimiento se ve intoxicado de cachorros fascistas, dijeran José Antonio y Ramiro lo que quisieran. La violencia la empleaban todos, siendo los anarquistas los campeones en este aspecto, esto tampoco era para rasgarse las vestiduras. Elizabeth mientras tanto cultiva su amistad con Leon Blum, socialista que sería jefe del Frente popular francés y Primer Ministro. Lo dicho: cuesta imaginarse a José Antonio y Elizabeth en la intimidad.
Los acontecimientos se disparan, se encara la recta final para la masacre que españoles contra españoles iban a protagonizar. Las elecciones del 36 las gana el Frente Popular. La Bibesco, más lista que su amado, trata de convencer a Azaña para que José Antonio abandone "voluntariamente" el país, según la versión del diplomático estadounidense Bowers, que dice: "si José Antonio hubiese visto una turba de anarquistas exaltados en la Puerta del Sol, no se hubiese sentido satisfecho a menos de montar en un caballo blanco y arremeter contra ellos". José Antonio se niega a abandonar España. Falange es ilegalizada y sus líderes encarcelados. Aún una versión dice que Azaña encarceló a José Antonio para protegerlo, pero que luego al perder la República el control en manos de miles de comités, donde todos mandaban y no mandaba nadie, la situación escapó a su control. Es una versión difícil de creer.
Golpe de estado. José Antonio es enviado a la prisión de Alicante. Recibe telegrama de la Bibesco: "Je pense a toi. Love". Hoy día sorprende un tanto el infantilismo del texto en dos personas con un buen nivel intelectual y bastante vividas, quizá en su época fuera normal. José Antonio escribe una carta a la Bibesco: entre mimos y política: "El idiota de Azaña me ha encarcelado", relata que está escribiendo una novela, que no terminó, en el que los personajes son un trasunto de ellos dos. La Bibesco recurre de nuevo a Azaña. Este le responde que él mismo es prisionero de la República, pero le promete intentar hacer algo. Ramiro Ledesma muere en Madrid. Sus biógrafos y hagiógrafos cuentan que al ir a sacarlo de la cárcel para llevarlo a fusilar junto a otros, se enfrentó a sus captores diciendo: "a mí me mataréis donde yo quiera, no donde queráis vosotros", y lo consiguió: le dieron matarile in situ. La Bibesco se entrevista con León Blum, cuya petición para salvar a José Antonio llegó tarde. Se entrevista con Stanley Baldwin, al frente de la coalición liberal-conservadora inglesa, también con nulos resultados. Franco no mueve un dedo real para canjear a José Antonio por algún preso republicano; todo es un sí, pero no. Un grupo de falangistas intenta liberar a José Antonio en un golpe al estilo comando y fracasan; mueren casi todos y caen presos el resto. Azaña cumple su palabra y hace un último intento:
«Del infructuoso desvelo de Azaña por salvar a José Antonio hay un indicio confirmado por el doctor Francisco Vega Díaz (Sevilla, 1907-Madrid, 1995) que, según sus propias palabras, no quiso «llevarse al otro mundo» el secreto guardado escrupulosamente durante cincuenta y cinco años: el mensaje que, en noviembre de 1936, entregó personalmente a José Antonio en la cárcel de Alicante. Con precisiones minuciosas, el doctor Vega relata en «Ultimidades» cómo, envuelto en extremadas precauciones y complicadas instrucciones, Amós Salvador, «antiguo y gran amigo de Azaña», le encomendó «un sobre privadísimo», sin señas, que habría de entregar en mano a una persona hasta la que llegaría siguiendo una misteriosa cadena de enlaces prevenidos.
Finalmente, a solas con él, en una dependencia de la cárcel de Alicante, el doctor Vega reconoció al destinatario del mensaje: José Antonio Primo de Rivera. Como saludo, en un diálogo escueto, uno y otro recordaron sus encuentros distantes del Café Lión, en las tertulias de «La Ballena Alegre». En seguida le entregó el sobre.
José Antonio abrió el sobre y extrajo un papel, manuscrito. Lo leyó y releyó. Sólo hizo un comentario: «No podía esperar menos de él. Lo agradezco con toda el alma».Luego añadió: «Cumplo con el compromiso, aunque me gustaría conservar este papel». El propio José Antonio saco de su bolsillo una caja de cerillas, encendió una y el doctor Vega deshizo la ceniza con los dedos. Antes de ser reintegrado a su celda, José Antonio se despidió del mensajero con un apretón de manos y con estas palabras: «¿Volveremos a vernos en «La Ballena Alegre»? Pienso que no...»
Después, con la misma acumulación de precisiones, Vega relata cómo dio cuenta del cumplimiento de su misión, cómo quedó comprometido a no comentarla y cómo, años después, asistiendo de un gran infarto de miocardio a Amós Salvador, que falleció en 1963, éste le reveló que el mensaje entregado a José Antonio provenía de Azaña.»
José Antonio es fusilado el 20 de noviembre de 1936. Tiene 33 años. En el extremo contrario del péndulo ideológico, muere Buenaventura Durruti el mismo día con escasas horas de diferencia. En su último escrito consta: "Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles". Excelentes deseos póstumos, pero fue que no: la sangre apenas había empezado aún a correr y lo haría con buen caudal durante los siguientes años. Franco se queda con la Falange, muertos sus líderes. Cualquier sicópata asesino con camisa azul tiene patente de corso para actuar. La afiliación a una Falange minúscula se dispara tras convertirse en el "partido oficial" (y único) del régimen y durante 40 años todo estaría pintado de falangismo. Jośe Antonio se convierte en un santo laico, asexuado, un querubín virginal, imagen icono del régimen.
Elizabeth en 1940 publica la novela "The Romantic", al igual que la inconclusa novela de José Antonio, trufada de paralelismos entre los protagonistas de la novela y su historia de amor. Vean la dedicatoria en la primera edición:
(Pinchar para ampliar).


"A José Antonio Primo de Rivera. Este libro que te iba a dedicar sigue siendo tuyo porque aquellos a los que amamos viven para siempre en nuestro corazón y mueren sólo cuando nosotros morimos..."
Fue su última novela, ya no escribió más.
Elizabeth no vive mucho más tiempo. Sólo dos años más tarde de la muerte de José Antonio, en 1938, le confiesa a su hija Priscilla: "Nunca me di cuenta de qué vieja y cansada estoy hasta que llegué aquí. Estoy bien. Adoro estar sola. Me queda poca distancia por andar. Todo lo que he amado en esta preciosa costa, está muerto. Miro el mar y las islas con lágrimas en los ojos. La vida no puede ser muy larga para mí. En caso de que muera repentinamente (lo mejor que me podría ocurrir) te escribo esta carta de despedida. Ninguna madre ha amado tanto a una hija como yo."
Estas lineas las escribe una mujer de 40 años...
Muere en 1945, oficialmente de pulmonía, ocho años después de la muerte de José Antonio. En su epitafio dice: "Mi alma ha ganado la libertad de la noche".

Fuentes: principalmente "El hombre al que Kipling dijo sí" de Antonio Martín Otín, que es quien destapa esta historia desconocida durante más de 60 años.
Diarios y apuntes de Azaña.
Información variada accesible en la red.
El texto es integro mío salvo lo evidentemente citado.
 
dicen que estaba muy arrepentida porque ella queria ser reina, le confesò a alguien cercano que ahora su vida estaria ligada por siempre a eduardo y jamàs podrìa dejarlo, ademàs d tener que vivir en el exilio permanente...

Pues yo he leido otra versión, Annette. Ella era muy pragmática y sabia que no podia ser reina siendo divorciada, pero siendo la amante del rey lo habia sido de facto, antes de la abdicación, donde se enseñoreó de Buckhingham, de Balmoral, de Windsor, siendo la anfitriona y señora que daba órdenes al servicio, para disgusto de éste, pero a aguantar tocaba...Ten en cuenta que, además, ella sabia que no podia tener hijos. Ella sabia que él era suyo, asi que la unica forma de conservar su posición era seguir siendo la amante.Se divorció para que dejasen de acusarla de adúltera, eso es todo. Pero él no, para disgusto de ella él se empeñó en que tenia que hacerla reina. La impopularidad por ello fue tal que ella tuvo que irse a Francia. Y cuando Eduardo perdió el pulso con el Gobierno tuvo que elegir, y para disgusto de ella, abdicó. De no haberlo hecho, ell sabia que los ingleses habrian tenido que tragarla como amante.

El Gobierno se alegró porque en realidad Eduardo les dio la excusa perfecta para librarse de un filonazi en el trono. ste tipo estaba dispuesto a implantar una dictadura como en Alemania e Italia. Asi hubo una excusa digerible ante la opinión publica, que se iba por una mujer. Eduardo no se dio cuenta de cual era el problema de fondo, por qué el Gobierno prefería que abdicase a tragar con la Simpson, él era consciente de que su hermano no estaba preparado para reinar y por eso echó el pulso. Abdicó pensando que volverian a pedirle que asumiese el trono. Este tio no pisaba tierra.

Una vez hecho todo, ella tuvo que casarse con él y entonces, asqueada al pensar en lo que habia perdido, alli en el exilio, si que soñó con ser reina si Hitler invadia Inglaterra y le devolvia la corona a su marido como rey titere nazi.

Pero le salió mal. Inglaterra no fue invadida. Desde Francia, encima, conspiraban contra Inglaterra con Hitler, asi que hubo que enviarlos a las Bahamas. Y, al terminar la guerra, se les prohibió volver a Inglaterra.
 
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