Roman Polanski (I) Infancia. Juventud. Los cortos.

Ví el documental sobre el juicio a Polanski y el juez que le tocó, con el testimonio del fiscal y el defensor. Todo lo que dice el artículo es verdad, ese hombre era una vergüenza para el gremio de jueces, buscó la notoriedad mediática y en el fondo le importaba un bledo tanto la niña como Polanski. Intentar obligar a fiscal y abogados a seguirle la corriente de la pantomima era vomitivo. También es cierto que la foto de Polanski con las esposas de sus amigos, presentes alli,no le ayudaron de cara a la opinión pública, pero tenia razón al pensar que no tendria un juicio justo, tal y como le dijo su abogado. Cualquiera habria hecho lo mismo que él, habia sido linchado hasta tras el asesinato de su esposa por la opinión pública norteamericana, como para esperar ser juzgado con justicia por semejante juez que decidia en función de lo que le pedia la plebe linchadora.¿Donde se ha visto un juez rodeado de fotógrafos y periodistaas en su despacho? ¡Que la propia niña se sintiese aliviada tras la huida de Polanski pues ya no podia soportar lapresión del juicio mediático! Realmente, lo que no le pasase a Polanski en América no le pasaba a nadie.

Es cierto que hasta que conoció y se casó con Enmanuelle Seigner, Polanski no levantó cabeza y se entregó a una vida de s*x* y drogas sin control. También ha pagado por ello, el mundo le ha castigado como a pocos hombres por sus errores, el nihilismo que, tras la masacre, le hizo creer que no existian el bien y el mal, pues la vida era un absurdo sin sentido.

Perfecto el articulo sobre el caso Geimer, tratado con total imparcialidad.
 
Última edición:
morgane-polanski-sesja-dla-vivy-298137-article.jpg
1620


Su hija en la serie Vikings Vikingos. Son dos hermanos y los dos salieron a su padre.

2755857-emmanuelle-seigner-devoile-ses-enfants-m-950x0-2.png
 
Cine y TV
Roman Polanski (IV): vuelo a Europa. Solo ida
Publicado por Iker Zabala


Viene de la tercera parte.

Tres años después del asesinato de su esposa, y con el fracaso de Macbeth (1971) aún reciente, Roman Polanski sigue vagando en busca de sí mismo, a la caza de cualquier oportunidad que lo devuelva al camino y le permita volver a llevar lo más parecido a una vida normal. Ansioso por demostrar al mundo que conserva las condiciones físicas y mentales para proseguir su carrera de cineasta, se lanza a un nuevo proyecto de inmediato, pretendidamente ligero, barato y sencillo. Coescribe con Gérard Brach el guion de ¿Qué? (Ché?, 1972) una comedia erótica que rueda en tiempo récord en la costa italiana, en la que una pizpireta y joven turista americana (Sydne Rome) da con sus pasos en una villa mediterránea poblada de hombres obsesionados con sus curvas (uno de ellos, un lunático playboy pasado de rosca interpretado por Marcello Mastroianni) que la cortejan y persiguen sin descanso durante las interminables dos horas de película.

La crítica indicó que era un trabajo impropio de su director. Tenía razón. ¿Qué? es su película más irritante, estúpida y hueca. Una comedia sin gracia de ningún tipo, más emparentada con el cine del destape que con la magistral comedia absurda que el cineasta había explorado en películas como Cul-de-sac.

Pese a ello son días de paz para Polanski, que goza por entonces de una tranquila y terapéutica estancia de cuatro años en Italia, en una villa romana alquilada junto a varios amigos. Decidido ya a vivir lo más lejos posible de Los Ángeles, pero necesitado de un trabajo, recibe una vez más la llamada de Robert Evans, el mítico productor de Paramount Pictures. La oferta es demasiado jugosa: Evans envía a Polanski un fabuloso guion de Robert Towne titulado Chinatown. Polanski vence su resistencia inicial y decide volver a Hollywood, teatro de su reciente desgracia personal.


Fotograma de Chinatown (1974).

«Forget it, Jake. It’s Chinatown»

Chinatown (1974) recupera el ambiente de la novela y el cine negro clásicos en una historia ambientada en las guerras del agua de Los Ángeles en los años 30, si bien subvierte alguna de las convenciones del género: J.J Gittes (Jack Nicholson) se aleja bastante del duro, cínico y pesimista arquetipo chandleriano. Y Evelyn Mulwray (Faye Dunaway) está a años luz de la clásica femme fatale irreductible: es aquí una mujer infinitamente más vulnerable, torturada y castigada por la vida, si bien conserva su elegancia y atractivo. Polanski se inspiraría en los recuerdos infantiles de su propia madre, asesinada en una cámara de gas, para concebir y captar el cruce de belleza retro, sobria elegancia, mirada triste y espíritu melancólico de la protagonista femenina.

Pese a reconocer la indudable calidad del guion original, el director se jacta en su autobiografía de haber pulido un texto excesivamente complejo, así como de haber reescrito el final tras desechar el happy end originalmente concebido por Towne. También habla de rencillas con Robert Evans, que se apuntaría grandes tantos en el toque final de la película, como la elección a última hora de Jerry Goldsmith para componer la banda sonora. Sea como fuere, lo que queda en Chinatown no es una radical impronta autoral, sino el resultado de una inmensa conjunción de talentos, típica de las mejores producciones de Hollywood: soberbia dirección, cuidadísimo diseño de producción, magnífica fotografía, excelentes diálogos e impresionante reparto, desde los protagonistas hasta los secundarios, entre los que sobresale el temible villano que borda un inmenso John Huston.

Chinatown obtuvo un enorme éxito de crítica y público, fue nominada a once Oscars (obtendría el de mejor guion original) y devolvió a Polanski a la primera línea, hasta el punto de que barajó entonces la idea de rodar una superproducción de aventuras con Nicholson: el proyecto quedó sin embargo aparcado por diferencias de criterio con la productora y por el salario astronómico que pedía el actor. Piratas quedaría relegada en un cajón hasta 1986, cuando Polanski lograra sacarla adelante con muchos menos medios, diferente reparto y desastrosos resultados, como veremos.

Pesadilla kafkiana en el tercer piso

Opta entonces por un proyecto mucho más modesto, adaptando una novela de Roland Topor. Rodada en París en pocas semanas, El quimérico inquilino (The tenant, 1976) es un nuevo descenso a los infiernos de la locura y la paranoia entre cuatro paredes: Polanski vuelve al apartamento alienante de Repulsión y La semilla del diablo, a la espiral descendente de los abismos emocionales, la esquizofrenia y la enajenación mental, reservándose en este caso el papel protagonista: interpreta a Trelkovsky, un apocado inmigrante polaco que alquila un modesto piso en París, vacante desde que la anterior inquilina intentara suicidarse tirándose por la ventana. El ambiente opresivo del apartamento y la difícil convivencia con la agobiante y aparentemente demente comunidad de vecinos (un grupo de ariscos ancianos que reaccionan con furia al mínimo ruido proveniente del apartamento de Trelkovsky) inciden en el sentimiento de desubicación de este último: la soledad del protagonista corre pareja a su pérdida de identidad. Pronto comenzará a sentirse identificado con la inquilina que trató de suicidarse entre las mismas paredes, llegando a ponerse sus ropas y dudando, en su paranoia, si Trelkovsky existe realmente. Polanski se recrea con maestría en su descenso a las tinieblas de la conciencia, rodando escenas genuinamente terroríficas.



El guion, nuevamente coescrito con Gérard Brach, incluye sin embargo innumerables elementos de humor negro, negrísimo. Es en este irregular cruce entre horror puro y comedia extravagante donde residen los peores defectos de ritmo y forma de El quimérico inquilino, pero también sus mayores destellos: porque resulta fascinante ver al propio Polanski en el centro de esta historia que mezcla locura, miedo, humor, farsa, s*x* y paranoia. Entre los alucinados paseos de Trelkovsky por el rellano del piso, encerrado en su prisión mental, surgen brochazos de comedia malsana y distorsionadas muecas de guiñol. En esa mezcla reside parte de la fascinación incómoda que nos produce no solo la obra, sino también la propia figura de Roman Polanski, cuando recordamos que tras su imagen de duende socarrón late el dolor de una de las vidas del siglo con sus lecturas biográficas inagotables: figura trágica de la Europa en guerra, y al mismo tiempo vividor, playboy y seductor libidinoso; víctima personal de las peores pulsiones de la mente humana, y amante de la ironía y la comedia del absurdo; indiscutible icono cultural de talento arrollador y a la vez (según cierta percepción muy extendida en los medios de comunicación) delincuente perturbado y lascivo.

Porque llegamos efectivamente al episodio más difundido (y no por ello mejor conocido) de su biografía: el lugar común y el discurso establecido (los lugares comunes y los discursos establecidos suelen ser peligrosos) indican que el director fue condenado por violar a una niña de trece años, y que para no pisar la cárcel y evitar rendir cuentas con la justicia se marcó una auténtica espantada, huyendo de los Estados Unidos antes de que la situación se le complicara. Como en todo resumen de cualquier proceso judicial, la verdad del caso es algo más compleja: Polanski no llegó a ser condenado por violación; durante el proceso judicial obtuvo permisos para viajar a Europa, donde podría haberse quedado, pero volvió diligentemente ante el juez de California cuando este así lo solicitó. Sí pisó la cárcel; tras salir, y antes de que se emitiera la sentencia definitiva, voló a Europa sin permiso del juez al considerar que no se le estaba garantizando el derecho a un juicio justo. Y nunca ha vuelto. Como en todo debate visceral, evitar la toma de posición superficial para tratar de atenerse a la verdad, que es siempre más engorrosa, implica correr el riesgo de ser acusado a la ligera de defender al director. Aclaro por si acaso que no es esa la intención, entre otros motivos porque este sí reconoció haber mantenido relaciones sexuales con la niña. Lo que pretendo, pues, es presentar un relato algo más pormenorizado de los detalles del caso.


Samantha Geimer fotografiada por Roman Polanski.

El «caso Polanski»

El cineasta nunca ha ocultado su preferencia por las jovencitas: como dijimos en la tercera parte, reconocería en su autobiografía haber gozado de la compañía de varias jóvenes de entre dieciséis y diecinueve años en su retiro en los Alpes suizos tras el asesinato de Sharon Tate. Es notoria también su relación con Natassja Kinski en los meses posteriores al rodaje de El quimérico inquilino, cuando ella contaba apenas quince años. De hecho fue la atracción de Polanski por el trabajo del fotógrafo David Hamilton, famoso por sus retratos de adolescentes semidesnudas, lo que le llevó a conocer a Samantha Gailey (ahora Samantha Geimer) en 1977, cuando ella contaba trece años. Polanski había propuesto a la revista Vogue hacer un reportaje fotográfico siguiendo el estilo de Hamilton, y buscaba modelos para el mismo. Tras discutir los detalles con la madre de Geimer (la aparentemente incomprensible actitud de la madre es uno de los detalles preferidos de los amantes del caso), la niña y el director trabajaron a solas en dos sesiones fotográficas: en la segunda de ellas, ambos terminaron en la mansión de Los Angeles de Jack Nicholson, que no estaba entonces en casa (sí lo estaba su novia por entonces, la actriz Anjelica Huston, que si bien no supo lo que estaba ocurriendo, sí se metió en un buen aprieto cuando el registro policial posterior a los hechos descubrió sustancias prohibidas en su habitación).

Fue por tanto en la mansión de Nicholson donde, el diez de marzo de 1977, Polanski y Geimer mantuvieron relaciones sexuales. Las versiones de lo ocurrido aquella tarde difieren: Geimer sostiene que fue una violación, que el director le hizo beber champán y tomar un trozo de una pastilla de metacualona o quaalude, y que se vio obligada a simular un ataque de asma para que él accediera finalmente a llevarla a casa en coche, sin que cruzaran una palabra durante el viaje de vuelta por la tensión latente en el ambiente.

En su autobiografía (Roman por Polanski, 1984) este estuvo bastante lejos de pedir perdón, argumentando que el s*x* fue consentido y que ella había tenido experiencias sexuales previas, ignorando la acusación de la pastilla y jurando que Geimer habló por los codos en el viaje de vuelta (parece sin embargo que ha cambiado de idea con los años, y en 2009 mandaría una nota personal a Geimer diciendo: «Impresionado por tu integridad y tu inteligencia. Quiero que sepas que siento muchísimo haber influido en tu vida hasta tal punto»). Sea como fuere, incurrían motivos suficientemente graves para justificar su arresto, por lo que el director fue detenido al día siguiente acusado de seis cargos: proporcionar una sustancia sometida a control a una menor, cometer un acto depravado o lascivo, realizar un acto sexual ilícito, perversión, sodomía y violación mediante uso de drogas. Arrancaba entonces un proceso judicial larguísimo (dura hasta nuestros días) y ciertamente pintoresco, pues en él todas las partes (acusado, defensa, acusación y víctima) acabarían haciendo causa contra el juez, denunciando que este actuó no basándose en la ley, sino en la percepción de la prensa.


Polanski acude a declarar en 1977.

El muy recomendable documental Roman Polanski: Wanted and Desired (Marina Zenovich, 2008) traza un retrato nada amable del juez Laurence J. Rittenband, desvelando detalles relevantes de su vida personal, acusándolo de orquestar un lamentable juicio mediático y tachándolo de irresponsable y arbitrario, cualidades incompatibles con la carrera judicial. Quizá la única pega que se pueda poner a este por lo demás solidísimo documental es que el propio Rittenband (fallecido en 1993) no aparezca para defenderse de los palos, si bien el relato parece demostrar que, efectivamente, hizo más bien poco por otorgar a Polanski un juicio justo (de hecho sería apartado del caso en 1978, después de que abogado —y fiscal— firmaran un documento denunciando sus malas prácticas y sus prejuicios previos hacia el acusado).

Tras su arresto Polanski solo podía declararse culpable, pues la acusación contaba con una prueba concluyente de que había mantenido relaciones con Geimer: las bragas manchadas de la niña. Sin embargo, para entonces el caso ya había despertado un inmenso interés informativo, y la familia de la joven quería evitar su exposición mediática a toda costa, para lo cual ambas partes llegaron a un acuerdo que minimizó la pena de Polanski y evitó a Geimer tener que acudir a testificar durante el juicio: el director se declaró culpable del menor de los cargos (relación sexual ilícita) evitando con ello los más graves, incluido el de violación mediante uso de drogas. Se enfrentaba a una pena de seis meses a cincuenta años de prisión, si bien su abogado le tranquilizó tras revisar los expedientes y ver que los condenados por ese delito en años anteriores habían sufrido penas muy reducidas. Además, un primer informe psiquiátrico del acusado dictaminó que no era un agresor sexual mentalmente perturbado, y de hecho recomendó otorgarle directamente la libertad condicional.

Suele decirse que cuando las cámaras de televisión entran en un tribunal, pierde la justicia. El juez se habría dejado llevar entonces por la presión mediática del caso, escogiendo la única opción que le permitía (antes de emitir la sentencia oficial) enviar a prisión al acusado de manera provisional sin atender por el momento al resultado del informe que recomendaba la libertad condicional: decretó para él un nuevo estudio de observación psiquiátrica y diagnóstico, pero que tendría lugar esta vez en la cárcel californiana de Chino, debiendo el acusado estar encerrado allí durante un tiempo máximo de noventa días. De hecho Rittenband forzó al abogado y al fiscal a representar una pantomima en el tribunal: les comunicó de antemano cuál sería su decisión, pero les pidió que, una vez ante las cámaras, presentaran sus respectivos argumentos a favor y en contra del ingreso en Chino para que él, finalmente, pudiera escenificar ante la opinión pública la emisión del veredicto que mandaba a Polanski a la cárcel.

Sin embargo, ya en privado, Rittenband insinuó al abogado de Polanski que los noventa días serían todo su castigo, pues el día de la sentencia decretaría la libertad condicional. También dispuso los medios para que el director pudiera terminar la película que preparaba por entonces (una producción de Dino de Laurentiis titulada Hurricane): Rittenband permitió a Polanski pedir prórrogas de tres meses para no ingresar inmediatamente en prisión, e incluso le consintió viajar a Europa para trabajar en la película. Sin embargo, Polanski se complicaría la vida de manera estúpida en su viaje al viejo continente: acudió a la Oktoberfest de Munich, donde fue fotografiado rodeado de varias mujeres (aunque hay que decir que todas ellas eran esposas y compañeras de amigos que también estaban allí). La foto sin embargo coparía los titulares de la prensa, haría caer una lluvia de críticas sobre el juez y provocaría la reacción furibunda de este, que ordenó al acusado volver inmediatamente a Los Ángeles, cosa que Polanski hizo inmediatamente. Allí supo que sus prórrogas quedaban anuladas y su ingreso en la cárcel de Chino para someterse al estudio de diagnóstico se haría de inmediato.


La foto en la Oktoberfest que complicó la situación de Polanski.

Fue trasladado a un módulo especial de la prisión, en confinamiento solitario y en régimen de custodia protegida por su seguridad. Allí hizo mucho deporte y tareas de limpieza en la galería para rellenar el tiempo. También siguió trabajando incansablemente en el proyecto de Hurricane hasta que los productores le dijeron que, desgraciadamente, su situación obligaba a apartarle de la película. El director cumpliría finalmente cuarenta y dos de los noventa días inicialmente previstos: el estudio había concluido, y el informe final volvía a recomendar, una vez más, la libertad condicional para el acusado.

La salida de Polanski de la cárcel volvió a copar las portadas de la prensa. Su abogado asegura que el juez le indicó entonces que había cambiado de idea, y que el estudio de Chino no podía constituir todo su castigo. El motivo que adujo fue que estaba recibiendo muchas críticas por el hecho de que el director pudiera irse de rositas tras pasar solo cuarenta y dos días en prisión. El día antes de la fecha prevista para la sentencia del juicio, Rittenband propuso a abogado y fiscal un nuevo castigo: la deportación de Polanski, pero tanto el abogado como el fiscal sabían que la ley no le otorgaba competencias para decretar algo así. El juez les propuso también ejecutar una nueva pantomima ante los medios para crear ante la prensa la percepción de un castigo ejemplar. Ambos se negaron en redondo. Tras la tensa reunión, en la que Rittenband habría amenazado al abogado de Polanski con una larga condena, este se reunió con su cliente: le indicó que si el juez decretaba la deportación la sentencia sería ilegal, pero todo el tiempo que durara el proceso de apelación debería pasarlo en la cárcel. Si por el contrario decretaba una condena, esta podía ser de cualquier tiempo entre seis meses y cincuenta años, pero el criterio de Rittenband para decretar seis meses, cincuenta años o cuarenta y ocho días más en Chino para cumplir los noventa previstos parecía ahora totalmente arbitrario, por más que en un principio el juez hubiera indicado que el estudio de Chino sería el único castigo. Polanski preguntó entonces: «¿Podemos confiar en el juez?». El abogado respondió: «No, no podemos confiar en él y lo que representa no tiene ningún valor».

Polanski condujo entonces su coche hasta el aeropuerto de Los Ángeles y tomó un vuelo a Europa para no volver jamás. Tras el consecuente terremoto informativo, Rittenband declaró su intención de decretar una sentencia «in absentia», llegando al punto de convocar una rueda de prensa en su despacho para hablar del proceso ante el estupor del mundo judicial. El fiscal indicó entonces al abogado de Polanski que estaba dispuesto a dar testimonio escrito de todas las irregularidades del juez: ambos firmaron el documento que provocó la expulsión de Rittenband. Por tanto, nunca hubo sentencia, y ahí radica la complejidad del proceso y uno de los motivos por los que se extiende hasta nuestros días. De hecho, como es sabido, el culebrón resucitaría con fuerza en 2009, cuando Polanski fue nuevamente encerrado (esta vez en Suiza, como veremos).

«No me sorprende que huyera bajo esas circunstancias» llega a decir el fiscal del caso en el documental Wanted and Desired. También ahí escuchamos al abogado de Samantha Geimer decir que no se respetó el derecho de Polanski a tener un juicio justo.


El juez Rittenband comparece ante la prensa.

¿Y qué fue de Samantha Geimer durante todo este tiempo? Precisamente acaba de publicar un libro en el que cuenta su propio calvario: en los días posteriores a los hechos pasó por horas de interrogatorios policiales en los que se le pedían todos los detalles de aquella tarde; también tuvo que sufrir durante meses acusaciones de habérselo inventado todo como parte de un complot orquestado junto a su madre para lograr notoriedad y arruinar la carrera de un reputado artista, así como años de insomnio y ataques de pánico que volverían con gran intensidad tras el arresto del director en Suiza en 2009: y es que ha llegado incluso a declarar haberse sentido más traumatizada por el proceso judicial que por el delito que sufrió. Geimer tampoco ahorra críticas hacia el juez, que en su opinión solo buscaba notoriedad y nunca veló por los intereses de la víctima, y afirma haberse sentido aliviada cuando Polanski huyó, pues ello hizo que su pesadilla terminara durante un tiempo. Sea como fuere, asegura que hace tiempo que perdonó al director y rehízo su vida. Tiene ahora cincuenta años, está casada y tiene tres hijos.

Polanski también rehízo su vida, en París. En su enésima resurrección de sus cenizas, reconstruyó su carrera y ha seguido entregando, entre algún que otro patinazo, varias películas asombrosas. Seguiremos repasándolas en el próximo capítulo
Es increible la vida de este hombre y cuanto ha sufrido desde pequenio, plagada de tragedia. Con sus aciertos y errores, me alegro que haya podido rehacer su vida. Recien lei un articulo que decia que el asesino Manson dejo en su testamento todas sus pertenencias a un extranio al que conocio via cartas. Derechos sobre su imagen, sus canciones, dinero y una cada. Increible. Yo siento que con las victimas no se hecho justicia. Este monstruo es para mentes enfermas n icono. Asqueante.
 
Sin embargo, su cine es puro oro. Me maravilla ver Chinatown, o Tess, o El escritor, El pianista, Frenético -con Enmanuelle y Harrison Ford, su amigo desde entonces, que recogió en su nombre el Oscar por "El pianista".- Yo veo en los créditos Roman Polanski y ya sé que me sentaré ante una gran película. Siempre muestra la realidad sin contrapisas, sin zarandajas políticamente correctas. Me alegro que, en su vida personal, haya encontrado por fín la paz gracias a Enmanuelle y sus hijos.
 
morgane-polanski-sesja-dla-vivy-298137-article.jpg
1620


Su hija en la serie Vikings Vikingos. Son dos hermanos y los dos salieron a su padre.

2755857-emmanuelle-seigner-devoile-ses-enfants-m-950x0-2.png

Morgane y Elvis.

morgane_polanski_964282389_1182x789.jpg


"Ser hija de Polanski es como tener pies planos"

Cuando su padre se encuentra de nuevo en la picota, publicamos íntegra la entrevista a Morgane Polanski incluida en el número de mayo de Vanity Fair.
Por PALOMA SIMÓN

4 de junio de 2016 / 9:00
Lectura: 9 minutos
Etiquetas:


En 1998 Roman Polanski dirigió en Viena la adaptación musical deEl baile de los vampiros, el filme de 1967 donde el cineasta de origen polaco interpreta a Alfred y Jack MacGowran al profesor Abronsius (la versión cómica de Van Helsing y su pupilo). Su hija Morgane (París, 1993) descubrió entonces su vocación. “Aunque no entendía una palabra de alemán, supe que quería ser directora de cine. Cuando crecí me di cuenta de la responsabilidad que conlleva, así que decidí probar primero con la actuación. Siempre ha estado en mí”, me explica apasionada.

Su inglés trasluce un leve acento francés. Habla muy rápido y gesticula sin parar. No puedo evitar preguntarle por su extraño nombre y sus connotaciones mágicas. “Hace poco mi madre me contó que me quería llamar Techno”, me dice. “Fue mi padre quien escogió Morgane, como el personaje femenino de una película que escribió hace años y que no llegó a rodar”.

Estamos sentadas en una chaise longue de madera cubierta con una colcha de terciopelo y cojines brocados. Cae la tarde en Londres y la luz, entre cálida y fantasmagórica, se cuela en la habitación repleta de libros y antigüedades. Si obviara sus jeans pitillo y sus creepers parecería que charlamos en el set de aquella hilarante película de vampiros.

Morgane Polanski ha llegado horas antes a la sesión de fotos. Lleva el inevitable vaso de café de Starbucks con su nombre escrito a rotulador. Bajo el perfecto de cuero viste una blusa vintage de colores chillones. Si se cruzase con ella por la calle quizá la tomaría por una estudiante. Pero si se molesta en fijarse un par de segundos, su cara le resultará familiar. Y no solo porque encarne a la princesa Gisla, la aguerrida descendiente de Carlomagno que recibe a su esposo cuchillo en mano en la noche de bodas enVikingos.

morgane_polanski_280692433_640x854.jpg

Morgane, hija de Roman Polanski y Emmanuelle Seigner.© Alex Bramall

Sus facciones son una copia exacta de las de sus famosos progenitores. Su mandíbula cuadrada y sus ojos, claros y vivaces, descienden en línea directa del director de La semilla del diablo. De Emmanuelle Seigner ha heredado las piernas interminables, esas que saltaban por los tejados de París asomando por un escueto vestido de cuero negro en Frenético (1989), la primera de las cuatro películas que rodó con su marido. También sus características cejas pobladas y ese je en sais quoi de las parisinas que convierte en magnético lo aparentemente normal.

—¿Cómo es ser hija de Roman Polanski y Emmanuelle Seigner?
—Nunca he sentido la presión. Para mi resulta natural. Como nacer con los pies planos, no hay nada que pueda hacer al respecto.

“Morrrrrrrgana Polanski”, bromea al leer su nombre españolizado en el call sheet. ¿Habla español? “¡Claro que sí!”, exclama. “Lo aprendí en el colegio. Hace siete u ocho años que no lo practico”. Enseguida evoca sus vacaciones de verano en Ibiza, en una casa “blanca, hippy” que Polanski adquirió en los años setenta “cuando ni siquiera había electricidad. Mi padre hacía fuegos artificiales por mi cumpleaños. Y en esa piscina aprendí a nadar”. La familia se deshizo de la residencia en 2002. “La vi de lejos el verano pasado, ahora debe de pertenecer a algún millonario ruso...”, comenta con una mueca de disgusto. “Cuando eres niño crees que todo durará para siempre. Al madurar, te das cuenta de que todo se acaba”, reflexiona. Y asegura que la Ibiza que añora aún existe “al norte, cerca de Santa Eulalia. No todo son spring breakers. Las islas tienen esa energía especial...”.

morgane_polanski_447388551_640x854.jpg

© Alex Bramall
Tengo la sensación de que Morgane me mira con demasiada gravedad, con recelo incluso. Recuerdo una frase de Polanski de 2013. “Para mí una entrevista es algo desagradable. ¿Por qué debería someterme a eso?”.Rezo porque su primogénita no comparta su opinión mientras la observo moverse por la localización enfundada en un diseño de Oscar de la Renta. “Parece mi vestido de novia”, bromea mientras canturrea ¿Por qué te vas?, la célebre canción de Jeanette de los años setenta que Carlos Saura incluyó en la banda sonora de Cría cuervos. No conoce la película. Tampoco Fata Morgana, título que despierta su curiosidad en cuanto lo menciono.

—Es una película psicodélica protagonizada por una actriz y modelo muy famosa en la España en los sesenta, Teresa Gimpera.
—Ah, entonces seguro que me gusta. Lo mío son los thrillers psicológicos, las películas que te hagan pensar y te revuelvan. Como los títulos old school de mi padre. Me encanta David Lynch. Nacimos el mismo día.

Confiesa su admiración por David Cronemberg y Paul Thomas Anderson. “Mi actriz favorita es Patricia Arquette. También me gustan Jennifer Lawrence y Leonardo DiCaprio. Un buen actor es aquel que parece que no actúa, y que no se encasilla”, arguye. Enumera sus películas preferidas. “La noche del cazador, Extraños en un tren, El silencio de los corderos, una historia aterradora sin necesidad de mostrar nada de forma obvia. O aquella del nido del cuco, ¿como se llamaba? Alguien voló sobre el nido del cuco. Adoro a Jack Nicholson”.

morgane_polanski_561945194_640x855.jpg

© Alex Bramall
En la casa de Mullholland Drive de Nicholson, en Los Ángeles, se produjo uno de los sucesos que han marcado la vida de Polanski: el 10 de marzo de 1977 el director condujo a Samantha Geimer a la residencia del actor y mantuvo relaciones sexuales con ella. Geimer tenía 13 años. Él, 43. Después de cumplir 42 días de prisión y, ante la posibilidad de que le condenaran a una pena de hasta 50 años de cárcel, Polanski huyó a Europa. El epílogo del caso se escribió en Suiza en 2009. El cineasta pasó varios meses en arresto domiciliario en su chalé de Gstaad a la espera de que los tribunales se pronunciaran sobre su extradición a Estados Unidos. El caso se dirimió en Polonia, cuya justicia denegó definitivamente la petición el pasado noviembre.

“Lo que hice estuvo mal”, admitió en 2013 a la edición estadounidense deVanity Fair. En esa ocasión lamentaba el efecto que el caso provocó en sus hijos, y que le recordó otra de las grandes tragedias de su vida: su infancia en el gueto de Cracovia durante la invasión nazi de Polonia. Esta es la primera entrevista extensa de Morgane y se esfuerza por mostrar que adora a su padre a pesar de los escándalos, pero sin querer profundizar más. “Cuando era niña no me contaba cuentos para dormir, sino su vida. Me sé toda su historia. Cuando va a gastar una broma yo ya sé cómo acaba. Es lo que tiene haber pasado juntos 23 años...”, dice la actriz.

—¿Cómo describiría su infancia?
—Fue maravillosa. Tuve la suerte de que me criaran unos padres que no solo me permitieron ser quien soy, sino que lo celebraron. Si mi pasión hubiese sido llevar la basura habrían pagado la mejor escuela en la que aprenderlo. Siempre me han apoyado. Solo me pusieron como condición que me formara. Así que estudié actuación durante cuatro años (en la Royal Central School of Speech and Drama de Londres). Estamos, siempre hemos estado, muy unidos.

morgane_polanski_854381464_640x855.jpg

© Alex Bramall

—En una entrevista reciente se quejaba de que la gente suele juzgarla por su apellido. ¿Ha pensado alguna vez en cambiarlo, en adoptar un nombre artístico?
—Nunca. No solo por lo increíbles que son mis padres, sino porque suena genial. Quiero que mis hijos lo mantengan. Es inventado. Mi abuelo se cambió el nombre después de la Guerra. Todo el mundo lo hizo. El original era Liebling.

Morgane ha crecido en París, y la ciudad es para ella sinónimo de familia. “Pero yo soy Londres”. En la capital francesa se levantaba a las 7 de la mañana con su padre, practicaban ejercicio, “15 minutos de sentadillas y esas cosas”, y se encaminaban juntos a la escuela “hasta que empezó a resultar embarazoso”. Se independizó a los 17 años, la misma edad a la que su madre se presentó al primer casting. En Londres comparte apartamento en Hampstead Heath, al norte de la ciudad, con una amiga de la escuela de cine con quien acaba de dirigir un cortometraje titulado The understudy; sus amigos son “artistas fundamentalmente”. Me confiesa que se siente más cómoda con gente mayor que ella. “Ya de niña prefería charlar con los colegas de mis padres que jugar con la Barbie. Intenté hacerlo porque era lo normal, pero no iba conmigo. Mi madre insistía: ‘Sé una niña, sé una niña”.

Emmanuelle Seigner intentó disuadirla de que se dedicara a la actuación. Le decía que era demasiado lista. Morgane perseveró, estudió y se presentó a las audiciones de rigor. La oportunidad le llegó en forma de ficción histórica. Aunque las separan varios siglos, Morgane comparte algunos rasgos con la princesa gala que encarna en Vikingos. “Su capacidad para hacerse valer. No deja que la gente la pise. Si quiere hacer o decir algo, actúa”.

La actriz ha pasado la mayor parte del año en Irlanda, “en mitad de la nada”, inmersa en el rodaje de la tercera temporada de la serie. Estaba en el pub del pueblo cuando le empezaron a llegar mensajes alertándola sobre los atentados del pasado 13 de noviembre en París. “Enseguida llamé a mis padres y a mi hermano Elvis para que volvieran inmediatamente a casa. Fue una locura. Dos amigos murieron en Bataclan. Todo el mundo conoce a alguien que falleció o resultó herido”, recuerda. “Es curioso, pero los ataques nos unieron más. Me sentí patriota por primera vez en mi vida. Estaba sola en el hotel, llorando, y solo quería volver a París. Estoy orgullosa de ser francesa”, clama.

Y describe sin ambages el chovinismo de sus compatriotas. “Cuando naces y creces en una de las ciudades más bonitas del mundo te crees con cierto derecho a ser como eres. Los parisinos no sentimos curiosidad hacia otras culturas ni somos abiertos de mente. Estamos simplemente orgullosos de ser franceses, liberales y expresivos. No somos hipócritas sobre la condición humana. Hay cosas que son tabú en el resto del mundo, pero no en París”.

—¿Cómo se ve dentro de diez años?
—Espero tener una carrera sólida y haber dirigido un par de películas. Quiero explorar la condición humana. Y no ser políticamente correcta.

Digna hija de su padre. 

*Este artículo fue originalmente publicado en el número 93 de Vanity Fair. Recuerde que Vanity Fair está disponible también en versión digital para todo tipo de dispositivos. Infórmese aquí.
 
Emmanuelle Seigner

Emmanuelle Seigner

Seigner en 2013.

Información personal
Nacimiento
22 de junio de 1966 (51 años)
20px-Flag_of_France.svg.png
París, Francia
Nacionalidad Francesa
Lengua materna Francés
Características físicas
Altura
1,73 m
Familia
Cónyuge
Roman Polanski (1989-presente)
Hijos
Morgane Polanski Seigner(1993)
Elvis Polanski (1998)

Información profesional
Ocupación
Actriz, exmodelo, cantante
Rol debut Méduses
Año de debut 1984
Año de retiro presente
[editar datos en Wikidata]
Emmanuelle Seigner (nació el 22 de junio de 1966 en París, Francia) es una actriz que ha sido nominada a losPremios César y también fue modelo de pasarela. Es conocida por ser la esposa del director de cine ganador de losPremios Óscar Roman Polanski y por sus papeles en los filmes La vida en rosa, La escafandra y la mariposa yFrantic.1





Biografía
Seigner nació en París, Francia; su padre era un fotógrafo y su madre una periodista.2 Es la nieta del respetado actor de teatro y cine Louis Seigner (1903-1991) y su hermana es la afamada actriz Mathilde Seigner. También es la sobrina de Françoise Seigner.

Fue educada en un convento católico y empezó a trabajar como modelo a los catorce años de edad. Debido a su belleza obtuvo fama internacional como modelo profesional.

Contrajo matrimonio con el director de cine polaco Roman Polanski en 1989. Tiene dos hijos llamados Morgane y Elvis.3 Su esposo ha dirigido varias películas en las que ha actuado como Bitter Moon junto a Peter Coyote y Hugh Grant y La novena puerta junto a Johnny Depp.

Filmografí
Año Película Director Personaje
2013 La Venus de las pieles Roman Polanski Vanda
2012 En la casa François Ozon Esther
2010 Essential Killing Jerzy Skolimowski Margaret
2009 Giallo Dario Argento Linda
2007 La escafandra y la mariposa Julian Schnabel Céline Desmoulins
2007 La vida en rosa Olivier Dahan Titine
2006 Four Last Songs Francesca Joseph Helena
2005 Backstage Emmanuelle Bercot Lauren Waks
2004 Ils se marièrent et eurent beaucoup d'enfants Yvan Attal Nathalie
2004 Sans toi Liria Bégéja Armelle
2003 Os Imortais António-Pedro Vasconcelos Madeleine Durand
2003 Corps à corps François Hanss Laura Bartelli
2001 Streghe verso nord Giovanni Veronesi Lucilla
2001 Laguna Dennis Berry Thelma Pianon
2000 Fernando Krapp m'a écrit cette lettre Yves Di Tullio Personaje desconocido
1999 Buddy Boy Mark Hanlon Gloria
1999 La novena puerta Roman Polanski La chica
1998 Place Vendôme Nicole García Nathalie
1998 RPM Ian Sharp Michelle Claire
1997 La Divine poursuite Michel Deville Bobbi
1997 Nirvana Gabriele Salvatores Lisa
1996 Pourvu que ça dure Michel Thibaud Julie Neyrac
1994 Le Sourire Claude Miller Odile
1992 Bitter Moon (Luna de Hiel) Roman Polanski Mimi
1990 Il Male oscuro Mario Monicelli La niña
1988 Frantic Roman Polanski Michelle
1986 Cours privé Pierre Granier-Deferre Zanon
1985 Detective Jean-Luc Godard Princesa de las Bahamas
1984 L'Année des méduses (La Gata ardiente) Christopher Frank Personaje desconocido

Teatro

Satellite Awards4
Año Categoría Película Resultado
2007 Mejor Actriz de reparto La Vie en Rose Candidata
 
Roman Polanski (V): borrón y vida nueva
Publicado por Iker Zabala

Roman Polanski y su esposa, Emmanuelle Seigner, en 2010. Fotografía: REUTERS / Cordon Press.

Viene de la cuarta parte.

Tras su sonada salida de los Estados Unidos, el acoso de los paparazzis en busca de la primera imagen del «cineasta fugitivo» en París duró poco: días después de su llegada Roman Polanski saldría a escondidas de su casa rodeada de reporteros, y astutamente distribuiría una serie de fotos suyas en las calles de la capital francesa, regalando la exclusiva a una fotógrafa amiga necesitada de algo de dinero. Al desembarazarse así —siquiera temporalmente— de la atención de la prensa, podía pensar fríamente en dos problemas inmediatos: su preocupante situación financiera (tras meses de importantes gastos judiciales) y la prosecución de su carrera. Recordó entonces que, poco antes de morir asesinada, Sharon Tate había leído la novela Tess, la de los d’Urberville (1891) de Thomas Hardy, y se la había dejado en la mesilla junto a la cama, con una nota indicando que ahí había una gran película por hacer. Polanski decidió que había llegado el momento y convenció al productor Claude Berri para embarcarse en el rodaje: sin embargo, no podía rodar en la campiña inglesa de Dorset donde Hardy ubicó su novela al temer ser extraditado a Estados Unidos en cuanto pisara Gran Bretaña. Por este motivo se vio obligado a recrear ese paisaje en Francia, donde podía sentirse seguro (recordemos que nació en París).

Tess (1979) arranca con una secuencia magistral: tras los créditos iniciales, que se cierran con un lacónico y significativo «to Sharon», Polanski presenta (de manera brillante, reforzando con la cámara el carácter fortuito de la situación) el cruce casual entre el atolondrado y humilde padre de Tess, campesino analfabeto y borracho, y un clérigo que jocosamente le toma el pelo sobre sus supuestos orígenes aristocráticos. Esta trivial y aparentemente insustancial conversación basta para sellar el trágico futuro de la inocente Tess, interpretada por Natassja Kinski. A lo largo de tres horas majestuosas, la película transita desde esa ligereza hasta los abismos de la pasión, la culpa y la condena de su protagonista con soberbia naturalidad.

Polanski se rodeó de magníficos colaboradores para recrear el ambiente de la novela de Hardy, pues Berri no escatimó en medios. Tess fue de hecho la película más cara rodada en Francia hasta entonces. Una vez más Gérard Brach coescribió el guion, y la impecable fotografía corrió a cargo del mismísimo Geoffrey Unsworth (responsable del 2001 de Kubrick) que fallecería durante la filmación, siendo reemplazado por Ghislain Cloquet. El rodaje duró más de nueve meses, entre otros motivos porque Polanski se empeñó en rodar en escenarios naturales durante las cuatro estaciones del año para crear así la sensación de paso del tiempo. El resultado es un film visualmente deslumbrante y narrativamente impecable, que posee la aparente simplicidad de las películas redondas.


Una escena de Tess. Imagen: Pathé Distribution.

Si el rodaje de Tess fue complicado, más lo sería su postproducción. El director describe en su autobiografía interminables luchas con el estudio para aprobar el montaje norteamericano (y se queda a gusto destripando a Francis Ford Coppola, inicialmente contratado por el productor para supervisar, sin éxito, dicho montaje), lo que retrasó más de un año el estreno en Estados Unidos tras una acogida desigual en Europa. Polanski logró finalmente imponer su montaje propuesto y estrenó Tess in extremis en solo dos cines americanos, cumpliendo por tanto el requisito mínimo para poder participar en los Óscar de ese año. Obtuvo entonces seis nominaciones que lanzaron la carrera comercial del film. Paradójicamente, meses después de abandonar el país de tan notoria manera, la recepción de los críticos americanos fue la más entusiasta de su carrera.

Pese al éxito de taquilla, los casi tres años dedicados al rodaje y postproducción de Tess dejaron exhausto al director, que barajó entonces la idea de retirarse definitivamente del cine. Lo haría durante siete años: en ese período proseguiría su carrera en los escenarios, de la que hemos hablado poco por aquí, pero que incluye la dirección de varias obras y óperas en diversos teatros europeos e incluso papeles protagonistas en algunas de esas obras, como el de Mozart en un montaje de Amadeus en el que trabaja por entonces. A este período corresponde también esta fascinante entrevista para la televisión británica, en la que el cineasta repasa su carrera y, directo y frontal, habla sin reservas de sus tragedias personales y sus recientes problemas con la justicia mientras se da un atracón en un lujoso restaurante parisino:


En 1984, consciente de haber vivido más vidas que el común de los mortales a sus cincuenta y un años, publica sus entretenidísimas memorias: Roman por Polanski (Grijalbo, 1985). El éxito del libro llama la atención de un productor tunecino que le hace entonces una oferta difícilmente rechazable: volver a la dirección para acometer el proyecto que lleva años rondando en la cabeza del director polaco: Piratas.

El naufragio de Piratas

En una ocasión Billy Wilder preguntó: «¿Has oído alguna vez a alguien decir: “vamos al Roxy, ponen una película que no se ha salido del presupuesto?”». Un refrán polaco dice: «Cuanto mejor hagas tu cama, más tiempo dormirás». Hay algo en mi carácter que les parece mal a todos los que financian mis proyectos, y es que me preocupo, mientras que otros directores, los que se dan por vencidos y ceden a estos ataques, no se preocupan. Los otros tipos que hacen buenas películas, pongo a Dios por testigo, se salen del presupuesto tanto como yo. Solo que no se sienten mal por ello. Para mí, es todo un trauma. No duermo. Me siento mal, cansado, al borde de un ataque de nervios. (Roman Polanski).

Como vimos en el capítulo anterior, Piratas era un proyecto escrito por Polanski y Gérard Brach en los tiempos del éxito de Chinatown, cuando estuvo a punto de materializarse con Jack Nicholson y el propio director en los papeles protagonistas. Era una gigantesca superproducción que no salió adelante por diferencias de criterio con la productora y por el salario astronómico que pedía Nicholson. Polanski tuvo que aparcar entonces su gran sueño, que era rodar un film de aventuras al estilo del Robin Hood de Errol Flynn, una de las películas más queridas de su infancia.

En 1986 lograría al fin rodar la película, aunque en circunstancias algo diferentes: Piratas sería finalmente una coproducción más modesta rodada en Túnez con un gran Walter Matthau en el papel del pirata Red, pero con un sosísimo actor francés interpretando al joven Renacuajo, el personaje que Polanski se reservó para sí mismo en su día. Tras el estreno, el director tuvo motivos para no dormir y sentirse al borde de un ataque de nervios: la película fue un desastre crítico y comercial absoluto, y recaudó apenas seis millones de dólares de los cuarenta que costó. La debacle estaba justificada: el visionado de Piratas revela a un director nada cómodo en las escenas de acción, sin chispa en los golpes de comedia, torpe en los episodios románticos y globalmente desubicado en el género de aventuras. Es como si la trágica infancia de Polanski lo inhabilitara para ponerse el traje de Spielberg y rodar su propio Indiana Jones. Piratas es, quizás solo con permiso de ¿Qué? (1972), la peor y más aburrida de sus películas.


Una escena de Piratas. Imagen: Pathé Distribution.

Pero no todo serían malas noticias en este período. Durante la preparación de su desastroso film de aventuras conoce a una actriz y modelo de veinte años: Emmanuelle Seigner. La deportación de su familia a los campos de concentración y el asesinato, casi tres décadas después, de su esposa cuando estaba a punto de dar a luz habían inhabilitado al director para establecer lazos afectivos y formar una familia, al desarrollar un pánico natural a volver a perder a todos sus seres queridos. Con Seigner superaría ese pavor: casados desde 1989, tienen una hija de veinte años y un hijo de catorce.

Seigner trabajaría de hecho en la siguiente película del director, con la que este recuperaría el pulso olvidando los abordajes, las patas de palo y los duelos a espada y volviendo a terreno conocido: el del miedo, la desazón y la angustia.

Hombre solo en París

Protagonizada por Seigner y un inmenso Harrison Ford, Frenético (Frantic, 1988) parte de la premisa con la que Hitchcock hizo escuela: la del hombre ordinario envuelto, a su pesar, en sucesos peligrosamente extraordinarios. Se trata de un impecable thriller, sobre todo en su fantástica media hora inicial: un respetado médico (Harrison Ford) y su esposa (Betty Buckley) viajan a París. Los vemos llegar al hotel desde el aeropuerto a primerísima hora de la mañana, intercambiar gestos de afecto, bromear sobre el jet lag, recordar su luna de miel, que pasaron allí. Tras descubrir que en el aeropuerto les han entregado una maleta que no es la suya, ella llama a la aerolínea mientras él se da una ducha. Al salir del baño, descubre que su mujer no está en la habitación. Tampoco en la recepción del hotel. Ni en la calle. Con dificultad, consigue apenas hacerse entender en francés con un vagabundo borracho, que antes de desaparecer para no buscarse problemas le dice que, tras un forcejeo, su mujer ha sido violentamente metida en un coche. Encuentra entonces tirada en la calle la pulsera de su esposa. Visiblemente alarmado, pide ayuda a los trabajadores del hotel y habla con la policía, que en ausencia de pruebas concluye que la hipótesis más razonable es que se haya ido por voluntad propia, sugiriendo que podría incluso tener un amante. Sin embargo, el protagonista (y nosotros) sabemos que no es verdad. Incapaz de hablar una palabra de francés, solo en la ciudad, sin ayuda ni la mínima idea de quién ha podido secuestrar a su esposa, se agarra en su desesperación a la única pista posible: la maleta entregada por error, que evidentemente contiene el macguffin hitchcockiano a partir del cual se despliega el resto de la historia.


Una escena de Frenético. Imagen: Warner Bros.

Polanski y Brach construyeron un guion delineado en torno a las constantes del genio del suspense cuyo excepcional arranque no va seguido, como suele suceder en estos casos, de una pérdida total de interés cuando se descubre el misterio, pues el director consigue con esfuerzo mantener el ritmo de la historia. Sin embargo, lo peor de la segunda hora de Frenético es el contraste entre la exhibición de Harrison Ford, pletórico en una de las mejores interpretaciones de su carrera, y la insulsa compañera de aventuras que interpreta la novata Seigner.

Emmanuelle Seigner ha crecido como actriz con los años (como demuestra su excelente trabajo en la recientemente estrenada La Venus de las pieles) pero su inexpresividad y falta de experiencia en sus primeras películas resulta evidente. Frenético bastó para que la crítica se despachara a gusto con ella, afirmando que era poco menos que el capricho incomprensible de un marido inconsciente. Sin embargo Polanski, lejos de amedrentarse por esas opiniones, le dio el papel protagonista en su siguiente película. Un papel extraordinariamente difícil del que pocas actrices podrían salir airosas, pues en el arco de dos horas obliga a transitar de la más virginal inocencia a la crueldad más despiadada y brutal, incluyendo además varios toques de erotismo y escenas de s*x* explícito. Y efectivamente, aquello fue demasiado para Seigner. Aunque hay que reconocer también que al menos el desastre no fue total.

Vámonos de crucero, todo irá bien

Basada en una novela de Pascal Bruckner, en Lunas de hiel (Bitter Moon, 1992) unos jovencísimos Hugh Grant y Kristin Scott Thomas interpretan a un matrimonio en crisis que intenta acallar las voces de ruptura embarcando en un crucero de placer, sin saber que lejos de encontrar allí la esperada tranquilidad, conocerán a una pareja (Emmanuelle Seigner y un excelso Peter Coyote) devastada y arrasada por la pasión y la lujuria, lo que los pondrá ante un incómodo espejo y los obligará a enfrentarse de cara a su conflicto matrimonial. El personaje de Grant desarrolla una obsesión morbosa por la historia de esos dos compañeros de viaje, que escucha de labios del marido, un inválido ajado, sardónico y grotesco que se relame de placer al relatar el torbellino sexual en el que se hundió con su seductora pareja, lo que se nos muestra en varios flashbacks rodados en París.


Una escena de Luna de hiel. Imagen: Warner Bros.

Es terreno abonado para una historia de celos, s*x*, culpa, claustrofobia, sentimiento malsano, humor negro y demás ingredientes habituales del cine de Polanski, que este adereza con gusto y placer. Sin embargo, varias cosas fallan en Lunas de hiel: lo más evidente es la incapacidad de Seigner de dotar de entidad a su dificilísimo personaje, que constituye además el eje de la historia y el hilo en torno al cual se tejen todos los conflictos del drama. El film entero reposa sobre ella, y caería como un castillo de naipes si no fuera por la sublime interpretación de Peter Coyote, que anima la función con sus ejercicios de sarcasmo, su sonrisa guiñolesca de hombre arrasado por la vida y su incómoda recreación, casi placentera, del dolor de su desgracia.

Polanski cosecharía algunas de las peores críticas de su carrera con Lunas de hiel, pero se rehízo dos años después con una magistral lección de cine y una de las joyas menos conocidas de su deslumbrante filmografía.

«Un país de Sudamérica, tras la caída de la dictadura…»

En ocasiones me despierto por las noches y me invade la certeza, total e inapelable, de que Ben Kingsley es el mejor actor del planeta. Creo que el motivo es La muerte y la doncella (Death and the Maiden, 1994), basada en la obra de teatro homónima del escritor chileno Ariel Dorfman. Paulina (excepcional Sigourney Weaver) y su marido Gerardo Escobar (Stuart Wilson) son agentes activos de la transición de su país a la democracia tras una cruenta dictadura. Las secuelas de Paulina son sin embargo graves y probablemente incurables: fue torturada por los golpistas y violada en repetidas ocasiones, y ahora vive con su marido en una casa aislada, en medio de la nada, junto al mar (curiosidad: los exteriores están rodados en Galicia), en donde la llegada de cualquier extraño la llena de pavor y despierta en su recuerdo las redadas y las encarcelaciones. Ha desarrollado también una reacción fóbica a una pieza de su músico preferido: Franz Schubert. Se trata de La muerte y la doncella, que su torturador reproducía sin parar durante el tiempo que duró su calvario.

Paulina nunca vio la cara de ese torturador (durante todo su cautiverio tuvo los ojos vendados) pero sí recuerda su voz. Y cree reconocerla en el extraño (Roberto Miranda, interpretado por Ben Kingsley) que una noche de tormenta acompaña a su marido a casa después de que este haya pinchado una rueda. Sus sentimientos se desbordan entonces y reacciona con furia y violencia, atando y amordazando a Miranda ante la sorprendida mirada de su esposo, que no da crédito a su testimonio y lo achaca a sus secuelas psicológicas. También nosotros nos hacemos la misma pregunta: ¿tiene razón Paulina o es todo fruto de su atormentada psique? ¿Está cargando las culpas sobre un hombre inocente o tiene delante a un miserable violador? La colosal interpretación de Kingsley está tan cargada de matices que nunca sabemos a quién tenemos delante.


Una escena de La muerte y la doncella. Imagen: Columbia TriStar.

Polanski rueda con placer en su escenario predilecto: el lugar cerrado, claustrofóbico, la casa aislada por la tormenta en la que se desbordan las pasiones y se producen cambiantes relaciones de poder entre hombres y mujeres (como en El cuchillo en el agua, como en Cul-de-Sac, como en La Venus de las pieles). La muerte y la doncella revela también su gusto por los films circulares: fíjense bien, pocas son las películas del director en las que la secuencia final no sea un espejo de la inicial: en este caso se nos muestra dos veces a un cuarteto de cuerda interpretando en un teatro La muerte y la doncella de Schubert. En la segunda de ellas, que cierra la película, Polanski ejecuta un ejercicio de impresionante virtuosismo técnico, resumiendo todo el drama en un único y complejísimo movimiento de cámara.

Sin embargo, la gran escena de La muerte y la doncella es un monólogo de Ben Kingsley del que no daremos detalles por aquí (quien haya visto la película lo recordará de sobra), en el que el rostro de Kingsley, en plano fijo, abarca en apenas tres minutos de desnudez total ante la cámara todo el registro de emociones posibles. Son tres minutos imperiales, que por sí solos bastarían para justificar la carrera de cualquier actor, pero que solo están al alcance de intérpretes de su nivel. Que son pocos y se cuentan con los dedos de una mano. Si ya han visto la película, recréense de nuevo. Si no, sepan que esto es un spoiler: aquí está el vídeo.

El siguiente proyecto del director polaco le traería a Toledo de la mano de Johnny Depp.

El diablo en Toledo

Adaptación libre de El club Dumas de Arturo Pérez-Reverte, y con Enrique Urbizu colaborando en el guion, La novena puerta (The Ninth Gate, 1999) fue un film tremendamente irregular que cogió a Polanski en baja forma, incapaz de mezclar géneros con coherencia. La película arranca como una desenfadada y entretenidísima película de aventuras literarias, pero se desinfla en cuanto empieza a tomarse demasiado en serio a sí misma, y finalmente pierde el norte al enredarse con el relato gótico de terror demoníaco. Cuando empiezan los aquelarres nuestra confusión es total.

Pero la capacidad de Polanski para reinventarse tras cada decepción parece inagotable, y en 2002 indagaría en los terribles recuerdos de su infancia para entregar la película perfecta: El Pianista le devolvería a la primera línea tras cuarenta años de carrera, le colmaría de premios y reconocimientos y le pondría en posición de poder seguir rodando películas con bastante libertad creativa. Ello a pesar de que nuevamente viviera con la amenaza de la deportación a Estados Unidos, que volviera a pisar la cárcel y que llegara al punto de tener que montar una película en su propia casa, donde cumplía arresto domiciliario. Lo veremos en el siguiente (y último) capítulo.
 
Roman Polanski (y VI): superviviente
Publicado por Iker Zabala

Roman Polanski y Emmanuelle Seigner en el Festival de Cannes de 2013. Fotografía: Cordon Press.

Viene de la quinta parte.

¿Y si hubiera tenido una infancia maravillosa con montones de lacayos y niñeras que me prepararan chocolate caliente, y chóferes que me llevaran al cine? Entonces me diría que soy como soy porque crecí entre algodones. Pero lo cierto es que yo soy como soy. Y punto.

Antes de que Steven Spielberg decidiera rodar La lista de Schindler el proyecto llegó a manos de Roman Polanski, que lo rechazó al tratarse de una historia en torno al gueto de Cracovia, el escenario de su trágica infancia. Pensó que la experiencia habría sido excesivamente dolorosa, y también estéril, pues el argumento se centraba en los judíos salvados por Schindler y el niño Polanski no fue uno de ellos. Decidió entonces que si un día rodaba una película sobre el Holocausto lo haría sobre su propia historia personal o, en su defecto, relataría la de otra persona evitando ambientarla en el gueto de Cracovia, pues no podía permitirse rodar entre esos muros obviando al niño que fue.

La oportunidad le llegaría al leer las memorias del pianista Wladyslaw Szpilman, en las que este relataba su terrible experiencia en el gueto de Varsovia. Cuarenta años después de El cuchillo en el agua Polanski volvió a Polonia (parte de la producción se desarrolló también en Alemania) para rodar El pianista (The Pianist, 2002). Se embarcó entonces en la desgarradora experiencia de revivir su pasado supervisando minuciosamente hasta el mínimo elemento de atrezo disperso por el set (vestuario, alambradas, sacos de comida…) pequeños detalles todos ellos, pero imprescindibles para pintar el paisaje de sus propias vivencias. Varias escenas de la película cuentan con el ojo privilegiado del testigo real: cuando los Szpilman ven aterrados por la ventana cómo los alemanes han empezado a construir los muros del gueto, vemos todo a través de los ojos del niño Polanski, que cuenta una escena calcada en su autobiografía; también ha recordado repetidas veces la irrupción en casa de sus vecinos de varios soldados alemanes en mitad de la noche (reproducida aquí en una secuencia particularmente escalofriante), la ejecución, de la que fue testigo, de una anciana por ser incapaz de seguir el paso de una columna de mujeres (en la película es una joven que recibe un disparo por hacer una pregunta) o el día en que supo que su mejor amigo en el gueto, un niño llamado Stefan, fue tiroteado por los nazis junto a otros niños en el patio de un colegio. En la película Wladyslaw Szpilman halla a un grupo de niños muertos en la calle, y resulta tremendo imaginar a Polanski dando indicaciones a los actores para la escena.

A estas alturas resulta difícil decir algo que no se haya dicho antes sobre El pianista, película deslumbrante que posee el intrincado y al mismo tiempo sencillo mecanismo de las obras perfectas, así que les diré algo que quizá no sepan: la noche de los Óscar de 2003 Polanski se presentó vestido de smoking en un lujoso hotel de París, a pocos metros de los Campos Elíseos y de su propia vivienda. No pudiendo viajar a Los Ángeles por motivos evidentes, bueno era intentar reproducir el glamour en casa: había reservado la suite presidencial para seguir la gala por televisión junto a su esposa, y allí asistió a uno de los instantes más embarazosos de la historia de los premios: el poco previsible momento en el que Harrison Ford anunció su nombre como vencedor de la categoría de mejor director y la cámara, cogida por sorpresa y tras unos segundos de titubeo en plano fijo de Ford, no supo si enfocar a los que, como Jack Nicholson o Martin Scorsese (perdedor aquella noche) aplaudían y se ponían de pie o a quienes se quedaban sentados recordando sus quehaceres con la justicia de ese país. Fue un gozoso momento espontáneo en medio de la calculada lógica imperante en la gala que sorprendió a la platea en el difícil trance de tener que posicionarse moralmente en apenas unos segundos. Por desgracia ese gran instante televisivo se despachó en apenas medio minuto y la lógica y el mundo entero volvieron a su aburrido cauce instantes después, cuando Chicago (¿alguien recuerda ya Chicago?) se alzó con la estatuilla a la mejor película.


El pianista le colmaría de premios (obtuvo también la Palma de Oro en Cannes), sería un inmenso éxito de crítica y público y le pondría nuevamente en posición de dirigir obras de gran presupuesto. El director llevaba tiempo barajando la idea de rodar una película que pudieran ver sus propios hijos, y optó entonces por una nueva adaptación de Oliver Twist, de Charles Dickens.

Por desgracia Oliver Twist (2005) vuela por debajo de adaptaciones previas de la novela, sobre todo de la de David Lean de los años cuarenta. La película está magníficamente ambientada y Ben Kingsley borda un excelente Fagin, pero algo en el tono general resulta siempre frío y maquinal. Polanski tampoco tuvo suerte con el inexpresivo niño protagonista. El resultado es notable y ciertamente entretenido, pero no es ni mucho menos la adaptación definitiva de la obra de Dickens que muchos esperaban por parte del director que más tiene que contar sobre infancias difíciles.


Una escena de Oliver Twist. Imagen: Filmax.

Para su siguiente película el cineasta volvería, tras Frenético, a enfundarse el traje de Hitchcock adaptando una novela de Robert Harris que posee varios de los ingredientes del genio británico: El escritor (The Ghost Writer, 2010) cuenta la historia de un «negro literario» contratado para terminar el libro de memorias de Adam Lang, ex primer ministro británico afincado en Estados Unidos. Su predecesor en la tarea ha muerto en un aparente su***dio, y el escritor se traslada a la mansión de Nueva Inglaterra del político para trabajar mano a mano con este en la finalización del libro. El ex primer ministro se verá entonces envuelto en medio de turbias acusaciones de cooperación con el Gobierno americano en el secuestro y tortura de militantes de Al Qaeda, lo que hace sospechar al escritor que la muerte de su predecesor no fue accidental, y que el borrador de las memorias que este dejó escrito podría esconder terribles secretos de Estado. Tenemos por tanto dos constantes de la obra hitchcockiana: la del hombre corriente atrapado en sucesos extraordinarios que escapan a su control, y por supuesto el MacGuffin, que toma aquí la forma del misterioso borrador del libro de memorias, celosamente custodiado en una habitación de la que no está permitido sacarlo bajo ningún concepto. Sin embargo, Polanski aprovecha también para recrearse en su espacio cinematográfico predilecto: el lugar cerrado, la casa aislada, preferiblemente junto al mar (como en Cul-de-Sac, como en La muerte y la doncella), el espacio claustrofóbico del que el escritor, atrapado, no puede salir, y en el que una vez más se establecen intercambiables relaciones de poder entre un hombre y una mujer, en este caso la esposa del propio Lang. Esa casa en la que también queda momentáneamente encerrado Adam Lang, asediado por centenares de periodistas que se instalan en su jardín en cuanto se publican las acusaciones de las que es objeto. En este momento, Roman Polanski no es todavía consciente de que la realidad está a punto de imitar al arte.

Arresto en Suiza

En 26 de septiembre de 2009, cuando El escritor se encuentra aún en fase de posproducción, Roman Polanski aterriza en Zúrich tras ser invitado por el festival de cine de la ciudad, que le va a entregar un premio a toda su carrera. En ese momento desconoce que días antes se ha puesto en marcha una maquinaria burocrática entre Estados Unidos y Suiza que va a provocar su arresto nada más llegar al aeropuerto y su ingreso inmediato en prisión en espera de su posible extradición a los Estados Unidos, país donde se había declarado culpable de relación sexual ilícita con Samantha Geimer, de trece años, en 1977. Esa maquinaria parece tener mucho de rutinario y poco de realmente intencionado y calculado, pues el conflicto no parece muy cómodo para ninguno de los países en liza:

Por una parte, Suiza se vio en el papelón de tener que explicar por qué entonces, y no antes, se había arrestado a una persona que llevaba cuarenta años viajando frecuentemente al país, donde de hecho tenía cuenta bancaria, coche e incluso un chalet en Gstaad. Tampoco resultaría fácil para los suizos explicar a los Gobiernos francés y polaco (Polanski tiene ambas nacionalidades) cómo era posible que su Ministerio de Cultura, que apoyaba el festival, no estuviera al corriente de lo que se estaba cociendo en el Ministerio de Justicia.

Al otro lado del charco, muchos se preguntaron entonces qué habían hecho realmente los Estados Unidos los últimos treinta años para intentar meter al director entre rejas, pues parecía bien poco: en esos años el cineasta había desempeñado su oficio moviéndose libremente no solo por Suiza, sino también por países como Alemania, Túnez o España (donde de hecho llegó a poseer otra casa). Muchos especularon entonces con que la aparente relajación de las autoridades americanas obedecía al hecho de que la extradición del director obligaría a reabrir el caso de las supuestas malas prácticas del juez Rittenband antes de que fuera apartado del caso en 1978 (de las que hablamos en el cuarto capítulo), algo en lo que Polanski podría tener mucho que ganar. De hecho, el New York Times ha publicado recientemente varios intercambios privados de emails entre magistrados que han trabajado en el caso, en los que estos vienen a decir que la actitud de Rittenband contaminó el proceso para los restos, hasta el punto de que en caso de una hipotética comparecencia de Polanski ante el tribunal en los Estados Unidos, este podría dictar su liberación inmediata.

Así pues, el enorme embrollo creado ese día en el aeropuerto de Zúrich no parece obedecer a grandes intereses entre potencias, sino más bien a la acción de algún pequeño funcionario suizo que se enteró de que Polanski iba a aterrizar en el país, consultó si existía una orden internacional de arresto contra él, y al comprobar que así era preguntó rutinariamente a los Estados Unidos si solicitaban la extradición. Y los americanos no pudieron decir que no. Sea como fuere, las autoridades del país helvético anunciaron que estudiarían el caso con máximo detalle antes de confirmar la extradición. El conflicto se prolongaría, así, durante meses.

Polanski pasaría las primeras diez semanas tras su arresto en la cárcel. En diciembre de 2009, tras pagar una fianza de tres millones de euros, le fue autorizado pasar a régimen de arresto domiciliario en su chalet de Gstaad, donde se le puso una pulsera electrónica para verificar que no saliera de la vivienda. En cualquier caso no habría podido salir: como sucedía al Adam Lang de El escritor, el chalet fue pronto asediado por una nube de periodistas y fotógrafos que hacían guardia y registraban sus paseos por el balcón y sus miradas furtivas al exterior desde detrás de las cortinas del salón. Se da la circunstancia de que en todo este período entre rejas o encerrado en casa el director trabajó en el montaje de El escritor, gracias a DVD que intercambiaba con sus colaboradores bajo la supervisión de los vigilantes.


Una escena de El escritor. Imagen: Aurum.

Polanski seguía en arresto domiciliario cuando El escritor fue estrenada en el Festival de Berlín de 2010. Obtuvo allí un justo premio al mejor director que vino a recordar que, por encima de todo el ruido mediático y de cualquier otra consideración, se trata de un excelente thriller. La sombra del director planearía también sobre el Festival de Cannes de ese año y, en general, sobre todo el mundo artístico y cinematográfico europeo. De hecho varios representantes de la cultura firmaron un manifiesto pidiendo su liberación inmediata. Pueden consultar la lista aquí. Firman algunos directores americanos y una abrumadora mayoría de cineastas, actores y profesionales del cine europeos (incluidos varios españoles). La nada bipolar pero aun así diferente percepción de la figura de Roman Polanski a ambas orillas del Atlántico constituye el detalle sociológico más interesante del caso. En mayo de 2010 el propio director rompió su silencio por medio de una carta abierta en la que reclamaba el cierre definitivo del proceso y denunciaba la actitud de los magistrados americanos, a quienes acusaba de actuar nuevamente por puro interés mediático y a los que atribuía una supuesta actitud vengativa en respuesta a las revelaciones del interesantísimo documental Roman Polanski: Wanted and Desired (2008), del que ya hablamos por aquí.

También Samantha Geimer, la niña de trece años de aquel lejano 1977, pidió una vez más el cierre definitivo del caso y la liberación del director. Polanski, principalmente en los primeros años posteriores a los hechos de 1977, se mostró más titubeante y evasivo a la hora de describir lo sucedido (su autobiografía de 1984 es un buen ejemplo, si bien hace años que solo tiene palabras de disculpa). Geimer en cambio nunca ha dudado en calificar lo sufrido como una violación en toda regla, pese a lo cual hace tiempo que dice haber superado los hechos en sí, llegando a asegurar en entrevistas recientes haberse sentido más traumatizada por el interminable proceso judicial que por el delito que sufrió. También declaró en 2010 que con la tremebunda resurrección del caso en la prensa volvían ahora para ella los ataques de pánico y las noches de insomnio que ya sufrió durante aquel juicio para el que no estaba preparada de niña, y en el que vio al juez Rittenband como a alguien más interesado en su propia imagen ante los medios que en defender a la víctima.


Samantha Geimer, a la izquierda, en la presentación en 2008 de Roman Polanski: Wanted and Desired. Fotografía: Cordon Press.

Ya dijimos en la cuarta parte que el proceso judicial de Roman Polanski es un raro caso en el que tanto la acusación como la defensa acabaron tirando los trastos a la cabeza del juez. Pero la gran duda por resolver y la clave para comprender su increíble dilatación en el tiempo es que nunca ha quedado realmente claro si Rittenband, antes de ser apartado del caso en 1978, llegó a dictar sentencia o no. O, más concretamente, si los noventa días de observación en la prisión de Chino que dictaminó en su día (de los que Polanski cumplió cuarenta y dos tras superar el examen psiquiátrico) constituían o no la condena definitiva.

Fue precisamente a esta duda razonable a la que se acogió el Gobierno suizo para rechazar finalmente la petición de extradición el 12 de julio de 2010, alegando «defectos de forma» en la causa presentada por la fiscalía norteamericana. Esos defectos de forma tienen miga y mucho que rascar: hay un incomprensible juego de idas y venidas a costa de una declaración: la tomada en febrero de 2010 a quien fuera fiscal del caso en los setenta, Roger Gunson, en la que este habría asegurado que el propio Rittenband le indicó en 1977 que los cuarenta y dos días en Chino constituían la condena completa. En la nota de prensa emitida por el Gobierno suizo el 12 de julio de 2010 este indica que en mayo de ese año solicitó formalmente el envío de la transcripción de dicha declaración, pero que los americanos rechazaron enviarla, y que siendo por tanto imposible excluir que Polanski ya hubiera cumplido su pena, la petición de extradición quedaba invalidada. Algunas voces del lado americano explicaron que se trataba de una declaración sellada y que no era posible hacerla pública, pero otras directamente indicaron que los suizos nunca habían solicitado el texto de la declaración. Parece un embrollo fácil de aclarar, basta volver a preguntar a las partes, ¿no? Pues se ha intentado, y está «explicado» aquí. Lean, e intenten comprender algo. Ya ven que todo lo que rodea el arresto de Polanski en Suiza parece un imprevisto y complicado embrollo en el que faltaba la pieza del puzle que resolviera el problema y satisficiera a ambos países, y que de un modo u otro se halló la manera de que ambas partes salvaran las apariencias. Sea como fuere, ese 12 de julio de 2010 el régimen de arresto domiciliario fue inmediatamente cancelado y el director recobró la libertad. Su situación desde entonces es básicamente la que era antes de su arresto en Suiza, si bien ahora mide mucho más sus pasos y no sale prácticamente de Francia, país que no contempla la extradición a Estados Unidos de sus ciudadanos.

Volvamos al cine, por favor:

Virtuosismo entre cuatro paredes

Irónicamente, los meses que pasó encerrado no han sido excusa para que el cineasta abandonara su lugar cinematográfico predilecto, sino más bien al contrario: sus dos últimas películas son calculadísimos ejercicios de estilo rodados entre cuatro paredes. Dos adaptaciones de sendas obras teatrales, tan fieles a los respectivos textos originales que son muchos los que se preguntan dónde está el mérito del director. Pero lo hay, vaya si lo hay: en primer lugar, porque Polanski es un sobresaliente director de actores y el maestro del lugar cerrado en el que, por medio de brochazos de genio, se destila el claustrofóbico conflicto dramático entre sus atormentados personajes. Y en segundo lugar, porque ambas películas son sanos ejercicios de encantadora mala leche y subversión de lo políticamente correcto.


Una escena de Un dios salvaje. Imagen: Altaclassics.

Un dios salvaje (Carnage, 2011) adapta una obra de Yasmina Reza en la que dos matrimonios de clase alta se reúnen para resolver civilizadamente una pelea entre sus respectivos hijos. Tras los cafés y los pastelitos les resulta imposible disimular su hipocresía, y se lanzan a desmenuzar implacablemente las miserias del prójimo con resultados delirantes. La película es también la gozosa exhibición de ochenta minutos de cuatro actores más allá del elogio: Jodie Foster, Kate Winslet, John C. Reilly y Christoph Waltz.

En La Venus de las pieles (La Vénus à la fourrure, 2013) Polanski no cambia una coma de la obra de teatro original de David Ives, pero la lleva hasta tal punto a su terreno que encierra en un teatro a su propia esposa (excelente Emmanuelle Seigner) y a un trasunto de sí mismo (todo en el aspecto, vestido y hasta en el corte de pelo de Mathieu Amalric nos recuerda al Polanski joven) para hablar jocosamente de sadomasoquismo y sumisión sexual. Las autorreferencias se extienden a esa tormenta que cae fuera del teatro (también había una tormenta en La muerte y la doncella, y el agua del mar aislaba a los hombres y mujeres de El cuchillo en el agua o Cul-de-Sac) y a ese permanente juego sarcástico construido en torno a su pasión por el absurdo.


Polanski, Seigner y Mathieu Amalric presentan La Venus de las pieles en Cannes 2013. Fotografía: Cordon Press.

Tras sobrevivir al Holocausto y a un intento de asesinato, labrarse una carrera como cineasta en la Polonia comunista, triunfar en Hollywood, ver a sus seres queridos caer en manos de Adolf Hitler y Charles Manson y reconstruir invariablemente su carrera tras los zarpazos del destino y las consecuencias derivadas de su delito cometido en los setenta, Roman Polanski conserva a sus ochenta años una eterna imagen de niño travieso y, lo que es más importante, un talento que parece inagotable. Que muchos años dure. De momento prepara una película de tribunales, lo que probablemente volverá a alimentar el morbo de los periodistas. Sobre el caso Dreyfus, nada menos. La esperamos con impaciencia, inevitablemente.
http://www.jotdown.es/2014/05/roman-polanski-y-vi-superviviente/
 
Un aplauso, @Serendi, por el exhaustivo repaso de la biografia de Roman Polanski.

¡Espero con ansiedad su proyecto sobre el affaire Dreyfuss! Su punto de vista frente al antisemitismo nacionalista y la "razón del Estado" para condenar a un inocente puede ser un bombazo.
 
Un aplauso, @Serendi, por el exhaustivo repaso de la biografia de Roman Polanski.

¡Espero con ansiedad su proyecto sobre el affaire Dreyfuss! Su punto de vista frente al antisemitismo nacionalista y la "razón del Estado" para condenar a un inocente puede ser un bombazo.
Hola @Lady Susan Vernon , la de colores que me van y vienen a las mejillas, gracias muchas gracias; pero si sólo me he limitado a buscar, maquetar y postear este especial sobre el Sr. Román, ¿dónde está el mérito?, humildemente no lo veo pero vaya por delante que te agradezco tus elogios y me los guardo bien dentro de mí. Viniendo de tu persona, que por otro lado si que te "trabajas" tus completos y minuciosos posteos "supervitaminados", nada se te escapa ni te es ajeno. Que maravilla de leerte. Y lo que se aprende de tu formación y cultura, esencialmente anglosajona pero sin descartar otros campos o culturas. En Series TV, también te agradezco tus colaboraciones que dan brillo y aportan tus puntos de vista, no siempre coincidentes con el criterio de la gente, pero eso sí....bien expuestos, razonados, con unas conclusiones de peso y con una consistencia considerable, bien tratada y desarrollada. Excelentemente, diría si me lo permites.
Tu amigo, seguidor desde tu llegada a este lugar de encuentros y crisol de criterios, desde el respeto y la educación. Así si.
Saludos cordiales, como es natural a tod@s por igual.
Serendi,
 
Roman Polanski demanda a la Academia de Hollywood por su expulsión
La institución tomó la decisión el año pasado tras la condena al director por abusos sexuales
polanski-kCWG--620x349@abc.jpg

Roman Polanski

El director polaco Roman Polanski ha demandado a la Academia de Hollywood por su expulsión de la institución en 2018, tal y como ha informado el abogado del cineasta, Harland Braun. En mayo del pasado año, la Academia tomó la decisión de expulsar a Polanski por haber mantenido relaciones sexuales en 1977 con Samantha Geimercuando esta tenía trece años. Tal y como consta en la demanda presentada por el oscarizado director, la Academia de Hollywood debería haberle dado un preaviso «razonable» así como la oportunidad de «escucharle» antes de tomar la drástica decisión.

El pasado 3 de mayo la Academia de las Ciencias y las Artes Cinematográficas de Hollywood anunció en un comunicado que, tras una votación, había decidido expulsar a sus miembros Bill Cosby y Roman Polanski por no cumplir las normas de conducta de la organización. Un mes antes de aquello, en abril de 2018, Cosby había sido declarado culpable de tres delitos de agresión sexual tras un multitudinario juicio y la denuncia pública de más de 60 mujeres que acusaron al cómico de abusar sexualmente de ellas entre los años 1960 y 2000.

En el caso de Polanski, el director está acusado en EE.UU. de haber violado en 1977 a Samantha Geimer cuando esta tenía trece años. No es el único escándalo sexual en el que el polaco está involucrado pues, en los últimos tiempos, han aparecido otras acusaciones de mujeres contra el cineasta, como las de Marianne Barnard, que afirmó haber sido acosada por Polanski durante una sesión fotográfica o Robin M., quien mantiene que el director de «El Pianista» abusó de ella cuando tenía dieciséis años.

Polanski ya amenazó con demandar a la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos en una carta dirigida al organismo y con la que su abogado advertía de que el el realizador tenía derecho a «acudir a los tribunales y exigir que la organización siga sus propios procedimientos, así como las leyes de California».

«La única solución adecuada sería que su organización rescindiera la expulsión ilegal y siguiera sus propias normas de conducta, indicando a Roman Polanski los cargos en su contra y una audiencia justa para que exponga su posición ante cualquier propuesta de expulsión», añadía la misiva.

Polanski admitió en 1997 que tuvo s*x* con Samantha Geimer cuando esta tenía 13 años. La víctima, no obstante, aseguró en una entrevista a Vanity Fair que no quería que el director fuera expulsado de la Academia. «Es un acto feo y cruel que solo sirve para aparentar», apuntó Geimer y añadió que «no contribuye nada a cambiar la cultura sexista de Hollywood».

https://www.abc.es/play/cine/notici...hollywood-expulsion-201904231419_noticia.html
 
Sin embargo, su cine es puro oro. Me maravilla ver Chinatown, o Tess, o El escritor, El pianista, Frenético -con Enmanuelle y Harrison Ford, su amigo desde entonces, que recogió en su nombre el Oscar por "El pianista".- Yo veo en los créditos Roman Polanski y ya sé que me sentaré ante una gran película. Siempre muestra la realidad sin contrapisas, sin zarandajas políticamente correctas. Me alegro que, en su vida personal, haya encontrado por fín la paz gracias a Enmanuelle y sus hijos.


Efectivamente, siempre ha sido un director que me ha interesado muchísimo, incluso sus películas fallidas.

Me encanta también "Lunas de Hiel" una película infravalorada en su filmografía que me parece una pequeña joya,
 
Back