Qué leer.

Reseña a cuatro manos: El aliado, de Iván Repila



Idioma:
español
Año de publicación: 2019
Valoración: bastante recomendable


Cualquier noche de jueves tras la sesión de la RAE. Lugar: una distinguida coctelería del centro de Madrid. Dos hombres maduros, dos amigos, charlan mientras beben sendos gimlets.

- …pues los soviéticos tendrían sus cosas chungas, no te digo que no, pero la Tokarev siempre ha sido una pistola mejor que cualquier semiautómatica norteamericana…

- Ay, Arturo, vaya perra te ha dado con las armas de fuego, con lo estruendosas y vulgares que son… ¿Te parece algo propio de nuestra condición?

- Entiendo… ¿Tú prefieres las armas blancas? ¿Has visto alguna vez “Forjado a Fuego”?

- Que no, hombre, lo que pretendo decir es que, ya que somos los dos escritores y académicos de la Lengua, podríamos departir sobre temas más elevados… hablar de libros, por ejemplo.

- Pues tú dirás, Javi, porque yo hace siglos que no leo ninguno. Ni los míos, je, je…

- Je, je… Yo sí que he leído una novelita de cierto interés. Como se acerca el día 8 de Marzo, quería tocar en mi columna semanal el tema del feminismo, pero no de forma directa, que ya sabes cómo se ponen las feminaz…nistas y los inquisidores de la corrección política. Así que pensé en hablar sobre los aliados.

-¿Quiénes?¿Los que desembarcaron en Normandía con subfusiles Thompson y…

- No, hombre, no, los aliados son esos tipos que se juntan con las femina…nistas y luego se convierten en más feministas que ellas.

- ¡Ah, los planchabragas! Bueno, yo les llamo así en privado, porque en público los inquisidores de la corrección política no me dejan… aunque cuando puedo lo cuelo en algún tweet, je, je…

- Je, je… pues sí, esos mismos, Arturo. La novela se titula precisamente así: El aliado y es de un escritor joven y prometedor, Iván Re…no sé qué…

- ¡No jodas, Javi! ¿Un millenial de ésos que nos llaman “pollaviejas”? Pues como me lo encuentre yo llevando encima el hierro, se va a enterar…

- Bueno, no sé si es tan joven. Igual me lo parece porque, claro, no tiene detrás una carrera tan prestigiosa como la mía… como la nuestra, me refiero.

- Nada, nada, Javi, como la tuya, dices bien… Que este año te llaman de Estocolmo sí o sí, ya lo verás. La rabia que le va a dar al japonaka ése… y a los inquisidores de la corrección política, je, je...

- Je, je... sí. Bueno, como te contaba: es ya la quinta novela de un tal Iván Rop...lo que sea. El caso es que a este mozalbete le sigo con cierto interés. Parece que para él "todo acto es un acto político y todo texto es un texto político" (como para mí cuando era joven, rojo y alocado). Porque El aliado es un texto claramente político, al igual que sus anteriores novelas, el Atila o Prólogo. Más gamberro, menos "sesudo", menos metafórico si se quiere, pero a todas luces político... Sí, con el libro persigue zarandearnos y lo consigue, sin duda.

- ¿Zarandearte, Javi? ¿Quieres decir con esto que te dan ganas de comprar por el Wallapop un AK47 y hacer que las concentraciones feminaz…nistas parezcan el instituto de Columbine?

- ¡No seas bruto, Arturo, un poco de contención! Mira: vale que los personajes resultan un tanto arquetípicos o caricaturescos, pero eso es lo que les hace funcionar. Además, a veces la realidad supera a la ficción. ¡Anda que no habremos oído conversaciones “cavernícolas” similares a las que aparecen en el libro en las que, pensándolo fríamente, me da vergüenza ajena haber participado sin haber puesto en su “sitio” a los sujetos que intervenían!

- ¡coxx, Javi, me sorprendes! ¿O sea que te arrepientes de haberle dicho a Soto Ivars: “Juanito, con esa melenita de niña vas a follxx menos que un casado”? ¿O de haberle soltado a Houellebecq: “Ne pas épouser la japonaise car elle a de petits nichons!”?
- No, hombre, que es broma… ¡Que a mí en Oxford me llamaban “the Pretty Iberian Machito” por algo, je, je! Mira, hablando de Michel, aquí el Iván Rodi… el pollo éste hace un poco de Houellebecq porque predice un poco el auge del “neomachismo” que vemos en el mundo. ¡Y mira que me fastidia porque yo soy más partidario de la masculinidad tradicional!

- ¡Joder, y yo! Del hombre-hombre, como El Fary, y del “la mujer, de la habitación a la cocina y por el pasillo a hostias!”

- ¡Arturo, compórtate! El caso es que, estando totalmente en desacuerdo con Iván Repo…el perroflauta, vaya; he de admitir que me lo he pasado muy bien leyéndolo. Para empezar, es divertido, tiene muy buen ritmo narrativo y la extensión justa para no hacerse pesado. Parte de una premisa muy muy buena y no la alarga innecesariamente. ¡Anda que no habremos leído libros que arrancan genial pero que el autor estira el tema hasta hacerse cansino!

- ¡Por las pelotas de Blas de Lezo, qué insinúas, eh! ¿Que en mis libro hay más Paj*s que en una peli por**? Perdón, quería decir Paj*… ¡A qué te reto a duelo, mal amigo! ¡Si parece que te ha gustado más que mi Sabotaje!

- ¡Pardiez, Arturo, no way! Sabotaje te sitúa en la cumbre de la novelística actual, por favor… El Iván Ropi… Ripo…bueno, como sea, no deja de ser un tuitero con ínfulas que escribe estas cosas para tener más predicamento entre las féminas...

- Fijo. Esa gente sólo piensa en el ñaca-ñaca.

-Eso sí, lo hace con gracia el muy… titiritero. Además, mantiene un acertado equilibrio entre lo cómico / humorístico / gamberro, lo patético / esperpéntico y lo serio o incluso épico. Sin olvidar el erotismo; aunque a la novia del protagonista, la tal Najwa, ni la tocaría un gentleman con un mínimo de educación y cultura... ¡Vaya una pájara femina…nista! Me gusta también la evolución del personaje: toma de contacto - toma de conciencia - acción… y que la historia sea una uto-distopía, un poco al estilo del Ensayo sobre la lucidez o el Ensayo sobre la ceguera de Saramago. Eso sí, estirando la ficción de una forma muy diferente al portugués, mezclando humor gamberro con patetismo, tensando la cuerda sin que esta llegue a romperse.

- ¡Por las patillas del último de Filipinas, Javi, qué despliegue de erudición! ¡Y no te veía tan entusiasmado desde que la última vez que vetamos la entrada de una tía...mujer en la RAE! Igual hasta me lo tengo que leer. ¿Me animo o no?

- Hombre, el tema de fondo está claro que no puede ser más actual. Habrá quien se sienta más o menos concernido por ello, of course… Yo no, porque no soy ni machista ni feminista; sólo tengo sentido común, je, je… Pero al ser una historia sin una moraleja clara, sino más que nada satírica, creo que le puede interesar a cualquiera. Eso sí, me parece un texto generacional. Vamos, muy para la muchachada o gente de nuestra edad, pero joven de espíritu como nosotros (si es que eso es posible). En todo caso, ideal para machirulos de viejo y nuevo cuño.

- ¿Me estás llamando machirulo? Mira que saco la fusca otra vez, ¿eh?

- ¡Qué va, Arturo, si tú y yo somos un ejemplo para las generaciones presentes, pasadas y venideras! Anda, guarda la Tokarev y vamos a ver el partido del Madrid a mi casa. A ver si consigo explicarte lo del fuera de juego, que toda la vida viendo fútbol y aún no lo has pillado.

- Claro, porque mientras tú comías pipas en el Bernabéu yo veía los partidos en una tele en blanco y negro con los guerrilleros somalíes… ¿Te lo he contado alguna vez? Pues verás…


Firmado: Koldo y Juan (excepto si hay alguna querella por delitos contra el honor. Entonces, no).
http://unlibroaldia.blogspot.com/2019/02/resena-cuatro-manos-el-aliado-de-ivan.html
 
El rey Arturo. Nuevos fragmentos de su historia y algunas más


4 de febrero de 2019 a las 12:00.

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1. Tabla redonda en Winchester. Fue pintada en 1522 por orden de Enrique VIII. 2. Rey Arturo, por Charles Ernest Butler.

La leyenda del rey Arturo y los Caballeros de la Tabla (o Mesa) Redonda es uno de los grandes mitos del Viejo Continente, que se extiende a la literatura. Y su historia y personajes han pasado por muchos cambios con el paso del tiempo. Ahora hay uno más: el hallazgo, en los archivos de la Biblioteca Central de Bristol, de una antiquísima y desconocida versión del siglo XIII de un relato sobre el mago Merlín y el rey Arturo. Aprovechando la noticia, repaso cuatro de las infinitas versiones que hay sobre Arturo y sus caballeros.

El rey Arturo y yo
Arturo no es uno de mis mayores héroes literarios, pero le tengo simpatía. Quizás por las innumerables versiones cinematográficas, desde la clásica más conocida Los Caballeros del rey Arturo (1953) hasta la última, Rey Arturo, la leyenda de Excalibur (2017). Pero admito que sí ha inspirado personajes de mis historias. Y tanto su iconografía como sus nombres (Uther Pendragon, Lancelot, Merlín, Ginebra, Galahad, Morgana, etc.) conocidos universalmente.







Además, en mi primer estancia en Inglaterra también estuve en la ciudad de Winchester y vi esa famosa tablaexpuesta en su castillo. También, por razones obvias de estudiar filología inglesa, tuve que echarle un vistazo al clásico del siglo XV de Thomas Malory.

Nuevo hallazgo
Los fragmentos encontrados se han atribuido a Jean Gerson, un erudito francés. En total son siete pergaminos, escritos en francés antiguo, que recogen una versión con diferencias notables del relato conocido. Podrían formar parte de una versión de la llamada Estoire de Merlin, procedente de otros textos conocidos como Lanzarote-Grial o el ciclo de La Vulgata.

En lo que se ha recuperado ahora Arturo ya es rey. Él y Merlín han triunfado en la batalla, una de las etapas previas que llevan a la historia de la búsqueda del Santo Grial por parte de Arturo y sus caballeros. La importancia del hallazgo de estos fragmentos es que muestran algunos cambios en detalles que dan una versión ligeramente alterada de la narración de esa batalla, y se incluyen también descripciones más largas de la acción.

Cuatro historias
Son infinitos los títulos de libros y novelas dedicados a Arturo, así que destaco estos cuatro:







Thomas Malory – La muerte de Arturo
Esta obra es la responsable de la versión que tenemos hoy del mito artúrico.

Sir Thomas Malory (1408-1471), caballero de vida agitada que vivió en tiempos de la Guerra de las Dos Rosas, escribió esta primera gran epopeya de la literatura inglesa. Lo hizo supuestamente desde la cárcel y a partir de la recopilación que tenía de viejas fuentes francesas y británicas que iba traduciendo a la vez que añadió ideas propias.

Se imprimió en 1485 en el taller de William Caxton, el primer impresor inglés, que la tituló Le Morte D’Arthur. Fue el prologuista y unificó las ocho novelas de Malory en veintiún libros. Es la que ha inspirado más recreaciones en todos los ámbitos artísticos, desde nuevas versiones literarias hasta representaciones pictóricas como mostraron los prerrafaelistas.

Jack Whyte – Crónicas de Camelot
Escritor escocés residente en Canadá, a Whyte se lo conoce por sus novelas históricas, sobre todo por esta serie escrita a finales de los 90 dedicada a las Crónicas de Camelot, donde usa la teoría del pasado romano del rey Arturo. Son dos títulos: La piedra y la espada y El fragor del acero

Valerio Massimo Manfredi – La última legión
Manfredi, otro grande de la novela histórica contemporánea, también coincide con Whyte en sacar el origen romano de Arturo en este título de reciente éxito. Se llevó al cine en 2007, pero no igualó a su original literario.

Mark Twain – Un yanki en la corte del rey Arturo
El famoso escritor norteamericano optó por un viaje en el tiempo como excusa para escribir un relato humorístico y lleno de la sátira social y política que lo caracterizó. Caricaturizó a todos: instituciones monárquicas, eclesiásticas y caballerescas, y también a los personajes

https://www.actualidadliteratura.com/rey-arturo-nuevos-fragmentos/
 
Seis libros con hueso: cuando el conflicto propicia la belleza
La familia, la memoria, la ocultación o la verdad son los temas que tocan algunas de las novedades editoriales de febrero

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Una selección de seis novedades literarias (Ilustración Tere García)
KARINA SAINZ BORGO
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PUBLICADO 09.02.2019 - 05:15ACTUALIZADOhace 4 horas

Aunque ha sido probablemente el único libro con el que han abierto los informativos, las memorias de Pedro Sánchez -tan cacareadas entre la novedad editorial del mes- no lo son todo, probablemente ni siquiera estén bien escritas, incluso puede que tampoco lleguen a ser sean unas memorias. Otras cosas que están por llegar a las librerías son bastante mejores. Se trata de un conjunto de libros de ficción y no ficción a los que vale la pena dar un pequeño repaso, ya sea por la calidad de la historia o incluso por el valor de su reedición, que es el caso del ensayo No tan incendiario, de Marta Sanz, un libro que Periférica vuelve a publicar con una sobrecubierta oscura –el sello no suele alterar el aspecto de sus libros-, sobre la que se extiende una imagen sugerente del pintor británico del XVIII, Henry Robert Morland, y que muestra a un joven leyendo con la poca luz de un candil. Eso es justo lo que procuró Sanz en ese ensayo, publicado hace ya cinco años: una defensa de la cultura y el pensamiento, escrita con la urgencia y la claridad del panfleto, un libro necesario de una escritora necesaria.

El narrador descubre cómo su madre pasó información comprometedora sobre amigos, vecinos, familiares y hasta sobre sus propios hijos

La obra (in)completa de Pedro SánchezLa obra (in)completa de Pedro Sánchez
En el registro ficción, Tusquets publica 14 de julio, de Éric Vuillard, ganador del Premio Goncourt 2017 por El orden del día, una novela que fue acogida con entusiasmo por los lectores y la crítica literaria tanto en Francia como en el resto de Europa. En sus páginas, Vuillard sigue, hora a hora, la toma de la Bastilla desde la perspectiva de sus protagonistas. Carga las tintas en el detalle y la historia anónima; se explaya en el empobrecimiento de la población, así como en el trasfondo social que originó el levantamiento. Una decisión curiosa, sin duda, en tiempo de chalecos amarillos. El capítulo No Ficción trae un libro de especial interés. Errata Naturae publica La revolución interior, una antología de textos de Tolstói prologados y traducidos porStefan Zweig, quien encontró en el ruso una fuente inagotable de reflexión. Según Zweig, ningún autor contemporáneo, ni siquiera Marx o Nietzsche, dio lugar a la conmoción radical que supuso la obra de Tolstói y esta selección de textos preparada por él busca demostrarlo. Stefan Zweig escribió este libro tras salir de Alemania empujado por la persecución del nazismo. Su conciencia del totalitarismo y los abusos del Estado sobre sus ciudadanos no podría ser más aguda y es esa mirada la que atraviesa su análisis de Tolstói. En los años treinta -que es el tiempo en el cual se gesta este libro-, la figura del ruso estaba prácticamente olvidada. Por eso Zweig decide recuperar al Tolstói ensayista y autobiográfico e incluso incluye en esa selecciónun relato hasta ahora inédito en español.

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Un detalle de la cubierta de 'El expediente de mi madre', de András Forgách.
En este breve repaso de novedades, una de las más hermosas es la novela del escritor y traductor húngaro András Forgách. Se trata de El expediente de mi madre (Anagrama), un libro que Forgách presentó recientemente en el festival BCNegra, y en cuyas páginas se despliega una indagación tanto personal como colectiva. Valiéndose de la investigación y la narración novelesca, Forgách plantea un libro efectivo y profundo en el que no se limita a reconstruir el pasado, sino a adentrarse en las nociones de memoria, verdad y ocultación a partir de la figura de su madre. Todo ocurre décadas después de la desaparición del comunismo en Hungría, cuando llega a manos del autor un archivo que cambiará por completo la historia familiar. Esos papeles prueban que su madre trabajó como espíapara la dictadura de János Kádár y no de manera puntual, sino a lo largo de los años. A medida que avanza en sus pesquisas, el narrador descubre cómo su madre pasó información comprometedora sobre amigos, vecinos, familiares y hasta sobre sus propios hijos. El largo proceso de indagación sobre un personaje tan sensible, la madre, opone con profundidad la idea de hasta dónde puede llegar el aparato del Estado, pero también deja sobre la mesa el conflicto con una mujer que se revela para quien escribe como un ser hasta ahora desconocido. ¿Se trata de una memoria familia o colectiva? Tras años de ocultación, ¿quién determina qué sabemos y qué no de nosotros y de quienes nos rodean?

Tracy Chevalier dijo sobre O´Farrell no haber salido nunca tan viva de un libro sobre la muerte

También la nueva novela de Soledad Puértolas se adentra en los secretos familiares, aunque desde otra perspectiva en Música de ópera, que cuenta la historia de tres generaciones de una familia de provincias. Ese mecanismo permite recorrer desde los turbulentos años de la guerra civil hasta la última etapa del régimen franquista. Tres personajes femeninos entrelazan sus conflictos personales con los grandes hechos que les toca vivir: el estallido y el final de la guerra civil, la visita del presidente de los Estados Unidos, la Revolución Cubana o los tanques rusos aplastando la primavera de Praga. Puértolas vuelve a la estela de sus novelas, enraizadas en la tradición literaria de escritoras como Natalia Ginzburg o Anne Tyler. En una clave autobiográfica, Libros del Asteroide publica Sigo aquí, un libro en el que la escritora norteamericana Maggie O’Farrell recoge lo que ella llama "diecisiete roces con la muerte", episodios que pudieron terminar en desastre, diecisiete momentos clave de su vida que revelan una manera de ser y estar en el mundo. Sigo aquí, que sale a la venta el 11 de febrero, es, en palabras de sus editores, “un libro sincero” que huye de lo sentimental y anima al lector a reflexionar sobre la fragilidad de nuestra existencia y a celebrar la belleza. Hay quienes aseguran, como Tracy Chevalier, no haber salido nunca tan vivos de un libro sobre la muerte.

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'Sigo aquí', de Maggie O'Farrell.

https://www.vozpopuli.com/altavoz/cultura/libros-hueso-conflicto-propicia-belleza_0_1216678936.html
 
El brutal asesinato de una joven en Pekín y la "batalla literaria" para identificar al asesino
Stephen McDonellBBC News, Pekín
  • 9 febrero 2019
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Derechos de autor de la imagenWERNER
Image captionPamela Wener era hija de un diplomático británico y tenía 19 años cuando fue asesinada.
En una fría tarde de enero en 1937, la hija de un antiguo diplomático británico en China se despidió de sus amigos, se montó en su bicicleta y se dirigió a su muerte. Tenía 19 años.

Su asesinato sacudió Pekín, pero las teorías sobre este horrible crimen, aún sin resolver, perduran en la actualidad.

ADVERTENCIA: la historia incluye descripciones de violencia que pueden resultar perturbadoras.

El asesinato de Pamela Werner tenía todo para perderse en la historia, hasta que un libro dio a conocer el caso al público moderno en 2011 y se convirtió en bestseller

Midnight in Peking ("Medianoche en Pekín"), de Paul French, despertó además viejos fantasmas y animosidades que fueron mucho más allá de lo que el escritor había previsto.

Ahora, el policía británico jubilado Graeme Sheppard acaba de escribir otro libro, A Death in Peking ("Una muerte en Pekín"), que desafía la versión de French sobre lo ocurrido.

El resultado: una "batalla" literaria que pone en evidencia temas como el orgullo familiar, extraños eventos ahora perdidos en el pasado y un espeluznante asesinato aún sin esclarecer.

El asesinato de Pamela
En la tarde de su desaparición, Pamela había estado patinando sobre hielo con sus amigos en el selecto barrio de las delegaciones de Pekín (solo para extranjeros).

Pamela se iba a marchar a Londres, Reino Unido, para continuar con sus estudios.

Dejó a sus amigos alrededor de las 7 de la tarde. Nunca más la volverían a ver.

Su cuerpo fue hallado a la mañana siguiente sobre el terreno helado, cerca de una sección de la muralla de la dinastía Ming, la única que sobrevivió al paso del tiempo en la ciudad.

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Derechos de autor de la imagenOUT OF COPYRIGHT
Image captionEl exclusivo barrio de la Legación Extranjera era donde vivían los diplomáticos foráneos y la mayoría de residentes de la capital no podía entrar.
Lo que a los investigadores, tanto entonces como ahora, les cuesta entender es la motivación que llevó a su asesino o asesinos a mutilar de tal manera su cuerpo.

Le quitaron varios órganos, las costillas estaban rotas. El corazón, la vejiga, el hígado y los riñones ya no estaban ahí.

Pamela apareció con un corte en la garganta en lo que pareció ser un intento frustrado por arrancarle la cabeza. El brazo derecho permanecía unido a su cuerpo, pero por muy poco.

Quien quiera que fuera el autor del crimen o era descuidado o fue interrumpido y tuvo que huir, ya que la policía halló pruebas cruciales en el lugar de los hechos.

Encontraron la tarjeta de Pamela del club de patinaje y un caro reloj que perteneció a la madre de la joven. El reloj se paró un par de minutos después de medianoche.

Todo esto hizo que Pamela pudiera ser identificada rápidamente, pese al estado de sus restos.

Los periódicos de la época reflejan la angustia que causó la noticia conforme se fueron difundiendo los detalles en una ciudad que ya estaba en tensión por la cercanía del ejército japonés.

Si en esos momentos de incertidumbre y confusión una mujer blanca -hija adoptada de un destacado sinólogo británico- podía ser desechada de esa manera, ¿quién estaba seguro? Especialmente teniendo en cuenta que la joven había crecido en lo que ahora es el centro de Pekín, hablaba chino, conocía el lugar y sus restos aparecieron muy cerca de su casa.

Un mundo de misterio y resentimientos
La población de Pekín estaba creciendo por la gente que huía de otras partes de China que fueron cayendo en poder de los japoneses.

Había también refugiados rusos que escapaban de la agitación y la guerra civil en su propio país. Entre ellos estaban los padres biológicos de Pamela.

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Derechos de autor de la imagenEDWARD WERNER
Image captionEdward Werner pasó sus últimos años buscando pistas sobre la muerte de su hija Pamela.
Fue adoptada por los Werner cuando tenía 2 años, pero su madre adoptiva murió cuando Pamela tenía 5.

Tras el asesinato de Pamela, su padre, Edward Werner, que entonces tenía 70 y tantos años, se quedó solo para resolver el macabro crimen.

Pasó el resto de su vida buscando a los asesinos y su búsqueda generó una extensa correspondencia con las autoridades de China y de Londres.

Cuando el autor French encontró este material en los archivos nacionales británicos, abrió todo un mundo de misterio y resentimientos.

Las cartas formaron la base de su libro, que en realidad es una exploración de lo que sucedió con Pamela a través de la lente del padre de la joven.

El fulgurante éxito de "Medianoche en Pekín" también significó que, para muchos, este relato se convirtió en la versión aceptada de los hechos.

Pero cuando Sheppard hizo su propia investigación de los archivos, llegó a una hipótesis totalmente diferente.

Ambos escritores coinciden en que la versión oficial sobre la causa de la muerte, un golpe en el cráneo, es correcta.

Pero cuando se trata de la identidad del asesino, el lugar de los hechos, la motivación y cómo apareció el cuerpo en el lugar donde lo hizo, las diferencias son radicales.

La fiesta sexual
El padre de Pamela creía que a su hija la convencieron para ir a una fiesta aquella noche, con casi toda probabilidad junto a otras mujeres.

"Ahora lo entenderíamos como grooming (contacto y acoso a jóvenes o menores para abusar de ellos)", le explicó French a la BBC.

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Image captionPaul French cree que Pamela fue asesinada durante una fiesta sexual que salió mal.
"Querían usar a estas mujeres para tener s*x*. Cuando Pamela se dio cuenta de lo que estaba pasando, algo salió mal. Parece que pudo haber sido golpeada en la cabeza con algo que le quebró el cráneo, y aquellos hombres se vieron con un cadáver del que se tenían que deshacer", indica French.

Dado cómo era Pekín en la década de 1930, French se puede imaginar cómo se desarrolló la noche, con Pamela actuando sin pensar, llena de emoción por ser esos sus días finales antes de abandonar la ciudad que amaba.

Después del patinaje sobre hielo, se cree que cenó con un amigo que se convertiría en un personaje central en la teoría de Sheppard.

Sin embargo, según la versión de French, la siguiente parada fue una fiesta en casa del dentista estadounidense Wentworth Prentice.

Como extranjeros con ciertos privilegios, moviéndose en una caótica ciudad en los estertores de una era, Prentice y sus colegas son descritos como un grupo de hombres que llevaba un estilo de vida hedonista y desenfrenado.

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Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionLas llamadas "Badlands" están al noroeste de la estación de trenes de Pekín.
Pamela no tenía por qué temer a los presentes en el apartamento del dentista. Había sido paciente de Prentice y probablemente también conocía a los demás.

Cuando se anunció que la fiesta seguiría en un bar para celebrar la Navidad ortodoxa rusa, ella debió pensar: "¿Por qué no?". Incluso aunque fuera en un barrio de burdeles conocido como las Badlands.

Al caminar hacia el oeste de la estación de trenes de Pekín y seguir por el norte, todavía se puede explorar la zona.

Las calles son mucho más tranquilas en la actualidad. Más allá de los pequeños hoteles de propiedad familiar, no han cambiado demasiado desde 1937.

Fue aquí donde, según French, Pamela se halló sola con este grupo de hombres. No había ninguna fiesta, solo una cama en la parte trasera de un burdel.

Escribe: "Quizá su resistencia, su negativa a dejarse someter como otras chicas lo hicieron en el pasado, enfadó a los hombres... Quizá entraron en pánico y solo querían que se callara y, para silenciarla, uno de los hombres le dio un fuerte golpe en la cabeza".

Cómo desecharon el cuerpo
Durante la búsqueda del asesino, el padre de Pamela visitó el burdel, llamado Número 28.

Werner estimó que la joven murió allí, pero que fue trasladada a otro lugar para deshacerse del cuerpo bajo las órdenes de los gerentes del local que no querían tener nada que ver con el tema.

French presenta la idea de que los hombres le extrajeron la sangre a Pamela en el burdel para que fuera más ligera de transportar, después la envolvieron y se la llevaron en un ricksaw a la antigua muralla de la ciudad: un lugar sin iluminación donde era improbable que los vieran.

Allí trincharon el cuerpo.

Esto puede sonar como algo extremo, pero, según French, los implicados eran camaradas de caza. Aquí el escritor se apoya en la opinión del padre de Pamela, que los percibía como un extraño grupo conocido por sus fiestas nudistas en las colinas occidentales de Pekín.

Aparte del s*x*, el alcohol y las drogas, también estaban familiarizados con la cacería de ciervos y las matanzas.

"En aquella época, el crimen le pareció a Werner indicativo de cómo se comportarían los cazadores con un ciervo o cualquier otro animal", señaló French.

"Todos tenían cuchillos. Esto me parece una explicación plausible y está respaldada por mucha gente, incluidas personas de aquella época".

French escribió: "Desmembrarían el cuerpo y arrojarían las partes fuera del barrio de las delegaciones para alejar las sospechas y hacer que el cuerpo fuera imposible de identificar. Sería visto como el trabajo de un maniaco diabólico, probablemente chino".

Una teoría muy diferente
Sheppard cuestiona casi todas las conclusiones de French, y por extensión. las de Edward Werner.

Apenas menciona a su colega escritor británico, pero su libro es en esencia un ataque a la tesis central de French.

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Image captionEl libro de Graeme Sheppard acusa a un amigo cercano de Pamela.
"Fue un libro popular, una buena lectura, hecho para contar una buena historia, pero desde una perspectiva policial no tenía sentido", le dijo Sheppard a la BBC.

"No podía ver cómo la policía británica y china dejaron pasar sospechosos que el padre había encontrado. En una zona tan pequeña como el barrio de las delegaciones aquí en Pekín, no tenía sentido para mí", sostuvo Sheppard.

Con su vieja formación como policía, la tesis de Sheppard es que no hay pruebas que sugieran que Pamela fuera "la clase de joven que acaba en un burdel de las Badlands", incluso aunque conociera a algunos de los hombres.

Su idea es que el asesino se encontró con Pamela poco después del patinajey señala como sospechoso a una persona con quien había estado vinculada emocionalmente.

"Creo que la probabilidad más fuerte es que fuera un antiguo amigo de Pamela del colegio que se llamaba Han Shou-ching", le contó a la BBC.

"Y la razón por la que creo esto es que el inspector jefe británico que llevaba el caso estaba absolutamente convencido de este hecho".

Pero French descarta la idea de confiar en las sospechas policiales y añade que ni siquiera hay registro de que lo interrogaran.

"Asumir que un adolescente que estaba saliendo con ella de repente decidiera matarla, extraerle la sangre, mutilarla y desaparecer, y que nunca fuera interrogado por la policía en sus investigaciones, me parece verdaderamente extraño", manifestó.

Sin embargo, Sheppard alega que es plausible asumir que su sospechoso tenía conocimientos de carnicería y que habitualmente llevaba encima un cuchillo.

También cree que es posible que el estudiante la matara y que, después, otras personas aparecieran y se llevaran sus órganos para venderlos para diferentes prácticas supersticiosas que se realizaban en aquel tiempo.

Pero su fuente para creer que el inspector sospechaba del joven también son las cartas del padre de Pamela.

Los críticos pueden señalar la inconsistencia de Sheppard al descartar gran parte del análisis de Edward Werner para después apoyarse tan fuertemente en la caracterización que éste hizo del inspector.

Una cosa es cierta: el padre de Pamela escribió sobre el puñetazo que le dio a Han Shou-ching en la nariz al sospechar que mantenía una relación amorosa con su hija. Así que a lo mejor sí había una creciente tensión ahí.

Los lazos familiares
En cualquier caso, la principal crítica de French a Sheppard es que el expolicía no es imparcial.

El abuelo de la esposa de Sheppard era Nicholas Fitzmaurice, quien como cónsul general británico en el momento del crimen dirigió la pesquisa que terminó en un final abierto.

El padre de Pamela, un exdiplomático, ya tenía una difícil relación con Fitzmaurice, y el fracaso del cónsul para encontrar al asesino de su hija debió intensificar la actitud.

Generaciones después, parece que este litigio sigue en disputa. Los descendientes de Fitzmaurice están enfadados por cómo fue retratado por Paul French como un burócrata inútil y "estirado".

Aunque nunca conoció a su abuelo, la esposa de Sheppard sintió la necesidad de defender su reputación y atrajo la atención de su esposo hacia el caso.

Pero Sheppard dice que esto solo fue la chispa que le condujo a la historia y que su trabajo es resultado de su propia y amplia investigación, también basándose en material que French no usó.

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Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionSoldados japoneses con prisioneros chinos en lo que hoy es Shandong, China.
Terminó por elaborar un retrato de Edward Werner como una figura solitaria y combativa que "sospechaba de los demás" y pagaba a informantes para tener pruebas.

El resentimiento ente los dos diplomáticos británicos se remontaba a mucho tiempo atrás. Tuvieron una discusión a principios del siglo XX sobre si unos artefactos históricos chinos debían ser regresados a Londres.

French relata que Fitzmaurice dijo que él se los llevaría, pero que Werner abogó por dejarlos en China con ayuda del gobierno británico.

Décadas después, Werner se encontró presentando pruebas ante un hombre al que, con toda probabilidad, ya despreciaba y terminó escribiendo a Londres para condenar el manejo que se hizo de la investigación.

Bajo control japonés
Una triste posdata a todo esto se puede encontrar muy lejos de donde ocurrieron los hechos.

En 1943, con el ejército japonés en poder de gran parte de China, incluida Pekín, los extranjeros eran congregados y enviados a campos de detención.

Edward Werner no solo tuvo que dejar atrás sus posesiones materiales sino también la investigación sobre la muerte de su hija.

Entonces, detrás del alambrado de púas de la provincia de Shandong, se encontró en compañía de los hombres que para él eran sospechosos del asesinato de su hija, incluido el dentista Wentworth Prentice.

Trataba los dientes de los demás en el campamento utilizando cualquier cosa que pudiera reunir como equipamiento.

Paul French escribió: "Algunos detenidos recuerdan cómo Werner apuntó a Prentice y le gritó: 'Tú la mataste. Sé que tú mataste a Pamela. Tú lo hiciste'. En otros momentos pareció señalar a otras personas al azar. Algunos temieron por su cordura, pero se le perdonó su extravagante comportamiento".

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Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionEl lugar final del cuerpo de Pamela está bajo una de las autopistas circulares que rodean la capital.
Werner sobrevivió al internamiento japonés, pero para entonces, ya con más de 80 años, no pudo convencer a la Cancillería británica de la posguerra de mantener el interés en el caso.

Prentice también regresó al barrio de las delegaciones y murió allí en 1947.

Según Edward Werner, al estudiante Han Shou-ching lo mató la policía militar japonesa, pero Sheppard escribió: "Quizá esa información fuera correcta y quizá no... Estar supuestamente muerto pudo ser una treta inteligente para mantener alejada a la policía".

Werner permaneció en China durante toda la guerra civil y para octubre de 1951 se dice que fue uno de los únicos 30 individuos británicos que vivían en Pekín, ya controlada por el Partido Comunista.

Regresó a Reino Unido, país que no había visitado desde 1917, y sobrevivió a todos los demás implicados en esta historia.

Para el momento de su muerte, a la edad de 89 años, aparentemente no quedaba nadie que lo conociera para asistir a su funeral.

En cuanto a su hija asesinada, está enterrada en algún lugar debajo de lo que actualmente es la segunda autopista circular de Pekín.
https://www.bbc.com/mundo/noticias-46803902
 
"Vi a mi padre salir de una alcantarilla con 23 millones de pesetas, y me dije: yo un día tengo que atracar un banco"


"Siempre intentamos tener el lema de que nosotros no somos asesinos. Somos ladrones. Y los ladrones roban y se van. No montan una guerra", explica Flako, un exatracador de bancos que ha contado su historia en un libro

"Éramos una banda que si pones una película de Pajares y Esteso y nos ves a nosotros, dices: si es que son los mismos. Éramos chavales de barrio, gente normal"

"Pasas algún día por una alcantarilla y se te van los ojos, pero yo no puedo permitirme alejarme de mi hijo otra vez"

Iñigo Sáenz de Ugarte
10/02/2019 - 21:05h
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'Flako', durante la entrevista con la máscara de silicona que usa cuando le hacen fotos. ALEJANDRO NAVARRO BUSTAMANTE

"La nominación al Goya visibiliza mi documental y lo avala"
"Las alcantarillas no huelen tan mal", escribe Flako en el libro 'Esa maldita pared', publicado por Libros del KO. De eso sabe mucho, porque ha visitado muchas de las que hay en Madrid, preferiblemente las que están en las inmediaciones de bancos. Flako –un apodo para su segunda vida fuera del delito– se dedicaba a robarlos por el método del butrón. Todo lo aprendió de su padre.

En prisión, comenzó a escribir la historia de su vida. El cineasta Elías León Siminiani le convenció para convertirla en el documental 'Apuntes para una película de atracos', que fue nominado a los premios Goya. Al final, su trayectoria acabó cuando un policía reventó un cristal lateral del coche en el que iba a escapar después de un atraco frustrado. Segundos después, estaba esposado. Hoy está en libertad condicional con un empleo más legal y una máscara para las fotos, porque haber sido ladrón y que te reconozcan nunca es un plus en una entrevista de trabajo.

En el libro sale varias veces la palabra 'expropiaciones' para referirse a los atracos de bancos. ¿De dónde viene la costumbre de usar esa palabra?

Eso alguna vez lo decía mi padre. Era una forma coloquial en vez de decir atracar o robar.

¿La mejor película de atracos que haya visto?

Me gusta mucho la de Ben Affleck, 'The Town'. Me veo diferente en que los tíos salían a quemar el dinero, llevaban una vida que ni trabajaban, menos Ben Affleck que sí trabajaba en la cantera, era el que parecía más discreto. Me gusta bastante 'Me llaman Bodhi', con Keanu Reeves.

¿Cómo empezó a escribir? Obviamente, en la cárcel hay mucho tiempo libre.

Cuando entré en prisión, estuve tres días en un módulo normal, y luego me trasladaron a un módulo de aislamiento porque la noticia salió en prensa y televisión, y me acusaban de ser el jefe de una banda de atracadores que llevaba actuando 15 años.

Estaba todo un poco engordado por la policía.

Éramos una banda que si pones una película de Pajares y Esteso y nos ves a nosotros, dices: si es que son los mismos. Éramos chavales de barrio, gente normal, que no teníamos una oficina con tías bombásticas, champán. Empiezo a escribir porque en el módulo de aislamiento estás encerrado al principio 21 horas. Me aplicaron un artículo que es observación de conducta y me tienen encerrado 21 horas. Si le quitas ocho horas de dormir, te quedan 13 horas encerrado en una celda.. Al principio, escribía con mucha rabia por todo lo que estaba pasando, la prensa había ido a mi casa, habían dicho cosas de mí que no eran verdad. Hacía listas con lo que yo podía haberme equivocado para que me hubiesen detenido y luego me daba el punto y hacía planos para volver a ir a robar cuando pudiera de la rabia que tenía.

¿Cuándo es el momento en que decide contar su historia desde el principio?

Cuando empecé a escribir, empecé desde que nací. Empecé 'en el 84 nací, mi padre se dedicaba a atracar bancos, mi madre era ama de casa', así. Todo seguido. Incluso pedí a mi mujer que me mandase una vida laboral para poder acordarme de fechas, le pedí a mi madre que me contase cosas para poder enlazar una cosa con otra. Luego apareció a los siete meses Elías, el director del documental, cuando yo ya tenía escrito bastante. La fase de rabia pasó a ser más en plan si este tío va a hacer un documental, voy a seguir escribiendo. La rabia perdió un poco de fuerza. Cuando yo le pasé el manuscrito con sus tachones, Elías me dijo 'tío, tienes una historia, tienes que seguir escribiendo'. Me pasó libros, los leía y yo utilizaba la misma estructura para contar mi vida.

Está claro en el libro que su padre tuvo una influencia muy fuerte, personalmente y luego en su carrera. Queda claro que le debía mucho, pero también tenía su lado oscuro porque podía ser violento. ¿Se planteó contarlo todo en el libro, dejar cosas fuera?

Lo de mi padre debía estar en el libro porque si no, es muy difícil entender por qué llegué hasta ese punto. A mí no se me ocurre un día meterme en una alcantarilla. Lo hago porque, dos meses antes de cumplir 16 años, veo a mi padre salir de una alcantarilla con 23 millones de pesetas, y me dije: hostias, yo un día tengo que atracar un banco, que haga esto un tío de 1,60, delgadito, con estos coj*nes, es algo increíble.

No era sólo por el dinero.

Claro, la emoción, el sentirte grande, vivir bien. Se hizo una mezcla en mi cabeza en la que pensaba: joder, mi padre es un grande. Estaba mal lo que estaba haciendo, pero yo no lo veía tan mal. Era un niño joven, tenía dinero, moto, novia, discotecas...

¿En esa época, tan joven, el peligro era un plus o un riesgo?

Como yo estaba bajo la sombra de mi padre, yo lo veía como mi protector. Quizá por eso no veía el peligro. Pasaba muchas horas con mi padre, porque me sentía muy seguro con él y con todos sus amigos. Iba por Vallecas y la gente me saludaba, 'mira, ese es el hijo del Peque'. Yo sentía la protección y por eso me olvidaba del peligro, que lo había y mucho.

¿Cuándo surgió el apodo de Flako? ¿Al escribir el libro?

Con el documental. Lo buscó Elías. A la entrada de la prisión de Extremera, a la derecha hay una especie de corral vallado con un muro en el que pone 'Flako, Libertad". Estábamos buscando un seudónimo para poder llamarme de alguna manera en el documental y así empezó todo.

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La máscara que utiliza Flako para las fotografías en entrevistas y presentaciones del libro en público.ALEJANDRO NAVARRO BUSTAMANTE

¿Hay un modelo de banco perfecto para realizar un atraco como los suyos?

Los bancos que se suelen atacar por el procedimiento del butrón tienen que tener sótano para que el pozo de registro del edificio pertenezca al local del banco. Es casi imposible fallar. Cuanto más grande sea el sótano, las probabilidades suben al cien por cien. Existen medidas de seguridad pasiva, por ejemplo, que un banco tenga unas cristaleras enormes sin persianas ni cortinas, y que luego tengan un búnker para protegerse. Con las cristaleras, la gente te ve desde la calle. Si un banco abre a las ocho y cuarto de la mañana, y el retardo de la caja fuerte te lo ponen a las ocho y media, si entras, tienes que esperar a que abra el banco y vas a abrir la caja fuerte junto a los empleados y los clientes. Otro riesgo más.

En el libro no aparece mucha violencia. Nadie pierde la cabeza en un atraco. Escribe que entrega a alguien una pistola que está cargada pero no montada y lista para disparar. ¿Cómo se mide ese riesgo?

Se corre un riesgo enorme. Tengo que decir que yo iba con pistolas de verdad. Yo estoy pagando llevar armas de fuego de verdad. Tanto en la época de mi padre como la mía, siempre intentamos tener el lema de que nosotros no somos asesinos. Somos ladrones. Y los ladrones roban y se van. No montan una guerra ni estamos dispuestos a matar a nadie ni nada parecido. Igual en alguna ocasión, se puede gritar más o amenazar más fuerte.

Sí hay un riesgo bastante elevado de que pueda salir mal, pero siempre se intenta controlar. Sí que es verdad que en el banco de la calle Alcalá 74, que estoy condenado por ello, hubo unas lesiones, pero bueno, lo siento. Fui condenado yo solo por ese delito, aunque había más personas robando el banco conmigo, no voy a decir quién fue. Como estoy pagando por ese banco, yo soy el responsable.

¿Cuáles son las cualidades que se exigen para atracar por el método del butrón?

No tener claustrofobia, que nos ha pasado alguna vez que hemos llevado a alguien, ha visto el agujero y ha dicho 'yo ahí no entro', y luego que no seas asquerosito, porque vas a estar entre mierda, pis, caca, cucarachas, ratas, tampones, tampax, bastoncillos, fideos, olores raros, telarañas...

Pero en el libro dice que las alcantarillas no huelen tan mal como la gente cree.

Claro, el tópico de que algo huele a alcantarilla es porque huele a caca, humedad, etcétera. Pero cuando estás ahí abajo estás en calles que tienen un poco de pendiente y corre bastante el agua. El agua arrastra un poco de aire, y ese aire no tiene un olor a mierda. Suele ser olor a suavizante, una mezcla de humedad. Sí que hay olor a mierda cuando el agua está estancada, que ocurre pocas veces. Vamos, es un olor que se puede soportar.

Gracias a las lavadoras que echan restos de detergente o suavizante.

Claro. Vas por un sitio y ves que sale de los tubos agua de color azul o rosa del suavizante.



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Portada del libro 'Esa maldita pared'.

Hay algunas galerías que están secas la mayor parte del año a menos que haya una tormenta.


Sí, hay galerías que vas andando, te metes a la izquierda y te encuentras unas escaleras que suben. Ese tramo de escaleras estará seco. Empiezas a bajar y a bajar y a coger la calle. El tramo desde las escaleras hasta que empieza a haber edificios en la superficie está seco. Si cae una tromba de agua, se llena. Hay galerías en que las bolas de toallitas están colgadas del techo. Quiere decir que el nivel de agua ha subido hasta arriba. Bajar abajo cuando está lloviendo es peligroso, no se baja.

Será el momento de mayor peligro.

Cuando entré en prisión, tenía una obsesión y era mirar siempre el tiempo. Y era porque nosotros con lluvia no bajábamos. Una de las primeras veces que bajé nos cogió agua allí abajo y pasamos un rato bastante desagradable. Tuvimos que esperar 16 horas para poder salir.

¿Las ratas son tan pasivas como cuando están arriba? ¿Son más agresivas abajo?

A mí no me ha mordido una rata. Yo no las he visto agresivas y he visto unas cuantas. Una vez en la zona de Cuatro Caminos nos metimos en una galería que estaba cortada. Ese día se me pusieron los pelos de punta. Yo no había visto tantas ratas en mi vida. Pero no suelen ser agresivas. Las alumbras con la linterna, se ponen de pie y se van.

¿Cómo se orienta uno ahí abajo?

Yo me orientaba con un plano callejero. Lo único es que tienes que moverlo cuando avanzas. Vas con el plano por una calle. Si giras a la izquierda, tienes que girar el plano a la izquierda. Tienes que tener mucho sentido de la orientación, porque debes contar con puntos de referencia en la superficie, por ejemplo, esquinas de calles en las que haya una lavandería o pozos cerca de un banco donde puedas echar tornillos y luego poder buscarlos (para orientarse).

Uno se orienta a través de las salidas de agua, porque la estructura de la ciudad se repite con algunas diferencias bajo tierra.

Exacto. Sí es verdad que las galerías en el subsuelo no van por la acera. No vas debajo de la acera. Hay sitios que sí. Hay otros que no y van por el centro de la calle.

La policía sabe que los subterráneos son uno de los puntos vulnerables en la ciudad. Pero no puede estar en todas las zonas.

En primer lugar, el butrón es un método que muy poca gente utiliza, usar el alcantarillado para acceder a un banco o joyería. Luego, la red de alcantarillado es tan extensa que es muy difícil cubrirla, y tú juegas con el factor sorpresa. Yo por la misma tapa por la que puedo acceder a la zona de Chamberí puedo llegar hasta Alonso Martínez, hasta San Bernardo o Guzmán el Bueno. Si un tipo atraca en la calle a un banco, le puede seguir un helicóptero, pero por abajo no pueden.

En cuanto a los compañeros de banda, existe el estereotipo que dice que si alguien está metido en atracos de bancos, puede ser gente peligrosa de la que no te fías aunque estén en tu banda.

No es así.

En el libro aparecen como simples colegas de trabajo.

En los butrones por alcantarilla tiene que haber varias personas. Por ejemplo, la persona que se queda arriba en la superficie, te tienes que fiar de ella al cien por cien. A la hora de entrar, yo abro la tapa y él me cierra, pero a la hora de salir es él quien va a ver qué es lo que hay en la superficie, porque yo no veo nada. No tienen por qué ser agresivos. Es más, a mí la persona que me abría la tapa era un trozo de pan. Bueno, había sido portero de puticlub y tal, pero era un chaval normal. Uno de los compañeros que tenía en la época de mi padre era como una thermomix. Le marcabas lo que tenía que hacer y él lo hacía a pies puntillas. No fallaba.

El libro puede parecer un buen curso de FP para butroneros, pero en realidad todo es más difícil.

Es mucho más complejo. La gente igual piensa 'yo compro una lanza térmica y atravieso el muro'. Pues nada, compra una lanza térmica y luego dile a tu familia que te compre un ataúd porque si sales de ahí o si te encuentran, vas a salir con la patita estirada. En prisión me ha pasado que sabían mi historia y me decían 'jo, pues yo tengo un amigo que también hacía butrones por las alcantarillas'. Mira, tu amigo te ha contado una mentira, porque si estás en ese mundo, has tenido relación con mi padre, con Ricardo o con alguien que ha tenido relación con Ricardo o conmigo. Es que no hay más.

Entonces en la cárcel hay muchos presos que exageran sobre sus méritos.

Sí, sí, sí. Eso está a la orden del día. Cada día hay uno de esos.

¿Cómo valora el trabajo de los policías que le detuvieron?

Tuvieron suerte. Tengo entendido que todo empezó con un chivatazo. Claro, si estás jugando un partido y el árbitro va a favor de..

Pero un chivatazo forma parte de las reglas del juego.

Sí, claro. La policía tiene sus confidentes, sus medios, y ellos intentan investigar, y lo que no consiguen por ahí, lo consiguen por un chivatazo que les viene por arte de magia. El trabajo de los policías... Bueno, es que hay alguna cosilla por ahí que... sí que fueron profesionales porque lo supieron hacer bien, sin que nos diéramos cuenta, nos pincharon los teléfonos, nos pusieron una cámara y veían cómo subíamos y bajábamos de las alcantarillas. Yo, es que esto no lo puedo contar... puedo decir que podían haber trabajado un poco más limpio. Lo hicieron todo bien pero dejaron ahí una mancha que... que... la policía es así.

A veces ellos juegan duro.

Hubo un tema, cosas que pasaron en mi casa que es mejor no tocarlo.

Está claro en el libro que le gustaba robar. Ahora tras publicarlo y el documental, tiene otra vida.

Por supuesto.

Sobre el peligro de reincidir, ¿es como dejar de fumar o beber? ¿Siempre existe esa tentación?

Eso siempre hay. El otro día iba por la Avenida de la Albufera, en mi barrio, Vallecas, pasaba por la puerta de un banco y se acercaron dos señoritas y un chico a la fachada y se metieron al banco, y eran las 8 y 21 de la mañana. Saqué el móvil y lo primero que hice fue mirar la hora. Y pensé: igual hace cinco años yo ya estaba dentro y estos son los que hubiese cogido. Las tentaciones siempre las hay porque aunque uno quiera alejarse de ello, si vas al barrio de un primo o amigo y te dice: hombre, Flako, qué pasa, sé un golpe de no se qué. Tranquilos, que yo estoy retirado, les dices. Si sabéis contar, conmigo no contéis.

Pasas algún día por una alcantarilla y se te van los ojos, pero yo no puedo permitirme alejarme de mi hijo otra vez. Vender droga no es tan llamativo como hacer butrones por las alcantarillas. Si me meto en la alcantarilla, la policía va a tirar de mí, no les va a hacer falta ir al archivo y buscar entre 200 fotos. Gente como yo hay muy poca.

10/02/2019 - 21:05h
https://www.eldiario.es/cultura/Flako-libro-butroneros_0_864763728.html
 
Indignación, Philip Roth

Trad. Jordi Fibla. Mondadori, Barcelona, 2009. 165 pp. 18 €.



Coradino Vega


Por más que una de sus muchas genialidades sea la del camuflaje, a veces da la sensación de que, como Saul Bellow, Philip Roth siempre está hablando de sí mismo. Es un maestro de convertir la biografía en ficción. Reviste de capas el origen de un personaje en crisis, que suele coincidir con el suyo, en una concatenación de variaciones como si fuera una fuga (véanse La contravida o Mi vida como hombre) o mediante una serie de álter egos que aumentan la sensación de ficción (Tornapol, Kepesh, Portnoy, pero sobre todo, Nathan Zuckerman). De este modo si uno lee su libro más endeble, Los hechos. Autobiografía de un novelista, comprende que se trata de un innecesario pliego de descarga, una autorreferencial manera de recordar: «¡Oigan ustedes, por más que lo parezca, yo no soy Zuckerman!».
Son varias las novelas de Roth en las que aparece un joven nacido en Newark, excelente alumno y responsable hijo de familia, atenazado por el exceso de moral judía de unos padres honrados, amorosos y obtusos, que marcha a una universidad de provincias para tomar distancias con el hogar, dispuesto a realizar un autodiseñado plan de mejora que mezcla el estudio académico con la formación de escritor de una manera liberadora y plácida, hasta que surge un problema sexual ―el cómico aprieto que surge del intento repetido de huir de ese cómico aprieto― u otro conflicto moral, que reverdece la culpa surgida de la emancipación, y todo acaba con un acto de rebelión que a menudo deviene en colapso, poniendo de manifiesto cuál es la fuente del talento de Roth para la tragedia y para el humor: un personaje que se toma demasiado en serio a sí mismo ―la queja de la penosa existencia que supone la experiencia profana para quien ve su vocación como algo sagrado― o, como diría Malamud, uno de esos judíos que sufren más de lo que les corresponde por su mera condición de hombres.
En Indignación, ese personaje es Marcus Messner, hijo de un esforzado carnicero kosher que parece haber perdido el juicio, loco de temor por lo que la vida adulta pueda deparar a su querido hijo. De fondo, está la guerra de Corea de principios de los cincuenta, en la que terminan todos los jóvenes que no puedan justificar su condición de universitario. Por eso Marcus acaba en la puritana Universidad de Winesburg, en Ohio, para esquivar la guerra, realizarse como individuo pero, sobre todo, para huir de su paranoico padre. Nadie como Roth sabe representar mejor la dialéctica sentimental del universitario lejos de la familia: ese joven que comienza a comprender pero cuyo orgullo hace que se relacione con sus progenitores de una manera irónica y altiva, de difícil comunicación, pues la culpa queda repartida con equidad mientras la ternura subyacente impide cualquier tipo de desprecio, cinismo o humillación inmerecida. Nadie como Roth sabe representar esos diálogos entre madre e hijo, mantener mejor la intensidad emocional en las escenas en que se contraponen las dos voluntades. Uno de los momentos álgidos de la novela es la conversación que tiene Marcus con la suya, en la que se plantean el noviazgo del joven con una chica gentil y las dudas de la madre por abandonar a un padre completamente enajenado. El otro momento culmen son las disputas entre el joven Messner y el decano de la universidad, un ex colegial fanatizado que trata por todos los medios de reconducir a Marcus por el camino de la religión y lo políticamente correcto. De ese choque surge el título de la novela. Porque toda la narrativa de Roth parece tener como fuente una ira, una cólera: la indignación que producen las fuerzas de la sociedad (ya sean la comunidad judía, el puritanismo o el mccarthysmo) empeñadas en doblegar la libertad del individuo. De ahí que la obra de Roth sea también un minucioso análisis de la traición del sueño americano (su trilogía compuesta por Pastoral americana, Me casé con un comunista y La mancha humana es la mejor muestra de ello), de la vulnerabilidad del individuo en el marco de la historia reciente de un país concreto: «Porque la historia no es el telón de fondo ―dice el presidente Lanz en la página 156 del libro―… ¡la historia es el escenario!». Y el escenario de Indignación no es otro que los jóvenes estadounidenses que morían en la guerra de Corea en 1951.
Philip Roth es una fuerza torrencial que narra y narra con pautas realistas sin ser sólo un escritor realista. Su feracidad discursiva es tal, que poco le importa cumplir con las reglas que se le presumen al narrador clásico. No desvelaremos aquí la trampa epistemológica dispuesta en el desenlace de Indignación; sólo diremos que el tour de force que supone toda novela de Roth deja ese detalle a la altura de la insignificancia. Porque la obra de este autor nacido en Newark, en 1933, no deja de crecer con el paso de los años. En una de las entrevistas recientemente publicadas en España en el volumen Lecturas de mí mismo, Philip Roth habla de su método de escritura, de su tenacidad en el trabajo, de la dedicación a tiempo completo y de la depuración del texto hasta quedarse únicamente con las páginas que tengan vida. Dice también que entregarse por entero al arte es otra forma de vivir, otra manera de sentirse con intensidad vivo. De esta forma, hasta sus novelas que no aparentan el nivel de grandeza de otros de sus títulos, alcanzan el grado de absoluta obra maestra. Cuando le preguntan de dónde siguen saliendo las nuevas historias, él responde: «Del trabajo».
Pero a Philip Roth no le han concedido aún el Premio Nobel... ¿A qué están esperando?
http://latormentaenunvaso.blogspot.com/2009/10/indignacion-philip-roth.html
 

Título original: Towards another summer
Traductor: Aleix Montoto
Páginas: 272
Publicación: 1963 (2008)
Editorial: Seix Barral
ISBN: 9788432228407
Sinopsis: La escritora Grace Cleave acepta la invitación de un matrimonio con dos hijos para pasar un fin de semana lejos de Londres, en una casa en el norte de Inglaterra. Mientras lucha por combatir un bloqueo creativo, Grace se siente cada vez más como un pájaro migratorio, y escucha con obsesiva intensidad la llamada de Nueva Zelanda, su tierra natal. Insegura de su capacidad para habitar el mundo, Grace finge ser capaz de ocupar un lugar en la sociedad.

Durante mucho tiempo había notado que no era humana, y sin embargo, era incapaz de sentirse cercana a una especie alternativa; ahora había hallado la solución: era un pájaro migratorio.Lo que sabía de Janet Frame: una infancia dramática, un diagnóstico erróneo de esquizofrenia, una timidez aterradora, una lectora voraz, un extraño intento de su***dio (¡con aspirinas!). Internada en varios psiquiátricos se libró de una lobotomía (qué salvajada) gracias a que su primer libro de relatos (“The Lagoon and Other Stories”) recibió un premio y el neurocirujano decidió, en un milagroso ataque de sensatez, cancelar la operación. Candidata en varias ocasiones al premio nobel de Literatura, la directora Jane Campion llevó a las pantallas Un ángel en mi mesa, una adaptación de la autobiografía de Janet Frame (y que es la única novela, junto con Hacia otro verano, traducida al castellano). De Hacia otro verano, escrito en 1963, sabía que Janet Frame prohibió que se editara en vida porque consideraba que era demasiado personal y no sería hasta el 2007 que viera la luz. Falleció de leucemia en el 2004.

Con estos mimbres, absolutamente irresistibles para mí, me dispuse a leer Hacia el otro verano. Y cuando llevaba página y media tuve que detenerme. Y tuve que hacerlo porque si quería fluir por este libro era necesario adaptar mi mirada, mimetizarme con el pensamiento de la protagonista, porque Frame no edifica su estilo literario desde una arquitectura tradicional, no hay una disposición reconocible cuando se plasma el pensamiento en palabras, ni siquiera su patrón de reflexiones es el habitual. Las frases y conexiones de pensamiento de Frame son líquidas, aéreas, vaporosas, poéticas, volátiles… Frame es un ave migratoria. Tengo que ser su pensamiento, sus sensaciones, sus imágenes, sus metáforas, sus emociones. Tengo que ser, yo también, ave migratoria. Ya lo he sido antes. Y eso supone renunciar a mis propias barreras. Quedarme indefensa. ¿Quién dijo miedo? Migremos. Volemos. Ir y luego regresar con cada palabra, con cada línea, con cada página.
Nada era sencillo, conocido, seguro, creíble, identificable. Los límites no eran posibles cuando nada tenía fin, las formas eran circulares y no había principio alguno.La escritura de Frame es innovadora, creativa, mágica, muy potente. Modifica mi forma de leer, me exige. Y me gusta. Salvo ese dubitativo inicio (por mi parte, no por la suya) y una vez que acepto los pasadizos y los desvíos que me ofrece, leer a Frame es una delicia extraordinaria. Cuando llevo leídas tan solo cuatro páginas, cuatro, tengo que volver a detenerme porque me he llenado de imágenes, de sensaciones, de una prosa incomparable, guapa, compleja y exquisita. Estoy tan despojada de todo, que con esas cuatro páginas quise detenerme y paladear cada impresión, cada huella agitada, cada presentimiento percibido, como si fuera un regalo. Y lo hice consciente de querer recrearme en algo que está aún por venir.

Y lo que vino fue un auténtico goce. Si al principio pensaba que Frame me quería expulsar de las páginas, en cuanto me crecieron las alas y me convertí en pájaro migratorio el libro resulto ser una sinfonía, una canción de cuna que te protege y tranquiliza a la vez. Así me sentí en esta lectura, acogida.

Curioso, porque en realidad de lo que habla Frame es de la extrañeza, de las personas que buscan refugio en la soledad porque no saben cómo comportarse con los demás, qué decir, qué hacer, cómo ser. Personas para las que cada frase que le dirigen desencadena indecisiones, dudas, temores, y hasta bloqueo. Códigos distintos que conviven en un mismo mundo y que hay que descifrar para que no queden al margen. Pero no lo hacemos, intentar descifrar ese código. La minoría es la que tiene que hacer el esfuerzo de adaptarse, siempre (no es lo que yo pienso, es la realidad).

Lo que hizo (entre otras razones) que me sintiera en un espacio confortable, que disfrutara tanto de Hacia otro verano es cómo emite Frame. Emitir en el sentido de arrojar, echar hacia fuera. Y eso hace Frame, echar hacia fuera sus pensamientos, arrojarlos. Puede parecer que en esa expulsión hay cierta violencia, cierta rabia, y sin embargo lo que hay es una cadencia especial, un vuelo sostenido, un espectáculo lleno de metáforas, descripciones, sensaciones…
No quiero habitar el mundo humano bajo premisas falsas. Es un alivio haber descubierto mi identidad después de la confusión al respecto durante tantos años. ¿Por qué la gente habría de tener miedo si confío en ellos? Pero la gente siempre tendrá miedo y celos de aquellos que finalmente descubren su identidad; es algo que les lleva a considerar la suya, a recluirla, a mimarla, temerosos de que alguien la tome prestada o interfiera en ella, y cuando están enfrascados en el acto de protegerla sufren una conmoción al descubrir que su identidad no existe, que se trata de algo que han soñado y que nunca han llegado a conocer.Identidad. He aquí el eje, la esencia (una vez más). El epicentro de todo. Identidad. Determinar cuál es tu propia identidad, comprobar que no encaja, luchar por mantenerla o construirte un disfraz. Pero ¿es posible disfrazar tu auténtica identidad? ¿y si te atrapa el disfraz en lugar de liberarte? No encajas. Entonces, o te disfrazas, o te aíslas. El disfraz, la máscara, es algo que no se plantea la protagonista de Hacia otro verano. Intenta conectar, pertenecer, y cada intento es un sufrimiento, un esfuerzo. Elige entonces, una y otra vez, la soledad. Porque cada conversación, cada situación social, es una lucha agotadora. Un fin de semana conviviendo con un matrimonio y sus hijos. Esa es la situación por la que tiene que pasar Grace Cleave. Cómo nos traslada esa situación Janet Frame, cómo desnuda su mente, ese “lugar privado”, es realmente impresionante. Una preciosidad.

Tener una conciencia profunda de una misma, de los funcionamientos internos que nos mueven y a la vez nos paralizan. Sentir de forma tan abrumadora cómo te rompes y haces añicos. Y ser capaz de plasmarlo como lo hace Frame. Grande.

Entremezclados con el fin de semana, acuden, migrando, recuerdos de la infancia de Grace, de una Nueva Zelanda lejana que la reclama. Es en estos recuerdos donde especialmente Frame despliega un léxico fuera de lo común, dispersa metáforas, juegos de palabras, descripciones, humor y una sensibilidad que me ha cautivado. Y que seguramente no se lo ha puesto nada fácil a la magnífica traducción realizada por Aleix Montoto.

Algo especial tiene este libro. No habla de algo cómodo. Su prosa no es de lectura fácil o relajada (en muchas ocasiones tienes que volver atrás, releer, pero lo haces complaciéndote de leer así, como en pliegues, hacia adelante y hacia atrás). Es tan íntimo que sientes que te estás asomando, sin permiso, al alma de Janet Frame. Tu propia timidez (identidad) se reconoce en algunos pasajes de la lectura. Y sin embargo terminas el libro y querrías seguir en él. Quizás sea porque ahora es en los libros, en ciertos libros, donde encuentro acomodo y refugio.
Encontré mi lugar cuando tenía tres años. Es un recuerdo tan profundo en mi memoria que siempre y nunca cambia... Miré arriba y abajo, a un lado y a otro, y no había nadie. Este es mi lugar, pensé, mientras permanecía de pie, escuchando. El viento gemía en los cables del telégrafo, el polvo blanco se arremolinaba en el camino y yo seguía en mi lugar sintiéndome más y más sola porque los setos de tojo y sus flores eran míos, el camino polvoriento era mío, y también el viento y los gemidos que hacía en los cables del telégrafo. No puedo describir la sensación de soledad que sentí cuando supe que me encontraba en mi lugar; todavía era pronto para ser consciente de la carga que supone la posesión, poseer algo que no se puede regalar o a lo que no se puede renunciar, que se tiene que guardar para siempre.Nunca, jamás, ni nadie había descrito tan bien y tan preciso lo que se agitó en mí, siendo una mocosa, la primera vez que vi un faro y sentí que los faros eran mi lugar.

Leer a Frame ha sido un desafío, un desafío de los que merece la pena y el riesgo. Un libro para enmarcar.

(©AnaBlasfuemia)
http://loqueleolocuento.blogspot.com/2016/04/hacia-otro-verano-janet-frame.html
 
El país de la desmemoria, del genocidio franquista al silencio interminable


eldiario.es adelanta un capítulo del libro escrito por el periodista experto en memoria histórica Juanmi Baquero y publicado por Roca Editorial. Sale a la venta este jueves

A lo largo de diversos ensayos, "el autor señala todos aquellos aspectos que aún están pendientes de resolver" tras la dictadura, destaca Baltasar Garzón en su prólogo

«Los aviones venían rasantes y me agazapé en el suelo, cubierto por una manta. De pronto sentí un golpe fuerte en la espalda". Con este relato de una víctima empieza un libro lleno de testimonios y datos que reconstruyen la desmemoria española

Juan Miguel Baquero
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13/02/2019 - 21:37h
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PRÓLOGO. La manta que oculta la verdad, por Baltasar Garzón

Afirma en este libro Juan Miguel Baquero que uno de los pilares de lo que él llama El país de la desmemoria es el abandono de los derrotados. «La realidad falseada, el descrédito salpicado de olvido estratégico. Como si fuera posible sepultar todos los nombres». Tiene mucha razón. La mentira, la difamación, el silencio fueron impuestos por la dictadura para acabar de doblegar a los supervivientes de un infierno y a sus descendientes, inmersos en un purgatorio eterno, culpables por estar vivos y castigados por no pertenecer al club de los elegidos. Si el abandono es la base de la desmemoria, el miedo la alimenta.

Creo que, como juez, lo que más me ha impresionado en cada víctima que he conocido no ha sido tanto el terrible sufrimiento que expone en su testimonio como el alivio inmenso por poderlo contar ante la autoridad competente. Hablar de lo ocurrido equivale a hacerlo real. Las palabras hacen cierto lo que tanto tiempo se guardó en el corazón y en la cabeza, lo que ni siquiera se susurraba a escondidas.

El país de la desmemoria es pues un libro que ahonda en esa historia, avanzando por un relato de sufrimiento y haciendo patente, sin alharacas, lo que ocurrió y por qué hay que recuperar y profundizar en los hechos aún recientes de nuestra historia. Me conmueve el niño que da inicio a este relato, Alejandro, al que dijeron que cuando los aviones bombardearan se tirase a la cuneta y tapara su cuerpecito con una manta. Como ese niño real, nuestra sociedad se ha cubierto durante todos estos años con una frágil colcha que, al retirarse, deja ver la cara fea de un régimen franquista que mató, hizo desaparecer, humilló, torturó y encarceló; que robó niños; que asoló con el terror para lograr la sumisión y no levantó la bota hasta bien entrada la década de los 70.

El narrador ha tocado de forma exhaustiva todos los hitos de esa larga marcha de frustración y padecimientos, y señala todos aquellos aspectos que aún están pendientes de resolver. Explica que las llamadas de atención de organismos internacionales como la ONU no sirvieron para que el gobierno anterior, de signo conservador y enraizado aún en esencias franquistas, se ocupara de restablecer la verdad. Y hace votos, como todos los hacemos, para que el gobierno socialista pueda llegar a conseguirlo.

Es una tarea urgente, antes de que los más antiguos del lugar dejen este mundo sin haber conseguido obtener por fin la victoria sobre la impunidad, para que las nuevas generaciones aprendan a rechazar los golpes de estado, las dictaduras, los crímenes contra la humanidad… el odio. Agradezco a Juan Miguel Baquero la oportunidad de su obra y las frases que en ella me dedica. En su día me declaré competente para investigar la ejecución de un plan sistemático de desaparición de miles de personas y creo que aún no se ha dado cumplida respuesta a estos crímenes de lesa humanidad que, por serlo, no prescriben, mal que les pese a tantos interesados en evitar la verdad. Su conciencia sabrá por qué. Los demás, debemos seguir en la brecha para acabar con esa impunidad que tanto daño nos ha hecho. Que así sea.


Baltasar Garzón Real. Jurista




CAPÍTULO 1. Ensayo para la barbarie

«Los aviones venían rasantes y me agazapé en el suelo, cubierto por una manta. De pronto sentí un golpe fuerte en la espalda. Quedé paralizado. Noté que tenía sangre. Cuando todo el mundo se levantó, vi que me había caído encima la cabeza de una niña. Yo tenía diez años y ella era más chiquita. Una pequeña de cuatro o cinco años.» Los recuerdos de Alejandro Torrealba siguen vivos ocho décadas más tarde. La escena que relata ocurre en la carretera de Málaga a Almería, cuando decenas de miles de personas huyen del avance rebelde. Porque el 7 de febrero de 1937 había arrancado siniestro, con Francisco Franco, Adolf Hitler y Benito Mussolini atacando sin compasión a población civil durante uno de los mayores éxodos del siglo xx. Tras el bombardeo, los golpistas entran el día 8.

La capital malagueña, que hasta entonces había estado en manos republicanas, acogía a miles de refugiados que atestaban las calles, procedentes de Antequera y de Ronda, recién tomadas. Se sabía por las experiencias de Cádiz, Sevilla, Córdoba y Granada que las tropas rebeldes no tenían compasión con la gente de a pie de las ciudades. Y Málaga había sido un feudo republicano durante siete meses tras el golpe de Estado de julio del 36. En otras ciudades habían tenido lugar fusilamientos a centenares, detenciones a miles. Los civiles que temen por sus vidas tienen que escapar por la única salida posible, los 175 kilómetros que separan esa ciudad de Almería, aún republicana. Fascistas y nazis convierten la línea costera en una trampa y la huida en una carnicería. Será el mayor crimen de guerra de la guerra civil española: La Desbandá. Los números de esta masacre andaluza, en la huida de Málaga hacia Almería, no son concluyentes. Varían según las diversas investigaciones. En cifras redondas supera los 5.000 muertos en un río humano compuesto por más de 200.000 refugiados asediados por tierra, mar y aire. Miles de mujeres, ancianos, niñas y niños, derrotados y atacados mientras se limitaban a huir, sin presentar batalla.

La desesperada migración muta en un inédito drama humanitario. La interminable columna de mujeres con sus bebés e hijos pequeños, los ancianos, la mayoría descalzos, son bombardeados desde el mar por la artillería de los cruceros rebeldes. Por tierra les persiguen las tropas italianas, que los van ametrallando. También caen bombas desde el cielo. Este ataque contra población civil por parte de Franco y sus aliados precede a otros bombardeos indiscriminados que son más conocidos, como los de Guernica (Vizcaya), Barcelona o Játiva (Valencia), pero los supera en la dimensión de la matanza. En todos estos casos los ataques a la población civilse hicieron con participación alemana e italiana.

«Alejandrito, cuando vengan los aviones te tiras a la cuneta y te tapas con la mantita, ¿vale? —le decían—. Y eso hice», afirma en 2018 aquel niño, ahora Alejandro, noneganerio. Con apenas un trapo como toda cobertura. Como una suerte de escudo que no impide la máxima expresión del terror.

La Guerra Civil española es un propicio banco de pruebas para la futura Segunda Guerra Mundial, y Hitler y Mussolini no lo desaprovechan. La Desbandá también sirve como ensayo bélico. Les vale como prólogo del conflicto internacional que el führer y el duce provocarán pronto. En España ensayan sus armas nuevas, aportando de paso al futuro caudillo español un apoyo decisivo. Sin el sostén de la bestia totalitaria, materializado en tropas de infantería, armamento y aviones, quizás nunca hubiera llegado la victoria de Franco en España.

Estas matanzas de civiles lejos del frente bélico ejemplifican la voluntad genocida del franquismo: la orden de aniquilar al adversario social y político para evitar la resistencia, como principal estrategia para ganar la guerra, y la pedagogía del terror y la violencia extrema como herramientas. Un afán terrorista que resultó, entre otras cosas, en la cifra de al menos 114.226 desaparecidos forzados, cuyos cadáveres acabaron enterrados como perros en las más de 2.500 fosas comunes excavadas en los cementerios y en las cunetas de caminos y carreteras de todo el país.

Las tumbas ilegales sembradas en suelo español representan el fruto más ignominioso de aquel conflicto bélico y de su posguerra. Pero no el único. El rendimiento de la cosecha fascista está en todas y cada una de las violaciones de derechos humanos que han seguido produciéndose durante décadas sin que ninguno de sus responsables haya tenido que pasar por un juzgado. Nada más brutal que el contraste entre la impunidad de los crímenes cometidos desde el 17 de julio de 1936 por los sublevados contra el legítimo gobierno de la Segunda República, por un lado, y el desprecio del Estado, por otro, a las víctimas de la conspiración armada. Un claro síntoma de la herida abierta, de un olvido insostenible en cualquier nación democrática homologable a la española, que deja al descubierto la herencia diseñada por los golpistas, continuada por sus herederos y que a lo largo de cuatro décadas de democracia ha sido imposible romper.

Ni siquiera la Ley de Memoria Histórica, aprobada en 2007, trajo consigo una auténtica respuesta a las reivindicaciones de las víctimas, resumidas en el trinomio de palabras «verdad, justicia y reparación». Ha seguido vigente la preconstitucional Ley de Amnistía aprobada durante la Transición, que ha actuado como una suerte de Ley de Punto Final en un país que, por ejemplo, ha sostenido durante años con dinero público el Valle de los Caídos, el mausoleo donde el dictador recibió sepultura como si fuera un faraón, rodeado de algunos de los suyos, pero también de miles de aquellos a los que él condenó a muerte. Un mausoleo tenebroso en cuya construcción trabajaron muchos presos políticos convertidos en esclavos.

En el capítulo «Parafernalia simbólica» trataremos con mucho detalle este monumento fascista, y hablaremos de los nuevos intentos de cambiar su significación y llevarse de él la momia de Franco y los restos de José Antonio Primo de Rivera, anunciados por el gobierno de Pedro Sánchez desde el momento que ganó la moción de censura contra el PP tras la sentencia del caso Gürtel. Porque la anomalía reina en España, un país que ha sido capaz de abrir la vía judicial para las dictaduras de Augusto Pinochet en Chile y de Jorge Rafael Videla en Argentina aplicando los principios del derecho universal. Pero que también ha sido capaz de boicotear la única causa abierta en el mundo para juzgar al franquismo, la Querella Argentina. Porque España ignora el mandato de Naciones Unidas y nunca llevó ante un juez a los verdugos y torturadores, ni ha investigado judicialmente las prácticas represivas organizadas más duraderas de Europa.

Porque España no anuló tampoco los juicios franquistas que terminaron con condenas a muerte, penas de reclusión, cuantiosas multas o depuración profesional. Porque los gobiernos españoles tampoco han restituido el expolio que sufrieron, por parte de los franquistas y sus amigos, los perdedores. Tampoco se ha cuestionado nunca la fortuna corrupta de la familia Franco, que tras la muerte de la única hija del dictador, Carmencita, ha quedado dispersa entre los nietos y la Fundación Franco.

Ni siquiera en democracia se ha obligado a rendir cuentas a las empresas que usaron esclavos, condenados en juicios políticos, durante la dictadura. Es más, la simbología fascista permanece en las calles y abrir estos debates molesta a una parte de la población y a sus representantes políticos. Porque la cara más oscura de este pueblo demuestra que el franquismo está vivo, presente.

Por todo esto España es el país de la desmemoria. Una tierra enmarañada en la lectura parcial de su propio relato, que ha vendido durante años una visión equidistante o directamente apologética de su cruel pasado reciente como alimento propiciatorio del franquismo sociológico. Un país en donde muchos todavía no entienden que para ser demócrata hay que empezar siendo antifascista.

Los recuerdos de Alejandrito, huyendo de las tropas franquistas que acaban de conquistar Málaga, los recuerdos de aquel que fue un niño que huía cargado con su manta y su terror infantil a cuestas, son el paradigma de la apuesta por la libertad, la igualdad y la democracia que fue truncada por el fascismo. Del juguete roto en mil pedazos. La memoria de Alejandro Torrealba Crepiemx, nacido el 18 de julio de 1927, recrea en enero de 2018 la masacre de La Desbandá desde su modesta vivienda de San Cristóbal de La Laguna, en Tenerife, islas Canarias. Queda muy lejos aquel frío mes, pero regresa a su fiel memoria en escenas grabadas a sangre y fuego. Las bombas caen del cielo, la tierra salta por los aires y los gritos de dolor y pánico invaden el aire de los senderos que bordean la costa, por donde huyen a miles personas atemorizadas, camino del refugio republicano que aún ofrece Almería.

«Me duele la espalda», piensa Alejandrito, arrugado bajo un trozo de tela ajada. La gélida mañana acaba rota por el contraste de un líquido caliente. Es la muerte. «Estaba allí —repite ahora—, era una niña… La cabeza me golpeó, la cabeza de una pobre criatura.» Los mayores del séquito familiar oyen las quejas del pequeño y acaban recogiendo los restos de la cría. «La enterraron allí mismo —apunta el nonagenario—. Es el primer muerto del que tengo conciencia», dice. Allí deben de seguir los huesos, sepultados por décadas de abandono en la sierra malagueña, en una cuneta de la sinuosa travesía costera conocida desde entonces como «la carretera de la muerte».

«Me limpiaron la camisa en un charco de agua que había por allí y me la pusieron mojada, ya sin sangre.» Y recuerda que enseguida siguieron caminando. Dando tumbos entre las embestidas inmisericordes de los aviones alemanes e italianos, de la munición escupida por los cañones de los buques rebeldes, de los disparos de las ametralladoras y los fusiles fascistas. Pero la carne trémula del niño también sintió la frialdad metálica de la metralla: «No me salvé. Aquí —y se señala la nalga derecha— me entró la esquirla de un proyectil cuando estaba bocabajo, cubierto por una mantita pobre de tonos marrones.

Tenía un boquete grande y me metían gasas para curarlo con desinfectante; me dolía una barbaridad», rememora. Y de repente salta una de las sorpresas del relato, que enlaza con la historia conocida de un mito cuando añade: «Me curaban en la ambulancia del médico canadiense». Alejandro se refiere a Norman Bethune, el galeno llegado a un país en guerra para intervenir en apoyo de la República. Invitado por la Comisión de Ayuda a la Democracia Española, el doctor Bethune dirige varias unidades médicas que incluyen el primer servicio móvil de transfusiones de sangre. Al enterarse de lo terrorífica que era aquella huida de población civil, viaja desde Valencia acompañado de dos ayudantes, Thomas Worsley y Hazen Sise, con los que durante varios días socorre al pueblo que escapa de la ocupación rebelde de Málaga. El voluntario internacional vive en La Desbandá uno de los episodios más dramáticos de su carrera. «La más horrible evacuación de una ciudad que hayan visto nuestros tiempos», cuenta en su libro Bethune. De aquella obra, 'El crimen del camino Málaga-Almería', me muestra sonriente un ejemplar, una vida después y pese a todo, Alejandro Torrealba en su casa de La Laguna. Que me sigue contando con su increíble memoria: «El canadiense era muy querido, iba con más sanitarios, algunos españoles, y curaban a un montón. Se le tenía mucha consideración… porque venían a auxiliar. Yo entonces no sabía quién era, claro. Veía la ambulancia que tenía la cruz roja y a esas personas que iban vestidas de blanco que iban recogiendo y curando».

Norman Bethune era un héroe entre las bombas que caían sobre «una procesión de miles y miles de personas», como él mismo dice en su crónica, una caravana a la que cada vez se sumaba más gente que bajaba de los pueblos de la serranía para unirse a la huida. Aquello fue una matanza premeditada e innecesaria porque «allí no había guerra», dice Alejandro con gesto serio. «Fue un ataque contra el pueblo, un desastre», ejecutado por la alianza en la guerra de España de lo que él llama ahora «tres criminales»: Franco, Hitler y Mussolini. «Mataron a miles de personas. ¿La matanza de Málaga a Almería? Vi muertes de niños. Y vi a una mujer, moribunda, dando el pecho, con el niño chupando de lo que era casi un cadáver. No me explico —añade ochenta años después— cómo podían usar aviones y barcos de guerra contra la población.»

El anecdotario de Torrealba está lleno de pasajes muy duros. «Quisieron partir un puente y entró un proyectil que mató a todos los que allí había.» Se refiere al pasadero del río Guadalfeo, destruido justo cuando la aterrorizada muchedumbre cruzaba el amplio caudal. Muchos cayeron al agua cuando se derrumbó la estructura y perecieron arrastrados por la corriente. En el lugar del impacto, recuerda, «quedó un hombre haciendo señales —Alejandro agita los brazos—, con todo esto lleno de sangre —señala de cintura para abajo— y un puñado de niños muertos alrededor». Pero los peores momentos siempre llegaban con la oscuridad nocturna, entre confusos y espantados gritos infantiles: «¡mamá!, ¡papá!». «Muchos niños se perdían, los veías solitos, llorando de noche… ese clamor era espeluznante», narra. Le pasó al propio Alejandro, que también anduvo tres días perdido durante la semana que duró el trayecto hasta Almería. Solo pensaba «adelante, adelante», regresar al río de gente, mientras hacia el sur, en la penumbra marina, estallaban los fogonazos del cañoneo de tres buques sublevados, los cruceros Canarias, Baleares y Almirante Cervera. O con el estruendo de los obuses que caían entre una multitud que a esas alturas ya había perdido la noción del sueño. Cada amanecer, cada día, sin dejar de recibir el castigo que para la gente indefensa suponía la incesante y bestial arremetida militar, la columna de huidos sigue caminando. Los aviones pasan rasantes, pilotados por militares italianos y alemanes que saben muy bien que el objetivo de sus ataques es población civil. «Tanto bajaban que yo veía a los pilotos, con los cascos, y los mayores me decían “niño, agáchate”, porque parecía que las ruedas iban a chocar con nosotros».

Y en Torremolinos aquel niño encontró un inesperado entretenimiento. «Allí vi combates aéreos —dice Alejandro, porque por fin llegaron las aeronaves republicanas que salían a enfrentarse con el enemigo— y había un revoltillo de aviones para acá y para allá, por la playa, frente al campo de aviación.» Los niños se apostaban en algún montículo de tierra para ver aquella novedad «como si fuera una película», con aquellos aeroplanos que caían al mar incendiados. Jugaban a acertar cuál iba a ser el siguiente. «Uno de los nuestros cayó ardiendo en la bocana del muelle y cuando yo luego de mayor fui marino les conté a mis compañeros que por ahí se había estrellado un avión de la República.»

No tenían miedo, asegura, seguían caminando como si la vida fuera solo esa barbarie que acontecía a su alrededor. Como si todo tuviera que ser así. Al poco de arrancar la huida Alejandrito ya está «acostumbrado a ver cadáveres». No sabe concretar cuántos muertos llegó a contar. La más importante, «la niña» cuya cabeza cortada por el impacto de alguna bomba le cayó encima, repite con la mirada fija, pero luego recuerda también las imágenes de todos los agonizantes tirados en el suelo, y los mutilados, los cuerpos destrozados, o los caminantes que, exhaustos, abandonándose, se quedaban tirados ensayo para la barbarie de cualquiera manera con un «Déjame, que ya no quiero vivir más» como epitafio. «¿Quién los iba a recoger?», reflexiona Alejandro, que cuenta que la gente sepultaba víctimas «como podía».

De repente, recuerda una lúgubre anécdota: «Cuando había una fosa y un promontorio de haber enterrado a alguien, mi primo Tobalo y yo nos subíamos y empezábamos a hacer fuerza a ver qué pasaba —hace el gesto de estar saltando sobre la tierra—. Cosas de chiquillos», termina. La familia de Torrealba había salido de Ronda enfilando la línea costera oriental de Andalucía. Bajaron pueblos, de San Pedro de Alcántara a Almuñécar, consumiendo por el camino apenas unos trozos de caña de azúcar. «Yo no tenía zapatos ni nada —cuenta— y pasé un hambre canina.» Su padre había fallecido antes de la guerra y su madre se quedó en Algeciras (Cádiz) con sus otros hermanos. Alejandrito se tuvo que ir con sus tíos, María y Alfonso. En un momento de la larga travesía, María rompió a gritar: «¡Mira, ese es mi hijo Juan!». Señala un montón de militares muertos, insepultos. Juan había estado en el frente, en Belchite, en Extremadura… «¿Cómo lo sabes?», pregunta el marido. «Por los calcetines», responde ella, desesperada. Alejandro se acuerda de la escena con todo detalle. «Y cuando lo destaparon no había forma de reconocerlo, tenía la cara desfigurada, con golpes, destrozada», cuenta.

Juan estaba enrolado en el Ejército Popular de la República. Cuando estalló la guerra, hubo vecinos del pueblo que se aliaron con los golpistas y la represión. Pero luego hubo también, dice Alejandro, «muerte de gente rica». Esas muertes las causaron «gente que venía de fuera», que mataba «por el odio que traían», represalias antifascistas por parte de quienes habían visto el terror rebelde infligido en la retaguardia. «Eso tiene que decirse —añade reivindicativo—. Los tenían enfrente, eran el enemigo, los llamaban fascistas, y mataron a unos cuantos». Pero la brutalidad de las fuerzas franquistas era ejercida de forma especial. Alejandro todavía guarda un recuerdo preciso de aquellos episodios. «Cuando conquistaban un pueblo metían primero a los moros, y más si había resistencia», porque tenían órdenes de no dejar a un republicano vivo, así que entraban a matar «y después, que hicieran lo que quisieran».

Franco les daba carta blanca para robar y ejecutar a su antojo, y el relato de Alejandro recuerda la violencia extrema, la misma que sabemos que se produjo años antes, durante la guerra africana del Rif. «Había chillidos de mujeres, les cortaban el cuello y todo, eran criminales… ¡y las niñas! —exclama abriendo los ojos—, a las niñas…» Ahí detiene el relato. ¿También les hacían de todo? «Había una niña, que tenía mi edad o unos doce años, y la violaron los moros.» Y más tarde, cuando ya vivía en las Canarias, oyó historias de cómo mataron allí los franquistas a los republicanos: «Los montaban en barcos y lanchas, llenas de gente, y los tiraban uno por uno al agua, por fuera de la escollera, con una cuerda amarrada al cuello y una piedra. ¡Vivos! —exclama todavía horrorizado—. Porque eran “rojos”, y para los fascistas eso no eran personas».

La masacre de La Desbandá no cesó hasta que los caminantes recibieron un respiro vital a la altura de Motril. Lo recuerda también: «Pararon el frente porque llegaron algunas fuerzas republicanas y de las Brigadas Internacionales». Una noche, ya cerca de Almería, los hambrientos refugiados intentaban descansar a duras penas. «Vi a los moros, a los falangistas y a los legionarios. Eran los sicarios de Franco, Hitler y Mussolini. Y cómo mataban.» Cuando los derrotados están cerca del final del trayecto, de repente aparecen los Regulares, tropas formadas por mercenarios marroquíes. «En una loma había un grupo de personas y disparaban. ¡Pam! ¡pam! ¡pam! —imita con firmeza el sonido de los disparos—. Me acuerdo de que salí corriendo con la mantita a saltos sobre cuerpos caídos. Iban cayendo uno tras otro, hubo una matanza de miedo y sabían que éramos gente normal, que no éramos soldados. Todo eso lo tengo en la mente. Grabado. De eso no me olvido.»

El ejército franquista reclutó en torno a 80.000 mercenarios del norte de África en los tres años de guerra, según datos de la Delegación de Asuntos Indígenas en Tetuán. «Huíamos del terror... ¡pero terror! ¿Los moros? Teníamos un miedo…» Así fue el mayor crimen de guerra del franquismo, La Desbandá, porque el objetivo de Franco era «meter el terror» como peaje hacia la victoria. Más de ocho décadas después, Alejandro siente «pena de que sucediera» aquella masacre. «Nos bombardeaban los barcos y los aviones, que dejaban la carretera llena de cadáveres y trozos de personas.» Las secuelas, décadas después, van más allá de la cicatriz dibujada en la piel del niño Alejandrito. «Es la Guernica andaluza… aunque no sé si fue antes o no.»

Pablo Picasso (Málaga, España, 1881-Mougins, Francia, 1973) hojea los diarios franceses y se detiene en unas páginas de L’Humanité que traen fotografías del bombardeo masivo de la aviación alemana en Guernica (Vizcaya) el 26 de abril de 1937. El drama se conoce fuera de España y empuja al pintor a crear un cuadro que acabará convertido en emblema de los horrores de la guerra: Guernica. Las escenas que representa detienen el tiempo en escala de grises. Una mujer que grita desesperada con su hijo muerto en brazos. Un caballo relincha herido. Un brazo mutilado sostiene una espada rota. Un edificio en llamas. La secuencia dibuja el ensayo para la barbarie. Picasso retrata el destrozo diseñado por los aliados fascistas. Lo hace a través del pánico provocado en suelo vasco, entre la población civil un día de mercado, aunque bien hubiera podido aludir a las secuelas terroríficas de La Desbandá gestada en su tierra natal o, años después, en cualquier lugar del mundo, porque el Guernica representa la ignominia del ser humano en cada conflicto bélico. El lienzo fue expuesto inicialmente en el Pabellón Español de la Exposición Internacional de París en 1937, pero el inicio de la Segunda Guerra Mundial propició que el pintor pidiera luego su traslado al Museum of Modern Art (MoMA) de Nueva York. El lienzo no regresó a España hasta 1981, una vez restituida la democracia, y está expuesto en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid.

Aquel día de primavera el mercado de Guernica estaba muy concurrido. La administración autonómica vasca incluso solía organizar en esas ocasiones varios trenes especiales para que los refugiados, que se contaban por decenas de miles en Bilbao, pudieran hacer acopio de comida en las zonas rurales. En la villa hay unas 12.000 personas cuando la Legión Cóndor, una unidad aérea hitleriana, descarga una mezcla de proyectiles explosivos e incendiarios. Los aparatos crean un anillo de fuego mientras las ametralladoras de los cazas, alemanes e italianos, acribillan en vuelos rasantes a la masa que intenta huir despavorida del infierno. Es la Operación Rügen, un experimento, la primera acción de tal calibre ejecutada contra una ciudad abierta. Y sirve a Hitler como ensayo de los bombardeos de saturación que aplicará de forma sistemática en la posterior contienda internacional, una técnica de ataque aéreo que provoca efectos devastadores. Una réplica de Guernica, por ejemplo, dejó convertida en cenizas la localidad de Frampol durante la campaña nazi en Polonia.

En la pequeña ciudad vasca los pilotos de la Luftwaffe del III Reich, comandados por el teniente coronel Wolfram von Richthofen, dejan una dantesca estela de 1.654 víctimas mortales en una localidad que sumaba entonces apenas 7.000 habitantes, según el gobierno de Euskadi. Bien pudieran ser más, pues la dificultad de acceder a fuentes documentales certeras y concluyentes siempre proyecta sombra sobre estas acciones. Además del asesinato de civiles, el 90 por ciento de los edificios de la población quedó destruido o fuertemente dañado. Pero si los ejecutores fueron militares del Eje, la orden de arrasar Guernica la dio Franco. El futuro dictador, como cabeza de las tropas sublevadas, fue el máximo responsable de que 59 aeronaves atacaran el área urbana donde se había concentrado un elevado número de civiles sin posibilidad de defensa. Firmó ese mandato de agresión contra el pueblo vasco, como también firmó las órdenes de las más de un millar de operaciones aéreas que los aliados fascistas practicaron sobre Euskadi en la guerra civil. El golpista español, con el apoyo de Hitler y Mussolini, intentó ocultar y minimizar el impacto de la masacre desde el día siguiente ante la repercusión que lo ocurrido en Guernica tuvo fuera de las fronteras hispanas, con primeras planas de periódicos como The New York Times. Franco llegó a culpar de lo ocurrido al «feroz sistema de los rojos de incendiar todos los centros urbanos antes de la retirada». Las certezas históricas desmienten la afirmación del líder rebelde. Una prueba del fraude que intentó colar Franco está en el telegrama del cónsul italiano Carlo Bossi, un documento recuperado en el que queda de manifiesto la osadía de negar el bombardeo sobre Guernica.

La maniobra de ocultación continuó incluso durante las propias tareas de desescombro, iniciadas dos años después del bombardeo y ejecutadas por prisioneros de guerra a los que se obligaba a continuar la labor sin pararse ni siquiera cuando iban apareciendo cadáveres, que quedaban sin identificar ni registrar. Como si no fueran nada, solo ruinas del gentío rojo. El lehendakari de aquel entonces, José Antonio Aguirre, del Partido Nacionalista Vasco, llegó a solicitar una investigación sobre la masacre al Comité de No Intervención, organismo creado para fiscalizar el cumplimiento del Pacto de No Intervención extranjera en la Guerra Civil. Pero Franco, de nuevo con apoyo nazi y fascista, logró frenar la puesta en marcha de un informe internacional y neutral del caso. La negación del crimen de guerra caló en la memoria histórica del franquismo como una de las puntas de lanza de los historiadores revisionistas. Lo cierto es que el bombardeo de Guernica, y el cuadro de Picasso, han quedado como un hito en la lucha contra el fascismo, como símbolo de una época convulsa y rota por el enfrentamiento en Europa de las democracias y los regímenes dictatoriales.

Antes, el 31 de marzo de 1937, otra población vizcaína sufre la aniquilación de civiles y el ensayo de nuevas técnicas de combate con las pasadas criminales de bombarderos y cazas de la Aviazione Legionaria italiana. En Durango, los aviones sueltan 14.840 kilos de explosivos que causan la muerte a 336 personas. El ayuntamiento local interpuso el 18 de julio de 2017 una querella contra los 46 miembros del ejército de Mussolini, dirigidos por el general Vicenzo Velardi, que actuaron en apoyo de la táctica criminal de Franco. La embestida fascista fue considerada por la corporación municipal, en su alegato, como un delito de lesa humanidad, como un crimen de guerra. Unos meses después, sin embargo, el juzgado de instrucción número 3 de la ciudad archivó la causa. «Sin objetivo militar y con la única justificación de vengarse de las derrotas que nuestro ejército causa a los invasores, la criminal aviación fascista bombardea ferozmente un pueblo pacífico. Y en su impotencia, se ensaña una vez más en los cuerpos de mujeres y niños.» El largo subtítulo del periódico Frente Sur estaba precedido del escueto titular Jaén bombardeado. Ocurre el 1 de abril, apenas horas después del castigo 24 el país de la desmemoria ensayo para la barbarie 25 al que fue sometido Durango, con pilotos españoles del ejército rebelde usando aeronaves nazis. «Todos los hombres útiles de la retaguardia deben, sin descanso, construir las defensas antiaéreas», animaba en un faldón el rotativo. Había sido una operación más de terror y castigo. Otra plaza sin frente de batalla ni objetivos militares, con más de 150 fallecidos, la mayoría ancianos, mujeres y niños. Y un elemento diferencial: la acción fue firmada y ordenada desde el aeródromo de Sevilla por el responsable de la rebelión en el sur, el general golpista Gonzalo Queipo de Llano, como represalia al bombardeo republicano sobre Córdoba. Los Túpolev y los Katiuskas de las tropas gubernamentales dejaron cuarenta muertos e infligieron daños en el Hospital General Militar. Como nueva respuesta, el Frente Popular efectuó los días siguientes varias «sacas» de presos ejecutando entre 120 y 130 derechistas.

La batalla de Belchite (Zaragoza) marca otro episodio de violencia extrema entre el 24 de agosto y el 6 de septiembre de 1937. El municipio era uno de los principales objetivos del Ejército Popular de la República en el frente de Aragón. Y estaba en poder de unas bien pertrechadas fuerzas franquistas, con nidos de ametralladoras, elementos defensivos colocados en los edificios, barricadas en las calles y unas tropas dispuestas a resistir el asedio. Los republicanos no pueden perder tiempo en su avance hacia la capital aragonesa y deciden atacar el casco urbano de ese pueblo con la aviación, mientras la artillería lo machaca a bombazos desde su posición firme en el Cabezo del Lobo. Luego llegarían los combates casa por casa, puesto a puesto. Hasta que el pueblo cae, devastado por completo. Pierden la vida en esa batalla unas 5.000 personas, y se hacen 2.411 prisioneros. La operación, empero, no ejemplifica el diseño gubernamental de la contienda, como sí ocurre con la reacción franquista en tierras vascas o en ciudades andaluzas. La clonación de los terribles ataques experimentales queda repartida por diversos rincones de la península sobre los que, desde las barrigas de los bombarderos Junker de Hitler o los Savoia-Marchetti de Mussolini, caen bombas durante horas.

Es el caso de Játiva (Valencia), donde el 12 de febrero de 1939 tuvo lugar uno de los últimos bombardeos franquistas de esta calaña, que causó 145 víctimas mortales y centenares de heridos. De poco valió que la guerra de España estuviera atravesando sus últimos días y que la victoria fascista estuviera al alcance inmediato de los rebeldes. Las bombas de la aviación italiana cayeron sobre el pueblo buscando su principal objetivo: un tren que trasladaba a soldados republicanos. De paso segaron la vida a numerosos civiles, convirtiendo la estación y sus alrededores en un escenario salpicado de restos humanos. Por aquellos días Cataluña ya había caído en manos de Franco.

La batalla del Ebro puso la rúbrica a la victoria de los conspiradores y la República vivía los últimos coletazos de un sueño, de una experiencia irrepetible que marcó la vanguardia democrática de la época y cuya legitimidad nunca fue repuesta en España. Barcelona es la primera gran capital atacada por la aviación moderna, en 1938. Solo en la ciudad condal los datos oficiales de la Generalitat citan 924 muertos, entre ellos 118 niños, y más de 1.500 heridos en marzo de aquel año, además de decenas de edificios destruidos o con desperfectos graves. Una prueba documental está en el Arxiu Nacional de Catalunya, que tiene catalogadas fotografías de un informe emitido por la Aviazione Legionaria en 1939 dando cuenta de los daños causados por los bombardeos tácticos contra población civil. Caen bombas también sobre Granollers, Tarragona, Girona, Figueres, Alfés, Castelldans, Granyena de les Garrigues o Les Borges Blanques, entre otras, y en toda Cataluña se contabilizan más de 2.500 víctimas mortales tras casi dos años de fuego aéreo. Los bombarderos Savoia y los cazas Fiat despegaban del aeropuerto de Son Sant Joan en Mallorca, convirtiendo las islas Baleares en una base clave para el ejército franquista que los aliados fascistas utilizaron para perfeccionar las técnicas y armamentos de la guerra aérea. Las trágicas réplicas de la Segunda Guerra Mundial llegaron con los explosivos arrojados por la Luftwaffe sobre Londres o París, o por los aliados en
ciudades como Dresde.

Las oleadas de refugiados crecen en España a merced del terror aplicado por los golpistas, con especial saña en los criminales experimentos aéreos. Muchos derrotados huyen de las carnicerías, de las bombas y los reiterados castigos estratégicos. La campaña de Cataluña acaba con todo aguante republicano en el nordeste de la Península, hunde la resistencia y convierte la frontera en un pasadizo por donde escapan caravanas interminables de derrotados. Los vencidos pasan a Francia a través de los Pirineos por municipios como La Junquera o Portbou
hasta poblaciones francesas como Le Perthus, Bourg-Madame o Cerbère. El exilio suele conducir directamente a los campos de concentración que las autoridades galas, insensibles al drama y desbordadas por la riada de republicanos, activan en las playas de Saint-Cyprien, Argelès-sur-Mer o Le Barcarès y en puntos como Gurs, Le Vernet o Bram. Ahí quedan encerrados al raso, en condiciones infrahumanas, miles de civiles junto a militares y miembros de las Brigadas Internacionales.

México y Argentina serán el destino final más numeroso de los buques cargados de exiliados. Medio millón de personas que huyeron de su país en un éxodo que quedó repartido por medio mundo, empezando por la propia Francia, pero que distribuyó gente por la Unión Soviética, Estados Unidos, Venezuela, Colombia, Cuba, Chile o Reino Unido. El rencor y la animadversión de las oligarquías patrias hacia quienes consideran los «enemigos de España» se convertirán en un espectro demoníaco durante la guerra civil. «Los impulsos ciegos que han desencadenado sobre España tantos horrores han sido el odio y el miedo. Odio destilado, lentamente, durante años en el corazón de los desposeídos. Odio de los soberbios, poco dispuestos a soportar la insolencia de los humildes. Odio de las ideologías contrapuestas, especie de odio teológico, con que pretenden justificarse la intolerancia y el fanatismo. Una parte del país odiaba a la otra y la temía. Miedo de ser devorado por un enemigo en acecho: el alzamiento militar y la guerra han sido, oficialmente, preventivos para cortarle el paso a una revolución comunista. Las atrocidades suscitadas por la guerra en toda España han sido el desquite monstruoso del odio y del pavor. La humillación de haber tenido miedo y el ansia de no tenerlo más atizaban la furia», escribiría Manuel Azaña, presidente de la Segunda República española.

Con el término «rojos» los sublevados contra el legítimo gobierno de la Segunda República española etiquetan a socialistas, anarquistas, comunistas, republicanos… o a las mujeres, que la reciente democracia igualaba como sujeto social a la altura del hombre en derechos y obligaciones, una emancipación y empoderamiento que el fascismo corta de raíz para devolver al género femenino al que consideran su lugar natural: el hogar, el segundo plano, la vida callada y obediente. El primer paso para la esterilización del proceso feminista fue la represión en caliente, mientras seguía la Guerra Civil, a cuyo término hubo una campaña sistémica dedicada a forzar a martillazos la sumisión de la mujer durante 40 años de nacionalcatolicismo.

Que España sea como es no parece casual. La idiosincrasia hispana gestada al cobijo de la mano alzada de Franco produce monstruos. Es una sociedad que tolera la existencia de miles de fosas comunes barridas bajo la alfombra; una anomalía democrática de tal calibre que mantiene impunes los crímenes franquistas contra la humanidad mientras la única pena recae sobre los propios represaliados, condenados al olvido y el desprecio. Porque el Estado no ha garantizado hasta ahora el acceso a la verdad, la justicia ni la reparación, exigidas por Naciones Unidas como requisito indispensable para cimentar las garantías de no repetición de las graves violaciones de los derechos humanos perpetradas desde el estallido golpista. Tras cuatro décadas de democracia, España todavía protege a los herederos del pasado más oscuro de la nación. Y lo hace, más de 80 años después del comienzo del estallido golpista, boicoteando desde la propia Fiscalía General del Estado cualquier causa abierta o usando la Ley de Amnistía para dar carpetazo a toda denuncia contra el franquismo. Y lo ha hecho también desde el plano ejecutivo, ninguneando las reclamaciones memorialistas y anulando, cuando por fin se aprobó, aunque fuera en forma desangelada, la aplicación de la Ley de la Memoria Histórica.

Así ocurre desde la victoria con mayoría absoluta del Partido Popular en 2011 con una visión radical: los «cero euros» de presupuesto para Memoria Histórica de los que alardea el presidente Mariano Rajoy en mítines y entrevistas se convierten en el estandarte que los conservadores enarbolan para matar el reclamo de las víctimas del régimen franquista. Antes de su triunfo en las urnas, Rajoy prometió a su electorado la derogación de la Ley 52/2007. No le hizo falta andorrear ese fango: con suprimir toda dotación presupuestaria y silbar mirando para otro lado, fue suficiente. Y conservó esa estrategia con mayoría o sin mayoría parlamentaria, siempre con la idea de mantener vivo el abandono y el ninguneo. Al inicio de su mandato redujo en casi un 60 por ciento la partida que el curso anterior destinaba el ejecutivo presidido por José Luis Rodríguez Zapatero (PSOE), pasando de 6,2 millones de euros a 2,5 en 2012. Ese mismo año, el consejo de ministros aprobó la supresión de la Oficina de Víctimas de la Guerra Civil y de la Dictadura, un organismo creado básicamente para coordinar las exhumaciones. Al ejercicio siguiente, 2013, Rajoy dejó toda la cuestión sin rastro en los Presupuestos Generales del Estado. Ahí quedó anclado, en el prometido mantra del desplante a las reivindicaciones de las víctimas de Franco, sin dinero público estatal para abrir fosas y cunetas para buscar a los desaparecidos forzosos o activar otras medidas de reparación.

Hasta que la moción de censura ganada por el PSOE apeó del poder al mandatario conservador e hizo presidente del gobierno de España a Pedro Sánchez. El debate en el Congreso evidenció, entre el 31 de mayo y el 1 de junio de 2018, que había otras opciones parlamentarias: votaron a favor del cambio los socialistas junto con Unidos Podemos, ERC, PDe-CAT, PNV, Compromís, EH Bildu y Nueva Canarias, con la abstención de Coalición Canaria y el voto contrario de PP, Ciudadanos, UPN y Foro Asturias.

Un apretón de manos en las escaleras de La Moncloa. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias posan sonrientes ante la prensa. El curso político arranca en septiembre de 2018 cargado de noticias, con una fotografía impensable tan solo unos meses antes. Y tras una reunión de poco más de dos horas, los líderes de la izquierda progresista difunden uno de los propósitos del encuentro: sacar la Memoria Histórica del barbecho al que había sido sometida por Rajoy. El nuevo Ejecutivo, nada más aterrizar, quiere dejar claro que va a encarar las cuestiones clave en materia memorialista que desde la oposición había reclamado a Rajoy. El objetivo es reformar el marco legal de la Memoria para dar un nuevo impulso a la norma y garantizar su cumplimiento, empezando por la médula espinal de la reparación: abrir las fosas comunes y buscar a los desaparecidos forzados, asumiendo el mandato atado a los derechos humanos más elementales como un deber del Estado; y explorar la posibilidad de avanzar hacia la nulidad de las sentencias del franquismo con el anuncio de la creación futura de una Comisión de la Verdad. Hay además otros gestos, más o menos simbólicos, como sacar a Franco del Valle de los Caídos y cambiar en algún sentido la función actual de mausoleo fascista que ha tenido siempre Cuelgamuros. Y, tras abandonar la idea de hacerlo allí mismo, el proyecto ambicioso y aún lejano de crear un Museo Estatal de la Memoria Democrática. Y eliminar el ducado de Franco y retirar las medallas y condecoraciones a torturadores del franquismo como Billy el Niño. Y revisar la simbología franquista en las calles y desbloquear el acceso a la justicia de las víctimas.

Y más, porque al mismo tiempo, en el mismo país, sobrevive una organización privada nacida para «glorificar» la figura de Franco. ¿Imagina el lector una Fundación Hitler en Alemania? ¿U otra dedicada a Mussolini en Italia? Difícil, e ilegal, que así fuera en esos países. En España, en cambio, existe la Fundación Nacional Francisco Franco (FNFF), un ente vivo y que ha funcionado como un grupo de presión destinado a ensalzar al dictador en un país en el que ni siquiera es delito la apología del fascismo. Además de perpetuar el rastro de un golpista y de un régimen cimentado sobre miles de desaparecidos, la presencia de la Fundación Franco dista de ser simbólica y se ha convertido en un lobby con impacto visible. Una muestra palpable es la defensa de la tumba del dictador y del propio Valle de los Caídos, en una campaña ejecutada junto a los descendientes del militar golpista, cuya figura obtuvo incluso el apoyo de un manifiesto de militares que hasta hacía poco desempeñaban cargos en la jerarquía militar. La Fundación llegó a cobrar subvenciones durante el gobierno de José María Aznar, dinero público que fue destinado a digitalizar el vasto archivo que tiene en su poder. La custodia de estos documentos en la sede de la FNFF es un caso insólito, una aberración que la entidad mantiene y anuncia en su propia página en internet para ofrecer su consulta solamente a los investigadores e historiadores que sus directivos aprueben. La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica presentó una demanda ante la Fiscalía con el objetivo de determinar si esos archivos pertenecen al Estado, en cuyo caso deberían ser devueltos. Allí siguen, en los mismos cajones.

La actividad de la Fundación no queda ahí. Además, usa los tribunales, pone denuncias y gana batallas judiciales. «Es incomprensible que el nombre de Franco siga paralizando la aplicación de una ley aprobada en un parlamento democrático», denunciaba el Ayuntamiento de Madrid. Porque este anacronismo, que estaría prohibido en otros países, ha logrado resultados como frenar el cambio de nombre de 52 calles con reminiscencias franquistas en la capital del país. El listado, que se aprobó tras una fase de estudio con expertos de variado corte ideológico, calificaba estas denominaciones como «exaltación » del golpe de Estado, la Guerra Civil, la represión o la dictadura. Pero la FNFF puso una demanda y detuvo el retoque que se quería dar al callejero madrileño. «Intentan reescribir la historia y conseguir por la vía de la justicia lo que no pudieron por la vía democrática en el Pleno del Ayuntamiento de Madrid», decía la presidenta del Comisionado de la Memoria Histórica, Francisca Sauquillo, tras declarar como testigo ante un juez por este caso. Tan seguro debe de estar el lobby de la arbitrariedad reinante que animan a todos los organismos a su alcance a incumplir la ley de Memoria Histórica, ofreciendo asesoramiento a los alcaldes que decidan transgredirla. La presencia en los juzgados de la misma fundación se extendió a la defensa del topónimo de un pueblo de Soria que homenajea al militar sublevado Juan Yagüe, conocido como «el Carnicero de Badajoz» por las matanzas rebeldes en Extremadura. En el litigio, el ente franquista fue de la mano del ayuntamiento local y de la Fundación Yagüe. Y ganaron: la justicia acabó permitiendo el uso del nombre San Leonardo de Yagüe para esa localidad. El juez no vio «ofensa o agravio» en la denominación, aunque la asociación Recuerdo y Dignidad, que pedía extirpar el apellido del golpista, definió el fallo como «una humillación a las víctimas del franquismo».

Que exista una Fundación Franco capaz de arrogarse el derecho a denunciar la supresión de nomenclatura franquista para las calles de nuestras ciudades es sintomático. Contra viento y marea, y como si no contara el paso del tiempo, ha funcionado sin problemas desde su constitución el 8 de octubre de 1976. «Apenas un año después de la muerte de quien rigiera los destinos de España durante 40 años», como reza en los estatutos al hablar de los fines del organismo. Y esto le permite, por ejemplo, administrar parte del patrimonio expoliado por el dictador. El Pazo de Meirás es la punta de iceberg de la fortuna usurpada por el holding empresarial de El Pardo. La antigua residencia de la escritora Emilia Pardo Bazán fue un «regalo» que el golpista recibió en diciembre de 1938 aunque la ofrenda, en el ecuador de la guerra civil, fue recaudada con «donaciones» supervisadas por la Falange mediante visitas casa por casa, pistola al cinto y con amenazas de por medio, al más puro estilo mafioso. La FNFF fue capaz de anunciar que usaría la gestión del lugar para elogiar la «grandeza» de Franco e incluso canceló las visitas al Pazo ante la presión social generada por este «robo». Como respuesta a las manifestaciones en favor de la devolución al patrimonio público del pazo ubicado en Sada, A Coruña, y apenas dos meses después de la muerte de la única hija del dictador, Carmen Franco, los herederos pusieron en venta la finca gallega por un precio inicial de ocho millones de euros. La inmobiliaria encargada de la operación anunciaba el inmueble señorial como un espacio «muy conocido» que está «lleno de historia» y de «cuadros,
recuerdos y una magnífica biblioteca».

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Portada del libro El país de la desmemoria

La apología del golpismo y de la represión está en el ADN de la Fundación Franco. Su existencia se justifica para «glorificar» al dictador español y su duradera sombra genocida y corrupta. El camino que la Fundación sigue para lograr este propósito es intentar perpetuar el relato épico —o cuando menos equidistante— de la conspiración de las oligarquías españolas contra un gobierno elegido en las urnas. «Franco no fusilaba gente», respondió un portavoz de la FNFF en una entrevista en una cadena de televisión nacional. La conjura armada fue una forma de «rebelarse contra esa tiranía que se iba a imponer», continuó. Llamó «tiranía» al régimen democrático al que puso fin, con una sublevación armada seguida de una guerra muy cruenta, el golpista cuyas glorias se ocupa de ensalzar la Fundación que lleva su nombre. En un comunicado, la entidad llegó a defender estos lugares comunes del denominado franquismo sociológico con un llamativo «Franco era la antítesis de Hitler». El discurso usa un completo repertorio que va más allá de las palabras. Conmemora cada año el nacimiento del tirano y su muerte todos los 20N, o celebra el inicio de la contienda fratricida el 18 de julio y el final de la «cruzada» con una adaptación del lapidario mensaje oficial golpista que dice: «En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo… nosotros no olvidamos», dando nueva vida al último parte de la guerra civil firmado por Franco el 1 de abril de 1939.

Los garantes de la memoria histórica del franquismo usan cualquier vía para financiarse: solicitar donaciones, organizar banquetes de homenaje, publicar recopilaciones de las misas dedicadas al general rebelde o vender participaciones de Lotería de Navidad terminadas en los números 36 y 39, coincidiendo con los años de arranque y conclusión de la guerra. Si comparamos todo lo que antecede con lo que ocurre en países próximos, el nuestro queda en entredicho. «La cuenta de Twitter de la Fundación Franco: bloqueada en Alemania, visible en España», señalaba un titular de prensa dando cuenta del desfase entre ambas naciones. La cuenta de la FNFF es inaccesible desde tierras germanas porque las compañías tecnológicas se enfrentan a multas de hasta 50 millones de euros por no eliminar o bloquear contenidos que entren dentro de la categoría de discursos del odio. El desfase argumental para combatir la peligrosa huella fascista es evidente. Un extremo íntimamente ligado a que España nunca derrotó al fascismo, a las consecuencias de que Franco acabara sus últimos días en la cama, eternizando los estertores de un régimen levantado a sangre y fuego y parapetado en el «todo está atado y bien atado». Es el camino que transitan los nostálgicos o quienes, en un ejercicio de torsión ideológica, acaban definiéndose como demócratas sin entender ni asumir que tal posición política exige también declararse antifascista.

Con estos mimbres, España ha vivido ajena a su propia realidad. Mirando a otro lado, negligente, sin tejer un plan que abriera todas y cada una de las cunetas para sacar los cadáveres de quienes dieron su vida por defender la democracia y saciar la sed de justicia de los familiares de los represaliados: cerrar el duelo y dar un entierro digno a sus seres queridos. El paradigma de este escenario alumbrado a dos velas está en las cifras que señalan a España como uno de los países del mundo con más desapariciones pendientes de esclarecer. Es la clave 34 el país de la desmemoria de bóveda que arma la estructura eternizada del franquismo sociológico. De la pervivencia y supremacía del relato de los vencedores. De la barbarie que sigue sangrante, con las heridas abiertas, y la verdad, la justicia y la reparación cotizando a la baja. Con la sinrazón nacida de una guerra que sigue campando como seña de identidad de una sociedad sometida a una carencia básica: el respeto a los derechos humanos de las víctimas del terrorismo de Estado. Porque Franco construyó su propia memoria histórica como epitafio nacional, como garante de una anomalía democrática que tiene que ser combatida como deber inexcusable, como recurso de futuro tan vivo como el dolor palpable de los represaliados y sus descendientes. Ahí queda el terror en una parte de la balanza, la esperanza adormecida en el extremo opuesto. De un lado Franco, visible, presente, pisoteando la historia de España. Del otro el niño Alejandrito, llevando a cuestas la memoria de los derrotados al abrigo tan solo de una vieja manta. Porque España sigue siendo el país de la desmemoria. El pueblo que camina del genocidio franquista al silencio interminable

https://www.eldiario.es/sociedad/pais-desmemoria-Juanmi-Baquero_0_867563337.html
 
El doble crimen de Chesterton: el caso que el padre Brown no pudo resolver
Publicado por Carlo Frabetti
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G. K. Chesterton, 1908. Imagen: DP.
El primer relato de las aventuras del padre Brown apareció en 1910, en la revista The Saturday Evening Post, con el título «Valentin Follows a Curious Trail», aunque posteriormente Chesterton le cambió el nombre por el de «La cruz azul». En este relato inaugural, el autor no solo nos presenta al padre Brown, sino también a otros dos personajes fascinantes, ambos franceses: el fornido y acrobático Hercule Flambeau, auténtico artista del robo, y Aristide Valentin, jefe de la policía de París y maestro del razonamiento deductivo. Pero Valentin muere en el segundo relato de la serie, «El jardín secreto»: se suicida al descubrir el padre Brown su implicación en un macabro asesinato.

Resulta cuando menos sorprendente que Chesterton dedique una buena parte de su relato inicial a construir un personaje magnífico, lleno de posibilidades, casi un arquetipo, para eliminarlo en el segundo relato e incluso cambiar el título del primero, como si se arrepintiera de haberlo creado. Y, bien mirado, Flambeau no corre mejor suerte. En «La cruz azul» lo detiene Valentin con la ayuda del padre Brown; pero luego solo comete un par de robos más: la valiosa cubertería del Club de los Pescadores Auténticos, en el relato «Unos pasos extraños», y los diamantes de «Las estrellas fugaces». En ambos casos, Flambeau devuelve dócilmente el botín tras ser sermoneado por el padre Brown, y poco después se convierte en un intachable detective privado. Ni siquiera eso, porque en realidad se limita a acompañar al cura y a hacerle preguntas banales, como una especie de Watson despistado. Todo un desperdicio. Más que eso: un auténtico crimen literario. O dos. En el primer relato, Chesterton nos seduce con el más sugerente trío de personajes: un sutilísimo detective aficionado, un policía extraordinario y un artista del robo. Un discípulo de Auguste Dupin, un precursor del comisario Maigret y un émulo de Arsène Lupin juntos y revueltos. Y acto seguido el autor elimina físicamente a uno de los personajes y psicológicamente a otro. ¿Por qué?

La doble contradicción del padre Brown

Ya en el primero de los cinco libros recopilatorios de las aventuras del cura detective, El candor del padre Brown, el magnífico Flambeau de los primeros relatos se convierte en un ser anodino y previsible, una mera comparsa, la desproporcionada sombra del pequeño sacerdote. Sin solución de continuidad, el libérrimo toro bravo se transforma en un buey uncido a la noria del convencionalismo, en un sumiso defensor de la ley el orden.

Llama la atención el hecho de que en un momento dado se indique la estatura exacta de Flambeau, pero de manera indirecta —como si el autor se resistiera a revelar el dato—, diciendo que mide diez centímetros más que un hombre de uno ochenta. Y el propio Chesterton medía uno noventa, aunque no era fuerte y ágil como su personaje, sino obeso y torpe. Físicamente, se había convertido en un buey. Como Flambeau mentalmente, después de su castración simbólica.

Al releer atentamente El candor del padre Brown en busca de las claves del doble crimen literario de Chesterton, tuve la sensación de tener desplegadas ante mí todas las piezas de un mecanismo; pero no sabía cómo montarlo ni para qué servía. Hasta que una frase capturó mi atención: «Tan solo buscaba una palabra —dijo el pequeño cura—, una palabra que no estaba allí». La frase pertenecía al relato «El cartel de la espada rota», que volví a leer un par de veces. Pero no encontré la palabra. Porque la palabra no estaba allí. Y esa era la clave. No había mensajes ocultos ni motivos secretos: todo estaba a la vista, todo era lo que parecía.

Parece absurdo crear a un superpolicía como Valentin para eliminarlo acto seguido, o a un artista del robo como Flambeau para convertirlo inmediatamente en un honrado ciudadano. Y parece absurdo por la sencilla razón de que lo es; tan absurdo, en última instancia, como que un agnóstico excepcionalmente culto e inteligente como Chesterton se convirtiera de pronto al catolicismo.

Al escribir el primer relato del padre Brown (inspirado en el sacerdote que propició su conversión), Chesterton, que seguramente ya tenía la idea de hacer una serie, pensó en los personajes más adecuados para acompañar al cura detective en sus aventuras, y concibió a un implacable Maigret avant la lettre y a un fornido Lupin (que, significativamente, es un trasunto físico del propio Chesterton, del mismo modo que el padre Brown es su trasunto moral). Pero los episodios que para el lector del libro se suceden en cuestión de minutos, en la mente del autor estuvieron separados por meses de reflexión. Y, tras rumiar con calma bovina su primer relato, Chesterton tuvo que matar a Valentin y castrar a Flambeau porque se dio cuenta demasiado tarde de que el padre Brown, con toda su sagacidad y su sabiduría, no podía competir con ellos.

Aunque, en realidad, Chesterton no cometió dos crímenes literarios, sino dos y medio: mató a Valentin, castró a Flambeau y abotargó al padre Brown (si se me permite el uso no reflexivo del verbo). El padre Brown es ese humilde peón negro que, al final de cada relato-partida, corona, como Alicia al otro lado del espejo, y se convierte en una dama victoriosa. Pero los peones son esbeltos, ágiles, decididos, no rechonchos y físicamente torpes. Y no es casual que al virtuoso padre Brown le guste demasiado comer: su tragonería física es una metonimia de sus tragaderas mentales, que le permiten comulgar con las ruedas de molino de la doctrina católica. El padre Brown es un sobrio comilón y un racionalista dogmático. Una contradicción ambulante, como el propio Chesterton.

Valentin simboliza el racionalismo y Flambeau la libertad, y el padre Brown, a pesar de su comprensión y bonhomía, es un ministro del dogmatismo religioso y, por ende, de la represión. Los primeros relatos de la serie vienen a ser como un auto sacramental en el que Chesterton escenifica alegóricamente su propio drama interior: el su***dio de su poderoso yo racionalista y la domesticación del gran vividor que había en él, que tuvo que conformarse, al igual que su cura detective, con el menos subversivo, el más católico de los pecados: la gula. Ese único pecado que convirtió a Chesterton en un abotargado buey de ciento cuarenta kilos.

Ya lo decía Brecht: ten al menos dos vicios, porque uno es demasiado.
https://www.jotdown.es/2019/02/el-d...-el-caso-que-el-padre-brown-no-pudo-resolver/
 
Mathias Enard: Zona

Idioma original: francés
Título original: Zone
Año de publicación: 2008
Valoración: Muy recomendable


Mathias Enard es uno de esos testigos nacidos en la Europa del último tercio de siglo que no se conforman con enfocar su mirada hacia la zona –un Mediterráneo tórrido desde todos los puntos de vista– para tratar de entender algo, además se atreven a bucear en ella. Eso le dota de la credibilidad necesaria para invitar a sus lectores a seguirle. Porque enfrentarse a Zona es mucho más que “sumergirse en la lectura de”, un lugar común que, en este caso, se queda corto pues la novela no admite medias tintas: o buceamos, nosotros también, en lo más profundo de sus aguas, moviéndonos entre una frase y otra con la mayor concentración posible o resbalamos sin interés por ellas para abandonar enseguida por puro aburrimiento. Esto es así porque el esmerado flujo de conciencia del autor no solo nos enfrenta a una realidad complejísima, violenta y éticamente inasumible, no solo se embarca en un relato errático y con apenas signos de puntuación, es que aporta tal cantidad de datos sobre los asuntos que trata, de referencias culturales e históricas, nos sitúa en tantos focos distintos –cada uno con sus correspondientes sucesos y actores implicados– que haberlos recopilado, es más, haberlos condensado después, bien comprimidos, como una píldora minúscula compuesta por cientos de ingredientes supone un esfuerzo titánico y nos deja con la sensación de que la verdadera realidad está debajo y lo que se muestra no es más que la minúscula arista de un iceberg enorme.
Nada de lo que diga aquí puede aproximarse a lo que van a encontrar en Zone pero lo intentaré de todas formas. Adivinamos a un escritor que conoce el árabe y el persa, que ha contemplado cada escenario e interrogado a la cantidad y variedad de informantes que se mencionan en la nota final en ese viaje a ninguna parte –metáfora de los avances del siglo pasado– emprendido por el protagonista. Su persona encarna la dualidad que preside el texto: oriente versus occidente, paz frente a guerra, cristiandad frente a islam, palestinos frente a israelíes, croatas frente a serbios, odio y crueldad frente a amistad entrañable, insensibilidad frente a dolor, traición frente a idealismo, individualismo frente a conciencia de grupo… el ciudadano de origen franco-croata Francis Servain Mirkovic reconvertido en Yvan Deroy, en un intento, fallido o no, de abrazar otra identidad para incorporarse a un anonimato que, quizá le esté vedado ya, a esas alturas.
En esta evidente reivindicación de la memoria, tan adulterada por los poderes de turno como (paradójicamente) olvidada, y sin embargo imprescindible para no repetir los errores, se atisba una visión de la guerra como forma de dar sentido a la vida, sobre todo en el entrecortado relato sobre la desintegración de Yugoslavia, pero ahí tenemos a Argelia, Israel, Palestina, Siria, Líbano. Y, en el sur, en el norte, sobrevolando el relato, encontramos a los servicios de inteligencia atribuyéndose el papel de árbitros. Sus consecuencias son obvias: espionaje (doble o sencillo), bombardeos, asesinatos, saqueos, violaciones, brutalidad salvaje, propósito de lucro, ira, venganza. Y la culpa presidiéndolo todo, la de Mirkovic y la otra, más difusa pero presente en cada palabra, pues Enard no indulta a occidente, al contrario, le responsabiliza de intentar sacar tajada por todos los medios. No obstante, no toma partido, los hechos están ahí.
Me consta que el autor ha tenido muy presente a Homero. ¿Será Francis Servain el tercer Ulises, el Vaticano la nueva Ítaca, el tren una nave renovada, la rusa Sasha una improbable Penélope? Cada lector tiene su respuesta. Pero solo han pasado ocho años, puede que todavía sea pronto; como siempre, el tiempo hablará.

Otros libros de Mathias Enard reseñados en Un Libro Al Día: Brújula
http://unlibroaldia.blogspot.com/2016/09/mathias-enard-zona.html
 
Katherine Dunn, la escritora que veía monstruos en el jardín de rosas

Creación cultural

Repasamos la trayectoria de la mítica autora aprovechando la reedición de Geek Love, la historia de una familia que termina experimentando con drogas para montar un circo con seres deformes

Carmen López
17/02/2019 - 20:40h
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La escritora estadounidense Katherine Dunn en Roma el 4 de junio de 2008 RICCARDO DE LUCA/MAXPPP

Siete reinas del terror literario para lectores sedientos de sangre
Hablar de Katherine Dunn es hacerlo de una autora tan interesante como sus historias. Una de ellas, probablemente la más reconocida, se recoge Geek Love. En España ya se había publicado en 1990 por Ediciones B en su colección Tiempos modernos como Amor profano y ahora acaba de ser reeditado por Blackie Books -traducido por Jordi Mustieles- con el título Amor de monstruo. Hablar con ella hubiese sido una experiencia interesante pero, por desgracia, falleció en 2016. Así que hasta que no se perfeccione el tema del viaje en el tiempo hay que apañarse lo que ha quedado escrito por ella y sobre ella. Que no es poco.

La novela de Dunn se publicó originalmente en 1989 y, además de quedar finalista en el National Book Award, vendió medio millón de copias y entró en la lista de preferidos de personajes como Jeff Buckley, Douglas Coupland, Terry Gilliam o Tim Burton, que compró los derechos para poder hacer una película. Incluso Kurt Cobain y Courtney Love, que en 1992 afirmaron en la revista Spin que no les gustaban los libros porque "son difíciles de leer", se declararon fans.

Teniendo en cuenta las biografías o los trabajos de sus admiradores famosos es fácil entender el porqué de su encandilamiento. El libro trata de la historia de la familia de profesionales del circo compuesta por una madre y un padre que decidieron experimentar con drogas, insecticidas e isótopos radiactivos para tener una prole de seres deformes en pos del éxito de su negocio.

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Portada de 'Amor de monstruo'



Arturo 'Aqua-Boy', las siamesas Electra e Iphigenia, Fortunato el-que-parece-normal y Olympia, la albina enana con joroba y casi calva. Esos son los que sobrevivieron, pero no fueron todos. Lo que habían bautizado para el público como "El museo mutante" (y que los niños llamaban "el sumidero") tenían guardados en botes con formol a los que no lo consiguieron. Por ejemplo a Janus, el niño de dos cabezas o Leona, la chica lagarto.

La aberración genética es un triunfo para los padres y sus hijos, que tienen más del gótico de Tim Burton que del de Mary Shelley. Es la pobre Olympia, la menos lucrativa de los experimentos de los progenitores, la que narra esta historia de monstruos deformes con pensamientos y necesidades tan monstruosas como las de cualquier persona normativa.

El jardín de los horrores
La biografía de Katherine Dunn bien podría haber dado para una novela. Cuarta hija de un clan de cinco hermanos, su padre se fue de casa cuando ella tenía dos años y su madre se casó de nuevo con un mecánico proveniente de una familia de pescadores. Su progenitora, Velma Golly, miembro de un clan de agricultores en Dakota del Norte, era artista y se dedicó a pintar, esculpir, hacer juguetes y casi cualquier cosa que le permitiese mantenerse ocupada en un plano creativo.

Nació en Kansas, aunque la familia se mudó varias veces durante su infancia. Estudió en la Universidad de Portland (ciudad que acabaría convirtiéndose en el epicentro de "lo alternativo", como bien reflejan en la serie Portlandia) y en el prestigioso Reed College, donde empezó estudiando filosofía, aunque después se cambió a psicología. Tras graduarse estuvo varios años viajando por Europa con su pareja.

Su primer hijo nació en Dublín en 1970, al igual que su primera novela, Attic, que había comenzado a escribir mientras aún estaba estudiando. Antes habían pasado por Sevilla y cuando se quedó embarazada estaban en la isla griega Karpathos. Se mudaron a Irlanda para huir de la Guerra de Vietnam y disfrutar de la asistencia sanitaria irlandesa. Su siguiente novela, Truck, se publicó en 1971.



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Se instalaron en Portland cuando el crío tenía siete años y la pareja se separó, así que ella comenzó a trabajar como camarera en un café y por la noche en una taberna para completar el dinero ganado con sus novelas. En el tiempo libre que le quedaba, además de ejercer su papel de madre, siguió escribiendo y a finales de los años 70 empezó a gestarse en su mente la idea de Geek Love. Como explicó en Wired, un día de verano le dijo a su hijo que fuesen a caminar hasta el jardín de rosas de Washington Park. El niño no quiso y ella se fue sola, molesta con él.

"Me senté en los escalones de ladrillo y observé todas estas cientos de variedades de rosas. Cada una de las cuales habían cultivado cuidadosamente para obtener diferentes colores, formas y aromas, un color en el interior del pétalo, otro color en el exterior. Comencé a pensar en un tema que me interesaba desde hacía tiempo, la naturaleza contra la nutrición, la manipulación de la herencia genética. Se me ocurrió que podría haber diseñado un hijo más obediente".

Estuvo trabajando en el libro durante diez años, pero nadie, ni siquiera ella, confiaba demasiado en Geek Love. Según su recuerdo, cada vez que le comentaba a algún amigo cómo se iba desarrollando la novela, las respuestas que obtenía era negativas y poco esperanzadoras. "No van a querer publicar esa basura".

Sin embargo, cuando el agente literario Richard Pine recibió el manuscrito supo que tenía un bombazo editorial en las manos. No era un libro fácil de vender y tuvo que lidiar con los editores, pero finalmente consiguió que Sonny Mehta comprase los derechos para publicarlo en Knopf Doubleday.

Salió a la venta el 11 de marzo de 1989, con una cubierta del ahora famosísimo diseñador de portadas Chip Kidd (por aquel entonces aún se estaba haciendo un nombre) y una tirada de 20.000 ejemplares. Al igual que ha hecho Blackie Books con su perrita, el Borzoi identificativo del sello editorial, tenía una pata de más en honor de los monstruos ideados por Dunn. Después vino el National Book Award, los miles de copias vendidas, los fans famosos, los intentos de compra de derechos para la adaptación cinematográfica y la veneración.

La vida después
Tras este éxito, Dun siguió trabajando en múltiples cosas. Uno de sus empleos más llamativos fue el de cronista de boxeo para periódicos locales con una columna fija en el tabloide PDXS durante los años 90. Empezó a interesarse por este deporte a través de sus hermanos y su padrastro, que veían los combates en la televisión de su casa, y gracias a este tema consiguió el premio Dorothea Lange-Paul Taylor en 2004 por su ensayo School of Hard Knocks: The Struggle for Survival in America's Toughest Boxing Gyms. Además, sus columnas se reunieron en 2009 en el volumen One Ring Circus. Tan metida estaba en el asunto que a los 40 años empezó a boxear y en 2009 se hizo (más) famosa por noquear a un ladrón de 25 años que intentó robarle en la calle. Ella tenía 64.

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Recorte de la portada de 'One Ring Circus'



Asimismo, también publicó artículos en The New York Times, Vogue, Los Angeles Times, Playboy, The Oregonian y también tuvo un espacio en la cadena de radio KBOO, donde leía relatos, profesión que comparte con Olympia, la albina enana jorobada que usa peluca en su célebre novela. La escritora, que siempre llevaba consigo el tabaco y el papel de liar, tenía una voz cascada perfecta para locutar historias.

El mismo año en el que se publicó Geek Love, anunció que estaba preparando una nueva novela basada en el boxeo: The Cut Man. Pero nunca llegó a ver la luz. En 2010, dos décadas años después de aquel anuncio, se publicó un extracto en el número de verano de The Paris Review, titulado Rhonda Discovers Art.

Gregory Cowles, máxima autoridad en materia de libros de The New York Times, le preguntó a la escritora por esa sequía de obra de ficción. "En un momento dado, tenía cientos de páginas sobre un personaje en particular. Me divertí mucho con él antes de darme cuenta de que toda su función en la historia se podría resumir en unos pocos titulares de noticias. Era más tiempo que personalidad. Conseguí otro personaje el pasado noviembre. Absurdo, por supuesto. Y es duro para ellos. Debería haber un seguro de desempleo para las personas ficticias".

Dunn murió en 2016 víctima de un cáncer de pulmón, tres años después de casarse con Paul Pomerantz, un antiguo compañero del Reed College. Tenía 70 años y dejó su última novela sin terminar, aunque después de 27 años trabajando en ella quizás ya no quiso desprenderse de sus personajes.

https://www.eldiario.es/cultura/libros/Katherine-Dunn-escritora-monstruos-jardin_0_867213486.html
 
Bowdlerízate para no ofender a nadie
Publicado por Diego Cuevas
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El británico Thomas Bowdler (1754-1825) fue un doctor que nunca llegó a practicar la medicina porque tenía cierta aversión a la gente enferma, un miembro de la Royal Society, un ajedrecista profesional, un caballero viajado que se tiró cuatro años trotando por Europa, un entregado defensor de la reforma penitenciaria (en Londres dedicó quince años de su vida a ello) y una persona tan ilustre como para que su nombre se haya convertido en verbo gracias a su legado. De todo lo anterior, la historia ha decidido que lo último es lo único que merece realmente la pena y por eso mismo los diccionarios de inglés reconocen oficialmente la palabra bowdlerize (que sería algo así como ‘bowdlerizar’) como un vocablo válido que quiere decir: «Extirpar de un texto o similar el material que es considerado ofensivo, obteniendo como resultado una obra más floja y menos convincente». La culpa de todo la tenían los padres de Bowdler, una pareja muy amiga de meterle mano a William Shakespeare y a las Sagradas Escrituras.

Shakespeare edición familiar

La infancia de Bowdler estuvo marcada por un progenitor (un hombre que también se llamaba Thomas Bowdler, porque en el siglo XVIII la descendencia se entendía como una clonación) que entretenía a su esposa e hijos leyéndoles en voz alta las obras de Shakespeare. Con el tiempo, el pequeño Bowdler descubrió que las lecturas de su padre omitían y camuflaban aquellas secciones que el hombre consideraba más inapropiadas para que las almas puras de su mujer y sus seis hijos no sufrieran demasiado. La Sra. Bowdler (una mujer cuyo nombre real se desconoce porque los historiadores son muy de obviar a la gente sin pito), además de ser la esposa de Thomas Bowdler y la madre de otro Thomas Bowdler, también era aficionada a meterle tijera a aquello que consideraba ofensivo: ella misma publicó, en 1775 y de manera anónima, una versión del libro bíblico del Cantar de los Cantares donde había censurado o modificado personalmente todo lo que su criterio consideraba sucio o inapropiado. Aquel Cantar de los Cantares de la Sra. Bowdler era tan exageradamente puritano y pardillo como para sustituir la palabra «cama» por «carroza de nupcias». Con tanto antecedente en su propia casa, no resultó extraño que al pequeño Bowdler Jr. se le ocurriese trabajar en una empresa similar: la de producir una edición de la obra de Shakespeare para todos los públicos, un producto libre de contenido ofensivo o pernicioso e ideado para todas aquellas unidades familiares que no tenían un padrazo con capacidad para editar sobre la marcha la lectura. A la hora de podar los escritos de Shakespeare, recibió la ayuda de su hermana Henrietta Maria (Harriet para los amigos), una erudita muy religiosa que consideraba indecentes a los bailarines de ópera y que acabaría publicando (anónimamente porque estaba mal visto que las mujeres se pasasen de listas) un exitoso libro titulado Sermones sobre las doctrinas y deberes del cristianismo.

En 1807 se publicó la primera edición de The Family Shakspeare (1). Una obra elaborada a cuatro manos por Thomas y Harriet que inicialmente no lucía el nombre de ninguno de los dos autores, pero años más adelante sería atribuida únicamente al primero para no meter en problemas a su hermana. Aquel Shakespeare en modo familiar recogía veinticuatro de las obras del escritor inglés en cuatro volúmenes diferentes, piezas que habían sido convenientemente adaptadas para no herir sensibilidades. En aquellas revisiones los Bowdler se habían cargado un diez por ciento del texto original a base de perpetrar ocurrencias como sustituir las exclamaciones de tipo «¡Dios!» o «¡Jesús!» por cosas más pardillas como «¡Cielos!» para sortear las blasfemias, eliminar los personajes de moralidad cuestionable como las prost*tutas, evitar que Lady Macbeth pronunciase la palabra «maldito» o modificar directamente ciertos eventos: en su Hamlet, el personaje de Ofelia no tiene intenciones suicidas y la palma por accidente.

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Ofelia de John Everett Millais con Elizabeth Siddal ejerciendo de modelo (circa 1851). Según los Bowdler, aquí la mujer en lugar de canturrear esperando a la muerte estaba ahogándose accidentalmente a cámara lenta.
En 1818, se publicó la segunda edición de The Family Shakspeare, una reimpresión cuyo título completo era The Family Shakspeare en diez volúmenes; en los cuales no se añade nada al texto original pero se omiten todas aquellas palabras y expresiones que no pueden ser leídas en voz alta delante de la familia. El texto llegó acompañado de anuncios en prensa donde el propio autor aclaraba la naturaleza de su mutación literaria: «Mi objetivo con este trabajo es eliminar de los escritos de Shakespeare algunos defectos que disminuyen su valor. Y al mismo tiempo ofrecer al público una edición de sus obras que cualquier padre de familia, ese guardián e instructor de la juventud, pueda colocar en manos de sus hijos sin temor alguno. Un texto gracias al cual el joven a su cargo puede aprender, disfrutar y perfeccionar sus principios morales mientras refina su gusto sin incurrir en el peligro de ser lastimado por ninguna expresión indecorosa. Y aprender, gracias al destino de Macbeth, que incluso un reino puede salir caro si la virtud es el precio a pagar».

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Aquella segunda edición se presentó en diez volúmenes que ahora incluían todas las obras del dramaturgo inglés. Y su contenido refinaba de nuevo el material reciclado de la anterior tirada: los hermanos Bowdler aprovecharon para revisar su trabajo y deshacer algunos de los cambios perpetrados en la primera edición, pero también introdujeron otro puñado de nuevas modificaciones. En algunos casos, como Medida por medida u Otelo, ante la presunta imposibilidad de aligerar eficientemente lo indecoroso de la pieza original, los autores optaron por dejarlas tal cual añadiendo una advertencia bien clara: «Poco adecuado para la lectura familiar». Aquella versión definitiva del Shakespeare family friendly se convirtió en una de las ediciones más vendidas de la obra de Shakespeare en tierras inglesas para alegría de sus editores. Tras el éxito, Bowdler planeó producir una versión familiar de la Historia de la decadencia y caída del Imperio romano de Edward Gibbon, pero no vivió lo suficiente como para verla publicada.

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El legado de Bowdler

Las ventas de The Family Shakspeare propiciaron que durante los años posteriores a su publicación brotasen hasta cincuenta versiones depuradas y corregidas de las obras clásicas de Shakespeare de mano de otros editores y autores. Remakes que ya hacían con el material lo que les salía de las gónadas: expurgar sus elementos ofensivos, inventarse escenas añadidas, reescribir los diálogos, montarse crossovers entre diferentes obras de Shakespeare e incluso pervertir totalmente la idea original, como en cierta edición light de Romeo y Julieta que se anunciaba fardando de final feliz. Pronto la acción de «bowdlerizar» (to bowdlerize en el original) comenzó a popularizarse como sinónimo de saneamiento literario para las pieles más finas. En 1836, el político Thomas Perronet Thompson lo utilizó por primera vez en un escrito y a partir de entonces el verbo sustituyó al clásico «castrar» que se usaba hasta entonces para definir las censuras literarias de naturaleza similar. En la actualidad, el término sigue siendo utilizado con el mismo significado que Perronet le atribuyó en 1836: para señalar aquellos trabajos desbravados por terceros y convertidos en productos estériles y fáciles de masticar para público de todas las edades. Porque lo de destrozar el material original nunca ha pasado del todo de moda.

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En 1967, la editorial Ballantine Books aprovechó que poseía los derechos del Fahrenheit 451 de Ray Bradbury para editar una edición bowdlerizada enfocada al público adolescente que se denominó «Bal-hi edition». Una adaptación que modificaba el texto que consideraba inadecuado, reformaba capítulos y censuraba las palabras que creía malsonantes («infiernos», «aborto» y «maldito», entre otras como «ombligo»). Aquella edición aguada fue comercializada legalmente hasta 1979, el año en el que Bradbury se enteró de su existencia y se le hincharon las pelotas. El conde de Montecristo de Alexandre Dumas sufrió de censura puritana cuando los traductores de la obra al inglés (Dumas era francés y el original está escrito en dicho idioma) decidieron eliminar de la historia el romance lésbico y el consumo de hachís. La vida de las abejas del belga Maurice Maeterlinck soportó una edición titulada La vida de las abejas para niños que eliminó todas las reflexiones filosóficas del escrito (la verdadera gracia del asunto) y lo convirtió en un texto educativo del montón. La novela Adiós a las armas de Ernest Hemingway padeció una edición libre de tacos que sustituyó todos los «joder», «mierda» y «cabronazo» de los diálogos por guiones, una decisión que cabreó tanto al propio Hemingway como para escribir a mano las palabrotas en las copias que regaló a James Joyce y Maurice Coindreau. El clásico Las aventuras de Huckleberry Finn de Mark Twain recibió recientemente una reescritura que sustituía todos los «nigger» del texto por «slave». En la edición de 1964 de Charlie y la fábrica de chocolate, Roald Dahl describió a los Oompa-Loompas como pigmeos originarios de África, pero las reimpresiones de la década de los setenta modificaron el país natal de los empleados de Willy Wonka por Loompalandia para evitarse problemas. Ciertas ediciones para todos los públicos de Los viajes de Gulliver eliminaban todas las referencias sexuales que Jonathan Swift deslizaba en la historia sin disimulo alguno. El cuento ilustrado La cocina de noche de Maurice Sendak fue motivo de una controversia ridícula tras publicarse allá por 1970: el protagonista era un niño que se paseaba por las viñetas con el culo al aire y lo de ver un pito en imágenes puso tan nerviosos a los concienciados padres como para que con sus quejas obligasen a retirar el relato de las tiendas. Lo gracioso es que algunas librerías optaron por bowdlerizarlo a mano, dibujando pañales sobre el pexx del niño protagonista.

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El caso de la obra de Enid Blyton es curioso porque sus libros para niños fueron inicialmente criticados por tener cierto tufillo machista, elitista y racista, pero se convirtieron en best sellerspotentes. Y hasta la propia BBC prohibió expresamente radiar cualquier extracto de su obra en antena durante los años treinta, cuarenta y cincuenta, alegando que la escasa calidad de los manuscritos no se merecía atención alguna. En la época actual, las ediciones modernas de algunas de sus creaciones han sufrido una bowdlerización de chiste: en la saga iniciada con El bosque encantado se han eliminado las peleas de la historia y los personajes de Dick y Fanny han sido rebautizados como Rick y Frannie para evitar las connotaciones sexuales modernas que pudiesen tener los nombres anteriores (dick vendría a ser ‘pito’ en inglés, mientras que fanny es sinónimo de ‘vulva’ en Inglaterra y de ‘nalgas’ en Norteamérica).

Los cuentos clásicos son un tema especial, porque llevan toda la vida siendo bowdlerizados y la gente está tan acostumbrada a consumirlos en su versión light como para sorprenderse al descubrir que originalmente eran fábulas muy retorcidas y cabronas: en La Cenicienta las hermanastras de la protagonista se mutilaban los dedos del pie para encajar la pezuña en el zapato de cristal que portaba el príncipe, Pinocho no solo la diñaba de manera horrible a mitad de sus aventuras sino que antes tenía tiempo para cargarse a Pepito Grillo por accidente, el lobo se merendaba a dos de Los tres cerditos, en muchas fábulas tradicionales las ranas no se convertían en príncipe gracias a un beso sino a base de hostias y mutilaciones, Mulan desembocaba en el su***dio de la heroína protagonista, La bella durmiente era violada por un rey durante su sueño y sus hijos perseguidos por una celosa esposa del monarca (que pretendía cocinarlos para dárselos de comer a su marido), La sirenita intentaba asesinar al príncipe del cuento después de que aquel se casase con otra y la fábula original francesa en la que se inspiraron los hermanos Grimm para escribir Hansel y Gretel se marcaba un final feliz con los niños protagonistas rajándole el cuello al mismísimo diablo.

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La Cenicienta, Mulan y Los tres cerditos.
Hot on TV


Entre tanto, en el mundo televisivo la bowdlerización está tan extendida y resulta tan delirante que repasar sus grandes éxitos convertiría esto en una letanía (aún más) insoportable. Basta con recordar que la televisión americana es muy amiga de redoblar ciertos diálogos para extirpar las palabras malsonantes que podrían hacer llorar a los niños, cosas tan disparatadas como sustituir en El gran Lebowski un «See what happens when you fuck a stranger in the ass?» («¿Ves lo que pasa cuando le das por el culo a un extraño?») por un «See what happens when you meet a stranger in the alps?» («¿Ves lo que pasa cuando te encuentras con un desconocido en los Alpes?»). Aunque el mejor de ejemplo de dichos remaches surrealistas se encuentra en la versión de Serpientes en el avión que se emitió en el canal FX, aquella cuyo doblaje sustituyó la legendaria frase «I have it with this motherfucking snakes on this motherfucking plane» («Estoy hasta los coj*nes de esas putas serpientes y hasta los coj*nes del puto avión») por «I have it with this monkey-fighting snakes on this Monday to Friday plane» («Estoy cansado de esas serpientes que luchan contra monos y de este avión que circula de lunes a viernes»).


Aprended, familia Bowdler.

La leyenda de Tickle Cock

Tickle significa ‘cosquillas’ y cock se traduce coloquialmente como ‘poxx’, partamos de ahí. Pues bien, resulta que en el pueblecito de Castleford de Yorkshire del Oeste (Inglaterra) existe un paso subterráneo inaugurado en 1890 y conocido oficialmente desde entonces como Tickle Cock Bridge. Un acceso peatonal que conecta la zona residencial del pueblo con la comercial y es utilizado semanalmente por varios miles de personas. En 2008 se tomó la decisión de restaurar el pasadizo por completo, porque el hecho de que aquello llevase teniendo el mismo aspecto desde la época victoriana ni era demasiado moderno ni parecía demasiado seguro. El gobierno del lugar decidió aprovechar para rebautizar la localización sustituyendo el jocoso «Tickle Cock» por un sosísimo «Tittle Cott», en un ejemplo maravilloso de lo que significa bowdlerizar en la vida real. Una vez finalizadas las obras, se colocó en el lugar una placa que lucía orgullosa la nueva denominación del paso subterráneo, algo que cabreó bastante a los habitantes del lugar. Margaret Shillito, representante de una agrupación llamada Castleford Area Voice for the Elderly y formada por mayores de cincuenta años, lo dejaba bien claro en las noticias: «La placa estaba mal, mostraba el nombre equivocado y aquello nos ofendía. Lo importante es mantener el nombre del lugar, no darle uno nuevo solo porque alguien ha considerado que suena mejor. Tickle Cock es el nombre por el que se ha conocido este puente durante varias generaciones, y nos gusta ese nombre, tiene carácter y tiene su historia. No queremos que el nombre equivocado sea el que pase a la posteridad».

Los habitantes de Castleford llevaron a cabo una asamblea pública en la que casi todos los ciudadanos se mostraron a favor de restaurar el nombre original. La presión de los lugareños logró que las autoridades competentes reculasen por completo y sustituyeran la placa por otra con la denominación correcta, permitiendo que la gente siguiera llamando a las cosas por su nombre.

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(1) En The Family Shakspeare el nombre del escritor inglés está escrito de ese modo (con una «e» ausente) de manera consciente. En aquella época nadie se ponía de acuerdo sobre cómo se escribía dicho apellido y existen multitud de variantes locas del mismo.

https://www.jotdown.es/2019/02/bowdlerizate-para-no-ofender-a-nadie/
 
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