PREHISTORIA- Los infinitos enigmas de la Cueva de La Pileta

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Un proyecto cataloga los descubrimientos del enclave malagueño referente del arte paleolítico
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Pinturas de desconocido significado realizadas hace 20.000 años en una sala cerrada al público en la Cueva de la Pileta, en Benaoján. PACO PUENTES

ÁNGELES LUCAS
Benaoján 27 JUL 2017 - 09:26 CEST


Año 20.000 antes de nuestra era. Los ojos escuecen por el humo de una antorcha que apenas alcanza a iluminar los pasos de altísimos hombres atléticos que han recorrido pasadizos de roca caliza durante varias horas en una húmeda cueva de la sierra de Málaga. Ven aparecer de entre la negrura una amplia y blanca pared. Bajo sus pies sortean pequeños lagos llamados gours que terminan de otorgar al entorno un ambiente místico. Cogen pigmentos ferrosos que brotan de la piedra y pintan ahí circunferencias con rayitas dentro y una suerte de filamentos alrededor. No se sabe qué pueden significar, ni una sola idea, pero es único en el mundo. Uno de los grandes enigmas que todavía esconde la Cueva de la Pileta, en Benaoján, un referente mundial de arte paleolítico descubierto por un campesino en 1905 cuando iba a buscar guano de murciélago para usarlo como abono.

Se ve la oscuridad y se oye el silencio entre estas pinturas ferrosas no son lo más ancestral de esta caverna. Entre sus galerías se sortean trazos de carbón negro y otros rojos y amarillos que delinean contornos de cérvidos, caballos, cabras, rinocerontes… desde hace alrededor de 40.000 años en adelante. Quedan plasmadas figuras de toros de una tonelada llamados uros, de un pez de dos metros y la perfecta silueta de una yegua preñada que se ha convertido en el símbolo de la comarca. “Es impresionante que una persona hace tantísimo tiempo dibujara esto y nosotros, ahora, seamos capaces de sentirlo como obra humana”, señala el profesor de Prehistoria de la Universidad de Sevilla, Miguel Cortés, director de un proyecto aprobado por el Ministerio de Economía con un presupuesto de casi 46.000 euros que da la posibilidad de datar las pinturas, estudiar los pigmentos y documentar el arte paleolítico de esta cueva, que es monumento nacional desde 1924 y Bien de Interés Cultural.

Tras subir una empinada escalinata de piedras, una oquedad tapada con una cancela de hierro da la entrada a lo que fue un lugar de agregación o peregrinación de las comunidades del sur. Donde grupos humanos residentes por la actual serranía de Ronda y de Grazalema, que probablemente en un verano con ocho grados menos que el actual y más cerca de la costa, acudieran a este enclave en la época de la glaciación para intercambiar productos o ideas. “Era un punto de encuentro para celebrar un acto social de relevancia cuya ubicación se pasaba de entre generaciones”, añade Cortés. Dejaban sus huellas literales y sus inquietudes y creencias con las pinturas. “Hay por ejemplo figuras de cabras que se han encontrado idénticas en otros lugares, es como si ahora se compara con la escultura barroca o gótica, siguen todas los mismos patrones”, detalla.

Solo pasar esa cancela de hierro y pisar la cueva es sobrevolar un terreno que esconde 150.000 años de secuencia histórica desconocida entre sus sedimentos, cuenta Cortés, que sin problema responde “no se sabe, no se sabe” a la infinidad de interrogantes que se abren a cada paso y que se irán respondiendo en este proyecto con herramientas como un lector que permite a través de infrarrojos descubrir la composición química de los pigmentos. Entre los últimos descubrimientos que ha hallado Cortés junto a su equipo está la primera lámpara portátil de la península ibérica, datada en 32.000 años. Una concha marina fósil a la que se le ponía grasa de tuétano animal y una mecha vegetal. “En la valva se han encontrado además pigmentos amarillos y rojos que ilustra que la utilizaban para iluminarse mientras pintaban”, apunta el experto.

Henri Breuil a comienzos del siglo XX para desentrañar las primeras incógnitas. "En el año 1935, con una cuerda de 100 metros que trajo desde Málaga en tren hasta la estación de Benaoján, y a continuación en burro, hasta el cerro de La Pileta (...) bajó a la gran sima, de 75 metros", se lee en el libro Acontecimientos históricos más importantes sobre La Pileta y la familia Bullón (1905-2005).

Pero han sido miles los siglos que han conformado esta amalgama de enigmas incesante, casi los mismos que se necesitarían para responder a las preguntas que lanza por milímetros este patrimonio único. El valor del símbolo, el rastro de los ancestros, la extraña vida animal, la curiosidad por las vivencias pasadas, el ritmo del musgo y los insectos, las inquietudes humanas de hace milenios… Son los “no se sabe, no se sabe” de la Cueva de La Pileta. “Mientras más se conoce, más aparece. La Pileta no para de sorprender”, culmina Bullón.

https://elpais.com/cultura/2017/07/25/actualidad/1500993832_586261.html
 
Un proyecto cataloga los descubrimientos del enclave malagueño referente del arte paleolítico
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Pinturas de desconocido significado realizadas hace 20.000 años en una sala cerrada al público en la Cueva de la Pileta, en Benaoján. PACO PUENTES

ÁNGELES LUCAS
Benaoján 27 JUL 2017 - 09:26 CEST


Año 20.000 antes de nuestra era. Los ojos escuecen por el humo de una antorcha que apenas alcanza a iluminar los pasos de altísimos hombres atléticos que han recorrido pasadizos de roca caliza durante varias horas en una húmeda cueva de la sierra de Málaga. Ven aparecer de entre la negrura una amplia y blanca pared. Bajo sus pies sortean pequeños lagos llamados gours que terminan de otorgar al entorno un ambiente místico. Cogen pigmentos ferrosos que brotan de la piedra y pintan ahí circunferencias con rayitas dentro y una suerte de filamentos alrededor. No se sabe qué pueden significar, ni una sola idea, pero es único en el mundo. Uno de los grandes enigmas que todavía esconde la Cueva de la Pileta, en Benaoján, un referente mundial de arte paleolítico descubierto por un campesino en 1905 cuando iba a buscar guano de murciélago para usarlo como abono.

Se ve la oscuridad y se oye el silencio entre estas pinturas ferrosas no son lo más ancestral de esta caverna. Entre sus galerías se sortean trazos de carbón negro y otros rojos y amarillos que delinean contornos de cérvidos, caballos, cabras, rinocerontes… desde hace alrededor de 40.000 años en adelante. Quedan plasmadas figuras de toros de una tonelada llamados uros, de un pez de dos metros y la perfecta silueta de una yegua preñada que se ha convertido en el símbolo de la comarca. “Es impresionante que una persona hace tantísimo tiempo dibujara esto y nosotros, ahora, seamos capaces de sentirlo como obra humana”, señala el profesor de Prehistoria de la Universidad de Sevilla, Miguel Cortés, director de un proyecto aprobado por el Ministerio de Economía con un presupuesto de casi 46.000 euros que da la posibilidad de datar las pinturas, estudiar los pigmentos y documentar el arte paleolítico de esta cueva, que es monumento nacional desde 1924 y Bien de Interés Cultural.

Tras subir una empinada escalinata de piedras, una oquedad tapada con una cancela de hierro da la entrada a lo que fue un lugar de agregación o peregrinación de las comunidades del sur. Donde grupos humanos residentes por la actual serranía de Ronda y de Grazalema, que probablemente en un verano con ocho grados menos que el actual y más cerca de la costa, acudieran a este enclave en la época de la glaciación para intercambiar productos o ideas. “Era un punto de encuentro para celebrar un acto social de relevancia cuya ubicación se pasaba de entre generaciones”, añade Cortés. Dejaban sus huellas literales y sus inquietudes y creencias con las pinturas. “Hay por ejemplo figuras de cabras que se han encontrado idénticas en otros lugares, es como si ahora se compara con la escultura barroca o gótica, siguen todas los mismos patrones”, detalla.

Solo pasar esa cancela de hierro y pisar la cueva es sobrevolar un terreno que esconde 150.000 años de secuencia histórica desconocida entre sus sedimentos, cuenta Cortés, que sin problema responde “no se sabe, no se sabe” a la infinidad de interrogantes que se abren a cada paso y que se irán respondiendo en este proyecto con herramientas como un lector que permite a través de infrarrojos descubrir la composición química de los pigmentos. Entre los últimos descubrimientos que ha hallado Cortés junto a su equipo está la primera lámpara portátil de la península ibérica, datada en 32.000 años. Una concha marina fósil a la que se le ponía grasa de tuétano animal y una mecha vegetal. “En la valva se han encontrado además pigmentos amarillos y rojos que ilustra que la utilizaban para iluminarse mientras pintaban”, apunta el experto.

Henri Breuil a comienzos del siglo XX para desentrañar las primeras incógnitas. "En el año 1935, con una cuerda de 100 metros que trajo desde Málaga en tren hasta la estación de Benaoján, y a continuación en burro, hasta el cerro de La Pileta (...) bajó a la gran sima, de 75 metros", se lee en el libro Acontecimientos históricos más importantes sobre La Pileta y la familia Bullón (1905-2005).

Pero han sido miles los siglos que han conformado esta amalgama de enigmas incesante, casi los mismos que se necesitarían para responder a las preguntas que lanza por milímetros este patrimonio único. El valor del símbolo, el rastro de los ancestros, la extraña vida animal, la curiosidad por las vivencias pasadas, el ritmo del musgo y los insectos, las inquietudes humanas de hace milenios… Son los “no se sabe, no se sabe” de la Cueva de La Pileta. “Mientras más se conoce, más aparece. La Pileta no para de sorprender”, culmina Bullón.

https://elpais.com/cultura/2017/07/25/actualidad/1500993832_586261.html

Muchas gracias. Me encanta el tema:)
 
Muchas gracias! soy una gran seguidora de todo lo relacionado con el paleolítico (sobre todo el superior) y la posterior edad del cobre. Me encanta el tema !
 
Erase una vez un pitecántropo
Publicado por Emiliano Bruner

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Karl Popper, Thomas Kuhn y un pitecántropo se encuentran en el Paraíso. Popper afirma que el estar muerto no demuestra haber vivido. Kuhn le responde que a los demás les da igual creer haber vivido o haberlo hecho de verdad. Los dos miran al pitecántropo y le preguntan lo que opina. Y el prehistórico responde: «Caballeros, en mi caso es diferente, porque muerto no es lo mismo que extinto. De hecho, es muy difícil demostrar que mi gente no haya existido: miren a los fósiles».

La ciencia, así como la conocemos hoy en día y en nuestra cultura occidental, se ha forjado durante miles de años tambaleándose entre dudas y certezas, verdades y leyendas, desinformación y conocimiento, mezclando sabiduría y negocio, intereses e inquietudes, y muchas, muchas contradicciones. Las religiones promovían el desarrollo cultural para luego reprimirlo cuando no caminaba por el derrotero deseado. Los gobiernos siempre han querido aprovecharse de la tecnología, pero sin tener que lidiar con los despertares intelectuales asociados con el impulso del progreso. La sociedad exige soluciones, pero rechaza por defecto —y a menudo agresivamente— cualquier cambio de sus dogmas, de sus creencias y de sus preceptos. Todos anhelan el fruto prohibido del conocimiento, pero le tienen miedo a sus consecuencias. Así que la ciencia ha evolucionado en un marco donde quizás el centro de gravedad puede que sea claro, pero sus fronteras son increíblemente borrosas. Cuando intentamos comprender los fenómenos de la naturaleza sufrimos limitaciones asociadas al mismo proceso de conocer, y limitaciones asociadas a nuestros contextos históricos y sociales.

Por esto, aunque nos gusta decir que la ciencia puede descubrir, en realidad lo que hace sobre todo es interpretar. Su objetivo es proporcionar interpretaciones sólidas, sensatas y coherentes con las observaciones y con las experiencias, y luego someterlas a prueba hasta el agotamiento. Hay quien piensa que existen ciencias duras y ciencia blandas, pero la verdad es que nadie trabaja manipulando la mismísima realidad, y todos, al fin y al cabo, solo podemos proponer modelos fundados en los datos que tenemos, y buscar más datos para evaluar si estos modelos son suficientemente buenos para poder suponer lo que pasa en una célula, en un organismo, en una comunidad o en el universo. Karl Popper decía que tal vez exista una verdad, pero lo que no puede existir es la certeza de haberla alcanzado. Por eso nuestros modelos pueden falsearse, demostrando que no funcionan, pero no confirmarse, porque siempre puede pasar que de repente se vengan abajo a la luz de nuevas evidencias. Una hipótesis que cae frente a la evidencia es errónea, pero una que aguanta no por ello es verdadera: que no haya caído no quiere decir que nunca caerá.

Hay que reconocer que la perspectiva de Popper tiene una lógica impecable. Y, si la ciencia farda de razón y coherencia, no puede prescindir de esta lógica. Es una perspectiva algo frustrante, pero desde luego sincera. Por ende, lo que podemos pedir a nuestras teorías no es que sean ciertas sino que, por lo menos, funcionen. El poder predictivo de una teoría no es garantía de su exactitud, pero alivia, sugiere un buen camino, y además es fundamental a la hora de transformar la teoría en una posible aplicación.

Las religiones se aprovechan del concepto de posibilidad, es decir, se limitan a considerar una serie de contingencias que son posibles. Claro está que, en ausencia de adecuadas informaciones, todo es posible, incluso algo aparentemente ilógico o absurdo. De ahí surge su fuerza social, porque si todo es posible nada es criticable o falseable. Es posible que la Tierra haya sido creada por una fuerza consciente y barbuda, es posible que existan dragones en las entrañas de la tierra, es posible que yo sea un marciano y vosotros no os hayáis ni enterado. En cambio, la ciencia se funda en el principio de probabilidad, intentando valorar en qué medida cierta teoría es probable a la luz de las evidencias. En este caso se puede proceder a una selección de ideas. Algunas de estas ideas caerán y otras se quedarán, por el momento, en pie, y no porque sean posibles o ciertas, sino porque tienen una decorosa probabilidad de ser acertadas. No tenemos evidencia de un ser sobrenatural barbudo, nunca hemos encontrado dragones a pesar de haberlos buscados en todos los rincones del planeta, y que yo sea un marciano es posible pero, lo admito, es improbable.

Así que lo que intentamos hacer los científicos es diseñar una teoría en función de la información que tenemos, y luego testar hipótesis que puedan ayudar a valorar la probabilidad de que esta teoría se acerque a una interpretación adecuada de la realidad. Desde luego hay que reconocer que el grado de certeza (o, mejor dicho, de incertidumbre) no será lo mismo en todos los campos. Habrá situaciones donde las evidencias cuantitativas, empíricas y experimentales ofrezcan una buena probabilidad de poder tantear una cierta idea, y otras donde los datos sean tan escasos que el dilema de su validez se quedará sin muchas respuestas.

Y esto nos lleva a dos reflexiones. Primero, tenemos que admitir que se trata de una diferencia de grado y no de sustancia. Sin embargo, todavía hay quien piensa que existen ciencias nobles que revelan certezas y otras de papel maché que sirven de adorno. Pero asociar ciencia y verdad es algo bastante peligroso, porque en este caso se está contaminando el saber con dogmas y sentencias más propias de la religión, lo cual, a bote pronto, no suena prometedor. Segundo, tenemos que ser sinceros con nosotros mismos y, una vez planteada la cuestión según un criterio de probabilidad y un principio de falsabilidad, luego hay que aceptar el veredicto: si los datos no hablan, no deberíamos torturarlos hasta que confiesen algo que no han hecho. Es decir, en todos los campos habrá situaciones donde es posible evaluar una hipótesis o una teoría, y situaciones donde esto, científicamente, no será posible. Cuando esto ocurra, es posible intentar orientarse con opiniones personales, pero sin adornarlas con garantías que, sencillamente, una opinión no puede ofrecer.

Entre las disciplinas que tienen limitaciones serias en este sentido se encuentra la paleontología humana que, a pesar de ofrecer las únicas preciosas evidencias directas sobre nuestra propia evolución, se sustenta en un registro fósil extremadamente reducido. No tenemos todas las especies de una cierta época evolutiva, sino solo unas pocas, las que han podido dejar rastros en los sedimentos geológicos por su peculiar ecología (habitar ambientes propicios a la fosilización), por su comportamiento (meterse donde no deben y morir donde luego las podemos encontrar) o por azar. De estas especies tampoco conocemos su variabilidad, sino solo uno o pocos individuos, que pueden no representar anatómicamente a todos los ejemplares de su especie. De estos pocos individuos tampoco conocemos toda su anatomía, sino solo el sistema esquelético, que es importante pero que no cuenta toda la historia detrás de su compleja biología. Y tampoco tenemos todo su sistema esquelético, sino a menudo solo algunos fragmentos, a veces hechos pedazos o deformados. En resumidas cuentas, los fósiles difícilmente pueden sostener un estudio biológico exhaustivo, una valoración estadística suficiente, o una evidencia experimental reproducible. Vamos, que la situación no está como para soltar certezas.

Pero tampoco sería inteligente obviar y olvidar esta información quitando valor a estos trocitos de huesos fosilizados porque, al fin y al cabo, como hemos dicho es la única prueba directa que tenemos del proceso evolutivo, así que su valor es inestimable. Entonces de lo que se trata es de sacar cuanta más información posible, aprovechando lo que hay pero sin pasarse demasiado con especulaciones. Desafortunadamente a los humanos se nos dan bien los excesos, y no sobresalimos por moderación. La evolución humana es un tema fascinante (se vende muy bien), difícil de falsear en muchos aspectos (hay cosas que no podremos averiguar nunca) y totalmente inocuo (un error, una imprecisión o una mentira no matarán a nadie). Así que es un campo más sensible que otros a la especulación, y a la venta de opiniones personales como fundadas hipótesis científicas. Y esto ocurre en la divulgación y en el periodismo (donde precisamente esta disciplina encaja perfectamente a la hora de proporcionar cierto tipo de entretenimiento culto), pero también en el mismo mundo académico, donde a estos tipos de estudios se les exigen muchas menos cautelas que a otros.

Desde luego sería interesante y necesario saber el peso que esta flexibilidad conlleva en el desarrollo de este o de otro campo. Primero se trataría de saber, tanto en esta disciplina como en las demás, qué porcentaje de la producción científica es realmente sólido, o por lo menos coherente, para saber si el ruido de fondo es escaso y, de todas formas, tolerable, o si por el contrario es demasiado y está afectando el desarrollo del conocimiento. Con frecuencia se dice que algo siempre es mejor que nada pero no es así, porque a menudo una falta de información hace menos daño que una información incorrecta. Segundo, se trataría de saber si ciertas simplificaciones del método científico son útiles para promocionar sus objetivos, o si en cambio los están desviando y obstaculizando. Como podéis imaginar, todo ello es algo que no va a ser posible medir con métodos irrefutables, así que me temo que cada uno lo tendrá que valorar en conciencia.

Ahora bien, que estas limitaciones no sirvan de excusa, y que nadie se esconda detrás de las dificultades. Muchas veces te dicen que seguir un criterio riguroso «es difícil». Y esto es cierto, pero no por ello no hay que seguirlo. Nadie ha dicho que la profesión de investigador o de divulgador sea fácil. Tampoco es fácil la de cirujano o ingeniero, pero cuando se trata de nuestro corazón o de un rascacielos exigimos rigor y seguridad. Si a alguien le parece demasiado difícil una tarea, no es necesario que se dedique a ello profesionalmente. Y tampoco vale tomar una posición todavía más extrema y decir que en ciertos campos «no es posible» seguir un criterio riguroso, porque se estaría afirmando implícitamente que aquel sector no es de fiar. Aplicar un criterio de probabilidad y un principio de falseabilidad es posible incluso con los fósiles, aunque en este caso es probable que, como consecuencia, haya que mitigar las aseveraciones. A veces solo es una cuestión de terminología, de una concienzuda elección de las palabras.

Por poner un ejemplo sencillo, no es lo mismo decir «los neandertales tenían un cerebro de nuestro mismo tamaño» que decir «los fósiles actualmente interpretados como neandertales no sugieren que tuviesen un cerebro más grande o más pequeño que el nuestro». La segunda frase es más larga, pero mucho más precisa, porque deja entender muy bien que hablamos de inferencias y que hay falta de información, con lo cual la conclusión que sigue no es una verdad, sino una probabilidad, por el momento compatible con los datos. O, cuando se presentan estos arbolitos majos con ramas y especies, sería lo suyo no presentarlo como una realidad (por ejemplo: la filogenia de los homínidos) sino como lo que es, o sea una hipótesis en busca de apoyo (por ejemplo: hipótesis filogenética de los homínidos). En cambio, a menudo se estudia un rasgo biológico o una muestra con un algoritmo que te da un resultado numérico (el arbolito) y, en lugar de utilizar este resultado para evaluar una hipótesis previa, se usa directamente como hipótesis en sí misma. Por ende, el dato coincide con la hipótesis que él mismo ha generado, y se confunde el resultado con la conclusión, violando todas las posibles normas de circularidad y de sensatez. Por ejemplo, puedo hacer la hipótesis, basada en distintas informaciones precedentes, que humanos y chimpancés son primos hermanos evolutivos, y luego calcular arbolitos para ver cuántos y cuáles la apoyan, y cuántos y cuáles no. Lo que se hace, sin embargo, es lo contrario, es decir pongo unas variables y unos criterios específicos en un caldero algorítmico sin una idea por testar, y si sale que humanos y chimpancés se acoplan evolutivamente entonces concluyo que son primos hermanos. Es decir, estoy haciendo coincidir el resultado (una solución numérica, de las muchas y diversas que se pueden encontrar) con la conclusión (la supuesta realidad). El resultado se vuelve hipótesis y se confirma a sí mismo, sin haber interpuesto una adecuada interpretación.

Otras veces, comentar una evidencia fósil puede necesitar algo más complicado que un fraseo prudente y una adecuada elección de palabras, aunque siempre habría que hacer hincapié en que una evidencia puede ser compatible con una cierta teoría, pero casi nunca ser su confirmación concluyente. Y, desde luego, estas teorías deben sustentarse en un panorama de evidencias mucho más amplio, ajeno a la evidencia misma que estamos evaluando. En evolución, las teorías se deberían construir integrando informaciones que vienen de la anatomía, de la ecología, de la genética, de la geología, de la arqueología y de muchas otras disciplinas, y no a partir de una secuencia molecular o de la falange de un meñique.

Dicho de paso, seguramente habría que usar frases más largas, un lenguaje mucho más cuidadoso y un criterio de interpretación mucho más discreto, pero a mí personalmente me parece que esto, además de cumplir con los mandatos de la ciencia, presentaría todo con una luz mucho más interesante, revelando que hay muchas cosas por descubrir, ideas todavía por diseñar, y un mundo entero que nos está esperando con sus sorpresas. Eso sí, esta perspectiva también arrancaría de cuajo un cierto porcentaje de literatura, científica y divulgativa, totalmente fundada sobre especulaciones y opiniones personales. Opiniones que a veces son sensatas, y a veces no. Y, lo repito una vez más, el problema no lo generan las opiniones en sí (una especulación a veces puede ser reveladora), sino el hecho de presentarlas como hipótesis científicas o incluso como certezas.

Es curioso como todo este marco de incertidumbre se puede volver más borroso aún cuando los tiempo se reducen, es decir cuando pasamos de la prehistoria a la historia. Cuando el tiempo pasado se acorta, aumentan desde luego las informaciones disponibles, pero también aumenta la pretensión de alcanzar más detalles en las respuestas. Detalles que, a veces, no es posible conseguir. La historia es una disciplina que acumula informaciones que pueden venir de un libro de hace siglos que ha cruzado traducciones y versiones de todo tipo, de un código de otro milenio encontrado en circunstancias que no son completamente claras, o de un documento trascrito decenas de veces en épocas distintas. Si hoy leemos el periódico de ayer, ya sabemos que las cosas pueden no haber sido como se cuentan. Entre los que se explican mal, los que sesgan, los que rellenan informaciones incompletas, los que interpretan y los que mienten, leyendo un periódico corriente (con todas sus páginas bien impresas y sus fuentes bien documentadas) puede ser difícil entender o interpretar algo que ha pasado la semana pasada. Con lo cual la duda de poder saber algo innegable sobre lo que ha pasado hace siglos o milenios, es una duda totalmente lícita. Pero la historia siempre ha sido catalogada como disciplina humanística y no científica, con lo cual quizás tampoco se ha sentido demasiado vinculada por la invitación a la prudencia de Popper. Aun así, quizás las cautelas deberían ser las mismas mencionadas para los que investigan el pasado más profundo, separando las opiniones y las evidencias, los resultados y las conclusiones, los datos y sus interpretaciones.

Todo esto es teoría. Luego, ahí fuera, está el mundo real, un mundo donde la ciencia se convierte en investigación, es decir en un sistema donde entran en el juego relaciones personales e institucionales, intereses privados y profesionales, amores y odios, competición y conflictos, limitaciones económicas y sociales, reglas y papeleos de una administración más y más engorrosa, vicios y vínculos de unas dinámicas de grupo que delatan sin piedad nuestras raíces simiescas y tribales. Contrariamente a Popper, Thomas Kuhn hizo un análisis de la ciencia mucho menos racional y más emocional. Nos hizo notar que la mayoría de los investigadores se limitan a confirmar lo que ya se sabe, a avalar lo conocido, a defender su posición de forma a menudo dogmática y tajante, lo cual implica rechazar cualquier tipo de innovación o de variación sustancial en los paradigmas o en las supuestas certezas. Los pocos que apuestan por el cambio son, generalmente, obstaculizados por los demás.

Ha habido mucho que debatir sobre cómo y dónde Popper y Kuhn chocan a la hora de interpretar lo que vemos en nuestra ciencia cotidiana, y la respuesta podría ser sencilla: Popper ha descrito cómo debería ser la ciencia, Kuhn ha descrito cómo es de verdad. Hay quien piensa que esta diferencia no es fundamental y quien, como yo, piensa que es determinante. La teoría nos enseña el horizonte lejano, la práctica nos revela lo que tenemos más cerca. La primera nos sirve porque nos indica la dirección, la segunda es necesaria para movernos a cada paso. Mirar solo al horizonte nos puede hacer tropezar con cada piedra en el camino, pero mirarnos solo los pies nos haría perder el rumbo en cada esquina. Es un error superficial y peligroso confundir espiritualidad con religión, ideología con política, ciencia con investigación. Los primeros son conceptos, personales y tal vez utópicos. Los segundos son lo que queda de ellos una vez que han aterrizado en este planeta y se han impregnado de los vínculos de las sociedades humanas y de sus incoherentes comportamientos. Por esto creo que si bien las diferencias entre Popper y Kuhn son fundamentales, no son antagonistas. Al contrario, se integran perfectamente la una con la otra. Popper nos indica sabiamente el camino, mientras que Kuhn nos guarda, concienzudamente, las espaldas.

Los dos siguen debatiendo con el pitecántropo un buen rato, cuando se acerca un señor con barba que estaba escuchando atentamente la conversación, y comenta: «La vida se demuestra por sí sola, por el mero impulso de dejar descendencia, que se convierte en lucha y selección natural». El pitecántropo entonces levanta las cejas peludas mirándole con repentina admiración y le dice: «Claro que sí hombre, está hablando del instinto de reproducción, usted es Charles Darwin». El otro se ajusta la pajarita y contesta: «No sé, yo solo me refería al s*x*, y me llamo Sigmund Freud».
https://www.jotdown.es/2019/06/erase-una-vez-un-pitecantropo/
 
Un estudio recupera datos genéticos de un diente de 1,7 millones de años
La información genética extraída de proteínas del esmalte dental es la más antigua lograda hasta ahora


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MIGUEL ÁNGEL CRIADO
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12 SEP 2019




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Este molar de un 'Stephanorhinus' conserva su reluciente esmalte despues de 1,7 millones de años.MUSEO DE HISTORIA
NATURAL DE DINAMARCA




El esmalte de un diente de un rinoceronte ya extinguido podría revolucionar el estudio de la evolución de la vida. Un grupo de científicos ha logrado extraer información genética de la dentadura de un ejemplar que pació en Eurasia hace más de 1,7 millones de años. Se trata de los datos genéticos más antiguos recuperados hasta ahora. Mas allá del récord, la técnica y materiales usados podrían ayudar a conocer el pasado más remoto de las especies, empezando por la humana.

En las últimas décadas, los avances en el estudio y análisis del ADN antiguo o ancestral no han dejado de dar alegrías a los científicos. Con nuevas y precisas técnicas se ha podido recuperar cada vez más y más completa información genética de cruzados de la Edad Media, maíz milenario o niñas de hace más de 10.000 años. Los hitos en esta especie de arqueología genética son dos: la secuenciación del genoma de fósiles de homínidos en la Sima de los Huesos de hace 430.000 años y la de un équido atrapado en el permafrost hace unos 780.000 años. Pero nadie había logrado remontarse más atrás, al menos con ADN.

Un amplio grupo de científicos especializados en genética ancestral lo intentó buscando ADN entre los fósiles del yacimiento de Dmanisi. Localizado en Georgia, en el Cáucaso, entre el mar Negro y el mar Caspio, aquí se encontraron los restos del género Homo más antiguos fuera de África. Como en otros similares, como el de Atapuerca, junto a los humanos, también se han encontrado centenares de restos de grandes animales con una antigüedad de casi 1,8 millones de años. De algunos de ellos, en particular de rinocerontes ya extinguidos, recuperaron una veintena de huesos y dientes.

No lograron hallar ADN pero sí secuencias completas de proteínas que, al fin y al cabo, son el resultado de la información contenida en el ADN. Identificaron seis tipos de ellas. A diferencia de las muestras de ADN, que permiten secuenciar todo el genoma, las proteínas solo codifican una parte específica del mismo. Pero obtuvieron suficiente información genética como para reconstruir muchas de las ramas del árbol filogenético de los rinocerótidos.

Así, los análisis moleculares colocan a este Stephanorhinus como perteneciente a un grupo hermano del formado por el rinoceronte lanudo y el rinoceronte de Merck, ambos también extinguidos, y relativamente más alejado de las cinco especies actuales. Aparte del interés taxonómico, el trabajo, publicado en Nature, muestra que las proteínas pueden ser una vía alternativa al ADN para adentrarse en el terreno de la arqueología genética.

"Este mismo enfoque de secuenciación del proteoma puede servir para ir donde el ADN no llega", explica desde Copenhague, la especialista en paleogenética de la universidad de la capital danesa, Jazmín Ramos Madrigal, coautora del estudio. La integridad del ADN se ve comprometida a medida que el reloj va para atrás, en especial en las regiones templadas, cálidas y húmedas. "Las proteínas son más estables y se conservan mucho mejor que el ADN", añade.

Hasta ahora, la única proteína usada en estudios de genética antigua era el colágeno, omnipresente en los huesos. Pero, a diferencia de las proteínas del esmalte, apenas presenta variabilidad genética a lo largo del tiempo, por lo que poco puede decir una muestra de colágeno de hace un millón de años sobre la evolución. Además, recuerda Ramos, "se contamina muy fácilmente, ya que es pieza básica de la piel", mientras que para estropear una muestra de esmalte habría que morderla.

El esmalte es el elemento más duro que hay en el cuerpo humano y el que mejor se conserva en el registro fósil. Así que los investigadores creen que si aplicara esta técnica al estudio de los dientes de los fósiles humanos, podría irse mucho más atrás en la genética de la evolución humana. Lo dice en una nota el principal autor del estudio, el investigador de la Universidad de Copenhague, Enrico Cappellini: "Durante 20 años, el ADN antiguo se ha usado para enfrentar preguntas sobre la evolución de especies extintas o la adaptación y migraciones humanas, pero tenía sus limitaciones. Ahora, por primera vez, hemos recuperado antigua información genética que nos permite reconstruir la evolución molecular más allá del límite temporal impuesto por la conservación del ADN".

https://elpais.com/elpais/2019/09/11/ciencia/1568215484_005161.html
 
Hallan en Rusia un perro prehistórico de hace 18.000 años







05/12/2019
Un grupo de científicos ha encontrado en un pedazo de lodo congelado los restos de un perro prehistórico de hace aproximadamente 18.000 años.

El animal se encontraba en la ciudad rusa de Yakutsk. Su estado de conservación es "inusualmente bueno", según los expertos, y se pueden apreciar sus dientes, sus bigotes y su pelo.


 
7.000 AÑOS MÁS ANTIGUA QUE LAS EUROPEAS
Descubren la pintura más antigua de la humanidad y es esta polémica cacería
Una cueva de Indonesia alberga pinturas de animales de hace 43.900 años, pero un especialista español pone en duda que las figuras humanas que los acompañan sean de la misma época



Foto: Parte de las pinturas encontradas. (Foto: Griffith University)


Parte de las pinturas encontradas. (Foto: Griffith University)


AUTOR
JOSÉ PICHEL
Contacta al autor
11/12/2019




Una cueva de Indonesia esconde pinturas en las que aparecen, al menos, ocho figuras humanas y seis animales, dos cerdos y cuatro búfalos. La datación revela que este panel de arte prehistórico tiene como mínimo 43.900 años por lo que no se trata de una pintura cualquiera. No se conoce ninguna muestra de arte figurativo más antiguo realizado por el Homo sapiens, así que el hallazgo que se da a conocer hoy en la revista científica Nature es un extraordinario e histórico descubrimiento.

Los autores del estudio, liderados por Maxime Aubert, investigador de la Universidad Griffith (Australia), no tienen ninguna duda: es la escena de caza más antigua del arte prehistórico y así titulan su artículo: 'Earliest hunting scene in prehistoric art'. Pero no todos los expertos tienen opinan lo mismo sobre lo que esos antepasados nuestros mostraron en esas paredes.


En concreto, el panel de 4,5 metros de ancho situado en la cueva de piedra caliza de Leang Bulu ’Sipong 4, al sur de la isla de Célebes, se encontró en 2017 y ahora se da a conocer su extraordinario valor. La escena muestra teriántropos, figuras que mezclan rasgos humanos y animales, que parecen estar cazando con lanzas o cuerdas. Sus presas son búfalos enanos conocidos como anoas y una especie de cerdo local, el jabalí verrugoso de Célebes.
Sin embargo, un experto en arte prehistórico consultado por Teknautas considera que faltan pruebas para realizar una afirmación tan rotunda. Según explica, las dataciones de las pinturas solo se han realizado tomando muestras de los lugares en los que están pintados los animales. Por lo tanto,no sería descartable que las figuras humanas fueran posteriores, teniendo en cuenta, además, que las escenas de caza no aparecen en otros lugares del mundo hasta decenas de miles de años más tarde.




Los autores del descubrimiento de Indonesia. (Foto: Griffith University)



Los autores del descubrimiento de Indonesia. (Foto: Griffith University)



“La aportación más importante de este trabajo y la que está perfectamente demostrada es la fecha en la que se han pintado los animales, tanto las anoas como los cerdos, que convierte a estas pinturas figurativas en las más antiguas conocidas en la actualidad relacionadas con nuestra especie”, destaca Marcos García Diez, especialista de la Universidad Complutense de Madrid.
El método, que consiste en medir la desintegración radiactiva del uranio, no deja lugar a dudas. “Por la toma de la muestra, su calidad y el procesamiento de los datos, la fiabilidad de las fechas no tiene nada que objetar”, destaca. Sin embargo, “los autores definen que hay una escena de caza entre humanos y animales y pienso que no tienen datos para sostenerlo”, ya que “las fechas que publican solo están relacionadas con los animales, hay tres lugares de muestreo y ninguno se corresponde con las figuras humanas”, comenta el experto.

Una escena adelantada miles de años
Maxime Aubert y el resto de autores argumentan que tanto las figuras humanas como los animales fueron pintados al mismo tiempo porque parecen tener un mismo estilo artístico, con la misma técnica y un pigmento rojo oscuro. En cambio, para Marcos García “decir que es la escena más antigua del arte prehistórico es una hipótesis, no es un dato”. Aunque se puede defender la sincronía entre las figuras humanas y animales, decir que todo corresponde a una escena no está completamente demostrado.

“Si algo sabemos del arte prehistórico es que con frecuencia elementos que aparecen juntos han sido pintados en distintos momentos. A veces, lo que vemos como unitario es, en realidad, una suma de figuras de distintas épocas. Probablemente, a los autores no les haya sido posible obtener muestras de las figuras humanas, y creo que no hay datos que confirmen su sincronía con la de los animales. Ese es el punto débil que veo en el artículo”, destaca el investigador de la Universidad Complutense.



Figura animal pintada en la cueva de Indonesia. (Foto: Griffith University)


Figura animal pintada en la cueva de Indonesia. (Foto: Griffith University)



Por otra parte, la representación de escenas en el arte prehistórico y de la caza en particular solo es frecuente desde hace unos 10.000 años para acá. “De ahí para atrás no hay nada”, asegura, por lo que, si se confirma que el hallazgo que los científicos australianos anuncian en su artículo, se estaría dando un salto de más de 30.000 años hacia atrás. Con frecuencia, las cuevas y los abrigos propicios para conservar el arte rupestre en buen estado suman figuras realizadas en diversos lapsos de tiempo, a veces cortos, pero a veces de miles de años. Es el caso de las cuevas de Altamira (Cantabria), que fueron pintadashace entre 35.000 y 15.000 años atrás.
Precisamente, la comparación de este hallazgo de Indonesia con otros lugares de arte prehistórico destacados en el mundo deja reflexiones interesantes y también algunas dudas. Una de ellas tiene que ver con las figuras teriántropas, las que mezclan partes del ser humano y de animales.



Animales representados en las pinturas. (Foto: Griffith University)


Animales representados en las pinturas. (Foto: Griffith University)



“En otros contextos, por ejemplo, el arte levantino de la península ibérica o en África, tradicionalmente son más modernas, tienen en torno a 8.000 o 10.000 años. Eso no significa que lo que hay en Indonesia sea tan moderno. De hecho, desde que se están introduciendo los nuevos métodos de datación están cambiando las ideas preconcebidas que teníamos, pero lo cierto es que desde nuestra perspectiva nos cuesta entender, sin datos, que esas figuras humanas sean tan antiguas”, apunta el especialista.

Adiós al eurocentrismo
No obstante, reconoce que este y otros hallazgos están cambiando la visión eurocéntrica que se tenía sobre las expresiones artísticas más antiguas del Homo sapiens. Por ejemplo, el año pasado Nature publicó que en la isla indonesia de Borneo había aparecido la que hasta entonces era la figura más antigua pintada por nuestra especie, un animal ensartado por una lanza. Ese dibujo de 40.000 años ya dejaba muy atrás a los de la gruta francesa de Chauvet.

Ahora este nuevo hallazgo se remonta aún más en el tiempo e incide en la misma idea. “El arte de los primeros individuos de nuestra especie ya no está en la península ibérica o Francia, está apareciendo por todo el mundo y ahora mismo las pinturas más antiguas están en Indonesia”, comenta. En la península ibérica hay arte figurativo más antiguo, como en las cuevas de La Pasiega (Cantabria) o Maltravieso (Cáceres), pero según un trabajo publicado en Science en 2018, es obra los neandertales, que pintaban en diferentes cuevas de España y, posiblemente, de Francia (aunque no todo el mundo considera que haya pruebas suficientes).







También hay arte del Homo sapiens que se remonta mucho más atrás, al menos a hace 73.000 años, pero se trata de dibujos abstractos (puntos, rayas y otros signos y representaciones geométricas que no tienen que ver con figuras de la realidad). Así que “el origen del arte figurativo vinculado al Homo sapiens, por lo que sabemos ahora mismo, estaría en Indonesia. El europeo no empezaría hasta 5.000 o 7.000 años después. Esto nos dice que dependiendo de los territorios la forma de expresarse de los humanos de nuestra especie es diferente”, añade.

Figuras muy estilizadas
No obstante, al comparar, a Marcos García también le llama la atención el estilo de las figuras humanas de la cueva de Célebes. “Para compararlas, habría que acudir a otras mucho más modernas de la península ibérica, de hace 10.000 o 12.000 años, porque son representaciones muy estilizadas. Esto no significa nada, es posible que por cuestiones de transferencia o de concepción de las formas lo que se hace en Indonesia hace 40.000 años aquí se hiciera hace 10.000”, apunta.

No obstante, también cree que habría que coger con pinzas la idea de que se trata de teriántropos. “Salvo una de las figuras, que parece claramente una persona tumbada, las demás no tienen rasgos claros”, apunta. Según los autores, quienes pintaron la cueva probablemente estaban representando a personas que vestían máscaras y pieles y quizá tenían algún tipo de creencias relacionadas con el chamanismo e intentaban representar la apropiación de la caza. “En determinadas concepciones del mundo lo humano y lo animal se mezclan y son casi lo mismo, parte de un equilibrio natural”, señala el experto de la Complutense.

Las figuras que se pintaban hace miles de años están relacionadas con elementos cotidianos


En cualquier caso, “en el mundo de las interpretaciones entramos en un terreno resbaladizo, cada uno opinamos de una u otra manera con los datos que tenemos y con la aplicación de modelos etnográficos que podemos conocer”, advierte. Lo que sí está claro es que las figuras que se pintaban hace decenas de miles de años están relacionadas con elementos cotidianos, como los animales que consumían. “Cuando se excavan, aparecen en los yacimientos, hay una identidad temática entre lo que pintan y lo que consumen”, destaca.

Otra cosa es el simbolismo que cada grupo humano le pueda dar a estas representaciones y que, posiblemente, esté relacionado con cuestiones religiosas. Probablemente, pintar animales tenga “un valor simbólico relacionado con el futuro, en el sentido de que si represento algo en una pared, pretendo que esa forma perdure en el tiempo”.

 
PINTURAS RUPESTRES
¿Para qué pintaban los primeros humanos?
El descubrimiento de la obra de arte figurativo más antigua del mundo enciende el debate sobre las motivaciones de sus autores



MANUEL ANSEDE
22 DIC 2019


pinturas rupestres


Los arqueólogos Maxime Aubert y Adam Brumm posan bajo la obra de arte figurativo más antigua del mundo, en la isla de Célebes (Indonesia). KINEZ RIZA



En los cajones que abre Begoña Sánchez Chillón hay un mundo que ya no existe, el último testimonio de una aventura memorable. Entre 1912 y 1936, dos artistas, Juan Cabré y Francisco Benítez, recorrieron España en burro en busca de las primeras obras de arte de la humanidad, elaboradas hace decenas de miles de años sobre lienzos de roca. “Muchas de las pinturas rupestres han desaparecido. El único testigo es esta colección”, explica la bióloga en los archivos del Museo Nacional de Ciencias Naturales, en Madrid. Cabré y Benítez se jugaron la vida en riscos de cabras para calcar las pinturas directamente de las originales, con lápiz y papel vegetal. “Aquí tenemos 2.200 de sus calcos. Algunos de ellos todavía tenían tierra de las paredes de las cuevas”, relata Sánchez Chillón.

Hace apenas una semana, un equipo de arqueólogos australianos anunció el descubrimiento en una caverna indonesia de la obra de arte figurativo más antigua del mundo: una pintura de ocho siluetas humanas cazando jabalíes y búfalos. El autor, la autora o los autores pintaron la escena hace al menos 43.900 años. Eran personas que ya tenían la capacidad de inventar historias de ficción y quizá también un pensamiento mágico. O incluso religioso. Quizá tenían ya sus propios dioses. La nueva pintura de Indonesia plantea muchas preguntas. Y en los centenarios calcos de Cabré y Benítez puede haber algunas respuestas.



Francisco Benítez y su ayudante Jaime Poch calcan una pintura rupestre en la Cueva de la Araña, en Bicorp (Valencia), en 1920.


Francisco Benítez y su ayudante Jaime Poch calcan una pintura rupestre en la Cueva de la Araña, en Bicorp (Valencia), en 1920. MNCN




“El arte rupestre es el primer lenguaje, la primera forma de transmitir conceptos, con vocación de perdurar. La gran pregunta es qué conceptos eran”, explica el arqueólogo Marcos García Diez, de la Universidad Complutense de Madrid. Los prehistoriadores llevan lanzando hipótesis desde 1879, cuando la niña María Sanz de Sautuola, de ocho años, descubrió los asombrosos animales pintados en la cueva cántabra de Altamira. “Parecía que las rocas bramaban. Allí, en rojo y negro, amontonados, lustrosos por las filtraciones de agua, estaban los bisontes, enfurecidos o en reposo. Un temblor milenario estremecía la sala”, escribió medio siglo más tarde el poeta Rafael Alberti.

Tras la polémica inicial sobre su autenticidad, Altamira —pintada desde hace 35.000 hasta hace 15.000 años— pasó a ser conocida como la Capilla Sixtina paleolítica. En 1903, el arqueólogo francés Salomon Reinach lanzó una de las primeras teorías: los habitantes de las cavernas pintaban animales para propiciar la caza, en una especie de ritual de vudú. La idea duró décadas, pero hoy chirría, según advierte García Diez con un ejemplo: la espectacular cueva guipuzcoana de Ekain parece un templo dedicado a los caballos, con decenas pintados hace unos 15.000 años en sus paredes de roca. Pero en su suelo no se encontraron huesos de equinos cazados, sino de ciervos y cabras.




Caballos pintados hace unos 15.000 años en la cueva de Ekain, Guipúzcoa.


Caballos pintados hace unos 15.000 años en la cueva de Ekain, Guipúzcoa. FUNDACIÓN EKAIN




En medio de sus periplos en burro por España, en 1915, el artista Juan Cabré también elucubraba sobre el posible significado de aquellas pinturas que iba calcando de roca en roca. “¿Qué harían allí tales gentes y por multiplicados días? Pues vivían de la caza: pensar en ella, en los medios de conseguirla y en prepararlos”, escribió. Aquella idea de la decoración por aburrimiento también ha muerto. “El arte por el arte fue otra de las primeras teorías y hoy se rechaza”, explica García Diez, que está a punto de publicar el libro El arte. Las primeras imágenes (Diario de Atapuerca), sobre la aparición de la iconografía.

Begoña Sánchez Chillón abre otro de sus cajones, con la ayuda de Mónica Vergés, la responsable del Archivo del Museo Nacional de Ciencias Naturales. Enseguida asoman figuras esquemáticas de mujeres con una vulva gigante y hombres con un gran pexx colgando. “Esta es una de las primeras escenas de parto de la prehistoria”, afirma Sánchez Chillón señalando una de las formas femeninas, con otra figurita entre sus piernas.

Lo que muestra la bióloga es un dibujo elaborado hace un siglo durante una de las expediciones en burro de Francisco Benítez, pero el original fue realizado hace unos 6.000 años en Peña Escrita, un abrigo de roca a más de 900 metros de altura en Fuencaliente (Ciudad Real), en plena Sierra Morena. Allí se encuentran las primeras pinturas rupestres documentadas en España, un siglo antes que Altamira. Un cura, Fernando López de Cárdenas, las encontró durante una excursión en busca de minerales en 1783. Las habilidades artísticas de los humanos prehistóricos eran tan inesperadas que el sacerdote clasificó esos garabatos de vulvas y nepes como “jeroglíficos de gentiles”, posiblemente fenicios o cartagineses.




De izquierda a derecha, la conservadora Begoña Sánchez Chillón, la archivera Mónica Vergés y sus ayudantes Cecilia Gimeno y Piluca Rodríguez observan el dibujo del parto de Peña Escrita (Ciudad Real).


De izquierda a derecha, la conservadora Begoña Sánchez Chillón, la archivera Mónica Vergés y sus ayudantes Cecilia Gimeno y Piluca Rodríguez observan el dibujo del parto de Peña Escrita (Ciudad Real).M. A.




En Peña Escrita, las enigmáticas figuras suelen repartirse en parejas de una mujer con un hombre. Esa dualidad también está detrás de una de las hipótesis más atrevidas e inquietantes sobre el significado del arte paleolítico: la teoría estructuralista, defendida por el prehistoriador francés André Leroi-Gourhan en la segunda mitad del siglo XX. Según sus estadísticas, las pinturas rupestres no se distribuían de manera aleatoria, sino que formaban estructuras binarias, con la pareja caballo-bisonte como representación de la dualidad masculino/femenino. Sus trabajos abrieron la puerta a interpretar las pinturas como unas mismas narraciones mitológicas repetidas en diferentes cuevas.

“Todas estas hipótesis pueden ser parcialmente válidas en algunos casos. El arte rupestre es un lenguaje visual que tendría un significado contingente en función de la coyuntura”, opina el arqueólogo Roberto Ontañón, director de las Cuevas Prehistóricas de Cantabria. “Lo que está claro es que no pintaban lo que veían. Apenas seis o siete especies animales representan el 90% del panteón paleolítico. No son retratos del natural. Son símbolos. Son los principios estructurantes de una cosmogonía”, zanja. “Pero su significado sigue siendo la pregunta del millón”.

La arqueóloga Inés Domingo, de la Universidad de Barcelona, persigue nuevos enfoques. Los primeros prehistoriadores, explica, acudieron a Australia a finales del siglo XIX en busca de poblaciones aborígenes, consideradas entonces “fósiles vivientes” que podrían confesar por fin el sentido del arte rupestre. Así nació la teoría del totemismo, que postulaba que las pinturas servían para identificarse con un animal y absorber su energía.

Pocos se cuestionaban en ese momento que esas premisas eran claramente racistas y negaban la evolución y la historia de unos grupos humanos que viven tan en el presente como nosotros, y que han evolucionado a lo largo de más de 50.000 años”, advirtió Domingo en un artículo científico en 2017. El equipo de la arqueóloga, sin embargo, no renuncia a la llamada etnoarqueología. Su equipo trabaja con dos comunidades aborígenes del norte de Australia, los Kunwinjku y los Jawoyn de la Tierra de Arnhem, que todavía mantienen conexiones con las pinturas rupestres pintadas por sus ancestros.

“En estos grupos, el arte se usa como un medio de comunicación en múltiples contextos. Puede tener un valor sagrado. O puede servir para que un clan se identifique con un animal, igual que el toro de Osborne puede representar a los españoles. También hemos visto que pintaban espíritus malignos en las minas de uranio, para marcar que eran zonas peligrosas. O que pintaban para contar historias, como el momento de la Creación, y se las enseñaban a los niños, igual que nosotros pintamos a los Reyes Magos”, detalla Domingo, que lleva desde 2001 entrevistando a indígenas australianos.

“Si hay algo que nos revela el estudio etnoarqueológico del arte rupestre de la Tierra de Arnhem es la imposibilidad de descifrar el significado del arte de otra cultura sin contar con los conocimientos de los autores”, alertaba en su artículo. “Nunca vamos a llegar a entender el arte paleolítico”, confirma ahora, con voz resignada al otro lado del teléfono.

Queda un hombre vivo que pintó la cueva de Altamira: Pedro Saura, profesor emérito de Bellas Artes en la Universidad Complutense de Madrid. Entre 1998 y 2001, Saura y su esposa —Matilde Múzquiz, ya fallecida— pintaron con carbón y óxidos de hierro la réplica del techo polícromo que se expone junto a la caverna original. “Los autores eran artistas. Algunos, a la altura de Rembrandt, Velázquez o Picasso. Después de 50 años dentro de cuevas, creo que los autores eran muy profesionales, personajes relevantes”, opina el profesor. Otra de las teorías clásicas sugiere que los pintores eran chamanes, en trance tras danzas rituales o la ingestión de sustancias alucinógenas.

“No hay una Altamira, hay muchas”, subraya el arqueólogo Marcos García Diez, que ha datado las pinturas de la cueva. A lo largo de 20.000 años, explica, hubo una primera Altamira de signos. Después, otra fase de caballos rojos. La tercera etapa fue de cérvidos. Y la última, de bisontes, hace unos 15.000 años. Lo que vemos ahora son esas fases solapadas.

“Hace unos 15.000 años, las cuevas del norte de España y del sur de Francia se llenaron de bisontes. Son lenguajes narrativos. Y los lenguajes narrativos son ideologías. Y las ideologías se distinguen en los territorios”, sostiene García Diez. Es su hipótesis favorita: la creación de símbolos para identificar al grupo y marcar su terreno. “Es la explicación más natural”, coincide Begoña Sánchez Chillón mientras cierra uno de sus cajones.

 
Ingenieros de hace 1,8 millones de años
Un estudio demuestra que los homínidos de la Garganta de Olduvai (Tanzania) fabricaban herramientas de piedra específicas en función de su uso, dureza, capacidad y vida útil



Trabajadores del yacimiento de 1.3 millones de años, en la garganta de FLK West de Olduvai (Tanzania), donde actualmente investiga el arqueólogo español del CSIC Ignacio de la Torre.


Trabajadores del yacimiento de 1.3 millones de años, en la garganta de FLK West de Olduvai (Tanzania), donde actualmente investiga el arqueólogo español del CSIC Ignacio de la Torre. IGNACIO DE LA TORRE



RAÚL LIMÓN
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26 ENE 2020




El uso de materiales del entorno como herramientas no es exclusivo del hombre. Muchas especies son capaces de utilizar elementos disponibles. El trono de antigüedad de esta práctica por parte de homínidos se sitúa ahora en 2,58 millones de años en una zona desértica al sur de Etiopía conocida como Bokol Dora, donde se han hallado unas 300 herramientas pequeñas y afiladas, según publicó un equipo internacional de paleoantropólogos en la revista Proceedingsde la Academia Nacional de Ciencias de EE UU. Pero hay un salto evolutivo sustancial: la selección de materiales, no necesariamente del entorno más cercano, por su dureza, potencial de carga y vida útil para fabricar herramientas específicas más eficientes. La prueba de esta práctica hace 1,8 millones de años ha sido demostrada en una excavación en la Garganta de Olduvai (Tanzania), cuna de la primera cultura humana y donde se escribieron las primeras páginas del génesis de la ingeniería si se considera esta como el conjunto de conocimientos orientados a la invención y utilización de técnicas para el aprovechamiento de recursos naturales.

El hallazgo, publicado por Journal of Royal Society Interface, ha sido realizado por un equipo de la Universidad de Kent, el UCL Institute of Archaeology (ambas instituciones del Reino Unido) y el profesor Ignacio de la Torre, del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC, que ahora se encuentra en Tanzania completando la investigación.

La primera cultura humana, la Olduvayense (llamada así por la Garganta de Olduvai de Tanzania), se caracteriza por el uso de cantos tallados. La investigación liderada por Alastair Key, ha demostrado que los homínidos de esta zona dieron un paso fundamental en la evolución al descartar las lavas, cuarcitas o cherts (roca sedimentaria) disponibles y adecuadas para producir herramientas de piedra para decantarse por otros materiales más adecuados a la función que buscaban.

«Lo que hemos podido demostrar es que nuestros antepasados estaban tomando decisiones bastante complejas sobre qué materias primas utilizar y lo hacían de una manera que producía herramientas optimizadas para circunstancias específicas. Aunque sabíamos que las especies de homínidos posteriores, incluida la nuestra, eran capaces de tomar tales decisiones, es increíble pensar que las poblaciones de hace 1,8 a 1,2 millones de años también lo estaban haciendo”, explica Key.




Herramientas de piedra fabricadas hace 1,8 millones de años.


ampliar fotoHerramientas de piedra fabricadas hace 1,8 millones de años. UNIVERSIDAD DE KENT



La investigación ha cuantificado la fuerza, el trabajo y la deformación aplicada a los materiales en cada tipo de piedra para elegir aquellas que arrojaban un mejor rendimiento. De esta forma, los homínidos paleolíticos seleccionaron las materias primas más adecuadas para construir diferentes herramientas de piedra basadas en información sobre su filo, durabilidad y eficiencia en función de cuánto tiempo iban a ser usadas y la fuerza que era necesario aplicar. Esto revela una complejidad en el diseño y la producción de la herramienta durante la Edad de Piedra temprana.

De la Torre, del departamento de Arqueología y Procesos Sociales del CSIC, al que se ha incorporado procedente del Institute of Archaeology del University College de Londres, y que ha obtenido un ERC-Advanced Grant, explica desde Tanzania que la importancia del estudio que están realizando no es tanto la demostración de la selección de materias primas, que se ha documentado en yacimientos más antiguos, sino en “averiguar por qué elegían un tipo de piedras en concreto de forma preferente”. “Según nuestros resultados, ya Homo habilisentendía los conceptos de durabilidad de los bordes cortantes de las rocas y el grado de afilado, y combinaba tales conceptos en la selección preferencial de unas rocas sobre otras para elaborar sus instrumentos líticos”, comenta.

En este sentido, iinvestigaciones anteriores habían demostrado que las poblaciones de la Edad de Piedra temprana en Kenia seleccionaban tipos de piedra altamente duraderos para herramientas, pero el nuevo estudio revela un nivel de complejidad y flexibilidad en la producción de herramientas de piedra inédito. “Al seleccionar el material que mejor se adaptaba a necesidades funcionales específicas, los homínidos optimizaban el rendimiento de sus herramientas y garantizaban la máxima eficiencia y facilidad de uso”, concluye el estudio.

“Esta demostración ayuda a comprender mejor las decisiones implicadas en la selección de materias primas, que ya de por sí es una pregunta de investigación que no suele abordarse de forma sistemática por parte de los arqueólogos, y permite comprender mejor las decisiones técnicas y la capacidad organizativa de seres humanos con cerebros mucho más arcaicos que los nuestros”, explica el investigador español.

Entre los objetos analizados se encuentran lascas, que De la Torre describe como “cuchillos de piedras con bordes cortantes que se usaban para seccionar carne o cualquier otro elemento que necesitaran en sus actividades de subsistencia (tendones, maderas, raíces, etcétera)”, y “machacadores y yunques, que los homínidos usarían para abrir los huesos y adquirir la médula que carroñaban de las presas de grandes carnívoros”.

Esta investigación sobre las estrategias de subsistencia de los primeros seres humanos es el objetivo de la nueva excavación en una serie de yacimientos de Olduvai, un proyecto que lidera el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), y que cuenta con investigadores de University College London (Reino Unido), Indiana University (EEUU) y la UAB y el CENIEH español.

 
El misterio de los guerreros tallados en estas piedras: ¿son lápidas o un 'mapa' de la Península?


Estelas de guerrero de Solana de Cabañas y de La Estrella.

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stelas de guerrero de Solana de Cabañas y de La Estrella. Ceres / MCU



28/01/2020


Sobre la roca pizarra se grabó una figura humana con los brazos extendidos, manos con cuatro dedos y las piernas dobladas; a su lado, un escudo de mayores dimensiones decorado con una I horizontal y marcas de clavos. Por encima de estos dos elementos se talló también, seguramente con un cincel de bronce, una lanza y una espada con hoja en forma de lengua de carpa. En la sección inferior de la piedra, llama la atención el dibujo de un carro plano, como si estuviera visto desde arriba.

Ese es el grabado que muestra la estela de guerrero de Solana de Cabañas (Cáceres), perteneciente al grupo de las misteriosas esculturas que se han ido hallando en el suroeste peninsular y se datan entre los siglos X y VIII a.C., es decir, en el Bronce Final. Todas ellas fueron hechas en granito, pizarra o cuarcito y suelen presentar a una figura esquemática rodeada de armas y otros elementos de prestigio como espejos o fíbulas. Su verdadero significado sigue siendo un enigma por la ausencia del contexto original.

Esa es una de las incógnitas históricas que recoge el divulgador José Antonio Cabezas en su libro En busca del fuego (Espasa), un relato plagado de interrogantes y curiosidades históricas que abarcan desde la Prehistoria, desde cómo desarrollaron los primeros hombres la capacidad de controlar las llamas, hasta la Antigüedad, marcada por el auge y la caída del Imperio romano.

Algunos de los capítulos más interesantes de la concisa y documentada obra se circunscriben a los hallazgos arqueológicos registrados en las últimas décadas en la Península Ibérica, como la del campamento militar romano único de El Pedrosillo (Llerena, Badajoz) o la del tesoro fenicio-tartésico de El Carambolo, que ofreció a los investigadores pistas sobre el desconocido reino de Tartessos. Pero uno de los epígrafes más llamativos es el dedicado a las misteriosas estelas de guerrero.


Monumento funerario
Su interpretación ha llevado a los expertos, según resume Cabezas, licenciado en Historia, a manejar diversas hipótesis. Destacan las que barajan que estas losas de piedra "eran una especie de hitos de demarcación de los territorios o caminos de gran interés económico; de áreas de captación de recursos; de vías de tránsito de ganado y mercancías, o simples indicadores de enterramientos o incineraciones". ¿Problema? Que las excavaciones no arrojan hallazgos antropológicos y, en consecuencia, podrían ser monumentos funerarios de carácter conmemorativo.

Es decir, que podrían ser la señalización de tumbas de jefes guerreros, pero al no haberse descubierto estas últimas ni ajuares funerarios que reflejasen lo la grabado en la tierra, lo más plausible es que se tratase de un cenotafio del líder caído. Sin embargo, el hallazgo de las estelas en zonas de paso, cruces de caminos o pasos de montaña añaden un hipotético valor práctico de demarcación del territorio de una población que controlaba la explotación de los recursos de la zona. Una suerte de señales prehistóricas.

"Aunque no todos los autores comparten esta hipótesis, los pueblos que tallaron estas estelas pudieron ser unos grupos de pastores nómadas que recibieron influencias de otras culturas indoeuropeas y mediterráneas gracias a los contactos mantenidos por el comercio", resume el autor de En busca del fuego. "Esta gente, con el fin de señalizar el domino de ciertas rutas y pasos naturales, pudo colocar las estelas para mostrar a los foráneos su poder, representado en las losas sus armas y sus objetos de prestigio".

Las estelas de guerrero se revelan asimismo en una valiosa fuente de información sobre los aspectos sociales, económicos y funerarios, aunque con muchos interrogantes, de esta población asentada en el suroeste de la Península Ibérica durante el Bronce Final. La iconografía de estas esculturas, según los estudios de los expertos, es la evidencia gráfica del intercambio cultural que mantuvieron con el mundo atlántico y mediterráneo, lo que les permitió descubrir nuevos objetos para incorporarlos a sus admirables grabados.

 
¿Quién mató a la familia de ganaderos hace 7.300 años?
Un estudio de cuatro universidades europeas resuelve el asesinato de un clan del Neolítico al analizar el yacimiento de Els Trocs, en el Pirineo oscense




Cráneo de uno de los individuos asesinados en la cueva de Els Trocs, con impactos de flechas y objetos contundentes.


Cráneo de uno de los individuos asesinados en la cueva de Els Trocs, con impactos de flechas y objetos contundentes. MANUEL A. ROJO / KURT W. ALT



VICENTE G. OLAYA
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Madrid
26 FEB 2020


Hace unos 7.300 años, dos hombres entraron en la cueva cargados de alimentos. Pero, según intuyen los investigadores, en seguida cayeron de rodillas al descubrir los cuerpos desmembrados de sus familiares, se echaron las manos a la cabeza y comenzaron a llorar: todos habían sido asesinados. ¿Por qué? ¿Quién? Ahora, los expertos de cuatro universidades españolas y extranjeras han hallado una respuesta.

La causa de este crimen tiene su origen hace algo más de 7.500 años cuando seres humanos procedentes del Oriente Próximo comenzaron a extenderse por la península Ibérica. Portaban dos secretos: la agricultura y la ganadería. Algunos de ellos eligieron los Pirineos para asentarse. En concreto, un grupo o clan familiar acondicionó una gruta a 1.500 metros de altitud en el actual municipio de San Feliu de Veri-Bisauri, en Huesca. No vivían habitualmente en ella, pero sí la utilizaban en los meses más calurosos como lugar de referencia para su principal actividad: la ganadería trashumante.

El catedrático de Prehistoria de la Universidad de ValladolidManuel A. Rojo Guerra y su homólogo de la Universidad de Krems (Austria) Kurt. W Alt han reconstruido este brutal crimen: flechazos en la cabeza a escasos centímetros, descomunales golpes en los cráneos, rotura de huesos y el desollamiento de nueve miembros del clan (padres, madres, hijos y, posiblemente, la abuela).

Las campañas de excavación en la llamada cueva de Els Trocs comenzaron en 2009. En los poco más de 50 metros cuadrados analizados hasta ahora —se han desenterrado tres niveles de ocupación de distintos momentos del Neolítico—, se han hallado restos de dos docenas de personas, ya que tras el múltiple asesinato, la gruta continuó siendo utilizada en generaciones posteriores. Los trabajos han unido a una treintena de expertos de las universidades de Valladolid, Krems, Basilea (Austria), Autónoma de Madrid y del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).

El estudio explica que de los nueve asesinados cinco eran adultos y cuatro niños. Uno de los hombres, de unos 30 años, y un niño de solo seis eran padre e hijo, mientras que los otros tres menores pertenecían a madres diferentes, cuyos restos no han sido hallados , por lo que los científicos consideran que pudieron ser raptadas.

“Lo más sorprendente”, señala Rojo, “son las evidencias de una extrema violencia, incluso cuando los individuos ya habían fallecido”. El catedrático de Prehistoria está convencido de que cuatro de los cinco adultos recibieron disparos de flecha en la cabeza realizados desde una distancia muy corta y fuera de la cueva. Luego los cadáveres o los cuerpos moribundos fueron trasladados al interior, pero no sin antes, o después, haber recibido numerosos golpes con objetos contundentes en el cráneo y en las extremidades En los huesos largos de los brazos y las piernas, los golpes se sitúan cerca de las articulaciones para producir los mayores destrozos en los huesos. “Puede haber sido parte de un ritual de difícil comprensión hoy en día y que podríamos considerar como una segunda ejecución”, indica el catedrático.

¿Y por qué esta matanza? “Podría tener su origen en disputas territoriales o de robo de ganado o de mujeres, que se intensificaron hasta tal punto de que se produjo una especie de ensañamiento hacia las víctimas. El alto potencial de violencia de los autores y el curso de la masacre así lo sugieren”, sostiene Rojo.

La constatación científica de que los ocupantes de la cueva de Els Trocs eran pastores trashumantes sugiere que, con toda probabilidad, el resto de parientes de las víctimas, esto es, los adultos más jóvenes y los adolescentes se encontraban en otro lugar en el momento de la masacre, muy posiblemente en las tierras bajas del valle del Ebro, donde cultivaban los campos que suministraba el sustento cerealístico (trigo y cebada) necesario al grupo. Cuando regresaron cargados de alimentos para sus parientes, solo encontraron sus cadáveres.


UNA GRUTA CON ALFOMBRA
Los grupos ganaderos que ocupaban la cueva de Els Trocs -donde la temperatura nunca supera los 9 grados- idearon un original sistema para aumentar la confortabilidad de la oquedad. Cubrieron con miles de pequeños trozos de cerámica todo el suelo -se han hallado 17.385 fragmentos colocados a modo de pavimento formando a veces hasta tres capas superpuestas- y posteriormente lo alfombraron con restos vegetales, como tallos de herbáceas y hojas. Aproximadamente, los pedazos cerámicos corresponden a unos 200 recipientes. Aunque no era su habitáculo habitual, sí residían en la gruta durante los meses de verano, donde consumían mamíferos, aves y microvertebrados. En total se han hallado 18.711 fragmentos óseos, la gran mayoría correspondientes a ovejas, uros, suidos (jabalíes y cerdos) y hasta osos.

Los investigadores también han reconstruido a pie el camino que realizaban los caprinos que los hombres -mujeres y niños- pastoreaban en el Neolítico. Entre el 15 de junio y el 10 de julio consumirían los pastos de alturas en torno a los 1.500 metros, para trasladarse posteriormente (en agosto y principios de septiembre) a alturas superiores a los 2.000 metros. Y han descubierto que los pastores actuales realizan un trayecto muy semejante. Humanos de hace 7.000 llevaban su ganado hacia las cumbres porque la hierba de las zonas más elevadas absorbe menos agua que las de los valles y la carga calórica y nutritiva obtenidas para las ovejas es mayor que la que podrían lograr en las más cómodas tierras bajas.

 
El misterio de los humanos que sobrevivieron a la mayor erupción de la historia para desaparecer después
Hace 74.000 años, el estallido del volcán de Toba produjo un enfriamiento global al que los humanos de la época sobrevivieron. Sus genes, sin embargo, están casi ausentes en las poblaciones actuales



DANIEL MEDIAVILLA
03 MAR 2020




Herramientas de piedra encontradas en el yacimiento de Dhaba, en la India


Herramientas de piedra encontradas en el yacimiento de Dhaba, en la IndiaCHRIS CLARKSON




Hace 74.000 años, en el norte de la isla de Sumatra, se produjo uno de los mayores estallidos volcánicos de los últimos dos millones de años. El volcán de Toba lanzó al espacio toneladas de ceniza que se han podido identificar en lugares como Tanzania, a 7.400 kilómetros de distancia, y liberó miles de millones de toneladas de dióxido de azufre que provocaron un invierno volcánico. Testigos de hielo recogidos en Groenlandia indican que en esa época se produjo un descenso brusco de las temperaturas y un cambio climático que enfrió el planeta durante el milenio siguiente.

Aquel cataclismo se ha empleado para explicar algunos datos que no cuadran cuando se trata de reconstruir la expansión de los humanos modernos por el mundo. Hace más de 100.000 años, ya habían llegado a la región de Oriente Medio, donde se produjeron cruces con los neandertales, y hace más de 75.000 estaban en el sur de la India. Sin embargo, los genomas de los actuales habitantes del planeta sugieren que todos venimos de un ancestro común que abandonó África para conquistar el mundo hace 70.000 años. La erupción volcánica y el enfriamiento posterior, con sus consecuencias sobre la vegetación y la alimentación de los humanos de aquel entonces, estarían detrás de una reducción drástica de la población humana, que se habría quedado en unos pocos miles de individuos.


En el tiempo de la erupción de Toba, grupos humanos prosperaron en lo que hoy es Sudáfrica comiendo marisco

Recientemente, un artículo publicado en la revista Nature Communications ha aportado datos que reducen la importancia del estallido de Toba en el desarrollo de la humanidad. En el yacimiento de Dhaba, en el norte de la India, se han encontrado herramientas de piedra parecidas a las que empleaban los humanos que vivían en África en el mismo periodo antes de la erupción de Toba. Pero esa misma tecnología continuó presente en los estratos que corresponden al periodo posterior a la explosión. Los habitantes de aquella región, relativamente próxima al volcán, sobrevivieron y mantuvieron su tecnología y su forma de vida durante milenios después del cataclismo. Sin embargo, otros inconvenientes les hicieron desaparecer mucho después, porque sus genomas están prácticamente ausentes entre los actuales habitantes de la región.

Análisis de los últimos años también parecen descartar la idea de un invierno volcánico causado por el estallido de Toba. Un trabajo publicado en la revista PNAS en 2013 encontró fósiles de las mismas especies por encima y por debajo de la capa de cenizas provenientes del volcán indonesio y depositadas en el lago Malaui, en África Oriental. El enfriamiento sucedió, pero los efectos no fueron dramáticos para los seres vivos de aquel tiempo. Estudios posteriores también han descartado que hubiese una reducción de la vegetación en esta región africana. Un trabajo publicado en Nature en 2018 aseguraba incluso que en lo que hoy es Sudáfrica los asentamientos humanos incrementaron su población después del estallido en Toba, en parte alimentándose del marisco que podían pescar en la costa.



Herramientas de piedra del yacimiento de Dhaba, en la India, producidas en un periodo desde hace 80.000 años hasta hace 25.000



Herramientas de piedra del yacimiento de Dhaba, en la India, producidas en un periodo desde hace 80.000 años hasta hace 25.000CHRIS CLARKSON


La continuidad de las herramientas de piedra, que también se ha visto en otro yacimiento en el sur de la India, en Jwalapuram, tiene un problema. La técnica utilizada en su elaboración, conocida como Levallois, fue empleada durante miles de años por los Homo sapiens, pero también por los neandertales. Stanley Ambrose, antropólogo de la Universidad de Illinois (EE UU) y padre de la teoría de la catástrofe de Toba, ha mantenido en Science que sin restos fósiles asociados a las herramientas es imposible decir quién las elaboró y ha sostenido que podrían ser miembros de una antigua oleada de humanos modernos o una especie de homínidos arcaicos.

La aparición de nuevos fósiles, que en los últimos años ha permitido dibujar una mapa de las migraciones humanas cada vez más complejo, también ayudará a reconstruir con mayor precisión lo sucedido en torno a la erupción de Toba y podrá desvelar el destino final de aquellas bandas de cazadores y recolectores que acabaron aniquilados por retos de la vida en la Edad de Piedra menos estrepitosos.

 
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