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Un proyecto cataloga los descubrimientos del enclave malagueño referente del arte paleolítico
Pinturas de desconocido significado realizadas hace 20.000 años en una sala cerrada al público en la Cueva de la Pileta, en Benaoján. PACO PUENTES
ÁNGELES LUCAS
Benaoján 27 JUL 2017 - 09:26 CEST
Año 20.000 antes de nuestra era. Los ojos escuecen por el humo de una antorcha que apenas alcanza a iluminar los pasos de altísimos hombres atléticos que han recorrido pasadizos de roca caliza durante varias horas en una húmeda cueva de la sierra de Málaga. Ven aparecer de entre la negrura una amplia y blanca pared. Bajo sus pies sortean pequeños lagos llamados gours que terminan de otorgar al entorno un ambiente místico. Cogen pigmentos ferrosos que brotan de la piedra y pintan ahí circunferencias con rayitas dentro y una suerte de filamentos alrededor. No se sabe qué pueden significar, ni una sola idea, pero es único en el mundo. Uno de los grandes enigmas que todavía esconde la Cueva de la Pileta, en Benaoján, un referente mundial de arte paleolítico descubierto por un campesino en 1905 cuando iba a buscar guano de murciélago para usarlo como abono.
Se ve la oscuridad y se oye el silencio entre estas pinturas ferrosas no son lo más ancestral de esta caverna. Entre sus galerías se sortean trazos de carbón negro y otros rojos y amarillos que delinean contornos de cérvidos, caballos, cabras, rinocerontes… desde hace alrededor de 40.000 años en adelante. Quedan plasmadas figuras de toros de una tonelada llamados uros, de un pez de dos metros y la perfecta silueta de una yegua preñada que se ha convertido en el símbolo de la comarca. “Es impresionante que una persona hace tantísimo tiempo dibujara esto y nosotros, ahora, seamos capaces de sentirlo como obra humana”, señala el profesor de Prehistoria de la Universidad de Sevilla, Miguel Cortés, director de un proyecto aprobado por el Ministerio de Economía con un presupuesto de casi 46.000 euros que da la posibilidad de datar las pinturas, estudiar los pigmentos y documentar el arte paleolítico de esta cueva, que es monumento nacional desde 1924 y Bien de Interés Cultural.
Tras subir una empinada escalinata de piedras, una oquedad tapada con una cancela de hierro da la entrada a lo que fue un lugar de agregación o peregrinación de las comunidades del sur. Donde grupos humanos residentes por la actual serranía de Ronda y de Grazalema, que probablemente en un verano con ocho grados menos que el actual y más cerca de la costa, acudieran a este enclave en la época de la glaciación para intercambiar productos o ideas. “Era un punto de encuentro para celebrar un acto social de relevancia cuya ubicación se pasaba de entre generaciones”, añade Cortés. Dejaban sus huellas literales y sus inquietudes y creencias con las pinturas. “Hay por ejemplo figuras de cabras que se han encontrado idénticas en otros lugares, es como si ahora se compara con la escultura barroca o gótica, siguen todas los mismos patrones”, detalla.
Solo pasar esa cancela de hierro y pisar la cueva es sobrevolar un terreno que esconde 150.000 años de secuencia histórica desconocida entre sus sedimentos, cuenta Cortés, que sin problema responde “no se sabe, no se sabe” a la infinidad de interrogantes que se abren a cada paso y que se irán respondiendo en este proyecto con herramientas como un lector que permite a través de infrarrojos descubrir la composición química de los pigmentos. Entre los últimos descubrimientos que ha hallado Cortés junto a su equipo está la primera lámpara portátil de la península ibérica, datada en 32.000 años. Una concha marina fósil a la que se le ponía grasa de tuétano animal y una mecha vegetal. “En la valva se han encontrado además pigmentos amarillos y rojos que ilustra que la utilizaban para iluminarse mientras pintaban”, apunta el experto.
Henri Breuil a comienzos del siglo XX para desentrañar las primeras incógnitas. "En el año 1935, con una cuerda de 100 metros que trajo desde Málaga en tren hasta la estación de Benaoján, y a continuación en burro, hasta el cerro de La Pileta (...) bajó a la gran sima, de 75 metros", se lee en el libro Acontecimientos históricos más importantes sobre La Pileta y la familia Bullón (1905-2005).
Pero han sido miles los siglos que han conformado esta amalgama de enigmas incesante, casi los mismos que se necesitarían para responder a las preguntas que lanza por milímetros este patrimonio único. El valor del símbolo, el rastro de los ancestros, la extraña vida animal, la curiosidad por las vivencias pasadas, el ritmo del musgo y los insectos, las inquietudes humanas de hace milenios… Son los “no se sabe, no se sabe” de la Cueva de La Pileta. “Mientras más se conoce, más aparece. La Pileta no para de sorprender”, culmina Bullón.
https://elpais.com/cultura/2017/07/25/actualidad/1500993832_586261.html
Pinturas de desconocido significado realizadas hace 20.000 años en una sala cerrada al público en la Cueva de la Pileta, en Benaoján. PACO PUENTES
ÁNGELES LUCAS
Benaoján 27 JUL 2017 - 09:26 CEST
Año 20.000 antes de nuestra era. Los ojos escuecen por el humo de una antorcha que apenas alcanza a iluminar los pasos de altísimos hombres atléticos que han recorrido pasadizos de roca caliza durante varias horas en una húmeda cueva de la sierra de Málaga. Ven aparecer de entre la negrura una amplia y blanca pared. Bajo sus pies sortean pequeños lagos llamados gours que terminan de otorgar al entorno un ambiente místico. Cogen pigmentos ferrosos que brotan de la piedra y pintan ahí circunferencias con rayitas dentro y una suerte de filamentos alrededor. No se sabe qué pueden significar, ni una sola idea, pero es único en el mundo. Uno de los grandes enigmas que todavía esconde la Cueva de la Pileta, en Benaoján, un referente mundial de arte paleolítico descubierto por un campesino en 1905 cuando iba a buscar guano de murciélago para usarlo como abono.
Se ve la oscuridad y se oye el silencio entre estas pinturas ferrosas no son lo más ancestral de esta caverna. Entre sus galerías se sortean trazos de carbón negro y otros rojos y amarillos que delinean contornos de cérvidos, caballos, cabras, rinocerontes… desde hace alrededor de 40.000 años en adelante. Quedan plasmadas figuras de toros de una tonelada llamados uros, de un pez de dos metros y la perfecta silueta de una yegua preñada que se ha convertido en el símbolo de la comarca. “Es impresionante que una persona hace tantísimo tiempo dibujara esto y nosotros, ahora, seamos capaces de sentirlo como obra humana”, señala el profesor de Prehistoria de la Universidad de Sevilla, Miguel Cortés, director de un proyecto aprobado por el Ministerio de Economía con un presupuesto de casi 46.000 euros que da la posibilidad de datar las pinturas, estudiar los pigmentos y documentar el arte paleolítico de esta cueva, que es monumento nacional desde 1924 y Bien de Interés Cultural.
Tras subir una empinada escalinata de piedras, una oquedad tapada con una cancela de hierro da la entrada a lo que fue un lugar de agregación o peregrinación de las comunidades del sur. Donde grupos humanos residentes por la actual serranía de Ronda y de Grazalema, que probablemente en un verano con ocho grados menos que el actual y más cerca de la costa, acudieran a este enclave en la época de la glaciación para intercambiar productos o ideas. “Era un punto de encuentro para celebrar un acto social de relevancia cuya ubicación se pasaba de entre generaciones”, añade Cortés. Dejaban sus huellas literales y sus inquietudes y creencias con las pinturas. “Hay por ejemplo figuras de cabras que se han encontrado idénticas en otros lugares, es como si ahora se compara con la escultura barroca o gótica, siguen todas los mismos patrones”, detalla.
Solo pasar esa cancela de hierro y pisar la cueva es sobrevolar un terreno que esconde 150.000 años de secuencia histórica desconocida entre sus sedimentos, cuenta Cortés, que sin problema responde “no se sabe, no se sabe” a la infinidad de interrogantes que se abren a cada paso y que se irán respondiendo en este proyecto con herramientas como un lector que permite a través de infrarrojos descubrir la composición química de los pigmentos. Entre los últimos descubrimientos que ha hallado Cortés junto a su equipo está la primera lámpara portátil de la península ibérica, datada en 32.000 años. Una concha marina fósil a la que se le ponía grasa de tuétano animal y una mecha vegetal. “En la valva se han encontrado además pigmentos amarillos y rojos que ilustra que la utilizaban para iluminarse mientras pintaban”, apunta el experto.
Henri Breuil a comienzos del siglo XX para desentrañar las primeras incógnitas. "En el año 1935, con una cuerda de 100 metros que trajo desde Málaga en tren hasta la estación de Benaoján, y a continuación en burro, hasta el cerro de La Pileta (...) bajó a la gran sima, de 75 metros", se lee en el libro Acontecimientos históricos más importantes sobre La Pileta y la familia Bullón (1905-2005).
Pero han sido miles los siglos que han conformado esta amalgama de enigmas incesante, casi los mismos que se necesitarían para responder a las preguntas que lanza por milímetros este patrimonio único. El valor del símbolo, el rastro de los ancestros, la extraña vida animal, la curiosidad por las vivencias pasadas, el ritmo del musgo y los insectos, las inquietudes humanas de hace milenios… Son los “no se sabe, no se sabe” de la Cueva de La Pileta. “Mientras más se conoce, más aparece. La Pileta no para de sorprender”, culmina Bullón.
https://elpais.com/cultura/2017/07/25/actualidad/1500993832_586261.html