¿Por qué se muere la gente?

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¿Por qué se muere la gente?
Publicado por Íñigo Domínguez
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Fotografía: Cordon.
La pregunta no es tanto por qué se muere la gente, sino por qué no se mueren los que deberían. Los malos aguantan mucho más. En los últimos años ha habido la sensación de que se moría más gente de lo normal, gente que no se tenía que haber muerto. Lo comentas y la gente asiente, pero estamos todos pensando en famosos, claro, no en guerras. Muhammad Ali, David Bowie, Prince… El día que murió Leonard Cohen encendías el ordenador y al abrir el navegador aparecía este mensaje: «Idea: no permitas que el código de vestimenta se interponga en el uso de calcetines de colores». Si somos cada día más impresionables quizá es porque el umbral de sensibilidad cotidiano se mueve en el orden de lo banal. No sé ustedes, pero yo he percibido cada vez mayor escándalo y aspavientos cuando se muere alguien importante, o, mejor dicho, famoso, que no es lo mismo. Y cada vez es menos lo mismo.

El luto de estas muertes públicas sucede en un plano emocional muy distinto del íntimo y personal. No es como con un familiar o un ser querido. Eso es una putada en el estómago, la vida es una mierda y no hay que gastar ni una palabra más en hablar de ello. Pero con los famosos entra dentro del sentimentalismo colectivo, que es cambiante y ya bastante poco de fiar. Hoy las cosas son, cómo diría, más sentidas pero menos solemnes. Lo más sincero era el silencio, ahora es el ruido. No sé quién se tendría que morir para que la gente se callara. Y ahora que somos todos descreídos o ateos el vacío de lo religioso se llena en las redes sociales con emoticonos conmovidos y en las aceras con velitas y ositos de peluche. Hasta hay gente que sigue escribiendo mensajitos en las páginas de Facebook de personas fallecidas.

Si nos situamos en las cumbres del cine y el rock, en 1980 debería haberse movido el eje magnético de la Tierra: murieron Alfred Hitchcock y John Lennon, además asesinado. La paradoja es que, si fallecieran hoy, siendo quienes son, quizá causarían mucha más conmoción. Entonces se exteriorizaba menos y hoy somos más de conmocionarnos. No quiero ni pensar lo que hubieran sido las muertes de Freddy Mercury o de Kurt Cobain si les hubieran pillado con las redes sociales activas.

Te enteras de que se muere David Bowie y te preguntas: ¿Qué? ¿Cómo es posible? No solo sabemos que es posible, es que lo imposible es lo otro. Como si no se viera venir, pero es que somos tan entrañablemente atolondrados… Tolstói decía: «La vejez es la mayor sorpresa en la vida de un hombre». Que se muera alguien en cierto modo es la no noticia por excelencia, porque de aquí no saldrá nadie vivo. Supongo que están enterados. No es como en una guerra, es verdad, pero sí poco a poco. Lo que es noticia es el orden, el orden en que nos morimos. Quién se muere antes. No el orden de los que se mueren después, después de nosotros, porque eso ya nos da igual. El orden es el desenlace del enigma, vivimos con ese suspense. Tampoco es para tomárselo demasiado en serio. Tenía un amigo medio suicida, todo el rato dando la brasa con el sinsentido de la vida, que luego siempre iba dejando lo de matarse para otro día. La mayor parte de las veces era porque no sabía cómo manejar su posteridad: «¿Y qué me pongo? ¿Qué va a pensar la gente? ¿Tengo que explicarlo?». Le decíamos: «Pero, vamos a ver, tú te quieres su***dar, ¿sí o no?». Era un suicida sin verdadera vocación, que son los peores. Luego se les pasa. Ahora se lo cuentas, le da la risa y cambia de tema.

También puede ser motivo de risa el orden, que como hemos dicho es importante. El día que se murió Ingmar Bergman, 30 de julio de 2007, todos los medios proclamaron trágicamente que había muerto el último gran autor del cine europeo, el último poeta existencial y tal. Pero es que luego se murió Antonioni, esa misma noche, y al día siguiente ya nadie se atrevió a decir que era el último poeta existencial europeo, no fuera que apareciera otro y tuviera el mal gusto de morirse justo después. Lo de estos dos fue buenísimo, tanto drama con la vida para hacer bromas al final.

La muerte pública solo desconcierta si es a destiempo. Si alguien se suponía que no tenía que morirse todavía. Desconcierta si no lo habíamos asumido, y eso es lo que ocurre: han empezado a caer grandes iconos culturales, pero en un momento que aún creíamos que era el suyo, porque lo estamos alargando muchísimo. Se murió Sinatra, en 1998, y parecía normal; su tiempo había pasado. Es más, con muchos otros a veces pasa lo contrario, y es muy cruel: cuando crees que alguien ya está muerto y en realidad no lo está. Como Norma Desmond en El Crepúsculo de los Dioses. O también cuando te enteras de que tal escritor o actor lleva muerto cinco años y tú ni idea porque justo pilló en agosto y todo el mundo estaba de vacaciones.

La relación es más natural con quien lleva mucho tiempo muerto. Mozart o Shakespeare, por poner un ejemplo. Ya es normal que estén muertos. Es que no nos los imaginamos de otra manera. Se puede hablar de ellos y disfrutar de su obra sin dolor alguno por su desaparición. Tras morirse Lou Reed, o David Bowie, el escalofrío se debe a que intuimos con pavor que luego no hay nada: el rock ya vivió su mejor momento. A quién deberíamos llorar en un futuro, ¿a Lady Gaga? ¿A Bisbal? Muchos que no somos precisamente coetáneos de las estrellas del rock, sino más jóvenes, hemos tenido mitos de generaciones anteriores, porque no hemos sido capaces de crear los nuestros, y que se mueran lo hace más evidente que nunca. Qué poco hemos hecho, macho, me decía un amigo. Les tocará a los siguientes y no los entenderemos porque nos pillará mayores y encima seremos unos carcas, si no lo somos ya porque nos ha pasado muy deprisa.

Éramos bien conscientes de que quedaría muy poquito de música artísticamente muy menor, qué sé yo, Boney M, o chorradas inconfesables que te podían hacer gracia solo porque te recordaban momentos de tu vida. Aunque estén seguros de que un sábado noche de 3016 en una fiesta alguien pondrá una de Abba. Lo que ahora te preguntas es qué quedará incluso de lo que considerábamos más duradero. ¿Qué quedará de Prince, pensando en lo que queda de Michael Jackson? Las posturitas de Madonna se perderán en el pasado como los escandalosos bailes con plátanos de Joséphine Baker. La hojarasca de poses y actitudes, el personaje y lo visual, se evaporarán en el aire. Lo único real será la música; sin nada, a pelo. Y, ¿cuántas canciones resisten a la intemperie el paso del tiempo? Oscura era la noche, fría era la tierra, gemía Blind Willie Johnson en 1927, y todavía te sigues hundiendo con él en las tinieblas.

Te echas a temblar si piensas en la cantidad de gente que se va a ir muriendo. Ejem, todos. Todos los Beatles y los Rolling Stones, y Spielberg, y Woody Allen, y de ahí para abajo, y mejor no sigo, y será un eterno llanto y rechinar de dientes, y todos venga a llevarnos las manos a la cabeza, y no sé por qué solo menciono los viejecillos, ya sabemos que le puede tocar a cualquiera, y desde luego estén seguros de que todos los futbolistas, cualquiera que se les ocurra del equipo que sea. En fin, esto va a ser un sinvivir. Quién sabe si a mí me ocurrirá antes de que termine de escribir esto, o usted de leerlo, o de que se publique. Ya da un mal rollo increíble hablar de estas cosas. Con la muerte seguimos en los dominios del pavor animal y la superstición. Es el miedo de estar aquí. Vivir es toda una aventura, ¿verdad?
https://www.jotdown.es/2018/10/por-que-se-muere-la-gente/
 
Hasta el más famoso de los humanos es solo una mota de polvo de estrellas en el ciclo de la vida. El mundo sigue girando y deja atrás a los muertos. Parece obligado hacer un homenaje a los considerados famosos - que no necesariamente son grandes hombres o mujeres - pero a los dias ya empiezan a ser olvidados, aunque unos dejen más huella en la memoria que otros y según donde y en quienes. La muerte iguala a todos, no hay verdad mayor. Cruel, pero cierto.
 
Recapitulando

Polvo somos
al polvo volvemos

Transitando por la vida
alcanzamos otras vidas,
vidas pensadas,
soñadas quizás
con trazas de realidades

de donde nuestra mente bebe
como si fueran manantiales

Vida de ida y sin vuelta
la vuelta en brumosas nieblas
sin despejar dudas,
andando en revueltas,
besando pensamientos
alargando sueños

sin que se rompan
esperanzas y deseos
de una vida mejor;
de existencia sumida
en cadencias de felices sueños
y realidades a mitades

esperanzas casi perdidas
y olvidos
de mantos negros vestidos

Serendi, érase que se era y por lo tanto es y siendo.
 
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