Existe una fractura. Algunos la pueden recorrer con las yemas de los dedos. Otros conviven todos los días con ella. Atravesamos tiempos de inequidad. En los salarios, en la riqueza, en el mercado laboral, en la educación, en el hogar; en la existencia. Una desigualdad que hiende dos generaciones. Los jóvenes frente a los mayores. Diríase que el pacto generacional, que durante décadas conectó a ambos grupos, está entretejido hoy por hilos de seda. Los jóvenes, y sus bajos salarios, están haciendo un esfuerzo inmenso por sostener a 8,7 millones de pensionistas que cobran 9,6 millones de pensiones. Esta es la tarea que, como Sísifo, 4,7 millones de chicos y chicas de hasta 34 años repiten día tras día desde antes de la Gran Recesión.
Las palabras se reparten a ambos lados del abismo. En un extremo, Walter Scheidel, profesor de Humanidades en la Universidad de Stanford (California), sostiene que la inequidad solo puede resolverse por uno de los “cuatro jinetes de la desolación: la guerra, la revolución, el colapso del Estado o la peste”. Esta visión apocalíptica la defiende con la misma determinación que una frase sin comas. “Resulta muy difícil afrontar este problema por medios pacíficos”, avisa el docente. “Desde 2000, muchos países de América Latina han reducido la desigualdad por vías no violentas, pero no está claro que este proceso sea sostenible en el tiempo. En otros lugares fueron necesarios estallidos como las guerras mundiales, la Gran Depresión y las revoluciones comunistas para que cambiara la distribución de las rentas y las riquezas. Las políticas del bienestar de la posguerra estaban muy enraizadas en estos shocks”, recuerda. Hoy el mundo parece haber empeorado. La desregulación, los robots y un planeta global amplían la fractura entre tener y no tener.
Otras voces miran esta hendidura e irrumpen en la discusión. Ian Goldin, profesor de Globalización y Desarrollo en la Universidad de Oxford, admite esta batalla entre generaciones, cuya tierra baldía es la desigualdad. E intuye un futuro yermo para uno de los dos bandos. “Los jóvenes tendrán que soportar impuestos más altos para pagar las pensiones y el cuidado de los mayores. Y estos apoyarán menos a sus hijos en educación, consumo o vivienda. Los ancianos se van a aferrar a sus casas durante más tiempo y los inmuebles se revalorizarán. ¿Consecuencia? Los mayores serán más ricos que los jóvenes”.
Nada de esto sucedería sin ese destino insobornable que es la demografía. España es una tierra envejecida. En 2033, uno de cada cuatro españoles tendrá 65 años o más. Mientras, el país seguirá sufriendo una de las tasas de natalidad más bajas del mundo (1,31 niños por cada mujer) junto a una esperanza de vida que supera los 80 años. Este desequilibrio obliga a las personas mayores a ahorrar más. Y como los rendimientos son muy bajos, exige un gran esfuerzo. Porque más ahorro obligado de ancianos y jóvenes frena el consumo y ralentiza el crecimiento económico.
Retar al viejo orden político
Reino Unido y España se reflejan en idéntico espejo. En 2000, el gasto medio de los hogares británicos era de 386 libras (439 euros) por semana. Hoy anda en 554 (630 euros). Un aumento del 44%. Pero esta subida ha sido muy desigual entre los grupos sociales. Aquellos que tienen menos de 50 años han incrementado su cesta un 35%, pero quienes superan los 65 lo han hecho el 84%. La gran diferencia es que los mayores tienen casas en propiedad. Al igual que en España, “los hogares se han convertido en un tema generacional, con votantes jóvenes apoyando soluciones más radicales para que las viviendas sean asequibles mientras los viejos propietarios se preocupan, sobre todo, por mantener el precio de sus inmuebles”, resume Andy Green, profesor de la University College de Londres (UCL). Y si en una década los chicos siguen estancados, “entonces podría emerger una poderosa alianza electoral de estos grupos sociales y retar el poder del viejo electorado”, vaticina Green.
https://elpais.com/economia/2018/11/08/actualidad/1541694355_197937.html
Las palabras se reparten a ambos lados del abismo. En un extremo, Walter Scheidel, profesor de Humanidades en la Universidad de Stanford (California), sostiene que la inequidad solo puede resolverse por uno de los “cuatro jinetes de la desolación: la guerra, la revolución, el colapso del Estado o la peste”. Esta visión apocalíptica la defiende con la misma determinación que una frase sin comas. “Resulta muy difícil afrontar este problema por medios pacíficos”, avisa el docente. “Desde 2000, muchos países de América Latina han reducido la desigualdad por vías no violentas, pero no está claro que este proceso sea sostenible en el tiempo. En otros lugares fueron necesarios estallidos como las guerras mundiales, la Gran Depresión y las revoluciones comunistas para que cambiara la distribución de las rentas y las riquezas. Las políticas del bienestar de la posguerra estaban muy enraizadas en estos shocks”, recuerda. Hoy el mundo parece haber empeorado. La desregulación, los robots y un planeta global amplían la fractura entre tener y no tener.
Otras voces miran esta hendidura e irrumpen en la discusión. Ian Goldin, profesor de Globalización y Desarrollo en la Universidad de Oxford, admite esta batalla entre generaciones, cuya tierra baldía es la desigualdad. E intuye un futuro yermo para uno de los dos bandos. “Los jóvenes tendrán que soportar impuestos más altos para pagar las pensiones y el cuidado de los mayores. Y estos apoyarán menos a sus hijos en educación, consumo o vivienda. Los ancianos se van a aferrar a sus casas durante más tiempo y los inmuebles se revalorizarán. ¿Consecuencia? Los mayores serán más ricos que los jóvenes”.
Nada de esto sucedería sin ese destino insobornable que es la demografía. España es una tierra envejecida. En 2033, uno de cada cuatro españoles tendrá 65 años o más. Mientras, el país seguirá sufriendo una de las tasas de natalidad más bajas del mundo (1,31 niños por cada mujer) junto a una esperanza de vida que supera los 80 años. Este desequilibrio obliga a las personas mayores a ahorrar más. Y como los rendimientos son muy bajos, exige un gran esfuerzo. Porque más ahorro obligado de ancianos y jóvenes frena el consumo y ralentiza el crecimiento económico.
Retar al viejo orden político
Reino Unido y España se reflejan en idéntico espejo. En 2000, el gasto medio de los hogares británicos era de 386 libras (439 euros) por semana. Hoy anda en 554 (630 euros). Un aumento del 44%. Pero esta subida ha sido muy desigual entre los grupos sociales. Aquellos que tienen menos de 50 años han incrementado su cesta un 35%, pero quienes superan los 65 lo han hecho el 84%. La gran diferencia es que los mayores tienen casas en propiedad. Al igual que en España, “los hogares se han convertido en un tema generacional, con votantes jóvenes apoyando soluciones más radicales para que las viviendas sean asequibles mientras los viejos propietarios se preocupan, sobre todo, por mantener el precio de sus inmuebles”, resume Andy Green, profesor de la University College de Londres (UCL). Y si en una década los chicos siguen estancados, “entonces podría emerger una poderosa alianza electoral de estos grupos sociales y retar el poder del viejo electorado”, vaticina Green.
https://elpais.com/economia/2018/11/08/actualidad/1541694355_197937.html