Poesía Eres Tú...

Yo no soy poesía, yo soy un talismán. Cada uno que se acerca a mi coqueteando, en menos de una semana liga con otra.
En una ocasión, el coqueteo se alargó durante meses dando lugar a que todo nuestro entorno nos viese ya como pareja y empezasen a comentar. En vista de aquello, dí un paso adelante y le planteé cuál era nuestra situación. El tío se rió, se cabreo y me dijo bien alto y claro que solo éramos amigos. Allí se acabó todo. Más tarde le contó a una amiga mía que, si yo hubiera esperado, el estaba dispuesto a declararse.
Pa matarlos y hacer un caldo con sus huesos.
 
La muerte de Francisco de Quevedo

Ya muy enfermo, Quevedo preguntó al médico que le dijera cuánto tiempo le quedaba por vivir; el médico le dijo que tres días, a lo que el escritor replicó: “ni tres horas”. Y así fue. Dictó sus últimas disposiciones y no pudo dejar de ser quien era cuando a la propuesta de un amigo de que dejara dinero para pagar los músicos que habían de acompañar su entierro, soltó: “La música páguela quien la oyere”.



Quevedo murió el 8 de septiembre de 1645 en un cuarto del Convento de los Dominicos de Villanueva de los Infantes. Allí se conserva todavía la cama, y en la pared un soneto escrito por Quevedo cuando ya presentía su fin:

Ya formidable y espantoso suena
dentro del corazón el postrer día;
y la última hora, negra y fría,
se acerca, de temor y sombras llena.

Si agradable descanso, paz serena
la muerte en traje de dolor envía,
señas da su desdén de cortesía:
más tiene de caricia que de pena.

¿Qué pretende el temor desacordado
de la que a rescatar piadosa viene
espíritu en miserias anudado?
Llegue rogada, pues mi bien previene;
hálleme agradecido, no asustado;
mi vida acabe, y mi vivir ordene.

Quevedo escribió decenas de poemas y ensayos acerca de la muerte, entre ellos uno de sus sonetos más célebres:

AMOR CONSTANTE MÁS ALLÁ DE LA MUERTE

Cerrar podrá mis ojos la postrera
Sombra que me llevare el blanco día,
Y podrá desatar esta alma mía
Hora, a su afán ansioso lisonjera;

Mas no de esotra parte en la ribera
Dejará la memoria, en donde ardía:
Nadar sabe mi llama el agua fría,
Y perder el respeto a ley severa.

Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,
Venas, que humor a tanto fuego han dado,
Médulas, que han gloriosamente ardido,

Su cuerpo dejará, no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado.



A imitación de Séneca, Quevedo también escribió un “Morirás”, que es realmente brillante:

MORIRÁS

“Fuera verdad entera si dijeras has muerto y mueres; lo que pasó lo tiene la muerte, lo que pasa lo va llevando. Morirás. Desde que nací lo sé, por eso lo espero y no lo temo. Morirás. No dices bien: di que acabaré de morir y acertarás, pues con la vida empecé la muerte. Morirás. Me dices lo que sé y callas lo que no sé, que es el cuándo. Morirás. Con todos hablas y todos te sacarán verdadero y tu vida a ti propio. Morirás. Si he vivido bien, empezaré a vivir; si mal, empezaré a morir. Morirás. No me alborotará hacer lo que todos han hecho y lo que todos harán. Morirás. Primero me lo dijo la Naturaleza. Morirás. Es vana amenaza, pues ninguno es tan necio que rehúse lo que hace; no hay hora que no muera. ¿Por qué he de temer lo que hago? ¿Por qué he de rehusar llegar adonde me llevo? Morirás. No viviré con esperanza de descansar, sino esperaré morir. Morirás. Con el propio contento que quien navega llega al puerto y quien peregrina a su patria. Morirás. Y los apetitos y vicios, si muero mozo, y las enfermedades y miserias, si muero viejo. Morirás. y si muero dichoso, la envidia que me tienen, y si desdichado la que yo tengo. Morirás. Y los cuidados y los desvelos si soy rico, y el desprecio y las calamidades si soy pobre. Morirás. Si hablas con el cuerpo, no lo puedo excusar por la naturaleza; si con el alma, te pueden desmentir las virtudes y las gracias. Morirás. Si hubiera alguno a quien no lo pudieras decir, me entristecieras. Morirás. No podré de otra manera seguir a muchos y ser seguido de todos. Morirás. No hay otro camino para pasar a vida sin muerte. Mientras lo dijeres a todos no podrás mentir, y no hay en todos uno en quien no puedas mentir, si le dijeres que vivirá”.
 
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Pequeñito off topic, mas me pareció interesante...
 
EL ESPAÑOL

NOVELA
Svetlana Alexievich, Premio Nobel de Literatura
La Academia premia a la periodista de investigación, novelista y guionista de documentales, autora de 'Voces de Chernóbil'

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La escritora ucraniana Svetlana Alexievich, Premio Nobel de Literatura

PEIO H. RIAÑO @peiohr
08.10.2015 13:00 h.

Y el premio Nobel de Literatura 2015 es para Svetlana Alexandrovna Alexievich. Sí, Svetlana Alexandrovna Alexievich. La Academia sueca ha decidido premiar a una autora con una obra desgarradora, una crónica que se dedicada a recuperar lo que la propia autora ha denominado como “la historia omitida”. Voces de Chernóbil. Crónica del futuro es el único título de la autora ucraniana que conocemos en España, publicada por Siglo XXI, de la editorial Akal.

El galardón más importante de la literatura centra la atención en esta periodista de 68 años. La Academia vuelve a descabalgar, un año más, a los nombres más esperados por el mercado editorial: Murakami, Philip Roth, Joyce Carol Oates. La maldición del jurado contra la literatura norteamericana se perpetúa y ya van 22 años en blanco contra la tradición más vanguardista de finales del siglo XX y principios del XXI.

De esta manera, el Nobel retoma la tradicional línea de redescubrimientos literarios que ha devuelto a las librerías y a las lecturas a autores como Wislawa Szymborska (1996), Elfriede Jelinek (2004), Jean-Marie Gustave Le Clézio (2008), Herta Müller (2009) o Thomas Tranströmer (2011), que de un día para otro renacieron en los escaparates de las novedades. De Alexievich sólo encontraremos, con mucha suerte, en una buena librería de fondo, un ejemplar de su título más importante, por el que fue premiado por el Círculo de Críticos de EEUU.

Esta periodista de investigación, novelista y guionista de documentales ha sido premiada antes con el Ryszard Kapuscinski de Polonia en 2011. El instituto PEN de Suecia le concedió un premio por “su coraje y dignidad como escritora”, así como el Herder de Austria, en 1999. Los libreros alemanes le otorgaron el Premio de la Paz. La Feria de Fráncfort se despierta con el revuelo por hacerse con los derechos por la obra de la ucraniana.

LA FUERZA DEL TESTIMONIO
En Voces de Chernóbil (publicado originalmente en 1997) la autora entrevista a los supervivientes afectados por la catástrofe nuclear. “Un año después de la catástrofe, alguien me preguntó: “Todos escriben. Y usted que vive aquí, en cambio no lo hace. ¿Por qué?”. Yo no sabía cómo escribir sobre esto, con qué herramientas, desde dónde enfocarlo. Si antes, cuando escribía mis libros, me fijaba en los sufrimientos de los demás, a partir de entonces mi vida y yo se convirtieron en parte del suceso. Se fundieron en una sola cosa y no había manera de mantener una distancia”.

Así es como estuvo 20 años recopilando testigos, experiencias, traumas. Se encontró y hablo con ex trabajadores de la central, con científicos, médicos, soldados, evacuados, residentes ilegales en zonas prohibidas… Con los “envenenados de Chernóbil”. En primera persona, contado por todas esas voces, con una fórmula directa y dramática, en la que revisan los primeros minutos, los primeros días, sus reacciones, sus dudas, la angustia, los fallecimientos. Aviso: testimonios durísimos.

“Esta gente se está muriendo, pero nadie les ha preguntado de verdad sobre lo sucedido. Sobre lo que hemos padecido. Lo que hemos visto. La gente no quiere oír hablar de la muerte. De los horrores. Pero yo he hablado del amor… de cómo he amado”, escribe en la introducción del libro Liudnila Ignatenko, esposa del bombero fallecido Vasili Ignatenko. Y con estas palabras reconoce la labor del periodismo y los periodistas, pero también del libro como una oportunidad para desarrollar reportajes más allá de los periódicos y las televisiones.

PERIODISMO LIBRE Y LIBRO
Con este premio a Svetlana Alexandrovna Alexievich vuelve a ponerse en evidencia el ninguneo de la literatura mínima. La de las minorías, la que esta fuera de las listas de más vendidos. La de los autores escondidos, la de la narrativa humana que reclama el periodismo de largo aliento. Sin trivialidades. También significa la apuesta editorial por explorar otras orillas de la literatura, con limitadas posibilidades comerciales, como la de las letras del Este. Alexievich no tiene apellido, pero tiene una historia.

El premio a Alexievich es el homenaje a un periodismo en extinción, el que cree en la denuncia y en el poder del testimonio. El que no da los acontecimientos por olvidados. Acercarse al terreno, escuchar el relato de los protagonistas que no aparecerán en los manuales cuando se recuerde el siniestro. Es un libro que da una oportunidad al periodismo que camina más allá de las fuentes oficiales y el discurso correcto, que acude a las voces anónimas como creadoras del relato de la Historia.

El caso de Alexievich es un claro ejemplo de diana del Nobel. El retrato que hace en Chernóbil de los llamados “hombres cajas-negras”, es decir, de esas personas que cargan con el testimonio de una tragedia que acabará con ellos. Por si esto no fuera suficiente, Alexievich representa también la autora sometida a la represión contra la libertad de expresión. Chicos en Sink fue prohibido durante diez años en su país al retratar los mitos sobre la intervención soviética en Afganistán. Una periodista que denuncia y es sacrificada por ello, bajo un régimen postcomunista.


NOVELA

 
Si eres una mujer fuerte prepárate para la batalla:
aprende a estar sola,
a dormir en la más absoluta oscuridad sin miedo,
a que nadie te tire sogas cuando ruja la tormenta,
a nadar contra corriente.
Entrénate en los oficios de la reflexión y el intelecto.
Lee, hazte el amor a ti misma, construye tu castillo,
rodéalo de fosos profundos,
pero hazle anchas puertas y ventanas.
Es menester que cultives enormes amistades,
que quienes te rodean y quieran sepan lo que eres,
que te hagas un círculo de hogueras y enciendas en el
centro de tu habitación una estufa siempre ardiente donde se mantenga el hervor de tus sueños.
Si eres una mujer fuerte protégete con palabras y árboles
e invoca la memoria de mujeres antiguas.
Has de saber que eres un campo magnético
hacia el que viajarán aullando los clavos herrumbrados
y el óxido mortal de todos los naufragios.
Ampara, pero ampárate primero.
Guarda las distancias.
Constrúyete.
Cuídate.
Atesora tu poder.
Defiéndelo.
Hazlo por ti.
Te lo pido en nombre de todas nosotras.

- Gioconda Belli
 
La simiente de Gabo
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4 Comentarios
En vísperas del segundo aniversario de la muerte de Gabriel García Márquez, 'El viaje a la semilla' (Ariel), una monumental investigación del crítico colombiano Dasso Saldívar, traza la biografía del Nobel

  • RAÚL CONDE
19/03/2016 04:42
Macondo era entonces, en el recuerdo del coronel Aureliano Buendía, la aldea en la que Gabriel García Márquez nació, creció y escribió sus primeras poesías. Un rincón de la costa de Colombia, entre plantaciones de banano y las montañas de Santa Marta, que hoy debe de tener alguna más que las 20 casas de barro que el escritor pintó en Cien años de soledad (1967). La base del atlas narrativo de Gabo radica en la geografía de Macondo. Pero la ciudad fundada por José Arcadio Buendíacontinúa siendo más un estado de ánimo que un lugar. Un topónimo de resonancias poéticas. El punto de partida de uno de los escritores más importantes de todos los tiempos.

García Márquez nació en Aracataca, en el departamento colombiano de Magdalena, el 6 de marzo de 1927. Su embrión intelectual, en cambio, puede remontarse al 19 de octubre de 1908. Ese día, su abuelo, el coronel Nicolás Márquez, veterano de la guerra de los Mil Días, mató a un amigo por un asunto de honor en Barrancas. "Este crimen prefigura la suerte personal y literaria de García Márquez", explica a EL MUNDO Dasso Saldívar, periodista y crítico colombiano que acaba de publicar El viaje a la semilla (Ariel), la séptima edición -la tercera revisada- de una biografía de Gabo prolija y exhaustiva, almibarada a tramos por un elogio incandescente.

Saldívar invirtió más de dos décadas en investigar la huella de Gabo antes de ser un icono global. Su trabajo se suma a otros volúmenes de referencia en la materia, como Gabriel García Márquez. Una vida (Debate), la monumental biografía escrita por el profesor británico Gerald Martin. Gabo quedó más contento con el trazo de su paisano: "Si hubiera leído antes El viaje a la semilla no habría escrito mis memorias". Eso dicen que dijo.

El próximo 17 de abril se cumplirá el segundo aniversario de la muerte del autor deEl coronel no tiene quien le escriba. Y el pasado 6 de marzo hubiera cumplido 89 años. Estimulado por Valentín Zapatero, el malogrado editor de Trieste, Saldívar tomó la decisión de serpentear la vida de García Márquez tras la concesión del Nobel en 1982. "Su figura era desconocida, incluso para su familia. Y a mí me faltaba la base proteínica. Ignoraba el folclor de su pueblo", confiesa.

El título original de 'Cien años de soledad'
La principal virtud de El viaje a la semilla es la profundización en las raíces personales y familiares de García Márquez, sin las cuales resulta imposible concebir su obra literaria. Saldívar detalla el universo totémico que desembocó en la publicación de Cien años de soledad, originariamente titulada La casa, justamente, por el peso de la casa familiar en el autor colombiano.

La recreación literaria de su infancia en Aracataca encierra los pilares de la creatividad del escritor que alumbró el boom latinoamericano. Sostiene Saldívar: "La casa de Aracataca se convierte en el escenario en el que cimenta la relación con sus abuelos, en una doble dimensión. La terrenal, que le procuró su abuelo. Y la supersticiosa o mística, que le proporcionó su abuela doña Tranquilina Iguarán, que se pasaba el día contando fábulas y leyendas". La estructura espacio-temporal de Cien años de soledad está condicionada por esta bifurcación. Y todo o casi todo en Gabo confluye en una casa convertida en un Aleph borgiano.

Pero la simiente de García Márquez, más allá de la vivienda telúrica de su pueblo, parte de la presencia de la violencia y la muerte. El novelista no sólo convierte el duelo de su abuelo en un hecho novelesco, sino que decide trascenderlo literariamente en Cien años de soledad. «Hizo una trasposición -explica Salvívar- y pone a pelear a sus gallos en la gallera, y lo que ocurre es que José Arcadio Buendía mata con una lanza a Prudencio Aguilar». Y, de la misma forma que el muerto acaba persiguiendo de por vida a Buendía, a Gabo el muerto de su abuelo le acaba persiguiendo desde su niñez.

Gabriel García Márquez, de padre farmacéutico y madre ama de casa, aprendió a escribir a los cinco años. En 1936 se matriculó en el colegio San José de Barranquilla y a los 12 años ya era un jovenzuelo maduro que pergeñaba versos satíricos. Una década después, tras cursar el bachillerato en Zipaquirá, ingresó en la Universidad Nacional de Bogotá para estudiar Derecho. No le interesaban las leyes, pero sí las materias de humanidades que entonces conformaban el programa de esta especialidad. Según Saldívar, "Gabo fue un buen estudiante, pero siempre lo ocultó porque tenía manía a los académicos. Se consideraba un hombre enraizado en lo popular".

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Gabriel García Márquez, en una imagen tomada en 1962, en México DF. CORBIS
En Bogotá, además de estudiar, García Márquez ocupa el tiempo leyendo. Lee desaforadamente. Primero a los poetas del Siglo de Oro, a Cervantes y a los cronistas de Indias. Pero, sobre todo, queda deslumbrado por Rulfo, Borges, Carpentier y Virginia Woolf. "Gabo decía que los autores influyentes son aquellos que te cambian la visión de las cosas, y los que más le cambiaron fueron Sófocles, Kafka y Faulkner", evoca su biógrafo.

Sin embargo, el auténtico caldo de cultivo que lanza a García Márquez a la creación literaria reside en el conocido grupo de Barranquilla, una asociación de intelectuales en la que el novelista aprendió a zambullirse en lecturas y enfoques hasta ese momento inimaginables para quien procedía de un pueblín costero. Fue también la época del éxtasis juvenil y las borracheras en el bar La Cueva. El cabeza de este sanedrín era Ramón Vinyes, el sabio catalán, dueño de una librería en la que se vendía lo más granado de la literatura española, italiana, francesa e inglesa. García Márquez forjó en aquel clan amistades profundas. José Félix Fuenmayor, Álvaro Cepeda Samudio, Alfonso Fuenmayor, Germán Vargas. "Sabios que a Gabo le sirvieron para abrir los ojos y apoyar su talento", matiza Saldívar.

Sólo la figura de su esposa Mercedes Barcha, a quien conoció en 1943 y con quien tuvo dos hijos (Rodrigo y Gonzalo), supera al grupo de Barranquilla en la vertebración intelectual de Gabo. Una tarea galvanizada en el viaje a Europa que el escritor realiza a mediados de los 50. El contraste formidable entre la América caribeña y la aspereza continental termina de encender su vocación periodística.

Publicada La hojarasca, el diario El Espectador de Bogotá le envía en 1955 a Ginebra a cubrir la conferencia de los Cuatro Grandes. Después se escapa a la Europa del Este, y allí se da de bruces con el frío metálico de la utopía socialista: Berlín Oriental, Moscú, Budapest, Praga. Pero también descubre Cinecittà y la bohemia francesa. "En París aprendió que nada mata a un escritor, ni siquiera el hambre". Lo pasó mal. Sobrevivió con colaboraciones y trabajando de freelance, pero durante esta etapa publicó El coronel no tiene quien le escriba (1961) y La mala hora (1962).

El reportaje, una novela de la vida real
Europa le valió a Gabo la forja de su conciencia política -"no fue comunista, fue un socialdemócrata de principios liberales", remacha Saldívar-; además de la expansión de su veta reportera. Fue un hallazgo de largo alcance. El periodismo ocupó 51 años de la vida de Gabo y ocho volúmenes de sus obras completas. La novela es un reportaje de la vida imaginaria y el reportaje, una novela de la vida real. Tal era su máxima. "El periodismo es hoy lo que es gracias a García Márquez, entre otros maestros. Es su talento poético el que eleva este género a categoría estética en Relato de un náufrago, Noticia de un secuestro o Crónica de una muerte anunciada".

Pero la consagración al autor de Aracataca le llega en 1967, cuando publica Cien años de soledad. Llevaba casi 20 años rumiando la novela iniciática de su literatura. "El libro aún impacta no solo porque está primorosamente escrito, sino porquerefleja la vida de todo el mundo. Una fábula que condensa la realidad cotidiana e histórica. Partiendo de una escena local, García Márquez consiguió trascenderla a una realidad estética universal. Es lo mismo que hizo Cervantes con el Quijote y con una provincia como La Mancha".

La novela es una enorme metáfora de su globalidad creadora: leyendas, tragedias, diluvios, fertilidad, levitaciones. En el argumento subyace, más allá de la fundación de Macondo como superficie literaria perenne de García Márquez, una crónica de la historia colombiana desde los tiempos de la independencia hasta los años 30 del siglo XX. "Es la mejor novela que se ha escrito en castellano después del Quijote", sentenció Pablo Neruda.

Saldívar rechaza encasillar la pluma de Gabo. "El realismo mágico es una etiqueta pobre que no encierra la complejidad de una obra como la suya". Ismail Kadaré dijo: "Si el realismo mágico es meter en una novela la tierra y el cielo, la ficción, la realidad, los sueños... ¡Con eso empezó la literatura!". Es cierto. Esa es la materia prima de la que bebió Homero y antes el poema de Gilgamesh. Y esa es la materia prima que García Márquez convirtió en un bestseller de la mano de la editora Carmen Balcells. "Para estar entre españoles, lo mejor es estar entre catalanes", solía decir. Saldívar cree que su éxito mundial de ventas no hubiera sido tan colosal sin la mano de Mamá Grande, pero tampoco sin Paco Porrúa, su editor en América Latina, descubridor de Cortázar, Onetti y Roa Bastos.

La fama marcó un punto de inflexión en la trayectoria de García Márquez. La fama. El boato. La púrpura del ego. Los abrazos con Fidel Castro y Felipe González. Entonces descubrió que la soledad del poder se parece mucho a la soledad de la fama. El viaje a la semilla acaba ahí. Porque, de la misma forma que las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra, las estirpes condenadas a la gloria encontraron todas las oportunidades sobre la tierra.
 
'Nadie me esperaba'. Un relato de Patti Smith
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Ángel custodio, cementerio de Dorotheenstadt.
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Patti Smith está de vuelta en el terreno literario con su segunda novela autobiográfica, 'M Train', la secuela de 'Just Kids' estrenada en 2010. Un libro que la "madrina del punk" ha descrito como un "mapa de ruta" a través de su vida. EL MUNDO publica una selección de relatos en serie durante otros dos días, contados desde la perspectiva de los cafés y los refugios en los que ha trabajado alrededor del mundo

  • EL MUNDO
29/08/2016 03:08
Las arrugas de Patti Smith
PEDRO DEL CORRAL ARCHE
Sobrevivir al éxito deja huellas en la piel. Las arrugas de Patti Smith no sólo son fruto del paso del tiempo sino también de cada escollo que se ha encontrado a lo largo de sus 69 años. Desde joven desprendió ese espíritu rebelde que le caracteriza y que luego materializó en poesía. Patti siempre ha sido novia de la vida, incluso en los momentos de desesperanza. Con M Train (Lumen, 2016), que se publicará el próximo octubre, medita sobre sus sueños, el pasado y el presente o las frustraciones y las banalidades, recordando esos momentos en los que lloró, también de felicidad. En esta ocasión, a diferencia de Just Kids -sus primeras memorias sobre su infancia- la cantante realiza un diálogo entre su vida interior y las 18 estaciones por las que va pasando y que la llevan desde la casa de Frida Kahlo en México hasta las tumbas de Genet, Plath, Rimbaud y Mishima. Un diario de reflexiones, con varias polaroids en blanco y negro tomadas por la artista e impregnadas por el olor a café negro, una de sus grandes pasiones. Por ello, cuando no estaba viajando, la "madrina del punk" se pasaba el tiempo entre cafés y tostadas con aceite de oliva, haciendo listas de obras literarias o juegos de palabras. Con cada sorbo su mente despertaba y sus reflexiones profundizaban. Smith es esa clase de mujeres que habla con los gatos, se mantiene despierta a base de cafeína y habla con la televisión. Quizá por conservar vivo el recuerdo de su marido Fred Sonic Smith: "Vuelve. Ya llevas demasiado tiempo fuera. Vuelve. Dejaré de viajar, te lavaré la ropa". Sin embargo, a pesar de que la pareja se conoció en 1976 y tuvo dos hijos antes de su muerte en 1994, no duda de que fueron almas gemelas: "Echando la vista atrás, nuestro modo de vida parece un milagro". Desde entonces, era inevitable que cada lugar al que iba se llenase de melancolía: "Nadie sabía dónde estaba", reflexionaba subida en un taxi que recorría la niebla londinense. "Nadie me esperaba".

En mi última mañana paseé hasta el cementerio de Dorotheenstadt, con sus muros plagados de balas. Un triste souvenir de la Segunda Guerra Mundial. Tras cruzar el portal de los ángeles se localiza fácilmente el lugar donde está enterrado Bertolt Brecht. Advertí que después de mi última visita habían rellenado con yeso algunos de los agujeros de bala. Estaba bajando la temperatura y nevaba un poco. Me senté delante de la tumba de Brecht y tarareé la nana que canta Madre Coraje sobre el cuerpo de su hija. Mientras observaba cómo nevaba, me imaginé a Brecht escribiendo la obra. El hombre nos trae la guerra. Una mujer se beneficia de ella y lo paga con sus hijos, que caen uno detrás de otro como bolos al final de una pista de la bolera.

Al irme hice una foto de uno de los ángeles custodios. La parte inferior de la cámara estaba húmeda a causa de la nieve y un poco aplastada por el lado izquierdo, lo que resultó en una medialuna negra que tapaba una parte del ala. Hice una foto del ala en primer plano. Me imaginé imprimiéndola en papel mate a tamaño mucho mayor y escribiendo la letra de la nana en su blanca curva. Me pregunté si esas palabras hicieron llorar a Brecht cuando partió el corazón de la madre, que no era tan cruel como ella nos hacía creer.

Me guardé las fotos en el bolsillo. Mi madre era real y su hijo era real. Cuando este murió ella lo enterró. Ahora está muerta. Madre Coraje y sus hijos, mi madre y su hijo. Ahora todos son historias.

Aunque me resistía a volver a casa, hice la maleta y volé a Londres para hacer transbordo. Mi vuelo de regreso a Nueva York se retrasó y lo tomé como una señal. Estaba de pie delante del tablón de salidas cuando anunciaron un nuevo retraso. De forma impulsiva cambié el billete, tomé el Heathrow Express a la estación de Paddington

y de allí fui en un taxi a Covent Garden, donde me registré en uno de mis hoteles favoritos para ver series policíacas. Mi habitación era luminosa y acogedora, tenía una pequeña terraza con vistas a los tejados de Londres. Pedí un té y abrí mi diario, pero enseguida lo cerré. No estoy aquí para trabajar, me dije, sino para ver las series de misterio de ITV3, una tras otra, hasta altas horas de la madrugada. Lo había hecho unos años atrás en el mismo hotel, cuando caí enferma; noches de delirio dominadas por un desfile de inspectores de policía amantes de la ópera, bebedores empedernidos, malhumorados y clínicamente depresivos.

A modo de preparación vi un viejo episodio de El Santo, encantada de seguir a Simon Templar en su Volvo blanco deambulando por los oscuros recovecos de Londres y salvando el mundo de una inminente catástrofe. Esta vez iba acompañado de una rubia platino inocente con rebeca pálida y falda recta que buscaba a su tío -un brillante profesor de bioquímica- que había sido secuestrado y se encontraba en las garras de algún científico nuclear igual de brillante pero también perverso. Todavía era pronto, así que después de un segundo episodio de El Santo, esta vez con una rubia totalmente distinta en apuros, caminé hasta Charing Cross Road y deambulé por las librerías. Compré una primera edición de Árboles en invierno de Sylvia Plath y un ejemplar de las obras de Ibsen. Me instalé a leer Solness, el constructor delante de la chimenea de la biblioteca del hotel. Me estaba quedando amodorrada por el calor cuando un hombre con un abrigo de tweed me dio unos golpecitos en el hombro y me preguntó si era la periodista con quien tenía una cita.

-No, lo siento.

-¿Leyendo a Ibsen?

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-Sí. Solness, el constructor.

-Mmm. Una obra encantadora pero plagada de simbolismo.

-No me había dado cuenta -dije.

Se quedó un rato delante de la chimenea, luego meneó la cabeza y se marchó. No me va mucho el simbolismo. Nunca lo pillo. ¿Por qué las cosas no pueden ser lo que son? Nunca se me ha ocurrido psicoanalizar a Seymour Glass ni intentar analizar Desolation Row. Solo quería perderme, fundirme con otro lugar, deslizar una corona en un chapitel únicamente porque me apetecía.

Regresé a mi habitación y, envuelta en una manta, salí al balcón con un té. Luego me instalé dentro y me entregué a tipos como Morse, Lewis, Frost, Wycliffe y Whitechapel, inspectores de policía cuyo carácter malhumorado y obsesivo era un reflejo del mío. Cuando ellos comían una chuleta, yo pedía lo mismo al servicio de habitaciones. Si tomaban una bebida, inspeccionaba el minibar. Adoptaba su actitud tanto si estaban totalmente ensimismados como impasiblemente desconectados.

Entre serie y serie había escenas del próximo y muy esperado maratón de Cracker que ITV3 transmitiría el martes siguiente. Sin embargo Cracker no está entre mis series favoritas. Robbie Coltrane interpreta a Fitz, un psicólogo criminalista gordo, malhablado y fumador empedernido, brillante e imprevisible. La serie se interrumpió hace tiempo, a la par que el infortunio del personaje, y como rara vez la pasan, la oportunidad de disfrutar de veinticuatro horas de Cracker resultaba bastante tentadora.

Me planteé quedarme unos cuantos días más, pero ¿hasta qué punto sería una locura? No más que venir aquí, chilla mi conciencia. Me contenté con los generosos tráileres, tan exhaustivos que era capaz de seguir el argumento de todo un episodio.

Durante una pausa entre Detective Frost y Whitechapel, decidí tomar una copita de oporto de despedida en el bar del hotel contiguo a la biblioteca. Mientras esperaba el ascensor percibí una presencia a mi lado. Nos volvimos al mismo tiempo y nos quedamos mirándonos. Me sorprendió encontrar a Robbie Coltrane, como si lo hubiera invocado a fuerza de concentrarme, unos días antes del maratón de Cracker.

-Llevo esperándole toda la semana -dije impetuosamente.

-Aquí estoy -respondió él riendo.

Me quedé tan atónita que no subí con él en el ascensor y regresé rápidamente a mi habitación, que parecía haber cambiado de un modo sutil pero profundo, como si hubiera caído en las dependencias paralelas de una genio recatada y aficionada al té.

-¿Te imaginas las probabilidades de un encuentro así? -le pregunté a la colcha.

-Bien mirado, las probabilidades del jugador favorito. Pero deberías haber invocado a John Barrymore.

Una valiosa sugerencia, pero no tenía ningún deseo de alentar el diálogo. A diferencia de los canales de televisión, es literalmente imposible apagar una colcha de flores.

http://www.elmundo.es/cultura/2016/08/29/57c01733ca4741ab698b4580.html
 
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El escritor Mario Benedetti en Madrid. CONSUELO BAUTISTA
Benedetti y la memoria de su exilio caben en una maleta

El mediodía de Madrid en que Mario Benedetti dejó la ciudad en la que había vivido el exilio su mujer, Luz, tuvo un desliz: se dejó las llaves de la casa dentro del domicilio, junto a la plaza que luego recibió el nombre del escritor cuyo aniversario celebramos hoy.

Ya no podían entrar más a la vivienda en la que habían vivido. Como si fuera una metáfora del desarraigo, su palabra tan perseguida, aquel olvido de Luz era como la declaración de un presentimiento.

Benedetti, que se fue de España en 2004, ya no volvería jamás a Madrid, donde dejó editor y amigos, donde vio fútbol y recitó poemas ante un público que hubiera llenado estadios, donde vivió la vida metódica de un exiliado desacostumbrado siempre, a pesar de sus numerosos desvíos obligados, a andar por caminos que no eran suyos.

Porque el mejor camino de Benedetti, el que supuso la sal de su vida, fue el de Paso de los Toros, donde nació el 14 de septiembre de 1920, a Montevideo, donde murió 89 años más tarde.

Aquel olvido de las llaves fue no sólo una premonición de ese desarraigo total de España, donde dejó cuadros y libros, casa y recuerdos, sino también la triste comprobación de la penúltima de las contrariedades de la vida de Mario.

Luz, su mujer, a la que dedicó bellísimos poemas de amor con cuya música (de Serrat, de Viglietti) se adoraron muchos amantes, había perdido la memoria, aparte de la audición, que fue tan deficiente que Mario decidió ponerle al teléfono, para que su sonido fuera advertido por ella, una especie de semáforo estridente de luz roja.

El regreso definitivo a Montevideo, donde lo vi varias veces desde entonces, resultó alegre y penoso a la vez; por razones que tienen que ver con la historia familiar rompió relaciones con su hermano, que era su mejor amigo, se deterioró hasta la muerte la salud de Luz, su amor, y él empezó a vivir el resto de sus días con la desolación que acompañó a su rostro perplejo del final.

En medio, durante sus años digamos felices, Benedetti fue digno heredero de aquel primer hombre de Poemas de la oficina, un montevideano que quería para su país un futuro rojo y progresista, y que un día se encontró ante sí con la peor de las conquistas del mal: la dictadura militar. El exilio lo llevó a Cuba, a Perú, a Palma de Mallorca, a Madrid. Guillermo Shavelzon, Mercedes Casanovas, Chus Visor, Luis García Montero, Benjamín Prado… ilustraron de atenciones sus vidas, la de Luz y la suya. Lo llevaron a recitales y a ferias del libro, conquistó el corazón de muchísima gente y firmó miles de libros. En la Feria del Libro de Madrid se le veía siempre con su Ventolín (fue cambiando de vaporizador contra el asma, porque siempre estaba a la última en estos descubrimientos pulmonares), firmando y anotando el número de libros vendidos, siempre cerca de un cuarto de baño, porque además de metódico era previsor y en esos tiempos a las ferias no le importaban tanto la próstata de los escritores…

Era discretísimo (la última biografía de Mario Benedetti, la de Hortensia Campanela, se titula Un mito discretísimo), se enfadaba en los debates pero mantenía la caballerosidad (tenía a gala haber discutido de política en este periódico con Vargas Llosa y mantener la amistad con su tocayo); y era firme en sus convicciones pasadas como si aún estuvieran en Sierra Maestra, por ejemplo, los que hicieron la Revolución Cubana.

Sus libros narrativos eran su obligación y la poesía era su juego. Las novelas tuvieron como arranque hechos que él mismo vivió, pero dejaba que la fantasía se introdujera en ese barbecho para convertir también sus textos en metáforas del tiempo que fue viviendo, en el exilio y también (otra palabra suya) en el desexilio. El exilio y sus penurias, que fueron muchas, le dejaron un carácter melancólico y acentuó la tristeza de su sonrisa desconfiada.

El regreso a Uruguay fue precedido por algunas dolencias operables pero duraderas, que le dejaron lesionado el espíritu y el cuerpo. Un día, después de una de esas operaciones, le dije que convenía que se afeitara, que parecía, tan descuidado, más enfermo. Al día siguiente le fui a llevar periódicos (también se los llevaba Chus Visor, su editor), porque su pasión por leer lo que pasaba no conocía intervalos. Media hora después de estar juntos, sin haberle dicho nada de su nuevo aspecto, me preguntó, con su sonrisa de niño: “Juancito, ¿no has visto que me he afeitado?”.

La enfermedad mayor de Luz terminó de acentuar su pesimismo sobre lo que iba a ser aquel nuevo trayecto que iba a emprender en su país. Los proyectos de la fundación que lleva su nombre, y que con buena mano ha llevado hasta hace poco su fiel amigo Ariel Silva, le pudo levantar el ánimo, pero la muerte de su mujer fue como aquellos golpes de los que escribe César Vallejo. Un golpe cruel, el vaticinio del fin.

Fui a verle cuando ya no conocía, a principios de mayo de 2009. Sus ojos grandes, negros, perplejo y rabioso, triste; aquella sonrisa se había desvanecido. No sabía qué hacía, dónde estaba, quiénes éramos. Quién era. Esa imagen que precedió a su muerte, el 17 de aquel mes, fue luego un golpe para todos los que vivimos junto a él, tratándole o leyéndole, su diatriba con la vida, su búsqueda afanosa del amor, la tragedia de haber perdido su país y que al final perdió incluso la ilusión de volver. Como si le hubieran robado, o extraviado, las llaves que guardan la felicidad de un hombre.
 
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