
Desde que en 1981 se entregaron los primeros Premios Príncipe de Asturias, por un Felipe de trece años, salvo en 1984 en que, ausente por sus estudios en Canadá, fue el Rey quien lo hizo, la reina Sofía no ha faltado nunca. Desde un palco del Teatro Campoamor ha seguido estas XXXVI ediciones con emoción de madre.
Hasta el 2004, el hoy Rey presidía en solitario el solemne acto aunque, en las primeras ediciones le acompañaron sus padres, los Reyes. Pero, desde que contrajera matrimonio, lo ha hecho con la inefable Letizia, a tiro de los comentarios de sus paisanos.
Conocían tanto a su familia que, a veces, éstos no eran muy generosos sino mordaces. Un mal trago para la consorte aunque también una revancha. Ya me veis, aquí estoy y, además como Princesa, como Reina, fastidiaros…
Pero volvamos a la Reina, en este caso Reina madre, que no ha querido perderse la ceremonia del pasado viernes.
Viéndola allí, no pude de por menos que recordar el año en el que, por primera vez en 23, no estuvo sola en el palco. La gran sorpresa de aquella noche del 2004 fue su acompañante. No era, por supuesto, don Juan Carlos quien, con su ausencia, cedía todo el protagonismo a su heredero.
Tampoco la esposa del Jefe del Estado de Brasil, señora de Lula da Silva, uno de los galardonados, quien, por protocolo, debería haber ocupado un lugar junto a la Reina, su igual como esposa del Jefe del Estado español. Pues más bien fue que no. Ocupó un discreto lugar junto al embajador de su país.
Quien aparecía en el palco, como chevalier servant de la soberana, sentado a su izquierda, ni un paso atrás ni uno delante, era… Iñaki Urdangarin.
Ítem más: horas antes y una vez más contra todo protocolo, fue el entonces duque de Palma el encargado de recibir a la reina al pié de la escalerilla del avión, a su llegada al aeropuerto de Asturias, en vez de hacerlo el Presidente del Principado.
Cierto es que, para doña Sofía, Iñaki siempre fue el yerno perfecto, por ser, a su juicio “bueno, bueno, buenísimo, de un gran fondo moral”, en propia declaración. Por ello se sentía cómoda junto a él, a diferencia que con Jaime Marichalar.
Aquel día recuerdo haber escrito una columna en El Mundo titulada “Urdangarin gana; Marichalar pierde”.
¿Qué fue de aquel joven tan guapo, tan alto, tan rubio, con los ojos azules, con tanto parecido al príncipe Felipe y tan querido de la reina?: a las puertas de la cárcel está.
¡Quién se lo iba a decir a la pobre doña Sofía, que mucha vista para los yernos y la nuera no ha tenido