¿Para qué necesita Mercedes Milá la ciencia si ya tiene una opinión?
Por PALOMA RANDO
6 de marzo de 2017 / 15:14
Etiquetas:
Cine y TV

Mercedes Milá, durante el programa Chester in love.
D. R.
Que nada se interponga entre usted y su opinión. Si tiene dudas, utilice lo ocurrido ayer en Chester in love, el programa de Risto Mejide, como guía.
Mercedes Milá, invitada de la noche, compartió espacio con el bioquímico José Miguel Mulet, profesor de la universidad politécnica de Valencia, que rebatió en 2013 en su blog un libro que Milá defiende con ahínco, La enzima prodigiosa.
El encuentro entre ambos transcurrió así:
Se lo resumimos aquí. Mulet, en un alarde divulgativo infrecuente en nuestra televisión actual, explica a la audiencia y a la periodista lo que es una enzima (algo, por otro lado, que cualquier estudiante que haya superado la ESO debería tener claro) y señala que el libro referente de Milá está lleno de mitos como que la leche es perjudicial y que clorar el agua es nocivo. ¿La respuesta de Mercedes Milá? Que lea el libro (parece ignorar que Mulet ya escribió sobre él) y que adelgace, que para saber tanto de alimentos, está muy gordo.
El agravio se puede analizar en pocas líneas. Imagínense que en lugar de Milá en ese sofá llega a estar sentado algún hombre. Imagínese después que en lugar de Mulet llegamos a tener frente a ese periodista imaginario a una científica. Y deduzca la que se habría armado con la salida de tono. Algo parecido a lo que ocurrió cuando aquel periodista trató de desacreditar a la por entonces futura alcaldesa de Barcelona señalando que estaba “gordita”.
Pero lo preocupante del asunto no es ni siquiera cómo Milá despacha los argumentos del investigador, que no es más que una reacción orgullosa de una persona herida, que, en lugar de defenderse con argumentos, se defiende tratando de buscar una debilidad no en las palabras de su interlocutor, sino en su interlocutor mismo.
Lo grave es ese mantra, que se deduce de la sonrisa autosuficiente de Milá durante todo el vídeo: que nadie ni nada se interponga entre usted y su opinión. Mercedes Milá tiene una opinión.
Frente a ella, un científico. Uno de esos bichos raros que no tienen opiniones. O al menos no las consideran relevantes. Los científicos tienen hipótesis que prueban o refutan. Y que una vez probadas se mantienen gracias a su propia entidad, hasta que una posterior las desacredita.
¿Pero qué importa la ciencia cuando Mercedes Milá tiene una opinión?
¿Sabe quiénes tuvieron también una opinión? Los miembros de la Congregación del Santo Oficio que amonestaron a Galileo y le instaron a que abandonara la hipótesis de que la Tierra se movía. Los que contribuyeron a que Newton temiera por su vida después de enunciar la ley de la gravitación universal. Aquellos que se opusieron a la teoría de las especies de Darwin. Y esto por señalar tan solo casos que conocemos todos.
¿Sabe quiénes tienen también una opinión? Los del –que me perdone Miguel Ríos– blues del autobús naranja. Y los que practican y/o defienden las terapias de conversión.
Todos ellos tienen una opinión, pero a todos ellos era muy fácil identificarlos antes, porque todos tenían algo en común: sus opiniones no se llamaban opiniones, se llamaban fe, dogma, creencias. Son los mismos que a lo mejor le dijeron en la escuela que si se masturbaba se iba a quedar ciego. Afortunadamente, ahora (en occidente) solo tienen una opinión, no la potestad para imponerla.
Sin embargo, ahora abundan los dogmas disfrazados de opiniones. Hay para todos los gustos. La homeopatía, el reiki, la reflexología. Y cuesta identificarlos, porque ya no se deducen de las escrituras sagradas. Se deducen de las escrituras que se venden en el VIPS. Y se comercializan en las farmacias. Y los sustentan porcentajes y terminología de apariencia científica. Y el “a mí me funciona”, el “el secreto que los médicos no quieren que sepas” y todo tipo de teorías conspirativas que se cree a la primera de cambio ese que en otros contextos presume de que la iglesia no le engaña.
Es en ese magma pseudocientífico donde resulta más fácil que nunca que usted se fabrique una opinión a su medida. La leche es mala. El pescado azul es malo. No, el malo es el blanco. ¿El gluten? Peor que la heroína. Hay unas semillas buenísimas para ponerse en las orejas, pruébelas. ¿Hidratos a partir de las siete de la tarde? ¡Está loco! Y guárdese del wifi, que le va a dejar estéril. No es bueno el wifi, no.
Mercedes Milá tiene su opinión y no va a permitir que la ciencia se interponga entre su opinión y ella, porque igual que las famosas que se sientan en Sálvame tienen SU verdad, que no suele ser más que una mentira, Mercedes Milá tiene su ciencia. ¿Ha elegido usted ya la suya?
Por PALOMA RANDO
6 de marzo de 2017 / 15:14
Etiquetas:
Cine y TV

Mercedes Milá, durante el programa Chester in love.
D. R.
Que nada se interponga entre usted y su opinión. Si tiene dudas, utilice lo ocurrido ayer en Chester in love, el programa de Risto Mejide, como guía.
Mercedes Milá, invitada de la noche, compartió espacio con el bioquímico José Miguel Mulet, profesor de la universidad politécnica de Valencia, que rebatió en 2013 en su blog un libro que Milá defiende con ahínco, La enzima prodigiosa.
El encuentro entre ambos transcurrió así:
Se lo resumimos aquí. Mulet, en un alarde divulgativo infrecuente en nuestra televisión actual, explica a la audiencia y a la periodista lo que es una enzima (algo, por otro lado, que cualquier estudiante que haya superado la ESO debería tener claro) y señala que el libro referente de Milá está lleno de mitos como que la leche es perjudicial y que clorar el agua es nocivo. ¿La respuesta de Mercedes Milá? Que lea el libro (parece ignorar que Mulet ya escribió sobre él) y que adelgace, que para saber tanto de alimentos, está muy gordo.
El agravio se puede analizar en pocas líneas. Imagínense que en lugar de Milá en ese sofá llega a estar sentado algún hombre. Imagínese después que en lugar de Mulet llegamos a tener frente a ese periodista imaginario a una científica. Y deduzca la que se habría armado con la salida de tono. Algo parecido a lo que ocurrió cuando aquel periodista trató de desacreditar a la por entonces futura alcaldesa de Barcelona señalando que estaba “gordita”.
Pero lo preocupante del asunto no es ni siquiera cómo Milá despacha los argumentos del investigador, que no es más que una reacción orgullosa de una persona herida, que, en lugar de defenderse con argumentos, se defiende tratando de buscar una debilidad no en las palabras de su interlocutor, sino en su interlocutor mismo.
Lo grave es ese mantra, que se deduce de la sonrisa autosuficiente de Milá durante todo el vídeo: que nadie ni nada se interponga entre usted y su opinión. Mercedes Milá tiene una opinión.
Frente a ella, un científico. Uno de esos bichos raros que no tienen opiniones. O al menos no las consideran relevantes. Los científicos tienen hipótesis que prueban o refutan. Y que una vez probadas se mantienen gracias a su propia entidad, hasta que una posterior las desacredita.
¿Pero qué importa la ciencia cuando Mercedes Milá tiene una opinión?
¿Sabe quiénes tuvieron también una opinión? Los miembros de la Congregación del Santo Oficio que amonestaron a Galileo y le instaron a que abandonara la hipótesis de que la Tierra se movía. Los que contribuyeron a que Newton temiera por su vida después de enunciar la ley de la gravitación universal. Aquellos que se opusieron a la teoría de las especies de Darwin. Y esto por señalar tan solo casos que conocemos todos.
¿Sabe quiénes tienen también una opinión? Los del –que me perdone Miguel Ríos– blues del autobús naranja. Y los que practican y/o defienden las terapias de conversión.
Todos ellos tienen una opinión, pero a todos ellos era muy fácil identificarlos antes, porque todos tenían algo en común: sus opiniones no se llamaban opiniones, se llamaban fe, dogma, creencias. Son los mismos que a lo mejor le dijeron en la escuela que si se masturbaba se iba a quedar ciego. Afortunadamente, ahora (en occidente) solo tienen una opinión, no la potestad para imponerla.
Sin embargo, ahora abundan los dogmas disfrazados de opiniones. Hay para todos los gustos. La homeopatía, el reiki, la reflexología. Y cuesta identificarlos, porque ya no se deducen de las escrituras sagradas. Se deducen de las escrituras que se venden en el VIPS. Y se comercializan en las farmacias. Y los sustentan porcentajes y terminología de apariencia científica. Y el “a mí me funciona”, el “el secreto que los médicos no quieren que sepas” y todo tipo de teorías conspirativas que se cree a la primera de cambio ese que en otros contextos presume de que la iglesia no le engaña.
Es en ese magma pseudocientífico donde resulta más fácil que nunca que usted se fabrique una opinión a su medida. La leche es mala. El pescado azul es malo. No, el malo es el blanco. ¿El gluten? Peor que la heroína. Hay unas semillas buenísimas para ponerse en las orejas, pruébelas. ¿Hidratos a partir de las siete de la tarde? ¡Está loco! Y guárdese del wifi, que le va a dejar estéril. No es bueno el wifi, no.
Mercedes Milá tiene su opinión y no va a permitir que la ciencia se interponga entre su opinión y ella, porque igual que las famosas que se sientan en Sálvame tienen SU verdad, que no suele ser más que una mentira, Mercedes Milá tiene su ciencia. ¿Ha elegido usted ya la suya?