Opiniones: JUAN MANUEL DE PRADA

Yo leí "La Tempestad" por la que le dieron el Planeta y me pareció infumable, no he vuelto a leer nada más de él por lo que ignoro si en obras posteriores ha mejorado.
No he leído ningún libro suyo, pero los artículos, sobretodo de esta última etapa ¡¡son magistrales!! como contenido.
Y como castellano, supongo, a veces me cuesta entender todos los matices, ya que todavía estoy en proceso de aprendizaje del español :)
 
No he leído ningún libro suyo, pero los artículos, sobretodo de esta última etapa ¡¡son magistrales!! como contenido.
Y como castellano, supongo, a veces me cuesta entender todos los matices, ya que todavía estoy en proceso de aprendizaje del español :)
Pues tendré que leer alguno de sus artículos, la novela de la que hablo es del siglo pasado.
 
http://www.finanzas.com/xl-semanal/firmas/juan-manuel-de-prada/20141116/control-social-7835.html

Control social


Mucho peores que los sicarios del Nuevo Orden Mundial son esos felones que, desde posiciones «equidistantes», tratan de descalificar a quienes se juegan el tipo, aduciendo que la «crítica sistemática» no es de recibo, que hay que ser «constructivos», que no se puede ser «profeta de calamidades», etcétera. Contra estos tibios y fariseos que, so capa de moderantismo y «positividad», impiden u obstruyen la confrontación de ideas, escribió Chesterton La esfera y la cruz. Sin duda, el «pensamiento positivo» (que no es sino el disfraz de decencia que se pone la más abyecta corrección política) es uno de los instrumentos más aciagos de control social que el sistema ha introducido en nuestras vidas; y sus apóstoles, bajo su apariencia modosita, los más peligrosos jenízaros de la ideología mundialista.

En un libro muy notable que acabo de leer, Oligarquía y sumisión (Ediciones Encuentro), José Miguel Ortí Bordás se refiere muy acertadamente a esta nueva forma de control social o dominación de las conciencias que ya no actúa, como en los totalitarismos clásicos, allanándolas y forzándolas, sino moldeándolas a su gusto, adaptándolas complacientemente a los paradigmas culturales y políticos vigentes, y reduciendo a los pueblos a la categoría de rebaños gustosamente esclavizados, corifeos de la corrección política y del pensamiento positivo, fundado sobre una antropología optimista (¡el hombre es buenecito y, a poco que lo dejen, irá perfeccionándose todavía más!). Por supuesto, este control social se logra sin que nadie tenga la impresión de estar obedeciendo, sino abrazando libremente (¡con entusiasmo de lacayos fervorosos!) sus directrices. Y, una vez logrado el control completo, el discrepante será automáticamente visto como un desviado o un demente peligrosísimo.

Mucho más importante -nos recuerda Ortí Bordá- que alcanzar el poder político es conseguir el control social, pues de hecho el poder político no es más que el ejercicio efectivo de un control social previo, en el que las diversas oligarquías, con sus negociados de derecha e izquierda, pueden turnarse tranquilamente, admitiendo de vez en cuando nuevos socios en el reparto del pastel. Por control social debemos entender los mecanismos sibilinos de psicología de masas que logran el sometimiento de las conciencias a los paradigmas culturales de cada época (llámense 'capitalismo financiero', 'derechos de bragueta', 'consumismo', 'ideología de género', etcétera), ante los que se allanan sin darse cuenta, con la misma naturalidad con que respiramos. La finalidad de este control social no es otra sino reforzar la tendencia a la conformidad y lograr que los comportamientos «desviados» sean automáticamente reprimidos por el propio cuerpo social, que hace sentir a quien osa comportarse o pensar de forma «desviada» como una suerte de apestado. Para lograr el control social sobre los pueblos, previamente se destruyen las tradiciones culturales y religiosas que los vinculaban y hacían fuertes, hasta convertirlos en una mera agregación de átomos extraviados e individualistas (¡y con conexión a interné, oiga!); una vez rotos todos los vínculos, a esa agregación de átomos condenados a la intemperie espiritual se les da un catecismo gregario que endiose sus apetitos, al que gozosamente se adhieren mientras todos sus bienes materiales y espirituales son saqueados, de tal modo que «toda contradicción parezca irracional y toda oposición imposible», tal como establecía Herbert Marcuse en El hombre unidimensional.

Naturalmente, en este tipo de sociedades desintegradas es fácil criar individuos (como las hormigas crían a los pulgones) que consideren que el sistema político y social es difícilmente mejorable. La única discrepancia aceptable, que inmediatamente será asimilada por los negociados de derecha e izquierda existentes, será la que acepte las coordenadas prefijadas por los paradigmas establecidos; y en el caso de que tal discrepancia adopte apariencias airadas, se arbitrará un nuevo negociado ('marcas blancas' del sistema) que, con el reclamo de rebelarse contra alguno de los paradigmas vigentes, fomente la aceptación del resto. Así, por ejemplo, se permitirá al rebaño rebelarse contra los abusos del sistema financiero, siempre que no dejen de reclamar aborto y demás derechos de bragueta; pues el Nuevo Orden Mundial sabe bien que el mejor modo de saquear a la gente y así abastecer mejor los mercados financieros consiste en exaltar la lujuria y prohibir la fecundidad, para que la gente no tenga hijos y el expolio que sufre no lo perciba contra un atentado contra su prole.

Así, mediante este sutilísimo control social, nos llevan al matadero.
 
http://www.abc.es/historico-opinion/index.asp?ff=20141115&idn=1613975120523

INTERSTELLAR
JUAN MANUEL DE PRADA

Parece que el guión de «Interstellar» lo hubiese escrito un Hawking en plena resaca de anisete

SOSPECHO que Christopher Nolan pretendía (y, desde luego, los que cortan el bacalao así nos lo han hecho creer) que su nueva película, Interstellar, fuese un hito de la ciencia-ficción «trascendente», en la estela de 2001: una odisea del espacio o Solaris; pero lo cierto es que le ha salido una versión pelmaza de Gravity. Cuando describimos Interstellar como pelmaza no queremos decir tan sólo que sea aburrida, que lo es por arrobas, sino también que es fastidiosa y cargante, entreverada de morcillitas seudocientíficas, para deslumbramiento de la parroquia geek, que no son sino cháchara altisonante para epatar palurdos. Por momentos, parece que el guión de Interstellar lo hubiese escrito un Hawking en plena resaca de anisete, tal es su empacho de cosmología especulativa, su utilización pachanguera de las ecuaciones de Einstein, su desprecio de la indeterminación cuántica, su morralla abracadabrante sobre viajes en el tiempo, agujeros negros y agujeros de gusano. Y conste que con tales elementos pueden tejerse (y, de hecho, se han tejido) maravillosas historias; lo enervante de la película de Nolan es su pretensión petulante de «rigor científico», que la hace oscilar entre la aridez y el ridículo, con creciente propensión hacia el segundo extremo, a medida que avanza el metraje, largo como un día sin pan.
No hace falta ser un lince para descubrir que Nolan es un tipo con un caos mental importante; y me atrevería a decir, incluso, que por ello mismo se ha convertido en uno de los cineastas más idolatrados de nuestra época, cuyo panorama mental se parece bastante a una empanada de berberechos. En su cine siempre hay pacotilla disfrazada de trascendencia, soplapolleces servidas muy embrolladamente, puerilidades engalanadas de sofisticación, como de lector de recuelos del Reader’s Digest que se hace pasar por niño prodigio, sabio clarividente y artista visionario, todo en uno (aunque todos sus regüeldos, a la postre, siguen apestando a recuelo del Reader’s Digest). A veces, Nolan sirve sus pacotillas con perifollos visuales y alambicamientos argumentales que los convierten en brillantes engañabobos (pensemos en Origen); pero otras se olvida del aderezo y el oropel y la pacotilla resulta árida e irrisoria, una plasta indigesta aderezada con una turra intempestiva de versos de Dylan Thomas y diálogos sonrojantes, como de almanaque para gafapastas con almorranas (en Interstellar hay, entre otras perlas de la digresión soporífera, un diálogo con pretensiones tarkovskianas sobre el amor que merece figurar en cualquier antología de la farfolla), resuelta al modo más chapucero, con un torpísimo montaje paralelo que hubiese hecho cortarse las venas, por desesperación o melancolía, a un David Ward Griffith que volviese para comprobar la vigencia de su legado.
En el fondo de esta gran gayola geek (en la que nunca se alcanza el orgasmo, por impotencia creativa) subyace el empacho de seudociencia propio de una época huérfana de ciencia: la física sin metafísica, la antropología sin teología, etcétera. Por eso allá donde en las películas de Kubrick o Tarkovsky anidaba el secreto de una entidad trascendente (¿acaso Dios?), en Interstellar sólo hallamos la autosuficiencia del hombre, convertido en fatuo diosecillo de sí mismo. Y es que, como decía Pasteur, poca ciencia nos aparta de Dios, pero mucha nos devuelve a Él; y al olmo idolatrado por una época con catadura de empanada de berberechos no se le pueden pedir divinas peras.
Huelga añadir que Interstellar ya ha sido entronizada como un gran hito del cine de nuestra época.
 
Yo encuentro sus artículos fatigosos de leer: sus argumentos se pierden en la maraña de adjetivos (siempre por duplicado y triplicado), sustantivos complicados, metáforas y demás figuras estilísticas que prodiga en abundancia, la forma perjudica al fondo.
En una novela se puede escribir como se quiera, el que la lee va en busca de un texto literario. Pero en un artículo de opinión hay que ser claro y preciso para que el hilo argumental se pueda seguir sin dificultad, y un texto escrito de forma farragosa no solo enmascara las ideas sino que desanima a seguir leyendo más de ese autor en el futuro.
 
http://www.abc.es/lasfirmasdeabc/20150111/abci-charlie-hebdo-201501111723.html

Yo no soy «Charlie Hebdo»
Llegados a la culminación del dislate, hemos escuchado defender un sedicente «derecho a la blasfemia»
Día 11/01/2015 - 18.37h

Llegados a la culminación del dislate, hemos escuchado defender un sedicente «derecho a la blasfemia»
DURANTE los últimos días, hemos escuchado calificar a los periodistas vilmente asesinados del pasquín Charlie Hebdo de «mártires de la libertad de expresión». También hemos asistido a un movimiento de solidaridad póstuma con los asesinados, mediante proclamas inasumibles del estilo: «Yo soy Charlie Hebdo». Y, llegados a la culminación del dislate, hemos escuchado defender un sedicente «derecho a la blasfemia», incluso en medios católicos. Sirva este artículo para dar voz a quienes no se identifican con este cúmulo de paparruchas hijas de la debilidad mental.

Allá por septiembre de 2006, Benedicto XVI pronunció un grandioso discurso en Ratisbona que provocó la cólera de los mahometanos fanáticos y la censura alevosa y cobarde de la mayoría de mandatarios y medios de comunicación occidentales. Aquel espectáculo de vileza infinita era fácilmente explicable: pues en su discurso, Benedicto XVI, además de condenar las formas de fe patológica que tratan de imponerse con la violencia, condenaba también el laicismo, esa expresión demente de la razón que pretende confinar la fe en lo subjetivo, convirtiendo el ámbito público en un zoco donde la fe puede ser ultrajada y escarnecida hasta el paroxismo, como expresión de la sacrosanta libertad de expresión. Esa razón demente es la que ha empujado a la civilización occidental a la decadencia y promovido los antivalores más pestilentes, desde el multiculturalismo a la pansexualidad, pasando por supuesto por la aberración sacrílega; esa razón demente es la que vindica el pasquín Charlie Hebdo, que además de publicar sátiras provocadoras y gratuitamente ofensivas contra los musulmanes ha publicado en reiteradas ocasiones caricaturas aberrantes que blasfeman contra Dios, empezando por una portada que mostraba a las tres personas de la Santísima Trinidad sodomizándose entre sí. Escribía Will Durant que una civilización no es conquistada desde fuera hasta que no se ha destruido a sí misma desde dentro; y la basura sacrílega o gratuitamente ofensiva que publicaba el pasquín Charlie Hebdo, como los antivalores pestilentes que defiende, son la mejor expresión de esa deriva autodestructiva.

Debemos condenar este vil asesinato; debemos rezar por la salvación del alma de esos periodistas que en vida contribuyeron a envilecer el alma de sus compatriotas; debemos exigir que las alimañas que los asesinaron sean castigadas como merecen; debemos exigir que la patología religiosa que inspira a esas alimañas sea erradicada de Europa. Pero, a la vez, debemos recordar que las religiones fundan las civilizaciones, que a su vez mueren cuando apostatan de la religión que las fundó; y también que el laicismo es un delirio de la razón que sólo logrará que el islamismo erija su culto impío sobre los escombros de la civilización cristiana. Ocurrió en el norte de África en el siglo VII; y ocurrirá en Europa en el siglo XXI, a poco que sigamos defendiendo las aberraciones de las que alardea el pasquín Charlie Hebdo. Ninguna persona que conserve una brizna de sentido común, así como un mínimo temor de Dios, puede mostrarse solidaria con tales aberraciones, que nos han conducido al abismo.

Y no olvidemos que el Gobierno francés –como tantos otros gobiernos occidentales–, que amparaba la publicación de tales aberraciones, es el mismo que ha financiado en diversos países (y en especial en Libia) a los islamistas que han masacrado a miles de cristianos, mucho menos llorados que los periodistas del pasquín Charlie Hebdo. Puede parecer ilógico, pero es irreprochablemente lógico: es la lógica del mal en la que Occidente se ha instalado, mientras espera la llegada de los bárbaros.
 
http://paralalibertad.org/nos-vemos-en-el-matadero/

Nos vemos en el matadero

JUAN MANUEL DE PRADA – ABC – 16/11/15


Juan Manuel de Prada

· Cuando Rusia lanzó su campaña en Siria, Francia escenificó con mucho aspaviento su oposición.

El presidente sirio Al Assad, después de deplorar los atroces atentados de París, ha recordado que lo que el viernes sucedió en la capital francesa ocurre cada día en Siria desde hace cinco años, ante la indiferencia de las plañideras que hoy lloriquean y ayer se tapaban los oídos cuando el mismo Al Assad advertía: «Pronto veremos cómo las naciones occidentales que apoyan el terrorismo pagarán un alto precio; y muchas de ellas entenderán tarde, e incluso demasiado tarde, que la batalla que el pueblo sirio libra para proteger su patria se extiende más allá de sus fronteras, para defender también a gentes de otras naciones que en el futuro pueden ser víctimas del mismo terrorismo».

Las palabras proféticas de Al Assad se hacen realidad hoy. En estos días luctuosos no debemos olvidar que, al igual que otras colonias del pudridero europeo, Francia (o, dicho más exactamente, los capataces al servicio del Nuevo Orden Mundial que ocupan el Elíseo) apoyó las llamadas «primaveras árabes» acaudilladas por islamistas de la peor calaña. No debemos olvidar que Francia se ha empleado con denuedo en la erradicación de todo régimen nacionalista árabe que supusiera un dique contra la expansión del islamismo, llegando a intervenir de forma especialmente repugnante en Libia. No debemos olvidar tampoco que Francia ha enviado su aviación a Siria con la excusa del combatir a Estado Islámico, pero con el secreto propósito de destruir la infraestructura petrolera del país, sus centros de comunicaciones y, en general, todo objetivo que contribuyese a la defensa patriótica de la nación siria.

No debemos olvidar que Francia (según ha reconocido el propio Hollande) se ha dedicado a armar, entrenar y financiar a los llamados «rebeldes» sirios, que es el nombre fino con que se designa a las alimañas yihadistas venidas desde los más diversos rincones del atlas para derrocar a Al Assad y vaciar Siria, obedeciendo las consignas del Nuevo Orden Mundial, que desea reconfigurar el mapa de la región. No debemos olvidar, en fin, que cuando Rusia, la única nación europea que combate el terrorismo yihadista, lanzó su campaña en Siria, Francia escenificó con mucho aspaviento su oposición.

Dicho lo cual, no podemos dejar de deplorar que el pueblo francés haya sido elegido como víctima del terrorismo que apoyan sus gobernantes traidores. Nos duele en el alma que la nación católica que en otro tiempo fue denominada «primogénita de la Iglesia» se haya convertido, tras dos siglos de destructiva exaltación de los deletéreos ideales revolucionarios, en el principal centro irradiador del veneno que está destruyendo Europa, que no es otro sino la renuncia a los principios que fundaron su civilización, la insensata exaltación del laicismo, la negación de las leyes naturales y divinas que nos ha convertido en una papilla de gentes amorfas, aferradas a sus placeres embrutecedores y a su esterilizante bienestar material.

Nos duele terriblemente pensar en las almas de esos 129 inocentes ametrallados por las alimañas yihadistas, que mientras fueron masacrados ni siquiera pudieron rezar una oración a Dios, porque ya no creen en Él, o porque ya no saben rezarle, pues las oraciones con que sus antepasados se encomendaban a Dios no se pueden enseñar en las escuelas ni rezar en público, por razones de «higiene pública» y «progreso social». Nos duele terriblemente ver a un pueblo otrora fuerte y aguerrido convertido en un pueblo apóstata al que sus gobernantes han dejado inerme y sin fibra moral. Pero en esto los franceses no se distinguen de los demás pueblos que integran el pudridero europeo, víctimas del terrorismo que apoyan sus gobernantes traidores. ¡Nos vemos en el matadero!
 
Tranquilo que el coletas esta controlado es el pretexto perfecto para que el bipartidismo se una contra el comunismo del coletas que romperá Hepaña, si es todo trolas! El coletas también recibía sus becas de caja Madrid de manos del antiguo jefe de casa real quie decidía las becas y a quien, al hijo de Al munió le dijo que no y papa comisario se mosqueó, al coletas se las daban porque es chivo listo!

eso de "Hepaña" me huele conocido ... jajajaja... se puede entrar al foro con multinicks?
 
jodo ... pues a mi este párrafo me parece genial ja ja ja ja porque coincido cien por cien en su comentario sobre el pedorro de Hawking:

"parece que el guión de Interstellar lo hubiese escrito un Hawking en plena resaca de anisete, tal es su empacho de cosmología especulativa, su utilización pachanguera de las ecuaciones de Einstein, su desprecio de la indeterminación cuántica, su morralla abracadabrante sobre viajes en el tiempo, agujeros negros y agujeros de gusano"

ni Cervantes oigan... jajajaja...
 
http://www.abc.es/historico-opinion/index.asp?ff=20141115&idn=1613975120523

INTERSTELLAR
JUAN MANUEL DE PRADA

Parece que el guión de «Interstellar» lo hubiese escrito un Hawking en plena resaca de anisete

SOSPECHO que Christopher Nolan pretendía (y, desde luego, los que cortan el bacalao así nos lo han hecho creer) que su nueva película, Interstellar, fuese un hito de la ciencia-ficción «trascendente», en la estela de 2001: una odisea del espacio o Solaris; pero lo cierto es que le ha salido una versión pelmaza de Gravity. Cuando describimos Interstellar como pelmaza no queremos decir tan sólo que sea aburrida, que lo es por arrobas, sino también que es fastidiosa y cargante, entreverada de morcillitas seudocientíficas, para deslumbramiento de la parroquia geek, que no son sino cháchara altisonante para epatar palurdos. Por momentos, parece que el guión de Interstellar lo hubiese escrito un Hawking en plena resaca de anisete, tal es su empacho de cosmología especulativa, su utilización pachanguera de las ecuaciones de Einstein, su desprecio de la indeterminación cuántica, su morralla abracadabrante sobre viajes en el tiempo, agujeros negros y agujeros de gusano. Y conste que con tales elementos pueden tejerse (y, de hecho, se han tejido) maravillosas historias; lo enervante de la película de Nolan es su pretensión petulante de «rigor científico», que la hace oscilar entre la aridez y el ridículo, con creciente propensión hacia el segundo extremo, a medida que avanza el metraje, largo como un día sin pan.
No hace falta ser un lince para descubrir que Nolan es un tipo con un caos mental importante; y me atrevería a decir, incluso, que por ello mismo se ha convertido en uno de los cineastas más idolatrados de nuestra época, cuyo panorama mental se parece bastante a una empanada de berberechos. En su cine siempre hay pacotilla disfrazada de trascendencia, soplapolleces servidas muy embrolladamente, puerilidades engalanadas de sofisticación, como de lector de recuelos del Reader’s Digest que se hace pasar por niño prodigio, sabio clarividente y artista visionario, todo en uno (aunque todos sus regüeldos, a la postre, siguen apestando a recuelo del Reader’s Digest). A veces, Nolan sirve sus pacotillas con perifollos visuales y alambicamientos argumentales que los convierten en brillantes engañabobos (pensemos en Origen); pero otras se olvida del aderezo y el oropel y la pacotilla resulta árida e irrisoria, una plasta indigesta aderezada con una turra intempestiva de versos de Dylan Thomas y diálogos sonrojantes, como de almanaque para gafapastas con almorranas (en Interstellar hay, entre otras perlas de la digresión soporífera, un diálogo con pretensiones tarkovskianas sobre el amor que merece figurar en cualquier antología de la farfolla), resuelta al modo más chapucero, con un torpísimo montaje paralelo que hubiese hecho cortarse las venas, por desesperación o melancolía, a un David Ward Griffith que volviese para comprobar la vigencia de su legado.
En el fondo de esta gran gayola geek (en la que nunca se alcanza el orgasmo, por impotencia creativa) subyace el empacho de seudociencia propio de una época huérfana de ciencia: la física sin metafísica, la antropología sin teología, etcétera. Por eso allá donde en las películas de Kubrick o Tarkovsky anidaba el secreto de una entidad trascendente (¿acaso Dios?), en Interstellar sólo hallamos la autosuficiencia del hombre, convertido en fatuo diosecillo de sí mismo. Y es que, como decía Pasteur, poca ciencia nos aparta de Dios, pero mucha nos devuelve a Él; y al olmo idolatrado por una época con catadura de empanada de berberechos no se le pueden pedir divinas peras.
Huelga añadir que Interstellar ya ha sido entronizada como un gran hito del cine de nuestra época.

El tio, me refiero a Prada es un genio de la critica de cine, tiene unos conocimientos enciclopédicos recuerdo haberle escuchado en debates en los que pensaba "de donde ha salido este trozo de empollón que tiene grabada esa peli fotograma a fotograma en el cerebro"... pero es que leyendo este articulo te tronchas con esta critica ácida pero divertida... ahi va otro párrafo brillante que he entresacado en una lectura rápida:

"En su cine[ el de Nolan] siempre hay pacotilla disfrazada de trascendencia, soplapolleces servidas muy embrolladamente, puerilidades engalanadas de sofisticación, como de lector de recuelos del Reader’s Digest que se hace pasar por niño prodigio, sabio clarividente y artista visionario, todo en uno (aunque todos sus regüeldos, a la postre, siguen apestando a recuelo del Reader’s Digest). A veces, Nolan sirve sus pacotillas con perifollos visuales y alambicamientos argumentales que los convierten en brillantes engañabobos (pensemos en Origen); pero otras se olvida del aderezo y el oropel y la pacotilla resulta árida e irrisoria, una plasta indigesta aderezada con una turra intempestiva de versos de Dylan Thomas y diálogos sonrojantes, como de almanaque para gafapastas con almorranas"
 

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