MÚSICA PARA CAMALEONES - Truman Capote

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Mary: No está en casa.

Señora Trask : No me diga eso. Póngame con él.

Mary: Lo siento, señora Trask. Creo que está volando.

Señora Trask ( con amarga alegría): ¿Volando? Siempre está volando. Siempre.

Mary: Quiero decir que está trabajando.

Señora Trask: Dígale que me llame a casa de mi hermana en Nueva Jersey. Que me llame nada más llegar, si es que sabe lo que le conviene

Mary: Si, señora. Le dejaré el recado. (Cuelga.)
Tiene mal genio, la mujer. No es raro que él esté en esas condiciones. Y ahora está fuera trabajando. Me pregunto si me habrá dejado mi dinero. Ajá . Ahí está. Encima de la nevera.

( En forma sorprendentemente , al cabo de una hora se las ha arreglado de alguna manera para ocultar el caos y dar a la estancia un aspecto no enteramente ordenado, pero sí medianamente respetable. Con un lápiz garabateaba una nota y la sujeta contra el espejo de la cómoda. " Querido míster Trask, su mujer quiere que la llame a casa de su hermana sinceramente Mary Sánchez."
Luego suspira, se sienta en el borde de la cama y de su bolso de mano saca una cajita de hojalata que contiene un surtido de canutos de marihuana; selecciona uno, lo encaja en una boquilla y enciende, inhalando profundamente, reteniendo el humo en los pulmones y cerrando los. Me ofrece uno.)

TC: Gracias. Es demasiado pronto.


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Mary: Nunca es demasiado pronto. De todos modos, tiene que probar este material. Mucho coj*nes. Me lo regaló una clienta, una señora realmente católica; está casada con un tipo del Perú. Se lo manda su familia. Directamente por correo. Nunca lo utilizo para colocarme. Sólo lo suficiente como para levantar un poco el ánimo.

Esa pesadez. ( Da chupadas al petardo hasta que casi le quema los labios) Andrew Trask. Pobre diablo asustado. Podría terminar como Pedro. Muerto en el banco de un parque, sin nadie a quien le importe. No es que a mí no me importara aquel hombre. Últimamente me sorprendo recordando los buenos tiempos que pasé con Pedro, y supongo que eso es lo que le pasará a la mayoría de las personas que hayan amado alguna vez a alguien y lo hayan perdido; se borra lo malo y uno piensa en las buenas cosas que tenían, en lo que te gustaba de ellos al principio.

Pedro, el joven de quien me enamoré, bailaba divinamente, !oh!, sabía el tango, sabía la rumba, me enseñó los movimientos y me hacía bailar hasta caerme. Eramos habituales del salón de baile del Savoy. Iba arreglado y era limpio; incluso cuando le dio por la bebida siempre llevaba las uñas cortadas y arregladas. Sabía cocinar cualquier cosa. Así se ganaba la vida, como cocinero de platos rápidos.

He dicho que nunca hizo nada bueno por los chicos; pero les preparaba las cestas de comida que llevaban al colegio. Toda clase de bocadillos envueltos en papel encerado. Jamón, manteca de cacao y gelatina, huevos en ensalada , bonito, y fruta, manzanas, plátanos, peras, y un termo de leche caliente mezclada con miel. Resulta doloroso imaginárselo ahí, en el parque, y pensar que no lloré cuando la policía se presentó a decírmelo; que nunca lloré. Debería haberlo hecho. Se lo debía. También le debía un puñetazo en la mandíbula.

Voy a dejarle las luces encendidas a míster Trask. No tiene sentido que vuelva a casa y se encuentre con una habitación a oscuras.


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( Cuando salimos del edificio, la lluvia había cesado, pero el cielo estaba revuelto y se había levantado un viento que lanzaba basura a las alcantarillas y causaba que los viandantes se calaran el sombrero. Nuestro destino estaba a cuatro manzanas; un modesto pero moderno edificio de pisos con un portero uniformado, domicilio de miss Edith Shaw, una joven de unos veinticinco años que formaba parte de la plantilla de redacción de una revista. " Una especie de revista de actualidad. Debe tener cerca de mil libros. Pero no tiene aspecto de ratón de biblioteca. Es una chica muy maja, y tiene muchos novios. Demasiados; sencillamente, parece que no puede quedarse mucho tiempo con un solo tipo.
Somos amigas porque... Una vez llegué a su casa y estaba muy enferma. Acababa de abortar. Normalmente no tolero eso, va contra mis creencias. Le pregunté que por qué no se había casado con aquel hombre. La verdad era que ella no sabía con quién casarse; no sabía quien era el padre. Y de todas formas, lo último que quería era un marido o un crío".)

Mary ( inspeccionando el ambiente desde la puerta abierta del piso de dos habitaciones de miss Shaw): Aquí no hay mucho que hacer. Quitar un poco el polvo. Lo tiene bien arreglado. Fijese en todos esos libros. Del suelo hasta el techo no hay otra cosa que libros.

( Excepto por las atestadas estanterías, el piso era atrayentemente parco, blanco y luminoso, como escandinavo. Había una antigüedad: un escritorio de tapa corrediza con una máquina de escribir encima; miré lo que había escrito en ella:

" Zsa Zsa Gabor tiene
305 años
Lo sé
Pues le conté
Los anillos."

Y tres espacios más abajo, escrito en la máquina:

"Sylvia Plath, te odio a ti
Y a tu maldito papi.
Me gustaría, ¿ me oyes?
! Me gustaria que me metieras
La cabeza
En un horno calentado a gas!")


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TC: ¿Es poetisa miss Shaw?

Mary: Siempre está escribiendo algo. No sé qué es. Lo que he visto, a mi me suena a droga. Venga, quiero enseñarle algo.
( Me lleva al cuarto de baño, una estancia sorprendentemente amplia y resplandeciente. Abre la puerta de un armarito y señala un objeto en un estante: un consolador de plástico rosa moldeado en forma de pexx de tamaño normal.)

¿ Sabe qué es eso?

TC: ¿Usted no?

Mary: Yo soy la pregunta.

TC: Es un consolador en forma de pexx.

Mary: Sé lo que es un consolador. Pero nunca he visto uno como ése. Dice: " hecho en Japón."

TC: ! Ah, bueno! La mentalidad oriental.

Mary: Viciosos. Pero tiene algunos perfumes exquisitos. Si es que le gustan los perfumes. Yo sólo me pongo un poco de vainilla detrás de las orejas.
( Mary se puso entonces a trabajar, a fregar los encerados suelos sin alfombras, a quitar el polvo de las estanterías con un plumero; y mientras trabajaba, tenía abierta su caja de canutos y la boquilla cargada. No sé cuánta "pesadez" tendría que levantar, pero sólo el aroma me estaba colocando.)



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Gracias mil, empecé a leer el libro aquí, lo descargué y lo he terminado hace unos días. Capote es un gran escritor y en el relato corto genial.
 
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Mary: ¿Seguro que no quiere probar un par de caladas? Usted se lo pierde.

TC: No me fuerce.
(! Cielo santo! He fumado alguna hierba potente, nunca lo bastante como para adquirir hábito, pero sí lo suficiente para apreciar la calidad y conocer la diferencia entre hierba mexicana corriente y contrabando de lujo, como la tailandesa y la suprema Maui- Wowee. Pero tras acabar de fumarme un porrito de Mary, y mientras estaba a la mitad de otro, me sentí como atrapado por un delicioso demonio, abrazado por un júbilo loco y maravilloso: el demonio me hacía cosquillas en los dedos de los pies, me rascaba la hormigueante cabeza, me besaba ardientemente con sus azucarados labios rojos, me metía su fiera lengua dentro de la garganta. Todo echaba chispas; mis ojos parecían tener un objetivo con zoom: podía leer los títulos de los estantes más altos: La personalidad neurótica de nuestro tiempo, de Karen Horney;
Eimi, de e.e.cummings; Cuatro cuartetos; Poemas completos, de Robert Frost.)


TC: Desprecio a Robert Frost. Era un bastardo perverso y egoísta.

Mary: Pues si nos ponemos a maldecir...

TC: Y él con su halo de cabellos desgreñados. Un egocéntrico, sádico y traicionero. Arruinó a toda su familia. A varios de ellos. ¿Ha comentado alguna vez esto con su confesor, Mary?

Mary: ¿Con el padre McHale? ¿Comentado el qué?


TC: El precioso néctar que estamos devorando tan divinamente, mi adorable paro carbonero. ¿ Ha informado al padre McHale de esta deliciosa iniciativa?


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Mary: Lo que no sepa, no puede hacerle daño. Tome, ahí tiene algo de menta. Peppermint. Hace que este material sepa mejor.
(Era raro, no parecía colocada, ni una pizca. Yo acababa de pasar Venus, y Júpiter, el viejo y placentero Júpiter, me hizo señas desde la lejanía planetaria de color lila, encandilada por las estrellas. Mary se acercó al teléfono y marcó un número; lo dejó sonar un rato antes de colgar.)

Mary: No están en casa. Eso es algo de agradecer al señor y la señora Berkowitz. Si hubieran estado en casa, no podria llevarlo a usted allá. A causa de esos pomposos judios. ! Y ya sabe usted lo pretenciosos que son!

TC: ¿Judíos? ! Si, por Dios! Muy pomposos. Deberían estar en el Museo de Historia Natural. Todos ellos.

Mary: He pensado en despedir a la señora Berkowitz. El problema es que míster Berkowitz, que trabajaba en prendas de vestir, está jubilado, y siempre están los dos en casa. Estorbando. A menos que vayan a Greenwich, donde tienen una propiedad. Allí es donde deben haber ido hoy. Hay otra razón por la que me gustaría dejarlos.
Tienen un loro viejo: lo ensucia todo. !Y es estúpido! Lo único que ese loro necio sabe decir son dos cosas: "! Vaca sagrada!" y "Oy vey" Me ataca los nervios de un modo horrible. ¿Que tál? Vamos a fumarnos un porrito y a salir de este garito.

(Había vuelto a llover y tenía más fuerza el viento, una mezcla que hacía que el aire pareciera como un espejo haciéndose añicos. Los Berkowitz vivian en Park Avenue, más arriba del ochenta, y sugerí que tomáramos un taxi, pero Mary dijo que no, qué clase de mar*ca era yo, que podíamos ir andando, así que me di cuenta de que, a pesar de las apariencias, ella también viajaba por sendas estelares.


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Fuimos caminando despacio, como si hiciese un cálido día tranquilo con cielo de color turquesa y las duras calles resbaladizas fuesen una playa caribeña de color perla. Park Avenue no es mi bulevar favorito; es de ricos y carece de encanto; si la señora Lasker plantara tulipanes en todo el trayecto de la Estación Central al Spanish Harlem, sería en vano. Sin embargo, hay ciertos edificios que despiertan recuerdos. Pasamos uno donde Willa Cather, la escritora norteamericana que más he admirado, vivió los últimos años de su vida con su compañera, Edith Lewis; con frecuencia solía sentarme frente a su chimenea y bebía Bristol Cream mientras observaba cómo la lumbre inflamaba el pálido azul de la llanura de los geniales y serenos ojos de miss Cather.

En la calle Ochenta y Cuatro reconocí un edificio en donde una vez asistí a una pequeña cena de etiqueta dada por el senador John F. Kennedy y señora, entonces tan joven y despreocupada. Pero, a pesar de los agradables esfuerzos de nuestros huéspedes, la noche no fue tan instructiva como yo había previsto porque, después de que se hubiera dejado ir a las mujeres y los hombres se quedaran solos en el comedor para saborear sus cordiales y sus puros habanos, uno de los invitados, un modisto de mentón más bien oblicuo llamado Oleg Cassini, acaparó la conversación con el relato de un viaje a las Vegas y las innumerables chicas de revista a las que allí había probado recientemente: sus medidas, sus especialidades eróticas, sus exigencias financieras; un recital que hipnotizó a oyentes, ninguno de los cuales estaba más divertido y más atento que el futuro presidente.


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Cuando llegamos a la Calle Ochenta y Siete, señalé a una ventana del cuarto piso del número 1060 de Park Avenue e informé a Mary:"Mi madre vivió ahí. Esa era su habitación. Era guapa y muy inteligente, pero no quería vivir. Tenía muchas razones, al menos ella lo creía así. Pero, al final, el único motivo fue su marido, mi padrastro. Era un hombre que se hizo así mismo, muy próspero; ella lo adoraba, y él era verdaderamente un buen tipo, pero jugaba, se metió en líos, malversó un montón de dinero, perdió su negocio y lo llevaron a Sing-Sing."

Mary meneó la cabeza: "Igual que mi chico. Lo mismo que él."

Los dos nos quedamos parados, mirando a la ventana, mientras el chaparrón nos empapaba. " De modo que una noche se vistió toda de gala y dio una cena; todo el mundo dijo que estaba preciosa. Pero después de la fiesta, antes de irse a acostar, se tomó treinta pastillas de Senocal y jamás se despertó."

Mary se enfada; echa a andar con rápidas zancadas bajo la lluvia: " No tenía derecho a hacer eso. No tolero esas cosas. Van contra mis creencias ."


Loro chillón: ! Vaca sagrada!

Mary: ¿Lo oye? ¿Qué le había dicho?

Loro: Oy vey! Oy vey!
( el loro, un collage surrealista de plumas verdes, amarillas y naranjas, está situado en una percha de caoba en el salón rigurosamente formal del señor la señora Berkowitz, una estancia que sugiere estar enteramente hecha de caoba: los suelos de parqué, los paneles de la pared y los muebles, costosas reproducciones de grandiosos muebles de época, aunque sabe Dios de cúal, quizá de comienzos de la Gran Confluencia. Sillas de respaldo recto; sofás que habrían puesto a prueba la paciencia de un profesor de modales. Cortinajes de seda de color morado vendaban las ventanas que, de manera incongruente, estaban cubiertas de visillos venecianos de color marrón mostaza. Por encima de una repisa de chimenea de caoba tallada, un retrato con marco de caoba de míster Berkowitz, carrilludo y cetrino, lo pintaba como un caballero rural vestido para la caza del zorro: chaqueta encarnada, corbata de seda, una trompa de caza apretada debajo de un brazo y una fusta bajo el otro. No sé qué aspecto tendría el resto de aquella casa, de mezclados estilos, porque aparte del salón, no vi nada salvo la cocina.)



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Mary: ¿ Qué es tan divertido? ¿De qué se ríe?

TC: De nada. Sólo es tabaco peruano, querube mío. Entiendo que míster Berkowitz monta a caballo.

Loro: Oy vey! Oy vey!

Mary: !Calla! antes de que te retuerza tu maldito pescuezo.

TC: Pues si nos ponemos a maldecir... (Mary refunfuña; se santigua.) ¿Tiene nombre ese bicho?

Mary: Ajá. Intente adivinarlo.

TC: Polly.

Mary: ( sorprendida de verdad): ¿Cómo lo sabe ?

TC: Porque es hembra.

Mary: Es un nombre de chica, así que debe ser hembra. Sea lo que sea, es una zorra. Pero fíjese en toda esa porquería del suelo. La tengo que limpiar yo toda.

TC: Ese lenguaje. Ese lenguaje.

Polly: ! Vaca sagrada!

Mary: ! Que nervios ! Tal vez sería mejor que nos colocáramos un poquito. ( Fuera sale la caja de hojalata, los porros, la boquilla, las cerillas.) Y vamos a ver qué localizamos en la cocina. Tengo muchas ganas de dulce.



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( El interior de la nevera de los Berkowitz es una fantasía de glotón, una cornucopia de golosinas cebadoras. No era de extrañar que el dueño de la casa tuviese tales carrillos. " Oh, sí!, confirma Mary, "son un par de cerdos. Ella tiene un estómago que parece que va a soltar a los quintillizos de Dionne. Y todos los trajes de él están hechos a media; no vale nada comprado en la tienda.
!Hmm, que rico! Me siento golosa de verdad. Esos pastelitos de coco parecen apetitosos. Y no me importaría meterle el diente a esa tarta de moka. Podemos ponerle encima un poco de helado". Alcanzamos unos enormes cuencos de sopa y Mary los llena de pastelitos y tarta de moka, y les añade cucharones del tamaño de un puño lleno de helado de pistacho. Volvemos al salón con ese banquete y caemos sobre él como huérfanos maltratados. No hay nada como la hierba para despertar el apetito. Tras acabar la primera ración y echarnos dos porritos más, Mary vuelve a llenar los cuencos con raciones aún más grandes.)

Mary: ¿Que tál se encuentra?

TC: Me encuentro bien.

Mary: ¿ Cómo de bien?

TC: Realmente bien.

Mary: Dígame exactamente cómo se siente.

TC: Estoy en Australia.



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Mary: ¿ Ha estado alguna vez en Austria?

TC: En Austria, no. En Australia, no, pero allí es donde estoy ahora. Y todo el mundo dice siempre que es un sitio muy aburrido. !Eso demuestra lo que saben! El mejor surfing del mundo. Estoy en el océano, sobre una tabla de surf, cabalgando sobre una ola tan alta, como... tan alta como...

Mary: Tan alta como usted. !Ja, ja!

TC: Está hecha de esmeraldas fundidas. La ola. El sol me calienta la espalda y la espuma me salta a la cara y me rodean tiburones hambrientos. Aguas azules, muerte blanca. Qué película tan terrorífica, ¿verdad? Hambrientos y blancos devoradores de hombres por doquier, pero me inquietan; francamente, me importan tres coj*nes...

Mary: ( con ojos desorbitados de miedo): !Cuidado con los tiburones! Tienen dientes asesinos. Puede quedarse paralítico de por vida. Y mendigará por las esquinas de las calles.

TC: !Música!

Mary: !Música! Eso es lo que se necesita.
( Como un luchador atontado, avanza tambaleándose hacia un objeto en forma de gárgola que hasta entonces había escapado, afortunadamente, a mi atención: una consola de caoba que combina televisión, tocadiscos y radio. Sintoniza la radio hasta encontrar una emisora donde hay una música retumbante con ritmo latino.
Sus caderas evolucionan, sus dedos chequean, se abandona elegante pero suavemente, como si recordara una sensual noche de juventud y bailara con una pareja fantasma alguna coreografía memorable. y es cosa de magia cómo responde su cuerpo, ahora sin edad, a los tambores y guitarras, cómo da vueltas al ritmo más sutil: está en trance, en el estado de gracia que supuestamente alcanzan los Santos cuando experimentan visiones. Y yo también oigo la música; corre velozmente por mi cuerpo, como anfetamina, cada nota resonando con la separada nitidez de las campanas de una catedral en un silencioso domingo de invierno.


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