OP
pilou12
Guest
152
Estaba metido en el río, vestía una túnica blanca y el agua le llegaba a la cintura. Tenía el pelo gris y blanco, una masa enmarañada y empapada y sus largas manos, extendidas hacia el cielo, imploraban al húmedo sol del mediodía. Traté de ver su cara, pues sabía que debía ser el reverendo Bobby Joe Snow, pero antes de lograrlo, mi benefactor me volvió a depositar en medio de la asquerosa mezcolanza de pies extáticos, ondulantes brazos y temblorosas panderetas. Supliqué volver a casa, pero Lucy borracha de gloria, no me soltaba. El sol quemaba. Sentí el vómito en la garganta. Pero no devolví. Empecé a chillar, a dar puñetazos y alaridos.
Lucy me arrastraba en dirección al río, y la multitud se abría para hacernos paso. Luché hasta llegar a la orilla del río, luego me detuve, silenciado por la escena. El hombre de la túnica blanca, parado en el río, sostenía a una niña reclinada. Recitó las Escrituras antes de sumergirla rápidamente bajo el agua, y luego la sacó. Llorando, gritando, se dirigió, a los tropezones, hacia la orilla.
Ahora los brazos de simio del reverendo se extendieron hacia mí. Mordí a Lucy en la mano, y me libré de su control, pero un muchachón me agarró y me arrastró al agua. Cerré los ojos. Podía oler el pelo, sentir los brazos del reverendo que me impulsaban hacia abajo, hacia la negrura sofocante y luego, horas después, me alzaban hacia la luz solar. Abrí los ojos y los fijé en los de él, grises, maníacos. Acercó la cara ancha y delgada, y me besó en los labios. Oí una risa fuerte, una erupción como dinamita: "!Jaque mate! ."
Musica para camaleones - Truman Capote
Estaba metido en el río, vestía una túnica blanca y el agua le llegaba a la cintura. Tenía el pelo gris y blanco, una masa enmarañada y empapada y sus largas manos, extendidas hacia el cielo, imploraban al húmedo sol del mediodía. Traté de ver su cara, pues sabía que debía ser el reverendo Bobby Joe Snow, pero antes de lograrlo, mi benefactor me volvió a depositar en medio de la asquerosa mezcolanza de pies extáticos, ondulantes brazos y temblorosas panderetas. Supliqué volver a casa, pero Lucy borracha de gloria, no me soltaba. El sol quemaba. Sentí el vómito en la garganta. Pero no devolví. Empecé a chillar, a dar puñetazos y alaridos.
Lucy me arrastraba en dirección al río, y la multitud se abría para hacernos paso. Luché hasta llegar a la orilla del río, luego me detuve, silenciado por la escena. El hombre de la túnica blanca, parado en el río, sostenía a una niña reclinada. Recitó las Escrituras antes de sumergirla rápidamente bajo el agua, y luego la sacó. Llorando, gritando, se dirigió, a los tropezones, hacia la orilla.
Ahora los brazos de simio del reverendo se extendieron hacia mí. Mordí a Lucy en la mano, y me libré de su control, pero un muchachón me agarró y me arrastró al agua. Cerré los ojos. Podía oler el pelo, sentir los brazos del reverendo que me impulsaban hacia abajo, hacia la negrura sofocante y luego, horas después, me alzaban hacia la luz solar. Abrí los ojos y los fijé en los de él, grises, maníacos. Acercó la cara ancha y delgada, y me besó en los labios. Oí una risa fuerte, una erupción como dinamita: "!Jaque mate! ."
Musica para camaleones - Truman Capote