[h=3]MARY KINGSLEY[/h]
Mary Henrietta Kingsley nació el 13 de octubre de 1862 en Islington, Londres. Hija de George Kingsley, doctor en medicina, naturalista y escritor de viajes, y de su criada Mary Bailey, se salvó de ser considerada hija bastarda cuando su padre decidió casarse con su madre cuatro días antes de su nacimiento. Su madre era inválida y la sociedad victoriana esperaba de Mary que permaneciera en el país y se ocupara de ella. Mary, de cuya inteligencia nadie se preocupó, se encerraba en la biblioteca de su padre donde devoraba libros de viajes y obras científicas, geográficas o históricas, además de las cartas que éste, el gran ausente de su vida, le enviaba desde los lugares más exóticos del planeta.

En los años 1880 su familia se mudó a Cambridge, donde tuvo la oportunidad de conocer el trabajo de Charles Darwin y T.H. Huxley. En 1892, y en un plazo de seis semanas, pierde a sus padres. En aquella época victoriana, el destino de una mujer soltera de treinta años, que había pasado toda la vida cuidando de un hermano menor ante la incapacidad de una madre enfermiza, que tampoco podía prescindir de sus cuidados y que no se sentía capaz de hacer otra cosa que no fuera acusar en demasía las ausencias interminables del marido, no era otro que el seguir cuidando de su hermano. Su vida dio un giro de noventa grados cuando su hermano Charles marchó a China. Liberada de las responsabilidades familiares, y con una renta de 500£ anuales, Mary pudo finalmente viajar. Decidió poner rumbo a África con el propósito de recopilar el material necesario para terminar el libro que su padre dejó a medias sobre las culturas indígenas, basado en los estudios realizados durante sus eternos viajes.
En 1892 pasó unas vacaciones de aclimatación en las Islas Canarias donde se reafirmó su espíritu aventurero. Siendo consciente de que uno de los mayores peligros a los que habría de enfrentarse sería una lista interminable de enfermedades, hizo un curso de enfermería antes de partir, en julio de 1893, cuando embarcó rumbo a África a bordo del carguero Lagos. Durante el largo viaje, el capitán del barco la introdujo en el arte de la navegación. Ella nunca olvidaría la experiencia de pilotar un bajel de dos mil toneladas y reconocería el gran valor de las enseñanzas que recibiera de aquel capitán. En Angola permaneció unos meses iniciando sus estudios etnográficos.

Comerciando con telas, ron o tabaco consiguió desplazarse hacia el norte hasta llegar al Estado Libre del Congo, propiedad personal de Leopoldo II de Bélgica, de cuyas atrocidades perpetradas en aquel rincón del planeta informó Mary a su buen amigo y periodista Edmund D. Morel, quien capitaneó una campaña informativa en contra del terrible rey. Se calcula que durante los años de dominio del rey Leopoldo sobre el Congo fueron exterminados unos diez millones de nativos, la mayoría de ellos esclavizados, mutilados, asesinados o amenazados con la muerte para que trabajaran en la obtención de caucho. El viaje de Mary terminó en el protectorado británico de Calabar, actual Nigeria, habiendo viajado por el Congo Francés y Gabón recabando datos sobre los ritos religiosos que allí se practicaban.
Volvió a Inglaterra en enero de 1894 sabiendo que tarde o temprano habría de regresar a África. Necesitada de dinero para emprender su siguiente periplo, se dirigió al Museo Británico con los especímenes que había traído consigo. El profesor Günther, admirado por la calidad de los mismos y la posibilidad de hacerse con muestras de especies hasta entonces desconocidas, le brindó su apoyo y le cedió todo el material científico que Mary pudiera necesitar. Su segunda baza era la editorial MacMillan, y a ella se dirigió con el manuscrito de su padre que ella había completado con sus vivencias. El editor, viendo la calidad de la parte escrita por Mary, le ofreció publicar sus experiencias y hallazgos científicos a su regreso.
Por último, se le presentó la oportunidad de viajar como dama de compañía de Lady MacDonald, que se dirigía a reunirse con su esposo, el gobernador de Calabar. El 23 de diciembre de 1894 partieron ambas a bordo del trasbordador Batanga. Cuando llegaron a Calabar, el gobernador instó a Mary a que les acompañara a la isla española de Fernando Poo, donde él tenía algunos asuntos que resolver. Allí pudo iniciar sus estudios antropológicos sobre los bubis y tomó unas valiosas fotografías que serían publicadas en Londres.

En aquellos meses de actividad incansable recabó importante información etnológica y científica, recogió peces e insectos en los manglares para el Museo Británico, cuidó de los enfermos de tifus por la epidemia desatada en la zona y visitó a la misionera Mary Slessor, quien le proporcionó información de incalculable valor sobre las costumbres y ritos de los pueblos que habitaban la zona. Su siguiente aventura consistió en remontar el río Ogoué en canoa con la intención de investigar a la tribu de los fang, los temidos caníbales. Los fang la ayudaron y la acogieron y entre ellos se entabló una relación muy especial. Antes de regresar a Inglaterra se convirtió en la primera mujer en llegar a la cima del monte Camerún por una ruta virgen hasta la fecha. Allí tuvo que escapar de un tornado.
En noviembre de 1895 vuelve a Inglaterra, la estaban esperando periodistas impacientes por entrevistarla. Era ya famosa y durante los tres años siguientes dictó conferencias por todo el país sobre la vida en África. Escribió tres libros relatando sus experiencias en el continente africano:Travels in West Africa (MacMillan, 1897), West African Studies (MacMillan, 1899) y The story of West Africa (Horace Marshall, 1900). Mary Kingsley enojó a la Iglesia de Inglaterra cuando criticó a los misioneros por pretender cambiar a la gente de África. Habló sobre algunos aspectos de la vida africana que causaron impacto en mucha gente, por ejemplo la poligamia. Ella discutió la idea imperante de que “un negro no es más que un blanco subdesarrollado”. Sin embargo, era bastante conservadora en otras cuestiones y no apoyó el movimiento del sufragio de las mujeres.

Encontró la muerte a la temprana edad de treinta y siete años durante su tercera estancia en África. Entonces se vio inmersa en la guerra entre los bóers y Gran Bretaña, donde ejerció de incansable enfermera voluntaria. El 3 de junio de 1900 moría víctima de la enfermedad del tifus, después de sufrir insoportables dolores. Su cuerpo encontró reposo eterno en el fondo del mar, tal y como ella deseaba, tras unos funerales con honores en Simon´s Town, Sudáfrica. Como curiosidad hay que añadir que Mary Kingsley realizó todos sus viajes por África vestida con la misma ropa que habría llevado en la Inglaterra victoriana y portando una sombrilla.
Mary Henrietta Kingsley nació el 13 de octubre de 1862 en Islington, Londres. Hija de George Kingsley, doctor en medicina, naturalista y escritor de viajes, y de su criada Mary Bailey, se salvó de ser considerada hija bastarda cuando su padre decidió casarse con su madre cuatro días antes de su nacimiento. Su madre era inválida y la sociedad victoriana esperaba de Mary que permaneciera en el país y se ocupara de ella. Mary, de cuya inteligencia nadie se preocupó, se encerraba en la biblioteca de su padre donde devoraba libros de viajes y obras científicas, geográficas o históricas, además de las cartas que éste, el gran ausente de su vida, le enviaba desde los lugares más exóticos del planeta.

En los años 1880 su familia se mudó a Cambridge, donde tuvo la oportunidad de conocer el trabajo de Charles Darwin y T.H. Huxley. En 1892, y en un plazo de seis semanas, pierde a sus padres. En aquella época victoriana, el destino de una mujer soltera de treinta años, que había pasado toda la vida cuidando de un hermano menor ante la incapacidad de una madre enfermiza, que tampoco podía prescindir de sus cuidados y que no se sentía capaz de hacer otra cosa que no fuera acusar en demasía las ausencias interminables del marido, no era otro que el seguir cuidando de su hermano. Su vida dio un giro de noventa grados cuando su hermano Charles marchó a China. Liberada de las responsabilidades familiares, y con una renta de 500£ anuales, Mary pudo finalmente viajar. Decidió poner rumbo a África con el propósito de recopilar el material necesario para terminar el libro que su padre dejó a medias sobre las culturas indígenas, basado en los estudios realizados durante sus eternos viajes.
En 1892 pasó unas vacaciones de aclimatación en las Islas Canarias donde se reafirmó su espíritu aventurero. Siendo consciente de que uno de los mayores peligros a los que habría de enfrentarse sería una lista interminable de enfermedades, hizo un curso de enfermería antes de partir, en julio de 1893, cuando embarcó rumbo a África a bordo del carguero Lagos. Durante el largo viaje, el capitán del barco la introdujo en el arte de la navegación. Ella nunca olvidaría la experiencia de pilotar un bajel de dos mil toneladas y reconocería el gran valor de las enseñanzas que recibiera de aquel capitán. En Angola permaneció unos meses iniciando sus estudios etnográficos.

Comerciando con telas, ron o tabaco consiguió desplazarse hacia el norte hasta llegar al Estado Libre del Congo, propiedad personal de Leopoldo II de Bélgica, de cuyas atrocidades perpetradas en aquel rincón del planeta informó Mary a su buen amigo y periodista Edmund D. Morel, quien capitaneó una campaña informativa en contra del terrible rey. Se calcula que durante los años de dominio del rey Leopoldo sobre el Congo fueron exterminados unos diez millones de nativos, la mayoría de ellos esclavizados, mutilados, asesinados o amenazados con la muerte para que trabajaran en la obtención de caucho. El viaje de Mary terminó en el protectorado británico de Calabar, actual Nigeria, habiendo viajado por el Congo Francés y Gabón recabando datos sobre los ritos religiosos que allí se practicaban.
Volvió a Inglaterra en enero de 1894 sabiendo que tarde o temprano habría de regresar a África. Necesitada de dinero para emprender su siguiente periplo, se dirigió al Museo Británico con los especímenes que había traído consigo. El profesor Günther, admirado por la calidad de los mismos y la posibilidad de hacerse con muestras de especies hasta entonces desconocidas, le brindó su apoyo y le cedió todo el material científico que Mary pudiera necesitar. Su segunda baza era la editorial MacMillan, y a ella se dirigió con el manuscrito de su padre que ella había completado con sus vivencias. El editor, viendo la calidad de la parte escrita por Mary, le ofreció publicar sus experiencias y hallazgos científicos a su regreso.
Por último, se le presentó la oportunidad de viajar como dama de compañía de Lady MacDonald, que se dirigía a reunirse con su esposo, el gobernador de Calabar. El 23 de diciembre de 1894 partieron ambas a bordo del trasbordador Batanga. Cuando llegaron a Calabar, el gobernador instó a Mary a que les acompañara a la isla española de Fernando Poo, donde él tenía algunos asuntos que resolver. Allí pudo iniciar sus estudios antropológicos sobre los bubis y tomó unas valiosas fotografías que serían publicadas en Londres.

En aquellos meses de actividad incansable recabó importante información etnológica y científica, recogió peces e insectos en los manglares para el Museo Británico, cuidó de los enfermos de tifus por la epidemia desatada en la zona y visitó a la misionera Mary Slessor, quien le proporcionó información de incalculable valor sobre las costumbres y ritos de los pueblos que habitaban la zona. Su siguiente aventura consistió en remontar el río Ogoué en canoa con la intención de investigar a la tribu de los fang, los temidos caníbales. Los fang la ayudaron y la acogieron y entre ellos se entabló una relación muy especial. Antes de regresar a Inglaterra se convirtió en la primera mujer en llegar a la cima del monte Camerún por una ruta virgen hasta la fecha. Allí tuvo que escapar de un tornado.
En noviembre de 1895 vuelve a Inglaterra, la estaban esperando periodistas impacientes por entrevistarla. Era ya famosa y durante los tres años siguientes dictó conferencias por todo el país sobre la vida en África. Escribió tres libros relatando sus experiencias en el continente africano:Travels in West Africa (MacMillan, 1897), West African Studies (MacMillan, 1899) y The story of West Africa (Horace Marshall, 1900). Mary Kingsley enojó a la Iglesia de Inglaterra cuando criticó a los misioneros por pretender cambiar a la gente de África. Habló sobre algunos aspectos de la vida africana que causaron impacto en mucha gente, por ejemplo la poligamia. Ella discutió la idea imperante de que “un negro no es más que un blanco subdesarrollado”. Sin embargo, era bastante conservadora en otras cuestiones y no apoyó el movimiento del sufragio de las mujeres.

Encontró la muerte a la temprana edad de treinta y siete años durante su tercera estancia en África. Entonces se vio inmersa en la guerra entre los bóers y Gran Bretaña, donde ejerció de incansable enfermera voluntaria. El 3 de junio de 1900 moría víctima de la enfermedad del tifus, después de sufrir insoportables dolores. Su cuerpo encontró reposo eterno en el fondo del mar, tal y como ella deseaba, tras unos funerales con honores en Simon´s Town, Sudáfrica. Como curiosidad hay que añadir que Mary Kingsley realizó todos sus viajes por África vestida con la misma ropa que habría llevado en la Inglaterra victoriana y portando una sombrilla.