Fidel se va, ¿y el castrismo?
La muerte de Fidel Castro a los 90 años es el epílogo de una época y supone la desaparición del último gran dictador comunista del planeta. El Comandante, como así era reconocido por su papel en la Revolución Cubana, ha gobernado la isla durante la mitad de su vida con mano de hierro. Un tiempo en el que ha privado a su pueblo de democracia y libertad, se han producido miles de asesinatos y la represión política ha estado a la orden del día. Todo ello no le ha privado de ser uno de los iconos del siglo XX y que su controvertida figura se fuera dulcificando con el paso de los años, al menos, ante una opinión pública muy poco exigente con su legado.
Cuba es hoy un país cercano a la miseria, necesitado de la ayuda exterior, con enormes dificultades para adaptarse a una mínima apertura económica y con enormes trabas para la inversión extranjera pese a los incentivos que ofreció el régimen comunista en el 2008. Pero sigue jugando en la geopolítica mundial un papel importante por su alianza con países sudamericanos como Venezuela y Bolivia y su relación preferente con Rusia y China. Además, en los últimos tiempos, Obama ha abierto un canal de relación embrionario, que ha supuesto el inicio del deshielo después de medio siglo. Este último aspecto está en entredicho tras la victoria electoral de Donald Trump, que lo calificó de brutal dictador, un lenguaje muy alejado del de Barack Obama, que tendió una mano amistosa al pueblo cubano y habló del futuro más que del pasado.
Con la muerte de Fidel, muchos pueden pensar que se inicia, ahora sí, el final del castrismo, olvidando que su hermano Raúl lleva gobernando la isla algo más de diez años y que la actualización socialista que se propuso ha avanzado a un ritmo de tortuga. Puede ser esa una visión optimista respecto a las libertades del pueblo cubano aunque es muy probable que se aceleren las medidas económicas para rescatar al país del colapso financiero en el que se encuentra. Un modelo más cercano al de la República Popular China, muy basado en la apertura económica solamente, y no con el modelo que podemos entender como el de una democracia occidental. Y es que al final, Fidel ha muerto tranquilamente en la cama. El régimen ha dado normalidad a su fallecimiento. Y el poder de la isla sigue sobre los hombros de las mismas personas. Razones para el optimismo de un cambio hacia la democracia en la isla hay pocas.
La muerte de Fidel Castro a los 90 años es el epílogo de una época y supone la desaparición del último gran dictador comunista del planeta. El Comandante, como así era reconocido por su papel en la Revolución Cubana, ha gobernado la isla durante la mitad de su vida con mano de hierro. Un tiempo en el que ha privado a su pueblo de democracia y libertad, se han producido miles de asesinatos y la represión política ha estado a la orden del día. Todo ello no le ha privado de ser uno de los iconos del siglo XX y que su controvertida figura se fuera dulcificando con el paso de los años, al menos, ante una opinión pública muy poco exigente con su legado.
Cuba es hoy un país cercano a la miseria, necesitado de la ayuda exterior, con enormes dificultades para adaptarse a una mínima apertura económica y con enormes trabas para la inversión extranjera pese a los incentivos que ofreció el régimen comunista en el 2008. Pero sigue jugando en la geopolítica mundial un papel importante por su alianza con países sudamericanos como Venezuela y Bolivia y su relación preferente con Rusia y China. Además, en los últimos tiempos, Obama ha abierto un canal de relación embrionario, que ha supuesto el inicio del deshielo después de medio siglo. Este último aspecto está en entredicho tras la victoria electoral de Donald Trump, que lo calificó de brutal dictador, un lenguaje muy alejado del de Barack Obama, que tendió una mano amistosa al pueblo cubano y habló del futuro más que del pasado.
Con la muerte de Fidel, muchos pueden pensar que se inicia, ahora sí, el final del castrismo, olvidando que su hermano Raúl lleva gobernando la isla algo más de diez años y que la actualización socialista que se propuso ha avanzado a un ritmo de tortuga. Puede ser esa una visión optimista respecto a las libertades del pueblo cubano aunque es muy probable que se aceleren las medidas económicas para rescatar al país del colapso financiero en el que se encuentra. Un modelo más cercano al de la República Popular China, muy basado en la apertura económica solamente, y no con el modelo que podemos entender como el de una democracia occidental. Y es que al final, Fidel ha muerto tranquilamente en la cama. El régimen ha dado normalidad a su fallecimiento. Y el poder de la isla sigue sobre los hombros de las mismas personas. Razones para el optimismo de un cambio hacia la democracia en la isla hay pocas.