Una reina, tres musas y un tractor: Jan Taminiau habla de su clienta más famosa, con permiso de Lady Gaga: Máxima de Holanda
Tiempo de lectura: 10 minutos
Vive en España por amor y ha conquistado a aristócratas, princesas y empresarias como Marta Ordovás, Cristina Lozano y Pilar González de Gregorio.
De izda. a dcha., Marta Ordovás, con mono de lentejuelas efecto trampantojo; Pilar González de Gregorio, con vestido sirena de tul y organza de seda con aplicaciones; y Cristina Lozano, con mono multicolor de tul elástico bordado.
Pilar González de Gregorio tenía decidido que iba a comprar ese vestido largo y profusamente bordado, pero sufrió un imprevisto. “Era preciosísimo, como un sueño, una locura, aunque de no ponértelo mucho. A veces uno tiene unos impulsos poco prácticos, pero se rompió el tractor en mi finca de Soria. La realidad es la que es. Tener medios ilimitados está muy bien, aunque no es mi caso”, cuenta la chairman de Christie’s en España. Si le preguntan cuánto cuesta un traje de Jan Taminiau (Goirle, Países Bajos, 1975), ya lo sabe: entre 3.000 euros y un tractor.
Estamos en la casa en el madrileño barrio de las Letras que comparten el empresario y coleccionista Juan Várez y el modista holandés, una residencia señorial de techos altísimos, suelos de madera y grandes ventanales que hace las veces de taller y estudio del diseñador. Es la primera vez que abren las puertas de la que fue residencia de la marquesa de Llanzol, la musa de Balenciaga, en la que viven. Todo está tal y como lo dejó la anterior inquilina, salvo por las obras de arte —fotografías de Nan Goldin que enmarcan la bañera de mármol negro, una instalación de Mateo Maté en una de las estancias, una virgen gótica en el pasillo, una escultura de Juan Muñoz en el recibidor — y los vestidos de alta costura de Jan Taminiau que ocupa.
Algunos bordados han sido realizados enteramente en cristal, por eso están en el suelo cuidadosamente dispuestos; en otros la falda de volantes de tul acaba en un cuerpo con motivos geométricos de plumas. El diseño al que Pilar tuvo que renunciar para comprar un nuevo tractor para su finca es una cascada de tul con paillettes y terciopelo que reproducen los estampados de un ikat. “No soy su musa española”, matiza la aristócrata, su clienta nacional más delgada y quien primero se enfundó sus creaciones.
“Tiene más, y más de nueve”. Ana Gamazo, Miriam Ungría, Alicia Koplowitz, María e Inés Entrecanales, Carmen y Leonor March, Helena Revoredo y su hija, Bárbara Gut, por citar a algunas de las asistentes a su último pase en la capital en marzo de 2016. O la empresaria Cristina Lozano, que describe así los vestidos de Taminiau: “Podrían ser de hace 40 años o de dentro de 140”.
El baile de la costura
Lozano, “empresaria hotelera tardía”, aprovecha la sesión de fotos para pulir los detalles de su último encargo, que llevará el sábado siguiente al “Festival de Coachella” que ha organizado en su casa de Pozuelo de Alarcón, a las afueras de Madrid, para festejar el 50 cumpleaños de su marido. Es tan corto que valora con su autor la posibilidad de ponerse unas mallas debajo, o unas medias muy tupidas. “O quizá unas botas legging como las de Balenciaga”.
Así trabaja Jan Taminiau. Cada vestido supone un mínimo de tres pruebas y hasta seis y siete meses de trabajo que varían en función del esfuerzo manual de la pieza. Implica a decenas de personas capitaneadas por su jefa de taller belga. Un diálogo constante y fluido con la compradora. “La alta costura es como bailar. Si te pisan los pies, no es agradable. Una buena clienta es aquella con la que te diviertes, que confía en ti, te reta. En definitiva, con la que formas una buena pareja de baile”.
—¿Sucede eso con la reina Máxima de Holanda?
—Sí. Con ella bailo bien (risas). Es asombrosa, en persona es tal y como la ves en las fotos. Cuando era niño, soñaba con vestir a reinas y princesas. Gracias a ella lo he conseguido.
Podría escoger a cualquier diseñador del mundo, pero confía en mí. Me inspira. Toda la energía que desprende se proyecta en las prendas. trabajar con la reina de Holanda marcó un antes y un después en la carrera de este licenciado en Diseño de Moda por la Academia de Arte de Arnhem que fundó su casa, JANTAMINIAU —así escrito, junto y con mayúsculas—, en 2003. Máxima de Orange empezó a escoger sus diseños seis años más tarde.
El primero, una chaqueta fabricada con la tela de una antigua saca de correos original y decorada con la bandera de Holanda. “Fue muy atrevido por su parte”, me contó Taminiau en su día. Cuatro años después, le confió el modelo de color azul pavo real con cuerpo de encaje y aplicaciones de pedrería y cristales bordados a mano —que completó con una capa regia— para la coronación de su marido, el rey Guillermo de los Países Bajos.
“Hacer ese vestido fue increíble”, admite su artífice. Una de esas prendas que precisan meses de trabajo. De baile. Una coreografía que, en estos tiempos de likes y de moda de usar y tirar, constituye toda una declaración de intenciones. Y que, no hace falta decirlo, no es rentable. Lo único que tiene en propiedad Jan es un coche de segunda mano. Todo lo que gana lo reinvierte en la compañía, a la que sumará en febrero una línea de prêt-à-porter que se comercializará desde sus talleres en Ámsterdam y Madrid a clientas en España, Latinoamérica o Estados Unidos. Algunas, estrellas del mundo del espectáculo como Lady Gaga o Beyoncé.
Era disléxico y su dificultad para leer se tradujo en una forma muy personal de interpretar el mundo a través del color que culminó en su primera colección de ropa, la que conquistó a la reina Máxima. “ A veces la moda se olvida de celebrar cada día que vivimos y envejecemos. No todo tiene que ser nuevo”. Naturalmente, no cree en las tendencias, ni distingue entre viejas colecciones y actuales. “Siempre preparo la próxima, me muevo hacia delante. Todas son como un diario. La historia de Jan”, explica.
https://www.revistavanityfair.es/lu...cristina-lozano-pilar-gonzalez-gregorio/34831
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Vive en España por amor y ha conquistado a aristócratas, princesas y empresarias como Marta Ordovás, Cristina Lozano y Pilar González de Gregorio.
De izda. a dcha., Marta Ordovás, con mono de lentejuelas efecto trampantojo; Pilar González de Gregorio, con vestido sirena de tul y organza de seda con aplicaciones; y Cristina Lozano, con mono multicolor de tul elástico bordado.
Pilar González de Gregorio tenía decidido que iba a comprar ese vestido largo y profusamente bordado, pero sufrió un imprevisto. “Era preciosísimo, como un sueño, una locura, aunque de no ponértelo mucho. A veces uno tiene unos impulsos poco prácticos, pero se rompió el tractor en mi finca de Soria. La realidad es la que es. Tener medios ilimitados está muy bien, aunque no es mi caso”, cuenta la chairman de Christie’s en España. Si le preguntan cuánto cuesta un traje de Jan Taminiau (Goirle, Países Bajos, 1975), ya lo sabe: entre 3.000 euros y un tractor.
Estamos en la casa en el madrileño barrio de las Letras que comparten el empresario y coleccionista Juan Várez y el modista holandés, una residencia señorial de techos altísimos, suelos de madera y grandes ventanales que hace las veces de taller y estudio del diseñador. Es la primera vez que abren las puertas de la que fue residencia de la marquesa de Llanzol, la musa de Balenciaga, en la que viven. Todo está tal y como lo dejó la anterior inquilina, salvo por las obras de arte —fotografías de Nan Goldin que enmarcan la bañera de mármol negro, una instalación de Mateo Maté en una de las estancias, una virgen gótica en el pasillo, una escultura de Juan Muñoz en el recibidor — y los vestidos de alta costura de Jan Taminiau que ocupa.
Algunos bordados han sido realizados enteramente en cristal, por eso están en el suelo cuidadosamente dispuestos; en otros la falda de volantes de tul acaba en un cuerpo con motivos geométricos de plumas. El diseño al que Pilar tuvo que renunciar para comprar un nuevo tractor para su finca es una cascada de tul con paillettes y terciopelo que reproducen los estampados de un ikat. “No soy su musa española”, matiza la aristócrata, su clienta nacional más delgada y quien primero se enfundó sus creaciones.
“Tiene más, y más de nueve”. Ana Gamazo, Miriam Ungría, Alicia Koplowitz, María e Inés Entrecanales, Carmen y Leonor March, Helena Revoredo y su hija, Bárbara Gut, por citar a algunas de las asistentes a su último pase en la capital en marzo de 2016. O la empresaria Cristina Lozano, que describe así los vestidos de Taminiau: “Podrían ser de hace 40 años o de dentro de 140”.
El baile de la costura
Lozano, “empresaria hotelera tardía”, aprovecha la sesión de fotos para pulir los detalles de su último encargo, que llevará el sábado siguiente al “Festival de Coachella” que ha organizado en su casa de Pozuelo de Alarcón, a las afueras de Madrid, para festejar el 50 cumpleaños de su marido. Es tan corto que valora con su autor la posibilidad de ponerse unas mallas debajo, o unas medias muy tupidas. “O quizá unas botas legging como las de Balenciaga”.
Así trabaja Jan Taminiau. Cada vestido supone un mínimo de tres pruebas y hasta seis y siete meses de trabajo que varían en función del esfuerzo manual de la pieza. Implica a decenas de personas capitaneadas por su jefa de taller belga. Un diálogo constante y fluido con la compradora. “La alta costura es como bailar. Si te pisan los pies, no es agradable. Una buena clienta es aquella con la que te diviertes, que confía en ti, te reta. En definitiva, con la que formas una buena pareja de baile”.
—¿Sucede eso con la reina Máxima de Holanda?
—Sí. Con ella bailo bien (risas). Es asombrosa, en persona es tal y como la ves en las fotos. Cuando era niño, soñaba con vestir a reinas y princesas. Gracias a ella lo he conseguido.
Podría escoger a cualquier diseñador del mundo, pero confía en mí. Me inspira. Toda la energía que desprende se proyecta en las prendas. trabajar con la reina de Holanda marcó un antes y un después en la carrera de este licenciado en Diseño de Moda por la Academia de Arte de Arnhem que fundó su casa, JANTAMINIAU —así escrito, junto y con mayúsculas—, en 2003. Máxima de Orange empezó a escoger sus diseños seis años más tarde.
El primero, una chaqueta fabricada con la tela de una antigua saca de correos original y decorada con la bandera de Holanda. “Fue muy atrevido por su parte”, me contó Taminiau en su día. Cuatro años después, le confió el modelo de color azul pavo real con cuerpo de encaje y aplicaciones de pedrería y cristales bordados a mano —que completó con una capa regia— para la coronación de su marido, el rey Guillermo de los Países Bajos.
“Hacer ese vestido fue increíble”, admite su artífice. Una de esas prendas que precisan meses de trabajo. De baile. Una coreografía que, en estos tiempos de likes y de moda de usar y tirar, constituye toda una declaración de intenciones. Y que, no hace falta decirlo, no es rentable. Lo único que tiene en propiedad Jan es un coche de segunda mano. Todo lo que gana lo reinvierte en la compañía, a la que sumará en febrero una línea de prêt-à-porter que se comercializará desde sus talleres en Ámsterdam y Madrid a clientas en España, Latinoamérica o Estados Unidos. Algunas, estrellas del mundo del espectáculo como Lady Gaga o Beyoncé.
Era disléxico y su dificultad para leer se tradujo en una forma muy personal de interpretar el mundo a través del color que culminó en su primera colección de ropa, la que conquistó a la reina Máxima. “ A veces la moda se olvida de celebrar cada día que vivimos y envejecemos. No todo tiene que ser nuevo”. Naturalmente, no cree en las tendencias, ni distingue entre viejas colecciones y actuales. “Siempre preparo la próxima, me muevo hacia delante. Todas son como un diario. La historia de Jan”, explica.
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