Manifiesto contra la pobreza energética: recogida de firmas para gobierno catalán y suministradoras

Como desaparezcan las pensiones la pobreza en general puede llegar a 80% de la población.
De las pensiones de los abuelos viven toda la familia.
España es un KAOS lo mires por donde lo mires no funciona NADA. Ni justicia, sanidad, educación administración, ayuntamientos etc..., y no hay voluntad de arreglarlo.
En España hoy solo viven los ricos y la Castuza, las clases medias han desaparecido.
Joder pues no se donde vives tu pero desde mi experiencia en la gran mayoria de los casos a mi todos esos sevicios me han funcionado bien, siempre hay algún pedrusco pero vete a Francia a hacer algún tramite y compara, y de paso nos traes alguna longaniza de esas que por allí sobran
 
El maravilloso mundo de firma por esto, firma por lo otro, firma que mola mogollón firmar
Por cierto, se pude ver quien ha firmado, la proteccion de datos como que no....
 
La pobreza y la riqueza son términos relativos. Siempre habrá ricos y pobres , fuera de un sistema igualitario al cien por cien en el que todos seriamos igualmente ricos o pobres (comunismo).

Fuera del comunismo, de lo que se trata es de garantizar unos servicios mínimos universales (sanidad y educación) y ayudas sociales a quienes circunstancialmente o de manera permanente carecen de ingresos (ayuda alimentaria, ayuda de vivienda).

En el norte de Europa (Escandinavia, Alemania, Benelux) sigue habiendo gente muy pobre y gente muy rica pero nadie tiene que quemar velas por falta de luz, ni es desahuciado de su casa sin otra alternativa que la calle.

En el sur de Europa, sin embargo, y también en UK y USA, se producen situaciones que atentan contra la dignidad humana.
 
POBREZA ENERGÉTICA
Se llaman Juan y Dolores y tienen tres hijos que saben lo que es crecer a oscuras. Es la quinta vez que les cortan la luz
Los Barroso, así vive una familia sin luz en 2016
Vivir a dos velas ANTONIO HEREDIA
"Cuando el niño era más pequeño le decía que era una avería eléctrica. Ahora le digo la verdad: no hay luz porque no tenemos para pagarla"

"Lo primero que haces nada más levantarte es hacer el desayuno, la comida y la cena, porque si no luego ya no ves"

  • PEDRO SIMÓN (El Mundo)
  • Madrid
18/04/2016 08:00
Un piso de 104 metros cuadrados a oscuras. Unas persianas bajadas y rotas. Un termómetro que marca 15 grados centígrados. Un viejo televisor apagado. Un microondas que solo te da frío. Un frigorífico sin vida como un ataúd blanco. Un niño de 10 años caminando a tientas por el pasillo, chocándose con la puerta, con las manos por delante como un sonámbulo. Y estas enormes sombras -grandes como dudas- que la luz de las velas refleja en las caras y en la pared del salón.

Las menos tenebrosas son las que le hace el padre al hijo. Al terminar la jornada. Como si estuviéramos en una cueva de Altamira y no en un piso de Vallecas.

-Jugamos un ratito con las velas. Le intento hacer animales con las manos. El conejo, la serpiente... Él hace la paloma...Cuando nos cortaron la luz, alguna vez he pensado que es mejor dormir y no despertar. Luego pienso que ellos no tienen la culpa. Supongo que la culpa es mía. Por no saber hacer más.

-¿Y cómo se le cuenta todo esto a un niño?

-Cuando era más pequeño le decía que era una avería eléctrica. Ahora ya le cuento la verdad: no hay luz en casa porque no tenemos dinero para pagarla.

Vivir sin luz como en una topera. Pasar semanas y semanas con los electrodomésticos en silencio como una burla chillona. Lavar la ropa desollándote las manos. Cocinar como lo hacían los primitivos. No ver la mierda que se va acumulando poco a poco en el suelo, en los armarios, en ese rincón del baño que no tiene ventana. Y sentir un voltaje interno de tristeza y frío.

En España viven así 1,8 millones de familias y EL MUNDO acompañó durante varios días del mes de marzo a una de ellas.

«Señores de Barroso», se lee en la placa de la puerta. Y al atravesar el dintel te orientas por los ruidos o los tres cirios que hay sobre la mesa.

«Señores de Barroso», se lee en la placa dorada, arañada y vieja. Y dentro está Juan, que no trabaja en la construcción desde hace casi siete años. Y Dolores, que la última vez que lo hizo fue limpiando en el Banco de España, donde cobraba a un euro y medio la hora extra. Y dos hijos de 19 y 16 años que no tienen nada que hacer. Y un niño de 10: hasta que les cortaron el suministro eléctrico, el pequeño de los hermanos sacaba todo sobresalientes.

Ésta es la quinta vez que les han cortado la luz. Les vamos a contar cómo se vive cuando le das a un interruptor y no sucede nada.

O peor: les vamos a contar cómo se vive cuando le das a un interruptor, no sucede nada y entonces arde todo.

EL CORTE DE LUZ

El día en que les cortaron la luz por quinta vez era de madrugada. Juan se acuerda perfectamente de eso porque estaba escuchando a José Ramón de la Morena en la Cadena Ser y de repente le pareció que aquella pausa tan prolongada iba más allá de lo meramente radiofónico.

-Se hizo el silencio. De golpe.

-¿Y te dormiste?

-Qué va. Me levanté. Comprobé que era lo que yo imaginaba. Y ya no me dormí en toda la noche.

Amanecemos en lunes. Hace dos semanas que esta casa está a oscuras y Dolores nos cuenta cómo se sobrevive en braille.

«Lo primero que haces nada más levantarte es hacer el desayuno, la comida y la cena. Porque si no luego ya no ves. Luego lavo a mano (mira estas manos rojas, me duelen como si tuviera reuma) y lo dejo por aquí colgado [señala al salón en tinieblas], porque entra algo de claridad de la calle y en las habitaciones las persianas están rotas. Con cuidado, para que las ropas no ardan por las velas».

Hoy Juan no ha desayunado y el hijo pequeño ha tomado lo único que había. Un zumo de no sabe qué.

A las seis de la tarde, el salón se ilumina gracias a una franja anaranjada de luz que entra por un resquicio de la persiana vencida.

A las siete Juan ya saca los mecheros y las velas.

A las ocho nos vemos las caras como si estuviéramos en torno a la hoguera nocturna de un campamento de verano.

Nos dicen que si gustamos. Por lo que nos ha costado el taxi -14 euros- se podrían pagar las gotas que necesita Juan para las cataratas. Contestamos que no.

«Cenamos en una salita, con un par de velas. Solemos hacerlo juntos. No hablamos mucho. Uno no sabe lo que hacer. Me siento un inútil por no poder darles lo que se merecen».

HUBO UN TIEMPO

Nunca han ido de vacaciones. El niño de 10 años no conoce la playa («No sabemos lo que es eso»). A la piscina han ido en tres ocasiones. Una vez Juan le regaló una rosa a Dolores, cuando le quitaron los dientes por una piorrea. Una tarde fueron al cine con el pequeño, pero no se acuerdan de qué iba la película. Ni del título.

También hubo un tiempo en el que las cosas fueron mejor. Cuando Juan era ayudante de la construcción y ganaba hasta 1.500 euros. Cuando Dolores cuidaba a ancianos. Cuando le dabas a un botón, sonaba un clic y veías las cosas de otro modo.

-El chico pequeño me dice que por qué no pagamos la luz.

-¿Y?

-Yo le digo que si pago la factura no puedo comprarle unos filetes de pollo. Y ahí se queda callado. Y se da la vuelta y se va.

Permanecer en casa es concederle terreno a la ceguera, a la falta de aire, a la gangrena. Por eso Juan sale a pasear aunque llueva. Por eso siempre se baja con el pequeño a la calle a jugar al fútbol hasta que se esconde el sol. Incluso hasta más tarde.

-Cruzas la puerta. Entras a casa. Se te cae encima. No hay nada que hacer. Te dices: qué hago aquí dentro. Entonces te acuestas.

Lo bueno de esta tarde noche es que hay partido de Champions. Y entonces pueden bajar al bar JJ a verlo. Y entonces el padre y el hijo tienen una razón para acostarse más tarde. Como las personas normales. Y no a las ocho.

-Alguna vez se ha ido a la cama sin cenar. Ese día me dijo que tenía hambre y yo me abracé a él hasta que se durmió... Ahora dormimos juntos porque tiene algo de miedo por la oscuridad. Me emociona mucho cuando me aprieta la mano. O me pasa su brazo por encima de mi hombro en la cama. Me emociona... El abrazo, no sé.

El Atleti ha ganado. Juan se asea gracias a un barreño de plástico. Hoy sí ha cenado. Dos huevos fritos con pan. Con pan de ayer.

YA ES MIÉRCOLES

Dolores dice que por culpa del corte eléctrico no puede ver Gran Hermano. Juan opina que es la única cosa buena desde que no hay luz.

Cuando uno no tiene agenda, ni trabajo, ni un calendario marcado con cruces rojas, el día puede llegar a durar tanto que lo terminas pareciendo un abuelo de ti mismo.

El de hoy comienza llevando al niño al colegio, continúa con Juan entrando en la biblioteca Rafael Alberti para cargar el móvil y leer revistas de historia, sigue con nuestro hombre andando tres kilómetros para dejar un currículum en el Mercadona, yendo a un par de obras (en la segunda le piden el teléfono), entrando en la parroquia del Fontarrón para hablar con el cura, que a través de Cáritas se ha hecho cargo de la factura de la luz.

-Juan, que sepas que aquí te podemos dar bolsas de comida de vez en cuando -le recuerda.

-Ya. Pero ya sabe usted que no. Ya me dan comida en otro sitio. Prefiero coger yo una lechuga y no dos. Para que otro que la necesite pueda tener una.

Dolores es muchos dolores. Fue mujer maltratada con otra pareja anterior, madre con 21 años, hija abandonada por el padre y otras cosas que cuenta bajito.

Y también escribe poesía.

Nos trae unas hojas escritas a mano. Las leemos. Anotamos dos versos: «A veces en la oscuridad/ vemos con mayor claridad».

-Vamos a comer alitas de pollo -y allí están las alitas, frías, intactas. Y entonces nadie come porque el periodismo a veces es grosero y estamos esperando a que empiecen a hacerlo para hacerles fotos.

-Vamos a comer alitas.

-¿Y de segundo?

-Nada más. Nosotros solo comemos un plato.

JUEVES

Cuando todo está oscuro uno tiene la sensación de que los ruidos se oyen mucho más. Ahora mismo. Con una cadencia exasperante: la que araña furiosamente la puerta de la cocina como si fuera un gremlin malo debe de ser la perra.

-¿Tenéis animales?

-Sí -contesta Dolores-. Dos perros, Blanca y Rubi. Y tres gatos: Chispas, Buyo y Negro. Este último estaba abandonado en la calle.

-Vaya lío, ¿no?

-Mucha gente en nuestra situación los habría echado a la calle, pero nosotros no: si nosotros comemos, ellos comen; si no hay, no hay para nadie. Cuando Dios se inventó la comida lo hizo para que la repartiéramos entre todos.

Aquí la comida es posible por la ayuda del hermano de Dolores, la suegra y los ingresos de Juan haciendo arreglos esporádicos de jardinería o ayudando a repartir libros a un amigo.

-Por las tardes voy a recoger al niño al colegio. Y hace los deberes en otra habitación donde se ve un poquito...

Si tuviera un equipo de música, nos confiesa Juan mientras la perra sigue arañando la puerta, nos pondría el Viva la vida de Coldplay.

Y se hace el silencio.

VIERNES

El niño de 10 años trae las notas cerradas en un sobre y hasta nosotros lo celebramos -«a ver, que las veamos»- como si fueran las calificaciones de un ahijado. Como si hubiera luz para verlas.

Un Sobresaliente en Inglés. Un Notable en Matemáticas, en Educación Física y en Valores Sociales y Cívicos. Un Bien en Ciencias Sociales y en Lengua. Y una nota de la profesora: «En casa podría estudiar más».

-Se lo expliqué a la maestra. Le dije que nos han cortado la luz y que por eso le estaba costando más. Me ha dicho que el chico vale mucho, que no me preocupe, que si se lo propone puede ser lo que él quiera. Y yo lo que quiero es que sea buena persona, ya ves.

(...)

Dolores se ha pintado y está muy guapa. Juan se ha afeitado. Los dos sonríen. Aquí va a pasar algo.

-Tengo un regalo -nos dice Juan.

-¿Cuál?

-Dale -señala al interruptor.

Le damos. En la lámpara de globos a lo Cuéntame se enciende una bombilla de pera. Vemos la casa iluminada. No es mucha luz, parece una luciérnaga esmirriada. Pero a ellos les parece el faro más salvaje del mundo.

Lo más probable es que en el mes de mayo les vuelvan a cortar la luz. Ahora caigo en que al niño no le hemos visto sonreír ninguno de estos días.

-Le pregunto al pequeño qué quiere ser de mayor y no dice nada. No sé por qué, pero no dice nada.
 
ELECTRICIDAD A PRECIO DE ORO

Imposible bajar de los cien euros por recibo
Familias que nunca han tenido problemas para pagar la factura de la luz ven con preocupación cómo cada vez es más difícil ahorrar.
Las facturas de tres cifras son una tónica que se reproduce hogar tras hogar a pesar de utilizar electrodomésticos eficientes.


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ELISENDA PONS (elperiodico.com)

La familia López apaga la luz general del comedor para ver la televisión

Opinión
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Arseni Gibert

Expresidente de la Autoritat Catalana de la Competència y analista de Agenda Pública

Oscuridad en la luz
DAVID GARCÍA MATEU / BARCELONA

Domingo, 6 de noviembre del 2016 - 16:45 CET

La factura eléctrica tiene para las economías familiares más sombras que luces. Cada vez más hogares hacen virguerías para poder reducir el consumo. El importe de las facturas no solo es una pesada carga que afecta a las familias con menos recursos; el coste resulta igualmente elevado para los hogares de clase media. “En mi casa trabajamos mi marido y yo y cada vez se nos hace más cuesta arriba el pago del recibo” apunta Carme G., una administrativa de 49 años, que reside en el distrito de Sant Martí. “Me pongo de los nervios cada vez que en casa veo la luz encendida en una habitación en la que no hay nadie y, pese a ello, cada día pago más dinero”, afirma.

Su compañera de trabajo Marta F., comparte su discurso porque ya hace tiempo que se apretó el cinturón eléctrico. La lavadora en su casa trabaja días contados y solo “por la noche, pero en horas que no molesto a los vecinos”, puntualiza. Antes se permitía el pequeño lujo de seleccionar mucho las prendas a lavar: por colores o por tejidos… “Ahora solo distingo ropa blanca o de color, pero siempre con la lavadora repleta”, explica. Pese a ello, la factura que paga por la luz va en aumento. “Parece que todo el año sea invierno porque los importes en los meses más cálidos, igualmente son exagerados”.

UN HACHAZO A LA CUENTA CORRIENTE
Resulta cada vez más difícil encontrar a una familia de la clase media, en el término más tradicional. El ascensor social al que muchos querían subir con la idílica imagen de ambos padres con trabajos estables e hijos estudiando o trabajando, ya no es tan sencillo de hallar. O por lo menos, ya no son mayoría. La familia López podría haber presentado una estampa semejante a la antes descrita, pero la supuesta recuperación económica dejó hace un mes a Antoni López sin trabajo. Precisamente en el sector turístico, al que siempre se había dedicado. Quien no les ha abandonado es el recibo de la luz, que cada vez acapara más ingresos de su cuenta corriente.

“Las luces siempre las estamos cerrando: todas”, explica la hija mayor de la familia, Raquel López. Si antes la factura no era algo tan trascendental como ahora, la educación energética la tienen interiorizada desde hace años. Si hay alguna luz que se pueda apagar, se apaga, “pero luego fabrican todos estos aparatos que siempre se quedan en ‘standby’ y que igualmente consumen”, puntualiza Antoni. Ordenadores encendidos para no ponerlos en marcha a cada momento, cargadores de móvil que pasan horas enchufados o el simple reloj del microondas hacen correr el contador. “Tonterías que igual a lo largo del año suman por ellas mismas 20 pavos”, sintetiza. Y en verano siempre atentos al mando del aire acondicionado: “Si nos despistamos nos pegan un buen hachazo en la cuenta corriente”, resalta Antoni, a pesar de tenerlo configurado a 24ºC.

NI CON LEDS BAJAN DE LOS CIEN EUROS
“Antes teníamos unas facturas que subían unos 70 u 80 euros; luego trepó hasta los 90 euros y ahora de los 100 no baja”, enfatiza Antoni. La organización Facua-Consumidores en acción ya denunció días atrás que la luz se ha encarecido un 24,6% en los últimos seis meses. Un dato que, al conocerlo, los López se olvidan automáticamente de volver a bajar de la línea psicológica de los cien euros de consumo. O mejor dicho “de gasto, porque dudo mucho que consumamos ahora más que antes; es un abuso como lo es todo en este país; nos cobran las primeras necesidades a precio de oro”, comentan indignados alrededor de la mesa.

Los intentos por evitar excesos los han aplicado incluso en los electrodomésticos de la casa con aparatos de eficiencia energética. “Hemos puesto lámparas de leds porque dicen que no consumen prácticamente nada”, recuerda que le explicaron a Antoni en la tienda. Ahora tiene este tipo de iluminación en el pasillo, las habitaciones, la cocina y el lavabo, pero aun así: “No hay manera de bajar de los 100 euros mensuales”, concluye.
 
«No hay psicólogo que cure el dolor de la pobreza»
16.700 familias. sobreviven sin un sueldo. Las ayudas no cubren todas las necesidades. La familia Díez Abadía cuenta su día a día. Hoy han llenado la nevera gracias a Calor y Café..

12/12/2016

  • Carmen Elena y Florencio posan en el salón de su casa con su hija, abrigados para protegerse del frío sin poder poner la calefacción. - F. OTERO PERANDONES
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Carmen Tapia | león (diariodeleon.es)

La pobreza no sólo se mide por la escasez de productos de primera necesidad. El sufrimiento de las familias que ven sus proyectos de vida truncados no se puede calcular en las estadísticas ni en los balances económicos que demuestran que las grandes empresas se recuperan de diez años de aprietos económicos. La crisis no sólo ha despojado de recursos a muchas familias sino que las ha dejado huérfanas de futuro. «En mi casa no hablamos de Navidad. ¿Para qué les voy a mostrar a mis hijos—de 12 y 14 años— un mundo lleno de golosinas si no puedo comprarles nada. No hay psicólogo en España que quite este dolor a las personas». Carmen Elena Abadía llegó a España hace treinta años. En León, ciudad en la que la que vive desde hace 20 años, conoció a su marido, Florencio Díez Sánchez, un peón de almacén al que nunca le faltó el trabajo hasta hace seis años. Ahora tiene 58. «Me dicen que estoy muy viejo para trabajar pero que todavía no tengo la edad para recibir la pensión». La familia vive de los 634 euros que recibe de Renta Garantizada y de la solidaridad de las oenegés como la Sociedad San Vicente de Paúl, «que nos hacen sentir como seres humanos». La Sociedad San Vicente de Paúl, que gestiona en León el centro nocturno Calor y Café y el centro de día Concepción Arenal para transeúntes, destina una media de 5.000 euros anuales a emergencia social y distribuye alimentos a un centenar de familias gracias a la colaboración de la Fundación Alimerka. Carmen Elena ha llenado hoy la nevera con productos que acaba de traer de Calor y Café. Todas las ayudas se quedan cortas. Administraciones, oenegés y asociaciones no llegan para tanta necesidad.

La historia de Carmen—que toma pastillas para la ansiedad y el dolor que le provoca la fibromialgia— y Florencio no es muy diferente a la de 16.700 hogares leoneses en los que no trabaja nadie, según los datos del Instituto Nacional de Estadísta (INE. En la mitad de los hogares leoneses no entra ningún sueldo.

Carmen y Florencio perdieron el piso por dación en pago que llevaban pagando desde hacía diez años al no poder hacer frente a los 500 euros de hipoteca. «Nos quitaron diez años de vida y de esfuerzo. Llamamos a todas las puertas, pero no había ayuda para nosotros». Ahora viven de alquiler y pagan 300 euros al mes. «Pero no podemos hacer frente al recibo de la electricidad y no encendemos la calefacción. Aprovechamos días como hoy que hace sol para secar la ropa, nos calentamos con una estufa de butano que nos regaló una vecina. La ponemos sólo cuando hace más frío y sólo un rato. La vamos llevando de habitación en habitación y en casa estamos con batas y mantas para abrigarnos. Cocino también con butano».

En casa de Carmen y Florencio no ha árbol de Navidad —«porque encender esas luces cuesta dinero— ni regalo de reyes ni uvas de fin de año. «Las sustituyo por doce cucharadas de lentejas, que de eso sí tengo». «Nos ayudan en Cáritas, Cruz Roja, San Vicente de Paúl.... pero estas personas no son las que tienen que sacar el país adelante, son otros, los gobernantes. Hay gente que nos mira por encima del hombro porque hacemos cola, pero a mucha honra, los chorizos son otros, esos a los que no les faltará de nada en estas fechas». También notan el apoyo de amigos y vecinos. «Agradecemos todos los detalles, pero a nadie le gusta que le mantengan. Necesitamos un trabajo que nos permita vivir dignamente y podamos ofrecer un futuro a nuestros hijos». Niños que no entienden por qué su madre los ha sacado de las clases de coro, baloncesto y gimnasia rítmica. «No podía pagar la ropa deportiva que necesitaban. Me preguntan por qué y les tengo que decir que no. Mis hijos toman un tazón de leche por la mañana pero no pueden repetir por la noche. Cuando compro un pollo le digo a la dependienta que me lo parta en trozos muy pequeños para que me dé para dos días y les digo a mis hijos que no pueden repetir. Les estamos amargando la vida a nuestros hijos y la pobreza destruye a las familias. Hasta en los colegios piden que lleven cuadernos y lápices de una determinada marca que no puedo comprar». Carmen llora. «Llega un momento en que te agobia y no te deja respirar».

Pese a las dificultades y las carencias, la familia tiene un techo para cobijarse. Otras 200 personas, según los cálculos de Cruz Roja, duermen en la calle. Cruz Roja dispone de un servicio nocturno atendido por personas voluntarias y trabajadores de la oenegé que recorren las calles de León para atender a los ‘sin techo’.
 
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