Por otra parte te refieres exclusivamente a los que tienen síndrome de Down, sin embargo la discapacidad abarca muchísimo más, es un mundo muy complejo, interesante y sobre el que habría que educar al ciudadano para que llegue a ver con ojos normales, igual que ve a un cojo, un manco, un ciego.
Ahí es adonde hay que llegar y desde ahí podremos hablar con un mínimo conocimiento y espíritu de colaboración con el tema que tratamos.
Quizás sea porque he tenido un familiar down y conozco el tema mejor que con otros tipos de discapacidad.
En nuestro caso lo más importante era la aceptación primero, la normalización y conseguir la máxima autonomía posible.
Se consiguió porque se pagó. Pero no me gusta la mitificación del SdD. Porque cada caso es único y hay algunas personas que tienen una dependencia muchísimo más grande que otras.
Por eso no entiendo la cuenta chupiguapi de Pepita, porque no es ni un mono de feria, ni mejor ni peor que sus hermanos.
Y si tienes dinero es más fácil (estimulación temprana, extraescolares con monitores especialistas, etc). Luego ya lo de ir a centros educativos ordinarios o educación especial se tiene que valorar con la familia y los profes.
Pero si un hijo es una responsabilidad muy grande, un hijo con discapacidad mental es algo muy muy muy complicado para una familia de clase media. Y no “mola”.
He tenido alumnos con discapacidades físicas (invidentes, sordos, parapléjicos...) y ahí sí veo integración al 100% (trabajo en educación pública con adolescentes). Salen y realizan las actividades que les apetece (deportes, idiomas, música...) y de ocio con compañeros. Pero los chavales con discapacidad mental, sobre los 14 años, se “descuelgan” de las actividades de ocio. Es muy triste pero es así de duro. Y tienen tres opciones: salir con adultos, salir con los hermanos (con tooooodo lo que limita eso a los hermanos jovencitos) o con gente con discapacidad similar.
Es cierto que la gente con SdD tiene unas virtudes maravillosas, una capacidad de amar infinita que hace que te plantees muchas cosas, una empatía hacia la gente que sufre inimaginable... pero vuelvo a repetir que depende del grado de dependencia y de la capacidad de tiempo y dinero de la familia.
No quiero que se me malinterprete. Pero es como cuando se hace marketing chupiguapi con los lacitos rosa del cáncer de mama. Cuando estás enferma no quieres luchas ni batallas: sigues un tratamiento y no estás feliz ni nada de eso. Es una mierda. Que hay que tirar p’alante, CLARO QUE SÍ, pero hacer de todo eso una estantería de merchandising del señor guonderful me repatea.