Los Borbones vistos por Arturo Pérez-Reverte en 'Una historia de España'

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Los Borbones vistos por Arturo Pérez-Reverte en 'Una historia de España'
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Reunimos los capítulos sobre los Borbones en la particular visión de Arturo Pérez-Reverte de la historia de España.
Una historia de España, capítulo XXXIV.
Carlos II. “Murió Carlos II en 1700, como contábamos, y se lió otra. Antes de palmar sin hijos, con todo cristo comiéndole la oreja sobre a quién dejar el trono, si a los borbones de Francia o a los Austrias del otro sitio, firmó que se lo dejaba a los borbones y estiró la pata.”

Una historia de España (XXXV). Felipe V. “Con Felipe V, el primer Borbón, tampoco es que nos tocara una joya. Acabó medio majareta, abdicó en su hijo Luis I, que nos salió golfo y putero pero por suerte murió pronto, a los 18 años…”

Una historia de España (XXXVI) Fernando VI. “Estábamos allí, en pleno siglo XVIII, con Fernando VI y de camino a Carlos III, en un contexto europeo de ilustración y modernidad, mientras España sacaba poco a poco la cabeza del agujero…”

Una historia de España (XXXVIII) Carlos III. “Además de convertir Madrid y otros lugares en sitios bastante bonitos, dentro de lo que cabe, Carlos III fue un rey simpático. No en lo personal -contando chistes, aquel Borbón no era nada del otro mundo- sino de intenciones y maneras.”

Una historia de España (XXXIX) Carlos III. “A finales del siglo XVIII, con la desaparición de Carlos III y sus ministros ilustrados, se fastidió de nuevo la esperanza de que esto se convirtiera en un lugar decente”.

Una historia de España (XL) Carlos IV. “Bajo tutela napoleónica, Carlos IV acabó abdicando en Fernando VII, pero aquello era un paripé.”

Una historia de España (XLI) Carlos IV. “Y que a Carlos IV, su legítima, el miserable de su hijo Fernando y el guaperas Godoy, o sea, la familia Telerín, se los llevan a Francia medio invitados medio prisioneros, mientras Napoleón decide poner en España, de rey, a un hermano suyo”.

Una historia de España (XLIV) Fernando VII. “Y eso fue exactamente lo que pasó cuando Fernando VII de Borbón, el mayor hijo de put* que ciñó corona en España, volvió de Francia…”.

Una historia de España (XLV) Fernando VII. “Además de feo -lo llamaban Narizotas– con una expresión torva y fofa, Fernando VII era un malo absoluto, tan perfecto como si lo hubieran fabricado en un laboratorio”.

Una historia de España (XLVI) Fernando VII. “Y en ésas estábamos, con el infame Fernando VII y la madre que lo parió, cuando perdimos casi toda América”.

Una historia de España (XLVII) Fernando VII. “Para vergüenza de los españoles de su tiempo y del de ahora -porque no sólo se hereda el dinero, sino también la ignominia-, Fernando VII murió en la cama, tan campante”.

Una historia de España (XLVIII) Guerras carlistas. “Las guerras carlistas fueron tres, a lo largo del siglo XIX, y dejaron a España a punto de caramelo para una especie de cuarta guerra carlista, llevada luego más al extremo y a lo bestia, que sería la de 1936…”.

Una historia de España (XLIX) Guerras carlistas.“Pues ahí estábamos, dándonos otra vez palos entre nosotros para no faltar a la costumbre, en plena primera guerra carlista”.

Una historia de España (L) Guerras carlistas. “Si en el siglo anterior sufrimos a cinco reyes con una forma de gobierno que, mala o buena, fue una sola, en este otro, sumando reyes, regentes, reinas, novios de la reina, novios del rey, presidentes de república y generales que pasaban por allí, incluidas guerras carlistas y coloniales, tuvimos dieciocho formas de gobierno diferentes, solapadas, mixtas, opuestas combinadas o mediopensionistas”.

Una historia de España (LI) Isabel II. “El reinado de Isabel II fue un continuo sobresalto: un putiferio de dinero sucio y ruido de sables”.

Una historia de España (LII) Isabel II. En los últimos años del reinado de Isabel II, la degradación de la vida política y moral de España convirtió la monarquía constitucional en una ficción grotesca.

Una historia de España (LIII) Isabel II. “Cosa curiosa, oigan. Con el reinado de Isabel II pendiente de un hilo y una España que políticamente era la descojonación de Espronceda, el nuestro seguía siendo el único país europeo de relevancia que no había tenido una revolución para cargarse a un rey, con lo que esa imagen del español insumiso y machote, tan querida de los viajeros románticos, era más de coplas que de veras”.

Una historia de España (LVII) Isabel II. “El siglo XIX había sido en España -lo era todavía, en aquel momento- un desparrame de padre y muy señor mío: una atroz guerra contra los franceses, un rey (Fernando VII) cruel, traidor y miserable, una hija (Isabel II) incompetente, caprichosa y más golfa que María Martillo, un rey postizo (Amadeo de Saboya) tomado a cachondeo…”.

Una historia de España (LVIII) Alfonso XII. “Con Alfonso XII, que nos duró poco, pues murió en 1885 siendo todavía casi un chaval y sólo reinó diez años, España entró en una etapa próspera, y hasta en lo político se consiguió (a costa de los de siempre, eso sí) un equilibrio bastante razonable.”

Una historia de España (LIX) Alfonso XII. “Alfonso XII palmó joven y de tuberculosis. Demasiado pronto. Tuvo el tiempo justo para hacerle un cachorrillo a su segunda esposa, María Cristina de Ausburgo, antes de decir adiós, muchachos”.

Una historia de España (LX) Alfonso XII. “En el interior, con Alfonso XII niño y su madre reina regente, las nubes negras se iban acumulado despacio, porque a los obreros y campesinos españoles, individualistas como la madre que los parió, no les iba mucho la organización socialista -o pronto, la comunista- y preferían hacerse anarquistas, con lo que cada cual se lo montaba aparte”.

Una historia de España (LXI) Alfonso XIII. “El hijo de la reina María Cristina dejó de ser Alfonsito para convertirse en Alfonso XIII. Pero tampoco ahí tuvimos suerte, porque no era hombre adecuado para los tiempos turbulentos que estaban por venir”.

Una historia de España (LXV) Alfonso XIII. “Los partidarios del trono eran cada vez menos, e intelectuales como Ortega y Gasset, Unamuno o Marañón empezaron a dirigir fuego directo contra Alfonso XIII. Nadie se fiaba del rey. Los últimos tiempos de la monarquía fueron agónicos; ya no se pedían reformas, sino echar al monarca a la put* calle”.

Una historia de España (LXVI) Alfonso XIII. “Alfonso XIII sólo sobrevivió, como rey, un año y tres meses a la caída del dictador Primo de Rivera, a quien había ligado su suerte, primero, y dejado luego tirado como una colilla.”

Una historia de España (LXXXIX) Juan Carlos I. “Don Juan Carlos de Borbón, por entonces todavía un apuesto jovenzuelo, había sido designado sucesor a título de rey, y el Búnker y los militares lo vigilaban de cerca.”
 
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Una historia de España (LXXXIX) Juan Carlos I. “Don Juan Carlos de Borbón, por entonces todavía un apuesto jovenzuelo, había sido designado sucesor a título de rey, y el Búnker y los militares lo vigilaban de cerca.”

Una historia de España (LXXXIX)
Arturo Pérez-Reverte
PATENTE DE CORSO

Todo se acaba en la vida, y al franquismo acabó por salirle el número. Asesinado el almirante Carrero Blanco, que era la garantía de continuidad del régimen, con Franco enfermo, octogenario y camino de Triana, y con las fuerzas democráticas cada vez más organizadas y presionando, la cosa parecía clara. El franquismo estaba rumbo al desguace, pero no liquidado, pues se defendía como gato panza arriba. Don Juan Carlos de Borbón, por entonces todavía un apuesto jovenzuelo, había sido designado sucesor a título de rey, y el Búnker y los militares lo vigilaban de cerca. Sin embargo, los más listos las veían venir. Entre los veteranos y paniaguados del régimen, no pocos andaban queriendo situarse de cara al futuro pero manteniendo los privilegios del pasado. Como suele ocurrir, avispados franquistas y falangistas, viendo de pronto la luz, renegaban sin complejos de su propia biografía, proclamándose demócratas de toda la vida, mientras otros se atrincheraban en su resistencia numantina a cualquier cambio. La represión policial se intensificó, junto con el cierre de revistas y la actuación de la más burda censura. 1975 fue un annus horribilis: violencia, miedo y oprobio.

La crisis del Sáhara Occidental (que acabó siendo abandonado de mala y muy vergonzosa manera) aún complicó más las cosas: terrorismo por un lado, presión democrática por otro, reacción conservadora, brutalidad ultraderechista, militares nerviosos y amenazantes, rumores de golpe de Estado, ejecución de cinco antifranquistas.

El panorama estaba revuelto de narices, y el tinglado de la antigua farsa ya no aguantaba ni fin el Caudillo a los cielos, o a donde le tocara ir. Sus funerales, sin embargo, demostraron algo que hoy se pretende olvidar: muchos miles de españoles desfilaron ante la capilla ardiente o siguieron por la tele los funerales con lágrimas en los ojos, que no siempre eran de felicidad. Demostrando, con eso, que si Franco estuvo cuatro décadas bajo palio no fue sólo por tener un ejército en propiedad y cebar cementerios, sino porque un sector de la sociedad española, aunque cambiante con los años, compartió todos o parte de sus puntos de vista. Y es que en la España de hoy, tan desmemoriada para esa como para otras cosas, cuando miramos atrás resulta –hay que joderse– que todo el mundo era heroicamente antifranquista; aunque, con 40 años de régimen entre pecho y espalda y el dictador muerto en la cama, no salen las cuentas (como dijo aquel fulano a la locomotora de tren que soltó vapor al llegar a la estación de Atocha: «Esos humos, en Despeñaperros»).

El caso, volviendo a 1975, es que se fue el caimán. O sea, murió Franco, Juan Carlos fue proclamado rey jurando mantener intacto el chiringuito, y ahí fue donde al franquismo más rancio le fallaron los cálculos, porque –afortunadamente para España– el chico salió un poquito perjuro. Había sido bien educado, con preceptores que eran gente formada e inteligente, y que aún se mantenían cerca de él. A esas excelentes influencias se debieron los buenos consejos. Había que elegir entre perpetuar el franquismo –tarea imposible– con un absurdo barniz de modernidad cosmética que ya no podía engañar a nadie, o asumir la realidad. Y ésta era que las fuerzas democráticas apretaban fuerte en todos los terrenos y que los españoles pedían libertad a gritos. Aquello ya no se controlaba al viejo estilo de cárcel y paredón. La oposición moderada exigía reformas; y la izquierda, que coordinaba esfuerzos de modo organizado y más o menos eficaz, exigía ruptura. Ignoro, en verdad, lo inteligente que podía ser don Juan Carlos; pero sus consejeros no tenían un pelo de tontos.

Era gente con visión y talla política. En su opinión, en un país con secular tradición de casa de putas como España (en realidad no era su opinión, sino la mía), especialista en destrozarse a sí mismo y con todas las ambiciones políticas de nuevo a punto de nieve, sólo la monarquía juancarlista tenía autoridad y legitimidad suficientes para dirigir un proceso de democratización que no liara otro desparrame nacional. Y entonces se embarcaron, entre 1976 y 1978, en una aventura fantástica, caso único entre todas las transiciones de regímenes totalitarios a demócratas en la Historia. Nunca antes se había hecho. De ese modo, aquel rey todavía inseguro y aquellos consejeros inteligentes obraron el milagro de reformar, desde dentro, lo que parecía irreformable. Iba a ser, nada menos, el su***dio de un régimen y el nacimiento de la libertad. Y el mundo asistió, asombrado, a sucesos que de nuevo hicieron admirable a España.
 
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