Literatura, filosofía y espiritualidad

De los extremos límites de toda filosofía práctica
Todos los hombres se piensan libres en cuanto a la voluntad. Por eso los juicios todos recaen sobre las acciones consideradas como hubieran debido ocurrir, aun cuando no hayan ocurrido. Sin embargo, esta libertad no es un concepto de experiencia, y no puede serlo, porque permanece siempre, aun cuando la experiencia muestre lo contrario de aquellas exigencias que, bajo la suposición de la libertad, son representadas como necesarias. Por otra parte, es igualmente necesario que todo cuanto ocurre esté determinado indefectiblemente por leyes naturales, y esta necesidad natural no es tampoco un concepto de experiencia, justamente porque en ella reside el concepto de necesidad y, por tanto, de un conocimiento a priori. Pero este concepto de naturaleza es confirmado por la experiencia y debe ser inevitablemente supuesto, si ha de ser posible la experiencia, esto es, el conocimiento de los objetos de los sentidos, compuesto según leyes universales. Por eso la libertad es sólo una idea de la razón, cuya realidad objetiva es en sí misma dudosa; la naturaleza, empero, es un concepto del entendimiento que demuestra, y necesariamente debe demostrar, su realidad en ejemplos de la experiencia.

De aquí nace, pues, una dialéctica de la razón, porque, con respecto de la voluntad, la libertad que se le atribuye parece estar en contradicción con la necesidad natural; y en tal encrucijada, la razón, desde el punto de vista especulativo, halla el de la necesidad natural mucho más llano y practicable que el de la libertad; pero desde el punto de vista práctico es el sendero de la libertad el único por el cual es posible hacer uso de la razón en nuestras acciones y omisiones; por lo cual ni la filosofía más sutil ni la razón común del hombre pueden nunca excluir la libertad. Hay, pues, que suponer que entre la libertad y necesidad natural de unas y las mismas acciones humanas no existe verdadera contradicción; porque no cabe suprimir ni el concepto de naturaleza ni el concepto de libertad.

Sin embargo, esta aparente contradicción debe al menos ser deshecha por modo convincente, aun cuando no pudiera nunca concebirse cómo sea posible la libertad. Pues si incluso el pensamiento de la libertad se contradice a sí mismo o a la naturaleza, que es igualmente necesaria, tendría que ser abandonada por completo frente a la necesidad natural.

Pero es imposible evitar esa contradicción si el sujeto que se figura libre se piensa en el mismo sentido o en la misma relación cuando se llama libre que cuando se sabe sometido a la ley natural, con respecto a una y la misma acción. Por eso es un problema imprescindible de la filosofía especulativa el mostrar, al menos, que su engaño respecto de la contradicción reposa en que pensamos al hombre en muy diferente sentido y relación cuando le llamamos libre que cuando le consideramos como pedazo de la naturaleza, sometido a las leyes de ésta, y que ambos, no sólo pueden muy bien compadecerse, sino que deben pensarse también como necesariamente unidos en el mismo sujeto; porque, si no, no podría indicarse fundamento alguno de por qué íbamos a cargar la razón con una idea que, si bien se une sin contradicción a otra suficientemente establecida, sin embargo, nos enreda en un asunto por el cual la razón se ve reducida a grande estrechez en su uso teórico. Pero es ello un deber que se impone a la filosofía especulativa, para dejar campo libre a la práctica. Así, pues, no es potestativo para el filósofo levantar la aparente contradicción o dejarla intacta; pues en este último caso queda la teoría sobre este punto como un bonum vacans, en cuya posesión podría con razón instalarse el fatalista y expulsar toda moral de esa propiedad poseída sin título alguno.

Sin embargo, no puede aún decirse que comience aquí el límite de la filosofía práctica. Pues esa supresión de la contradicción no le compete a la filosofía práctica, sino que ésta exige de la razón especulativa que ponga término al desconcierto en que se enreda ella misma en cuestiones teóricas, para que así la razón práctica goce de paz y de seguridad frente a ataques exteriores que pudieran disputarle el campo en que ella quiere edificar.

Pero la misma pretensión de derecho que tiene la razón común humana a la libertad de la voluntad fúndase en la conciencia y en la admitida su posición de ser independiente la razón de causas que la determinen sólo subjetivamente, las cuales todas constituyen lo que pertenece solamente a la sensación y, por tanto, se agrupan bajo la denominación de sensibilidad. El hombre que de esta suerte se considera como inteligencia sitúase así en muy otro orden de cosas y en una relación con fundamentos determinantes de muy otra especie, cuando se piensa como inteligencia, dotado de una voluntad y, por consiguiente, de causalidad, que cuando se percibe como un fenómeno en el mundo sensible (cosa que realmente es) y somete su causalidad a determinación externa según leyes naturales. Pero pronto se convence de que ambas cosas pueden ser a la vez, y aun deben serlo. Pues no hay la menor contradicción en que una cosa en el fenómeno (perteneciente al mundo sensible) esté sometida a ciertas leyes, y que esa misma cosa, como cosa o ser en sí mismo, sea independiente de las tales leyes. Mas si él mismo debe representarse y pensarse de esa doble manera, ello obedece, en lo que a lo primero se refiere, a la conciencia que tiene de sí mismo como objeto afectado por sentidos, y en lo que a lo segundo toca, a la conciencia que tiene de sí mismo como inteligencia, esto es, como independiente de las impresiones sensibles en el uso de la razón (es decir, como perteneciente al mundo inteligible).

De aquí viene que el hombre tenga la pretensión de poseer una voluntad que nada admite de lo que pertenezca a sus apetitos e inclinaciones y, en cambio, piense como posibles, y aun como necesarias, por medio de esa voluntad, acciones tales que sólo pueden suceder despreciando todos los apetitos y excitaciones sensibles. La causalidad de estas acciones reside en él como inteligencia, y en las leyes de los efectos y acciones según principios de un mundo inteligible, del cual nada más sabe sino que en ese mundo da leyes la razón y sólo la razón pura, independiente de la sensibilidad. Igualmente, como en ese mundo es él, como mera inteligencia, el propio yo (mientras que como hombre no es más que el fenómeno de sí mismo), refiérense esas leyes a él inmediata y categóricamente, de suerte que las excitaciones de sus apetitos e impulsos (y, por tanto, la naturaleza entera del mundo sensible) no pueden menoscabar las leyes de su querer como inteligencia, hasta el punto de que él no responde de esos apetitos e impulsos y no los atribuye a su propio yo, esto es, a su voluntad, aunque sí es responsable de la complacencia que pueda manifestarles si les concede influjo sobre sus máximas, con perjuicio de las leyes racionales de la voluntad.

La razón práctica no traspasa sus límites por pensarse en un mundo inteligible; los traspasa cuando quiere intuirse, sentirse en ese mundo. Lo primero es solamente un pensamiento negativo con respecto al mundo sensible, el cual no da ninguna ley a la razón en determinación de la voluntad; sólo en un punto es positivo, esto es, en que esa libertad, como determinación negativa, va unida al mismo tiempo con una (positiva) facultad y aun con una causalidad de la razón, que llamamos voluntad y que es la facultad de obrar de tal suerte que el principio de las acciones sea conforme a la esencial propiedad de una causa racional, esto es, a la condición de la validez universal de la máxima, como una ley. Pero si además fuera en busca de un objeto de la voluntad, esto es, de una causa motora tomada del mundo inteligible, entonces traspasaría sus límites y pretendería conocer algo de que nada sabe. El concepto de un mundo inteligible es, pues, sólo un punto de vista que la razón se ve obligada a tomar fuera de los fenómenos, para pensarse a sí misma como práctica; ese punto de vista no sería posible si los influjos de la sensibilidad fueran determinantes para el hombre; pero es necesario, si no ha de quitársele al hombre la conciencia de su yo como inteligencia y, por tanto, como causa racional y activa por razón, esto es, libremente eficiente. Este pensamiento produce, sin duda, la idea de otro orden y legislación que el del mecanismo natural referido al mundo sensible, y hace necesario el concepto de un mundo inteligible (esto es, el conjunto de los seres racionales como cosas en sí mismas); pero sin la menor pretensión de pensarlo más que según su condición formal, esto es, según la universalidad de la máxima de la voluntad, como ley, y, por tanto, según la autonomía de la voluntad, que es la única que puede compadecerse con la libertad de la voluntad; en cambio, todas las leyes que se determinan sobre un objeto dan por resultado heteronomía, la cual no puede encontrarse más que en leyes naturales y se refiere sólo al mundo sensible.

Pero si la razón emprendiera la tarea de explicar cómo pueda la razón pura ser práctica, lo cual sería lo mismo que explicar cómo la libertad sea posible, entonces si que la razón traspasaría todos sus límites.

Pues no podemos explicar nada sino reduciéndolo a leyes, cuyo objeto pueda darse en alguna experiencia posible. Mas la libertad es una mera idea, cuya realidad objetiva no puede exponerse de ninguna manera por leyes naturales y, por tanto, en ninguna experiencia posible; por consiguiente, puesto que no puede darse de ella nunca un ejemplo, por ninguna analogía, no cabe concebirla ni aun sólo conocerla. Vale sólo como necesaria suposición de la razón en un ser que crea tener conciencia de una voluntad, esto es, de una facultad diferente de la mera facultad de desear (la facultad de determinarse a obrar como inteligencia, según leyes de la razón, pues, independientemente de los instintos naturales). Mas dondequiera que cesa la determinación por leyes naturales, allí también cesa toda explicación y sólo resta la defensa, esto es, rechazar los argumentos de quienes, pretendiendo haber intuido la esencia de las cosas, declaran sin ambages que la libertad es imposible. Sólo cabe mostrarles que la contradicción que suponen haber descubierto aquí no consiste más sino en que ellos, para dar validez a la ley natural con respecto a las acciones humanas, tuvieron que considerar el hombre, necesariamente, como fenómeno, y ahora, cuando se exige de ellos que lo piensen como inteligencia, también como cosa en sí, siguen, sin embargo, considerándolo como fenómeno, en cuya consideración resulta, sin duda, contradictorio separar su causalidad (esto es, la de su voluntad) de todas las leyes naturales del mundo sensible, en uno y el mismo sujeto; pero esa contradicción desaparece si reflexionan y, como es justo, quieren confesar que tras los fenómenos tienen que estar las cosas en sí mismas (aunque ocultas), a cuyas leyes no podemos pedirles que sean idénticas a las leyes a que sus fenómenos están sometidos.

La imposibilidad subjetiva de explicar la libertad de la voluntad es idéntica a la imposibilidad de encontrar y hacer concebible un interés19 que el hombre pudiera tomar en las leyes morales, y, sin embargo, toma realmente un interés en ellas, cuyo fundamento en nosotros llamamos sentimiento moral, el cual ha sido por algunos presentado falsamente como el criterio de nuestro juicio moral, debiendo considerársele más bien como el efecto subjetivo que ejerce la ley sobre la voluntad, cuyos fundamentos objetivos sólo la razón proporciona.

Para querer aquello sobre lo cual la razón prescribe el deber al ser racional afectado por los sentidos, hace falta, sin duda, una facultad de la razón que inspire un sentimiento de placer o de satisfacción al cumplimiento del deber, y, por consiguiente, hace falta una causalidad de la razón que determine la sensibilidad conformemente a sus principios. Pero es imposible por completo conocer, esto es, hacer concebible a priori, cómo un mero pensamiento, que no contiene en sí nada sensible, produzca una sensación de placer o de dolor; pues es ésa una especie particular de causalidad, de la cual, como de toda causalidad, nada podemos determinar a priori, sino que sobre ello tenemos que interrogar a la experiencia. Mas como ésta no nos presenta nunca una relación de causa a efecto que no sea entre dos objetos de la experiencia, y aquí la razón pura, por medio de meras ideas (que no pueden dar objeto alguno para la experiencia), debe ser la causa de un efecto, que reside, sin duda, en la experiencia, resulta completamente imposible para nosotros, hombres, la experiencia de cómo y por qué nos interesa la universalidad de la máxima como ley y, por tanto, la moralidad. Pero una cosa es cierta, a saber: que no porque nos interese tiene validez para nosotros (pues esto fuera heteronomía y haría depender la razón pura de la sensibilidad, a saber: de un sentimiento que estuviese a su base, por lo cual nunca podría ser moralmente legisladora), sino que interesa porque vale para nosotros, como hombres, puesto que ha nacido de nuestra voluntad, como inteligencia, y, por tanto, de nuestro propio yo; pero lo que pertenece al mero fenómeno queda necesariamente subordinado por la razón a la constitución de la cosa en sí misma.

Así, pues, la pregunta de cómo un imperativo categórico sea posible puede, sin duda, ser contestada en el sentido de que puede indicarse la única suposición bajo la cual es él posible, a saber: la idea de la libertad, y asimismo en el sentido de que puede conocerse la necesidad de esta suposición, todo lo cual es suficiente para el uso práctico de la razón, es decir, para convencer de la validez de tal imperativo y, por ende, también de la ley moral; pero cómo sea posible esa suposición misma, es cosa que ninguna razón humana puede nunca conocer. Pero si suponemos la libertad de la voluntad de una inteligencia, es consecuencia necesaria la autonomía de la misma como condición formal bajo la cual tan sólo puede ser determinada. Suponer esa libertad de la voluntad, no sólo es muy posible, como demuestra la filosofía especulativa (sin caer en contradicción con el principio de la necesidad natural en el enlace de los fenómenos del mundo sensible), sino que también, para un ser racional que tiene conciencia de su causalidad por razón y, por ende, de una voluntad (que se distingue de los apetitos), es necesario, sin más condición, establecerla prácticamente, esto es, en la idea, como condición de todas sus acciones voluntarias. Pero la razón humana es totalmente impotente para explicar cómo ella, sin otros resortes, vengan de donde vinieren, pueda ser por sí misma práctica, esto es, cómo el mero principio de la universal validez de todas sus máximas como leyes (que sería desde luego la forma de una razón pura práctica), sin materia alguna (objeto) de la voluntad, a la cual pudiera de antemano tomarse algún interés, pueda dar por sí mismo un resorte y producir un interés que se llamaría moral, o, dicho de otro modo: cómo la razón pura pueda ser práctica. Todo esfuerzo y trabajo que se emplee en buscar explicación de esto será perdido.

Es lo mismo que si yo quisiera descubrir cómo sea posible la libertad misma, como causalidad de una voluntad. Pues en este punto abandono el fundamento filosófico de explicación y no tengo otro alguno. Sin duda, podría dar vueltas fantásticas por el mundo inteligible que aún me resta, por el mundo de las inteligencias; pues aunque tengo una idea de él, que tiene un buen fundamento, no tengo, empero, el más mínimo conocimiento de él ni puedo llegar nunca a tenerlo, por más que a ello se esfuerce mi facultad natural de la razón. Ese mundo no significa otra cosa que un algo que resta cuando he excluido de los fundamentos que determinan mi voluntad todo lo que pertenece al mundo sensible, sólo para recluir el principio de las causas motoras al campo de la sensibilidad, limitándolo y mostrando que no lo comprende todo en todo, sino que fuera de él hay algo más; este algo más, empero, no lo conozco. Si de la razón pura que piensa ese ideal separamos toda materia, esto es, todo conocimiento de los objetos, no nos quedará más que la forma, a saber: la ley práctica de la universal validez de las máximas y, conforme a ésta, la razón, en relación con un mundo puro inteligible, como posible causa eficiente, esto es, como causa determinante de la voluntad; tiene que faltar aquí por completo el resorte, y habría de ser esa idea misma de un mundo inteligible el resorte o aquello a que la razón originariamente toma un interés; pero hacer esto concebible es justamente un problema que no podemos resolver.

He aquí, pues, el límite supremo de toda investigación moral. Pero determinarlo es de gran importancia para que la razón, por una parte, no vaya a buscar en el mundo sensible, y por modo perjudicial para las costumbres, el motor supremo y un interés concebible, sí, pero empírico, y, por otra parte, para que no despliegue infructuosamente sus alas en el espacio, para ella vacío, de los conceptos trascendentes, bajo el nombre de mundo inteligible, sin avanzar un paso y perdiéndose entre fantasmas. Por lo demás, la idea de un mundo inteligible puro, como un conjunto de todas las inteligencias, al que nosotros mismos pertenecemos como seres racionales (aunque, por otra parte, al mismo tiempo somos miembros del mundo sensible), sigue siendo una idea utilizable y permitida para el fin de una fe racional, aun cuando todo saber halla su término en los límites de ella; y el magnífico ideal de un reino universal de los fines en sí (seres racionales), al cual sólo podemos pertenecer como miembros cuando nos conducimos cuidadosamente según máximas de la libertad, cual si ellas fueran leyes de la naturaleza, produce en nosotros un vivo interés por la ley moral.




Observación final

El uso especulativo de la razón, con respecto a la naturaleza, conduce a la necesidad absoluta de alguna causa suprema del universo; el uso práctico de la razón, con respecto a la libertad, conduce también a una necesidad absoluta, pero sólo de las leyes de las acciones de un ser racional como tal. Ahora bien, es principio esencial de todo uso de nuestra razón el llevar su conocimiento hasta la conciencia de su necesidad (que sin ella no fuera nunca conocimiento de la razón). Pero también es una limitación igualmente esencial de la misma razón el no poder conocer la necesidad, ni de lo que existe o lo que sucede, ni de lo que debe suceder, sin poner una condición bajo la cual ello existe o sucede o debe suceder. De esta suerte, empero, por la constante pregunta o inquisición de la condición, queda constantemente aplazada la satisfacción de la razón. Por eso ésta busca sin descanso lo incondicional necesario y se ve obligada a admitirlo, sin medio alguno para hacérselo concebible: harto contenta cuando puede hallar el concepto que se compadece con esa suposición. No es, pues, una censura para nuestra deducción del principio supremo de la moralidad, sino un reproche que habría que hacer a la razón humana en general el que no pueda hacer concebible una ley práctica incondicionada (como tiene que serlo el imperativo categórico), en su absoluta necesidad; pues si no quiere hacerlo por medio de una condición, a saber, por medio de algún interés puesto por fundamento, no hay que censurarla por ello, ya que entonces no seria una ley moral, esto es, suprema de la libertad. Así, pues, no concebimos, ciertamente, la necesidad práctica incondicionada del imperativo moral; pero concebimos, sin embargo, su inconcebibilidad, y esto es todo lo que, en equidad, puede exigirse de una filosofía que aspira a los límites de la razón humana en principios.

http://www.cervantesvirtual.com/obr...0941a-2dc6-11e2-b417-000475f5bda5_3.html#I_2_
 
El Pensamiento de Sócrates


Existen distintas fuentes que describen el pensamiento de Sócrates, ya que él no dejó nada escrito, pero resulta difícil precisarlo con verdadera exactitud porque difieren entre si.

Para Jenofonte a Sócrates le interesaba principalmente la moral de los hombres y la formación de buenos ciudadanos, y no se preocupaba demasiado de la lógica ni de la metafísica.


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Sin embargo, a partir de los diálogos de Platón, Sócrates aparece como un metafísico de primer nivel que sentó las bases de una filosofía trascendente, que se distingue por ser una teoría sobre un mundo metafísico de las Formas.


Pero no se puede olvidar que Platón, según el testimonio de Aristóteles, exceptuando en sus primeras obras, mezcló sus propias teorías con las ideas de Sócrates.

Karlo Joel, basándose en Aristóteles, sostiene que Sócrates fue un intelectualista o racionalista en tanto que Jenofonte pensaba que era un ético de la voluntad de estilo espartano desfigurando así su doctrina.

Según Burnet y Taylor, en Inglaterra, el Sócrates histórico es el que describe Platón, que sin duda superó a su maestro gracias a sus enseñanzas.

Es evidente que en sus últimos escritos Platón prescinde totalmente de Sócrates, lo que hace suponer que cuando aparece en los diálogos como interlocutor principal Platón se está refiriéndose efectivamente a las ideas de Sócrates.

Ninguno puede afirmar que los Diálogos de Platón no contienen ningún aporte del Sócrates histórico, debiendo reconocer que la doctrina platónica representa una continuación de las enseñanzas de su maestro.

Por lo tanto, se puede aceptar que si bien Jenofonte no describe un retrato completo de Sócrates, tampoco se puede considerar autor absoluto de los diálogos de Platón.

Aristóteles estuvo veinte años en la Academia de Platón, de modo que su opinión es más que autorizada como para descartarla como hipótesis.

Él consideraba que a Sócrates se le pueden atribuir dos adelantos científicos, el empleo de los razonamientos inductivos y de la definición universal. De modo que Sócrates se ocupó de la posibilidad de alcanzar los conceptos precisos y fijos a diferencia de los sofistas que tenían teorías relativistas.

Para Sócrates, el concepto universal siempre es el mismo, lo que varía son los ejemplos concretos.

Por ejemplo todo hombre es un animal racional, y esta definición permanece inalterable aunque su conducta sea diferente a la de otros hombres. De modo que existe lo que no cambia, o sea el concepto universal o la definición de los objetos, en un mundo en permanente cambio, de objetos imperfectos y cambiantes que es el de nuestra vida cotidiana.

Sócrates consideraba de importancia a las definiciones universales porque se interesaba principalmente en la conducta ética, porque éstas representaban la base sólida para que los hombres pudieran salir del relativismo de las doctrinas sofistas.

Para los sofistas, la justicia, por ejemplo, es diferente de una ciudad a otra, en cambio si se logra una definición universal de lo que significa la justicia para que sea válida para todos lo hombres, se podrá tener algo seguro sobre lo cual construir y se podrán juzgar las acciones individuales con códigos comunes a todos los estados.

Según Aristóteles, Sócrates utilizaba el razonamiento inductivo, pero no desde el punto de vista de un lógico sino en el plano de la dialéctica o conversación, guiando a su interlocutor a arriesgar definiciones hasta llegar a la más precisa, o sea a una definición universal y válida, procediendo de lo particular o menos perfecto a lo universal o más perfecto.

Sócrates llamó a este método “mayéutica” (obstetricia) haciendo referencia a su madre que era partera, como un símbolo de su intención de que los demás diesen a luz ideas verdaderas.

Así Sócrates se ocupó principalmente por la ética y por las virtudes del carácter; y en virtud de este interés fue el primero que se ocupó del problema de las definiciones universales.

Fuente: Sócrates y Platón, Colección Grandes Pensadores, Editorial Planeta DeAgostini, España, 2007

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El lenguaje del pensamiento



El lenguaje del pensamiento o mentalés es una especie de lenguaje privado innato postulado por Jerry Fodor (n. 1935) en una obra que se titulaba El lenguaje del pensamiento (1985). Fodor entiende que el pensamiento consiste en operaciones mentales de manipulación de símbolos, los cuales se ordenan sintácticamente, de modo análogo a como en los llamados lenguajes naturales ocurre con las palabras, las cuales ordenadas según reglas sintácticas forman oraciones. Para Fodor el lenguaje del pensamiento es un lenguaje innato, en un sentido literal del término, de ahí que también lo llame “mentalés”.

Caracterizando el mentalés o el lenguaje del pensamiento


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Tal y como es caracterizado el lenguaje del pensamiento, el defensor de esta tesis (Fodor y sus amigos) trata de forma análoga las estructuras del lenguaje convencional y las del pensamiento, tal y como se ha mencionado anteriormente. En efecto, para Fodor las representaciones mentales son estructuras compuestas por conceptos innatos. Estos se ordenan sintácticamente, igual que las palabras para formar oraciones. Estos componentes pueden aparecer en otras estructuras, son portátiles. El significado de las representaciones mentales depende de la contribución que hace cada componente a la estructura, al igual que ocurre con el significado de las oraciones, que depende de la contribución del significado de sus componentes.


El papel del lenguaje público, dado el lenguaje del pensamiento

Para Fodor el lenguaje cotidiano, el que llamamos lenguaje natural, de carácter público, es un vehículo para expresar lo que queremos decir en mentalés. En efecto, Fodor señala que, puesto que los significados de los signos lingüísticos son convencionales y no intrínsecos, los primeros, las palabras y las oraciones del lenguaje natural son el vehículo del mentalés. Por otra parte, pone el acento en el aprendizaje del lenguaje natural. Según su punto de vista, la adquisición del lenguaje convencional es un proceso por el que se correlacionan símbolos del lenguaje del pensamiento con signos del lenguaje convencional.

Críticas a la teoría del lenguaje del pensamiento

El mentalés o lenguaje del pensamiento de Fodor es una teoría bastante bizarra. Tanto es así que la cantidad de cabos sueltos que deja la hace bastante improbable. De hecho puede ser criticada desde sus mismos supuestos. Es más, en nuestra opinión la tesis está llena de supuestos injustificados. En primer lugar, resulta que el significado lingüístico siempre requiere una explicación. Fodor lo explica postulando el mentalés, que es un lenguaje que, como todos los lenguajes, se caracteriza por ser significativo, de modo que hace falta una teoría del significado del mentalés. Ahora bien, se puede argumentar que el mentalés es significativo intrínsecamente. Entonces no todo significado lingüístico es derivado, así que igual que se supone para el mentalés el significado intrínseco, estamos justificados a suponer que el significado de las palabras habladas es intrínseco a su uso.

Pero se pueden hacer más críticas. En efecto, el modo en el que Fodor caracteriza el aprendizaje del lenguaje del pensamiento es bastante sospechoso: el niño nace conociendo un lenguaje, el mentalés, y luego el lenguaje convencional que utiliza su comunidad como vehículo para transmitir el mentalés es aprendido por el niño de modo similar a como se aprende una segunda lengua. Ahora bien, ¿de verdad aprende el niño su lengua materna de igual manera en la que se aprende una segunda lengua?


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El Orden



Vivimos en un mundo desordenado y confuso, donde reina la violencia y la división entre los seres humanos.

Se podría suponer que el mayor interés de cada persona tendría que ser recuperar el orden en su vida y también producir orden en todo lo que la rodea; porque el yo es parte de la cultura y la cultura es desorden.

¿Cómo se puede producir orden sin que se convierta en una rutina, en un hábito mecánico o en una neurosis obsesiva que no es un orden sino un desorden?


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En primer lugar hay que tener orden en lo físico, sin volverse rígido ni encerrarse en un esquema estructurado creyendo que eso es orden, sino respetando una disciplina, estando atento y a la vez siendo sensible, porque esto repercute en la mente.


Luego hay que mantener la mente en orden, funcionando como un todo coherente, no en forma fragmentada, siendo esclava de deseos contradictorios impuestos por el pensamiento.

La idea de orden que tenían las antiguas generaciones generó desorden en todo el mundo, en todas las naciones, en la economía, en los negocios, en la religión y en todos los demás sectores de la sociedad.

Como reacción, surge una nueva generación permisiva, opuesta a ese desorden pero que también implica como toda reacción, más de lo mismo, mucho desorden.

La mente, acostumbrada a vivir en un permanente estado de contradicción, con un pensamiento lleno de imágenes construidas sobre lo que es y lo que debería ser, no puede tener un orden completo ni psicológico ni fisiológico.

Todo el mundo está convencido de que no se puede vivir en el desorden y cada uno tiene su propia fórmula para lograrlo; algunos recurren a una religión y otros a sus propias creencias personales.

¿Pero es posible lograr orden en la propia vida y a nuestro alrededor con reglas impuestas desde afuera a través de la imitación, haciendo lo que dicen otros según distintas doctrinas; o existe otra forma de lograr orden que no sea seguir los mandatos de un determinado modelo?

El control no es orden, es represión, ajuste y división entre el observador y lo observado, no permite ver la realidad total sin distorsión alguna, porque el control produce conflicto y donde hay conflicto hay distorsión.

Krishnamurti afirma que se puede actuar y producir orden sin necesidad de control y que sólo una mente así puede vivir sin contradicciones y saber lo que es el amor.

La disciplina no significa ejercitarse, ajustarse, reprimirse; quiere decir aprender y solamente una mente que está siempre aprendiendo está en orden; porque la mente que dice que sabe, que ya ha aprendido es la que está en desorden, la que tiende a hacerse mecánica, a ajustarse, a reprimirse, la que depende del control y del acatamiento.

Aprender significa liberarse de las creencias, de la experiencia y de los conocimientos de los demás, porque todo eso ha producido confusión, sufrimientos, la división entre los hombres y las guerras.

Aprender es observar lo que es y aprender de ello. El mismo acto de aprender exige orden, una mente curiosa, que no sabe, que ansía descubrir; porque detrás del deseo de amoldarse a determinadas pautas culturales está el miedo.

Una mente libre es la que no está fragmentada, que niega el desorden, que se ha liberado del miedo y por lo tanto ha encontrado el orden, la capacidad de aprender.

Esta mente puede andar por la vida completamente alerta y sin prejuicios, aprendiendo y negando la acción de toda la cultura que produjo el desorden.

Encontrar el orden es tener el coraje de mirarse a sí mismo como uno realmente es, que es un arduo trabajo, un constante atento observar sin juzgarse o evaluarse.

Fuente: “La persecución del placer”; J. Krishnamurti.

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Confesiones de San Agustín



Para San Agustín las perturbaciones del alma son el deseo, la alegría, el miedo y la tristeza.

En su libro “Confesiones” expone una verdadera concepción del mundo y de la vida por medio de su propio itinerario espiritual.

San Agustín fue obispo y doctor de la iglesia, su padre era pagano pero su madre era cristiana.


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Fue un hombre apasionado que vivió una vida disipada y hasta tuvo un hijo natural.

Se sintió atraído por los círculos maniqueos, e inclinado a estudiar filosofía neoplatónica.

Experimentó una revelación que lo llevaron a leer las epístolas de San Pablo, tomando como guía los Salmos.


San Agustín vende sus propiedades, distribuye el dinero entre los pobres y en Hipona es ordenado sacerdote.

Se dedica a elaborar una nutrida obra literaria de orden teológicas, exegéticas y plémicas, orientadas hacia la búsqueda permanente de Dios.

El significado principal de su labor fue tratar de incorporar las ideas de Platón a la tradición filosófica cristiana e intentar racionalizar la fe.

Es en “Confesiones” donde se empeña en mostrar su genuina forma de ver el mundo y la vida, mediante su travesía en busca de la espiritualidad.

Se preguntaba dónde estaba él antes de nacer y quien era y se daba cuenta que sólo podía provenir de Dios.

De niño había padecido la autoridad de sus padres y el querer de los mayores, la sociedad le parecía tormentosa debido a las miserias y humillaciones que tuvo que pasar.

Era desobediente, jugador y amante de todo entretenimiento pecaminoso, no le gustaba estudiar y se portaba mal.

Se daba cuenta que todas estas condiciones en la vida eran un freno que resultaba beneficioso para los libres impulsos, y que en la vida adulta se podían convertir en cosas peores con consecuencias aún más trágicas.

Que para disfrutar de los placeres de la vida el hombre incurre en el pecado y abandona bienes de mayor valor, como le ocurrió a él que gozaba en la maldad y se deleitaba con el delito.

El libro “Hortensio” de Cicerón le cambió la vida, porque era un testimonio de la sabiduría misma.

San Agustín nos dice que hay que obedecer los designios de Dios, aunque sean cosas que nunca se han hecho.

Sin embargo él demoró en escuchar esos designios y decidió en un principio dedicarse a enseñar retórica, tener a una mujer sin estar casado, y aunque le guardaba fidelidad en el lecho, vivir en el pecado; y aunque estaba aburrido de esa vida, tenía mucho miedo a la muerte.

Pero el tiempo obró en él un milagro y se dio cuenta que las cosas no son permanentes, que son inestables y terminan. Apetecía la paz de la vida virtuosa y aborrecía los vicios y la discordia aunque aún no pudiera alejarse de las mujeres y supiera en el fondo cual era la verdad.

Con el correr de los acontecimientos se dio cuenta que era un ignorante y se desilusionó de las ideas maniqueas.

Decidió irse a Roma y allí cayó enfermo, pero por misericordia de Dios recobró la salud del cuerpo, para poder más tarde salvar la salud del alma.

Lo torturaba la idea de la existencia del mal y al fin se dio cuenta que el mal no existe, que sólo existe el Bien, siendo el mal ausencia de éste. Pero entonces ¿por qué tenemos que tenerle miedo y tomar precauciones si es que no existe?, ¿por qué el mal nos aflige si es nada?

San Agustín quería tener de las cosas materiales plena certidumbre y también poder explicarse las cosas invisibles y la razón de todas las cosas.

Cuando se convirtió al catolicismo, a veces creía firmemente y otras no tanto, pero tomó conciencia que debía apoyarse en la sabiduría de las Sagradas Escrituras.

Vio claramente que Dios corrige a los hombres por sus culpas, que más allá de su mente humana existía una verdad eterna e inmutable mejor que lo mutable y que del deseo perverso surge la necesidad y que de la necesidad sigue el hábito, que es el que finalmente nos convierte en esclavos.


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Santo Tomás de Aquino y Aristóteles


Santo Tomás de Aquino se reservó el intento de reconciliar el sistema aristotélico con la teología cristiana, porque consideraba que los principios filosóficos de Aristóteles eran verdaderos, aunque algunas de sus ideas hayan sido contrarias a la tradición y creadoras de gran oposición.

Pero Santo Tomás no solamente se inspiró en Aristótes, porque también se valió de otros autores, como San Agustín y hasta de filósofos judíos como Maimónides, en particular e inclusive de filósofos árabes.


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Un ejemplo de cómo sistematizó Santo Tomás los temas aristotélicos es la idea de acto y potencia y su correlación en los cambios accidentales y substanciales de la materia y en el movimiento de los cuerpos.

Esta observación del movimiento y del cambio exigía la necesidad de la existencia de un Motor inmóvil, un Ser necesario, un Dios creador.

Santo Tomás fue más allá de Aristóteles al ver que en toda cosa material existe una dualidad de principios, la de la esencia y la existencia, y que la esencia es en potencia su existencia.

Dios creó el mundo con un propósito que no puede ser otro que Dios mismo. Lo creó como manifestación de su perfección.

Solamente las criaturas racionales pueden poseer a Dios, por el conocimiento y el amor.

Estas criaturas tienen como fin el perfeccionamiento de sus naturalezas subordinado a la gloria de Dios.

El alma, individualizada por la materia informada, es la forma del cuerpo pero no es una sustancia completa, porque sólo el alma unida al cuerpo constituye la sustancia completa que es el hombre.

Por lo tanto, para que la inmortalidad del alma sea posible es necesaria la resurrección del cuerpo.

La posición de Santo Tomás en teología natural es un complemento de la posición aristotélica, porque según este filósofo Dios, que es causa eficiente, crea según inteligencia y voluntad, plasmando su divina esencia en la materia.

Su fe cristiana influye en su filosofía, porque está convencido que el hombre tiene un fin último sobrenatural y para lograrlo debe ascender intelectualmente hacia el conocimiento de Dios tal como él Es en Sí mismo.

Por esta razón se vio en la necesidad de poner el objetivo final del hombre no en esta vida sino en la vida futura y tuvo que admitir sanciones divinas en la vida moral del hombre y vincular la ética a la teología natural, reconociendo la incapacidad de los humanos de acceder del todo a la vida moral sobrenatural.

El sistema de Aristóteles es completo y muy difícil de combinar con una religión que cree en lo sobrenatural.

Para este filósofo lo único que realmente importa es el universal y la totalidad y no los individuos como tales.

Los individuos existen para beneficio de la especie porque es la especie la que continúa a través de los individuos. El hombre alcanza su beatitud en esta vida o no la alcanza.

Para el Cristianismo cada hombre tiene una vocación sobrenatural porque el individuo se encuentra en una relación personal con Dios y cada vida humana posee un valor último mayor que el de todo el universo material.

La parte existe en razón del todo, como miembro de un organismo.

El universo creado existe para el hombre y para la gloria de Dios y el ser humano es una parte de ese universo y contemplar al hombre es más digno que contemplar las estrellas.

De todos modos el intento de Santo Tomás de Aquino se queda a mitad de camino tratando de conciliar una filosofía cerrada como la de Aristóteles con una postura teológica, pero sirvió para que la filosofía comenzara a independizarse de las concepciones teológicas.

Fuente: Santo Tomás de Aquino, Colección Grandes Pensadores, Ed. Planeta DeAgostini, 2007

https://filosofia.laguia2000.com/los-escolasticos/santo-tomas-de-aquino-y-aristoteles
 
El amor según Platón


Cuenta Platón en El Banquete, quizás uno de los libros más famosos del pensador griego por la fábula que vamos a referir a continuación, que en otra época el mundo era diferente. Más concretamente que junto a los dioses vivían unos seres a los que llama andróginos formados por el componente femenino y masculino, pegadas ambas partes por su espalda, formando seres con cuatro piernas y cuatro brazos, que utilizados para impulsarse más rápidamente en caso de que tuvieran mucha prisa. De espíritu arrogante y altivo decidieron enfrentarse a los propios dioses olímpicos y retarles. Sabiendo de sus intenciones, aquellos se reunieron tratando de determinar qué línea de actuación seguir.





Por un lado, no querían hacer lo mismo que antes hicieran con los gigantes, destruyéndolos, puesto que estaban contentos con sus ofrendas y no querían perderlas. Pero, claro, por otra parte, no estaban dispuestos a pasar por el alto semejante afrenta. No podían dejarse retar sin dar una respuesta contundente o las demás criaturas perderían el respeto y el miedo que les tenían.


Finalmente, Zeus decidió tomar una determinación, un escarmiento que disminuyera su fuerza y altivez pero que no les destruyera por completo. Así, los dioses tomaron la decisión de partir por la mitad a los andróginos, de suerte que se convirtieran dos seres lo que antes fueron uno, dividiéndolos por s*x*, limitando sus fuerzas, aunque aumentando su número.


Además, en caso de volver a rebelarse, los dioses les amenazaron con volver a separarles, obligándoles a andar con un solo pie.


Ahora, nos podemos imaginar a esos seres ex-andróginos, buscando a su otra mitad, perdida no se sabe dónde, para volver a unirse, para volver a ser uno, otra vez, como antaño, como fueron hace tiempo.


Esta es una metáfora perfecta de lo que se supone que es el amor. Y, si recordamos, de aquella amistad perfecta de la que nos habla Montaigne y a la que hicimos referencia la semana pasada en un artículo que dedicamos a la amistad.
Así, el amor sería esa unión de dos personas para convertirse en una sola, sin perder lo que tiene cada una de ellas, sin perder sus yoes sino que uniendo de tal forma de que se crea un nuevo ser con las partes de cada uno de ellos, con sus dos brazos y sus dos piernas. No se quedan igual que antes de la unión o merman sus fuerzas, al contrario, las suman convirtiendo en cuatro lo que antes era dos, aunque, a la vez, convirtiendo en un ser lo que antes eran dos.
Probablemente no encontremos otra definición mejor de lo que es para nosotros el amor. Claro, luego podemos acotar esta situación en el tiempo, y tratar de fijar si el enamoramiento solamente dura dos, cuatro o cinco años; si, en realidad, no existe, sino que es fruto de nuestra necesidad genética de procreación, que no es más una manipulación de nuestros genes para replicarse. Vale, pero de ser, de existir, el amor, ¿es algo diferente de la metáfora platónica?

Por Ruben Avila
 
Teoría de Sartre sobre la subjetividad


Para Jean Paul Sartre (1905-1980) la vida es una pasión inútil, porque la relación con el otro nos coarta la libertad, nos cosifica y es fuente de conflictos.


Sin embargo, Sartre reconoce que aunque las relaciones sean ambivalentes, son esenciales para el desarrollo individual.


Para Sartre, la presencia del otro puede ser amenazante para nuestra supervivencia, porque no es un colaborador sino un competidor que con su mirada nos define y nos convierte en un objeto limitándonos la libertad para ser quienes somos.



Los otros privan al individuo de su sentido de dominio y primacía; tienen sus propios planes, no comparten las mismas creencias y ven al mundo de manera distinta; modifican el mundo individual y le hacen perder su seguridad y su sentido.


Los otros son una penosa necesidad porque generan ansiedad y preocupación, pero el hombre necesita su atención e interacción para poder desarrollar sus capacidades cognitivas, su vida emocional y la moral humana; porque sin interaccionar con los otros no tendría lenguaje, ni identidad ni conciencia de sí mismo, y la reflexión autoconsciente es esencial para el desarrollo de una identidad objetiva y para modelar la identidad a lo largo de la vida.




La personalidad se forma de manera recíproca en la interacción social, mediante la asimilación de las características objetivas y de las mutuas apropiaciones y proyecciones.


El otro nos inspira tanto empatía como antagonismo y generalmente elegimos oponernos y no involucrarnos. Sin embargo, también pueden ser fuente de consuelo, permitirnos tener conciencia de quiénes somos y determinar el verdadero potencial que tenemos como individuos.


Porque no solamente el otro es un factor perturbador para nosotros, lo son también nuestra libertad, la ausencia de significado y la posibilidad de crearlo; y tener el mismo temor por la vida que por la muerte.


La vida humana para Sartre es un anhelo turbulento y ante la angustia existencial, el hombre trata de evadirse por medio de la relación con los demás, que además de ser un medio de evasión es a la vez el motivo que la provoca.


Debido a la ansiedad que el hombre experimenta en la relación social, es raro sino imposible, que existan relaciones auténticas, honestas y mutuamente productivas.


Lo que usualmente sucede es que la mayor parte de la gente usa a los demás como objetos, para eludir su responsabilidad, dejándose reducir a sí mismos a cosas.


En toda relación uno es sujeto y el otro objeto, en lugar de ser ambos a la vez, haciendo que las relaciones sean de carácter sadomasoquistas.


El sádico teme la vulnerabilidad que implican las relaciones auténticas con los demás, porque una relación verdadera exige reconocer y respetar la libertad del otro y la profundidad de los sentimientos hacia ellos. El sádico desea obtener seguridad de los demás convirtiéndolos en objetos, haciendo que dependan de él para sentirse tan poderoso y omnipotente como un dios.


Para este filósofo, el hecho de tener que compartir la vida con el otro es lo que hace que la vida sea infernal, porque el verdadero infierno son los otros; por eso describe al mundo como un lugar infectado por los otros, una enfermedad que es necesaria para Ser.


La subjetividad no es estrictamente individual, porque consiste en captarse a si mismo sin intermediarios frente al otro; porque el otro es tan cierto como uno mismo.


Cuando el hombre se capta a sí mismo, descubre a todos los demás como la condición de su existencia; dándose cuenta que no puede ser nada si los otros no lo reconocen.


El otro es tan indispensable para mi existencia como lo es el conocimiento que tengo de mi mismo; y todo proyecto individual tiene un valor universal porque se construye lo individual eligiéndose.


Fuente:”El Existencialismo es un humanismo”, Jean Paul Sartre, Ediciones Huascar, 1972.
 
Los 15 filósofos griegos más importantes y famosos

¿Cuáles fueron los pensadores más destacados de la Antigua Grecia? Atentos a este ranking.

La Antigua Grecia fue un período especialmente prolífico para la cultura y la filosofía. De hecho, no en balde la historia del pensamiento occidental no se explica sin tener en cuenta a los grandes pensadores griegos.

En este ranking de los 15 filósofos griegos más importantes vamos a tratar de sintetizar la obra de cada uno de los pensadores más influyentes y que dejaron un legado más destacado.


Mayores filósofos de la Antigua Grecia
Cuando hablamos de Antigua Grecia nos referimos al período histórico que va desde desde el año 1200 a. C. hasta el año 146 a. C., momento en que se produjo la invasión dórica en la región helena.

La cultura griega fue tan influyente que hasta el Imperio romano adoptó gran parte del pensamiento que dejaron Platón, Sócrates, Heráclito, y otros tantos.

Estos pensadores lograron hacer de la sed por el conocimiento su modo de vida. Vamos a conocer cuáles fueron los 15 filósofos griegos más importantes. Dejamos fuera a pensadores que merecerían también una mención honorífica, como es el caso de Gorgias de Leontinos, Diógenes Laercio, Plutarco, Hipócrates, y otros tantos.

15. Heráclito de Éfeso (540 - 480 a. C.)
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Conocido por su sobrenombre “El Oscuro de Éfeso”, Heráclito nació en una región de la actual Turquía. Su obra fue aforística en forma de poemas interminables, por lo que los conocimientos que desarrolló requirieron de un detallado estudio.

Aportó valiosos conocimientos al mundo de la física, teorizando acerca de un ‘principio natural’ y del cambio incesante de la materia. Sus postulados científicos fueron objeto de análisis en épocas posteriores.



14. Epicuro de Samos (341 - 270 a. C.)
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Epicuro fue uno de los filósofos más famosos de la Antigua Grecia. Desarrolló el atomismo y su filosofía de vida fue el hedonismo racional. En busca del placer hedónico, trataba de abandonar cualquier forma de dolor en base a una vida frugal y desapegada.

Desgraciadamente, pocos de los escritos de Epicuro se conservaron tras su muerte, por lo que debemos su legado a las poesías de Lucrecio y a la correspondencia que mantuvo con otro filósofo: Diógenes Laercio.


13. Sófocles (496 - 406 a. C.)
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Nacido en la ciudad de Colono, Sófocles fue un poeta trágico y pensador muy destacado. Aunque su ámbito de pensamiento fue más la literatura y la dramaturgia que la filosofía, sus obras estaban empapadas de reflexiones y conocimientos que otros filósofos desarrollarían posteriormente. Fue autor de los célebres Antígona y Edipo Rey, consideradas auténticas obras maestras del teatro trágico griego.

Aunque fue un escritor prolijo, solo se conservaron siete de sus tragedias griegas, que pasaron a ser referentes del género durante siglos.

12. Anaxágoras de Clazómenas (500 - 428 a. C.)
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Anaxágoras fue un filósofo presocrático que fue el pionero en introducir la noción de nous (νοῦς, mente o pensamiento). Nacido en Clazómenas, en una región de la actual Turquía, vivió en Atenas a partir de su adolescencia.

Para este pensador griego, las ideas filosóficas que trabajaba siempre giraban en torno a la naturaleza misma. Nos dejó un enorme legado con sus descripciones sobre la naturaleza y el universo. En sus textos, argumentaba que todo elemento consistía o provenía de otro elemento, y a su vez pertenecían a un todo.



11. Diógenes de Sinope (404 - 323 a. C.)
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Nacido en Sinope, junto al mar Negro, Diógenes el Cínico fue uno de los filósofos de la Antigua Grecia con un estilo más irónico y humorístico. Aunque nos llegaron pocos manuscritos de Diógenes, conocemos muchas de sus ideas gracias a sus fieles discípulos y alumnos.

Se prodigó en el arte de la discusión y la oratoria, y rechazó cualquier convencionalismo de su época refugiado en una vida frugal y austera, aunque no hizo ningún intento de reformar o cambiar aquello que impugnaba. Su discípulo Diógenes de Laercio fue quien dejó constancia de los conocimientos y teorías del maestro.



10. Empédocles de Agrigento (495 - 444 a. C.)
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Político y filósofo, Empédocles ideó la teoría de las cuatro raíces: cuatro elementos básicos (agua, tierra, fuego y aire) que son los componentes esenciales de todo lo existente. Es también el autor de las dos “condiciones” o “fuerzas” del mundo, a partir de las cuales explicaba los problemas de su época, como la corrupción, el odio y el amor. La primera fuerza unía lo existente, mientras que la segunda lo separaba.

Su legado originó una ola de poetas y pensadores que, motivados por las teorías de Empédocles y sus cuatro elementos, iniciaron el campo de la física atómica.

 
9. Parménides de Elea (530 - 470 a. C.)
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En una región meridional de la Magna Grecia nació Parménides, poeta y pensador que se cuestionó sobre la existencia misma. “¿Es o no es?”, una pregunta que intentó contestar y que fue objeto de análisis por la filosofía durante siglos, siendo una de las paradojas que más ríos de tinta ha hecho correr.

En palabras de Parménides, los signos de la vía de la verdad eran la concreción de lo que es y de lo que no es. A partir de este razonamiento expuso que una cosa que sí es nunca podrá dejar de ser más que por sí solo. Como vemos, se trata de una argumentación algo abstracta y extraña pero que dio pie a centenares de teorías y elucubraciones en épocas posteriores.

8. Pitágoras de Samos (569 - 475 a. C.)
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Reconocido como el primer matemático puro de la historia, los aportes de Pitágoras han sido fundamentales en los ámbitos de la filosofía, la geometría y la aritmética. El conocido “teorema de Pitágoras” es todavía estudiado en los colegios de primaria, y nos explica que “en todo triángulo rectángulo el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos”.

Este pensador no solo contribuyó al pensamiento abstracto y lógico, sino que también reflexionó acerca de las leyes morales de la vida, puesto que su escuela centró muchos esfuerzos en la promoción de una vida justa y equilibrada.

7. Zenón de Elea (490 - 430 a. C.)
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Zenón de Elea fue especialmente reconocido por su teoría del infinito, una serie de razonamientos con los que trató de resolver las paradojas y dilemas sobre la pluralidad y el movimiento, conceptos que, desde un plano metafísico, cuestionó en base a sesudos argumentos lógicos que quedaron registrados en distintos manuscritos.

Este filósofo griego presocrático inició un recorrido del pensamiento que muchos de sus discípulos (entre los que constaban nombres destacados como Meliso, Demócrito y Anaxágoras) continuaron y ampliaron tras su fallecimiento.

6. Tales de Mileto (624 - 546 a. C.)
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Maestro de otros grandes pensadores griegos, como Anaxímenes, y padre de la filosofía griega antigua, Tales de Mileto teorízó acerca de la filosofía natural, el origen de la materia y además aportó grandes conocimientos en ciencia, geografía y matemáticas, donde dejó como legado la conocida como 'teoría del cambio'.

Para este importante filósofo griego, el agua es el elemento principal y original en el mundo, inicio de todas las demás cosas. Esta idea se propagó a lo largo de la Antigua Grecia y decenas de filósofos posteriores desarrollaron estas nociones.

5. Demócrito (460 - 370 a. C.)
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Científico y matemático único, Demócrito fue conocido como “el filósofo que ríe”, aportó grandes teorías y conocimientos al mundo de la matemática, la geometría y la astronomía.

A través de distintos experimentos y razonamientos fue capaz de trazar su teoría atómica del universo, argumentó que los átomos son partículas indivisibles, enteras, homogéneas y no visibles a simple vista. Una consideración que la ciencia demostró posteriormente.

4. Anaxímenes de Mileto (590 - 525 a. C.)
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Anaxímenes de Mileto fue uno de los filósofos más importantes y famosos de la Antigua Grecia, aunque no solo fue uno de los primeros autores en filosofía sino que también aportó su sabiduría a ámbitos como la biología y la geografía. Es considerado uno de los primeros astrónomos de la historia, puesto que fue capaz de crear la primera imagen del universo.

Este conciudadano y discípulo de Tales de Mileto fue estudiado y analizado por filósofos posteriores. Una de sus nociones más importantes fue la que hacía referencia a que el principio de todas las cosas era infinito.

3. Aristóteles (384 - 322 a. C.)
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Considerado el padre de la biología y de la lógica, Aristóteles funda la historia del conocimiento en Occidente. Su legado consta de más de 200 textos en los que teoriza y desarrolla ideas en torno a siete ámbitos del conocimiento distintos.

La creatividad y profundidad de este filósofo, excelente en su escritura y en la complejidad de sus planteamientos, no solo supuso un paso adelante en el pensamiento de la Antigua Grecia sino que muchos pensadores posteriores basarían sus postulados en las ideas y experiencias que dejó el gran Aristóteles.

2. Sócrates (470 - 399 a. C.)
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Sócrates, nacido en Atenas, fue uno de los filósofos griegos más importantes. A él se deben los cuestionamientos sobre el razonamiento mismo, además del método socrático, que permitía a los pensadores preguntarse sobre su propia conducta hasta llegar a planteamientos más ciertos y perdurables.

Fue maestro de Platón, quien siguió sus claves filosóficas y las desarrolló.

1. Platón (427 - 347 a. C.)
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Discípulo de Sócrates, Platón desarrolló la teología de su maestro para entrelazarla con novedosos planteamientos metafísicos. Fundador de la Academia en Atenas, enseñó sus teorías éticas, además de dialéctica y física, donde también aportó grandes conocimientos.

A través de estas facetas científicas y filosóficas, Platón pretendía crear hombres mucho más instruidos y capaces de gobernarse a sí mismos.


Por Xavier Molina
 
Frases de los grandes pensadores:
Platón

Pensar es el diálogo del alma consigo misma
Desde su perspectiva dualista, la vida mental pertenece a un plano de la realidad distinto al de la materia.

El sabio querrá estar siempre con quien sea mejor que él
Una de las características de las personas sabias es que se rodean de personas de las que pueden aprender, según este filósofo.

No es en los hombres sino en las cosas donde hay que buscar la verdad
Según el pensamiento de Platón, la verdad es algo independiente de las opiniones, existe más allá de lo que las personas crean.

Mejor un poco que esté bien hecho, que una gran cantidad imperfecta
Una de las propuestas de “mejor calidad que cantidad”.

El objetivo de la educación es la virtud y la meta de convertirse en un buen ciudadano
En las teorías de Platón, la educación tiene una función social clara.


La civilización es el triunfo de la persuasión sobre la fuerza
Una manera de entender el origen de la organización de vida propia de las civilizaciones.

Estamos doblemente armados si luchamos con fe
La fe entendida como un elemento empoderador.


La valentía es saber qué es lo que no debemos temer
Una definición de valentía centrada en el conocimiento.

Las almas vulgares carecen de destino
El destino puede ser visto como un camino que lleva hacia una meta.


Existen tres clases de hombres: amantes de la sabiduría, amantes del honor, y amantes de la ganancia
Una original clasificación de tipos de personas.

El amor es sentir que el ser sagrado late dentro del ser querido
Esta frase de Platón sobre el amor refleja su teoría de las ideas, relacionada con el concepto de amor platónico.

La filosofía es la forma más alta que puede cobrar la de música
Otra de las frases de Platón basadas en una definición poética.

La ignorancia es la semilla de todo mal
Para platón, el bien y el mal estaban equiparados a la sabiduría y la ignorancia, precisamente.

Quien no es un buen sirviente no será un buen maestro
Una reflexión sobre la necesidad de acumular experiencias.

La valentía es una clase de salvación
La existencia del coraje puede servir en sí misma para evitar situaciones no deseadas.

Si buscamos el bien de nuestros semejantes encontraremos el nuestro
Una sencilla pauta moral para hacer el bien.

La sabiduría se convierte en mal si no apunta hacia la virtud
El para qué se utiliza la sabiduría también cuenta desde una perspectiva ética.

Las piedras más grandes no pueden quedar bien asentadas sin contar con las más pequeñas
Una metáfora sobre las jerarquías.

Cada lágrima derramada revela a los mortales una verdad
La tristeza y los sentimientos negativos suelen estar provocados por hechos que nos chocan y nos ayudan a estructurar mejor las ideas.

Son filósofos verdaderos quienes disfrutan contemplando la verdad
La filosofía consiste en elevarse hacia la verdad, según Platón.


La honestidad suele generar menos ganancias que la mentira
Una reflexión amarga sobre las consecuencias de ser honestos.

La poesía está más cerca de la verdad vital que la historia
La poesía también puede estar cerca del conocimiento.

Cada hombre puede dañar a alguien, pero no todo el mundo puede hacer el bien
Una aparente paradoja señalada por este filósofo.

Los virtuosos se conforman con soñar lo que los pecadores realizan en la vida
Platón reflexiona sobre la necesidad de llevar una vida de control sobre los deseos.

El ingenio es una copia menor de la sabiduría
Otra de las definiciones que da Platón, en este caso establece una jerarquía clara entre sabiduría e ingenio.

Nada en los quehaceres del hombre merece mucha ansiedad
Sobre las implicaciones emocionales en los problemas banales de la vida en el plano terrenal.

El mejor logro de la injusticia es parecer justos sin serlo
Una reflexión acerca de la injusticia y el modo en el que queda enmascarada.

Si los particulares tienen un significado deben existir los universales
Platón reflexiona sobre las ideas universales, que son válidas en cualquier momento y cualquier lugar, y su relación con las ideas particulares, que solo son ciertas en algunos contextos.

En contacto con el amor, todos se vuelven poetas
Una de las frases de Platón acerca del amor y sus efectos en las personas.

Aprendiendo a morir se aprende a vivir mejor
Platón habla aquí acerca de la filosofía de la renuncia.

Siempre debe existir algo que se oponga al bien
El bien y el mal son necesarios para poder entender ambos conceptos. Si no existe el mal, tampoco puede existir el bien.
 
Platón

El hombre inteligente habla con autoridad cuando dirige su propia vida
La asertividad era uno de las características que defendía este filósofo.

La libertad significa ser dueños de nuestra propia vida
Una reflexión platónica sobre la libertad.

La sabiduría es, en sí mismo, la ciencia del resto de ciencias
La frase muestra la relación entre la sabiduría y lo que en tiempos de Platón podía considerarse ciencia.

Si buscas, encontrarás
Una de las frases de Platón más recordadas.

Lo que no sé, tampoco creo saberlo
Este filósofo le daba mucha importancia a la necesidad de que las opiniones estuviesen bien fundamentadas.

El tiempo es la imagen de la eternidad en movimiento
Una concepción original sobre la naturaleza del tiempo.

Cuando un hombre no se sacrifica por sus ideas, o no valen nada estas o no vale nada el hombre
Un aforismo sobre el valor de las personas y de sus principios.

Existe un solo tipo de virtud, y muchas formas de maldad
Una comparación que resalta esta diferencia entre virtud y maldad.

La tiranía surge de forma natural a partir de la democracia
Platón creía que la participación política por medio de la democracia ateniense contenía la semilla de futuras tiranías.

El consuelo es frío e insípido si no va envuelto en una solución
Las palabras de consuelo significan poco por sí mismas.

La acumulación excesiva de algo causa una reacción en la dirección opuesta
Una idea abstracta que puede aplicarse a una gran variedad de situaciones.

La vida tiene que vivirse como un juego
Platón habla sobre un cierto distanciamiento que hay que mantener con respecto a lo que ocurre en el mundo material, ya que poco tiene que ver con el mundo de las ideas en el que según el filósofo reposaba la verdad.

La razón y el valor siempre van a imponerse sobre la tradición y la ingratitud
Platón ve con cierto determinismo la lucha entre razón y el bien contra el mal y la superstición.

Los jóvenes tienen que abstenerse de probar el vino, ya que es un error añadirle fuego al fuego
Una reflexión acerca de la naturaleza pasional y díscola de la juventud.

El hombre embrutecido por la superstición es el más despreciable
La superstición, al oponerse a la razón, es un elemento profundamente despreciado por Platón.

La música da alma al universo
Otra de las frases sobre la música que dejó Platón. En este caso la relaciona con el funcionamiento del cosmos.

La pobreza no viene por la disminución de la riqueza, sino por la multiplicación de los deseos
Otra reflexión sobre la humildad y su oposición a los deseos y las necesidades banales.

Es difícil distinguir los contornos de la sombra de la mentira
El peligro de lo falso es que es fácil que se haga pasar por lo que no es.

Nuestra lucha es la de encontrar el modo correcto de hacer las cosas
Platón era fuertemente moralista, y creía que hay una manera de actuar que es de por sí superior a las demás.

Es necesaria una fuerte consciencia moral para conocer la verdad
Este filósofo relacionaba la ética con la epistemología.

Para llegar a lo verdadero antes hay que expulsar los miedos
No se puede llegar a la verdad si hay intereses ocultos.

Una vez se ha empezado a conocer, es imposible no caer rendido ante la idea de ver las cosas tal y como son
La verdad atrae las indagaciones.

Hay poca verdad en las palabras de alguien que solo conoce cuanto ha tocado
Platón era fundamentalmente racionalista, y valoraba más la introspección que el empirismo.

Los hombres más fuertes son los que se han planteado cómo es la realidad
Una vez más, Platón traza una relación entre moral y conocimiento.

Es necesario expulsar los demonios de la mentira
Otra de las frases de Platón sobre los engaños de lo falso.

Debemos construir una sociedad en la que cada uno haga aquello en lo que es mejor
Platón desarrolló un ideal político basado en la segregación y el elitismo.

Ser sabio requiere tiempo y esfuerzo, pero sobre todo honestidad
La honestidad es necesaria para partir de fundamentos verdaderos y objetivos, para Platón.

Hay que compartir el conocimiento
La verdad debe ser compartida, como mandato moral.

Ser conscientes de lo que realmente ocurre produce dolor
Como la verdad es independiente de nosotros, lo que contiene muchas veces causa malestar.

No hay nada que escape a la perfección de las ideas
Como idealista, Platón creía que toda la realidad está compuesta fundamentalmente por universales.

El objeto es una copia imperfecta de lo que realmente hay
Lo material, para Platón, es un engaño.

Volvamos sobre nuestros pasos para llegar al fundamento de la razón
Según este filósofo hay que partir de fundamentos teóricos robustos para pensar bien.

Es bueno plantearse las cosas con la mente limpia
Hay que partir de la honestidad y la humildad para hacer filosofía.

En la geometría hay más verdad que en cualquier promesa
De un modo similar a los pitagóricos, Platón ensalzaba lo verdadero de las matemáticas, porque sus enunciados no dependen del contexto.

El sabio es consciente de que la clave está en las preguntas
Una frase que recuerda al modo en el que Sócrates enfocaba el diálogo filosófico.

Pensar sin brechas es necesario para construir fuentes del saber
Una forma metafórica de decir que la verdad no tiene imperfecciones, según Platón.

Una explicación entera del mundo existe más allá´de nosotros
La verdad existe aunque no la descubramos.

Por Arturo Torres
 
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