Libros, libros, libros

LITERATURA Y GASTRONOMÍA
Comer es el placer: 10 libros literarios para 'gourmets', 'foodies' y otros sibaritas
La gastronomía se entremezcla en ocasiones con la trama literaria, como sucede en estos libros en los que hay investigaciones criminales y recorridos por la historia de un país



AUTOR
PAULA CORROTO
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09/06/2020


Quizá durante estos meses hayan cocinado en su casa y se hayan dejado llevar por recetas más 'gourmet'. Siempre está bien innovar y arriesgar un poco (arriesgar en el nivel cero es hacer una tortilla de patatas, y eso ya está bien). Pero seguramente también tengan ganas de acudir a un restaurante, ya sea de comida más tradicional o de gastronomías de otras latitudes.


En cualquier caso mientras tanto también pueden leer estos libros que traemos aquí en los que, además de la trama, hay un nutrido recetario. Nadie ha hecho más por la cocina italiana que sus comisarios literarios. Como Montalbano, que surgió arropado por el detective Pepe Carvalho, buen conocedor de los bares y restaurantes de la Barcelona de los ochenta y noventa. Periodistas y cronistas como Josep Pla también se interesaron por la dieta mediterránea —de quienes ha tomado buena nota Ignacio Peyró—. El escritor Taniguchi escribió ya en los noventa un clásico sobre la gastronomía japonesa. Y lo mismo hizo Laura Esquivel con la mexicana en una novela que todavía es un 'bestseller' de las letras latinoamericanas. Pero si algo tiene la buena mesa es una buena sobremesa, en la que se bebe y se conversa. Y eso lo supo captar muy bien Platón hace ya unos cuantos siglos.


1. 'La forma del agua' - Andrea Camilleri

'La forma del agua'.


'La forma del agua'.
Leer una novela de Camilleri sobre el comisario Montalbano es, sobre todo, adentrarte en un restaurante siciliano o caminar por las ciudades de la isla en cuyos puestos callejeros ofrecen manjares como las 'arancini' —unas bolas de arroz y carne que llenan como comerse tres platos—. Montalbano come cada día en la 'trattoria' de su amigo Enzo, o bien degusta los platos que le prepara su asistenta Adelina y que van desde los salmonetes fritos y los espaguetis a la marinera a lapasta a la Norma —por la ópera de Bellini—, que se compone de albahaca, berenjenas, tomate y 'ricotta'. De postre, por supuesto, no pueden faltar los 'cannoli' (gustan incluso a los menos golosos). Y después de esto, obviamente, hay que ir a investigar el crimen.
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2. 'Asesinato en el Comité Central' - Manuel Vázquez Montalbán


'Asesinato en el Comité Central'.


'Asesinato en el Comité Central'.

Si se habla de Montalbano, hay que acudir a su padre literario: el detective Pepe Carvalho, creado por Manuel Vázquez Montalbán en los años setenta. Aquí traemos su primera novela —en total, hay 18—, un reflejo de la situación social y política (con un PCE que no hacía demasiado que se había legalizado) a comienzos de los años ochenta. Pero también, como ocurre en todas sus novelas, es un recorrido gastronómico. Carvalho es un detective, pero sobre todo es un 'gourmet' que degusta —a veces, elaborados por sus asistente y cocinero Biscuter— platos como el arroz a banda, las judías blancas con almejas, pan con tomate, patatas con chistorra, las berenjenas con gambas, rabo de buey estofado o incluso recetas de otras latitudes como el sashimi (eso, en los años ochenta, sí que era moderno). Y además, también salen restaurante reales de la época.
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3. 'Las aguas de la eterna juventud' - Donna Leon


'Las aguas de la eterna juventud'.
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Las aguas de la eterna juventud'.

En esta terna de agentes del orden 'gourmets', no puede faltar el comisario veneciano Brunetti que creó Donna Leon. Esta es una de las últimas novelas, en la que tiene que abordar el accidente de una chica que cayó al mar y desde entonces quedó con una parálisis irreversible en el cerebro. Se piensa que no fue un accidente sino algo más, y Brunetti acaba enfrentándose con otras problemáticas de la ciudad, como el turismo de masas (es una novela precoronavirus). Pero a la vez se pueden paladear diversos platos de la comida italiana como los 'farfalle' con 'radicchio' y gorgonzola, pimientos amarillos rellenos de carne y 'ricotta', berenjenas al horno...
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4. 'Comimos y bebimos' - Ignacio Peyró


'Comimos y bebimos'.


'Comimos y bebimos'.

El hedonismo llevado a su máxima conjunción entre la buena mesa, la buena conversación y la buena literatura. Eso es lo que hace Peyró en este libro en el que también se habla de la historia de España, un poco de filosofía, sociología, libros, y, claro, está, gastronomía. También aparecen bares, tabernas, restaurantes de lugares como Madrid, Toledo, Barcelona, París y Londres, que es la ciudad en la que vive, ya que actualmente dirige la sede londinense del Instituto Cervantes. El resultado es como cuando comes con alguien y después piensas: pues con todo, la vida no está tan mal.
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5. 'Lo que hemos comido' - Josep Pla


'Lo que hemos comido'.


'Lo que hemos comido'.

Precisamente, Peyró parte de esta tradición del ensayo de Josep Pla, quien también se dejó mecer por el placer de la comida. En este caso, el escritor y periodista catalán se centraba en la gastronomía mediterránea a partir de las recetas familiares. Por supuesto, como pilar central en torno al cual orbita todo lo demás se encuentra el aceite de oliva —es el gran manjar que corre por toda la cuenca mediterránea y sin él el resto no existe, puesto que ya entraríamos en mantequillas y otros productos más grasientos de zonas más frías (y eso, queramos o no, ya nos diferencia)—. Pla habla de la ensaimada mallorquina, de pescados como el bogavante y el bacalao, de la butifarra, del arroz… De una cocina, sobre todo, sin prisas.
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6. 'El país donde florece el limonero' - Helena Attlee


'El país donde florece el limonero'.


'El país donde florece el limonero'.

Este es un recorrido por la historia de los cítricos -también muy de la cuenca árabe mediterránea. Helena Attlee, que es especialista en jardines, habla de los secretos de la horticultura, pero también de los paisajes que evoca y de la Historia de una civilización. Por ejemplo, cuenta cómo llegaron los limones y las naranjas a la isla siciliana en el año 831, de la mano de los árabes o la historia de la bergamota. Como ella escribe en el libro: “Los viajes que me han llevado desde los bosques de Calabria en los que se extrae la bergamota, en la punta meridional de la península italiana, hasta los invernaderos de limones levantados contra el fondo nevado de los Alpes, he descubierto que los cítricos y sus frutos han desempeñado un papel fundamental en la historia social y política de Italia”.
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7. 'El gourmet solitario' - Jiro Taniguchi


'El gourmet solitario'.


'El gourmet solitario'.

El enamorado de la cocina japonesa tiene en esta novela gráfica a su libro. Suena a frase hecha, y lo es, pero también es cierta. Taniguchi hace recorrer a su personaje por las calles de Tokioen 19 capítulos y en cada uno de ellos se descubre un restaurante sobre las diversas regiones japonesas. Por supuesto, el mejor momento del día es el de la comida. El gran disfrute de platos tradicionales —olvídense un poco del sushi y el shashimi— como 'domburi' de anguilas, jengibre rojo, salado de arroz almidonado, huevas de salmón adobadas, 'iwanori' (algas cocidas en salsa de soja)… De hecho, es más una guía de gastronomía que un cómic.
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8. 'El glotón', de Joaquín Jesús Sánchez Díaz


'El glotón'.


'El glotón'.

"El glotón no ama la comida y la cocina, sino el placer de comer y cocinar. Este amor excesivo, que algunos creen pecaminoso y miran con repulsa, refleja la actitud del glotón hacia la vida: algo que hay que comer se a bocados y devorar a dentelladas. Joaquín Jesús Díaz nos presenta el desenfreno del glotón como una boca voraz que se alimenta de palabras y habla a través de los alimentos. Una existencia bajo el signo del arte feliz de comer y la cocción delicada de la palabra", dicen de este libro. Ya saben: hínquenle el diente.
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9. 'Como agua para chocolate' - Laura Esquivel


'Como agua para chocolate'.


'Como agua para chocolate'.

Esta novela mexicana es ya un clásico. Fue publicada en 1989 y se convirtió en un bestseller. Después, en 1992, se rodó la película, dirigida por Alfonso Arau, que fue ya no solo un éxito en México sino en todo el mundo. La novela es una historia de amor dentro del estilo del realismo mágico. Amores imposibles adobados con recetas tradicionales mexicanas. Platos que se hacen con amor, pero también a veces con tristeza y melancolía (más cuando comes un pastel fraguado con las lágrimas de su creadora). Entre las recetas de Tita, la protagonista, se pueden encontrar codornices en pétalos de rosas, moje de guajolote, frijoles gordos con chile y unos cuantos buenos postres.

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10. 'El banquete' - Platón


'El banquete'.


'El banquete'.


Este libro, si va de algo, es de una buena sobremesa, de vino, charla y discusión. Placeres por los cuatro costados. No es de extrañar que los griegos sentados en esta mesa y capitaneados por Sócrates hablaran del Eros, del amor. Además, este debate lo abre una mujer, Diotima, que se pregunta: “¿Amor es amor de algo o de nada?” A partir de ahí cada uno de los comensales va ofreciendo su postura sobre el amor. Fredo dice que es una fuerza que vuelve a todo el mundo más bondadoso, que eres feliz y te sientes pleno —este sería un poco el amor de los amantes de Teruel—. Para Pausanias, sin embargo, hay dos tipos de amor, uno es el pasional, que solo se deja llevar por los sentidos primarios (deseo sexual) —y que para él no era amor—, y el otro es una especie de amistad más fuerte, que no se puede rechazar. El tercero en hablar es Erixímaco, que dice que el amor es la unión de los contrarios y que surge para crear armonía. Después llega Aristófanes, que es un poco el creador del mito de la media naranja (el amor es lo que nos une a la otra mitad que estamos buscando). Este es el mito que siguen vendiendo las novelas de amor actuales. Agaton, por otro lado, afirma que el amor es el dios más justo porque cuando aparece nunca es para hacer daño (conscientemente), así que, si hace daño, no es amor. Y, por último, Sócrates sentencia: es el dios que busca lo bello, es encantador, adorable, mágico y siempre da más de lo que puede dar. Y detrás de todo ello, siempre están la sabiduría y la inmortalidad. Eso es el amor.
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Cuando los García fundaron... Europa
Orlando Figes publica un fabuloso ensayo que recrea los orígenes de la identidad cultural del continente a partir de la revolución del tren y del impulso de una familia de cantantes españoles




Foto: Retrato de Pauline Viardot, por Ary Scheffer (óleo sobre lienzo, 1841)


Retrato de Pauline Viardot, por Ary Scheffer (óleo sobre lienzo, 1841)



AUTOR
RUBÉN AMÓN
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Ruben_Amon
12/06/2020



Los García revolucionaron Europa. Empezando por el patriarca. Manuel(1775-1832). Compositor. Y cantante superdotado. Le correspondió estrenar en Roma 'El barbero de Sevilla', de tal manera que los vaivenes de la ópera de Rossini se convirtieron en la banda sonora del continente europeo y en un insólito argumento aglutinador. Su música se tarareaba en Milán y en San Petersburgo. En Viena y en Madrid.
No ya por la amabilidad y luminosidad del repertorio, sino porque Rossini se adhirió a las revoluciones contemporáneas. Ninguna más evidente que la invención del ferrocarril. La abolición del espacio, la victoria del tiempo. Europa se comunicaba. Y entretejía una identidad cultural, cosmopolita, que bien puede contarse desde la perspectiva de los García.

Manuel era el padre. Y las hijas fueron María y Paulina. No las conocemos por el apellido del patriarca. Las identificamos por el de sus esposos. Malibrán y Viardot. La primera murió muy joven, víctima de un accidente ecuestre, pero llegó a tiempo de convertirse en la máxima estrella continental de la ópera. Una personalidad emancipada, una mujer a contracorriente, dionisiaca, que escandalizó a la prensa del corazón, entre otros muchos corazones. Y que hizo de 'Norma' su testamento.

Norma fue la última palabra que se le atribuye a Paulina en su lecho de muerte. O a Pauline. Murió ya anciana en su casa de París (1910) y evocó en la agonía la ópera de Bellini. Porque ella misma se había convertido en reencarnación de su hermana María. No solo por razones vocales. También en los rasgos de una mujer revolucionaria que sedujo a la sociedad parisina y que se colocó en la locomotora de la mixtificación.


Pauline no era guapa, más bien fea. Pero sí era irresistiblemente atractiva



Lo demuestra el poder de convocatoria de su salón. Tanto asistían Gounod y Berlioz como lo hacían Flaubert o Delacroix. No era guapa, más bien fea. Pero sí era irresistiblemente atractiva. Que se lo digan a Ivan Turgenev. El escritor ruso la conoció en San Petersburgo cuando él tenía 22 años. Y no pudo separarse de ella hasta el día de su muerte.

El único inconveniente, llamémosle así, consistía en que Pauline estaba casada. La había desposado un hombre mucho mayor que ella, el periodista y empresario Louis Viardot, pero el ménage à trois se hizo camino, hasta el extremo de que Turgenev terminó viviendo en la mansión parisina del matrimonio, tolerado como amante y respetado como agitador intelectual.



'Los europeos' (Taurus)


'Los europeos' (Taurus)



El trío protagoniza y ameniza las 666 páginas de 'Los europeos'(Taurus), un exhaustivo ensayo de Orlando Figes cuya tesis consiste en demostrar que el ferrocarril, la ópera, el capitalismo, la emancipación de los artistas (y los García) transformaron el continente y predispusieron su propia identidad. No por razones geopolíticas, sino porque la revolución de las nuevas tecnologías -el telégrafo, la fotografía, la impresión industrial...- predispuso el abatimiento de las fronteras y generalizó el trasiego de los artistas.

Los había que se desplazaban en tren de extremo a extremo de Europa, como los García, y los había que no tenían que moverse de casa: la velocidad de las comunicaciones adquirió un efecto multiplicador en la difusión y traducción de la literatura, aunque la prosperidad cultural que traslada el ensayo de Figes no se entiende sin la emancipación de los creadores y de las estrellas a partir de los derechos de autor.

La economía de mercado había transformado la cultura en un fenómeno comercial que desvinculó a los escritores, compositores y cantantes de los antiguos mecenazgos. Bullía la cultura como una reclamación de la sociedad civil. Lo demuestra la voracidad con que se consumían las novelas por entregas y los folletines. La prensa democratizaba la lectura Y se engendraba el embrión de una identidad común.


Pauline, Louis e Iván
Nadie mejor para representar el cosmopolitismo que Pauline, Louis e Iván. Tolerantes, políglotas, polifacéticos y artífices ellos mismos de una concepción promiscua, no ya de las relaciones sentimentales, sino de la alquimia de los flujos estéticos e intelectuales.

Pongamos como ejemplo la llegada de los Ballets rusos a París. Escandalizaron Europa en su capacidad transgresora. Y confundieron el criterio de los críticos. Se percibieron como quintaesencia de la cultura eslava, cuando, en realidad, alojaban una amalgama de influencias francesas y orientalistas a las que pusieron desorden la audacia rítmica de Stravinsky y los decorados de Picasso. Los Ballets rusos eran menos rusos que el propio Turgenev. “Soy alemán”, llegó a confesarle a Dostoievsky en un acto de abjuración patriótica.



Orlando Figes. Foto: Phil Fisk / Debate


Orlando Figes. Foto: Phil Fisk / Debate



Iván era europeo, como Paulina, como María. Estaban arraigados en París porque París aglutinaba la red ferroviaria y la diversidad, no digamos cuando empezaron a organizarse las exposiciones universales y adquirieron forma las vanguardias de fin de siglo, ninguna tan representativa como el impresionismo.

Orlando Figes concluye que el mayor impacto del cosmopolitismo fue la creación de un canon común, de un estilo continental. Se había forjado una sensibilidad europea. Se le puede y se le debe reconocer la idea embrionaria a Henri de Saint-Simon (1760-1825), patriarca del socialismo utópico, pero fueron los artistas quienes la fertilizaron, más o menos conscientes de sobrellevar una misión civilizadora.

Goethe, a título visionario, creía que el crecimiento del tráfico cultural y el intercambio entre naciones formaría un híbrido de cultura europea. “Pero solo durante el último cuarto de siglo (XIX) se abrieron paso estas ideas a la noción de la existencia de una sensibilidad europea o de una identidad cultural distintiva, una sensación de europeidad compartida por los ciudadanos de Europa, con independencia de su nacionalidad”, escribe Figes en el epílogo de su tratado.

El nacionalismo -político, cultural, lingüístico- conspiró contra la idea de la Europa sin fronteras


Pauline, por ejemplo. Nació en París (1821) como podía haber nacido en Sevilla, igual que su padre. O en Madrid, como Joaquina, su madre. O en México, donde residió. O en Londres, donde se produjo su debut operístico. Hablaba español, italiano, inglés, francés, alemán y ruso. Era compositora y maestra, aunque su mayor contribución puede que consistiera en fomentar la “intoxicación” de la cultura, rescatarla del sectarismo y de las convenciones, exponerla a la combustión estética.

El nacionalismo -político, cultural, lingüístico- conspiró contra la idea de la Europa sin fronteras. Las guerras mundiales estuvieron a punto de aniquilar el sueño de los García. Y la bandera azul ondea ahora ejemplarmente en las playas del continente, pero cada vez que Europa se jacta de su identidad, reaparecen las fuerzas oscurantistas del supremacismo y del patrioterismo.

Debería leer Boris Johnson 'Los europeos'. Lo ha escrito un erudito compatriota y representa, sin pretenderlo, un manual para la vergüenza de los 'brexiters'. Y un escarmiento. Reino Unido no puede salirse de Europa porque Europa no es tanto un proyecto institucional ni geopolítico, sino una expectativa de los artistas y de los ciudadanos que se subieron al tren para romper las fronteras y descubrir qué sucedía al otro lado de la montaña. Empezando por los García. Y por la tonadilla que escribió Don Manuel haciendo apología del contrabando...


 
En las fronteras del bien y del mal
La reedición del ensayo de Safranski sobre la libertad reaviva un dilema que lo vincula a pensadores como Arendt, Berlin o Taylor

JUAN LUIS CEBRIÁN

13 JUN 2020


Mapa del infierno (ca. 1480-1495), de Sandro Boticelli.


Mapa del infierno (ca. 1480-1495), de Sandro Boticelli.


Gabriel Arias-Salgado, ministro de Información de la dictadura franquista, pronunció en su día una frase que explica mejor que nada la ideología del nacionalcatolicismo: “Libertad, sí, pero libertad para el bien”. No sabía que la existencia del mal es precisamente el precio de la libertad. Esta sencilla afirmación resume la tesis que Rüdiger Safranski defiende en su ensayo ahora reeditado sobre El mal o el drama de la libertad. Después de veinte años no solo mantiene una perenne actualidad sino que parece escrito para los tiempos que ahora corren.



En las fronteras del bien y del mal




Safranski no es solo un pensador sino un divulgador del pensamiento ajeno. Discípulo de Adorno, biógrafo de Nietzsche, Goethe y Heidegger, entre otros, se hizo famoso gracias a sus apariciones en un programa de televisión dirigido por Peter Sloterdijk, otro intelectual formado inicialmente en la Escuela de Fráncfort. Es además autor de una abundante producción literaria, traducida a más de veinte idiomas, escrita tanto para especialistas como para el común de los lectores. Posee un estilo ágil, casi novelesco, un punto apasionado, al que suma una enorme erudición no exenta de cierto sarcasmo interpretativo. En cualquier profesor alemán de filosofía parece difícil percibir el sentido del humor, pero él lo bordea con desparpajo. Una vez leí declaraciones suyas en las que afirmaba que la especulación filosófica es más divertida que los programas de entretenimiento. Tras leer este libro no cabe la menor duda al respecto.




En las fronteras del bien y del mal





Su reflexión no versa tanto sobre el mal como sobre la libertad, entendida como libertad de escoger. Puesto que somos libres, somos capaces de hacer tanto cosas buenas para nosotros como otras que nos perjudican. “El mal no es ningún concepto: es el nombre del una amenaza”, la misma que comporta el riesgo de la libertad, que desde los orígenes del mundo se ejerce en nombre de la desobediencia a un mandato divino. Las relaciones entre la libertad política y la encarnación de esa amenaza enseñorean la historia de la cultura, de la que el autor lleva a cabo un original relato que incide de lleno en un debate sobre el que no hay filósofo que no haya participado. Si para él el mal es una opción, para Hannah Arendtera en cambio la esencia del totalitarismo, la destrucción de la persona como sujeto de derechos, aunque matizaría más tarde dicha acepción al hablar de la banalidad del mal en su libro Eichmann en Jerusalén.

Habiendo sido fugitiva del terror de los nazis, consideraba que este activo colaborador del Holocausto no era ningún monstruo como el fiscal que lo llevó al cadalso pretendía, sino un obediente burócrata que cumplía órdenes. En ningún caso pretendía exculparle moral ni jurídicamente, sino poner de relieve que personas “normales” son capaces de cometer los más execrables crímenes en según qué circunstancias. Lo que suscita la inquietud de quién puede proteger al hombre del riesgo de la libertad. San Agustín, dice Safranski, confiaba en la Iglesia, la institución sagrada. Pero decretada la muerte de Dios, el pensamiento liberal se acoge a la racionalidad de las instituciones. Estas y el derecho “confieren duración, firmeza y límites a los asuntos humanos”.



En las fronteras del bien y del mal





La libertad es también el origen de la diversidad, la búsqueda de la diferencia, que es preciso compaginar con el anhelo de unidad y su vocación comunitaria. Isaiah Berlin, en su memorable ensayo La traición de la libertad, señala que el conflicto que los filósofos tratan de resolver es cómo combinar la libertad individual con la autoridad que garantice la unión y el orden en una comunidad. El dilema radica en discernir las fronteras entre la voluntad de cada cual y lo que ya Rousseau definió como voluntad general, en clara alusión al Estado. En respuesta a la interrogante, otro clásico todavía en vida, el canadiense Charles Taylor, insiste en su libro La libertad de los modernos en la necesidad de construir algún tipo de sociedad política para no dejarlo todo al ensueño anarquista de “una cultura y una sociedad propicias a la libertad que surjan espontáneamente de las comunas”.

Ecléctico hasta el fin, Taylor reconoce que esto último se trata de algo teóricamente posible pero irrealizable en la práctica, y “si las condiciones de supervivencia de nuestra propia identidad solo pueden realizarse en alguna forma de gobierno representativo al que todos debamos obediencia, esa será la sociedad que deberemos tratar de crear y sostener”. De modo que si Taylor tiene razón, es improbable que el asalto a los cielos que iluminó los sueños del movimiento 15-M pueda acabar con el actual sistema. En qué medida albergue este un impulso liberalizador y reformista o acabe jugueteando con la represión en nombre de la voluntad general es el gran debate de nuestro tiempo, ahora que la deliberación se ha vuelto global gracias a las redes sociales y a los avances tecnológicos.



En las fronteras del bien y del mal



Safranski clausura su meditación planteando una cuestión mayor a este respecto: la civilización técnica nos pone en contacto con “fuerzas que están más allá de nuestro poder de disposición”. “Si las estructuras y la lógica del sistema nos determinan, se convertirán en una especie de lo sagrado, en un ámbito racional y misterioso a la vez. Actúan a través de nosotros, pero no somos ya dueños de ellas”. Me pregunto entonces si tras decretar la muerte de Dios decretaremos también la de nuestro libre albedrío entregándolo a los algoritmos.



El mal o el drama de la libertad. Rüdiger Safranski. Traducción de Raúl Gabás. Tusquets, 2020. 288 páginas. 19 euros.

La libertad de los modernos. Charles Taylor. Traducción de Horacio Pons. Amorrortu Editores, 2005. 305 páginas. 22 euros.

La traición de la libertad. Isaiah Berlin. Traducción de María Antonia Neira Fondo de Cultura Económica, 2004. 235 páginas. 19 euros.

Eichmann en Jerusalén. Hanna Arendt. Traducción de Carlos Ribalta. Lumen, 2019. 448 páginas. 19,90 euros.


 
Hola! Tenía mucho interés en comprar "El talento de Mr Ripley", tengo decidido que voy a comprarlo pero quisiera saber vuestra opinión de antemano, para no leerlo con mucha ilusión y que luego resulte que no es para tanto! Pero bueno es uno de las grandes clásicos al fin y al cabo, os gustó a l@s que lo habéis leído? (sin spoilers por favor)
 
HUMOR
No te rías que es peor: 10 libros para desternillarte de risa
Después de los últimos meses, la receta es básica: es tiempo de acercarse a la vida con humor



Foto: El camarote de los hermanos Marx (y otras formas de reírse).


El camarote de los hermanos Marx (y otras formas de reírse).



AUTOR
PAULA CORROTO
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04/06/2020



No somos muy dados en España a los libros de humor. Al menos, a ser publicados, promocionados, renombrados. Esto lo han hecho siempre mucho mejor los anglosajones, y les ha ido bastante bien (de ahí han salido los Tom Sharpe, Evelyn Waughn, Mitford, Durrell). Sin embargo, hay tiempos en los que se necesitan más las risas que los llantos (aunque hay quien dice que nada resalta más un drama que un chiste) y este es uno de ellos.
De ahí esta selección con mucho anglo, con un poco de Woody Allen y David Sedaris —ahora que los tenemos frescos con sus nuevos libros— con un alemán y un australiano un poco extraviados y dos autores españoles: un clásico como Mendoza y otro que debería contar más en ciertas quinielas como es Aparicio Belmonte. Y con todo tipo de temas (sí, también de la muerte, de Dios, de Hitler, del s*x*, los koalas y el Real Madrid).


1. 'Mi familia y otros animales' - Gerald Durrell

'Mi familia y otros animales'.


'Mi familia y otros animales'.
Es el libro en el que se basa la serie 'Los Durrell', que se puede ver ahora en Filmin. Gerald, el zoólogo de la troupe, reconstruye cómo su familia dejó Inglaterra y se fue a vivir a la isla griega de Corfú provocando hilarantes choques culturales con sus habitantes. Imposible no reírse con las cáusticos comentarios de su hermano Larry —quien después sería el afamado escritor Lawrence Durrell— o su hermana Margo, o su hermano Leslie, al que le encanta disparar escopetas. Y, por supuesto, su madre Louisa, irónica, brava, valiente, que se echó al hombro a toda la familia tras la muerte del marido. Jovial y encantador análisis de una familia feliz e infeliz como todas, pero muy divertida.

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2. 'Memorias de un amante sarnoso' - Groucho Marx

'Memorias de un amante sarnoso'.


'Memorias de un amante sarnoso'.


En un listado de libros divertidos no puede faltar la mirada de este Marx (que para estas cosas es más gracioso que el otro). Libro clásico por excelencia del humor. Groucho cuenta un montón de sus anécdotas en el cine, y habla de amor y de s*x*, quitándole toda pátina de asunto serio e importante. Hay una frase que igual habría que grabarse a fuego en cuanto a los encuentros amatorios: “Esa gloriosa experiencia que la madre naturaleza improvisó con el fin de mantenernos en pie y, de vez en cuando, acostados”. Y ya está.

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3. 'Sin plumas' - Woody Allen

'Sin plumas'.


'Sin plumas'.

Ahora que ya se ha publicado su autobiografía, ‘A propósito de nada’, y que hay quien la lleva bajo el brazo como si acabara de conocer la prosa de este director, guionista y escritor (posicionamiento por todas partes), es de recibo recordar otros libros de Allen. Como este en el que habla de los temas que le han obsesionado siempre (y que están muy presentes en sus películas): la muerte, Dios, las mujeres, los intelectuales, las artes, los ballets, los dentistas, la cultura. El libro es de hace algunos años, pero más actual que las gramíneas del parque.

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4. 'Sin noticias de Gurb' - Eduardo Mendoza

'Sin noticias de Gurb'.


'Sin noticias de Gurb'.

De Mendoza se pueden escoger muchos libros. Desde 'El misterio de la cripta embrujada', 'La aventura del tocador de señoras', 'El secreto de la modelo extraviada'… Posiblemente el escritor catalán sea de los que mejor ha sabido conjugar la prosa humorística en nuestro país. En esta novela nos presentó al marciano Gurb que se convierte en Marta Sánchez en la Barcelona preolímpica. Con esos datos —Marta Sánchez era la bomba española después de actuaciones como 'Soldados del amor' con las tropas en Irak—, ya puede uno echarse unas risas. Cuando lee cómo éramos antes de los JJOO y lo que fuimos después en los noventa, ya la carcajada.

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5. '¡Noticia bomba! (La Conjura de la Risa)' - Evelyn Waughn

'Noticia bomba'.


'Noticia bomba'.

Cuando hay tantos que se toman el periodismo más a pecho que a una madre, no está de más recordar este clásico que se ríe de esta profesión (ojo, las cosas importantes lo siguen siendo, pero todo en su justa medida). Aborda la historia de un empresario de la prensa de Fleet Street (es donde estaban los periódicos en Londres) al que se le llena la boca hablando del periodismo; pero un día envía al periodista más loco para cubrir una guerra en un país africano y a partir surgen numerosos momentos estrambóticos y satíricos. Una novela que retrata con ironía el tema de los corresponsales de guerra, la velocidad de la información, las confusiones, las meteduras de pata. Hay de todo, como en todos los oficios.

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6. 'Cuando te envuelvan las llamas' - David Sedaris

'Cuando te envuelvan las llamas'.


'Cuando te envuelvan las llamas'.

Sedaris también está bastante de actualidad por su último libro, 'Calypso', en el que vuelve a hablar de su vida y cita a Trump y la ultraderecha en su país. Pero Sedaris tiene unos cuantos relatos autobiográficos como los que aparecen en este libro en el que vuelve a desarrollar su fina pluma irónica (y a veces no tan fina). Así habla de las diferentes posibilidades de un catéter, de cómo dejar de fumar viajando a Tokio, de los parásitos de su suegra… Otro desbroce de la clase media estadounidense.

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7. 'Trifulca a la vista' - Nancy Mitford

'Trifulca a la vista'.


'Trifulca a la vista'.

Sí, esto es una sátira sobre el fascismo. Escrita en 1935 cuando Nancy Mitford y sus amigos, la clase progresista intelectual pudiente británica, veían a Hitler como un líder estrambótico que solo sabía decir cosas salidas de madre. Y sus seguidores, auténticos patanes. Mitford lo escribió porque en su familia había de todo: la fan de Hitler a la que le faltó llevarlo de póster en la carpeta —porque eso todavía no se llevaba—, la que se casó con un fascista inglés, la que un poco después se fue a luchar con las tropas republicanas durante la Guerra Civil española. Nancy era la que se tomaba la vida menos en serio y veía todo esto del fascismo con distancia (y con esa incredulidad de: “eso que dicen no va a pasar”). Cuando pasó lo que pasó, la escritora pidió que el libro no se reeditara más (quizá por cierta vergüenza), pero hace unos años la familia decidió que volviera a las librerías. La mejor forma de saber cómo se percibían a los fascistas cuando aún ni había guerra ni se sabía mucho de lo que ocurría con los judíos ni por supuesto nada de los campos de concentración.

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8. 'Los hambrientos y los saciados' - Timur Vermes

'Los hambrientos y los saciados'.


'Los hambrientos y los saciados'.

Timur Vermes es uno de los escritores alemanes más simpáticos que incluso se ha atrevido a ironizar sobre Hitler en novelas como 'Ha vuelto' (y ojo, en Alemania). Su último libro aborda otro tema que, en principio, poca risa: los refugiados ante la Unión Europea. Su país fue uno de los que más abrió sus puertas en 2015 (cuando a Merkel se le echó la ultraderecha encima), y él se imagina a un equipo de televisión que, en busca de audiencia, se lanza a por las 150.000 personas de un campo de refugiados, lo que crea un problema para el Ministerio del Interior. Está escrito en tono de broma, pero trata un asunto que no es ninguna tontería: ¿qué tipo de país se quiere ser: el que abre las puertas o las cierra a cal y canto?
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9. 'El koala asesino' - Kenneth Cook

'El koala asesino'.


'El koala asesino'.

Si no conocen a Kenneth Cook, ya tardan. Este fue el primer libro de este escritor australiano de una trilogía que también habla de lagartos astronautas y canguros alcohólicos. Lo que le pasa a Cook es que ciertos animales no le gustan. Incluso lo más monos como los koalas. De ellos cuenta en este libro que son “asquerosos, irascibles y estúpidos sin una pizca de bondad. Sus hábitos sociales son vergonzosos: los machos siempre andan propinando palizas a sus semejantes y robándoles las hembras. Tienen mecanismos defensivos repugnantes. Su piel está infestada de piojos. Roncan. Su semejanza con juguetes adorables es una engañifa abyecta. No son dignos de elogio por ningún motivo”. Y lo sabe porque los ha visto numerosas veces en sus viajes por los parajes australianos que aparecen en estos 15 relatos.

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10. 'Ante todo criminal' - Juan Aparicio Belmonte


Aparicio Belmonte es de los escritores españoles que mejor narran con dosis de humor. A veces un tanto negro, como ocurre con esta novela que habla de fútbol y corrupción. Todo empieza con la escritura de una historia para devolver al Real Madrid su ignorada estirpe izquierdista, pero el empresario que hace este encargo desaparece un día misteriosamente. A partir de ahí comienza una investigación bastante cómica que el autor aprovecha para ir resaltando todos los topicazos de las novelas de detectives y la ambición de los escritores.

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Así se celebrará Sant Jordi el 23 de julio: firmas organizadas con antelación y paradas limitadas
Las librerías y las editoriales que quieran montar firmas deberán saber cuántas personas acudirán y se regularán las colas



Inusitada imagen de la Rambla de Barcelona vacía el pasado 23 de abril, día de Sant Jordi


Inusitada imagen de la Rambla de Barcelona vacía el pasado 23 de abril, día de Sant Jordi - INÉS BAUCELLS




BARCELONA
15/06/2020



La propuesta del sector del libro y del Gremio de Floristas para celebrar Sant Jordi el 23 de julio, tras suspenderse la Diada del 23 de abril por el coronavirus, prevé paradas limitadas y firmas de libros pre-organizadas para cumplir con las medidas de seguridad e higiene.
Así lo explicó la presidenta de la Asociación de Editores en Lengua Catalana, Montse Ayats, en una entrevista en Rac1 en la que informó de que la propuesta está pendiente de ser aprobada por el Procicat y los correspondientes ayuntamientos. En Barcelona han previsto instalar unas mil paradas, para lo que necesitarán la aprobación de la Comisión municipal de eventos; Ayats defendió que la propuesta del sector respeta todas las normativas de prevención.

"Para evitar el efecto llamada" y las aglomeraciones, la propuesta de celebración del Día del Libro y de la Rosa del sector para este año prevé que sólo los profesionales puedan montar una parada: no podrán hacerlo asociaciones, particulares ni partidos políticos. Así se evitarán saturaciones y se podrá "cuidar a los autores" que participen en las firmas, que piden organizar con antelación, y calculando antes cuántas personas asistirán para organizar los tiempos y los espacios. "Las librerías y editores que quieran firmar lo mejor que pueden hacer es pactar con la gente que quiera ir", para saber cuántas personas acudirán a la cita y poder organizarse, dijo Ayats.

Además, se regularán las colas y el movimiento entre las paradas, para las que se fijará un espacio máximo: "Lo que es seguro es que no podrá haber paradas de 40 metros". Todos los visitantes deberán acudir con mascarilla, respetar la distancia de 1,5 metros y seguir las indicaciones sobre seguridad e higiene que dé la organización.

 
RECOMENDACIONES
Los 10 mejores libros de ciencia ficción del siglo XXI
El mejor género para reflejar los miedos del presente en el espejo cóncavo del futuro ha vivido una renovación sin precedentes en los últimos 20 años



AUTOR
DANIEL ARJONA
Contacta al autor
@elarjonauta
18/06/2020



El ángel de la historia se asemeja de alguna forma al lector fiel de ciencia ficción. Walter Benjamin lo imaginó al recordar un cuadro de Paul Klee como una criatura trágica e impotente empujada por la tormenta del progreso hacia un futuro al que da la espalda, "mientras que la pila de desechos que tiene ante sí crece hacia el cielo". Así mismo, el fanático de la literatura anticipativa se sumerge en futuros ominosos de control despótico, lucha salvaje por los recursos o extinción, aunque es verdad que con una actitud distinta. En lugar de sufrir ante la larga serie de distopías visionarias, las disfruta con el morboso placer que brinda el reflejo de los miedos del presente en el espejo cóncavo del futuro.

El género ha vivido toda una revolución en las dos primeras décadas del siglo XXI, quizá no tanto en las temáticas —la 'space opera', por ejemplo, sigue ocupando un papel principal— como en la apertura de ángulos y protagonistas inéditos con una representación cada vez mayor de las mujeres, escritoras originales y premiadas que han entrado en tromba en una literatura que antaño pareció territorio casi exclusivamente masculino —con gloriosas excepciones como Ursula K. Le Guin—. Las 10 que seleccionamos a continuación publicadas en España en los últimos 20 años son algunas de las mejores novelas de la ciencia ficción reciente.



1. 'La ciudad y la ciudad' - China Miéville


'La ciudad y la ciudad'.


'La ciudad y la ciudad'.
China Miéville es un figura, algo así como el equivalente de André Agassi en la ciencia ficción. Británico, troskista, punk, con el cráneo rapado y las orejas tachonadas, es además una de las imaginaciones más fecundas del género en la actualidad. Probablemente su obra cumbre, 'La ciudad y la ciudad' es un 'patchwork' de distintos tejidos y materiales que funde géneros dispares, desde el 'sci-fi' al fantástico o la novela policíaca, para desarrollar una realidad binaria en la que una prosaica investigación por el asesinato de una joven transcurre entre dos misteriosas ciudades del este de Europa entrelazadas en el mismo tiempo y espacio pero bajo la absoluta prohibición de que los habitantes de una de ellas accedan a la otra. Ecos de la divisiva historia de Europa que alimentan una historia fascinante cuyos detalles importan menos que el embrujo de su descripción de ambientes.

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2. 'La historia de tu vida' - Ted Chiang


'La historia de tu vida'


'La historia de tu vida'

Ted Chiang nació en Port Jefferson, Nueva York, en 1967 y obtuvo su grado en Ciencias de la Computación en la Universidad de Brown. Al llegar a casa después de su trabajo como autor de manuales técnicos de 'software' a principios de los noventa, escribía esporádicamente relatos fantásticos sin ambiciones, puro divertimento. Cuentos extraños, muy originales, que forzaban hasta romperlas las por otra parte no muy firmes barreras del género. Cuentos extraordinarios. Desde entonces hasta hoy, Chiang ha ganado nada menos que cuatro premios Nébula, tres Hugo, tres Locus, un John W. Campbell, un Sidewise y un Theodore Sturgeon Memorial. Y todo eso con una producción escueta y selecta: solo 12 relatos y una novela corta en tres décadas. El lector español puede disfrutar de su arte en 'La historia de tu vida', la única antología de Chiang publicada en nuestro idioma y que incluye sus ocho primeros cuentos. Por cierto que el que da título al volumen es el germen del filme 'La llegada'. Esta antología ofrece la mejor puerta estelar a su universo.

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3. '2312' - Kim Stanley Robinson


'2312'.


'2312'.
Desastres ecológicos, colonización espacial, amenazas robóticas… De todo eso hay en '2312', novela con la que Kim Stanley Robinson se llevó el Nébula. Y, sin embargo, todo es distinto. Porque, tras narrar en su trilogía marciana, con barroco detalle, la terraformación del Planeta Rojo, KSR asume aquí las limitaciones científicas y técnicas y se lanza a una 'space opera' razonada y razonable que transcurre dentro de solo tres siglos en el escenario reducido del sistema solar. “¡Pero es que para mí es un futuro lejano!”, se defendía KSR en una entrevista. “Piense en 300 años atrás, en 1712, cuánto ha cambiado todo desde entonces y cuánto va a cambiar, mucho más rápido, en los próximos 300. Abruma imaginarlo. Hay historias de ciencia ficción que se extienden millones de años en el futuro. La mía es una historia imaginable: no habrá civilizaciones interestelares porque las estrellas están demasiado lejos”. La intención de escribir una historia “imaginable” o “posible” no despoja a '2312' precisamente de esas grandes ideas que encienden la imaginación de los amantes del género. Aquí es la ingeniería la proveedora de milagros: una ciudad mercuriana móvil que evita así achicharrarse, asteroides habitables, ascensores espaciales…

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4. 'Justicia auxiliar' - Ann Leckie


'Justicia auxiliar'.



'Justicia auxiliar'.
La querencia reciente de la ciencia ficción por las trilogías parece el clásico aprovechamiento de una en principio buena idea hasta la saturación del lector. Porque si bien es un 'win win' aparente —el lector disfruta de más páginas de lecturas y el autor vende más libros—, también es verdad que a muchas de estas trilogías hipertrofiadas les habría bastado con creces para contar su historia con un único libro. En cualquier caso, la estimable trilogía 'Imperial Rach' logró con su primera entrega una irrupción tan sorprendente como excepcional de una autora estadounidense desconocida que hacía danzar con talento la compleja inteligencia artificial que protagonizaba su obra. Ann Leckie arrasó en 2013-14 con todos los grandes premios del género con esta novela, que arranca años después de la desaparición de la nave espacial del imperio radchaai, Justicia de Toren, cuando su único auxiliar superviviente, a la vez parte de la conciencia de la nave, Breq, halla a un antiguo capitán, Seivarden, en un planeta congelado. Una gran 'space opera' de memoria y venganza.

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5. 'El despertar del Leviatán' - James S. A. Corey


'El despertar del Leviatán'.
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El despertar del Leviatán'.
El libro que inició la saga que sirvió para una de las mejores adaptaciones audiovisuales de la ciencia ficción de los tiempos recientes, la serie 'The Expanse', es una novela que empieza con increíble potencia y una avasalladora lluvia de estupendas ideas y que luego tal vez se desfonda un tanto pero que deja un estupendo sabor de boca. Y da ganas de seguir, cosa que el lector podrá hacer en las otras cuatro entregas publicadas hasta la fecha. En 'El despertar del Leviatán', de James S. A. Corey, la humanidad ha colonizado el sistema solar y se debate en luchas intestinas entre la Tierra y sus colonias de Marte y el cinturón de asteroides...

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6. 'El problema de los tres cuerpos' - Cixin Liu


'El problema de los tres cuerpos'.


'El problema de los tres cuerpos'.

En los años de frenopático de la Revolución Cultural, los jerarcas maoístas deciden competir con los imperialistas americanos y los revisionistas soviéticos en la búsqueda de inteligencia extraterrestre. ¿La razón? Si los mensajes de sus enemigos políticos llegaran a las estrellas antes que los suyos, los alienígenas podrían llevarse una visión equívoca de la sociedad humana y de la revolución. Con tan mala fortuna que los mensajes de los comunistas chinos llamando a la unión de los proletarios de la galaxia tienen la suerte de dar en el blanco. Una civilización extraterrestre tan avanzada como al borde de la extinción por la amenaza de sus tres caóticos soles sabe de nosotros gracias a este peculiar libro rojo intergaláctico. Nos localizan... Y deciden inmediatamente invadirnos. Tal es en resumen el maravilloso argumento de la primera parte de la trilogía de ciencia ficción china que volvió loco a medio planeta y convirtió a su autor, Cixin Liu, en una celebridad. Con altibajos, pero imperdible.

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7. 'Carbono modificado' - Richard Morgan


'Carbono modificado'.


'Carbono modificado'.
Otra saga 'sci-fi' exitosamente adaptada en forma de serie, en este caso por Netflix, que recapitula elementos clásicos del género como al acceso a cuerpos de usar y tirar por parte de conciencias guardadas en dispositivos que las hacen prácticamente inmortales en un futuro ultraviolento y feroz. Un negrísimo 'ciberpunk' en que el condenado Takeshi Kovacs es redimido y vuelto a la vida para ayudar a un millonario a descubrir al causante de su propio asesinato. El juego de la muerte ha cambiado por orden de Richard Morgan y ya nada volverá a ser igual.

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8. 'Todos los pájaros del cielo' - Charlie Jane Anders


'Todos los pájaros del cielo'.
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Todos los pájaros del cielo'.
Antaño, los fanáticos de la ciencia ficción y la fantasía se despreciaban cordialmente —o no tan cordialmente—, pero ahora los evidentes vasos comunicantes entre ambos géneros ya no solo no se ocultan sino que exhiben con alborozo —y con espectaculares resultados—, como ocurre en esta novela que en 2017 hizo tándem en los premios Locus y Nébula. Patricia es una bruja que tiene el don de comunicarse con los animales. Laurence es un 'geek' que ha fabricado una máquina del tiempo que le lleva dos segundos al futuro. Ambos son unos marginados que viven en el infierno del rechazo hasta que el desastre planetario inminente los enfrenta en su intento por salvar el planeta. Charlie Jane Anders es transexual y una de las más firmes promesas literarias de la actualidad.

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9. 'La quinta estación' - N. K. Jemisin


'La quinta estación'.



'La quinta estación'.
Lo de N. K. Jemisin es increíble. Una joven y desconocida psicóloga afroestadounidense deja su trabajo, se pone a escribir y acaba ganando tres años consecutivos el premio Hugo con la primera, segunda y tercera parte de una misma trilogía, lo que no consiguieron los más grandes. Y lo logra combinando ella también fantasía y ciencia ficción en una ambiciosa historia que se despliega en un planeta donde emerge un único y gigantesco continente atravesado por una falla sísmica roja que desencadena terremotos por doquier. Un hijo asesinado, una hija perdida, una venganza en marcha, así comienza 'La quinta estación', el primer volumen de una serie llamada a hacer historia. Por cierto que acaba de publicarse en España el primer y prometedor volumen de su nueva trilogía en marcha: 'La ciudad que nos unió'.

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10. 'El largo viaje a un pequeño planeta iracundo' - Beckie Chambers


'El largo viaje a un pequeño planeta iracundo'.



'El largo viaje a un pequeño planeta iracundo'.
El inicio de la saga 'Wayfarers' es otra 'space opera', que en este caso sigue a la tripulación de la nave Peregrina a través de un viaje en el que se irán sucediendo un abanico de razas y civilizaciones a las que la autora retrata con la misma dignidad que a los humanos. La protagonista es Rosemary Harper, una joven que acepta su primer puesto de trabajo en la tuneladora y cuya misión es construir un túnel hiperespacial hasta un planeta lejano. 'El largo viaje a un planeta iracundo' es, en parte, heredera de sagas como 'Star Trek', en las que dentro de una nave conviven diferentes especies en plena armonía —la armonía justa, eso sí— y en la que se recurre a toques de costumbrismo cómico. Una gran novela que, desde el buen humor y el optimismo, toca temas como el colonialismo o las cuestiones de género.

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RESUMEN DE SU TRAYECTORIA
Los cinco libros imprescindibles de Carlos Ruiz Zafón, el gran 'superventas' español
Carlos Ruiz Zafón deja como legado varias sagas cargadas de intriga y misterio que han emocionado a millones de personas en todo el mundo



Foto: Tres de las obras más emblemáticas de Carlos Ruiz Zafón.


Tres de las obras más emblemáticas de Carlos Ruiz Zafón.




19/06/2020

El escritor Carlos Ruiz Zafón ha muerto este viernes en Los Ángeles a los 55 años a causa de un cáncer que padecía desde hace tiempo. "Hoy es un día muy triste para todo el equipo de Planeta que le conoció y trabajó con él durante veinte años, en los que se ha forjado una amistad que trasciende lo profesional. Nos ha dejado uno de los mejores novelistas contemporáneos, pero seguirá muy vivo entre todos nosotros a través de sus libros", se ha despedido su editorial.

En efecto, el legado del escritor barcelonés es su prosa, capaz de emocionar primero a los jóvenes y después a los adultos con un estilo difícil de categorizar. La novela histórica, la intriga, los ambientes góticos y la fantasía tejen una cuidada producción literaria que ha convencido a millones de lectores en todo el mundo. Estos son los cinco libros que resumen la trayectoria de Carlos Ruiz Zafón:


El príncipe de la Niebla
La primera parte de la trilogía de la niebla narra la historia de una familia que decide mudarse a la costa huyendo de la Segunda Guerra Mundial. En el nuevo hogar se encuentran con el espíritu de Jacob Fleichmann, el hijo de los antiguos propietarios, que murió ahogado a los cinco años en extrañas circunstancias. Todo se vuelve más misterioso con la aparición del príncipe de la Niebla, que tiene el don de conceder cualquier deseo a cambio de un alto precio.


Marina
Con 14 ediciones a cuestas, 'Marina' es una de las novelas más emblemáticas de Ruiz Zafón. A su parecer, la más personal y, a ojos de la crítica, la que tiene el mérito de enganchar a miles de jóvenes. Ambientada en el siglo XX, desvelalos secretos de Óscar Drai, un adolescente de 15 años que por casualidad conoce a una enigmática chica y a su padre, un pintor apenado por la muerte de su esposa. Juntos se adentran en una aventura de misterio tras los pasos de Mijail Kolvenik, un hombre obsesionado por corregir las deformidades humanas.


Rosa de fuego
Este cuento corto, publicado con motivo del Día del Libro en 2012, cuenta el origen del cementerio de los libros olvidados, eje de sus últimas novelas. Una joven aparece estrangulada en el piso de un futbolista del FC Barcelona en plena Guerra Civil, cuando la Ciudad Condal resistía a las tropas franquistas, pero se desgarraba por el conflicto entre comunistas y anarquistas. No es hasta 70 años después cuando un joven mexicano y una chica barcelonesa tratan de reconstruir el trágico suceso.


La sombra del viento
'La sombra del viento' es el primer libro de los cuatro que componen la saga de 'El cementerio de los libros olvidados' y, tal vez, el más conocido de los que ha escrito Carlos Ruiz Zafón. Bajo el manto de la intriga y el suspense, relata el viaje de Daniel Sempere por la Barcelona de la revolución industrial para conocer más acerca de Julián Carax, el indescifrable autor de un libro que encontró en la fascinante biblioteca conocida como 'El cementerio de los libros olvidados'. La web del escritor estima que se han vendido más de 15 millones de ejemplares de esta novela en 36 países.


El príncipe de Parnaso
Es el punto y final de su carrera, su último relato. Dos años después de cerrar su gran saga con 'El laberinto de los espíritus', Ruiz Zafón publicó en 2018 'El príncipe de Parnaso', un cuento que reúne en pocas páginas las características principales de su obra: misterio, emoción y fantasía. El relato se remonta a los orígenes del cementerio de los libros olvidados y describe la vida del caballero Antoni de Sempere, que sigue el cortejo fúnebre de Miguel de Cervantes.

 
Hola a tod@s! Tengo una pregunta, a ver si podéis ayudarme: sabéis si hay algún subforo específico para novelas románticas?es que he buscado pero no encuentro nada donde se hable de estos libros en concreto.
Muchas gracias por vuestra ayuda!
 
LO IMPREVISIBLE ES LA CLAVE DEL PRESENTE
El factor humano en la era de los algoritmos

La periodista Marta García Aller (Madrid, 1980) aborda en 'Lo imprevisible' (Planeta, 2020) todo lo que la tecnología quiere y no puede controlar. El Confidencial publica un extracto de su nuevo libro



Foto: Marta García Aller. (Javier Burgos)


Marta García Aller. (Javier Burgos)




AUTOR
MARTA GARCÍA ALLER
Contacta al autor
GarciaAller
23/05/2020



Este libro no está aquí. No ha podido llegar al lector porque este libro está confinado. Acabé de escribirlo en febrero de 2020, a tiempo de convertirse en una de las novedades de la primavera. O eso creía yo. Brindé por ello con amigos nada más entregarlo. No sabía por entonces que aquella iba a ser la última vez que pisaríamos un bar en mucho tiempo. Ni que este año nos íbamos a quedar sin primavera. De eso iban, al fin y al cabo, las páginas que acabaron confinadas. Advertían de que había que ir acostumbrándose a convivir con todo aquello que no se puede prever.

A principios de marzo, 'Lo imprevisible' ya estaba impreso y empaquetado, listo para llegar a las librerías. Y ahí se quedó. Atrapado por sorpresa en las cajas de una imprenta de Igualada, el primer municipio español en decretar el confinamiento total por el brote de coronavirus. Igualada sonaba entonces, igual que Bérgamo, como si fuera el reactor 4 de Chernóbil. No se podía salir ni entrar de allí por el alto riesgo de contagio. Mi editora me llamó para avisarme de que la publicación del libro se retrasaría. La semana siguiente se decretó el estado de alarma que puso a España en cuarentena. Y luego el covid-19 fue paralizando el resto del planeta. Más de tres mil millones de personas nos quedamos encerradas en casa durante semanas para tratar de frenar el virus que cambiaría el mundo.

Así que este libro no es exactamente el mismo que en febrero. De alguna manera, ninguno lo somos. Tampoco el lector. Ya no me va a costar convencerle de que un espejismo tecnológico nos ha hecho creer que tenemos bajo control más cosas de las que en realidad están a nuestro alcance. Eso ha quedado claro ahora que el mundo está patas arriba. Mientras reescribo estas líneas, aprovechando mi propia clausura, aún no sabemos cuánto durará el estado de alarma. Ni cuándo podremos volver a salir de casa para ir a trabajar o abrazar a la familia. Tampoco cuándo volverán a abrir las librerías para que estas páginas, estas sí, lleguen por fin a sus manos. De pronto, ya no sabemos nada del futuro.

Ni de lo que hay a la vuelta de la esquina. Solo hay algo seguro: nunca ha sido tan imprevisible. De pequeña me fascinaba un libro que fantaseaba sobre cómo sería el año 2020 y del que solo recuerdo esa fecha y el dibujo de una bañera robótica. He olvidado también el título, pero no aquel cuarto de baño. De él salían todo tipo de brazos que lavaban, peinaban y secaban el pelo de un niño sumergido en espuma sin mover un dedo. Todavía me da algo de envidia cuando lo pienso.

Tal vez por eso siempre había imaginado 2020 como un año futurista. Y, por supuesto, que a estas alturas ya tendríamos baños con robots. Antes de que esta devastadora pandemia que me tiene recluida en casa mientras escribo provocase la peor crisis económica y sanitaria desde la Segunda Guerra Mundial, los nuevos años veinte se preveían de otra manera. Iba a ser la década dorada del progreso tecnológico y la robotización. De la medicina personalizada y la inteligencia artificial. Y ahora resulta que 2020 es el año en el que Occidente descubrió que no tenía suficientes camas, ni médicos, ni mascarillas para atender a sus enfermos en caso de emergencia. Y mientras la inteligencia artificial y la genética van dando forma a la medicina del futuro, en nuestros hospitales del presente los médicos improvisan batas con bolsas de basura para protegerse.

A principios de año todavía vivíamos ajenos a lo que se avecinaba. Las ferias tecnológicas prometían grandes avances que ahora parecen frívolos (conste que antes del coronavirus, también). En enero se presentó en Las Vegas un minirrobot rodante que se controlaba desde el móvil, pensado para acercar un rollo de papel higiénico allá donde alguien lo necesitara. También se anunció un sensor para avisar con un mensaje al móvil si el baño huele mal antes de tener que asomarse a comprobarlo.

No es esto lo que de niña entendía por un baño robotizado, ni tampoco por lo que pasará a la historia el papel higiénico en 2020. En enero, mientras en la feria tecnológica más importante del mundo se presentaban estos inventos para el supuesto váter del futuro, ya había un nuevo coronavirus extendiéndose por China que pronto llegaría al resto del planeta. En las semanas siguientes, a medida que la amenaza avanzaba, la gente reaccionó, para sorpresa de Gobiernos y reponedores de supermercados, almacenando compulsivamente montañas de papel higiénico. Por inútil que fuera comprar decenas de rollos, el acaparamiento irracional transmitía una paz a la población que ningún robot podría prever. El miedo a lo desconocido entra dentro de eso que a los humanos nos vuelve imprevisibles.


Una epidemia de incertidumbre
La escritura de este libro ha pasado por una moción de censura, dos elecciones generales y una pandemia mundial. La rutina iba desapareciendo mientras andaba yo buscando eso que nos vuelve imprevisibles. Para encontrarlo, he mantenido entrevistas con un centenar de expertos en cuestiones muy diversas: matemáticos, astrofísicos y psicólogos; con filósofos, abogadas e ingenieras; antropólogos, lingüistas y policías; con una niña de tres años, varias empresarias de éxito y un ligón de Tinder; en estas páginas hay también genetistas, meteorólogos y hasta un excombatiente de Irak que ahora reparte burritos a domicilio. No faltan las opiniones —últimamente, nunca lo hacen— de politólogos, epidemiólogos y periodistas, además de las charlas con un par de neurólogos, varios humoristas famosos y algún que otro robot.

Nos hemos ido acostumbrando a los sistemas de inteligencia artificial quecalculan por nosotros qué carretera escoger para evitar los atascos y predicen qué tiempo va a hacer. Al fin y al cabo, hay algoritmos para todo. Los hay que generan noticias falsas, invierten en bolsa y anticipan a quién vamos a votar. Otros prometen predecir los delitos, el amor y hasta el orgasmo. Incluso hay robots que conducen, componen música y pintan cuadros como los de Rembrandt. Se automatizan los despachos de abogados, las consultas de los médicos y los templos budistas.



'Lo imprevisible', a la venta el 25 de mayo.'Lo imprevisible', a la venta el 25 de mayo.


'Lo imprevisible', a la venta el 25 de mayo.




La inteligencia artificial aspira a automatizarlo todo. ¿Todo? No, todo no. Al cómputo del algoritmo siempre se le escapará lo imprevisible. Y, más allá de las pandemias, la vida está llena de situaciones cotidianas que lo van a seguir siendo. Al final, los dilemas humanos son los mismos de siempre, solo que nunca habíamos tenido como especie tanta información disponible. Por eso nos desconcierta tanto descubrir lo vulnerables que somos en realidad. Por una parte, nos hemos vuelto, en cierto modo, más previsibles que nunca gracias al mayor procesamiento de datos de la historia. Por otra, el mundo está transformándose a tal velocidad que desconocemos las nuevas reglas de juego. No es casualidad que tanto desconcierto coincida con un profundo cambio tecnológico.

La nueva era de la predictibilidad técnica se caracteriza, paradójicamente, por una epidemia de incertidumbre. En 2016, nadie vio venir el Brexit ni la victoria de Trump. A partir de entonces, la crónica geopolítica ha sido una sucesión de acontecimientos inesperados. Tanto cambio constante llevaba tiempo desconcertándonos, mucho antes de que llegara el coronavirus. La sensación de estar entrando en territorio desconocido ya se había generalizado en un Occidente a medio repensar.

El exceso de información puede tener mucho que ver con ello. Alvin Toffler ya advertía en 'El shock del futuro' que la saturación informativa podía crear mecanismos de defensa en la gente, que necesitaría simplificar tanto el mundo para comprenderlo que acabaría reafirmando sus prejuicios. Era 1970.

La sobrecarga de información también provocó un aumento de la incertidumbre en los tiempos de Gutenberg. En cierto modo, la llegada de la imprenta también trajo consigo una acentuación del sectarismo. Acceder a más información de diferentes concepciones religiosas no generó más tolerancia, sino la convicción de que la única visión verdadera del mundo era la propia. La imprenta supuso un enorme progreso tecnológico para la humanidad que inauguró la Edad Moderna. Sin ella, no se entenderían las guerras de religión de los siglos XVI y XVII que causaron millones de muertos en Europa. La manera en la que accedemos a la información (y a la desinformación) transforma a las sociedades, como veremos en el capítulo dedicado a cómo la verdad y la mentira se vuelven más imprevisibles con los algoritmos.

Cuando los cambios tecnológicos se aceleran tanto, aumenta la sensación de vértigo. ¿De dónde viene tanta incertidumbre, teniendo como tenemos un acceso a la información y unos avances científicos y tecnológicos con los que nuestros padres y abuelos solo podían soñar leyendo a Julio Verne? En menos de un siglo, hemos visto llegar la penicilina y el 5G, los viajes a Marte y la secuenciación del genoma.

Y en el momento más álgido de las promesas tecnológicas, cuando el futuro parecía capaz de automatizarlo todo, el mundo, de pronto, se paraliza de golpe por un virus. Una cuarentena no deja de ser, al fin y al cabo, una técnica medieval para la prevención de los contagios. Tanto algoritmo y tanto big data, y cuando llega la gran pandemia nos tenemos que encerrar todos en casa como en tiempos de Boccaccio, pero con wifi.

Antes de la llegada del covid-19, se me ocurrió consultar con un experto en la estructura del universo. ¿Quién mejor para darle un poco de perspectiva al asunto? Pregunté a Martin Rees, astrofísico y astrónomo real, si veía relación entre la incertidumbre y la era de los algoritmos: "Mira, por ejemplo, la Edad Media en Europa. Fue una época turbulenta e incierta. En aquellos siglos, las cosas cambiaban poco de una generación a la siguiente; los albañiles medievales añadían ladrillo tras ladrillo a un mundo que tardaría más de un siglo en terminarse". A diferencia de lo que les ocurrió a nuestros antepasados, para nosotros el próximo siglo será drásticamente diferente al actual. Por no saber, no sabemos ni en qué planeta viviremos para entonces. Rees me habló de viajar a Marte muy en serio, pero con cautela. Un astrónomo real sabe lo arriesgado que es hacer predicciones. Su predecesor en el cargo vaticinó en los cincuenta que los viajes espaciales eran "una absoluta tontería".

La década siguiente, el Apolo 11 hizo historia: "Mis alumnos saben que los egipcios hicieron pirámides y que los americanos llegaron a la Luna, pero ambas les parecen cosas de hace siglos". En 1969, Rees tenía 27 años. El primero que ponía una piedra para construir una catedral del Medievo sabía que no viviría para verla terminada, pero daba por hecho que aquella estructura perduraría durante siglos. El herrero no sabía si moriría de gripe la semana siguiente, era un riesgo habitual con el que se había acostumbrado a convivir. Nadie dudaba, sin embargo, de que su trabajo sería necesario durante generaciones.

Ahora tenemos pulseras que cuentan las pulsaciones y los pasos que damos al día, pero ese espejismo de control no parece compensarnos ante la nueva incertidumbre. La tecnología actual nos da a los humanos la capacidad de transformar o, incluso, de devastarlo todo. Nunca habíamos tenido tanto poder para cambiar las cosas, y por eso nunca habían cambiado tan deprisa. Cuando hablé con Rees, meses antes de la pandemia del coronavirus, el astrofísico ya me advirtió de que una de las cosas que más le preocupaban sobre el futuro era lo vulnerable que se había vuelto un mundo tan interconectado a los errores de unos pocos. "Ahora una catástrofe tendría repercusiones planetarias —me dijo cuando hablamos—. Podría haber una pandemia que matara a millones de personas en todo el mundo".

Reconozco que estas últimas palabras me sonaron demasiado apocalípticas y no les hice mucho caso. No pudo ser más clarividente: "La peste negra no llegó a Australia. Pero en este mundo conectado no habría lugar en el que esconderse de un colapso económico global o de una pandemia". Así que esta no era una amenaza imprevisible, sino invisible. Una que no queríamos ver.

En Occidente, hace años que avanza la sensación de que las nuevas generaciones lo van a tener más complicado que sus padres

En Occidente, hace años que avanza la sensación de que las nuevas generaciones lo van a tener más complicado que sus padres. Cunde la desconfianza en la política, en la economía y en los avances tecnológicos que transforman la sociedad. La inteligencia artificial se presenta como solución mágica de todos los males y, a la vez, su causante. Sobrevuela el temor a que la robotización produzca un desempleo masivo y aumente la desigualdad, al tiempo que se considera que esta es la única esperanza para reimpulsar el modelo productivo.

Como soy muy de preguntar, además de a un experto en el futuro, también consulté sobre este miedo a los cambios tecnológicos a una de las mayores expertas en el pasado. Mary Beard, catedrática de Cambridge de Estudios Clásicos, me dio una perspectiva diferente sobre esta epidemia de incertidumbre: "Nunca ha habido un momento histórico en el que la gente que vivía en él comentara: 'Oh, qué momento tan calmado me ha tocado vivir' —me advirtió la historiadora entre risas, pero muy en serio—. Eso no ha pasado nunca, porque cada época tiene sus crisis". Y la nuestra, según esta célebre experta en la Antigua Roma, más que con la tecnología, de la que me advirtió que esperamos demasiado, "tiene que ver con el futuro de la democracia". Pasó en el Imperio romano y también en el siglo XXI. Las certezas desaparecen cuando el mundo que conocemos se transforma rápidamente.

Hemos vivido otras épocas de cambios vertiginosos, pero nunca nos los habían contado en tiempo real. Tal vez no es que ahora haya más gente enfadada ni desconcertada que en otras épocas de la historia, es que ahora la vemos quejarse. La retransmisión en vivo de los problemas del mundo alimenta la preocupación por cosas de las que antes nunca nos habríamos enterado. Solo en WhatsApp somos testigos directos de demasiados problemas simultáneamente. Asistimos al desmoronamiento del sistema contado, además, por nosotros mismos y sin filtros. Por eso, la era de los datos es también la era de la incertidumbre. Cuanto más nos empeñamos en medirlo todo, más nos preocupa lo imprevisible.


Cómo acertar una quiniela
Tendemos a sobreestimar hasta dónde puede llegar la tecnología y no a preguntarnos cuáles son sus límites. Los deportes y los juegos siguen siendo excelentes laboratorios para medir hasta dónde llega el poder de predicción de las máquinas, porque, a diferencia de la vida real, se rigen por normas definidas. A medida que avanza la capacidad de cálculo, el papel del azar va quedando más claro. La prueba es que además de ganarnos a un juego de estrategia, como el ajedrez, las máquinas también han aprendido a vencer en competiciones más espontáneas, como piedra, papel o tijera. Cuantas más rondas juguemos contra un algoritmo entrenado para ello, más información recogerá y más probabilidades habrá de que nos gane sacando el puño abierto, cerrado o solo dos dedos, según convenga. Predice el siguiente movimiento basándose en nuestro historial, porque los humanos tendemos a repetirnos más de lo que creemos, y eso es lo que nos hace previsibles.

A diferencia de lo que pasa con rivales humanos, la mejor manera de batir a una máquina jugando a piedra, papel o tijera es no siguiendo ninguna táctica. Aun así, incluso cuando improvisamos, tarde o temprano el sistema reconoce patrones que ni siquiera éramos conscientes de estar aplicando. No somos tan aleatorios como nos creemos, ni en el juego ni en la vida. De ahí que los algoritmos aprendan a anticipar nuestro comportamiento. Aunque no siempre sean tan listos como parecen. El sistema que probé tardó trescientas quince rondas en aprender a ganarme.

A diferencia de lo que pasa con rivales humanos, la mejor manera de batir a una máquina jugando a piedra, papel o tijera es no siguiendo ninguna táctica

Reconozco que, más que en vencerlo, centraba todos mis esfuerzos en jugar a lo loco. Qué difícil es a veces resultar imprevisible. Los patrones ocultos que rigen nuestro comportamiento sin que nos demos cuenta yaestán sirviendo para que las máquinas aprendan a ganar a los mejores jugadores del mundo del póker, igual que hace más de veinte años fueron capaces de derrotar a Garri Kasparov al ajedrez. Y si ya sucede con un juego en el que mentir es habitual y hay mucha información oculta, podría pasar con cualquier otro comportamiento humano que se pueda predecir.

La pregunta es hasta dónde pueden llegar los datos. Nicolás Franco cree que no tienen límite. Cuando visité a este experto en inteligencia artificial en su oficina de la consultora mrHouston, me confesó que él y su equipo habían tratado de calcular hasta las quinielas. "Por diversión", me dijo. El típico pasatiempo de físicos y matemáticos. Franco quería comprobar cómo de previsible es una quiniela, porque le fascinan los límites del azar. Llegaron a asegurarse los doce aciertos, pero a partir de ahí era imposible afinar más. Aunque este doctor en Físicas con 'summa cum laude' dice que, en realidad, lo que llamamos azar no es más que todo aquello de lo que no podemos recopilar datos... todavía: "Si contáramos con más información de cada equipo de fútbol, desde el estado de ánimo de cada jugador a cada fenómeno meteorológico de la jornada, podríamos afinar más". Todo es cuestión de la cantidad y la calidad de los datos de los que se disponga. El resto depende, claro, de lo imprevisible.

Las aparentes dotes adivinatorias del big data radican en la capacidad de analizar millones de datos disponibles que nunca en la historia de la humanidad habíamos tenido. Y eso ofrece enormes ventajas. Plantea también dilemas inquietantes si no entendemos cómo las máquinas toman esas decisiones por nosotros, ni cuándo están recopilando nuestros datos, ni cómo se encargan de filtrarlos. Solo hay que pensar en las apps en las que millones de mujeres registran cada mes cuándo les baja la regla para calcular su próximo ciclo. ¿Saben que muchos de esos calendarios digitales venden la información de sus días más fértiles a empresas que pagan por saber qué semanas son más vulnerables a según qué anuncios? Por eso, este no es un libro sobre el futuro, sino sobre el presente, porque las predicciones también lo transforman.

La inteligencia artificial no es un poder infalible, solo una herramienta más para hacernos la vida más fácil. Por eso, es el momento de preguntarse cómo funcionan todos estos algoritmos presuntamente predictivos y cuáles son sus límites. Las tecnologías asociadas al big data, igual que pueden salvar vidas anticipando el riesgo de inundaciones o el mejor tratamiento para un cáncer, también pueden estar anticipando erróneamente conductas futuras, como los sistemas de cálculo de reincidencia que utilizan en los juzgados estadounidenses para determinar quién merece y quién no la libertad condicional. Equivocarse en las predicciones influye en las decisiones que tomamos ahora.

Si nuestro rastro digital revela nuestros deseos y nuestros miedos, quien tenga acceso a esa información sabrá qué mensajes nos influyen más en cada momento

Aumenta la velocidad del cambio político, económico y social, y, sin embargo, nuestros pequeños gestos cotidianos están cada vez más monitorizados. Si nuestro rastro digital revela nuestros deseos y nuestros miedos, quien tenga acceso a esa información sabrá qué mensajes nos influyen más en cada momento, ya sea para vender un producto o una idea política. De las profecías que se cumplen a sí mismas ya hablaban los antiguos griegos mucho antes de que existiera la publicidad programática. Otorgamos a los números cada vez mayor poder. A las cifras, a diferencia de a las palabras, les confiamos el don de la objetividad, pero los algoritmos no son neutrales. ¿Hasta qué punto nos conocen los números realmente? Depende de la calidad, no solo de la cantidad, de la información. Si no, un robot que analizara estadísticamente el cuerpo de la gente podría llegar a la conclusión de que todos los humanos tenemos de media una teta y un testículo.


De menos a más
La inteligencia artificial ya está tratando de anticiparse a nuestros gustos y nuestros miedos; algunos sistemas prometen calcular hasta la esperanza de vida de cada uno. Predicen el riesgo de tener un accidente de tráfico, sufrir diabetes o un ataque al corazón. También calculan si una película puede ser o no un éxito en taquilla, y ya hay bancos que investigan si concederle o no un crédito a un cliente fijándose solo en las fotos en las que ha dado al "me gusta". Hay botellas de agua que mandan un mensaje al móvil cuando nos estamos deshidratando y pulseras que avisan a las aseguradoras de si llevamos o no una vida sana. Pero nada de esto logra reducir la perplejidad de estar viendo desde la ventana un mundo en profunda transformación.

No hace tanto que mucha de la información que ahora conocemos por anticipado parecía imposible de augurar. Pero todavía está lejos de resolver algunos de los mayores problemas a los que se enfrenta la humanidad. ¿Hasta dónde puede ayudarnos esta tecnología en las cosas realmente importantes de la vida? ¿Cuánto se podrá prever a medida que la capacidad de cálculo aumente? ¿Cuánto de lo que nos rodea seguirá siendo imprevisible?

En medio de esta carrera tecnológica empeñada en controlarlo todo, los algoritmos no anticiparon la llegada de la última pandemia, ¿o sí?

En medio de esta carrera tecnológica empeñada en controlarlo todo, los algoritmos no anticiparon la llegada de la última pandemia, ¿o sí? En el siguiente capítulo veremos por qué no ha sido necesariamente un problema tecnológico. Luego, el libro se dividirá en dos partes. En la primera, veremos ejemplos de cómo la tecnología nos está volviendo cada vez más previsibles. En la segunda, casos en los que difícilmente llegaremos a serlo. Aunque el mundo se transforma tan rápido que tal vez en breve haya que cambiar algún capítulo de sitio.

La primera parte empieza en la gruta de la Sibila de Cumas, cuando solo los dioses conocían nuestro destino, y llega hasta un laboratorio en el que un científico investiga si lo llevamos escrito en los genes. Si pudieran editarse los genomas de los hijos antes de tenerlos, ¿alteraría la ciencia la definición de quiénes somos? También hay algoritmos que prometen predecir qué profesión se le dará mejor a un niño en el futuro. ¿Hasta qué punto saberlo condicionará su vocación? Así empieza la segunda parte del libro, la que aborda lo que nos hace más imprevisibles, porque el futuro del empleo necesariamente lo será. Al menos, el humano. El rutinario, tarde o temprano, se robotizará.

Vamos a necesitar reaccionar constantemente a nuevos retos. Siempre nos estamos inventando maneras de hacernos la vida más fácil, que a su vez crearán nuevas necesidades que precisan de tecnologías que luego ocasionarán otros problemas que tendremos que resolver. Por eso, el futuro es imprevisible. Porque a diferencia de los sistemas informáticos, nosotros nunca nos conformamos con lo que tenemos.

Así que difícilmente los robots conquistarán la Tierra: carecen de ambición para hacerlo. Las máquinas no sienten deseo de poder, ni empatía, ni miedo. Tampoco tienen, como veremos, sentido común. Un niño de cinco años sabe más de cómo funciona el mundo que un superordenador capaz de detectar cien tipos de tumores. Así que no podemos esperar que las máquinas piensen o decidan por nosotros, solo son una herramienta. La responsabilidad moral de las decisiones ha de quedar siempre del lado de las personas.

Difícilmente los robots conquistarán la Tierra: carecen de ambición para hacerlo. Las máquinas no sienten deseo de poder, ni empatía, ni miedo

Un algoritmo no puede decidir qué es o no mejor, porque mejor y peor son conceptos humanos. Por eso es tan controvertido el uso que de ellos se está haciendo en juzgados y fronteras. ¿Estamos seguros de que están bien programados? ¿Conocemos sus límites? Como ya no vamos a poder vivir sin la inteligencia artificial, lo mejor será empezar a comprenderla.

Los datos nunca son objetivos. Si un sistema informático llega a alguna conclusión, alguien lo ha programado para ello. Y los algoritmos, como veremos, pueden ser una peligrosa fuente de discriminación. La inteligencia artificial reproduce sesgos que no entiende. Porque no es realmente inteligente. Hace cosas extraordinarias, pero no comprende por qué lo son. Eso no quiere decir que siempre debamos fiarnos más de la gente que de las máquinas. La estupidez humana, de la que hablaremos en el penúltimo capítulo, puede ser más peligrosa que la inteligencia artificial. Y, desde luego, resulta imprevisible.

Sin embargo, hay algo aún más difícil de prever que una idiotez: la risa. El humor es una de las cualidades más sofisticadas de la inteligencia. Tal vez sea lo más difícil, junto con el sentido común, que puede aspirar a aprender una máquina. Es la última frontera de la inteligencia artificial. Lo imprevisible es el viaje a todo lo que los algoritmos todavía no pueden controlar en la era del big data y a aquello que pueden, pero tal vez convenga replantearse si deben.

Cuanto más nos acostumbremos a estos incipientes sistemas que predicen nuestros gustos y anticipan peligros, más nos asustará y fascinará todo aquello que no podemos controlar. El problema central del futuro no va a ser los robots, sino qué significa ser humano. Y a medida que vayamos dejando más decisiones en manos de las máquinas, más importante será lo imprevisible.


*Marta García Aller es periodista y escritora. Escribe en El Confidencial y colabora en Onda Cero y La Sexta. 'Lo imprevisible' es su cuarto libro.


Muy interesante!!!!
 
El paria que esperaba a Godot
Con un episodio que no ocupa más de una página en las biografías de Beckett, Erika Tophoven reconstruye la vida del estafador Lembke y con ella la historia de la Europa de aquellos días




El dramaturgo irlandés Samuel Beckett, en 1964.


El dramaturgo irlandés Samuel Beckett, en 1964.AGENCIA MAGNUM




ENRIQUE VILA-MATAS
23 JUN 2020


Se trata de un episodio en la vida de Beckett que no ocupa más de una página en sus biografías. Finales de 1954, casi dos años después del estreno de Esperando a Godot. En esos días Beckett ha comenzado a descubrir que hay personas para las cuales su escritura tiene una especie de efecto obsesivo, como si sus textos fueran sagrados y contuvieran la clave de alguna especie de salvación. Un día, recibe una carta desde el penal de Lüttringhausen, en Alemania, donde un condenado por fraude, Karl Franz Lembke (firma “el prisionero”) le comunica que ha traducido Esperando a Godot al alemán y con gran éxito lo ha representado entre rejas ya quince veces. A Beckett le sorprende gratamente aquello, pero declina la invitación a Lüttringhausen, aunque en la posdata le dice cortésmente a Lembke que si en algún momento alguien de la cárcel viajara a París no dude en visitarle.

No pasa mucho tiempo y “el prisionero”, incumpliendo la libertad condicional, cruza la frontera y se presenta ante Roger Blin en el teatro de París donde representan Esperando a Godot. Llega helado de frío y muerto de hambre, así que Blin termina alojándolo en su casa, donde no tardará en descubrir que Lembke es un turbio noctámbulo pendenciero además de un hombre hábil para estafar a cualquiera. Cuando Blin comprende que no se irá nunca de la casa, pide auxilio a Beckett, que le sugiere que, tras comunicarle a Lembke que él no lo podrá recibir porque estará fuera de París por mucho tiempo, le dé dinero de sobras para que vuelva al penal. “El prisionero” acepta los francos y sale en busca, dice, del sol del sur de Francia (donde se perderá su pista).

La historia del hombre helado de frío habría podido ser un episodio más de la vida de Beckett de no haber sido por la extrema curiosidad de Erika Tophoven —traductora canónica de Beckett al alemán—, quien, décadas después de aquello y habiendo ya rebasado la edad de ochenta años, decidió averiguar quién estaba detrás de aquel destemplado Lembke y comenzó a descubrir una asombrosa trama de suplantaciones, estafas y alucinantes cambios de identidad en una larga fuga sin fin por toda Europa: unas historias que, para entendernos, superan en ingenio y arrojo a las de cualquier héroe de ficción de nuestro tiempo, como Jason Bourne por ejemplo.

La investigación llevó lejos a la gran Erika Tophoven, de sorpresa en sorpresa, y le permitió reconstruir en su brillante libro Godot entre rejas (Hurtado & Ortega, traducción de Juan de Sola) la tortuosa vida del estafador y con ella la historia de la Europa de aquellos días. La muy minuciosa investigación de Erika Tophoven guarda ciertas afinidades con las laberínticas indagaciones de Modiano en Dora Bruder, ó de Martínez de Pisón en Filek, y va reencontrando con gracia el clima de impostura general que dominó aquella época tan sombría de Europa, lo que a la larga nos permite comprender por qué en realidad dónde mejor podía vivir oculto el estafador Lembke era en un escenario, entre rejas y bambalinas, disfrazado de paria que esperaba a Godot.



Erika Tophoven. El estafador y sus disfraces, por Óscar Brox - Détour
 
LIBROS
Chéjov, un genio que nació pobre y murió joven: "No se pone hielo en un corazón vacío"
La editorial Gatopardo reedita la biografía que Irène Némirovsky dedicó al dramaturgo, publicada póstumamente cuatro años después de la muerte de ésta en Auschwitz



Foto: Retrato de Chéjov de Osip Braz, en 1898.


Retrato de Chéjov de Osip Braz, en 1898.


AUTOR
MARTA MEDINA
Contacta al autor
@MartaMedinadelV
25/06/2020



Justo antes de morir de tuberculosis a los 44 años, Antón Chéjov tomó una copa de champán y le dijo a su mujer, la actriz alemana Olga Knipper, "Ich sterbe" –es decir, "me muero" en alemán–. Cuando Knipper fue a colocarle hielo en el pecho para bajarle la fiebre, Chéjov se lo impidió aduciendo que "no se pone hielo en un corazón vacío". Y así, la calurosa noche del 15 de julio de 1904 murió, prematura y dramáticamente, como no cabía de otra manera, uno de los escritores y dramaturgos rusos más populares del momento e importantes de la literatura universal. Así lo cuenta Irène Némirovsky, otro de los nombres ineludibles del santoral literario soviético –nació en Kiev, actual Ucrania, un año antes de la muerte del autor de 'La gaviota'–, en la biografía 'La vida de Chéjov' (1946), publicada cuatro años después de su muerte por tifus en el campo de concentración de Auschwitz. La editorial Gatopardo tenía previsto lanzar una reedición este próximo 29 de junio, pero un problema con los derechos, en posesión de la editorial Salamandra, ha obligado a los primeros a retirar la tirada.

Una muerte joven y una vida dura y casi siempre estrangulada por las carencias afectivas y económicas. Resulta sorprendente que la creatividad y la sensibilidad puedan crecer en terrenos pedregosos como fue la infancia de Chéjov. Taganrog, a orillas del mar de Azov, al sur de Rusia, no parece el mejor lugar para crecer bajo la vara firme del zar Alejandro III, y la indiferencia de unos vecinos que ven raptar a una mujer en sus calles para llevarla a un harén turco y ni pestañean, como relata Nemiróvsky. La familia Chéjov vivía en los límites de esta pequeña ciudad portuaria venida a menos, en una "casucha que parecía inclinada hacia un lado, encogida y cansada como una anciana", en la que "el agua era un bien escaso y preciado". La pluma de Némirovsky regala descripciones sugerentes y divertidas, para arrojar una alegría infantil a los primeros y lóbregos años del futuro escritor.

Al conocer el relato de su infancia no es difícil entender el lugar de inspiración de 'Tío Vania'. Niños melancólicos y solitarios que no desesperan a pesar del abandono y la miseria en un país que todavía permitía la servidumbre de nacimiento. Es más, el abuelo de Chéjov, Egor Chej, nació siervo y compró su libertad y la de sus cuatro hijos con los ahorros de su vida: 700 rublos por cabeza. A la quinta hija no la pudo comprar por falta de dinero, cuenta Némirovsky, pero el señor tuvo a bien –irónica, la escritora– regalarla "como quien añade una manzana más al que le compra una docena". Dicen que un hombre siervo apaleado tiende a apalear cuando tiene la oportunidad, y así describe la autora de 'El baile' al padre de Chéjov, Pavel Egorovich, comerciante de tercer grado, que es lo máximo a lo que podía aspirar entonces el hijo de un siervo que, además de pobre de solemnidad –estuvo a punto de ir a la cárcel por deudas–, era devoto ortodoxo. Devotísimo, en realidad. "Pese a su pobreza y tacañería, nunca escatimaba en incienso: auténticas nubes se elevaban y llenaban las habitaciones, llegando incluso a neutralizar el olor a col agria que procedía de la cocina".

El abuelo de Chéjov compró su libertad y la de sus cuatro hijos a 700 rublos por cabeza. Para la hija se quedó sin dinero, pero su señor tuvo a bien regalársela


De la madre de Chéjov, Yevguéniya Yákovlevna, poco cuenta Némirovsky, más allá de que era hija de comerciantes, de que atravesó toda Rusia en busca de la tumba de su padre, y de que era "una mujer delgada, de rasgos finos, tierna y tranquila". Si existen dos tipos de escritores, los de familia aristocrática acunados por los lomos de la biblioteca familiar, y los que hicieron callo en los dedos a base de golpes de regla, Chéjov fue, sin duda, de los segundos. Primero porque acudió a un institutio griego en el que ni siquiera hablaba el idioma en el que se impartían las clases –aparte de que los profesores aceptaban víno, tabaco y aceite como cohechos para abrobar a los alumnos–, y después porque, una vez en el instituto, siguió sin ser una alumno ya no brillante, sino ni siquiera mediocre.

Pero, con trece años, surgió el amor. Entonces, "Antón vio por primera vez un escenario y unos decorados". En épocas imperiales el teatro significaba subversión e inmoralidad y Chéjov acudió por primera vez como acto de rebeldía. "A los quince años, Antón se metía entre bambalinas y hablaba con los actores. De vuelta en casa, Antón no podía apartar de su mente los recuerdos de la velada; intentaba revivirlos con lecturas precoces y desordenadas, aunque su verdadera pasión era el teatro. Escribía tragedias y farsas y, haciendo él mismo de actor, junto a Alexánder y Nikolái, o compañeros del instituto, formó una compañía de aficionados. Le gustaba maquillarse, disfrazarse, dibujar al carbón un bigote en su cara, engañar a la gente".

Chéjov quiso ser médico porque la literatura era un trabajo para "muertos de hambre"

Después de sufrir una peritonitis, el niño Chéjov decidió estudiar Medicina. Y huyendo del hambre y de los golpes, se trasladó a Moscú. El teatro seguía en sus pensamientos, pero en su familia consideraban, con razón y como ahora, que la escritura era un trabajo de "muertos de hambre". Con sus hermanos había levantado obras teatrales que representaban en graneros o casas de amigos y fundado un periódico llamado 'El Tartamudo', pero si no quería seguir los pasos de su padre la mejor perspectiva era la carrera médica. "¡Esto estaba bien para un joven señor como Pushkin, o para un Lérmontov, adulado desde la infancia! Pero el hijo de tenderos Antón Chejov era menos soberbio".

"Va pobremente vestido, con un traje que le queda estrecho y apenas puede abrocharse, y lleva un ridículo sombrero demasiado pequeño", escribe Némirovsky sobre la llegada de Chéjov a Moscú. Pero, de vuelta en Taganrog, la situación no era mejor: sus padres y sus hermanos vivían en los bajos de una iglesia y, como en 'Parásitos de Bong Joon-ho, desde la ventana sólo veían el asfalto y los pies de los transeúntes. "Nuestra economía va muy mal…. nos hemos comido todo el dinero. Le hemos pedido prestado 10 rublos a Misha Chéjov [era un primo que vivía en Moscú], pero también nos lo hemos gastado… Ninguna novedad, la misma historia de siempre. No queda nada para empeñar", le escribe uno de sus hermanos.

Chéjov decide abandonar la influencia de Tólstoi, a quien siempre seguirá considerando, con un epíteto muy folclórico, como "el más grande"


Pero, poco a poco, Chéjov consigue abrirse camino con sus cuentos publicados en tal o cual periódico de la capital, mientras trabaja como médico. Escribe rápido y escribe por dinero. "Quería ganar lo suficiente para comer y llevar una vida ordenada y limpia". Curiosamente, afirma Némirovsky que el hasta entonces cuentista –quien firmaba como Antosha Chejonté– no tenía mucha fe en sí mismo ni en su talento. Se amoldaba a los gustos de la gente sin una voz particularmente propia: "entre el gran público, el nombre de Chéjov significaba ante todo el autor de relatos divertidos; la gente aún no se había acostumbrado al tono tierno y serio que se convirtió en el suyo característico a partir de 1888-1889". Pero la rusa considera un momento clave de su obra literaria el instante que Chéjov decide abandonar la influencia de Tólstoi, a quien siempre seguirá considerando, con un epíteto muy folclórico, como "el más grande". Deja de idealizar al pueblo y opta por un realismo sin marcado carácter moralista, que era lo que se estilaba en su momento. Como médico, tampoco "puede despreciar la ciencia y el progreso como sí hizo Tolstoi".

A pesar de sus primeros relatos divertidos, Chéjov no parece que fuera un hombre risueño. El autor de 'Ivanov' –que fue un fracaso en su estreno–, 'Tres hermanas' y 'el jardín de los cerezos' –su última obra, escrita el año de su muerte– no llegó a disfrutar de la fama y la comodidad económica que consiguió en sus últimos años de vida. Siempre huyendo de la miseria y el abandono, cuando en la adultez encontro el éxito y el amor –aunque la relación con Knipper fue muy tortuosa–, no dejó de sumirse en la amargura que destilan muchas de sus obras. "Me atiborran a cenas, me dedican espantosos ditirambos y, al mismo tiempo, están dispuestos a devorarme. ¿Por qué? Sólo el diablo lo sabe. Si me pegara un tiro, les produciría un gran placer a nueve de cada diez amigos y admiradores míos". La vida de Chéjov, según Némirovsky, fue una combinación agridulce de gloria y desencanto. Como cualquier buen cuento ruso.





A Life of Chekhov by Irène Némirovsky
 
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