Libros, libros, libros

APUESTAS PARA UN AÑO CULTURAL (I)
Libros de 2018 con un pie en la calle
Vargas Llosa, Murakami, Muñoz Molina, Aramburu o Poniatowska regresan en un ejercicio marcado por el recuerdo de Mayo del 68 y la revisión de las ideas de la Escuela de Fráncfort

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En el Bulevar Saint Germain de París un policía devueve un adoquín a los estudiantes durante el Mayo del 68 francés. GOKSIN SIPAHIOGLU SIPA


JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS
Madrid 3 ENE 2018 - 08:43 CET
Si 2017 terminó conmemorando los cien años de una revolución —la soviética—, 2018 empieza recordando los cincuenta de una revuelta —la del 68—. Aunque París sigue siendo el principal depósito de imágenes y eslóganes, California, Praga y México también tuvieron su protagonismo. “Donde había comunismo la gente se rebeló contra el comunismo; donde había capitalismo, se rebeló contra él”, dice el periodista Mark Kurlansky en 1968. El año que conmocionó al mundo(Destino).

El fin de la guerra y la plaga que resultó aún más mortal
Medio siglo después de lanzado el primer adoquín sabemos cuál de los dos —comunismo y capitalismo— sigue en pie. Para recordar aquellos días en que ser realista era pedir lo imposible, ya van tomando la mesa de novedades de las librerías textos clásicos como el situacionista y colectivo De la miseria en el medio estudiantil (Pepitas de Calabaza) o Mayo del 68. Por la subversión permanente (Taurus), del filósofo fallecido hace un par de años André Glucksmann, que se reedita en marzo con un prólogo de Raphaël, hijo del filósofo francés y treintañero de la misma generación que Ramón González Férriz, que publica 1968. El nacimiento de un mundo nuevo (Debate).

De los que fueron jóvenes en el famoso mayo, el periodista Joaquín Estefanía lanza Revoluciones. Cincuenta años de rebeldía (1968-2018) (Galaxia Gutenberg), donde analiza cómo ha funcionado desde entonces la tensión entre socialdemócratas y conservadores.



LAS IDEAS DE VARGAS LLOSA | De Edmund Wilson a Aron

Si hay un escritor entre los grandes que haya sido protagonista de la tensión ideológica entre izquierda y derecha, ese es Mario Vargas Llosa, que pasó de ser un lector devoto de Sartre fascinado con la revolución cubana a convertirse en uno de sus grandes críticos. De todo eso habla en La llamada de la tribu(Alfaguara), una suerte de autobiografía intelectual que se publica en marzo. El Nobel peruano llevaba años con la intención de emular —desde la orilla del liberalismo— uno de sus libros favoritos, Hacia la estación de Finlandia, el ensayo de 1940 en el que Edmund Wilson trazó la genealogía socialista que lleva de los revolucionarios franceses a los rusos. Si Wilson se ocupó de autores como Michellet, Marx o Lenin, Vargas Llosa se ocupa de Adam Smith, Karl Popper o Raymond Aron. Este último fue, recuerda el autor de La civilización del espectáculo, uno de los pocos intelectuales parisinos que se pronunció contra la revuelta del 68 por considerarla “no una revolución sino su caricatura, una comedia bufa de la que no iba a resultar transformación alguna en la sociedad francesa y sí, en cambio, la destrucción de la universidad y de los progresos económicos que estaba haciendo Francia”.

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PARÍS, FRÁNCFORT | Una correspondencia dura
Walter Benjamin, que rastreó las huellas de la modernidad en las calles del París, afirmó que a la estetización de la política promovida por el fascismo respondía el comunismo con la politización del arte. El filósofo alemán que se suicidó en Port Bou lleva años siendo un continuo productor de traducciones: ya se trate de sus Obras completas en la editorial Abada, de La tarea del crítico en Eterna cadencia o del emblemático ensayo La obra de arte en la era de su reproducibilidad técnicacon el que se estrena el sello La Moderna.

Este febrero será además, junto a sus colegas Adorno y Horkheimer, uno de los protagonistas de El gran hotel abismo (Turner), de Stuart Jeffries , una biografía coral de la Escuela de Fráncfort. En la misma órbita, Trotta publicará la correspondencia cruzada entre dos íntimos de Benjamin, Hannah Arendt y Gershom Scholem. Ambos mantuvieron en los años sesenta un debate epistolar, duro pero de gran altura, en torno a Eichmann en Jerusalén, la crónica del juicio al jerarca nazi publicada por Arendt. Temas de discusión: el papel de los dirigentes judíos en las deportaciones y el concepto de banalidad del mal. Tan solo un “eslogan”, dice Scholem. Si uno de los grandes pensadores alemanes vivos es un miembro de la segunda generación de la Escuela de Fráncfort —Jürgen Habermas—, otro de los grandes es Peter Sloterdijk, que publica en Siruela una reflexión sobre el futuro de la naturaleza —todo un filón editorial con huida al campo incluida— titulada ¿Qué sucedió en el siglo XX?

EL ROBINSON URBANO | Paseo por las ciudades

“¿En cuántos hoteles de París vivieron Charles Baudelaire y Walter Benjamin?”, se pregunta Antonio Muñoz Molina en Un andar solitario entre la gente (Seix Barral), un libro que llega a las librerías el 13 de febrero. Los dos autores citados son, junto a Edgar A. Poe, James Joyce y decenas de ciudadanos anónimos, los protagonistas de una obra que da cuenta del pulso de las ciudades registrando conversaciones, titulares de prensa y anuncios publicitarios. Algunos dan lugar a las historias y reflexiones que pueblan el libro; otros, a los collages que lo ilustran, obra del propio Muñoz Molina. El autor de Beatus Ille se estrenó en la literatura en 1984 pero no con una novela sino con una recopilación de textos periodísticos titulados, no por casualidad, El Robinson urbano.

PENSAR Y CONTAR | Narrar, reflexionar

Vargas Llosa y Muñoz Molina no son los únicos novelistas que en 2018 mezclarán narración y reflexión. Con Patria vendiéndose aún a velocidad de crucero, Fernando Aramburu publica Autorretrato sin mí (Tusquets), un libro a medio camino entre la memoria personal y la “prosa poética”.

Mientras, Andrés Ibáñez hará lo propio con Construir un alma (Galaxia Gutenberg), un “manual de meditación para el siglo XXI”, y Lina Meruane con Contra los hijos (Literatura Random House), un título que lo dice todo. En el terreno del ensayo literario Juan Gabriel Vásquez analiza el “arte de la novela” en Viajes con un mapa en blanco (Alfaguara). En 2007, Vásquez fue uno de los incluidos en la clarividente selección Bogotá 39 dedicada a señalar a los mejores escritores latinoamericanos menores de 40 años. Renovada la nómina diez años después, Galaxia Gutenberg publica este mes una antología con los nuevos autores de la lista bogotana, pieza fundamental en el canon del futuro. Capítulo aparte merece Las indómitas (Seix Barral), un repaso a la vida de un puñado de mujeres indomables —de Rosario Castellanos a Josefina Bórquez— firmada por Elena Poniatowska, autora por cierto de una de las grandes crónicas del 68 mexicano: La noche de Tlatelolco.

FICCIÓN PURA | Vuelta a la novela

Desde el punto de vista de la ficción pura —si es que existe algo parecido—, 2018 será el año de la vuelta a la novela de autores como Juan José Millás —que regresa a Alfaguara con Que nadie duerma—, Ricardo Menéndez Salmón —Homo Lubitz (Seix Barral)—, Mariana Enríquez —Éste es el mar (Literatura Random House)—, Álvaro Enrigue —El libro de Gerónimo (Anagrama)— o Andrés Neuman, que publica su esperadísima novela Fractura (Alfaguara) al tiempo que reedita los cuentos de Hacerse el muerto (Páginas de Espuma). A ese género, el breve, pertenece también la recopilación de los Cuentos completos (Renacimiento) de Luisa Carnés, uno de los grandes rescates de los últimos tiempos gracias a las recuperaciones de su novela Tea rooms (Hoja de lata, 2016) y de sus memorias: De Barcelona a la Bretaña francesa (Renacimiento, 2014).

Otra maestra del cuento, pero viva, es la estadounidense Edith Pearlman, que triunfó el año pasado con Miel del desierto (AdN) y ahora salta a Anagrama con Visión binocular.

EL DON JUAN DE MURAKAMI | Esperando el Nobel

Dentro de la narrativa traducida, una de las novedades más esperadas del curso será Matar al comendador (Tusquets), la novela de Haruki Murakami inspirada en el Don Giovanni de Mozart cuyo lanzamiento en Japón hace ahora un año contó con una tirada de 1,3 millones de ejemplares. En español saldrá en otoño, no lejos del anuncio del Nobel, ese premio que se le resiste a él tanto como a otra fija en las quinielas: la irlandesa Edna O'Brien, que este año publica sus memorias —en Errata Naturae— y una antología de sus cuentos —en Lumen—.

Otros dos habituales en las apuestas del Parnaso sueco tienen también novela nueva: Amos Oz —Queridos fanáticos (Siruela)— y John Le Carré —El legado de los espías (Planeta)—. Tal vez a Murakami le anime saber que en aquel tumultuoso 1968 el premio gordo de las letras mundiales lo ganó Kawabata, compatriota suyo.

AÑOS AZULES | Y un poco de poesía

En cuando a la poesía, ese género con mala salud de hierro, 2018 asistirá al nacimiento de una colección de versos dentro de la editorial Alba que, dirigida por el novelista Gonzalo Torné, se estrena con la Poesía completa de Emily Brontë en su bicentenario y con una Antología de poetas españolas que incluye, entre otras, a Santa Teresa, María Gertrudis Hore, Pilar de Valderrama o Carmen Conde. Al mismo tiempo, la editorial Visor alcanzará el número 1.000 de su colección poética y lo celebrará con un volumen colectivo para el que un buen puñado de autores escribirá un poema que incluya los célebres versos finales de Machado: "Estos días azules y este sol de la infancia”.

https://elpais.com/cultura/2018/01/01/actualidad/1514817869_676129.html
 
Céline o el dilema de los libros malditos: ¿publicar o no su llamada a masacrar judíos?

Hace unos días Gallimard anunció que suspendía la publicación en Francia de 'Bagatelas para una masacre, el virulento manifiesto antisemita del célebre escritor colaboracionista
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Céline

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JORDI COROMINAS I JULIÁN
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16.01.2018 – 05:00 H.

Empecemos por lo virtual. En marzo del año pasado quien escribe este artículo compró en Amazon 'Bagatelas para una masacre', panfleto antisemita de Louis-Ferdinand Céline que, hasta unos días antes, era imposible de adquirir en papel. El libro está editado por Omnia Veritas, sello que en su página web no especifica su origen geográfico. Sus ediciones están desprovistas del año de impresión y sólo especifican el momento en que se publicaron los textos que recuperan, desde 'La escuela de los cadáveres' hasta 'Las bellas banderas', obras que junto a 'Bagatelles' configuran una trilogía fulminante, un alegato de odio racial que vio la luz en la nada idílica Francia de los años treinta.

Vayamos a la realidad. Es fácil pasear por los quais de París y hallar bouquins especializados en el autor de 'Viaje al fin de la noche', novela de culto que supuso la irrupción del médico Destouches en el firmamento literario del Hexágono. La fascinación que genera es una mezcla de su indudable talento narrativo y el morbo enfermizo que produce su personalidad en un país que aún no ha restañado todas las heridas del infausto período de entreguerras y la posterior ocupación alemana.

En las últimas semanas del Procés, en nuestro octubre caliente, asomó en el nuevo léxico de la época la palabra colaboracionista. Céline lo fue con mayúsculas, sin esconderse y anticipándose con sus textos antisemitas. Tras el éxito de 'Viaje al fin de la noche' y 'Muerte a crédito', publicadas en primera instancia por Denoël en 1932 y 1936, se quitó la máscara y tomó parte en la polarización política del momento. El paraíso de igualdad, libertad y fraternidad se resquebrajaba. El seis de febrero de 1934 la extrema derecha se manifestó en París con un saldo de 37 muertos en lo que se consideró un claro intento de golpe de Estado. Dos años después El Frente Popular de Léon Blum se hacía con el poder.



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Primera edición de 'Bagatelas para una masacre'


Era ese instante crucial en que Europa se debatía entre las democracias y los totalitarismos. Céline se decantó por los segundos y adoptó su discurso más furibundo, como demuestran algunas de las frases de sus libelos contra los hebreos, como aquella en la que define a los hijos de Israel como monstruos, híbridos, lobos cazadores que deben desaparecer, añadiendo que nunca han sido perseguidos por los arios al destruirse ellos mismos.

Durante la ocupación nazi Céline continuó con su talante incómodo. Cuando visitó la exposición 'Francia y el judío' criticó a los organizadores por no incluir sus panfletos en la misma. 'Las bellas banderas' fue censurado en Vichy al criticar el régimen del Mariscal Pétain, antiguo héroe de la Gran Guerra. Su radicalismo era tan feroz que, a principios de 1944, durante una recepción en la embajada alemana, dijo sin inmutarse que Hitler había sido reemplazado por un doble judío, pues de otro modo era imposible entender la debacle de la Wehrmacht en todos los frentes.

Cuando el desastre alcanzó las costas galas escapó y permaneció durante unos meses en esa fantasmagoría del castillo de Sigmaringen, donde los nazis hospedaron a un gobierno colaboracionista en el exilio, hasta que recibió el visado para recalar en Dinamarca. Permaneció en el país escandinavo hasta abril de 1951, cuando fue amnistiado. Falleció diez años después en Meudon, envuelto de un aura maldita clave para entender cómo su aura aún es fuente de innombrables quebraderos de cabeza.

La polémica actual
Su fallecimiento coincidió con el de Hemingway y a su entierro asistieron treinta incondicionales y un periodista judío. Su bilis contra este pueblo podría explicarse a partir del abandono de Elisabeth Craig, su gran amor, por un hijo de inmigrantes judíos rusos. Más allá de suposiciones lo cierto es que hará poco más de un mes, tras el nihil obstat de la viuda del escritor, la todopoderosa Gallimard anunció a bombo y platillo la recuperación de los tres panfletos antisemitas y otros textos del mismo talante en una edición crítica que alejaría viejos fantasmas y permitiría que el lector tuviera a su alcance todos los resortes para comprender motivos y contexto de tan infames palabras.

Gallimard anunció a bombo y platillo la recuperación del panfleto antisemita en una edición crítica que alejaría viejos fantasmas

as reacciones fueron instantáneas y nadie, algo habitual en este principio de siglo XXI, reparó en que había un ejemplo reciente que podía servir para justificar más aún la publicación. En diciembre de 2015, tras siete decenios de veto, el Estado libre de Baviera recuperó 'Mein Kampf', dotándolo de un importante aparato crítico. Tres meses después de su salida era el libro más vendido en toda Alemania y no creemos que el auge de la nueva Extrema Derecha germánica esté relacionado con esas páginas que el futuro dictador escribió durante su estancia en prisión a lo largo de 1924, sino más bien con la división que ha provocado en la primera potencia europea la masiva llegada de refugiados por obra y gracia de la Canciller Angela Merkel, en lo que debería ser un ejemplo para los demás miembros de la Unión.

Pero el pasado cuenta y se funde con el presente. A lo largo de la última década los gobiernos del Hexágono han dado pasos para disipar cualquier duda sobre la colaboración francesa con los ocupantes. Los discursos de Nicolas Sarkozy quedaron en agua de borrajas tras la deportación de gitanos de 2010. Dos años más tarde François Hollande reconoció la responsabilidad del país en los crímenes nazis y ahora Emmanuel Macron insta a sus compatriotas a afrontar el pasado colaboracionista. Sin embargo, lo más probable es que la concesión del Nobel a Patrick Modiano en 2014 haya hecho más para la comprensión de esa pesadilla que todas las proclamas de los Presidentes. Desde su trilogía inaugural, con la explosiva 'La place de l’étoile', el paseante de París ha cimentado un mensaje que alcanzó su cénit con 'Dora Bruder', novela en la que a partir de la historia de una joven deportada al campo de concentración de Auschwitz recoge la trágica historia del Vel d’Hiv y el hacinamiento en esa instalación deportiva de millares de hebreos antes de su final destino hacia la muerte.

Este pasado jueves 11 de enero Gallimard anunció que suspendía la publicación "en nombre de mi libertad de editor y de mi sensibilidad a mi época, suspendo este proyecto, al juzgar que las condiciones metodológicas y memoriales no están reunidas para abordarlo serenamente". Puede que en la decisión haya pesado, además del rechazo taxativo de las Instituciones Judías, el recuerdo del atentado en el supermercado kósher el viernes 9 de enero de 2015 que terminó con 4 rehenes muertos a manos de Amedie Coullibally, próximo a los hermanos Kouachi, perpetradores de la masacre de Charlie Hebdo el día anterior.

Puede que esa herida se una al miedo perpetuo que padecemos ante una sociedad abocada por completo a un orden políticamente correcto

Puede que esa herida se una al miedo perpetuo que padecemos ante una sociedad abocada por completo a un orden políticamente correcto que se enciende por polémicas de quita y pon, perjuicios en forma de suspiro que agitan el panorama hasta el nacimiento de otro escándalo. Puede que sin la publicación de esta edición crítica pierda la libertad de expresión. Salvo en las dictaduras, donde como precisaba Juan Goytisolo son objetos que causan terror en los gobernantes, los libros se han vuelto inofensivos. Quizá estamos en una sin nombre y la única esperanza es el temor a las palabras por mucho que nadie las lea y nuestro zeitgeist se envuelva en una fachada que siempre tiene menos contenido. Si tuviéramos el libro disponible en una edición razonada adquiriríamos armas para combatir su virus.

https://www.elconfidencial.com/cult...agataelas-para-una-masacre-gallimard_1506118/
 
PREPUBLICACIÓN
'El legado de los espías'
    • JOHN LE CARRÉ
  • 31 DIC. 2017 04:49
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TERRY O'NEILL / GETTY IMAGES



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La nueva novela de John Le Carré se publicará a partir del día 9 en la editorial Planeta

John Le Carré vuelve al Berlín del muro

Lo que sigue es una relación verídica -la mejor que puedo ofrecer- de mi participación en la operación británica de desinformación, de nombre en clave Carambola, organizada a finales de los años 50 y comienzos de los 60 contra el servicio de inteligencia de Alemania Oriental (Stasi), y que tuvo como resultado la muerte del mejor agente secreto británico con el que he trabajado y de la mujer inocente por la que dio su vida..

Un funcionario profesional de los servicios de inteligencia no es más inmune a los sentimientos que el resto de la humanidad. Lo importante para él es la medida en que puede suprimirlos, ya sea en tiempo real o, como en mi caso, cincuenta años después. Hasta hace un par de meses, mientras yacía por la noche en la apartada granja bretona donde vivo, oyendo los mugidos de las vacas y el parloteo de las gallinas, solía enfrentarme con resuelta determinación a las voces acusadoras que de tanto en tanto intentaban perturbar mi sueño. Era demasiado joven -protestaba yo-, demasiado inocente, demasiado ingenuo, demasiado novato. Si queréis cortar cabezas -les decía a las voces-, buscad a los grandes maestros del engaño: a George Smiley y a su jefe, Control. Su refinado ingenio -insistía-, sus tortuosos y cultivados intelectos, y no el mío, fueron la clave del triunfo y de la angustia que fue la operación Carambola. Sólo ahora, cuando el Servicio al que dediqué los mejores años de mi vida me ha pedido cuentas, me veo obligado -a mi edad y con absoluto desconcierto- a dejar constancia cueste lo que cueste de todos los aspectos de mi participación en el asunto, con sus luces y sus sombras.

El modo en que me reclutaron los servicios secretos de inteligencia -el Circus, como solíamos llamarlo los jóvenes entusiastas en aquellos tiempos supuestamente más felices en que nuestra sede no se encontraba en una grotesca fortaleza a orillas del Támesis, sino en un pomposo cúmulo victoriano de ladrillos rojos, construido sobre la curva del Cambridge Circus- sigue siendo un misterio tan profundo para mí como las circunstancias de mi nacimiento, sobre todo si tenemos en cuenta que los dos acontecimientos son inseparables.

Mi padre, a quien apenas recuerdo haber tratado, era según mi madre el hijo derrochador de una acaudalada familia anglofrancesa de las Midlands, un hombre de apetitos desenfrenados, con una herencia en rápida desintegración y un amor por Francia que lo redimía de otros defectos. En el verano de 1930, tomaba las aguas en el balneario de Saint-Malo, en la costa norte de Bretaña, donde frecuentaba casinos y maisons closes y causaba en general una gran impresión. Mi madre, única descendiente de una antigua estirpe de granjeros bretones, tenía por entonces 20 años y se encontraba casualmente en la misma localidad, haciendo de dama de honor en la boda de una amiga, hija de un rico subastador de ganado. O al menos eso me contó. No dispongo de otras fuentes y sé que mi madre no habría dudado en adornar un poco la realidad de haber tenido los hechos en su contra, por lo que no me sorprendería que hubiera acudido a Saint-Malo por motivos menos inocentes.

Según su versión, una vez finalizada la ceremonia de laboda, otra dama de honor y ella se escaparon de la recepción tras haber bebido un par de copas de champán y, vestidas aún de fiesta, salieron a dar un paseo por el frecuentado bulevar, por donde también paseaba mi padre. Mi madre era preciosa y un poco ligera de cascos, y su amiga no tanto. El resultado fue un romance vertiginoso. Mi madre hablaba con comprensible vaguedad de la rapidez con que se desarrolló el idilio. Hubo que organizar una segunda boda a toda prisa, y yo fui el producto. Parece ser que mi padre no era muy proclive a la vida en familia, e incluso en los primeros años de matrimonio se las arregló para estar más ausente que presente.

Entonces la historia dio un giro heroico. La guerra, como bien sabemos, lo cambia todo, y en un abrir y cerrar de ojos también cambió a mi padre. Cuando aún no habían acabado de declararla, él ya estaba llamando a la puerta del Ministerio de Guerra británico, dispuesto a ofrecer sus servicios a quien los quisiera. Su misión, según mi madre, era acudir al rescate de Francia. Puede que también quisiera huir de las obligaciones familiares, pero decirlo habría sido una herejía que nunca me permití formular en presencia de mi madre. Los británicos acababan de crear una nueva Dirección de Operaciones Especiales, que recibió de Winston Churchill el famoso encargo de «incendiar Europa». Las localidades costeras del suroeste de Bretaña eran un hervidero de actividad submarina alemana, y nuestro pueblo de Lorient, antigua base naval francesa, era el punto más caliente de todos. Mi padre se lanzó cinco veces en paracaídas sobre las llanuras bretonas, se alió con todos los grupos dela Resistencia que encontró, sembró el caos y la confusión, y conoció una muerte espantosa en la cárcel de Rennes a manos de la Gestapo, dando así un ejemplo de sacrificada devoción que ningún hijo podrá igualar jamás. Su otro legado fue una injustificada confianza en los colegios británicos más selectos, por lo que, a pesar de su desastrosa experiencia en uno de esos internados, me vi obligado a sufrir elmismo destino.

Mis primeros años de vida habían transcurrido en el paraíso. Mi madre cocinaba y charlaba, mi abuelo era severo pero amable, y la granja era próspera. En casa hablábamos bretón. En la escuela católica del pueblo, una monja joven y guapa que durante seis meses había sido au pair en Huddersfield me enseñó los rudimentos de la lengua inglesa y, por decreto nacional, también del francés. Durante las vacaciones escolares, corría descalzo por los campos y los acantilados en torno a nuestra granja, recogía alforfón para las crep de mi madre, cuidaba a una vieja cerda llamada Fadette y jugaba con salvaje entusiasmo con los niños del pueblo.

El futuro no significaba nada para mí hasta que me alcanzó.

En Dover, una oronda señora apellidada Murphy, prima de mi difunto padre, me separó de la mano de mi madre y me llevó a su casa en Ealing. Yo tenía ocho años. Por la ventana del tren vi mis primeros globos de defensa antiaérea. A la hora de la cena, el señor Murphy dijo que todo acabaría al cabo de un par de meses, y la señora Murphy replicó que no estaba tan segura, hablando lentamente y de manera repetitiva para que yo la entendiera. Al día siguiente, la señora Murphy me llevó a Selfridges a comprar el uniforme del colegio y guardó con cuidado todas las facturas. Un día después, me despidió llorando en el andén de la estación de Paddington, mientras yo la saludaba agitando mi gorra nueva de colegial.

El deseo de mi padre de convertirme en un niño inglés no requiere demasiadas explicaciones. Había una guerra. Los colegios tenían que arreglarse con lo que tenían. Dejé de ser Pierre y me convertí en Peter. Mis compañeros se burlaban de mi inglés defectuoso, y mis atribulados profesores, de mi francés con acento bretón. Nuestro pueblecito de Les Deux Églises -me informaron casi de pasada- había sido ocupado por los alemanes. Las cartas de mi madre me llegaban, cuando llegaban, en sobres marrones franqueados en Londres con sellos británicos. Solamente muchos años después comprendí que habían tenido que pasar por muchas manos valientes antes de llegar a las mías. Las vacaciones eran una borrosa sucesión de campamentos infantiles y padres subrogados. El colegio de ladrillo rojo se convirtió en internado de granito gris, pero el menú siguió siendo el mismo: la misma margarina, las mismas homilías sobre patriotismo e imperio, la misma violencia arbitraria, la misma despreocupada crueldad y el mismo impulso sexual sin atender ni apaciguar. Una tarde de primavera de 1944, poco antes de los desembarcos del Día D, el director me llamó a su despacho, me informó de que mi padre había caído en combate y me dijo que debía sentirme orgulloso. Por razones de seguridad, no podía ofrecerme más detalles.

Yo tenía 16 años cuando al final de un segundo semestre particularmente tedioso volví a Bretaña, ya en tiempos de paz, convertido en un inglés inadaptado que aún no había crecido del todo. Mi abuelo había muerto. Una nueva pareja, un tal monsieur Émile, compartía la cama de mi madre. No me cayó bien. Les habían regalado a los alemanes la mitad de Fadette y a la Resistencia la otra mitad. Para huir de las contradicciones de mi infancia, e impulsado tal vez por cierto sentido de la obligación filial, me metí de polizón en un tren con destino a Marsella e intenté alistarme en la Legión Extranjera, añadiendo un año a mi edad. Mi quijotesca aventura acabó abruptamente cuando la Legión, contra todo pronóstico, aceptó las alegaciones de mi madre en el sentido de que yo no era extranjero, sino francés, y me envió de vuelta a mi cautiverio, que esta vez se desarrollaría en el elegante suburbio londinense de Shoreditch, donde Markus, un improbable hermanastro de mi padre, propietario de una empresa importadora de pieles y alfombras de la Unión Soviética -que él siempre llamaba Rusia-, se había ofrecido para enseñarme el negocio.

El tío Markus es otro de los misterios sin resolver de mi vida. Hasta hoy mismo no sé si quienes más adelante serían mis jefes inspiraron de algún modo su oferta de empleo. Cuando le pregunté cómo había muerto mi padre, su expresión fue de reprobación, pero no hacia mi padre, sino hacia mí, por mi falta de tacto. A veces me pregunto si la inclinación al secretismo puede ser innata, del mismo modo que lo son a veces la riqueza, la estatura elevada o el oído musical. Markus no era malo, ni hermético ni descortés. Simplemente sabía guardar sus secretos. Era centroeuropeo y se apellidaba Collins. Nunca supe qué nombres había tenido antes. Hablaba un inglés muy fluido con acento extranjero, pero nunca pude averiguar cuál era su lengua materna. Me llamaba Pierre. Tenía una amiga llamada Dolly, dueña de una sombrerería en Wapping, que venía a recogerlo a la puerta del almacén los viernes por la tarde; pero nunca supe adónde iban los fines de semana, ni si estaban casados entre sí o con terceras personas. Dolly tenía un Bernie en su vida, pero nunca supe si era su marido, su hijo o su hermano, porque ella también había nacido con el sello del secretismo.

Y ni siquiera en retrospectiva sé si la Transiberiana de Pieles y Alfombras Finas era realmente una empresa de importación o una tapadera montada por los servicios de inteligencia. Cuando más adelante intenté averiguarlo, di contra un muro. Sabía que cuando el tío Markus se preparaba para asistir a una feria comercial, ya fuera en Kiev, Perm o Irkutsk, solía temblar mucho, y cuando regresaba bebía bastante. Y que en los días previos a una de aquellas ferias, un inglés de cuidada dicción llamado Jack visitaba nuestro local, encandilaba a las secretarias con su encanto, me saludaba asomando la cabeza por la puerta de la sala de clasificación («Hola, Peter -nunca Pierre-. ¿Todo bien?») y se llevaba a Markus a comer a algún sitio. Después de comer, Markus volvía a la oficina y se encerraba en su despacho.

Jack decía ser un comerciante de pieles de marta, pero ahora sé que su mercancía era la información secreta, porque cuando Markus anunció que su médico le había prohibido seguir asistiendo a las ferias, Jack sugirió que lo acompañara yo en su lugar y me llevó al Travellers Club de Pall Mall, donde me preguntó si habría preferido la vida en la Legión, si iba en serio con alguna de las chicas con las que salía, si podía explicarle por qué había abandonado el colegio, teniendo en cuenta que había llegado a ser capitán del club de boxeo, y si alguna vez había considerado prestar un servicio a mi país -se refería a Inglaterra-, porque si sentía haberme perdido la guerra a causa de mi edad, ahora tenía la oportunidad de ponerme al día. Mencionó a mi padre sólo una vez durante la comida y lo hizo tan de pasada que tuve la sensación de que perfectamente podría haberse olvidado del tema.

- Ah, en cuanto a tu admirado padre... Lo que voy a decirte es extraoficial y negaré haberlo dicho, ¿de acuerdo?

- De acuerdo.

- Era un tipo muy valiente, que hizo un trabajo condenadamente bueno para su país. Para sus dos países. No hace falta añadir nada más, ¿verdad?

- Si usted lo dice.

- Brindo por él.

Levanté la copa y brindamos en silencio.

En una elegante casa de campo en Hampshire, Jack y su colega Sandy, junto con una eficiente joven llamada Emily, de la que me enamoré al instante, me impartieron un curso breve sobre la manera de recoger el contenido de un buzón clandestino en el centro de Kiev, que consistía en una baldosa suelta en la pared de un viejo quiosco de tabaco, del que tenían una réplica montada en el invernadero. También me enseñaron a interpretar la señal de seguridad que me indicaría si podía actuar (en este caso, una deslucida cinta verde atada a un pasamanos), y a indicar con posterioridad que el material había sido recogido, arrojando un paquete vacío de cigarrillos rusos en una papelera situada junto a una parada de autobús.

- Y cuando solicites el visado ruso, Peter, quizá sea mejor que presentes el pasaporte francés en lugar del británico -me sugirió Jack en tono despreocupado, antes de recordarme que la empresa del tío Markus tenía una filial en París- . Y, por cierto, ni se te ocurra intentar nada con Emily -añadió por si estaba pensando lo contrario, como de hecho lo estaba haciendo. Aquélla fue mi primera salida, la primera misión que desempeñé para lo que más adelante conocería como el Circus, la primera vez que me consideré un combatiente secreto, a imagen y semejanza de mi difunto padre. Ya no recuerdo con exactitud las otras salidas que hice en un par de años, pero debieron de ser por lo menos media docena a Leningrado, Gdansk y Sofía, y, más adelante, a Leipzig y Dresde, y todas ellas sin incidentes, hasta donde yo sé, si excluimos la tensión de la preparación y la adaptación a la vida diaria tras el regreso.

Durante largos fines de semana en otra casa de campo rodeada de otro hermoso jardín, fui añadiendo nuevos trucos a mi repertorio, como la contravigilancia o la manera de rozar apenas a un desconocido en medio de la multitud para efectuar una entrega furtiva. En algún momento en medio de aquellos juegos, en una discreta ceremonia organizada en un piso seguro de South Audley Street, me hicieron entrega de las medallas al valor de mi padre, una francesa y otra inglesa, y de los diplomas que justificaban su concesión. ¿Por qué la demora? Podría haberlo investigado, pero para entonces había aprendido a no hacer preguntas.

Sólo cuando empecé a viajar a Alemania Oriental entró en mi vida George Smiley, barrigón, con gafas y en estado de permanente preocupación. Fue una tarde de domingo en West Sussex, donde yo estaba informando sobre el cierre de una misión, pero no con Jack, sino con un tipo de aspecto aguerrido llamado Jim, de origen checo y más o menos de mi edad, cuyo apellido, cuando finalmente le permitieron tenerlo, resultó ser Prideaux. Lo menciono porque más adelante desempeñaría un papel fundamental en mi carrera.

Smiley no hizo muchos comentarios durante la presentación de mi informe; se limitó a escuchar y a mirarme con ojos de búho a través de sus gafas de montura gruesa. Pero cuando terminé, me invitó a dar un paseo por el jardín, que parecía interminable y continuaba en un parque. Conversamos, nos sentamos en un banco, caminamos un poco más y volvimos a sentarnos sin dejar de hablar. ¿Vivía aún mi querida madre? ¿Se encontraba bien? Sí, George, gracias. Un poco excéntrica, pero bien. ¿Y mi padre? ¿Conservábamos sus medallas? Le conté que mi madre les sacaba brillo todos los domingos, lo cual era cierto. No mencioné que a veces me las colgaba del cuello y lloraba. Pero, a diferencia de Jack, no me preguntó por las chicas con las que salía. Debió de pensar que mientras fueran muchas estaba a salvo.

Cuando recuerdo aquella conversación, no puedo evitar la idea de que consciente o inconscientemente se estaba ofreciendo para ser la figura paterna que más adelante llegaría a ser para mí. Pero quizá ese sentimiento estuviera en mí y no en él. En cualquier caso, cuando finalmente me hizo la pregunta esperada, tuve la sensación de haber vuelto al hogar, aunque mi casa estuviera al otro lado del canal, en Bretaña.

-Nos gustaría saber -dijo en tono distante- si has considerado trabajar para nosotros de manera más continuada. Nuestros colaboradores externos no siempre encajan cuando entran. Pero, en tu caso, confiamos en que te adaptarás. No pagamos mucho y aquí las carreras tienden a interrumpirse abruptamente. Pero nos parece que es un trabajo importante, siempre que creas en los fines y no te preocupen demasiado los medios.

http://www.elmundo.es/papel/historias/2017/12/31/5a47cc54e5fdea6e6b8b4599.html
 
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Béla Lugosi en el papel de Drácula

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El bisnieto de Bram Stoker anuncia que en marzo publicará una novela inspirada en el manuscrito original del clásico del terror


El vampiro por antonomasia, el chupasangre más famoso de toda la historia de la literatura es sin ninguna duda el conde Drácula. Es hijo de la imaginación del escritor irlandés Bram Stoker, quien en 1897 publicó la novela Drácula, inspirada según la mayoría de los estudiosos en un personaje real: Vlad lll, príncipe de Valaquia, nacido en el siglo XV en lo que hoy es Rumanía y conocido como Vlad el Empalador ya que, según se cuenta, no tenía reparos en beberse la sangre de sus víctimas en refinadas copas mientras comía delante de aquellos a los que empalaba.

Aunque también hay quien asegura que Bram Stoker se inspiró a la hora de crear la personalidad y el aspecto físico de Drácula en alguien mucho más próximo a él. Concretamente, en sir Henry Irving, un conocido actor británico a cuyas órdenes el escritor irlandés trabajó durante 28 largos años en calidad de secretario y agente. La estadounidense Barbara Belford, sin ir más lejos, autora de Bram Stoker: una biografía del autor de Drácula, está convencida de que muchos de los rasgos de Irving, a quien describe como un tipo tan egoísta como fascinante y cautivador, sirvieron para dar forma al personaje del famoso conde. De hecho Stoker comenzó a escribir Drácula en 1890, mientras trabajaba para Irving.

El caso es que desde que hace 120 años exactos viera la luz esa historia de vampiros concebida por el escritor irlandés, y al albor del enorme éxito cosechado, más de un millar de novelas y numerosísimas películas han seguido su estela, bebiendo directa o indirectamente de la sangre de Drácula. No hay más que ver el éxito de la serie Crepúsculo, que en los últimos años ha obtenido ventas récord en las librerías e ingresos millonarios en las salas de cine.

Pero ahora, un nuevo libro de vampiros amenaza con recuperar la gloria del Drácula original. No en vano el libro en cuestión llevará la firma del canadiense Dacre Stoker, de 59 años, ex pentatleta y ex entrenador de la selección nacional de Canadá y, sobre todo, bisnieto de Bram Stoker. El descendiente del creador de Drácula anunciaba hace unos días que, en colaboración con JD Barker, escribirá una precuela del famoso relato de vampiros ideado por su bisabuelo, una novela que narrará sucesos precedentes a la historia de Drácula.

El libro verá luz el año próximo, en marzo de 2018, llevará por título Dracul y será el primero que contará con la bendición de los herederos del legado de Bram Stoker. A grandes rasgos, contará que el conde vampiro no fue una invención literaria del escritor irlandés sino una criatura real a la que el joven Bram Stokerse enfrentó cuando tenía 21 años. «Una forma de maldad inhumana que logró encerrar en una antigua torre», según ha explicado el descendiente canadiense del escritor a la web Publishers Marketplace. Los derechos cinematográficos de la novela, que aún no está escrita, ya se han vendido por un dineral y todo apunta a que el director de la película será nada menos que Andy Muschietti, el cineasta responsable de la adaptación a la pantalla grande de It, el filme basado en la novela del mismo título de Stephen King que ha batido todos los récords de recaudación en Estados Unidos durante su estreno hace un par de fines de semana.

«El libro contará lo que sucedió en la vida de Bram Stoker para inducirlo a escribir Drácula. La historia se concentrará en Bram y en su familia, en su infancia en Dublín. Esta parte del libro se basará en la historia de la familia Stoker, en biografías existentes, en los diarios privados de Bram Stoker y en nuestra imaginación», señala Drace Stoker.

Según el bisnietísimo, la historia del libro toma como punto de partida unas supuestas notas -inéditas- que su excelso antepasado habría dejado y el manuscrito original de Drácula. Porque siempre según Dacre Stroker -quien en 2009 ya escribió una secuela de Drácula que por cierto no fue muy bien recibida por la crítica- el manuscrito original de su bisabuelo incluía 102 páginas que luego no fueron publicadas en la versión final del libro. Sostiene el canadiense que sólo 17 de esas 102 páginas se conocen, y que fueron publicadas en 1914 por la viuda de Bram Stoker, Florence, dos años después de la muerte de éste en forma de relato corto bajo el título El invitado de Drácula.

El problema es que nadie sabe dónde habrían ido a parar las 85 páginas restantes del manuscrito original de Drácula, y que de existir valdrían una millonada. Lo que Drace y JD Barker están haciendo es revisar el mecanografiado original de la novela, así como las notas y los diarios de Bram Stoker, para tratar de averiguar qué se contaba en esos 85 folios desaparecidos. «Esa información cruzada nos puede arrojar datos sobre lo que podía haber en las páginas perdidas», asegura el bisnieto del escritor.

Otro inconveniente añadido es que en los diarios de Bram Stoker, publicados en 2012 con ocasión del centenario de su muerte, la palabra Drácula no aparece ni una sola vez. Todo apunta a que con las notas dejadas por el escritor, lo que está haciendo su bisnieto no es más que echarle imaginación a pasajes bastante genéricos y pensar (de manera bastante optimista y conveniente para él) que se trata de ideas iniciales que después desarrollaría en Dracula.

http://www.elmundo.es/cultura/literatura/2017/10/03/59d3a966268e3e237f8b457d.html

Florence, la esposa de Bram Stoker, fué pretendida por Oscar Wilde pero ella le dejó al conocer a Stoker. Este fué el amor de su vida y ella la depositaria de los derechos de autor, hasta el punto de que Murnau perdió un pleito impuesto por la viuda y tuvo que llamar a su película Nosferatu.
 
Céline o el dilema de los libros malditos: ¿publicar o no su llamada a masacrar judíos?

Hace unos días Gallimard anunció que suspendía la publicación en Francia de 'Bagatelas para una masacre, el virulento manifiesto antisemita del célebre escritor colaboracionista
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Céline

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JORDI COROMINAS I JULIÁN
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16.01.2018 – 05:00 H.

Empecemos por lo virtual. En marzo del año pasado quien escribe este artículo compró en Amazon 'Bagatelas para una masacre', panfleto antisemita de Louis-Ferdinand Céline que, hasta unos días antes, era imposible de adquirir en papel. El libro está editado por Omnia Veritas, sello que en su página web no especifica su origen geográfico. Sus ediciones están desprovistas del año de impresión y sólo especifican el momento en que se publicaron los textos que recuperan, desde 'La escuela de los cadáveres' hasta 'Las bellas banderas', obras que junto a 'Bagatelles' configuran una trilogía fulminante, un alegato de odio racial que vio la luz en la nada idílica Francia de los años treinta.

Vayamos a la realidad. Es fácil pasear por los quais de París y hallar bouquins especializados en el autor de 'Viaje al fin de la noche', novela de culto que supuso la irrupción del médico Destouches en el firmamento literario del Hexágono. La fascinación que genera es una mezcla de su indudable talento narrativo y el morbo enfermizo que produce su personalidad en un país que aún no ha restañado todas las heridas del infausto período de entreguerras y la posterior ocupación alemana.

En las últimas semanas del Procés, en nuestro octubre caliente, asomó en el nuevo léxico de la época la palabra colaboracionista. Céline lo fue con mayúsculas, sin esconderse y anticipándose con sus textos antisemitas. Tras el éxito de 'Viaje al fin de la noche' y 'Muerte a crédito', publicadas en primera instancia por Denoël en 1932 y 1936, se quitó la máscara y tomó parte en la polarización política del momento. El paraíso de igualdad, libertad y fraternidad se resquebrajaba. El seis de febrero de 1934 la extrema derecha se manifestó en París con un saldo de 37 muertos en lo que se consideró un claro intento de golpe de Estado. Dos años después El Frente Popular de Léon Blum se hacía con el poder.



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Primera edición de 'Bagatelas para una masacre'


Era ese instante crucial en que Europa se debatía entre las democracias y los totalitarismos. Céline se decantó por los segundos y adoptó su discurso más furibundo, como demuestran algunas de las frases de sus libelos contra los hebreos, como aquella en la que define a los hijos de Israel como monstruos, híbridos, lobos cazadores que deben desaparecer, añadiendo que nunca han sido perseguidos por los arios al destruirse ellos mismos.

Durante la ocupación nazi Céline continuó con su talante incómodo. Cuando visitó la exposición 'Francia y el judío' criticó a los organizadores por no incluir sus panfletos en la misma. 'Las bellas banderas' fue censurado en Vichy al criticar el régimen del Mariscal Pétain, antiguo héroe de la Gran Guerra. Su radicalismo era tan feroz que, a principios de 1944, durante una recepción en la embajada alemana, dijo sin inmutarse que Hitler había sido reemplazado por un doble judío, pues de otro modo era imposible entender la debacle de la Wehrmacht en todos los frentes.

Cuando el desastre alcanzó las costas galas escapó y permaneció durante unos meses en esa fantasmagoría del castillo de Sigmaringen, donde los nazis hospedaron a un gobierno colaboracionista en el exilio, hasta que recibió el visado para recalar en Dinamarca. Permaneció en el país escandinavo hasta abril de 1951, cuando fue amnistiado. Falleció diez años después en Meudon, envuelto de un aura maldita clave para entender cómo su aura aún es fuente de innombrables quebraderos de cabeza.

La polémica actual
Su fallecimiento coincidió con el de Hemingway y a su entierro asistieron treinta incondicionales y un periodista judío. Su bilis contra este pueblo podría explicarse a partir del abandono de Elisabeth Craig, su gran amor, por un hijo de inmigrantes judíos rusos. Más allá de suposiciones lo cierto es que hará poco más de un mes, tras el nihil obstat de la viuda del escritor, la todopoderosa Gallimard anunció a bombo y platillo la recuperación de los tres panfletos antisemitas y otros textos del mismo talante en una edición crítica que alejaría viejos fantasmas y permitiría que el lector tuviera a su alcance todos los resortes para comprender motivos y contexto de tan infames palabras.

Gallimard anunció a bombo y platillo la recuperación del panfleto antisemita en una edición crítica que alejaría viejos fantasmas

as reacciones fueron instantáneas y nadie, algo habitual en este principio de siglo XXI, reparó en que había un ejemplo reciente que podía servir para justificar más aún la publicación. En diciembre de 2015, tras siete decenios de veto, el Estado libre de Baviera recuperó 'Mein Kampf', dotándolo de un importante aparato crítico. Tres meses después de su salida era el libro más vendido en toda Alemania y no creemos que el auge de la nueva Extrema Derecha germánica esté relacionado con esas páginas que el futuro dictador escribió durante su estancia en prisión a lo largo de 1924, sino más bien con la división que ha provocado en la primera potencia europea la masiva llegada de refugiados por obra y gracia de la Canciller Angela Merkel, en lo que debería ser un ejemplo para los demás miembros de la Unión.

Pero el pasado cuenta y se funde con el presente. A lo largo de la última década los gobiernos del Hexágono han dado pasos para disipar cualquier duda sobre la colaboración francesa con los ocupantes. Los discursos de Nicolas Sarkozy quedaron en agua de borrajas tras la deportación de gitanos de 2010. Dos años más tarde François Hollande reconoció la responsabilidad del país en los crímenes nazis y ahora Emmanuel Macron insta a sus compatriotas a afrontar el pasado colaboracionista. Sin embargo, lo más probable es que la concesión del Nobel a Patrick Modiano en 2014 haya hecho más para la comprensión de esa pesadilla que todas las proclamas de los Presidentes. Desde su trilogía inaugural, con la explosiva 'La place de l’étoile', el paseante de París ha cimentado un mensaje que alcanzó su cénit con 'Dora Bruder', novela en la que a partir de la historia de una joven deportada al campo de concentración de Auschwitz recoge la trágica historia del Vel d’Hiv y el hacinamiento en esa instalación deportiva de millares de hebreos antes de su final destino hacia la muerte.

Este pasado jueves 11 de enero Gallimard anunció que suspendía la publicación "en nombre de mi libertad de editor y de mi sensibilidad a mi época, suspendo este proyecto, al juzgar que las condiciones metodológicas y memoriales no están reunidas para abordarlo serenamente". Puede que en la decisión haya pesado, además del rechazo taxativo de las Instituciones Judías, el recuerdo del atentado en el supermercado kósher el viernes 9 de enero de 2015 que terminó con 4 rehenes muertos a manos de Amedie Coullibally, próximo a los hermanos Kouachi, perpetradores de la masacre de Charlie Hebdo el día anterior.

Puede que esa herida se una al miedo perpetuo que padecemos ante una sociedad abocada por completo a un orden políticamente correcto

Puede que esa herida se una al miedo perpetuo que padecemos ante una sociedad abocada por completo a un orden políticamente correcto que se enciende por polémicas de quita y pon, perjuicios en forma de suspiro que agitan el panorama hasta el nacimiento de otro escándalo. Puede que sin la publicación de esta edición crítica pierda la libertad de expresión. Salvo en las dictaduras, donde como precisaba Juan Goytisolo son objetos que causan terror en los gobernantes, los libros se han vuelto inofensivos. Quizá estamos en una sin nombre y la única esperanza es el temor a las palabras por mucho que nadie las lea y nuestro zeitgeist se envuelva en una fachada que siempre tiene menos contenido. Si tuviéramos el libro disponible en una edición razonada adquiriríamos armas para combatir su virus.

https://www.elconfidencial.com/cult...agataelas-para-una-masacre-gallimard_1506118/

Gran tema el de Celine, si hubiese entendidos sobre él merecería su propio hilo. Genera sentimientos contradictorios, pues su prosa es apasionante y él era... Sin ánimo de comparar, creo que es posible valorar la obra de un hombre independientemente de su forma de ser o ideas. Es como detestar la pintura de Picasso por ser un maltratador de mujeres. Por eso digo que no es comparable, que Picasso no abogó por eliminar a los judios, pero creo que se puede entender mi idea. Además, el panorama que presentaba Céline sobre la naturaleza humana era tan realistamente sombrio que no es de extrañar que tuviese esos demonios dentro.

En 2011 el Gobierno francés le iba a hacer un homenaje pero las protestas contra su antisemitismo hizo que se cancelasen todos los actos.

Su obra más famosa es Viaje al fin de la noche (Voyage au bout de la nuit), una narración de rasgos autobiográficos publicada en 1932. Su protagonista, Ferdinand Bardamu, enrolado en un momento de estupidez en el ejército francés y asqueado en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, decide desertar haciéndose pasar por loco, no sin presentar toda suerte de personajes pintorescos, y el absurdo y la brutalidad de la guerra. Tras esta y un noviazgo con una estadounidense, Lola, va a parar a un barco —en el que los demás pasajeros lo quieren linchar—, rumbo a una colonia francesa en África. Su descripción del sistema colonial francés es hilarante y sumamente crítica: dice, más o menos, que las colonias francesas son el paraíso de los pederastas y que todo se funda en la explotación del negro (idea que recuerda El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad). Unas fiebres acaban con esa aventura y llega en un estado cercano a la esclavitud a Estados Unidos. Escapa en Nueva York, donde vive por un tiempo y se reencuentra con Lola, a quien extorsiona. Vuelve a viajar, esta vez a Detroit, donde traba amistad con una prost*t*ta norteamericana, pero vuelve a París y ejerce la medicina a pesar del asco que le da su clientela.

La aparición de Viaje al fin de la noche fue una innovación literaria sin igual. El lenguaje oral, grosero y muy jergal, escandalizó a los contemporáneos y fue mucho más lejos que escritores que intentaron, antes de Céline, escribir usando este registro, como Émile Zola. Su prosa, como su forma de abordar los temas, y los temas en sí mismos, es extremadamente violenta, amarga y quebradiza. Su ritmo es salvaje, acelerado —y en él reposa gran parte del mérito literario del autor—. Su lenguaje es vivo, libre de todo tipo de formalidades, para escribir del modo más expresivo posible.

Céline evidencia una visión del mundo y sus habitantes descarnada y mordaz. Defensor de presentar la miseria sin adornos que la conviertan en una parodia, considera que mostrar la naturaleza humana sin máscaras es un acto de sinceridad. «En Céline la opción en pro de una escritura agresiva, el gusto por las bromas —más exactamente, ocurrencias— y la provocación se apoyan en este caso en una conciencia permanente en su valor como escritor».6

De estilo vivísimo, a veces intraducible a causa de su propensión a imitar el lenguaje oral, influyó profundamente en las generaciones posteriores. Autores comoCharles Bukowski, Jean-Paul Sartre, Henry Miller, William S. Burroughs, Kurt Vonnegut, Billy Childish, Irvine Welsh y el contemporáneo Alessandro Baricco lo reconocen como una profunda influencia en sus obra.

Al final de la guerra tuvo suerte y no acabó fusilado como Robert Brasillach.
 
Tengo a medias, Vestido de novia de Pierre Lemaitre, no puedo con él. Me pone nerviosa, ojalá pudiese entrar en una página y cargarme al tío, dios!!!! que malísimo es! Le pasa esto a alguien más o estoy loca?

Lemaître es grande en sus novelas sueltas, como "Nos vemos allá arriba", "Tres dias y una vida" y "Recursos inhumanos", pero no ha acertado con la serie policiaca del enano porque no tiene la picaresca de "nos vemos", "ni la profundidad psicológica del segundo ni muestra la crueldad del actual mundo, casi distópico, del tercero. En las policiacas, mucha sangre, mucho asco pero Lemaître no acierta y sus fans no siguen a su enano.
 
JANE HARPER / NOVELISTA
Los crímenes de la Australia vacía
Jane Harper debuta en la ficción con 'Años de sequía', una poderosa novela negra sobre lado oscuro de su país

JUAN CARLOS GALINDO

Lyon 31 OCT 2017 - 06:37 CET
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Jane Harper en Lyon en abril. LAURA MUÑOZ




AÑOS DE SEQUIA
(EN PAPEL)
JANE HARPER
, 2017
  • Nº de páginas: 368 págs.
  • Encuadernación: Tapa blanda
  • Editorial: S.A.) SALAMANDRA (PUBLICACIONES Y EDICIONES SALAMANDRA
  • Lengua: CASTELLANO
  • ISBN: 9788416237227

Pasado y presente se entrelazan en esta intriga de ambientación opresiva y fascinante que ha sido la revelación literaria del año en Australia

Primera novela de Jane Harper, Años de sequía ha sido la revelación de este año en Australia, donde se ha encaramado a las listas de libros más vendidos, ha alcanzado el favor de la crítica y ha recibido los prestigiosos premios que conceden los editores y los libreros. Capaz de mantener la tensión y la intriga entre pasado y presente, de sorprender constantemente con giros inesperados y dotada de una ambientación excepcional, Años de sequía revelará a muchos lectores un escenario criminal tan despiadado como fascinante.


Hay una Australia vacía, con amplios e inhóspitos parajes que disfrutan y sufren al tiempo de un clima extremo, de una naturaleza indomable. Lugares alejados del glamour de Melbourne, de la imagen de éxito modelo California con la que Australia se muestra al mundo. Lugares claustrofóbicos, ahogados por el calor, donde el alcohol, la frustración y la violencia son ingredientes del día día. Este es el escenario elegido por Jane Harper para situar Años de sequía (Salamandra Black, traducción de Maia Figueroa), un poderoso debut en la ficción que utiliza la estructura de thriller para ahondar en los grandes problemas de la Australia contemporánea y con el que la autora acaba de ganar el Gold Dagger Award.

“Comunidades donde la gente no se fía del prójimo y donde hay odio y resquemor se encuentran en cualquier parte, pero yo quería situar la novela en Australia. Allí, el clima es esencial y las familias luchan mucho, en un ambiente muy aislado, para salir adelante. Son como la frontera con un mundo inhóspito, zonas aisladas, en las que la gente está a expensas del clima, donde no hay mucho que hacer”, contaba Harper a EL PAÍS en el Quais du Polar de Lyon a principios del pasado mes de abril.

Aaron Falk, policía de Melbourne dedicado a estafas financieras, vuelve a su pueblo natal en medio de la estepa, un lugar asolado por una sequía interminable. Allí decide investigar el brutal asesinato del granjero Luke, su mujer y su hijo pequeño e ir más allá de la tesis oficial: que, amargado por la sequía y ahogado por la crisis financiera, el que fuera su mejor amigo decidió matar a su familia y quitarse de enmedio. Las pesquisas chocan con el desprecio de los lugareños hacia quien se fue a triunfar a la ciudad, con los silencios cómplices o amargados del entorno de las víctimas y con los errores y secretos del pasado del propio protagonista.

Dos comparaciones surgen de manera inevitable al leer y hablar de Años de sequía. Por un lado el Lejano Oeste americano, del que Harper tampoco es una entusiasta; por otro, los mitos oscuros y violentos de la España rural, de esa España vacía tan en boga y ante la que la autora australiana se muestra fascinada. Y ahí, con una sonrisa que raras veces desaparece de su rostro, Harper reflexiona: “Quizás la violencia es distinta en estos ámbitos rurales, cerrados, que hay igual en España, en Australia o en Texas. Hay una presión extra y son lugares en los que no es fácil hablar de ello, buscar ayuda, y eso crea la tormenta perfecta”.

Harper, nacida en Manchester (Reino Unido) y cuya familia se trasladó a Australia cuando ella tenía ocho años, se vio sorprendida (que no arrollada tal y como se apresura en aclarar), por el éxito de su primera novela, ya traducida a 20 idiomas y que ha gozado de una gran acogida de lectores y críticos en Estados Unidos. “Nunca pensé ni siquiera que iba a ser publicada en Australia. Es extraño y surrealista. Esto era un sueño que empezó con un premio que gané en un curso de correspondencia ”, cuenta con engañoso candor.

Parece que hay un alma inocente que se divierte con todo esto, como si fuera un juego al que mirar de lado, un premio. Sin embargo, tras el idilio inicial con ese curso de escritura la novela se estancó. “En el primer borrador teníamos a los personajes hablando y hablando. Era muy plano, con mucha información de segunda mano, mucho diálogo que no iba a ninguna parte. Fue entonces cuando incluí flashbacks”. Gracias a este recurso, la autora pudo también abordar otra de sus grandes obsesiones: el fardo que suponen nuestros errores pasados. “Antes creía que se podían superar, estaba segura. Ahora ya no tanto. Veo que aunque cambiemos mucho, aunque nuestra vida vaya a otro extremo, tendemos a volver sobre nuestros pasos”.

La novela tiene una fuerza, un tremendismo, del que la autora no fue consciente mientras escribía. “No tuve miedo de ser demasiado oscura, pero mirando hacia atrás sí me siento más emotiva al respecto, veo que es más triste. No la he vuelto a leer, aunque quizás debería hacerlo”, relata esta periodista con gusto por la escritura directa.

Harper tiene que partir, presionada por la agenda estajanovista que marca el mayor festival de novela negra Europa, pero tiene tiempo para añadir, sin sonrisas, una advertencia: “Si hay un sitio donde el cambio climático ya afecta a la vida de la gente, donde realmente ha cambiado ya y todo el mundo puede ver sus efectos ese es Australia”.



https://elpais.com/cultura/2017/10/31/elemental/1509427506_757989.html

lo tengo en la biblioteca, le he echado un vistazo y lo he dejado... No me despierta interés, la novela negra actual ha tomado los cánones del éxito de la nueva noir y ahora ya no le veo originalidad, con excepciones como el legendario Montalbano o la comisario Anne Contesplam, que imprimen humor en sus casos.
 
El gran colocón de la guerra
Lukasz Kamienski pasa revista en un libro pionero al uso de las drogas en combate a lo largo de la historia, desde los hoplitas griegos hasta las fuerzas especiales de EE UU

JACINTO ANTÓN
Madrid 2 NOV 2017 - 12:48 CET

Soldados estadounidensese fuman marihuana en su campamento en la provincia de Quang Tri, durante la guerra del Vietnam. BETTMANN BETTMANN ARCHIVE


No hay guerra sobria. Que en la guerra siempre se han usado drogas es sabido, Lo que no lo es tanto es la escala. De hecho, la mayoría de los guerreros de la historia han entrado en combate colocados de algo. Desde los hoplitas griegos (opio y vino) a los actuales pilotos de cazabombarderos estadounidenses (“pastillas go”: anfetaminas), pasando por los guerreros vikingos (hongos alucinógenos), los zulúes (extractos de diversas plantas “mágicas”) o los kamikazes japoneses (tokkou-jo,“pastillas de asalto”: metanfetamina), los combatientes de todas las épocas y clases han echado mano de alguna sustancia psicoactiva para enardecerse, mejorar el rendimiento, y vencer el miedo y ser capaces de luchar contra el enemigo con armas mortíferas, un trauma, matar y eventualmente morir, que significa un verdadero desafío a la naturaleza humana.

A explicar la historia social, cultural y política del uso de esas sustancias en el campo de batalla ha dedicado el profesor de la Facultad de Estudios Políticos e Internacionales de la Universidad Jaguelónica de Polonia Lukasz Kamienski (Cracovia, 1976)
su libro Las drogas en la guerra (Crítica), una obra que cubre un gran vacío sobre el tema y que está llena de información apasionante y detalles impagables, como que la victoria británica en El Alamein tuvo que ver con el uso de la bencedrina —de la que Montgomery era un entusiasta—, y la de los marines en Tarawa con el speed. Kamienski apunta de pasada que Bismarck era un “asiduo morfinómano” y que John F. Kennedy se inyectaba dexedrina e iba colocado de speed durante la crisis de los misiles.

“La guerra es en buena medida inseparable de las drogas”, señala Kamienski, que no deja de recordar que la propia guerra es una droga. “A lo largo de la historia encontramos continúas referencias a hongos y plantas mágicos y a todo tipo de sustancias tóxicas que ayudan a los guerreros para inspirarles en la lucha, hacerlos mejores combatientes o contribuir a paliar los efectos físicos o psicológicos del combate. También para hacerles soportable el aburrimiento que a menudo conlleva la guerra. No digo que todos los guerreros de todos los ejércitos hayan usado y usen asistencia farmacológica, pero la melodía principal de la historia militar sí que tiene ese tono farmacológico. El homo furens es un homo narcoticus”.

El estudioso, que considera que “la práctica de colocarse es entre los que combaten tan vieja como la propia guerra”, analiza el “subidón” bélico bajo varios aspectos: las drogas recetadas por las propias autoridades militares y distribuidas por ellas a los soldados (evidenciando una hipócrita doble moral), las autorrecetadas por los combatientes, y las utilizadas como herramientas de guerra (desde el uso hace tres milenios por los caldeos de humaredas de cáñamo indio para embotar al enemigo —con el riesgo de que te soplara el viento en contra—) hasta los planes estadounidenses durante la
Guerra Fría para lanzar una lluvia de LSD sobre las tropas soviéticas. No menos descabellados han sido proyectos posteriores de EE UU como el de bombardear con feromonas a las fuerzas enemigas para descontrolar sexualmente a los soldados o el de usar viagra con los integrantes de las fuerzas especiales propias para hacerlos más agresivos.



El escritor y profesor polaco Lukasz Kamienski, en Madrid. VÍCTOR SAINZ EL PAÍS


Kamienski destaca el uso del alcohol, “el coraje líquido”, como “la droga más popular de cuantas han empleado los ejércitos” y “uno de los puntales” de las tropas de todos los tiempos (excepto, claro, las islámicas), al menos hasta el final de la
Segunda Guerra Mundial. Se ha empleado, recuerda, como anestésico, estimulante, relajante y fortalecedor. No se entiende el imperio británico, señala, sin el ron, que se daba a los marinos y soldados, ni el ejército ruso sin el vodka, que propició victorias y también causó derrotas. En Chechenia los soldados llegaron a canjear blindados por cajas de vodka.

Las drogas en la guerra sigue el empleo de estas de manera cronológica, hasta llegar a las guerras actuales, con el ISIS colgado de captagón (fenetilina) y los estadounidenses usando el psicoestimulante de nueva generación modafinilo, muy eficaz para combatir la fatiga y la privación del sueño. Lo último, dice Kamienski, sin embargo, es “la neuroestimulación directa del cerebro”. El futuro, vaticina, apunta a una ciborgización de los soldados en vez de su yonquización.

El libro pasa revista a los guerreros griegos (que consumían opio disuelto en vino), a los asesinos nizaríes de Alamut asociados al hachís, y a los comedores de hongos y el furor berserker germano y escandinavo que relaciona con la ingesta de Amanita muscaria o A. pantherina, setas que también tomaban, sostiene, para luchar rabiosamente los tártaros.

Kamienski, que sonríe educadamente cuando se le comenta el uso de la poción mágica por los galos de Astérix, explica que Napoleón hubo de tomar medidas drásticas contra el hábito de consumir hachís de sus tropas en Egipto. Luego pasa revista a las guerras del opio y recalca la epidemia de adicción a la morfina que provocó la Guerra de Secesión estadounidense, donde se repartió a diestro y siniestro como panacea.

En las guerras coloniales, según el estudioso, la mayoría de los pueblos guerreros que se enfrentaban a las potencias europeas iban definitivamente colocados. La élite guerrera zulú con dagra, variedad sudafricana euforizante del cannabis.
La Primera Guerra Mundial fue la contienda de la cocaína, que consumían los ases de caza alemanes, se administró a los soldados australianos en Galípoli y se suministraba regularmente en general a las tropas británicas en forma de grageas Forced March (!).

La segunda contienda fue la del speed y la meta de la
Wehrmacht, comercializada como pervitin. Los nazis buscaron un estimulante aún más poderoso, “una verdadera bala mágica”, en el DI-X, que probaron los comandos de Otto Skorzeny. Pero en realidad todos los ejércitos emplearon las anfetaminas. Caso especial, apunta Kamienski fue el de las tropas finlandesas, colocadas hasta las cejas con heroína, morfina y opio.

En el gran colocón de la Segunda Guerra Mundial, los únicos tradicionales fueron los soviéticos, fieles al vodka y la valeriana.



EL MITO DEL “EJÉRCITO YONQUI” EN VIETNAM


Kamienski dedica un amplio espacio a la Guera Fría, a la búsqueda de sustancias para colocar al enemigo y al “arsenal alucinógeno de los EE UU”, como el polvo de ángel, experimentado a menudo en soldados propios y en civiles sin que estos lo supieran. También sigue la verdadera obsesión paranoica para lograr un “suero de la verdad”.

La guerra del Vietnam es “la primera verdadera guerra farmacológica”, con un consumo entre el personal militar estadounidense que alcanzó cotas nunca vistas. El estudioso apunta que en 1973, año de la retirada de EE UU del país del sudeste asiático, el 70 % de los soldados tomaban algún estupefaciente, fuera marihuana, dexedrina, heroína, morfina, opio, sedantes o alucinógenos. El ejército llegó a poner en marcha un programa de análisis de orina masivos, denominado Operación Flujo Dorado (!). El coloque masivo fue lo que dio pie al mito del “ejército yonqui”, aunque el autor considera que el consumo de drogas, “en términos generales, no interfirió excesivamente en el rendimiento en combate”. En todo caso, solo unos pocos se consolaban en Vietnam escribiendo a casa y escuchando a Barbra Streisand






Autor: Lukasz Kamienski.

Editorial: Crítica (2017).

Formato: versión Kindle y tapa blanda (592 páginas).


https://elpais.com/cultura/2017/10/30/actualidad/1509390449_768128.html





Noticias frescas... hay escritores que escriben sobre lo que sabe todo dios.
 
Una gran obra, para mi la mejor del autor, con un final trepitante , que duele que termine, un Javier Marías, que va más allá de una historia, como es habitual en el escritor con grandes reflexiones.


La nueva novela de Javier Marías.



«Durante un tiempo no estuvo segura de si su marido era su marido. A veces creía que sí, a veces creía que no, y a veces decidía no creer nada y seguir viviendo su vida con él, o con aquel hombre semejante a él, mayor que él. Pero también ella se había hecho mayor por su cuenta, en su ausencia, era muy joven cuando se casó.»

Muy jóvenes se conocieron Berta Isla y Tomás Nevinson en Madrid, y muy pronta fue su determinación de pasar la vida juntos, sin sospechar que los aguardaba una convivencia intermitente y después una desaparición. Tomás, medio español y medio inglés, es un superdotado para las lenguas y los acentos, y eso hace que, durante sus estudios en Oxford, la Corona ponga sus ojos en él. Un día cualquiera, «un día estúpido» que se podría haber ahorrado, condicionará el resto de su existencia, así como la de su mujer.

Berta Isla es la envolvente y apasionante historia de una espera y de una evolución, la de su protagonista. También de la fragilidad y la tenacidad de una relación amorosa condenada al secreto y a la ocultación, al fingimiento y a la conjetura, y en última instancia al resentimiento mezclado con la lealtad.

O, como dice una cita de Dickens hacia el final del libro, es la muestra de que «cada corazón palpitante es un secreto para el corazón más próximo, el que dormita y late a su lado». Y es también la historia de quienes quieren parar desgracias e intervenir en el universo, para acabar encontrándose desterrados de él.

Reseñas:
«Javier Marías debe ser un firme candidato para ganar el Nobel.»
J.M. Coetzee

«Javier Marías, uno de los más grandes, más geniales escritores del mundo.»
Claudio Magris

«Un gran escritor.»
Salman Rushdie

«Un escritor profundamente necesario, un caballero andante, divertido, punzante, lleno de ira y amor.»
The Guardian

«De una inteligencia deslumbrante y cautivadora, parece que no haya nada que Marías no pueda conseguir con la ficción.»
Kirkus Reviews

«Javier Marías es un escritor maravilloso.»
John Banville

«Independientemente de nuestras expectativas, al leer elegimos pasar tiempo en compañía de un autor. En el caso de Javier Marías, se trata de una buena decisión: su mente es profunda, aguda, a veces turbadora, a veces hilarante, y siempre inteligente.»
Edward St Aubyn, The New York Times Book Review
«Hechizante... evoca a creadores de acertijos como Borges, y las tramas de Marías, ingeniosas como jugadas de ajedrez, traen a la mente al gran maestro estratega del siglo XX, Vladimir Nabokov.»
Los Angeles Times

«Es uno de esos raros y preciosos seres, un simple novelista que ama las historias e intrigado por el mal.»
Colm Tóibín, New York Review of Books

«Para quienes aman la novela como forma literaria y no sólo como entretenimiento, Javier Marías es sin duda el escritor más gratificante de la actualidad [...]. Nadie desde Henry James ha utilizado la frase con tanta eficacia para explorar el funcionamiento de la psicología humana.»

https://www.fnac.es/a1373861/Javier...GsnAWcB8DZi1SsdlcGkaAuDvEALw_wcB&gclsrc=aw.ds
New StatesmanVer el archivo adjunto 604664


La he leido y es apasionante. Lo que pasa es que a veces no me parece muy verosimil, pero me encanta.
 
Churchill en mayo de 1940: el instante más oscuro de la historia occidental
'El instante más oscuro' es un gran libro del historiador Anthony McCarten sobre aquellos días cruciales para la supervivencia de las sociedades abiertas que promete una gran película
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Churchill sale de una reunión del gabinete británico en mayo de 1940.
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DANIEL ARJONA
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29.11.2017 – 18:16 H.


Franklin D. Roosevelt comentó en una ocasión que Winston Churchill "tiene cien ideas en un solo día, cuatro son buenas, y las otras noventa y seis son sumamente peligrosas". El 20 de mayo de 1940, en plena ofensiva nazi en Europa y cuando la civilización parecía a punto de derrumbarse, el recién estrenado primer ministro inglés tuvo una de esas contadas ideas buenas, buenísimas... que no por ello dejaba de ser terriblemente peligrosa. Los alemanes ocupaban ya tras solo unos días de ofensiva Holanda y Bélgica y se desparramaban por tierras de Francia sin contención ninguna mientras las defensas galas se deshacían como un azucarillo. El 300.000 soldados del Ejército Expedicionario Británico enviados al continente se dirigían a la carrera hacia Dunkerque en una maniobra de salvamento que se antojaba imposible: el puerto estaba bloqueado por unos buques en llamas que impedían a la Armada acercarse, la Luftwaffe dominaba los cielos y, según el pronóstico aliado, tendrían suerte si lograban rescatar al 10%. Y sin su ejército, Inglaterra estaba perdida. Entonces Churchill...

Entonces Churchill tuvo la increíble idea, que quedó por cierto registrada en las actas de la reunión del consejo de ministros que se desarrollaba ese día: "El primer ministro pensó que, como medida de precaución, el Almirantazgo reuniera un gran número de barcos pequeños [civiles], listos para dirigirse a los puertos y ensenadas de la costa francesa". Escribe Anthony McCarten en su vibrante 'El instante más oscuro, Winston Churchill en 1940' (Crítica): "¿Barcos pequeños? La ocurrencia de Winston —de la que nunca, por lo que yo sé, se le ha considerado responsable (sorprendentemente, no lo ha hecho ninguna biografía ni ningún reportaje periodístico)— fue pedir a la gente, o al menos a aquellas personas que pudieran echar mano de cualquier barco de tamaño conveniente, que participara en una gran armada de embarcaciones civiles de lo más variopinto, cruzando el canal de la Mancha para rescatar al ejército británico atrapado en el continente".



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'El instante más oscuro'. (Crítica)




'El instante más oscuro' es un gran libro sobre aquellos días cruciales para la supervivencia de Occidente y sus sociedades abiertas, que promete una buena película dirigida por Joe Wright y con Gary Oldman en el papel de Churchill, a estrenar en los cines de todo el mundo el próximo 12 de enero de 2018. Los hechos que narra con el pulso de las mejores novelas van desde la invasión nazi de Holanda el 10 de mayo de 1940 hasta el 29 del mismo mes, cuando las tropas británicas lograron culminar con un éxito inesperado lo que en realidad era una amarga derrota: el rescate de sus tropas. Días terribles en los que, por cierto, y pese a la legendaria determinación y terquedad del 'premier' inglés, las dudas le asaltaron y llegó a concebir seriamente la insoportable idea de negociar con Hitler.

Los héroes de Calais
Madrugada del 25 de mayo. Un convaleciente Churchill salta de la cama tan enfermo como colérico. Acaba de leer el desangelado mensaje que el Comité de Defensa dirigido por el general Ironside ha enviado al brigadier Nicholson conminándole a resistir en Calais, la única localidad que se interpone entre los nazis y el ejército británico que se prepara en Dunkerque para la repatriación. El propio primer ministro ha ordenado resistir, pero le subleva que se pida morir a aquellos valientes con frases como la siguiente: "Debe usted obedecer en nombre de la solidaridad aliada". "¡Esa no es manera de animar a unos hombres a combatir hasta el final!", exclamó Churchill, que acto seguido redactó un segundo comunicado dirigido a Richardson: "Los ojos del Imperio están puestos en Calais y el gobierno de S. M. confía en que tanto usted como sus valerosos regimientos llevarán a cabo una hazaña digna del nombre británico".


Los 2.000 héroes de Calais lucharon como jabatos hasta el momento mismo en que la esvástica se alzó en la torre del Hôtel de Ville. La decisión de no evacuarlos fue, según recordaba Anthony Eden en sus memorias, "una de las más dolorosas de la guerra". Churchill no habló durante la cena de aquella noche y, al terminar, exclamó: "Me siento físicamente mal". Los siguientes días no iban a ser mucho mejores, Francia caería, su propio Gabinete de Guerra sufriría una gravísima escisión entre su postura beligerante y el pacifismo de Lord Halifax, decidido partidario de la negociación con Hitler, y las pérdidas humanas inglesas crecerían exponencialmente. Pero la operación Dinamo de pequeños barcos civiles lograría el milagro en Dunkerque devolviendo al hogar a nada menos que a 330.000 soldados. Se avecinaban tiempos difíciles, peroInglaterra se había salvado del desastre.


El 4 de junio de 1944, Churchill pudo dirigirse al fin a una Cámara de los Comunes a rebosar con tanta determinación como esperanza: "Por mucho que grandes sectores de Europa y varios estados antiguos y famosos hayan caído o puedan caer en las garras de la Gestapo y de todo el odioso aparato del régimen nazi, no vamos a flaquear ni vamos a fracasar. Seguiremos adelante hasta el final. Lucharemos en Francia, lucharemos en los mares y los océanos, lucharemos cada vez con mayor confianza y fuerza por el aire; defenderemos nuestra isla a cualquier precio. Lucharemos en las playas, en los lugares de desembarco, en los campos y en las calles; lucharemos en las montañas; no nos rendiremos nunca".



https://www.elconfidencial.com/cult...40-segunda-guerra-mundial-inglaterra_1484978/


Nunca comprenderé por qué el conservador, bravucón y clasista gordo Winston me atrae tantísimo. Hace muchos años me leí los dos tochos de sus memorias de la Segunda Guerra Mundial, contada desde su punto de vista, claro, pero teniendo en cuenta el tema, no podeis imaginar lo amena que era su prosa, y como se notaba el sentido del humor del autor, para quien Gran Bretaña era la nación más gloriosa de la Tierra. Nació para brillar dándose bombo a si mismo, como periodista que fue en su juventud - en la Guerra de Cuba adquiriría sus costumbres de echarse la siesta y sus famosos puros-. Era el típico especimen de aristócrata británico en cuanto a sus ideas sociales - los ricos arriba mandando y los pobres abajo sirviendo - pero en histriónico. El tenia vocación de estadista, que hace planes a cien años vista, no de cara a las siguientes elecciones. Por eso perdió las elecciones del 46 tras ganar lña guerra, porque él no servia para hacer planes sociales de ayuda a los pobres y sacar al país de la pobreza y enfrentar la reconstrucción. Lo suyo era la batalla y la gloria. Politicamente era oportunista para conseguir su objetivo y le llegó en plena guerra, que en parte le ayudó a hacer su mito, dificil en tiempos de paz.

No era muy querido entre sus colegas pero los derrotaba con humor bestial. Una vez Lady Astor, primera mujer - y de origen norteamericano - que logró escaño en los Comunes, le dijo que si fuese su mujer le echaría arsénico en el café y él contestó: Señora, si yo fuese su marido me lo bebería".

No estaba en las catacumbas de Londres por necesidad, podria haber trasladado el gobierno al interior del país, pero a él le subia la adrenalina escuchar la explosion de las bombas sobre su cabeza. Se dormia en un bombardeo como si nada.

Todo un personaje, digno de ser leido en sus propias palabras, como sus memorias de infancia.
 
UNA NUEVA ARMA DE ESTADO
La guerra de la heroína en España: ¿la droga contra la política?
Tras los libros que desmontaban las teorías conspiranoicas de la introducción masiva de droga en Euskadi por parte del Estado Español, surgen nuevas voces defendiendo esa tesis

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Un adicto se prepara una dosis. (iStock)

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DANIEL BORASTEROS
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01.01.2018 – 05:00 H.

De todas las teorías 'conspiranoicas', una de las más persistentes en el tiempo y afortunada en cuanto al número de personas que la defienden es la de la entrada masiva de heroina en el País Vasco a principios de los ochenta para adormecer "a la juventud combativa". Una tesis que se ha sostenido sin grandes argumentos durante décadas y ha tenido un notable éxito entre los simpatizantes de la izquierda más escorada a los márgenes del sistema. Desde principios del siglo XXI, Juan Carlos Usó, con diversos artículos y varios libros (en especial '¿Nos matan con heroína?', Libros Crudos, 2015), ha rebatido esta creencia. Pero, precisamente, la aparición de sus análisis ha hecho que surja un potente 'contraataque' que tomó cuerpo en forma de libro en 2016: 'A los pies del caballo: narcotráfico, heroína y contrainsurgencia en Euskal Herria' (Txalaparta, 2016), de Justo Arriola, una especie de biblia documental que resume todas y cada una de las patas en las que se sustenta esta extendida creencia.

Me sorprende que gente potente, como Usó o Escohotado, lo nieguen. Es muy gratuito que digan que todo es un cuento chino

Arriola está ahora intentando aparcar en el concurrido (y complicado desde el punto de vista vial) barrio de Lavapiés. Cuando lo consigue, atiende a El Confidencial por teléfono para explicar el por qué de su publicación. El autor, operario en una fábrica de Elgoibar (Guipúzcoa), llevaba participando, con el seudónimo Txus, en diversos foros de Internet desde 2014 que discutían (en ocasiones de forma muy acalorada aunque fuera por escrito) sobre la realidad o mito de que el Estado introdujo las drogas duras en Euskadi para neutralizar a unos jóvenes demasiado rebeldes. La participación de Arriola, un discutidor apasionado, le llevó a ir recopilando datos que avalasen su convicción: "Lo que hemos vivido en Euskal Herria todos lo hemos visto con nuestros propios ojos". Así, a base de ir preparando material de guerra dialéctico para rebatir a quienes no estaban de acuerdo con él (casi todos los demás participantes en el foro), fue acumulando documentación diversa. De hecho, la espoleta definitiva para escribir el libro fue la continua invitación a ello de los discrepantes.

El autor, nacido en 1966, lo tiene todo muy claro a estas alturas. Nada de 'conspiranoia', es todo puro sentido común. "Lo que me sorprende es que gente académicamente potente, como Juan Carlos Usó o Escohotado lo nieguen. Me parece muy gratuito que digan que todo es un cuento chino", se lamenta el guipuzcoano, que considera que hay argumentos "y sólidos" para seguir manteniendo la tesis que el propio Juan Carlos Monedero, uno de los fundadores de Podemos, ha verbalizado en alguna ocasión (con grandes críticas, e incluso chanzas, por cierto).

Indicios y pruebas
Pero vayamos a los argumentos sólidos: "Está el caso de la policía de Arrasate, por ejemplo", dice Arriola. Se refiere a una declaración del jefe de los agentes locales de esa población, que aseguró que guardias civiles ofrecían droga gratuita, heroína para ser más precisos. La policía local siguió a los camellos-guardias en varias ocasiones y su destino de regreso final fueron los cuarteles de Intxaurrondo o La Salve. También recurre al célebre "informe Navajas", un documento que denuncia varias tramas de narcotráfico relacionados con las fuerzas de seguridad. Y otro de los puntales es la declaración de un narco turco que aseguró que la Guardia Civil le escoltaba y facilitaba 15 kilos de heroína cada semana para introducirlos en el País Vasco. Hay más argumentos, pero esos son los más concretos.



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'A los pies del caballo'


El libro de Arriola, muy extenso, se detiene en muchos otros casos en los que las drogas se han usado como instrumento de control (o descontrol) de una población. Es decir, que no niega que eso haya sucedido en otras partes y en otros tiempos. "Yo suelo hacer un paralelismo con la tortura: claro que ha existido siempre y en todas partes, pero en algunos lugares el poder lo ha implementado de manera más intensa, aunque sea un fenómeno global", comenta el autor al respecto. La idea del libro es partir de lo más alejado y general a dedicar un capítulo a su propio pueblo, Elgoibar, que ciertamente muestra unas cifras de fallecidos por SIDA verdaderamente anómalas y difíciles de explicar desde la lógica.


En la lucha sucia contra ETA también hubo quien se lucró con los fondos reservados, aunque el motivo de fondo no fuera el interés económico

Sobre la objeción de Usó y otros poco crédulos de esta hipótesis que señalan a que la intervención de las fuerzas de seguridad en muchas partes del país se debió a que las mafias necesitan la connivencia de esta y la corrompen con facilidad, Arriola no lo niega, pero piensa que no es excluyente: "Por un lado entiendo que había interés por parte de los cuerpos de seguridad de participar en el reparto de una ganancia económica, pero también se combina con motivos políticos. Puede haber un interés de lucro, pero no solo. Coexisten ambos motivos". A ese respecto también recuerda que en la lucha sucia contra ETA también hubo quien se lucró con los fondos reservados, aunque el motivo de fondo no fuera el interés económico.

Otro punto débil de sus tesis, el hecho de que al mismo tiempo que profileraban los 'yonquis' en Euskadi también lo hacían en casi cualqueir otra zona desindustrializada de la península en aquellos años (Madrid y la cuenca minera asturiana, principalmente), tampoco desanima a Arriola, que en este caso sí aporta un argumento algo distintivo: la conspiración no fue solo contra Euskadi, aunque es en lo que él se centra por proximidad geográfica y sentimental. "Yo no niego que también haya pasado en otros sitios, por ejemplo, la permisividad en ciertos barrios obreros de Madrid, pero pudo ser por la misma causa, por desmovilizar a gente incómoda".

Perder interés por la bronca
Ahora bien, el autor tiene respuestas para casi cualquier situación en la que se señale un punto débil. Por ejemplo, si se le pregunta si consiguieron su objetivo, si realmente el estado se salió con la suya y si no fuera por esa trapacera maniobra hubiese habido una revolución, Arriola replica: "Pues en parte sí consiguieron su objetivo. Los que cayeron era gente que iba a las manifas, protestaban y luego perdieron interés por la bronca con el consumo de las drogas. Si eran 10.000 chavales podían haber sido muchos de ellos parte de la insurgencia. Y otros no, claro. Algunos entraron tan jóvenes, como el caso de un chaval de 13 años, que no se sabe…".

En cualquier caso, Arriola ha hecho un trabajo extenso que no cierra el asunto, pero puede dar más leña al fuego de una polémica que parece que aún sigue viva.

https://www.elconfidencial.com/alma...drogas-libros-conspiraciones-euskadi_1493652/

¡Vamos, estaba más claro que el agua! De repente, en los 80, la heroina podia adquirirse como si nada y los jovenes morian a puñados ¡que mejor para minar la cantera etarra! Otra forma de guerra sucia, sucios 80...
 
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