Libros, libros, libros

Nueve novedades de novela histórica que llegan a las librerías en noviembre
02 DE NOVIEMBRE DE 2017

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¡Saludos lectores! Tras los agitados meses de octubre y septiembre (en novedades de literatura histórica, que de otras cosas ya os bombardean en otros sitios) parece que la cosa se va relajando poco a poco, mirando ya de cara a la campaña de Navidad. Y aún así, siguen llegando novedades apetecibles con nombres tan conocidos como José Luis Corral, Bernard Cornwell, Pauline Gedge, Simon Scarrow…


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Los Austrias. El tiempo en sus manos
, de José Luis Corral (Planeta). Vuelve José Luis Corral con la segunda entrega de la serie dedicada a los Austrias, que arrancó con El vuelo del águila (aquí tenéis la entrevista que le hice al autor cuando sacó esa primera parte). En esta ocasión se centrará en la vida de Carlos I.

En El tiempo en sus manos, José Luis Corral nos introduce en los años posteriores a la coronación de Carlos I como emperador. Una vez resuelto el problema sucesorio tras el fallecimiento de su abuelo Fernando de Aragón y la incapacidad de su madre, Juana la Loca, para ejercer el gobierno, el joven Carlos es proclamado emperador. Convertido en el monarca más poderoso del mundo, dueño de media Europa y de las Indias, se verá obligado a afrontar los problemas de unidad del imperio cristiano frente a la ofensiva turca. Para ello, contará con el apoyo, por fin, de todos los reinos de España, que pretende unificar bajo su reinado. Para asegurar la descendencia, contrae matrimonio con Isabel de Portugal, su prima hermana, con la que vivirá un amor apasionado.

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La noche sin ventanas, de Raúl Tola (Alfaguara). Este escritor peruano nos traslada a la existencia de dos compatriotas suyos en la Europa bajo el nazismo y la Segunda Guerra Mundial. No será la última novela que, en los próximos meses, llegue a nuestras librerías sobre historias de latinoamericanos en Europa en esas trágicas fechas.

Las preguntas invaden a Madeleine. Tras perder a sus padres y verse obligada a migrar de Lima a París, la ocupación nazi la convertirá en adalid de la Resistencia Francesa. No lo sabe, pero en la misma ciudad otro compatriota vive inmerso en tribulaciones similares. Se llama Francisco, ejerce de embajador peruano y es uno de los intelectuales latinoamericanos más influyentes de su tiempo. Él, junto con un grupo de jóvenes de buenas familias -como su hermano Ventura, José el Chupacirios o el Arequipeño Víctor Andrés- fundó la llamada Generación del Novecientos, que encontrará en el horror de las guerras mundiales la prueba de fuego para constatar las consecuencias de sus opciones ideológicas. La noche sin ventanas es un ambicioso fresco en el que Raúl Tola entreteje estas dos épicas para reflexionar sobre la relación entre las ideas y la vida, entre el heroísmo y la honestidad intelectual, al tiempo que alza, entre el estallido de las bombas y el espanto de los totalitarismos, un bello himno a la libertad.

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Los Buenos, de Hannah Kent (Alba). Otro interesante regreso, el de la autora de la muy recomendable Ritos funerarios, que nos vuelve a llevar a un mundo pasado, el de la Irlanda de 1820 y a historias terribles, llenas de recovecos morales.

Inspirada en un caso real de infanticidio, Los Buenos se sitúa en el año 1825 en un remo-to valle de Irlanda. Allí viven tres mujeres a las que unirán una serie de acontecimientos extraños y trágicos. Nóra Leahy ha perdido a su hija y a su marido el mismo año: solo le queda su pequeño nieto Michael, que no sabe andar ni hablar, y al que tiene oculto para que los vecinos no crean que ha sido víctima de una maldición sobrenatural. Mary Clifford es la joven contratada para cuidarlo y Nance Roche es la vieja curandera que alivia con hierbas y consejos los males inexplicables. La vida de estas tres mujeres se complicará con la llegada al pueblo de un nuevo sacerdote empeñado en limpiar el valle de supersticiones.

Los Buenos nos ofrece de nuevo una novela histórica con una trama misteriosa y emocionante.

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La rebelión, de David Anthony Durham (Ediciones B). Nueva versión literaria sobre la revuelta de Espartaco que llega a nuestras librerías. En este caso, firmada por el autor de género histórico y fantástico residente en Escocia, David Anthony Durham. La historia siempre es sugerente, habrá que ver qué aporta de novedoso este autor al célebre levantamiento de esclavos.

En esta emocionante novela histórica somos testigos de la rebelión más famosa de la historia desde diversos, y a veces opuestos, puntos de vista, entre ellos el del propio Espartaco, el visionario cautivo y gladiador cuya constancia y carisma convierten la fuga de una prisión en una rebelión multicultural que amenaza a un imperio; el de la profética Astera, cuyo contacto con el mundo de los espíritus y sus augurios guía el desarrollo de la rebelión; el de Nonus, un soldado romano que se mueve a ambos lados del conflicto en un intento, en parte desesperado, de salvar la vida; el de Laelia y Hustus, dos niños pastores incorporados a las tropas de la rebelión de los esclavos, y el de Kaleb, el esclavo al servicio de Craso, el senador romano y comandante que carga con la poco envidiable tarea de aplastar una insurrección de meros esclavos, todo ello en un entorno de violencia, heroísmo y traición. Lo que está en juego con la rebelión de Espartaco es nada menos que el futuro del mundo antiguo. Nadie aporta más brío, inteligencia y frescura a la novela sobre la época clásica que David Anthony Durham.

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El faraón, de Pauline Gedge (Ediciones Pàmies). Carlos Alonso sigue recuperando la obra de Gedge y es turno ahora de El faraón, novela que nos adentrará en el Egipto de Akhenatón. Como casi todo lo de esta autora, pinta bien.

Ningún otro período de la historia de Egipto ha causado tanta fascinación como el del reinado de Akhenatón, el faraón de la xviii dinastía cuyo impetuoso gobierno en el siglo XIV a. C. llevó a su pueblo al borde del desastre. Fue el primer monarca del Antiguo Egipto en proclamar su deidad e implantar el monoteísmo, y entabló una dura lucha contra la casta sacerdotal adoradora del dios Amón. También pasan por las páginas de esta novela varios de los personajes más fascinantes de las tierras del Nilo: su mujer, la legendaria Nefertiti; su hijo, el misterioso Tutankhamón; su madre, la astuta emperatriz Tiy, y el impetuoso general Horemheb, comandante de todos los ejércitos. Enmarcada en el fastuoso Palacio de los Reyes y Dioses, escena a escena, página a página, el Antiguo Egipto vuelve a la vida de forma magistral con el esplendor de la corte imperial, el implacable calor del desierto o la desgracia que cae sobre el país cuando el vivificador Nilo ofrece su inundación anual. El faraón se inscribe en la mejor ficción histórica, con la épica de un líder, de una dinastía y de un pueblo que confrontan un destino glorioso y trágico.

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Águilas en la tormenta, de Ben Kane (Ediciones B). Cierra Ben Kane su poderosa trilogía de las Águilas sobre las campañas romanas en Germania (charlé con su autor cuando arrancó la serie narrando la batalla de Teutoburgo). La historia entre Tulo y Arminio llega a su final…

Año 15 d.C. El jefe Arminio ha sido derrotado, una de las águilas romanas recuperadas y miles de guerreros de las tribus de Germania masacrados. Sin embargo, para el centurión Lucius Tullus estas victorias no son, ni mucho menos, suficientes. No descansará hasta que el propio Arminio muera, el águila de su legión sea recuperada y las tribus enemigas totalmente exterminadas. Por su parte, Arminio, taimado y valiente, también busca venganza. Más carismático que nunca, consigue reunir otro gran ejército tribal que acosará a los romanos a lo largo y ancho de sus territorios. Muy pronto, Tullus se encuentra en un hervidero de violencia, traiciones y peligros. Y la misión para recuperar el águila de su legión se revelará como la más peligrosa de todas.

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Victoria, de Daisy Goodwin (Suma de Letras). La creadora de la serie Victoria (en Movistar+, con buena factura, pero entretenidilla, sin más) aprovecha el tirón televisiva para novelizar su propia ficción en esta obra que se centra en la juventud de una de las dos reinas más célebres que ha tenido Inglaterra. Tendrá su público, seguro.

En 1837, con apenas 18 años, Victoria se despierta una mañana para descubrir que su tío ha muerto y ella va a convertirse en reina de la nación más poderosa del planeta. Pero ¿logrará ser una monarca de pleno derecho o solo una marioneta en manos de familiares intrigantes y ambiciosos políticos? ¿Podrá imponerse en un mundo de hombres que creen que las mujeres son demasiado inestables para reinar? Todos pretenden casarla con su primo, el príncipe Alberto, pero Victoria no tiene ninguna intención de acceder a un matrimonio de conveniencia. Prefiere gobernar sola y disfrutar de la compañía del primer ministro, el brillante Lord Melbourne, el único que la hace reír y que cree que de verdad llegará a ser una gran reina. Aunque la visita del príncipe Alberto está en marcha, ella ya ha decidido que es aburrido e insoportable porque así lo recuerda de su infancia. Después de todo la reina sabe lo quiere… O quizá aún no

Y para terminar esta selección, no puedo dejar de citar que Edhasa lanza este mes Invictus, de Simon Scarrow, decimoquinta entrega de los legionarios Cato y Macro y que se desarrolla en Hispania, y El portador de la llama, de Bernard Cornwell, décima entrega de su serie de Sajones, vikingos y normandos.


Invictus, de Simon Scarrow


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9 libros de la muerte que hablan de la vida
La literatura del duelo se afianza como un género propio dentro de la autoficción. En estos días en que se recuerda a los muertos, seleccionamos algunos títulos publicados en la última década

TEREIXA CONSTENLA
1 NOV 2017 - 16:22 CET

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Ilustración de 'La ternura de las piedras', de Marion Fayolle.


Escribir para olvidar o recordar. Escribir para revivir o sepultar. Escribir para curar o sangrar. Escribir porque un escritor no sabe hacer otra cosa. El duelo, un trance universal y al mismo tiempo único, ha alimentado algunas obras excepcionales a lo largo de la historia. Pero es en estos tiempos de la literatura del yo y de la autoficción, en estos días de intimidades descarnadas y públicas, donde el género es más frecuentado. En esta lucha contra los demonios de la pérdida, algunos autores crean pequeñas obras maestras.

A cada momento seguimos vivos. Tom Malmquist. Traducción de Carmen Montes. Turner. 2017.

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Tom Malmquist (Suecia, 1978) era un poeta de cierto éxito. Ahora eso ya no tiene importancia. Después de escribir A cada momento seguimos vivos, hay quien le considera el Knausgard sueco por ponerle prosa a su intimidad. Pero no se parecen. No hay rastro de la introspección intimista que a veces desliza el noruego entre sobredosis de realidad en el libro de Malmquist. No hay poesía, no hay lírica, no hay escapatoria. Karin, la pareja del autor, ingresa en el hospital con un embarazo de siete meses y una infección respiratoria. Las 100 páginas iniciales cuentan la rápida progresión de Karin hacia la muerte debido a una leucemia mieloide. Malmquist parapeta su estupefacción tras una labor notarial –anota en un pequeño cuaderno la jerga médica, los diálogos y la atmósfera con el detenimiento de un cazamariposas- mientras hace kilómetros por el pasillo subterráneo del hospital Karolinska, que conecta la unidad de neonatos con la de cuidados intensivos de cirugía torácica. Se prepara para la muerte al tiempo que recibe una nueva vida. Es un libro sobre la pérdida, claro está, pero también es un registro hipnótico sobre el microcosmos sanitario en Suecia. Los familiares de los enfermos disponen de salas que parecen pequeños apartamentos (camas, microondas, frigoríficos, sofás) y, en el caso de Malmquist, pueden acceder a espacios insospechados como el quirófano donde se practica la cesárea que culminará en el nacimiento de su hija, Livia. El poeta escribe con bisturí sobre el desmoronamiento de la vida que tenía y de la vida que esperaba tener. También de la vida que estrena como padre solitario, y que da lugar a algunas de las derivas disparatadas del sistema sueco. Malmquist tendrá que afrontar un esperpéntico periplo administrativo para que se le reconozca como padre de la criatura.

La ternura de las piedras. Marion Fayolle. Traducción de Regina López. Nórdica, 2016

Después de perder a su padre, Marion Fayolle (Ardeche, Francia, 1988) narró una despedida poética y surrealista –dibuja a su padre a veces como una piedra, a veces como un rey colérico - en la que participaba toda la familia. El feísmo de la realidad –las difíciles relaciones con un padre distante y despótico- se transforma en dibujos oníricos que cuentan sin herir. “Yo creía que la enfermedad y las adversidades acabarían por enternecerlo. Había visto un documental que explicaba cómo las piedras se transformaban en guijarros y luego en fina arena gracias a los embates del mar, el azote enérgico de las olas. Era el principio de la erosión. Sin embargo, yo sentía que, en lugar de pulirlo, la enfermedad se lo había ido comiendo poco a poco, pero sin alisar lo más mínimo sus contornos”. Fayolle no ajusta cuentas, pero tampoco disimula las magulladuras que sufre la familia. “La vida del Rey funcionaba como un reloj. Si alguien modificaba mínimamente sus horarios, se ponía furioso. Suele pasar. La gente que ostenta muchos poderes es temperamental y caprichosa”.
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También esto pasará. Milena Busquets. Anagrama, 2015.

Una rareza. Lectores y críticos se pusieron de acuerdo en celebrar la novela sin ficción que la escritora Milena Busquets (Barcelona, 1972) había dedicado a la editora Esther Tusquets. Una hija escritora tal vez no sea el mayor deseo de una madre editora. Ya no se sabrá. Tusquets no podrá leer un libro donde la ligereza no oculta la pena ni el dolor relega el vitalismo. Pero la protagonista, Blanca, despliega una fórmula para seguir adelante, que nada tiene que ver con el enclaustramiento emocional. La vida, con sus frivolidades y sus pasiones, está afuera, bajo la luz de Cadaqués. A esa vida que sigue, aunque ya nunca volverá a ser igual, se aferra Blanca con el instinto tanto como con la inteligencia. Levedad a raudales, frivolidad burguesa, nostalgia contenida, lealtades justitas. Un libro, el segundo de Busquets, que arrasó dentro y fuera de España. Una carta de amor, según la autora, de una hija a una madre que ni fue una catarsis ni un ajuste de cuentas.

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¿Podemos hablar de algo más agradable? Roz Chast. Traducción Rocío de la Maya. Reservoir books, 2015.

Roz Chast (Nueva York, 1954) quería lidiar con la muerte de sus padres y el resultado fue una novela gráfica divertida, cruda, inteligente y honesta, que estuvo a punto de recibir el National Book Award en 2014 saltándose las convenciones de la literatura. Cuando publicó el cómic, Chast guardaba las cenizas de sus padres, fallecidos con dos años de diferencia, en dos bolsas en el suelo de su ropero, junto a sus zapatos, camisetas, una plancha y manualidades infantiles. “El director de la funeraria me preguntó si quería que mezclaran sus cenizas. Le dije que mi madre había sido tan dominante cuando estaban vivos que sería mejor que él tuviera un poco de espacio propio. Cerca, pero independiente”. Hasta llegar a este epílogo, Chast reconstruye los últimos años de sus padres, un hombre sumiso y una mujer autoritaria, con su imparable deterioro. La vejez sin paños calientes. También el repaso a su odiosa infancia de hija única en Brooklyn y el higiénico distanciamiento que crea cuando se casa y tiene a sus hijos. Apoyándose sobre fotografías, viñetas, distintas tipografías y una voz narrativa, el cómic traslada una veracidad conmovedora, y a veces tétrica, sobre el desmoronamiento de la vida, el sentido de la responsabilidad o la guadaña de la culpa.
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La ridícula idea de no volver a verte. Rosa Montero. Seix Barral, 2013.

En pleno duelo por su pareja, el periodista Pablo Lizcano, fallecido en 2009, la escritora Rosa Montero (Madrid, 1951) descubrió el duelo de la científica Marie Curie por su marido Pierre, atropellado por un coche de caballos en abril de 1906. Ni siquiera un cerebro genial puede mantener a raya los espasmos de la pérdida. Marie Curie enloqueció. Guardó sus ropas ensangrentadas. Vagabundeó atrapada en el remordimiento. Dejó de hablar a sus hijas del padre para hablar con el padre a través de un diario: “Yo me estaba ocupando de las niñas, y te marchabas preguntándome en voz baja si iría al laboratorio. Te contesté que no lo sabía y te pedí que no me presionaras. Y justo entonces te fuiste; la última frase que te dirigí no fue de amor y de ternura. Luego, ya solo te vi muerto”. Al tiempo que avanza en la biografía de la única mujer con dos Premios Nobel (Física y Química), Montero comparte reflexiones, sentimientos y sinrazones ligados a su propio luto. “La pérdida de un ser querido es una vivencia tan dislocada e insensata que resulta increíble cuánto te puede llegar a turbar y emocionar una tarjeta VISA con el nombre de tu muerto escrito en relieve”. La novelista guardó en un cajón el móvil que Pablo odiaba, la agenda, la billetera, el DNI, el permiso de conducir. Los duelos son universales pero únicos. Cada uno lo afronta a su manera. “La muerte”, escribe Rosa Montero, “mancha también nuestros recuerdos: no soportamos rememorar nuestra ignorancia, nuestra inocencia. Esos días que pasé con Pablo en Nueva York, apenas un mes antes de que le diagnosticaran el cáncer, son ahora una memoria incandescente: él estaba malo y yo no lo sabía, estaba tan enfermo y yo no lo sabía, le quedaba un año de vida y yo no lo sabía; ese desconocimiento abrasa, ese pensamiento es persecutorio, esa inocencia de ambos antes del dolor resulta insoportable. Ahora veo la preciosa foto que hice desde la ventana de nuestro hotel en Manhattan y siento cómo se me hiela el corazón”.
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Noches azules. Joan Didion. Traducción de Javier Calvo. Mondadori, 2012.

Hay un libro mítico de Joan Didion(Sacramento, 1935): El año del pensamiento mágico. Se publicó en 2006. Se escribió poco después de la muerte de su marido, el escritor John G. Dunne. Estupor, tristeza, cólera, pensamiento mágico: no tirar la ropa de John porque le hará falta cuando regrese. John sufrió un infarto cuando estaban a punto de sentarse a cenar una noche de diciembre de 2003. Regresaban del hospital donde habían visitado a su hija, Quintana Roo, en coma, que fallecería pocos meses después de su padre. La escritora tardó mucho más tiempo –cinco años– en llevar el duelo por su única hija a la literatura. En Noches azules rehace la vida de Quintana Roo, adoptada, al tiempo que desnuda su propia fragilidad. Didion comparte su conmoción al observar la pérdida del vigor físico y la desaparición de la vida plena que se esfumó sin avisar. Un libro donde confiesa el miedo a la propia muerte.
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Tiempo de vida. Marcos Giralt Torrente. Anagrama, 2010.

En otoño de 2007 Marcos Giralt Torrente (Madrid, 1968) anotó en un cuaderno: “El mismo año en que mi padre enfermó publiqué una novela en la que lo mataba”. Lo consideró un buen comienzo. Llenó páginas. Leyó libros sobre padres e hijos, familias y muertes. Pero el buen comienzo no conducía a ninguna parte. “Me faltaba la idea motriz; no la tenía porque lo único que sentía era un gran vacío. Un duelo es una cosa extraña. Un duelo se siente una vez que ha quedado atrás. Un duelo te aísla incluso de ti mismo”. Finalmente contó cosas y calló otras: “Hay lugares que desconozco y lugares a los que no quiero llegar”. Suficientes para reconstruir la vida del padre, el pintor Juan Giralt, fallecido en febrero de 2007 debido a un cáncer. Ocho meses después el novelista escribió: “En todo este tiempo no he escrito apenas. No tenía tiempo ni cabeza. Tampoco he leído. He vivido hacia afuera, multiplicado en tantas facetas y cometidos como exigían sus muchas necesidades. He sido su principal compañía, su interlocutor ante los médicos, su psicólogo, su ayudante, su brazo ejecutor, su camarero y enfermero. He dejado a un lado mi vida, me he anulado y me he fusionado con él (…) He visitado casi a diario farmacias y ambulatorios, le he curado heridas imprevistas, lo he ayudado a levantarse y a acostarse, lo he llevado y traído del baño, he temido su muerte, la he deseado por momentos y, cuando sólo quedaba sufrimiento y ninguna alegría que el dolor no neutralizara, he hecho la llamada que él me había pedido. He recibido a los médicos que ya no venían a curarlo, me he dejado adiestrar por ellos, he esperado su muerte, lo he visto muerto y lo he amortajado. He cumplido, en fin, su voluntad en todos sus términos y el esfuerzo de todo ello me ha dejado exhausto. Exhausto y vacío”. Por esta obra recibió el Premio Nacional de Narrativa en 2011 y el Strega Europeo.

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De vidas ajenas. Emmanuel Carrère. Traducción de Jaime Zulaika. Anagrama, 2009.

En la Navidad de 2004 Emmanuel Carrère (París, 1957) mascullaba sobre sí mismo y su incapacidad para amar en un bungalow de Sri Lanka cuando la Gran Ola destrozó el Sudeste asiático. Tanto él como su pareja, Hélène d’Encausse, y los dos hijos (no comunes) que les habían acompañado, salieron indemnes. A última hora habían suspendido la clase de submarinismo a la que se habían apuntado. La muerte puede ser así de esquiva. Emmanuel y Hélène pensaban en separarse. Y eso, que era lo más importante de aquel momento, dejó de tener trascendencia alguna ante las dimensiones de la tragedia, que costó la vida de 35.000 personas en Sri Lanka. Entre ellas la hija de otros turistas franceses, Jérôme y Delphine, a los que acompañaran permanentente desde ese momento y hasta su regreso a Francia. Carrére que, a sus 47 años, nunca había visto un muerto, recorrió escenarios donde lo imposible era no verlos. A su regreso a París había más urgencias: la recaída en el cáncer de la hermana de Hélène, Juliette. “En cuestión de pocos meses, fui testigo de dos de los acontecimientos que más temo en la vida: la muerte de un hijo para sus padres y la muerte de una mujer joven para sus hijos y su marido. Alguien me dijo entonces: eres escritor, ¿por qué no escribes nuestra historia?”. Y de este encargo, salió uno de los libros más bellos y generosos de Carrère, que aparca el ensimismamiento de otras obras, para contar historias cotidianas de seres extraordinarios, o tal vez historias extraordinarias de seres cotidianos. Un libro que mantiene viva a Juliette, capaz de sentar las bases de un novedoso derecho del consumo desde su pequeño juzgado de provincias, junto a otro colega, tan enfermo y tan cojo como ella. En Francia lo eligieron en 2009 mejor novela del año.

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El olvido que seremos. Héctor Abad Faciolince. Seix Barral, 2007

Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958) descubrió el cadáver de su padre, el médico Héctor Abad Gómez, en un charco de sangre en agosto de 1987. Especialista en salud pública –creía en su poder para transformar realidades–, activista contra la corrupción política y profesor universitario mal visto por los acomodados en la élite, fue asesinado por dos jóvenes que iban en moto mientras asistía al duelo de otra víctima de paramilitares. En uno de los bolsillos de su chaqueta, el médico colombiano llevaba un soneto de Borges: "Ya somos el olvido que seremos". Su hijo rastreó en sus propias vivencias de niño privilegiado, distinguido por el padre entre tantas hermanas, y reconstruyó la biografía del hombre público volcado en una causa. "Fue injusto con nosotros", reflexionaba el escritor poco después de publicar la obra, "los héroes siempre son injustos, porque era consciente de que lo iban a matar, y lo mataron y todo ha sido inútil. La violencia siguió adelante. Pero sólo puedes combatirla con palabras. Contar lo que es".

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https://elpais.com/cultura/2017/10/30/babelia/1509384545_586083.html
 
El martes me compré el libro de María Casado "Historias de la tele" y ya voy a empezar a leerlo.
 
El gran colocón de la guerra
Lukasz Kamienski pasa revista en un libro pionero al uso de las drogas en combate a lo largo de la historia, desde los hoplitas griegos hasta las fuerzas especiales de EE UU

[URL='https://elpais.com/autor/jacinto_anton/a/']JACINTO ANTÓN
Madrid 2 NOV 2017 - 12:48 CET
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Soldados estadounidensese fuman marihuana en su campamento en la provincia de Quang Tri, durante la guerra del Vietnam. BETTMANN BETTMANN ARCHIVE


No hay guerra sobria. Que en la guerra siempre se han usado drogas es sabido, Lo que no lo es tanto es la escala. De hecho, la mayoría de los guerreros de la historia han entrado en combate colocados de algo. Desde los hoplitas griegos (opio y vino) a los actuales pilotos de cazabombarderos estadounidenses (“pastillas go”: anfetaminas), pasando por los guerreros vikingos (hongos alucinógenos), los zulúes (extractos de diversas plantas “mágicas”) o los kamikazes japoneses (tokkou-jo,“pastillas de asalto”: metanfetamina), los combatientes de todas las épocas y clases han echado mano de alguna sustancia psicoactiva para enardecerse, mejorar el rendimiento, y vencer el miedo y ser capaces de luchar contra el enemigo con armas mortíferas, un trauma, matar y eventualmente morir, que significa un verdadero desafío a la naturaleza humana.

A explicar la historia social, cultural y política del uso de esas sustancias en el campo de batalla ha dedicado el profesor de la Facultad de Estudios Políticos e Internacionales de la Universidad Jaguelónica de Polonia Lukasz Kamienski (Cracovia, 1976) su libro Las drogas en la guerra (Crítica), una obra que cubre un gran vacío sobre el tema y que está llena de información apasionante y detalles impagables, como que la victoria británica en El Alamein tuvo que ver con el uso de la bencedrina —de la que Montgomery era un entusiasta—, y la de los marines en Tarawa con el speed. Kamienski apunta de pasada que Bismarck era un “asiduo morfinómano” y que John F. Kennedy se inyectaba dexedrina e iba colocado de speed durante la crisis de los misiles.

“La guerra es en buena medida inseparable de las drogas”, señala Kamienski, que no deja de recordar que la propia guerra es una droga. “A lo largo de la historia encontramos continúas referencias a hongos y plantas mágicos y a todo tipo de sustancias tóxicas que ayudan a los guerreros para inspirarles en la lucha, hacerlos mejores combatientes o contribuir a paliar los efectos físicos o psicológicos del combate. También para hacerles soportable el aburrimiento que a menudo conlleva la guerra. No digo que todos los guerreros de todos los ejércitos hayan usado y usen asistencia farmacológica, pero la melodía principal de la historia militar sí que tiene ese tono farmacológico. El homo furens es un homo narcoticus”.

El estudioso, que considera que “la práctica de colocarse es entre los que combaten tan vieja como la propia guerra”, analiza el “subidón” bélico bajo varios aspectos: las drogas recetadas por las propias autoridades militares y distribuidas por ellas a los soldados (evidenciando una hipócrita doble moral), las autorrecetadas por los combatientes, y las utilizadas como herramientas de guerra (desde el uso hace tres milenios por los caldeos de humaredas de cáñamo indio para embotar al enemigo —con el riesgo de que te soplara el viento en contra—) hasta los planes estadounidenses durante la Guerra Fría para lanzar una lluvia de LSD sobre las tropas soviéticas. No menos descabellados han sido proyectos posteriores de EE UU como el de bombardear con feromonas a las fuerzas enemigas para descontrolar sexualmente a los soldados o el de usar viagra con los integrantes de las fuerzas especiales propias para hacerlos más agresivos.


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El escritor y profesor polaco Lukasz Kamienski, en Madrid. VÍCTOR SAINZ EL PAÍS


Kamienski destaca el uso del alcohol, “el coraje líquido”, como “la droga más popular de cuantas han empleado los ejércitos” y “uno de los puntales” de las tropas de todos los tiempos (excepto, claro, las islámicas), al menos hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Se ha empleado, recuerda, como anestésico, estimulante, relajante y fortalecedor. No se entiende el imperio británico, señala, sin el ron, que se daba a los marinos y soldados, ni el ejército ruso sin el vodka, que propició victorias y también causó derrotas. En Chechenia los soldados llegaron a canjear blindados por cajas de vodka.

Las drogas en la guerra sigue el empleo de estas de manera cronológica, hasta llegar a las guerras actuales, con el ISIS colgado de captagón (fenetilina) y los estadounidenses usando el psicoestimulante de nueva generación modafinilo, muy eficaz para combatir la fatiga y la privación del sueño. Lo último, dice Kamienski, sin embargo, es “la neuroestimulación directa del cerebro”. El futuro, vaticina, apunta a una ciborgización de los soldados en vez de su yonquización.

El libro pasa revista a los guerreros griegos (que consumían opio disuelto en vino), a los asesinos nizaríes de Alamut asociados al hachís, y a los comedores de hongos y el furor berserker germano y escandinavo que relaciona con la ingesta de Amanita muscaria o A. pantherina, setas que también tomaban, sostiene, para luchar rabiosamente los tártaros.

Kamienski, que sonríe educadamente cuando se le comenta el uso de la poción mágica por los galos de Astérix, explica que Napoleón hubo de tomar medidas drásticas contra el hábito de consumir hachís de sus tropas en Egipto. Luego pasa revista a las guerras del opio y recalca la epidemia de adicción a la morfina que provocó la Guerra de Secesión estadounidense, donde se repartió a diestro y siniestro como panacea.

En las guerras coloniales, según el estudioso, la mayoría de los pueblos guerreros que se enfrentaban a las potencias europeas iban definitivamente colocados. La élite guerrera zulú con dagra, variedad sudafricana euforizante del cannabis. La Primera Guerra Mundial fue la contienda de la cocaína, que consumían los ases de caza alemanes, se administró a los soldados australianos en Galípoli y se suministraba regularmente en general a las tropas británicas en forma de grageas Forced March (!).

La segunda contienda fue la del speed y la meta de la Wehrmacht, comercializada como pervitin. Los nazis buscaron un estimulante aún más poderoso, “una verdadera bala mágica”, en el DI-X, que probaron los comandos de Otto Skorzeny. Pero en realidad todos los ejércitos emplearon las anfetaminas. Caso especial, apunta Kamienski fue el de las tropas finlandesas, colocadas hasta las cejas con heroína, morfina y opio.

En el gran colocón de la Segunda Guerra Mundial, los únicos tradicionales fueron los soviéticos, fieles al vodka y la valeriana.



EL MITO DEL “EJÉRCITO YONQUI” EN VIETNAM


Kamienski dedica un amplio espacio a la Guera Fría, a la búsqueda de sustancias para colocar al enemigo y al “arsenal alucinógeno de los EE UU”, como el polvo de ángel, experimentado a menudo en soldados propios y en civiles sin que estos lo supieran. También sigue la verdadera obsesión paranoica para lograr un “suero de la verdad”.

La guerra del Vietnam es “la primera verdadera guerra farmacológica”, con un consumo entre el personal militar estadounidense que alcanzó cotas nunca vistas. El estudioso apunta que en 1973, año de la retirada de EE UU del país del sudeste asiático, el 70 % de los soldados tomaban algún estupefaciente, fuera marihuana, dexedrina, heroína, morfina, opio, sedantes o alucinógenos. El ejército llegó a poner en marcha un programa de análisis de orina masivos, denominado Operación Flujo Dorado (!). El coloque masivo fue lo que dio pie al mito del “ejército yonqui”, aunque el autor considera que el consumo de drogas, “en términos generales, no interfirió excesivamente en el rendimiento en combate”. En todo caso, solo unos pocos se consolaban en Vietnam escribiendo a casa y escuchando a Barbra Streisand



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Autor: Lukasz Kamienski.

Editorial: Crítica (2017).

Formato: versión Kindle y tapa blanda (592 páginas).


https://elpais.com/cultura/2017/10/30/actualidad/1509390449_768128.html




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9 libros de la muerte que hablan de la vida
La literatura del duelo se afianza como un género propio dentro de la autoficción. En estos días en que se recuerda a los muertos, seleccionamos algunos títulos publicados en la última década

TEREIXA CONSTENLA

1 NOV 2017 - 16:22 CET
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Ilustración de 'La ternura de las piedras', de Marion Fayolle.


Escribir para olvidar o recordar. Escribir para revivir o sepultar. Escribir para curar o sangrar. Escribir porque un escritor no sabe hacer otra cosa. El duelo, un trance universal y al mismo tiempo único, ha alimentado algunas obras excepcionales a lo largo de la historia. Pero es en estos tiempos de la literatura del yo y de la autoficción, en estos días de intimidades descarnadas y públicas, donde el género es más frecuentado. En esta lucha contra los demonios de la pérdida, algunos autores crean pequeñas obras maestras.

A cada momento seguimos vivos. Tom Malmquist. Traducción de Carmen Montes. Turner. 2017.

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Tom Malmquist (Suecia, 1978) era un poeta de cierto éxito. Ahora eso ya no tiene importancia. Después de escribir A cada momento seguimos vivos, hay quien le considera el Knausgard sueco por ponerle prosa a su intimidad. Pero no se parecen. No hay rastro de la introspección intimista que a veces desliza el noruego entre sobredosis de realidad en el libro de Malmquist. No hay poesía, no hay lírica, no hay escapatoria. Karin, la pareja del autor, ingresa en el hospital con un embarazo de siete meses y una infección respiratoria. Las 100 páginas iniciales cuentan la rápida progresión de Karin hacia la muerte debido a una leucemia mieloide. Malmquist parapeta su estupefacción tras una labor notarial –anota en un pequeño cuaderno la jerga médica, los diálogos y la atmósfera con el detenimiento de un cazamariposas- mientras hace kilómetros por el pasillo subterráneo del hospital Karolinska, que conecta la unidad de neonatos con la de cuidados intensivos de cirugía torácica. Se prepara para la muerte al tiempo que recibe una nueva vida. Es un libro sobre la pérdida, claro está, pero también es un registro hipnótico sobre el microcosmos sanitario en Suecia. Los familiares de los enfermos disponen de salas que parecen pequeños apartamentos (camas, microondas, frigoríficos, sofás) y, en el caso de Malmquist, pueden acceder a espacios insospechados como el quirófano donde se practica la cesárea que culminará en el nacimiento de su hija, Livia. El poeta escribe con bisturí sobre el desmoronamiento de la vida que tenía y de la vida que esperaba tener. También de la vida que estrena como padre solitario, y que da lugar a algunas de las derivas disparatadas del sistema sueco. Malmquist tendrá que afrontar un esperpéntico periplo administrativo para que se le reconozca como padre de la criatura.

La ternura de las piedras. Marion Fayolle. Traducción de Regina López. Nórdica, 2016

Después de perder a su padre, Marion Fayolle (Ardeche, Francia, 1988) narró una despedida poética y surrealista –dibuja a su padre a veces como una piedra, a veces como un rey colérico - en la que participaba toda la familia. El feísmo de la realidad –las difíciles relaciones con un padre distante y despótico- se transforma en dibujos oníricos que cuentan sin herir. “Yo creía que la enfermedad y las adversidades acabarían por enternecerlo. Había visto un documental que explicaba cómo las piedras se transformaban en guijarros y luego en fina arena gracias a los embates del mar, el azote enérgico de las olas. Era el principio de la erosión. Sin embargo, yo sentía que, en lugar de pulirlo, la enfermedad se lo había ido comiendo poco a poco, pero sin alisar lo más mínimo sus contornos”. Fayolle no ajusta cuentas, pero tampoco disimula las magulladuras que sufre la familia. “La vida del Rey funcionaba como un reloj. Si alguien modificaba mínimamente sus horarios, se ponía furioso. Suele pasar. La gente que ostenta muchos poderes es temperamental y caprichosa”.
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También esto pasará. Milena Busquets. Anagrama, 2015.

Una rareza. Lectores y críticos se pusieron de acuerdo en celebrar la novela sin ficción que la escritora Milena Busquets (Barcelona, 1972) había dedicado a la editora Esther Tusquets. Una hija escritora tal vez no sea el mayor deseo de una madre editora. Ya no se sabrá. Tusquets no podrá leer un libro donde la ligereza no oculta la pena ni el dolor relega el vitalismo. Pero la protagonista, Blanca, despliega una fórmula para seguir adelante, que nada tiene que ver con el enclaustramiento emocional. La vida, con sus frivolidades y sus pasiones, está afuera, bajo la luz de Cadaqués. A esa vida que sigue, aunque ya nunca volverá a ser igual, se aferra Blanca con el instinto tanto como con la inteligencia. Levedad a raudales, frivolidad burguesa, nostalgia contenida, lealtades justitas. Un libro, el segundo de Busquets, que arrasó dentro y fuera de España. Una carta de amor, según la autora, de una hija a una madre que ni fue una catarsis ni un ajuste de cuentas.

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¿Podemos hablar de algo más agradable? Roz Chast. Traducción Rocío de la Maya. Reservoir books, 2015.

Roz Chast (Nueva York, 1954) quería lidiar con la muerte de sus padres y el resultado fue una novela gráfica divertida, cruda, inteligente y honesta, que estuvo a punto de recibir el National Book Award en 2014 saltándose las convenciones de la literatura. Cuando publicó el cómic, Chast guardaba las cenizas de sus padres, fallecidos con dos años de diferencia, en dos bolsas en el suelo de su ropero, junto a sus zapatos, camisetas, una plancha y manualidades infantiles. “El director de la funeraria me preguntó si quería que mezclaran sus cenizas. Le dije que mi madre había sido tan dominante cuando estaban vivos que sería mejor que él tuviera un poco de espacio propio. Cerca, pero independiente”. Hasta llegar a este epílogo, Chast reconstruye los últimos años de sus padres, un hombre sumiso y una mujer autoritaria, con su imparable deterioro. La vejez sin paños calientes. También el repaso a su odiosa infancia de hija única en Brooklyn y el higiénico distanciamiento que crea cuando se casa y tiene a sus hijos. Apoyándose sobre fotografías, viñetas, distintas tipografías y una voz narrativa, el cómic traslada una veracidad conmovedora, y a veces tétrica, sobre el desmoronamiento de la vida, el sentido de la responsabilidad o la guadaña de la culpa.
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La ridícula idea de no volver a verte. Rosa Montero. Seix Barral, 2013.

En pleno duelo por su pareja, el periodista Pablo Lizcano, fallecido en 2009, la escritora Rosa Montero (Madrid, 1951) descubrió el duelo de la científica Marie Curie por su marido Pierre, atropellado por un coche de caballos en abril de 1906. Ni siquiera un cerebro genial puede mantener a raya los espasmos de la pérdida. Marie Curie enloqueció. Guardó sus ropas ensangrentadas. Vagabundeó atrapada en el remordimiento. Dejó de hablar a sus hijas del padre para hablar con el padre a través de un diario: “Yo me estaba ocupando de las niñas, y te marchabas preguntándome en voz baja si iría al laboratorio. Te contesté que no lo sabía y te pedí que no me presionaras. Y justo entonces te fuiste; la última frase que te dirigí no fue de amor y de ternura. Luego, ya solo te vi muerto”. Al tiempo que avanza en la biografía de la única mujer con dos Premios Nobel (Física y Química), Montero comparte reflexiones, sentimientos y sinrazones ligados a su propio luto. “La pérdida de un ser querido es una vivencia tan dislocada e insensata que resulta increíble cuánto te puede llegar a turbar y emocionar una tarjeta VISA con el nombre de tu muerto escrito en relieve”. La novelista guardó en un cajón el móvil que Pablo odiaba, la agenda, la billetera, el DNI, el permiso de conducir. Los duelos son universales pero únicos. Cada uno lo afronta a su manera. “La muerte”, escribe Rosa Montero, “mancha también nuestros recuerdos: no soportamos rememorar nuestra ignorancia, nuestra inocencia. Esos días que pasé con Pablo en Nueva York, apenas un mes antes de que le diagnosticaran el cáncer, son ahora una memoria incandescente: él estaba malo y yo no lo sabía, estaba tan enfermo y yo no lo sabía, le quedaba un año de vida y yo no lo sabía; ese desconocimiento abrasa, ese pensamiento es persecutorio, esa inocencia de ambos antes del dolor resulta insoportable. Ahora veo la preciosa foto que hice desde la ventana de nuestro hotel en Manhattan y siento cómo se me hiela el corazón”.
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Noches azules. Joan Didion. Traducción de Javier Calvo. Mondadori, 2012.

Hay un libro mítico de Joan Didion(Sacramento, 1935): El año del pensamiento mágico. Se publicó en 2006. Se escribió poco después de la muerte de su marido, el escritor John G. Dunne. Estupor, tristeza, cólera, pensamiento mágico: no tirar la ropa de John porque le hará falta cuando regrese. John sufrió un infarto cuando estaban a punto de sentarse a cenar una noche de diciembre de 2003. Regresaban del hospital donde habían visitado a su hija, Quintana Roo, en coma, que fallecería pocos meses después de su padre. La escritora tardó mucho más tiempo –cinco años– en llevar el duelo por su única hija a la literatura. En Noches azules rehace la vida de Quintana Roo, adoptada, al tiempo que desnuda su propia fragilidad. Didion comparte su conmoción al observar la pérdida del vigor físico y la desaparición de la vida plena que se esfumó sin avisar. Un libro donde confiesa el miedo a la propia muerte.
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Tiempo de vida. Marcos Giralt Torrente. Anagrama, 2010.

En otoño de 2007 Marcos Giralt Torrente (Madrid, 1968) anotó en un cuaderno: “El mismo año en que mi padre enfermó publiqué una novela en la que lo mataba”. Lo consideró un buen comienzo. Llenó páginas. Leyó libros sobre padres e hijos, familias y muertes. Pero el buen comienzo no conducía a ninguna parte. “Me faltaba la idea motriz; no la tenía porque lo único que sentía era un gran vacío. Un duelo es una cosa extraña. Un duelo se siente una vez que ha quedado atrás. Un duelo te aísla incluso de ti mismo”. Finalmente contó cosas y calló otras: “Hay lugares que desconozco y lugares a los que no quiero llegar”. Suficientes para reconstruir la vida del padre, el pintor Juan Giralt, fallecido en febrero de 2007 debido a un cáncer. Ocho meses después el novelista escribió: “En todo este tiempo no he escrito apenas. No tenía tiempo ni cabeza. Tampoco he leído. He vivido hacia afuera, multiplicado en tantas facetas y cometidos como exigían sus muchas necesidades. He sido su principal compañía, su interlocutor ante los médicos, su psicólogo, su ayudante, su brazo ejecutor, su camarero y enfermero. He dejado a un lado mi vida, me he anulado y me he fusionado con él (…) He visitado casi a diario farmacias y ambulatorios, le he curado heridas imprevistas, lo he ayudado a levantarse y a acostarse, lo he llevado y traído del baño, he temido su muerte, la he deseado por momentos y, cuando sólo quedaba sufrimiento y ninguna alegría que el dolor no neutralizara, he hecho la llamada que él me había pedido. He recibido a los médicos que ya no venían a curarlo, me he dejado adiestrar por ellos, he esperado su muerte, lo he visto muerto y lo he amortajado. He cumplido, en fin, su voluntad en todos sus términos y el esfuerzo de todo ello me ha dejado exhausto. Exhausto y vacío”. Por esta obra recibió el Premio Nacional de Narrativa en 2011 y el Strega Europeo.

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De vidas ajenas. Emmanuel Carrère. Traducción de Jaime Zulaika. Anagrama, 2009.

En la Navidad de 2004 Emmanuel Carrère (París, 1957) mascullaba sobre sí mismo y su incapacidad para amar en un bungalow de Sri Lanka cuando la Gran Ola destrozó el Sudeste asiático. Tanto él como su pareja, Hélène d’Encausse, y los dos hijos (no comunes) que les habían acompañado, salieron indemnes. A última hora habían suspendido la clase de submarinismo a la que se habían apuntado. La muerte puede ser así de esquiva. Emmanuel y Hélène pensaban en separarse. Y eso, que era lo más importante de aquel momento, dejó de tener trascendencia alguna ante las dimensiones de la tragedia, que costó la vida de 35.000 personas en Sri Lanka. Entre ellas la hija de otros turistas franceses, Jérôme y Delphine, a los que acompañaran permanentente desde ese momento y hasta su regreso a Francia. Carrére que, a sus 47 años, nunca había visto un muerto, recorrió escenarios donde lo imposible era no verlos. A su regreso a París había más urgencias: la recaída en el cáncer de la hermana de Hélène, Juliette. “En cuestión de pocos meses, fui testigo de dos de los acontecimientos que más temo en la vida: la muerte de un hijo para sus padres y la muerte de una mujer joven para sus hijos y su marido. Alguien me dijo entonces: eres escritor, ¿por qué no escribes nuestra historia?”. Y de este encargo, salió uno de los libros más bellos y generosos de Carrère, que aparca el ensimismamiento de otras obras, para contar historias cotidianas de seres extraordinarios, o tal vez historias extraordinarias de seres cotidianos. Un libro que mantiene viva a Juliette, capaz de sentar las bases de un novedoso derecho del consumo desde su pequeño juzgado de provincias, junto a otro colega, tan enfermo y tan cojo como ella. En Francia lo eligieron en 2009 mejor novela del año.

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El olvido que seremos. Héctor Abad Faciolince. Seix Barral, 2007

Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958) descubrió el cadáver de su padre, el médico Héctor Abad Gómez, en un charco de sangre en agosto de 1987. Especialista en salud pública –creía en su poder para transformar realidades–, activista contra la corrupción política y profesor universitario mal visto por los acomodados en la élite, fue asesinado por dos jóvenes que iban en moto mientras asistía al duelo de otra víctima de paramilitares. En uno de los bolsillos de su chaqueta, el médico colombiano llevaba un soneto de Borges: "Ya somos el olvido que seremos". Su hijo rastreó en sus propias vivencias de niño privilegiado, distinguido por el padre entre tantas hermanas, y reconstruyó la biografía del hombre público volcado en una causa. "Fue injusto con nosotros", reflexionaba el escritor poco después de publicar la obra, "los héroes siempre son injustos, porque era consciente de que lo iban a matar, y lo mataron y todo ha sido inútil. La violencia siguió adelante. Pero sólo puedes combatirla con palabras. Contar lo que es".

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https://elpais.com/cultura/2017/10/30/babelia/1509384545_586083.html
Me encantó "Tambien esto pasará" de Milena Busquets.
Durante bastante tiempo tuvo un pequeño espacio en la radio en el que leía alguna reflexión (suya) sobre temas variados que duraba aprox. 3 minutos. Su voz la tengo muy presente y al ir leyendo el libro me parecía que era ella quien me iba contando la historia.
Me encanta esta mujer.
 
Última edición:
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Retrato de una joven Virginia Woolf fechado en 1902 - ABC

Diamantes en la basura de Virginia Woolf
Tras años de incomprensible ausencia, a finales de este mes se publica por fin en España el primer volumen de los «Diarios» (1915-1919) de la gran escritora británica



Resulta paradójico que quien dedicó en pleno su vida a construir la de sus personajes acabase sin pretenderlo, y de manera póstuma, retratada con mayor precisión que ningún otro a través de sus escritos. Virginia Woolf (Londres, 1882-1941) vertió innumerables líneas durante su existencia, hasta el punto de hacer de la escritura su principal fuente de aliento. Cuando su cabeza echaba a volar y el mundo parecía un lugar inhóspito en el que no merecía la penar seguir, el papel y la tinta constituían un salvoconducto que daba sentido a todo lo demás.

Su figura vuelve ahora a escena, si es que en algún momento dejó de estar presente. Lo hace a través de la publicación, a finales de este mes, de «El diario de Virginia Woolf», el primero de los cinco volúmenes de relatos vivenciales en que se han reunido los 27 cuadernos, bajo el auspicio de la editorial Tres Hermanas, traducido por Olivia de Miguel y prologado por Inés Martín Rodrigo. Se trata, en suma, del más fidedigno retrato de una de las grandes creadoras de conciencias que la literatura ha conocido, y que hasta ahora estaba inédito en España.

su***dio
Quien tenga el placer de pasear por estas vastas páginas dará de bruces con el atinado lirismo de la autora de «La señora Dalloway», adaptado a los cánones de la no ficción. Mas no por ello sus párrafos pierden un ápice de su riqueza narrativa. Acaso podría reprochársele a la autora de estos «Diarios» la irresponsabilidad de privar al lector venidero de reflexiones que ahonden sin tapujos en su consabida condición sexual, erigida en símbolo del feminismo tras la ruptura de tabúes que acometió en una época convulsa y tendente al oscurantismo como la que le tocó vivir. Sí lo hace con el su***dio, planteando la posibilidad de que las condiciones meteorológicas influyan de algún modo en la pulsión que por momentos siente hacia él. «Siempre he creído que otorgamos a la vida un valor absurdamente alto», postula Woolf.

Su sobrino y biógrafo, Quentin Bell, plantea en la introducción la posibilidad de que no todo lo reflejado en los diarios sea auténtico. Asumiendo una licencia, cabe preguntarse: ¿y qué más da? Es tal la exposición a pecho descubierto que Woolf hace de sí misma en estos manuscritos que la incierta posibilidad de que en ellos se dé cabida a los impulsos narrativos de la literata no resulta sino un regalo. El mismo que para ella representaba la escritura: «He pasado la semana escribiendo con absoluto placer, cosa extraña porque siempre tengo la sensación de que no tengo motivos para estar satisfecha de lo que escribo & de que en seis semanas o incluso después de unos días, acabaré por odiarlo. La ventaja de este método es que, sin querer, recojo algunos asuntos desperdigados que, de haberlo pensado dos veces, habría excluido, pero que son los diamantes en el montón de la basura». Así lo dejó patente en sus diarios; así nos llega ahora.

Anne Oliver Bell. Antes de dar paso a la voz de Woolf, señala que todas las peculiaridades con las que ésta escribió cada cuadernillo han sido mantenidas en el paso al formato mecanografiado. Es así como el lector se encontrará constantemente con el «&» que utilizaba la londinense, empleado con el objetivo de reservarse el «y» convencional para los momentos en que quisiera aplicar una fuerza especial a lo descrito. También sus notas accesorias o las letras capitales con las que abreviaba el nombre de sus allegados. Bell, que ha sido testigo en primera persona del tacto y el olor de los manuscritos, dice de su letra que es «elegante y distinguida»; se refiere a su inglés como «puro y gramatical» y se rinde a su particular criba de palabras calificándola como «milagrosa».

Parón
Su bipolaridad, como su querido Leonard, el té de cada tarde o los ecos de los bombardeos que ponían de relieve lo candente de la Gran Guerra, se refugia entre las anotaciones. Y es la única culpable de que en su particular calendario hubiese días que la escritora no pudo tachar con la palabra «escrito», más allá de algún olvido puntual –«Veo que ayer se me pasó escribir, pero es que no pasó nada importante», se lee el 23 de enero de 1918–. El primer parón que se ve obligada a tomar llega en 1915, después de sufrir un intenso brote de su enfermedad que la induce a la demencia. Virginia deja de escribir hasta la primera de 1917. Sus médicos consideran que es una actividad que la excita y se la prohíben, sin tener en cuenta que en ella reside el primer eslabón hacia la rutina y, con ella, hacia la cordura, al que su paciente se asía con desesperación. Poco a poco se le fue levantando el veto, limitado en los inicios a una hora diaria, como si permitir levar anclas por completo a su mente supusiese un peligro mayor que dejarla al desamparo de lo mundano.

Sus palabras se vuelven parcas y su estilo esquemático, tan escueto que únicamente referencia el clima, las flores con las que se cruza o los insectos que revolotean por los jardines del extrarradio londinense. De manera paulatina, casi temblorosa, sus frases van cogiendo color, al amparo de su imprescindible Círculo de Bloomsbury –«No sorprendió a nadie que aquellos jóvenes iconoclastas gastaran una broma irreverente a la Marina Real Inglesa8*9, pretendieran admirar los manchones de Cézanne y se burlaran de las emociones patrióticas de una nación en guerra», cuenta Woolf al describir indirectamente la iconoclastia en torno a la que se configuraba su grupo más cercano–, del trabajo de la imprenta Hogarth Press que Leonard y ella regentaban y de las reseñas literarias que escribía para «The Times». Hasta volver a fluir, firmes, en la tablilla que cada noche reposaba sobre su regazo para dejar correr la tinta en el papel e, impregnada de ella, su vida.


http://www.abc.es/cultura/libros/abci-diamantes-basura-virginia-woolf-201711050042_noticia.html
 
GUÍA ILUSTRADA DE LAS FOBIAS, POR SHAWN COSS


Cada año miles de artistas se implican en Inktober, una cita mundial online que promueve la creatividad y la ilustración dibujando cada día, y durante todos los días del mes, una ilustración diferente.

Shawn Coss es magnífico ilustrador estadounidense. Su trabajo está muy influenciado por lo siniestro y el surrealismo. El año pasado os mostraos una estupenda serie suya centrada en enfermedades y desórdenes mentales.

Este mesde octubre Shawn Cross está dedicando Inktober a crear una estupenda guía ilustrada de las fobias. Con ella os dejamos:



#1 Claustrophobia - Miedo a estar encerrado en un espacio o habitación pequeños e incapaz de escapar

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#2 Athazagoraphobia - Miedo de ser olvidado o ignorado y miedo a olvidar

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#3 Trypanophobia - Miedo a las agujas

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#4 Arachnophobia - Miedo a las arañas

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#5 Tocophobia - Miedo a dar a luz

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#6 Chronophobia - Miedo al paso del tiempo

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#7 Nyctophobia - Miedo a la oscuridad

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#8 Agoraphobia - Miedo a los espacios abiertos y a las multitudes

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SIGUE: http://culturainquieta.com/es/arte/...a-ilustrada-de-las-fobias-por-shawn-coss.html
 
¿Qué libro escrito por una mujer se publicó el año que naciste?
Los nacidos en 2017 igual todavía no pueden leer su libro, pero bueno



Si no sabes qué leer, igual puedes consultar esta lista de 101 libros escritos desde 1917 y escoger uno de los publicados el año que naciste. La particularidad de esta lista es que todos los libros están escritos por mujeres. Leer también es una manera de acercarnos a otra forma de ver el mundo y en ocasiones nos olvidamos de cómo ve el mundo la mitad del planeta. Por supuesto, se podría haber hecho una lista mucho más extensa y seguro que hemos olvidado a autoras estupendas. Esperamos recomendaciones. Y sí, sabemos que los nacidos en 2017 lo van a tener complicado para leer su libro en un futuro cercano. Ah, y si nos lee alguien nacido en 1916 echa en falta su libro, que nos avise.


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2017. Sabina Urraca, Las niñas prodigio

2016. Han Kang, La vegetariana

2015. Lucia Berlin, Manual para mujeres de la limpieza

2014. Siri Huvstedt, El mundo deslumbrante

2013. Chimamanda Ngozi Adichie, Americanah

2012. Zadie Smith, NW London

2011. Elena Ferrante, La amiga estupenda

2010. Herta Müller, Hoy hubiera preferido no encontrarme a mi misma



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2009. Hilary Mantel, En la corte del lobo

2008. Rosa Montero, Instrucciones para salvar el mundo

2007. Miranda July, Nadie es más de aquí que tú

2006. Alison Bedchel, Fun Home: una familia tragicómica

2005. Anna Starobinets, Una edad difícil

2004. Belén Gopegui, El lado frío de la almohada

2003. Jhumpa Lahiri, El buen nombre

2002. Dulce Chacón, La voz dormida


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2001. Rebecca Solnit, Wanderlust

2000. Marjane Satrapi, Persépolis

1999. Amélie Nothomb, Estupor y temblores

1998. Lorrie Moore, Pájaros de América

1997. Svetlana Aleksiévich, Voces de Chernóbil

1996. Helen Fielding, El diario de Bridget Jones

1995. Lydia Davis, El final de la historia


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1993. Annie Proulx, Atando cabos

1992. Connie Willis, El libro del día del Juicio Final

1991. Isabel Allende, El plan infinito

1990. A. S. Byatt, Posesión

1989. Amy Tan, El club de la buena estrella

1988. Doris Lessing, El quinto hijo

1987. Toni Morrison, Beloved


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1985. Margaret Atwood, El cuento de la criada

1984. Angela Carter, Noches en el circo

1983. Elfriede Jelinek, La pianista

1982. Anne Tyler, Reunión en el restaurante

1981. Carme Riera, Una primavera para Domenico Guarini

1980. Audre Lorde, Los diarios del cáncer

1979. Nadine Gordimer, La hija de Burger

1978. Fran Lebowitz, Vida metropolitana


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1977. Ama Ata Aidoo, Nuestra hermana aguafiestas

1976. Christa Wolf, Muestra de infancia

1975. Gloria Fuertes, Obras incompletas

1974. Elsa Morante, La historia

1973. Iris Murdoch, El príncipe negro

1972. Eudora Welty, La hija del optimista

1971. Elena Poniatowska, La noche de Tlatelolco

1970. Joan Didion, Según venga el juego


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1969. Maya Angelou, Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado

1968. Ursula K. Le Guin, Un mago de Terramar

1967. Joyce Carol Oates, Un jardín de placeres terrenales

1966. Jean Rhys, Ancho mar de los Sargazos

1965. Flannery O'Connor, Todo lo que asciende tiene que converger

1964. Edna O'Brien, Chicas felizmente casadas

1963. Elena Garro, Los recuerdos del porvenir

1962. Mercé Rodoreda, La plaza del diamante


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1961. Natalia Ginzburg, Las palabras de la noche

1960. Harper Lee, Matar un ruiseñor

1959. Ana María Matute, Primera memoria

1958. Muriel Spark, Memento Mori

1957. Carmen Martín Gaite, Entre visillos

1956. Alejandra Pizarnik, La última inocencia

1955. María Zambrano, El hombre y lo divino

1954. Simone de Beauvoir, Los mandarines



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1953. Barbara Pym, Jane y Prudence

1952. Wisława Szymborska, Por eso vivimos

1951. Marguerite Yourcenar, Memorias de Adriano

1950. Patricia Highsmith, Extraños en un tren

1949. Shirley Jackson, La lotería y otras historias

1948. Silvina Ocampo, Autobiografía de Irene

1947. Nelly Sachs, En las moradas de la muerte

1946. Kate O'Brien, Esa dama


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1945. Rosa Chacel, Memorias de Leticia Valle

1944. Carmen Laforet, Nada

1943. Clarice Lispector, Cerca del corazón salvaje

1942. María Teresa León, Morirás lejos

1941. Ivy Compton-Burnett, Padres e hijos

1940. Carson McCullers, El corazón es un cazador solitario

1939. Agatha Christie, Diez negritos

1938. Gabriela Mistral, Tala
 
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1937. Grazia Deledda, Cósima

1936. Ernestina de Champourcín, Cántico inútil

1935. Nancy Mitford, La trifulca

1934. Luisa Carnés, Tea Rooms. Mujeres obreras

1933. Irène Némirovsky, El caso Kurílov

1932. Concha Méndez, Vida a vida

1931. Virginia Woolf, Las olas


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1930. Vita Sackville-West, Los eduardianos

1929. Pearl S. Buck, Viento del Este, viento del Oeste

1928. Radclyffe Hall, El pozo de la soledad

1927. Josefina de la Torre, Versos y estampas

1926. Dorothy Parker, Colgando de un hilo

1925. Selma Lagerlöf, El anillo de los Löwensköld

1924. Katherine Mansfield, Algo infantil y otros cuentos

1923. Colette, El trigo verde


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1922. Sigrid Undset, Trilogía de Kristin Lavransdatter

1921. Concha Espina, Dulce nombre

1920. Edith Wharton, La edad de la inocencia

1919. Emilia Pardo Bazán, Dioses

1918. Willa Cather, Mi Ántonia

1917. Elizabeth von Arnim, Christine

https://verne.elpais.com/verne/2017/11/02/articulo/1509635419_859094.html
 
¿Qué libro escrito por una mujer se publicó el año que naciste?
Los nacidos en 2017 igual todavía no pueden leer su libro, pero bueno



Si no sabes qué leer, igual puedes consultar esta lista de 101 libros escritos desde 1917 y escoger uno de los publicados el año que naciste. La particularidad de esta lista es que todos los libros están escritos por mujeres. Leer también es una manera de acercarnos a otra forma de ver el mundo y en ocasiones nos olvidamos de cómo ve el mundo la mitad del planeta. Por supuesto, se podría haber hecho una lista mucho más extensa y seguro que hemos olvidado a autoras estupendas. Esperamos recomendaciones. Y sí, sabemos que los nacidos en 2017 lo van a tener complicado para leer su libro en un futuro cercano. Ah, y si nos lee alguien nacido en 1916 echa en falta su libro, que nos avise.


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2017. Sabina Urraca, Las niñas prodigio

2016. Han Kang, La vegetariana

2015. Lucia Berlin, Manual para mujeres de la limpieza

2014. Siri Huvstedt, El mundo deslumbrante

2013. Chimamanda Ngozi Adichie, Americanah

2012. Zadie Smith, NW London

2011. Elena Ferrante, La amiga estupenda

2010. Herta Müller, Hoy hubiera preferido no encontrarme a mi misma



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2009. Hilary Mantel, En la corte del lobo

2008. Rosa Montero, Instrucciones para salvar el mundo

2007. Miranda July, Nadie es más de aquí que tú

2006. Alison Bedchel, Fun Home: una familia tragicómica

2005. Anna Starobinets, Una edad difícil

2004. Belén Gopegui, El lado frío de la almohada

2003. Jhumpa Lahiri, El buen nombre

2002. Dulce Chacón, La voz dormida


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2001. Rebecca Solnit, Wanderlust

2000. Marjane Satrapi, Persépolis

1999. Amélie Nothomb, Estupor y temblores

1998. Lorrie Moore, Pájaros de América

1997. Svetlana Aleksiévich, Voces de Chernóbil

1996. Helen Fielding, El diario de Bridget Jones

1995. Lydia Davis, El final de la historia


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1993. Annie Proulx, Atando cabos

1992. Connie Willis, El libro del día del Juicio Final

1991. Isabel Allende, El plan infinito

1990. A. S. Byatt, Posesión

1989. Amy Tan, El club de la buena estrella

1988. Doris Lessing, El quinto hijo

1987. Toni Morrison, Beloved


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1985. Margaret Atwood, El cuento de la criada

1984. Angela Carter, Noches en el circo

1983. Elfriede Jelinek, La pianista

1982. Anne Tyler, Reunión en el restaurante

1981. Carme Riera, Una primavera para Domenico Guarini

1980. Audre Lorde, Los diarios del cáncer

1979. Nadine Gordimer, La hija de Burger

1978. Fran Lebowitz, Vida metropolitana


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1977. Ama Ata Aidoo, Nuestra hermana aguafiestas

1976. Christa Wolf, Muestra de infancia

1975. Gloria Fuertes, Obras incompletas

1974. Elsa Morante, La historia

1973. Iris Murdoch, El príncipe negro

1972. Eudora Welty, La hija del optimista

1971. Elena Poniatowska, La noche de Tlatelolco

1970. Joan Didion, Según venga el juego


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1969. Maya Angelou, Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado

1968. Ursula K. Le Guin, Un mago de Terramar

1967. Joyce Carol Oates, Un jardín de placeres terrenales

1966. Jean Rhys, Ancho mar de los Sargazos

1965. Flannery O'Connor, Todo lo que asciende tiene que converger

1964. Edna O'Brien, Chicas felizmente casadas

1963. Elena Garro, Los recuerdos del porvenir

1962. Mercé Rodoreda, La plaza del diamante


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1961. Natalia Ginzburg, Las palabras de la noche

1960. Harper Lee, Matar un ruiseñor

1959. Ana María Matute, Primera memoria

1958. Muriel Spark, Memento Mori

1957. Carmen Martín Gaite, Entre visillos

1956. Alejandra Pizarnik, La última inocencia

1955. María Zambrano, El hombre y lo divino

1954. Simone de Beauvoir, Los mandarines



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1953. Barbara Pym, Jane y Prudence

1952. Wisława Szymborska, Por eso vivimos

1951. Marguerite Yourcenar, Memorias de Adriano

1950. Patricia Highsmith, Extraños en un tren

1949. Shirley Jackson, La lotería y otras historias

1948. Silvina Ocampo, Autobiografía de Irene

1947. Nelly Sachs, En las moradas de la muerte

1946. Kate O'Brien, Esa dama


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1945. Rosa Chacel, Memorias de Leticia Valle

1944. Carmen Laforet, Nada

1943. Clarice Lispector, Cerca del corazón salvaje

1942. María Teresa León, Morirás lejos

1941. Ivy Compton-Burnett, Padres e hijos

1940. Carson McCullers, El corazón es un cazador solitario

1939. Agatha Christie, Diez negritos

1938. Gabriela Mistral, Tala
Que idea más original.!!!!!
Acabo de mirar el mío, he leido la sinopsis y tiene muy buena pinta así que lo leeré. He tenido suerte.
Por supuesto no espereis que diga cual es.....................:LOL::LOL::LOL::LOL::LOL:
 
Jostein Gaarder: "Por vez primera, podemos acabar con la tierra"
    • MARÍA FLUXÁ
    • Oslo
  • 8 NOV. 2017 17:48
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El escritor noruego, Jostein Gaarder GETTY


El autor de 'El mundo de Sofía' regresa con 'El hombre de las marionetas' (Siruela). Ahora, el noruego revela su pasión por las lenguas y religiones, pero también su preocupación por el cambio climático.

El escritor noruego Jostein Gaarder, conocido por su best sellerEl mundo de Sofía, vuelve a las librerías españolas con la novela El hombre de las marionetas, (Siruela). Se trata de una obra de ficción para adultos, la primera en casi una década, en la que no falta su característico toque didáctico. Sin embargo, no hay una intención pedagógica detrás de ella. «Realmente no la hay», insiste en el café-biblioteca del clásico Hotel Bristol de Oslo. «Pero sí es cierto que lo hago a menudo. Así fue en El mundo de Sofía e incluso Siruela ha editado una obra mía, El libro de las religiones, que es un libro de texto para colegios. Mi intención no es enseñar. Si estoy fascinado por algo tengo que compartirlo. Jakob, el protagonista de la novela, es un nerd y yo estoy tan profundamente involucrado como él en la historia de las lenguas indoeuropeas».

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Jakob es el peculiar personaje principal y, en verdad, tiene bastante en común con Gaarder. Ambos son profesores (aunque éste último dejó la docencia por la escritura), ambos nacieron el 8 de agosto de 1952, ambos proceden del mismo lugar de Noruega... «Ya lo dijo Horacio: 'Mutato nomine de te fabula narratur', cambia el nombre y la historia hablará de ti», explica. «Pero él es un hombre solitario y yo no estoy solo. No tiene familia, y yo llevo 44 años casado, tengo dos hijos adultos y cinco nietos. Aunque creo que todos sentimos de algún modo soledad. Incluso en el matrimonio, incluso siendo padre», prosigue.

Para combatir la soledad el antihéroe, sin más compañía en la vida que la de su amigo Pelle, se refugia en etimologías y funerales. Así, las lenguas le sirven de familia, le dan un sentido de pertenencia, y Gaarder nos lo documenta entusiasmado con un torrente de ejemplos que van del sánscrito al inglés, pasando por el español y el alemán. «Creo que es increíble, digamos, que el 50% de las palabras en noruego las puedas encontrar en otras lenguas europeas...», enfatiza. Del mismo modo, el personaje se cobija en los funerales donde familiares y conocidos comen, beben y recuerdan al difunto, como es tradición en Noruega «desde tiempos vikingos», explica.

De este modo, cada sepelio al que asiste presenta a un nuevo personaje o «introduce otra historia tal y como hice en El vendedor de cuentos», en palabras de Gaarder, que gira en torno a un tema universal, desde las religiones hasta el climático pasando por el cosmos. Puede decirse que todos estos temas son recurrentes en la obra del noruego, donde no falta una dimensión filosófica. «Todos mis libros, incluso los infantiles, son filosóficos porque así soy como ser humano», lo justifica. Por su inesperado éxito global, El mundo de Sofía -escrito en 1991 y del que ha vendido 50 millones de copias- sigue siendo el epítome de su obra y, sin embargo, faltaba algo: «una dimensión que a partir de ahora incluiré siempre en mis obras», adelanta.

«Hace unos años volví a releerlo y me quedé impresionado al descubrir que la cuestión filosófica más importante de hoy día no estaba tratada en absoluto. Y esa cuestión es cómo podemos unirnos y preservar las condiciones de vida en la Tierra», confiesa. «Hoy, por primera vez en la historia de la humanidad sabemos que somos capaces de acabar con la vida en el planeta», insiste.

Aunque el medioambiente era central en La Tierra de Ana y la fundación que se montó con los ingresos de El mundo de Sofía -«porque no se necesita más dinero que el suficiente»- premiaba a proyectos sostenibles, sólo recientemente fue cuando tomó «conciencia científica de lo que es el cambio climático», nos cuenta.

Además, país obliga. «Ha sido un cuento de hadas que Noruega enriqueciera su economía tras el descubrimiento del petróleo. Entonces no se podía culpar a nadie de su extracción porque no se sabía lo que hoy se conoce», explica en referencia a la industria del país, iniciada a comienzos de la pasada década de los 70, que ha dado el mayor fondo soberano del planeta con el que aseguran las pensiones de sus ciudadanos cuando el petróleo desaparezca.

«Pero creo que Noruega, siendo el país rico que es, debería estar en la vanguardia; ser el primero, no digo en dejar de extraer ya, pero sí en dejar de buscarlo. Hay que dejar el petróleo en en subsuelo, especialmente si aceptamos el Acuerdo de París», justifica. Gaarder ha sido una de las figuras públicas en el país nórdico que ha puesto voz y rostro a la demanda judicial contra el Gobierno para que no extienda las prospecciones en el Ártico, cuya sentencia se espera en breve.

¿Tienen los escritores una responsabilidad pública?, le preguntamos al respecto. «De algún modo, diría. A veces la gente como yo somos criticados porque no somos políticos ni expertos, eso es cierto. Pero hay que ser cuidadosos, porque somos independientes y los políticos no lo son», responde. «Me sentí muy feliz cuando Karl Ove Knausgård se pronunció», continúa en referencia al aclamado autor de Mi Lucha, que con vehemencia acusó de codicioso al gobierno de su país desde las páginas de The Guardian.

Después de que dijera, según el diario británico, «Noruega es uno de los países más ricos del mundo, (la prospección en el Ártico) es todo codicia y es una jodida desgracia», algún político (populista) le reprochó que tanto él como la cultura noruega vivían también del petróleo. «Pero definitivamente eso no es cierto», contesta sorprendido. «Knausgård no vive de eso. Yo tampoco. Yo vivo de exportar, porque la literatura noruega se exporta». Su obra, traducida a más de 60 idiomas, lo avala.

En esta ocasión, el escritor nos confiesa que cuando empezó a escribir El hombre de las marionetasno aspiraba a que lo tradujeran. Sin embargo, esta novela, como ya hizo con Maya y La joven de las naranjas, recala en España y acaba de llegar a las librerías españolas. Algo parecido le ocurrió con El mundo de Sofía, del que pensó que sería un libro minoritario. «Pues escríbelo rápido», nos cuenta entre risas que le recomendó su esposa.

http://www.elmundo.es/cultura/literatura/2017/11/08/5a020ffde5fdeafd058b464a.html
 
LITERATURA
La élite literaria truncada por el Holocausto
    • CAROLINA CASCO
    • Madrid
  • 8 NOV. 2017 14:26
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Irène Némirovsky, identificada como judía en la prefectura de Autun, Francia, en 1940.


Mercedes Monmany rescata y analiza la obra de las escritoras Irène Némirovsky, Gertrud Kolmar y Etty Hillesum, fruto de sus vivencias durante la persecución nazi.



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Cuando acabó la Segunda Guerra Mundial, Primo Levi se centró en dar testimonio al mundo del horror del nazismo, que él mismo había vivido en primera persona en Auschwitz. Su relato, Si esto es un hombre, fue rechazado por las editoriales. Se encontró con un muro de indiferencia que no caería hasta años después cuando, a partir de los 70, comenzó una labor de recuperación de escritos de la época. Junto con Levi, Imre Kertész es uno de los mayores representantes de este género, la literatura del Holocausto, que nunca debió existir. El premio Nobel a Kertész en 2002 supuso el reconocimiento a toda una generación de la que, sin embargo, quedaban muchas experiencias con nombre y apellido que contar.

La crítica literaria y ensayista Mercedes Monmany continúa esta tarea de preservación enYa sabes que volveré (Galaxia Gutenberg), una reivindicación de las escritoras del Holocausto y su literatura testimonial representadas por Irène Némirovsky, Gertrud Kolmar y Etty Hillesum, miembros de aquella generación sesgada que, a la luz de su legado, "habrían formado parte de la élite intelectual europea del siglo XX".

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Única imagen conocida de la escritora Gertrud Colmar.



La autora ha seleccionado a estas escritoras no sólo por el valor histórico de sus textos, sino también por "su gran penetración en la reflexión y el entusiasmo de todas ellas", que continuaron su formación intelectual y espiritual hasta el final en la situación más adversa, sin ceder a la tentación del odio. "Nunca permitieron que se les deshumanizara, no se pusieron a su nivel. Me emocionan estos escritos de jóvenes intelectuales que, sin saberlo, representaban a la especie humana".

Cada una dibuja el mundo de aquellos días con un estilo diferente. La perfección formal con la que la holandesa Etty Hillesum relata sus vivencias en el campo de tránsito de Westerbork convierte su diario en una obra prominente dentro de una temática explotada tanto en la literatura como en el cine. La más joven de las tres, Etty falleció el 30 de noviembre de 1943 cuando aún no había cumplido los 30 años. Por su parte, Gertrud Kolmar indaga en la tragedia a través del simbolismo, refugiándose en otros mundos lejos de su Berlín natal en el que, sin embargo, decía sentirse extranjera tras ser trasladada a los apartamentos colectivos de judíos de la ciudad. La poeta, nacida en 1894, ya había publicado tres libros antes de morir en 1943. La más conocida, Irène Némirovsky, hizo un retrato novelado de la sociedad de la época, analizando el carácter de la colectividad judía de forma tan mordaz que ha sido incluso tachada de antisemita. Ni siquiera esa fama que ya disfrutó en vida conseguiría salvarla de la deportación. El nexo de unión de todas ellas es su carácter estoico que les llevó no solo a no dejar de escribir, sino a proyectar la repercusión ulterior que querían que tuviese su obra. Todas ellas, conscientes de la amenaza que se cernía sobre su futuro, querían ser recordadas como voces de su tiempo.

Mantener el recuerdo, una responsabilidad
Para Mercedes Monmany, aportar una nueva óptica acerca del Holocausto es "un reto que nunca debe acabar", ya que, aún en la actualidad, siguen llegando documentos y testimonios inéditos. Es un tema recurrente que, sin embargo, se ha actualizado en un presente político convulso. Según la escritora, "existe un interés por destruir Europa" que preocupa a todos aquellos que, como ella, se declaran totalmente a favor del proyecto comunitario, y que ven en esos años oscuros del continente un reflejo de lo que podría ocurrir en la actualidad con el auge del populismo. A Irène Némirovsky, quien se sentía "francesa de los pies a la cabeza" a pesar de haber nacido en Rusia, se le negó en múltiples ocasión la solicitud de naturalización en el país galo. Cree la autora que preservar la memoria es una "responsabilidad heredada" de los protagonistas, y un recordatorio necesario en una sociedad agitada y de "persecución al otro".

La introducción de Ya sabes que volveré, titulada "Esta vida es bella y está llena de sentido", es una declaración de intenciones del mensaje final, una visión optimista perfilada por la actitud resiliente de Etty, Irène y Gertrud, que fueron escritoras hasta el final.

http://www.elmundo.es/cultura/literatura/2017/11/08/5a0305f146163fce188b4577.html
 
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