El pastel fue elaborado los gustos de los dos novios: chocolate amargo (el favorito del actual monarca) y un bizcocho con aceite de oliva, un sabor de la niñez de doña Letizia.
En la tarta se agregaron el escudo real y unos anillos de boda entrelazados.
El postre fue presentado en distintos niveles sobre un armazón de ébano de trece metros y medio de altura. La tarta estuvo decorada con figuras de pavos reales de caramelo.
Sin embargo, este pastel moderno y vanguardista , según lo denominaron, no fue nada acertado para la ocasión, pues no era romántico ni parecía un pastel de bodas.
Los novios se reunieron con él en dos ocasiones para expresar sus gustos; no obstante, al final Felipe dijo: Hágalo como le gusta a Letizia . Siempre tan mandona la princesa.
Además del pastel principal se emplataron cerca de 1,800 réplicas individuales. No estaba bonito pero sí rico, y Felipe pidió que le guardaran algunas tartas para comer después de la boda.
Este pastel fue de once pisos, medía más de tres metros de altura y tenía 250 kilos de peso.
Cada piso era un trébol de cuatro hojas de la buena suerte que estaba cubierto con crema pastelera.
El 95 por ciento de los ingredientes fueron orgánicos: harina, crema de almendras, azúcar, crujiente de chocolate blanco y un exquisito mousse de fresas silvestres y champaña.
El pastel medía poco más de un metro de altura y pesaba 100 kilos.
Fiona Cairns fue la encargada del pastel que causó tanta sensación.
Para el pan de frutas se utilizó harina, huevos de corral, pasas, nueces y estuvo cubierto de manera muy artística y elaborada con una crema y glaseado.
Su decoración fue pura inspiración victoriana, adornado con 900 flores nacionales como la rosa de Inglaterra, el cardo de Escocia, el narciso de Gales y el trébol de Irlanda.