La última crítica a Tania Llasera: es “mala madre”

Dejar llorar a un bebé a propósito, pudiendo ir a acunarlo y besarlo para calmarlo es un error de proporciones cósmicas. Nuestros hijos nacen absolutamente indefensos, y por esa razón nacen también con una respuesta al estrés extraordinariamente aguda. El llanto es la única forma que tienen de comunicarnos su malestar, por eso lloran cuando se sienten mal. Lo que hace sentir mal a un bebé es todo aquello que amenaza su supervivencia. Cualquier necesidad física sin cubrir, el dolor, pero también la soledad. Lo primero lo entiende todo el mundo, por eso a casi nadie le parece mal atender a un niño cuando tiene hambre, otitis o frío. Sin embargo lo segundo hay muchísima gente que no lo comprende.

En realidad es totalmente lógico que el sentimiento de soledad y abandono sea tan amenazador para los cachorros humanos. Somos una especie gregaria, con una capacidad comunicativa que no puede compararse con la de ninguna otra especie. La pertenencia al grupo es vital para el ser humano, por eso estamos diseñados para ello. Tenemos una proporción muy grande del cerebro dedicada a contactar con nuestros semejantes, tan grande que podríamos llamarnos homo socialis en lugar de homo sapiens. Desde luego el bebé llega al mundo con muy poco de sapiens y muchísimo de socialis. Podríamos decir que todos sus sistemas están dedicados a la seducción y la conquista, primero de su madre y después de su padre y del resto de su tribu. Le va la vida en ello. Por eso miran preferentemente caras humanas, succionan, aprisionan con sus manos, reconocen y les atrae la voz aguda de la madre entre otras, su olor, el latido de su corazón. Por eso los adultos estamos programados para considerar bellos los ojos y cabezas desproporcionadamente grandes, las mejillas redonditas, nos fascina el olor de los bebés, la suavidad de su piel, de su pelo. Son máquinas de enamorar, pero no por un capricho de la naturaleza, sino porque literalmente les va la vida en ello.

Por eso cuando un bebé se siente solo en la oscuridad de su cuarto, lo normal es que esté aterrorizado. Primero porque no puede saber si está en un quinto piso con puerta blindada en un dormitorio con cenefas de ositos en la pared, que al bebé le dan igual, o en medio de la sabana africana. Segundo porque no percibe a su madre, persona de quien su vida depende, y no puede saber si está en otra estancia de la casa, muerta, o simplemente le ha rechazado, como a veces ocurre en la naturaleza e implica el 99,9% de las veces la muerte del bebé. Así que llora para advertir su presencia, para llamar a su madre, a su tribu. No ser respondido le aterra. Ver a la madre en el quicio de la puerta sin responder le aterra y le confunde a partes iguales.

Si nunca volviéramos a abrazar al niño, este acabaría tirando de opioides endógenos, adormeciéndose y calmándose a sí mismo, y disociándose del dolor y la precpción física de las emociones en mayor o menor medida. Eso conduce en el futuro a personalidades evitativas, con dificultad para establecer vínculos íntimos, desconfianza hacia el otro y tendencia a tragarse sus emociones. La disociación es peor. Sería muy largo de contar pero provoca todo tipo de trastornos mentales graves. Casi nadie hace esto con sus hijos, sólo ocurre en algunos orfanatos, por eso se sabe que allí los niños nunca lloran. Para que iban a hacerlo, los pobres, si nadie va a ir.

Pero lo más normal es que lo que ocurra cuando usamos métodos tipo Stivill y creemos en la teoría de que frustrar al niño le ayuda, es que abracemos al niño de vez en cuando, por lo general en un patrón que responde más a las necesidades del adulto que a las del hijo. Para que aprenda. Y vaya si aprende. Lo primero que aprende es una mala gestión del estrés. Ya hemos explicado que el bebé tiene el sistema de gestión del estrés hipersensible. Aunque hay diferencias individuales en la descarga hormonal y en la capacidad de volver al estado basal, podemos decir que en general un niño llorando a oscuras en su cuna es un niño inundado de hormonas de estrés en una cascada imparable porque le fallan, por su edad, los mecanismos de retroalimentación que las hacen volver a los niveles normales. La forma en que un bebé pequeño se calma es la siguiente: el bebé se desregula, comunica el malestar a su madre, que si es capaz de conectar y comprender a su hijo se desregula también, vamos que se siente fatal por oír llorar a su bebé. Entonces la madre tira de sus propios recursos para calmarse, recursos que dependerán de su temperamento y sus experiencias infantiles. Entonces la madre se calma, o no, y calma a su bebé, o no. Cuando la madre está desconectada de su bebé, por la razón que sea, o no tiene acceso a la propia gestión emocional, o bien no calma al bebé o bien lo hace de una manera inadecuada, incongruente, o errática. ¿Qué pasa entonces con el bebé? Pues que intensifica su llamada. Los bebés atendidos erráticamente en sus necesidades afectivas se vuelven demandantes, pegajosos, irritables, difíciles. Siguen llamando a la madre porque saben que algunas veces la respuesta es la adecuada. Porque no han perdido la esperanza. Pero son inseguros y posesivos porque no se fían y no saben por dónde les va a salir. Necesitan desesperadamente la conexión emocional y se proponen conseguirla como sea. Incluso un reproche o una regañina, incluso un azote es mejor que la nada.

Con respecto a lo que ocurre en su cerebro, es un auténtico drama. Si el sistema de gestión del estrés sufre estas tormentas con mucha frecuencia, se daña, deja de funcionar bien. Y esto, lo sabemos desde hace poco pero a ciencia cierta, ES EL MÁS PODEROSO FACTOR DE RIESGO PARA TODOS LOS TRASTORNOS MENTALES. Así de claro. Y no sólo eso. Ahora sabemos que el estrés excesivo en la infancia es tan nefasto que daña incluso el ADN, de forma que aún no sabemos si es posible revertir. Se puede literalmente ver los daños de métodos como el Stivill en el ADN. Se le pegan sustancias químicas que impiden su funcionamiento normal, como si fueran piedras en las vías del tren. Dejan de producirse proteínas necesarias para el funcionamiento normal del cerebro, en mayor o menor medida.

A más estrés, más piedras. Mejor evitar que se peguen en la medida en que nos sea posible, me parece.
Ole tù
Da gusto leerte hija
Lo bien que lo explicas
 
Ahora sabemos que el estrés excesivo en la infancia es tan nefasto que daña incluso el ADN, de forma que aún no sabemos si es posible revertir. Se puede literalmente ver los daños de métodos como el Stivill en el ADN. Se le pegan sustancias químicas que impiden su funcionamiento normal, como si fueran piedras en las vías del tren. Dejan de producirse proteínas necesarias para el funcionamiento normal del cerebro, en mayor o menor medida.

El extres excesivo en todo caso puede modificar el comportamiento y causar daños en nuestra conducta, que pueden llegar a ser muy graves, que no es poca cosa, no me voy a poner a defender a Stivill precisamente, pero una cosa es no estar de acuerdo y otra inventar cosas solo para apoyar las creencias de uno. Y un bebe demandante, no lo es porque su madre o padre lo haya desatendido, cada bebe es diferente, los hay que duermen y comen como leones desde el principio, los hay que no, cada uno es diferente, y cada madre/padre lo maneja como quiere/puede.

Y volviendo al tema del hilo, yo creo que esta chica solo quiere no perder el hilo de estar en el candelero, como otras muchas, sin más.

No me invento nada. Es evidencia científica que tal vez no conozcas. Hoy día sabemos que gran parte de nuestro material genético está ahí para regular la expresión de otra parte, y por eso, aunque contemos con una carga genética heredada que nos limita, la interacción genes-ambiente provoca cambios en lo que va o no va a expresarse ya desde el útero.

Los daños que mencionas causados por el estrés, aparte de observarse conductualmente, tienen un mecanismo neurobiológico detrás que es objeto de investigación muy intensa. Y uno de los mecanismos implicados, no el único, es la lesión de los circuitos de retroalimentación negativa del estrés por mecanismos epigenéticos cuando en periodos críticos de la niñez no se atiende adecuadamente al equilibrio emocional.
 

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