La sombra del nazismo es alargada.

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La sombra del nazismo es alargada
Publicado por Rafael Ruiz Pleguezuelos
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Múnich, 1943. Fotografía: Hanns Hubmann / Cordon.

La mitomanía que todo seguidor de arte profesa —del arte que sea, pero yo les hablaré de escritura como acostumbro— provoca que cuando nos encontremos delante de una obra de gran perfección nuestra mente transporte dicha sensación de exquisitez al autor de la pieza, como artífice de esa maravilla. Hasta hace relativamente poco, y para que la sensación de la lectura fuera más intensa, la dimensión tradicional de la historia de la literatura no solamente no frenaba ese impulso involuntario del lector sino que alimentaba el culto a la personalidad del literato, que en algunos casos prácticamente rozaba la hagiografía. De esta forma, los grandes escritores de todos los tiempos (Dante, Cervantes, Shakespeare) componían una especie de santoral para lectores, con unas figuras idolatradas y engrandecidas hasta el gigantismo. Los clásicos eran considerados una especie de caballeros templarios preñados de virtudes, y unos ciudadanos ejemplares que (además) habían ofrecido al mundo creaciones artísticas inolvidables.

Pero llegó el siglo XX y, como para casi todo, la cuestión se tuerce. La fábrica de santos mártires literarios se detiene, y en universidad y periodismo comienza a fomentarse exactamente lo contrario: la nueva moda no es pensar que Cervantes fue un prohombre, capaz a un tiempo de batallar, escribir como un dios y servir a una nación, sino que la crítica pone todo su empeño en derribar el mito, hurgar en la biografía buscando miserias, encontrando debilidades, revelando lados oscuros y aireando bajezas. Así, no hay temporada en la que no contemos con un estudio que, lejos de engrandecer la figura de un gran escritor, intente desmitificar y rebajar su biografía. Cervantes ya ha pasado por esa máquina trituradora de mitos, como también lo ha hecho Shakespeare, en un proceso imparable que solamente se detiene cuando se alcanza la dimensión cero de la literatura, que es cuando llegamos a la conclusión (también una moda editorial, no crean) de que Cervantes no fue Cervantes ni Shakespeare fue Shakespeare.

Aunque algunos defiendan la tendencia desmitificadora como una especie de justicia histórica, la cuestión en realidad responde a una moda que afecta de manera general a nuestra relación con los mitos. Freud llevaba razón cuando afirmaba que el deseo es el único y verdadero motor del ser humano. El ciudadano contemporáneo, que aspira a ser un ídolo él mismo (especialmente desde que las redes sociales le aúpan y animan en su loca carrera de seguidores), necesita que los grandes mitos se encuentren a ras de suelo, cuando no por debajo del pueblo. Algo así como si un señor bajito, deseoso de ser más alto, solamente tuviera que encontrar un barrio en el que todos fueran más bajos que él y mudarse inmediatamente al lugar. El consumidor de cultura contemporáneo necesita que los ídolos sean pedestres, débiles, que tengan sus bajezas, problemas y tentaciones, porque de este modo se encuentran más cerca de él mismo.

Pero en este juego alambicado de comunicación entre las obras de arte y la biografía de quienes las realizan hay una pregunta de fondo que me interesa especialmente. Me refiero a la conexión entre biografía y obra, y nuestra forma de percibir la segunda desde la primera. La cuestión que yo me planteo —que les planteo— es la siguiente: ¿Las incoherencias, debilidades o errores personales de un autor deben afectar a la forma en que contemplamos su obra? ¿Qué ocurre cuando una mala persona realiza una buena obra? ¿Debemos dejar de trabajar su legado? ¿Tenemos que ignorarle? ¿Hay límites biográficos que, si se demuestra que han sido sobrepasados, pueden/deben arrastrar consigo la obra, aunque esta posea un valor innegable?

En 2014, casi cuarenta años después de la muerte de Martin Heidegger, sus célebres cuadernos negros eran publicados. La edición en realidad cumplía el propio deseo del filósofo alemán, que dejó prediseñado una especie de plan de publicación de su obra, en el que se recogía que estos cuadernos fuesen los últimos en ver la luz. El escándalo no se hizo esperar, pues el contenido de dichos diarios mostraba un antisemitismo franco, virulento, y lo que es peor, plenamente integrado en la filosofía de Heidegger. Si antes se conocía de sobra la filiación del alemán con el nazismo, y se contaba con un rosario de escritos de carácter francamente racista y antisemita, la aparición de los cuadernos negros no hizo sino ampliar el canon del horror. Con esto quiero decir que el planteamiento antisemita —incuestionable, clarísimo— de los cuadernos negros no reduce o matiza lo que ya conocíamos, sino que de alguna forma intenta sostenerse desde el propio sistema heideggeriano del ser como existencia, su mayor hallazgo filosófico. Alguien dijo que la filosofía se parece a las matemáticas en que, cuando una operación falla, el resto del sistema también cae. Y ese es el mayor crimen de los cuadernos negros: tratar de integrar el mayor error de la vida de Heidegger, el filonazismo, en su sistema filosófico. Hiela la sangre recordar aquella frase de las conferencias de Bremen en la que afirma aquello de: «La agricultura es ahora una industria alimentaria mecanizada, en esencia lo mismo que la producción de cadáveres en las cámaras de gas y los campos de exterminio. Igual que el bloqueo y la hambruna intencionada a los países, igual que la producción de bombas de hidrógeno». ¡Qué comparación!

¿Qué hacemos por tanto si uno de los mayores filósofos del siglo XX, en su etapa como rector de la Universidad de Friburgo, acababa sus discursos con un sonoro «Heil Hitler!»? ¿Olvidamos su Ser y tiempo —inmenso, imprescindible— si vemos esas fotos en las que luce un bigote inconfundiblemente hitleriano? Desde la publicación en Alemania de los cuadernos negros —qué involuntaria simbología contiene el color elegido para su cubierta—, los comentaristas de Heidegger dividieron su reacción entre los que practicaban una condescendiente disculpa basándose en la perspectiva histórica de los hechos y los que afilaban su lápiz para hacer leña del árbol caído. Por más que uno repase su producción, no pueden encontrarse visos de arrepentimiento al respecto de lo escrito, entre otras cosas porque los cuadernos negros corresponden a sus anotaciones de los años treinta y cuarenta, que Heidegger podía perfectamente haber destruido, en lugar de programar la publicación como término de sus trabajos.

Una de las reacciones más interesantes al problema Heidegger es la de Peter Trawny, editor de los schwarzen Hefte y director del Instituto Heidegger. Trawny, en los meses posteriores a la edición de los diarios, parecía personalizar el dilema al que me refiero con esas preguntas abiertas sobre si la biografía de un autor —o los escritos menos afortunados— pueden o deben llevarnos a esconder o ignorar el resto de la obra. A raíz de la publicación de los manuscritos, el editor escenificó en más de una conferencia su dolor al descubrir qué había dentro de ellos: Trawny hablaba del estupor sentido al encontrar «un primer pasaje sobre los judíos, y después un segundo, y después un tercero, un cuarto, y no digamos cuando llegas al sexto…». Confesó que el antisemitismo tan profundo y nunca eludido del autor le había hecho replantearse su puesto al frente de la dirección del instituto Heidegger, y en su momento ofreció una buena frase, casi un eslogan sobre el problema de la interpretación de los textos de los grandes autores con ideas equivocadas: «Quiero ser el director del Instituto Heidegger, pero no del Instituto Adolf Hitler».

Casi todas estas traiciones del escritor a su obra principal, aquella que realmente les transporta al Olimpo cultural (en este caso Ser y tiempo, aunque hay otras obras de mucho mérito en su haber) tienen su origen en el auténtico pecado original del intelectual: caer en la tentación de la serpiente del poder y la política. Una de las mayores verdades del mundo de la creación es que los intelectuales puros, los de verdad, siempre han salido perjudicados de una manera u otra cuando se han acercado al traicionero calor del poder. Los mediocres, sin embargo, precisamente porque tienen muy poco que perder artísticamente hablando, sí pueden salir favorecidos por el cruce con la política, ya que puede regalarles la relevancia que sus obras no pueden ganar por ellos.

En el siglo XX, ya lo he dicho antes con otras palabras, los grandes pensadores y artistas hicieron cola para ser fraccionados, cuestionados, anulados, revertidos, repensados. Me he referido a Heidegger como podía haber hablado de Günter Grass, y medir para ustedes la distancia recorrida entre El tambor de hojalata y Pelando la cebolla, o cómo pasar de ser el azote de la conciencia alemana tras el nazismo a reconocer en público y por escrito que se perteneció a la Waffen-SS. El de Grass tampoco es mal ejemplo, pero en realidad hay tantos que la cuestión da más para un libro que para un artículo, pues hemos asistido a polvaredas más o menos justificadas según qué caso dirigidas hacia Bertolt Brecht, Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre, Ernst Jünger o Sigmund Freud. Hasta nuestro Ortega y Gasset, tan poco leído en nuestros días de vino y rosas, se ha sentado en ese banquillo en el que el fiscal acusador somos todos nosotros.

André Gide, un tipo con una psique tan oscura y cavernosa que sería un auténtico regalo para el análisis freudiano, ofrecía en su obra maestra El inmoralista una frase que ilustra perfectamente esa tensión entre hechos y pensamiento: «No podemos ser sinceros y a la vez parecerlo». Si atendemos a la profunda inmoralidad de la conducta de Gide —estoy refiriéndome obviamente a la relación con menores, con esa preferencia por los jóvenes entre diez y dieciocho años que profesaba—, deberíamos dejar de leerle hoy mismo, y resulta evidente que perderíamos mucho. Adiós a Los sótanos del Vaticano. Olvidemos Los monederos falsos. Si echáramos un vistazo cercano al noruego Knut Hamsun, nazi confeso, tendríamos que obviar Hambre, esa novela profundamente contemporánea aunque escrita en 1890 (no lo parece leyéndola, es de una modernidad absoluta), y también Pan, la segunda joya que entregaría cuatro años después. Podríamos seguir ofreciendo tantos nombres como quisiéramos.

En Francia, un país del que siempre sentiré envidia porque toma su cultura realmente en serio —algo impensable en este entorno nuestro de políticos que no leen nada, nunca—, el 21 de enero de 2011 el ministro de cultura Frédéric Miterrand compareció en público para anunciar que retiraba el nombre de Louis-Ferdinand Céline de las celebraciones nacionales. El odio a los judíos de panfletos vergonzantes como Bagatelas para una masacre sepultaba el valor incalculable del Viaje al fin de la noche, y le dejaba fuera de cualquier mención del Estado en el cincuenta aniversario de su muerte.

La cuestión que permanece en el fondo de todos estos cánones revisados es si deberíamos, de una vez por todas, mantener en compartimentos distintos la obra y biografía de los autores, o si las obras desafortunadas pueden/deben derribar las verdaderamente valiosas. Porque también podemos pensar que cuando una obra de arte ingresa en la historia ya no pertenece al autor, sino a sus lectores o espectadores, y que por tanto puede disfrutarse sin ligarla más a la persona que la creó. Bien planteada, la cuestión tiene su sentido. No olvidemos que si revisáramos con lupa las vidas de nuestros ídolos, y entrásemos no solamente en lo político sino en lo personal (Juan Ramón Jiménez manipulando o maltratando a Zenobia Camprubí, los abismos oscuros de Pablo Neruda, Arthur Miller, tan moderno y comprometido, ocultando que tenía un hijo con síndrome de Down), nuestro canon quedaría reducido a una tercera parte de lo que es. Además estaríamos haciendo algo más que crítica artística, inaugurando una nueva profesión que mucha gente lleva ya tiempo ejerciendo y que así, a vuelapluma, se me ocurre llamar juez de la historia. Recuerden aquello de tirar la primera piedra, y quién cree tener derecho y conocimiento suficiente para decidir qué intelectuales pasamos por la picota y cuáles no, teniendo en cuenta además cuánto buen arte o pensamiento se estaría perdiendo por el camino. Lo malo de cazar brujas, si uno lo piensa bien, es que es posible que al final existan en el mundo más brujas que cazadores.
http://www.jotdown.es/2018/01/la-sombra-del-nazismo-es-alargada/
 
Ayer estaba asistindo la peli: "La ladrona de libros".
En la peli quemaban libros dichos subversivos, lo que es la vida. En la Edad Media paso lo mismo; libros son buenos no importa la época y más si no alienan.
Los grandes dejaron a la humanidad sus pensamientos y como tal, hacen parte de la misma humanidad, de la historia de sus vidas y de como llegamos a ser lo que somos hoy.
 
Ayer estaba asistindo la peli: "La ladrona de libros".
En la peli quemaban libros dichos subversivos, lo que es la vida. En la Edad Media paso lo mismo; libros son buenos no importa la época y más si no alienan.
Los grandes dejaron a la humanidad sus pensamientos y como tal, hacen parte de la misma humanidad, de la historia de sus vidas y de como llegamos a ser lo que somos hoy.
Sin irnos hasta la Edad Media, en la Guerra Civil, en la Basílica de Santa María en Alicante existía una muy buena biblioteca. Llegaron la sin razón y el odio y comenzaron a echarlos desde lo alto, caían en el Paseo de Ramiro, los rociaron con gasolina y lo quemaron todo.

Una pena quemar lo que es patrimonio de la humanidad, lo que nos ayuda, lo que engrandece, lo que nos agudiza la vista y elimina las telarañas, verdad?
 
Ayer estaba asistindo la peli: "La ladrona de libros".
En la peli quemaban libros dichos subversivos, lo que es la vida. En la Edad Media paso lo mismo; libros son buenos no importa la época y más si no alienan.
Los grandes dejaron a la humanidad sus pensamientos y como tal, hacen parte de la misma humanidad, de la historia de sus vidas y de como llegamos a ser lo que somos hoy.

Te dejo un artículo sobre la quema de libros en Berlín

https://www.disfrutaberlin.com/bebelplatz
 
Sin irnos hasta la Edad Media, en la Guerra Civil, en la Basílica de Santa María en Alicante existía una muy buena biblioteca. Llegaron la sin razón y el odio y comenzaron a echarlos desde lo alto, caían en el Paseo de Ramiro, los rociaron con gasolina y lo quemaron todo.

Una pena quemar lo que es patrimonio de la humanidad, lo que nos ayuda, lo que engrandece, lo que nos agudiza la vista y elimina las telarañas, verdad?
Siempre será una lastima quemar información, la meta es alienar para poder manipular...(y)
 
Ayer hicieron un reportaje en el canal historia sobre los campos de concentración no pude verlo mas de dos minutos, me da tanta rabia que algo así pudiese ocurrir...
 
Si alguien ha leido el libro Fareheit 451 ( ...un lavado de crerbros puede arruinar todo un pais.)
Eso paso en Alemania, y sigue sucediendo ahora en USA con remover o destruir las estatuas
de los personajes de la Guerra Civil, no debiera ser permitido, ya que es parte de la Historia del pais.)
 

POLÍTICA

España y la mayoría de los Estados de la UE se abstienen al votar en la ONU una resolución contra el nazismo y el neonazismo​

El texto logra salir adelante con 130 votos a favor, 51 abstenciones y sólo dos votos en contra: los de Estados Unidos y Ucrania

Por
Javier Lezaola.

22 de diciembre de 2020 23:00

España y la mayoría de los Estados de la UE se abstienen al votar en la ONU una resolución contra el nazismo y el neonazismo

Resultado de la votación, en la Asamblea General de la ONU, de la resolución contra el nazismo y el neonazismo
Coincidiendo con el 75º aniversario de la victoria aliada sobre el nazismo en el II Guerra Mundial y en mitad de un clamoroso silencio mediático, España y la mayoría de los Estados de la UE (Unión Europea) y de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) se abstuvieron este jueves al votar en la Asamblea General de la ONU (Organización de las Naciones Unidas) la resolución ‘Combatir la glorificación del nazismo, el neonazismo y otras prácticas que contribuyen a exacerbar las formas contemporáneas de racismo, discriminación racial, xenofobia y formas conexas de intolerancia’. Estados Unidos y Ucrania fueron aún más allá y votaron en contra, aunque la resolución logró salir adelante con, de los 183 votos emitidos, 130 a favor, sólo dos en contra –los de Estados Unidos y Ucrania– y 51 abstenciones.

Entre otras cosas, la resolución advierte de que el neonazismo es “algo más que la mera glorificación de un movimiento ya pasado”; concretamente, “un fenómeno contemporáneo con fuertes intereses en la desigualdad racial que ha centrado sus esfuerzos en obtener un apoyo amplio para sus falsas afirmaciones de superioridad racial”. Y deja claro que “la lucha contra el discurso de odio no tiene como propósito limitar o prohibir la libertad de expresión, sino prevenir la incitación a la discriminación, la hostilidad y la violencia, que deben estar prohibidas por ley”.

A los 130 Estados que han votado a favor de la resolución les alarma “la propagación en muchas partes del mundo de diversos partidos políticos, movimientos, ideologías y grupos extremistas de carácter racista o xenófobo, incluidos los grupos neonazis y de cabezas rapadas” y “el hecho de que esta tendencia ha dado lugar a la aplicación de medidas y políticas discriminatorias a nivel local o nacional”, y observan “con preocupación” que “incluso cuando los neonazis o los extremistas no participan formalmente en el gobierno, la presencia en él de ideólogos de extrema derecha puede tener el efecto de inyectar en la gobernanza y el discurso político las mismas ideologías que hacen que el neonazismo y el extremismo sean tan peligrosos”. Además, están “seriamente” preocupados porque “los grupos neonazis y otros grupos y personas que propugnan ideologías del odio centran cada vez más sus miras en personas vulnerables, principalmente niños y jóvenes, mediante sitios web diseñados específicamente para adoctrinarlos y reclutarlos”.

“Muy importante”​

Rusia ha destacado que en los últimos años se ha registrado un rápido aumento del número de ataques y actos de violencia contra personas de otra raza, nacionalidad, lengua o religión y que la resolución aprobada por la Asamblea General de la ONU es “muy importante”, pues insta a los Estados miembros a ‎adoptar una serie de medidas para contrarrestar el fenómeno tomando medidas concretas, también en los ámbitos legislativo y educativo, para eliminar todo tipo de discriminación racial y evitar así cualquier intento de revisión del resultado de la II Guerra Mundial. Sin embargo, Estados Unidos –que venía apoyando resoluciones similares sometidas a votación anualmente en la ONU– ha acusado a la resolución de intentar legitimar las “narrativas de desinformación rusas que difaman a las naciones vecinas bajo el disfraz cínico de detener la glorificación nazi” y Ucrania ha asegurado que sus impulsores “manipulan los hechos históricos”.

Autores como Manlio Dinucci, de la Red Voltaire, han asegurado que ni los votos en contra de Estados Unidos y Ucrania ni las abstenciones de la mayoría de los Estados de la UE y de la OTAN son muy sorprendentes, pues desde el final de la II Guerra Mundial la CIA primero y ‎la OTAN después vienen reclutando y ‘reciclando’ numerosos criminales nazis y que últimamente el reclutamiento y la utilización de neonazis por parte de la OTAN se ha intensificado, con fines estratégicos, en los Estados bálticos y en Ucrania.

 
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