La pelea de gatas de las princesas Charlene y Carolina de Mónaco:

Charlene, esposa del príncipe soberano Alberto II, es una princesa rebelde que se rige por sus propios códigos y eso ofende a su cuñada Carolina, princesa de Hanover, quien es muy estricta en cuestiones de etiqueta y protocolo.
Su estatus no permite a las mujeres de la casa Grimaldi mostrar en público su animadversión, y por eso la expresan con gestos arteros pero punzantes. El golpe más reciente lo asestó Charlene, la esposa de Alberto, el soberano de Mónaco, al boicotear el Baile de la Rosa de su cuñada Carolina, princesa de Hanover. Es la gala inaugural de la temporada de fiestas que define el aire glamouroso y mundano del principado. La etiqueta dicta la presencia de Alberto y su consorte, pero Charlene se ha saltado la tradición y lleva dos años sin asistir, empeñada en no alternar con Carolina en público mientras pueda evitarlo, dicen medios franceses como Voici y France Dimanche.
Para los monegascos, aseguran los reportes, fue una afrenta pública de Charlene a Carolina, quien es muy estricta en cuestiones de protocolo. Publicaciones del corazón como Bunte, Bild o Vanitatis, coincidieron en que se trató de una jugada maestra de Charlene, pues con su ausencia logró acaparar los titulares y robarle el protagonismo a la princesa de Hanover.
El pretexto para justificar la ausencia de la princesa, de origen africano, en el Baile de la Rosa fue que debía cuidar a uno de los gemelos que tiene con Alberto, pues estaba enfermo. Otros dijeron que era ella la indispuesta. Curiosamente, a los pocos días, Charlene apareció en un reportaje de la revista Hello!, replicado por Paris Match, el cual daba cuenta de que tanto ella como los bebés estaban perfectos y de vacaciones en Gstaad, Suiza, mientras se llevaba a cabo la fiesta. “Con una amplia sonrisa (Charlene) parecía decirle al mundo: ‘aquí estoy, no me escondo, si no fui fue porque no me dio la gana’”, señaló La Otra Crónica, suplemento de El Mundo, de Madrid.
Una vez más Charlene ponía de presente que ella es una princesa que se rige por sus códigos propios y eso le molesta mucho a Carolina, blanco de otros desplantes de su parte. La esposa de Alberto, por ejemplo, tampoco fue a la boda religiosa de Andrea Casiraghi, el hijo mayor de Carolina, con Tatiana Santo Domingo, nieta del empresario colombiano Julio Mario Santo Domingo. Igualmente acaparó titulares al no acompañar a Alberto en el casamiento de Pierre Casiraghi, el otro hijo de Carolina.
Charlene no es la única que arremete, y la verdad es que enfrenta una contrincante de sentimientos fuertes y mucho más curtida en el arte de la ofensa sutil. Por otra parte, desde niña, la princesa de Hanover ha estado en el foco de la prensa y aprendió a manipular a los periodistas.
En el orden de precedencias, Charlene está por encima de Carolina como esposa del soberano. Sin embargo, señala Carmen Gallardo, cronista de Vanity Fair España, ella siempre tiene un as bajo la manga para restarle protagonismo a su cuñada. Así quedó demostrado en el bautizo de los gemelos Jacques y Gabriella, en mayo de 2015. Era el momento indicado para que la consorte ostentara el primer plano, en un merecido canto de victoria, luego de ser humillada porque no daba muestras de ser capaz de darle un heredero del trono a Mónaco. Lo que hizo Carolina, considerada una de las mujeres más elegantes del mundo, fue llevar una enorme pamela que opacó el muy discreto tocado de Charlene y se dedicó a hacerle mimos a uno de los bebés a la salida de la catedral de San Nicolás, para fascinación de la prensa rosa.
Otra celebración que la obligaba a cederle preeminencia a Charlene fue la fiesta con motivo de los diez años de Alberto en el trono, el año pasado. Carolina volvió a seducir a los fotógrafos al presentarse con su nieto Sacha Casiraghi, el hijo mayor de Andrea y Tatiana, en sus brazos. A las revistas que la han seguido toda su vida les pareció más vendedora su faceta como abuela y le dedicaron largos reportajes. Alberto y su mujer prácticamente quedaron como parte del paisaje. Round para Carolina.
Por lo demás, si Charlene se empeña en bloquearle a la princesa de Hanover su Baile de la Rosa con su inasistencia, esta última ha hecho lo propio con el Baile de la Cruz Roja, organizado por Charlene. Lo crítico es que a causa de ello tampoco asisten sus hijos Andrea, Carlota y Pierre Casiraghi, ni sus cónyuges, hoy por hoy las grandes estrellas del principado, y ello le resta esplendor a la velada.
Los cronistas europeos concluyen que esta confrontación se debe a que Carolina, princesa de sangre criada en la opulencia de un centenario palacio de mármol y paredes forradas de moiré, se resiste a verse desplazada por Charlene, ex nadadora olímpica, nacida en un hogar de clase media y que vio de cerca la miseria y la muerte en un país conflictivo como Sudáfrica. Es preciso recordar que cuando su madre, la princesa Grace, murió en un trágico accidente en 1982, Carolina se convirtió en la primera dama de Mónaco por más de 20 años. La larga soltería de Alberto y luego la aparente esterilidad de Charlene la hicieron soñar con la posibilidad de que su hijo Andrea heredara la corona de un Estado minúsculo, sin relevancia política, pero donde hay mucho dinero en juego (la fortuna de Alberto se calcula en mil millones de dólares). Ahora, una perfecta advenediza se le ha atravesado en su ambición de forjar la rama más poderosa de los Grimaldi. Pero si ella cuenta con la astucia de un linaje famoso por su fiereza, Charlene posee la resistencia de una atleta de alto rendimiento, que sabe esperar antes de atacar de nuevo. La contienda está servida y promete jugosos asaltos entre estas dos púgiles que no pelean con toscos guantes sino vestidas con carísimos modelos de Chanel, Dior y Ferragamo.
http://www.jetset.com.co/edicion-im...rincesas-charlene-y-carolina-de-monaco/148504

Charlene, esposa del príncipe soberano Alberto II, es una princesa rebelde que se rige por sus propios códigos y eso ofende a su cuñada Carolina, princesa de Hanover, quien es muy estricta en cuestiones de etiqueta y protocolo.
Su estatus no permite a las mujeres de la casa Grimaldi mostrar en público su animadversión, y por eso la expresan con gestos arteros pero punzantes. El golpe más reciente lo asestó Charlene, la esposa de Alberto, el soberano de Mónaco, al boicotear el Baile de la Rosa de su cuñada Carolina, princesa de Hanover. Es la gala inaugural de la temporada de fiestas que define el aire glamouroso y mundano del principado. La etiqueta dicta la presencia de Alberto y su consorte, pero Charlene se ha saltado la tradición y lleva dos años sin asistir, empeñada en no alternar con Carolina en público mientras pueda evitarlo, dicen medios franceses como Voici y France Dimanche.
Para los monegascos, aseguran los reportes, fue una afrenta pública de Charlene a Carolina, quien es muy estricta en cuestiones de protocolo. Publicaciones del corazón como Bunte, Bild o Vanitatis, coincidieron en que se trató de una jugada maestra de Charlene, pues con su ausencia logró acaparar los titulares y robarle el protagonismo a la princesa de Hanover.
El pretexto para justificar la ausencia de la princesa, de origen africano, en el Baile de la Rosa fue que debía cuidar a uno de los gemelos que tiene con Alberto, pues estaba enfermo. Otros dijeron que era ella la indispuesta. Curiosamente, a los pocos días, Charlene apareció en un reportaje de la revista Hello!, replicado por Paris Match, el cual daba cuenta de que tanto ella como los bebés estaban perfectos y de vacaciones en Gstaad, Suiza, mientras se llevaba a cabo la fiesta. “Con una amplia sonrisa (Charlene) parecía decirle al mundo: ‘aquí estoy, no me escondo, si no fui fue porque no me dio la gana’”, señaló La Otra Crónica, suplemento de El Mundo, de Madrid.
Una vez más Charlene ponía de presente que ella es una princesa que se rige por sus códigos propios y eso le molesta mucho a Carolina, blanco de otros desplantes de su parte. La esposa de Alberto, por ejemplo, tampoco fue a la boda religiosa de Andrea Casiraghi, el hijo mayor de Carolina, con Tatiana Santo Domingo, nieta del empresario colombiano Julio Mario Santo Domingo. Igualmente acaparó titulares al no acompañar a Alberto en el casamiento de Pierre Casiraghi, el otro hijo de Carolina.
Charlene no es la única que arremete, y la verdad es que enfrenta una contrincante de sentimientos fuertes y mucho más curtida en el arte de la ofensa sutil. Por otra parte, desde niña, la princesa de Hanover ha estado en el foco de la prensa y aprendió a manipular a los periodistas.
En el orden de precedencias, Charlene está por encima de Carolina como esposa del soberano. Sin embargo, señala Carmen Gallardo, cronista de Vanity Fair España, ella siempre tiene un as bajo la manga para restarle protagonismo a su cuñada. Así quedó demostrado en el bautizo de los gemelos Jacques y Gabriella, en mayo de 2015. Era el momento indicado para que la consorte ostentara el primer plano, en un merecido canto de victoria, luego de ser humillada porque no daba muestras de ser capaz de darle un heredero del trono a Mónaco. Lo que hizo Carolina, considerada una de las mujeres más elegantes del mundo, fue llevar una enorme pamela que opacó el muy discreto tocado de Charlene y se dedicó a hacerle mimos a uno de los bebés a la salida de la catedral de San Nicolás, para fascinación de la prensa rosa.
Otra celebración que la obligaba a cederle preeminencia a Charlene fue la fiesta con motivo de los diez años de Alberto en el trono, el año pasado. Carolina volvió a seducir a los fotógrafos al presentarse con su nieto Sacha Casiraghi, el hijo mayor de Andrea y Tatiana, en sus brazos. A las revistas que la han seguido toda su vida les pareció más vendedora su faceta como abuela y le dedicaron largos reportajes. Alberto y su mujer prácticamente quedaron como parte del paisaje. Round para Carolina.
Por lo demás, si Charlene se empeña en bloquearle a la princesa de Hanover su Baile de la Rosa con su inasistencia, esta última ha hecho lo propio con el Baile de la Cruz Roja, organizado por Charlene. Lo crítico es que a causa de ello tampoco asisten sus hijos Andrea, Carlota y Pierre Casiraghi, ni sus cónyuges, hoy por hoy las grandes estrellas del principado, y ello le resta esplendor a la velada.
Los cronistas europeos concluyen que esta confrontación se debe a que Carolina, princesa de sangre criada en la opulencia de un centenario palacio de mármol y paredes forradas de moiré, se resiste a verse desplazada por Charlene, ex nadadora olímpica, nacida en un hogar de clase media y que vio de cerca la miseria y la muerte en un país conflictivo como Sudáfrica. Es preciso recordar que cuando su madre, la princesa Grace, murió en un trágico accidente en 1982, Carolina se convirtió en la primera dama de Mónaco por más de 20 años. La larga soltería de Alberto y luego la aparente esterilidad de Charlene la hicieron soñar con la posibilidad de que su hijo Andrea heredara la corona de un Estado minúsculo, sin relevancia política, pero donde hay mucho dinero en juego (la fortuna de Alberto se calcula en mil millones de dólares). Ahora, una perfecta advenediza se le ha atravesado en su ambición de forjar la rama más poderosa de los Grimaldi. Pero si ella cuenta con la astucia de un linaje famoso por su fiereza, Charlene posee la resistencia de una atleta de alto rendimiento, que sabe esperar antes de atacar de nuevo. La contienda está servida y promete jugosos asaltos entre estas dos púgiles que no pelean con toscos guantes sino vestidas con carísimos modelos de Chanel, Dior y Ferragamo.
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