La olvidada tragedia de la US Navy ...

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Como tantas otras veces, los marineros y marines de la VI Flota habían estado de parranda por los tugurios barceloneses. España vivía el despertar de la Transición y el Barrio Chino y las Ramblas prolongaban su época dorada. Poco antes de las dos de la madrugada del 17 de enero de 1977, 124 tripulantes del USS Guam y del USS Trenton se embarcaron cerca de la estatua de Colón en una barcaza para regresar a sus buques. Cerca de la mitad de ellos, sin embargo, jamás lo lograrían.

Por una maniobra errónea, la abarrotada lancha se cruzó en la trayectoria del mercante vasco Urlea, que no pudo evitar la colisión. La pequeña embarcación volcó y todos sus ocupantes cayeron a las frías aguas del puerto. Hasta 49 hombres perdieron la vida. Se trataba de la mayor tragedia de la US Navy en tiempo de paz.

Pese a su magnitud, la catástrofe ha quedado prácticamente perdida en la memoria colectiva. Solo un discreto monumento de granito frente al antiguo edificio de Aduanas permanece en la actualidad como tributo a aquellos infortunados.

Quienes no olvidan son sus familias ni los supervivientes. Cuarenta años después, un grupo de parientes de víctimas y de compañeros se van a encontrar por primera vez este martes en un modesto homenaje en la ciudad condal.
 
Harry Lamar Thomas, de 19 años en la noche del accidente, es el impulsor. Thomas, un marine que servía en el USS Guam, había salido con dos amigos a disfrutar de la noche. De los tres solo él quedó con vida. Según cuenta desde Amarillo (Texas) al doblar la punta del muelle se oyó «¡cuidado!» y se asomó sobre la borda para comprobar el motivo. «Entonces vi un enorme carguero que se venía encima de nuestro pequeño bote», rememora. Recuerda que fue «levantado por los aires mientras el costado de estribor se volteaba». Los que estaban en esa parte cayeron al agua, mientras el costado de babor se sumergía y la embarcación se inundaba, relata. «Lo siguiente que recuerdo –continúa– es estar bajo el agua sin saber dónde era arriba o abajo».

«Vi que el carguero se venía encima y lo siguiente que recuerdo es estar en el agua sin saber dónde era arriba o abajo»Harry Lamar Thomas, superviviente
Hacía poco se había convertido al cristianismo y pensó que, si era allí donde Dios quería que muriera, así sería. «Y en ese mismo instante emergí a la superficie», prosigue. Empezó entonces a ayudar a rescatar a compañeros y subirlos al casco volteado, mientras los pescaderos se afanaban por recoger a otros. «La gente de Barcelona estuvo formidable», subraya.

Una de las razones de que hubiera tal número de víctimas, indica, pudo ser que había una lona en popa a modo de toldo, mientras que los chalecos salvavidas estaban apilados y cubiertos por una red. Según cree, parte de los compañeros se sentaron sobre ellos y pudieron luego quedar atrapados entre la lona y la red. Aunque dice que él y sus dos amigos no bebieron, reconoce que el alcohol pudo ser también un factor fatal para parte de las víctimas.

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Rescate de uno de los accidentados- ABC
Otro de los supervivientes es Dana René Cottrell, al frente del equipo de reabastecimiento de aeronaves en el USS Guam. En su caso, caminaba por Las Ramblas para coger el último bote de vuelta al barco, cuando vio que policías, bomberos y ambulancias acudían ya hacia el punto de embarque. «Al principio pensé que se trataba de una pelea entre marineros y marines», señala desde La Mesa (California). Al llegar, se dio de bruces con la realidad y se puso a ayudar a los equipos de emergencias.

«Fue una larga noche, no volví al barco hasta las ocho de la mañana». En la lista de víctimas estaba su amigo Pablo González, lo que fue un duro golpe para él. «El recuerdo de aquella noche me ha perseguido durante cerca de 40 años», confiesa Cottrell, que dice quitarse el sombrero «con absoluto respeto y admiración» ante la respuesta «espectacular» de los equipos de salvamento y la gente en general.

Preguntas sin respuesta
Entre los asistentes al homenaje en Barcelona estará Charlease McCauley Hatchett, que tenía once años cuando su padre, el contramaestre del USS Trenton Charles Melvin McCauley, oriundo de Kentucky, falleció en Barcelona. Faltaban nueve días para que él cumpliera 35. Tras caer con sus compañeros al agua, «nadó de un lado a otro ayudando a otros a alcanzar la orilla», cuenta la hija a ABC. Luego «se desplomó en tierra y fue llevado al hospital, donde vivió durante 17 horas hasta que murió de un ataque cadiaco». «Mi padre murió ayudando a salvar a otros y así es como lo recordaré siempre», afirma desde Texas, donde vive.

«Mi padre murió ayudando a otros y así es como lo recordaré siempre»Charlease McCauley, hija del contramaestre Charles M. CcCauley, víctima del accidente de Barcelona
Ahora confía en que el acto de Barcelona permita «cerrar algunas preguntas sin responder» que permanecían en el fondo de su mente y se alegra de que haya «al fin un reconocimiento a las vidas que se perdieron». «No solo eran militares. Tenían familias y un futuro que quedó interrumpido», destaca.

También estará presente Catherine Yvonne Gurney, cuyo hermano Michael, que no llegó a cumplir los 20 años, es otra de las víctimas. Cy, como se hace llamar, era 18 meses mayor. Aún conserva el telegrama que recibió su madre en el que se le confirmaba el fallecimiento. «Todos le adorábamos, tenía un don de gentes que hacía sentir bien a todo el mundo», señala. Cy Gurney «siempre» estará «agradecida a los pescadores y rescatadores españoles que yudaron a nuestros hermanos, maridos e hijos».

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Monumento en recuerdo de las víctimas de la tragedia en el puerto de Barcelona- Inés Baucells
Antonio Rubio, de 37 años aquella fría noche de enero, fue uno de los que contribuyeron a salvar vidas y que al día siguiente estuvieron rescatando cadáveres del fondo del puerto. Era submarinista de los Bomberos del ayuntamiento de Barcelona y se encontraba en el primer equipo de emergencia que llegó al lugar de los hechos.

En aquel momento, bajo la barcaza volcada permanecían atrapados cinco norteamericanos con vida, rodeados de cadáveres de otros militares que no habían sobrevivido. Junto con su compañero Ramón Carmen, Rubio se lanzó al agua para llevarles oxígeno de sus botellas y sacarlos de allí. «Si hay gente viva –explica-, la tratas de sacar como sea».

«Estaban aterrorizados, no sabían ni dónde estaban. Los tuvimos que sacar a la fuerza de debajo de la barcaza»Antonio Rubio, submarinista de los Bomberos retirado
La tarea, con muchos de los militares bajo los efectos del alcohol, desorientados en mitad de la noche y un agua helada, no fue sencilla. «Estaban aterrorizados, no sabían ni dónde estaban. Los tuvimos que sacar a la fuerza», señala. Recuerda en especial a un «gigante» de rasgos asiáticos con «una fuerza descomunal», que «tenía un estrés bestial» y daba grandes manotazos. De hecho, a él le arrancó la boquilla y las gafas mientras trataba de desalojarlo de la trampa en que se hallaba.

Los rescatadores lograron que los cinco salieran de debajo del bote. Sin embargo, Rubio supo que dos de ellos murieron poco después por sendos ataques al corazón.

El bombero, ya jubilado, nunca ha podido olvidar una escena que califica de «dantesca». Aunque confiesa que lo peor llegó al día siguiente, con la elevada cantidad de cadáveres que tuvo que sacar a la superficie tras rastrear el fondo. «Por mucha experiencia que tengas, uno nunca se acostumbra a eso», apunta.
Discreto homenaje

Al homenaje de este martes en Barcelona asistirán unos 40 supervivientes y familiares de víctimas, además del cónsul general de EE.UU. en Barcelona, Marcos Mandojana, miembros de la oficina del agregado de Defensa norteamericano en Madrid, el comandante naval de Barcelona y una representación del Capítulo de España de las Hijas de la Revolución Americana, entidad dedicada a recuperar la Historia y fomentar los valores patrióticos estadounidenses. También participará una guardia de honor de los Marines.

El representante de la Navy League de EE.UU. en Barcelona, Salvador Molist, que ha organizado los actos, asegura que el suceso sigue «muy presente» en la Armada norteamericana.
 
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