La fiebre del oro

Registrado
12 Feb 2018
Mensajes
26.230
Calificaciones
99.176
A 170 años de la fiebre del oro en California: fortuna, drama, ganadores y perdedores
Fue el mayor fenómeno social y económico de su tiempo. Enorme progreso, pero también locura y muerte
Por Alfredo Serra
3 de febrero de 2019
Especial para Infobae


Fiebre-del-oro-en-California-1.jpg

A partir de 1849, más de 90 mil personas llegaron desde todo el mundo a California en búsqueda de hacerse ricos con el oro.

¡Oro! ¡Oro! ¡Oro! ¡Oro en California!
El grito, como un manto gigante, se extendió sobre almas, ríos y montañas, y cambió miles –y hasta millones– de vidas en los dos sentidos posibles: la riqueza o la desdicha.

La fiebre empezó en Sutter´s Mill, cerca del pueblo de Coloma, hace 170 años. En avalancha, 300 mil buscadores se lanzaron desde todo Estados Unidos detrás del gran sueño y la infinita codicia humana.

Pero su preludio fue otro tipo de sueño…

En 1838, un hombre llamado John Sutter dejó atrás a Suiza, su patria, a su mujer, y a una jauría de acreedores que lo acosaban día y noche.
"Necesito un nuevo mundo", confesó ante sus amigos, y emprendió una interminable marcha por los Estados Unidos.


En el duro camino, plagado de peligros –entre ellos, el ataque de los indios–, encontró a un grupo de misioneros, y cerca del actual Sacramento, entonces territorio mexicano de Alta California, empezó su utopía: fundó New Helvetia (Nueva Suiza), una pequeña comarca agrícola con tiendas y talleres que, aunque lentamente, prosperó.



John-Sutter-2.jpg

John Sutter, el inmigrante suizo que se instaló en California y fundó el pueblo de New Helvetia. Allí comenzaría todo.
No mucho después, los colonos norteamericanos se separaron del gobierno mexicano, y el ejército de los Estados Unidos ocupó California.
Durante una década, todo fue paz y trabajo en New Helvetia.

Por entonces, Sutter contrató a un hombre más joven, James Marshall, para que construyera un aserradero cerca del río.

Pero una mañana, apenas nacido el año 1849, mientras el nuevo operario cavaba el lecho de un canal destinado a llevar agua al molino… un extraño brillo le asaltó los ojos.

Más tarde contó el episodio entre los pobladores:

–Recogí una o dos piezas, las revisé, y como conozco algo sobre minerales, recordé dos que se parecían a ellas: el hierro, muy brillante y frágil, y el oro, brillante y maleable. Después de golpearlas entre dos rocas, descubrí que podían ser moldeadas dándoles distintas formas… ¡y no se rompían! Entonces supe que se trataba de oro…

Le llevó cuatro o cinco pepitas a Sutter:
–Mirá lo qué encontré.
–¿Qué es?
–Oro. Nada menos.

El amo de New Helvetia comprendió que el hallazgo podía destruir su plan de hacer de esa nueva patria un enorme granero. Codicia y dinero rápido versus riqueza lograda con tiempo y trabajo incesante.

Es dudoso que conociera el pasado remoto. Pero si era así, imaginó a Hispania saqueada por las tropas del Imperio Romano en busca de oro…

Fiebre-del-oro-en-California-6.jpg

Angustiado, calló. Trató de que la noticia no siguiera su clásico destino: expandirse a velocidad de relámpago.

"Pero la gente siempre habla", como escribió Enrique Cadícamo en el tango "Rondando tu esquina".

En pocas semanas, los empleados y obreros de New Helvetia ¡pagaban sus compras con pepitas de oro!

No mucho después, Samuel Brannan, editor de un diario y dueño de una tienda de San Francisco, quiso comprobar el fenómeno en vivo y en directo: viajó a la comarca, no tardó en ver el negocio y multiplicarlo en su mente, y abrió una tienda para vender todo lo necesario para los buscadores: ropa adecuada, picos, palas, cernidores para buscar pepitas entre la arena del lecho del río, comida, bebida…

Luego de poner el pie en el filón, volvió a San Francisco, se vistió como un gentleman, y caminó por la ciudad con un frasco lleno de pepitas de oro, al grito de "¡Oro! ¡Oro! ¡Oro del río de los mineros!"

La noticia cruzó todo el territorio, llegó a la costa Este, y James Knox Polk, undécimo presidente de los Estados Unidos, la confirmó.

Samuel-Brannan-1.jpg

La tienda de Samuel Brannan en Sutter’s Fort, donde los gambusinos podían conseguir todos los insumos para su tarea.
La fiebre del oro, en adelante, hizo estallar los termómetros.
San Francisco sufrió una extraña metamorfosis: al principio quedó casi desierta, porque sus hombres se lanzaron hacia los campos donde los esperaba el oro…, pero miles la poblaron dos años después, en 1850, cuando se instalaron en ella… ¡25 mil buscadores!, la mayoría en chozas y carpas, porque multiplicaron más de treinta veces los 800 habitantes que vivían en relativa calma antes de que el brillo del becerro de oro los cegara como a los israelitas según la Biblia (Éxodo, 32).

Algunos editores de diarios anunciaron alerta rojo. Uno de ellos se acercó al Apocalipsis: "Todo el país resuena con el sórdido grito de ¡Oro!, mientras el campo queda a medias plantado, las casas a medio construir, y todos los negocios languidecen… excepto los que fabrican y venden palas, picos, botas, cernidores, carretas, asnos de tiro".

Históricamente, "California gold rush" fue uno de los mayores fenómenos sociales en los Estados Unidos de esa época. Los "forty-niners" (alusión a los 49 primeros californianos que llegaron en busca de oro, y nombre que perduró) no conocieron límite ni nacionalidad. Se plegaron a la aventura hombres de América Latina, Europa, Australia y Asia. Viajaron en barco por la ruta del Cabo de Hornos, o en agotadoras caravanas. Afrontaron el ataque de los indios, enfermedades (tifus, letal), naufragios…

Fiebre-del-oro-en-California-4.jpg

San Francisco, casi una aldea cuando aparecieron las primeras pepitas, se convirtió en una gran ciudad: caminos, escuelas, iglesias, fundación de pueblos vecinos, líneas de ferrocarril, barcos de vapor.

Pero los capitanes de barcos de ultramar se arruinaron: sus tripulaciones abandonaban su puesto para correr hacia el oro, "y los muelles se transformaron en junglas de mástiles –como fósiles de tiempos prósperos–, y también en bodegas, tiendas, tabernas, hoteles…, y hasta una cárcel", según se lee en crónicas de la época.

Durante los buenos tiempos, un gambusino común –buscador de cernidor en mano antes de que se inventaran sistemas más sofisticados– lograba, en una jornada con suerte, diez o quince veces el salario de un obrero de la costa Este, y seis meses en un campo de oro equivalía al ingreso de seis años…

En 1849, el Año Dorado, arribaron a California más de 90 mil aventureros: la mitad, extranjeros. Franceses, alemanes, ingleses, italianos, españoles, filipinos, africanos, chinos…

Fiebre-del-oro-en-California-10.jpg

Se crearon máquinas para buscar oro en gran escala. Se desviaron ríos hacia canales artificiales. Se inauguró la minería hidráulica: corrientes de agua de alta presión lanzadas hacia los yacimientos auríferos.

Según los informes de la Inspección Geológica del país, "en los primeros cinco años se extrajeron 370 toneladas de oro". Cifra equivalente a casi 9 millones de dólares de hoy…

Pero gran aventura no fue el toque de Midas para todos. Es cierto que Samuel Brannan, aquel vocero del descubrimiento, llegó a ser en los primeros años el hombre más rico de California (tiendas en varias comarcas y reventa de todos los suministros comprados por la mitad y vendidos por el doble), y que unos pocos gambusinos que trabajaron cuatro meses en el Río de las Plumas embolsaron más de un millón y medio de dólares en oro.

Pero el balance final no fue tan generoso para todos.

Muchos, deducidos sus gastos de viaje, acarreo de herramientas y carretas, comida, alojamiento…, hicieron diferencias modestas. Y los que llegaron demasiado tarde… ¡saldo en rojo!


https://www.infobae.com/america/his...ifornia-fortuna-drama-ganadores-y-perdedores/
 
Fiebre-del-oro-en-California-8.jpg

El oro recayó con mejor resultado en los hombres de negocios: revendedores, dueños de barcos de vapor, de hoteles, de tabernas, de burdeles…

Los costos humanos fueron escalofriantes: la población indígena cayó de 150 mil a 30 mil almas apenas en 25 años: hambre, enfermedades y ataques genocidas.

Pero la otra cara de la moneda lleva el signo del progreso. Creció en gran escala la agricultura, llamada "la segunda fiebre del oro de California", se multiplicaron los transportes (ferrocarriles y líneas de barcos de vapor), las comunicaciones, los nuevos pueblos, los caminos, las escuelas, las industrias, las iglesias…, y según el historiador H. W. Brands, cambió "el viejo sueño americano, de los puritanos, del almanaque de Benjamin Franklin, de hombres y mujeres satisfechos con acumular una modesta riqueza de a poco, año tras año… El nuevo sueño era un sueño de riqueza instantánea, ganada en un abrir y cerrar de ojos, gracias a la audacia y a la buena suerte. Este sueño dorado se convirtió en una parte prominente de la psique estadounidense sólo después de Sutter´s Mill": el aserradero que el creador de New Helvetia le encargó construir a su capataz James Marshall.

Que en eso estaba, cuando un extraño brillo le asaltó la mirada.

(Post scriptum. La fiebre del oro de 1849 en California tuvo su réplica casi medio siglo después –1896– en Alaska. Un tal Jim Mason siguió hacia abajo el curso del río Yukón buscando a su hermana Felisa y a su marido, George, que pescaban salmones en la desembocadura del río Klondike. El 16 de agosto de ese año, descubrieron oro en el arroyo Bonanza. Y se repitió, aunque en menor medida, la fiebre californiana. En total, algo más de 20 metros cuadrados de oro en el área del Klondike. Ese episodio, aunque menor, inspiró a Charles Chaplin para producir, escribir y dirigir un film inmortal: La quimera del oro, estrenada el 26 de junio de 1925, y hasta hoy considerada como una de las diez mejores de la historia del cine. Con dos escenas memorables: Carlitos haciendo danzar dos panes ensartados en dos tenedores, y comiendo un zapato… En cuanto al engaño y la tragedia que puede producir el oro, su monumento es el film El tesoro de la Sierra Madre,de 1948, dirigida por John Huston con Humphrey Bogart como estrella. Filmada en México, su escena clave es difícil de olvidar: el instante que Bogart, en la miseria, recibe una moneda que lee como un golpe de suerte, y…
Pero los finales no se cuentan. Vale la pena conseguirla, verla, analizarla, y recordar esa sabia línea de Woody Allen: "Si quieres hacer reír a Dios, háblale de tus futuros planes").

https://www.infobae.com/america/his...ifornia-fortuna-drama-ganadores-y-perdedores/
 

Mapa de los yacimientos de oro de Alaska
Descripción
A partir de mediados del siglo XIX, se encontró oro en una sucesión de descubrimientos a lo largo de la costa oeste de los Estados Unidos, en un arco ascendente desde California hasta Alaska. La gran fiebre del oro de California de 1849 dio inicio a una serie de otras «fiebres» en las décadas siguientes, que terminó con la fiebre del oro del Klondike de 1897 y la fiebre del oro de Nome de 1899, ambas en Alaska. Este mapa se publicó en 1897, poco después de que se descubriera oro en Bonanza Creek, un curso de agua situado junto al río Klondike, un afluente del imponente río Yukón. La fiebre del Klondike resultó ser una de las más grandes de la historia, y quedó capturada en la legendaria poesía y prosa de Robert W. Service (1874-1958) y de Jack London (1876-1916). Como muestra este mapa, hubo muchos otros hallazgos de oro en Alaska: a lo largo del río Yukón, en Juneau y en otras partes del sudeste de Alaska, así como en la región de la ensenada de Cook (cerca de la actual Anchorage). El mapa muestra los yacimientos de oro más importantes hasta ese entonces, resaltados en rojo, así como los nombres de las cordilleras, ríos y otros accidentes geográficos prominentes en Alaska, Yukón y Columbia Británica. Por supuesto, no aparecen los famosos hallazgos posteriores en Nome, Fairbanks y Livengood. Las noticias de estos descubrimientos, transmitidas a la nación y al mundo mediante telégrafo y periódicos, incitaron a decenas de miles de buscadores a sacrificar todo en la febril —y a menudo imprudente— persecución de fortuna.

https://www.wdl.org/es/item/13496/
 
Fiebre del oro de Klondike


Buscadores de oro ascendiendo el paso Chilkoot.

Rutas a Klondike.

La fiebre del oro de Klondike, algunas veces denominada la fiebre del oro del Yukón o la fiebre del oro de Alaska, fue un frenesí de inmigración por fiebre del oro en pos de prospecciones auríferas a lo largo del río Klondike, cerca de Dawson City, Yukón, Canadá. Se inició después que fuera descubierto oro a finales del siglo XIX. En total, se extrajeron alrededor de 12,5 millones de onzas de oro (alrededor de 20,12 m3) del área de Klondike.


Empieza la fiebre

Mineros esperan para registrar sus denuncios.
Las noticias se difundieron a otros campamentos mineros en el valle del río Yukón. El oro fue descubierto en el arroyo Rabbit que fue más tarde renombrado Bonanza debido a que muchas quiebras bancarias en la década de 1890. La economía estadounidense había sido fuertemente golpeada por el Pánico de 1893 y por el Pánico de 1896 que causaron amplio desempleo a Seattle el 17 de julio, estableciéndose como estampida en Klondike. En 1898, la población de Klondike había llegado a cerca de 40.000 habitantes, lo que amenazaba con causar una hambruna.


Una típica operación minera aurífera en el arroyo Bonanza.
Hombres de todo tipo se dirigieron al Yukón desde lugares tan lejanos como Nueva York, el Reino Unido y Australia. Sorpresivamente, una gran proporción estaba compuesta por profesionales, tales como profesores y doctores, quienes habían renunciado a sus respetables carreras para hacer el viaje. La mayoría estaba perfectamente al tanto que la posibilidad de encontrar cantidades significativas de oro era escasa o nula, pero aun así se fueron a la aventura. Tantos como la mitad de aquellos que llegaron a Dawson City no se dispusieron a hacer ninguna prospección. Al llegar grandes cantidades de aventureros emprendedores a la región, la fiebre del oro contribuyó significativamente al desarrollo económico del Oeste de Canadá, Alaska y el Pacífico Noroeste.


CulturaEditar

El libro Colmillo Blanco, escrito por Jack London en 1906, está ambientado en este lugar y época. Ha sido adaptado cinematográficamente varias veces, siendo la película de 1991 protagonizada por Ethan Hawke la más famosa.

https://es.m.wikipedia.org/wiki/Fiebre_del_oro_de_Klondike

 
Ver artículo
Mapa de Millroy de Alaska y de las minas de oro de Klondike
Descripción
La fiebre del oro de Klondike de 1898 comenzó verdaderamente a los 18 meses de un gran descubrimiento de oro en Bonanza Creek, un afluente del río Klondike cerca de Dawson City, Canadá. J. J. Millroy, un cartógrafo de Salt Lake City, creó esta guía de los campos de oro de Klondike en 1897 utilizando información de estudios públicos y privados. El mapa fue diseñado para ser utilizado por los numerosos mineros que pronto llegarían al Yukón provenientes del mundo entero. Muestra las principales rutas hacia los campos de oro de Klondike (en rojo), además de las rutas de Chilkoot, Chilkat, el río Copper, el río Yukón, el río Taku y el río Stikine. También se destacan las principales rutas de navegación y la distancia exacta en millas desde San Francisco y Seattle hasta Juneau y varios otros puntos en Alaska que ofrecían el mejor acceso a las rutas interiores que conducían a los campos de oro de Klondike. El mapa también muestra cordilleras con elevaciones marcadas en pies, masas de agua y pueblos y ciudades importantes de Alaska y Canadá. El margen izquierdo del mapa contiene información práctica sobre el clima, el tiempo y advertencias sobre una serie de enfermedades regionales. También enumera el material específico necesario –como las tiendas de campaña, las mantas, la ropa y las máquinas estándar requeridas– y su costo para equipar a dos hombres durante un año en el Yukón. Entre los artículos adicionales sugeridos hay muchas medicinas comunes del siglo XIX, como el hamamelis y el clorato de potasio. También se proporciona información sobre las tarifas, aranceles y cargos aduaneros que los recaudadores de impuestos de los Estados Unidos y Canadá solían aplicar a los buscadores en los puertos y pasos fronterizos.

https://www.wdl.org/es/item/16791/
 
Se denomina fiebre del oro a un período de migración apresurada y de forma masiva de trabajadores hacia áreas más rústicas, en las que se había producido un descubrimiento espectacular de comerciales de oro. Suele referirse en especial al que se produjo en California en 1848. Terminó en 1960.


Causas

Las fiebres del oro constituyeron un rasgo de la cultura popular del siglo XIX. Los factores que indujeron a muchos a abandonar sus empleos y modos de vida convencionales en busca del oro son de variada índole:

  • Relativas mejoras en las redes de transporte,
  • Mejoras en los medios de comunicación, que contribuyeron a extender noticias y rumores,
  • Cierta insatisfacción social,
  • Un sistema monetario internacional basado en el patrón oro.
Curiosamente, pocos mineros se hicieron ricos, mientras que los proveedores de los mismos y otros comerciantes encontraron la fortuna gracias a estos procesos.


ZonasEditar


Cementerio de la fiebre del oro, Skagway, Alaska, Estados Unidos.
Estas son las zonas en las que se dio la fiebre del oro:


https://es.m.wikipedia.org/wiki/Fiebre_del_oro
 
La fiebre del oro del Klondike
Por
Redacción
-
21 julio, 2014


Tierra y Tecnología nº 44 | Texto | Jordi Canal-Soler

A finales del mes de agosto del año 1896, un hombre excitado irrumpía en el saloon de Bill McPhee en la pequeña población de Fortymile, un campamento minero en la riba del río Yukón, en Canadá. El pueblo no tenía ni diez años desde su creación y se había establecido junto a un pequeño yacimiento de oro que había atraído a muchos mineros pero cuyas minas habían resultado pobres. Muchos de esos mineros desanimados pasaban las horas entre botellas de whisky y juegos de cartas. Cuando el forastero entró con las ropas sucias y arrugadas de unos días de viaje, los cabellos revueltos, una barba descuidada y una mirada intensa, todos se giraron sorprendidos. El hombre, con la respiración entrecortada por la emoción, dijo sólo unas palabras:

—Chicos, ¡hemos encontrado oro río arriba!

Esas palabras pronunciadas por George Carmack (figura 1) fueron el detonante de la mayor fiebre del oro de la historia, la fiebre del Klondike. El 17 de agosto de ese año, George Carmack, Skookum Jim (figura 2) y Tagish Charlie habían encontrado oro en el lecho de Bonanza Creek, un afluente del río Klondike, cerca de donde éste desemboca en el Yukón.

Según la ley canadiense, cada persona podía delimitar con estacas una concesión para excavar una zona determinada. El descubridor podía quedarse con dos concesiones, la inicial (Discovery Claim) y otra extra. El grupo de Carmack ya había estacado las concesiones a las que tenía derecho y tuvieron claro que para poder excavarlas y extraer el oro necesitarían una infraestructura que, aislados en medio de las montañas boscosas y solitarias del Klondike, no tenían. Era necesario atraer a otros mineros para acabar creando todo un campamento.

Y lo consiguieron. La mayoría de los mineros de Fortymile abandonaron sus pobres concesiones para probar suerte en el Klondike. Muchos de ellos se habían dedicado a la minería toda su vida. Después de la fiebre del oro de California de 1849, gran cantidad de mineros que no habían hecho fortuna en las tierras soleadas de la costa oeste de los Estados Unidos empezaron a marchar hacia el norte, siguiendo la cordillera de las Rocosas. Algunos de ellos se quedaron en Juneau, donde se había descubierto oro, y en la década de 1880 ya había unos doscientos mineros en Alaska y Yukón. Cuando corrió la voz que se había descubierto gran cantidad de oro en el Klondike, todos confluyeron allá y se montó un campamento que, en pocos años, se convirtió en una de las principales ciudades del Canadá: Dawson City.

A los pocos días de la aparición de George Carmack en Fortymile, Bonanza Creek, el lugar del descubrimiento, ya estaba del todo estacado y los mineros que todavía llegaban buscaban concesiones en los arroyos cercanos, esperando que por proximidad también escondieran pepitas de oro en sus fondos. A medida que iban llegando más mineros, las concesiones se intercambiaban de manos. Alguien se jugaba a las cartas una concesión demasiado pobre, o se vendía parte de una rica a cambio de comida. Clarence Berry, por ejemplo, un camarero del saloon de Bill McPhee, intercambió la mitad de su concesión en Bonanza Creek por una mitad de una concesión en un arroyo cercano, bautizado como Eldorado Creek. Después de lavar la grava extraída en invierno y pagar a sus trabajadores, le quedó una fortuna de 130.000 dólares por unos meses de trabajo. Otro minero compró una pequeña concesión sobrante que nadie quería y después de empezar a excavar en ella, la fracción resultó ser una de las secciones de tierra más ricas de todos los campos auríferos y proveyó a su propietario con medio millón de dólares en oro…

En verano de 1897, aquellos primeros mineros que habían descubierto oro en el Klondike y habían explotado sus concesiones retornaron triunfales al sur. El primer cargamento de oro salido del Klondike bajó por el río Yukón desde Dawson City en dos barcos. Cuando llegaron al puerto de St. Michael, en la desembocadura del Yukón, lo hicieron con una carga total de un millón y medio de dólares en oro. Aquí el metal y pasajeros embarcaron en los vapores Excelsior y Portland, que se dirigían a San Francisco y Seattle, respectivamente. El Excelsior, más pequeño y rápido que el Portland, llegó antes a su destino. En la tarde del 14 de julio de 1897 desembarcaron en San Francisco los ricos mineros que, con sus sacos llenos de oro, se dirigieron inmediatamente a las fundiciones Selby, donde evaluaron la calidad. Al siguiente día los periódicos de San Francisco iban llenos de las noticias del descubrimiento, pero la divergencia entre los datos aportados por cada periódico diluyó la novedad.

El Seattle Post-Intelligencer (figura 3) siguió de una manera distinta la llegada a Seattle del Portland, prevista para el día 17. Un periodista del periódico alquiló una barca para interceptar al vapor antes de que llegara a puerto y se entrevistó con el capitán y con varios mineros, concretando las cantidades de oro que transportaban. Escribió el artículo durante el viaje de vuelta, avanzándose al Portland, y para cuando éste llegó a Seattle a la mañana siguiente, el periódico ya había publicado la noticia en primera página con un gran titular: “¡Una tonelada de Oro!”. La cantidad era tan fantástica que una multitud esperó en el muelle la llegada del vapor para comprobar por sí mismos si esas cifras eran ciertas. Cuando los propios mineros que volvían del Klondike mostraron al gentío unos cuantos de esos sacos llenos del mineral, la noticia corrió como la pólvora por toda la ciudad y a los pocos días por todo el país. Poco después, todo el mundo lo sabía: ¡el Klondike era el sitio para ir!

No se puede entender la fiebre del oro sin recordar que en la década de 1890 los Estados Unidos pasaba una de las peores crisis económicas. No fue tan fuerte como la de 1929, pero en 1893 las reservas de oro habían caído en picado y el mercado de acciones se había colapsado. La bancarrota bajo la presidencia de Grover Cleveland afectó en un inicio a los ferrocarriles y a los bancos, continuó con la industria y determinó una caída abismal de los precios del trigo y el algodón. El pánico se apoderó de la sociedad. Muchos sufrieron hambre e indigencia, y una depresión general se extendió por todo el país. El descubrimiento de oro se vio entonces como un antídoto para todos los males, una panacea que sólo era necesario ir a buscar al norte. Cuando millones de trabajadores americanos ganaban menos de cincuenta dólares al mes y un hombre podía vivir cómodamente con su familia con los intereses generados por veinte mil dólares en un banco, las fortunas que trajeron esos primeros mineros del Klondike hicieron brillar de esperanza los ojos de miles de personas.



El Portland volvió a zarpar hacia el norte seis días después, y lo hizo cargado de futuros mineros que se dirigían hacia Dawson City. Según el Seattle Times, “los granjeros dejaban sus arados, los pasantes sus libros de contabilidad, los peones sus picos y palas, los gandules pedían más dinero, los padres se despedían de sus esposas e hijos, hombres ricos, hombres pobres y hombres de clase media se daban prisa hacia las estaciones de tren con un único objetivo: la gran fiebre del oro estaba en marcha”.

De las 100.000 personas que marcharon hacia el Klondike a través de las cinco rutas que se usaron para llegar a él, ya fuera siguiendo el curso del Yukón desde su desembocadura en el mar de Bering; a través de Ashcroft en Columbia Británica; hacia el norte desde Edmonton a través de las montañas MacKenzie; o por el Chilkoot o el White Pass, sólo 50.000 personas llegaron finalmente a Dawson. Sólo 4.000 encontraron oro y sólo 400 consiguieron inmensas fortunas.

En diez años se extrajeron 300 millones de dólares en oro, pero este dinero fue a parar a una ínfima minoría de los que habían empezado el viaje. Y lo más irónico de la fiebre del oro del Klondike es que, aunque parecía la más difícil, la ruta del Chilkoot Pass fue en realidad la más fácil. Éste era el único paso que se podía usar en invierno ya que, aunque cubierto de nieve, era practicable entre las montañas. Se calcula que unas 40.000 personas cruzaron el Chilkoot Pass. La Policía Montada del Canadá, previendo las necesidades que los mineros tendrían para sobrevivir el invierno, obligaba a todo el mundo que quisiera entrar en el Yukón a transportar una tonelada de equipaje entre comida, ropa, tienda, estufa, etc. El paso del Chilkoot se convirtió en un hormiguero de porteadores cargados con mochilas de 30 kg recorriendo arriba y abajo la pendiente nevada de la montaña para transportar toda la carga hasta el cuello. La escena fue inmortalizada en la obra escrita de Jack London (figura 4), que participó en la fiebre, y en la película La quimera del oro de Charles Chaplin (figura 5), entre otras.

La ruta del Chilkoot empezaba en la ciudad de Skagway, al final del canal de Lynn, un estrecho fiordo del sureste de Alaska. Aquí surgió de la nada una ciudad fronteriza, de tiendas de tela y fachadas de madera que poco a poco se fue organizando para dar la bienvenida a los miles de expedicionarios que iban a remontar el paso del Chilkoot. Aquí podían los exploradores comprar el material necesario para entrar en el Yukón y podían saciar su sed en uno de los múltiples salones (había más bares que iglesias en el pueblo). Pero desde el inicio los recién llegados también podían ser objeto de estafas o robos de rufianes que controlaban una población al margen de la ley. Uno de los personajes más carismáticos, pero a la vez más bellacos de Alaska, fue Soapy Smith, uno de estos estafadores que llegó a ser considerado el rey de Skagway. Los métodos que él y sus secuaces tenían para sacar el dinero a los mineros eran, cuanto menos, de mucha inventiva. Uno de los más fáciles era a través del telégrafo. El único aparato de la ciudad pertenecía a Soapy Smith, y cuando los usuarios mandaban un mensaje de despedida a sus familiares de los estados sureños, enseguida llegaba una respuesta en la que solicitaban ayuda económica porque les habían salido dificultades. En realidad, el cable del telégrafo acababa en el mar y los mensajes eran falsos, pero los infelices estafados, queriendo ayudar a sus familias, mandaban dinero (a través de la única empresa de envíos, también propiedad de Soapy Smith) que nunca llegaba a su destino. La muerte encontró al poco tiempo a Soapy Smith durante una escaramuza con un miembro del grupo de personas que se habían empezado a organizar para combatir a la mafia establecida.



Aquellos que no fueron robados por Soapy y su banda pudieron proseguir la marcha a través del camino del Chilkoot. En la actualidad, la sección estadounidense y la sección canadiense del paso están protegidas por un Parque Nacional que es en realidad posiblemente el museo más largo del mundo. Durante los 53 km de su recorrido se pueden ir encontrando viejos materiales abandonados por los expedicionarios: sartenes rotas y carcomidas por la oxidación, viejos zapatos raídos por el tiempo, grandes poleas de las máquinas que poco a poco fueron apareciendo para relevar las espaldas de los hombres y facilitar el transporte de las mercancías, etc. Algunos puebluchos fueron surgiendo a lo largo del camino para dar servicio a los miles de hombres y mujeres que transitaron por los estrechos senderos, pero los restos de esas efímeras construcciones están ya cubiertas por una espesura de maleza. Algunas botellas de cerveza, una gran caldera y una puerta de tablones de madera que ha aguantado el paso de cien años todavía indican dónde se había erigido uno de los salones de Sheep Camp, en medio de la ruta.

En las Golden Scales los mineros tenían que superar la empinada rampa de nieve y hielo que ha venido a representar en el imaginario colectivo las penalidades de esa larga marcha al interior de Canadá (figuras 6 y 7). El nombre (los escalones dorados) viene del negocio de un par de oportunistas que una noche de invierno excavaron a pico y pala toda una serie de escalones en el hielo y a la mañana siguiente se encontraban abajo cobrando peaje (en polvo de oro) por el uso de los escalones a los agradecidos porteadores que veían así facilitada su ascensión hasta el cuello de la montaña.

Un paso paralelo al Chilkoot fue el White Pass o Deadhorse Trail (el camino de los caballos muertos), apellidado así por las condiciones tan complicadas del camino que despeñaba las monturas o las mataba de cansancio. A los pocos años se empezó a construir un ferrocarril para llevar carga y personas hasta el lago Bennett, pero cuando se acabó de construir, la fiebre del oro ya había terminado y nadie lo usó. El ferrocarril, con estupendas vistas de las montañas y uno de los recorridos más escénicos del mundo, se recuperó como tren turístico y hace las delicias de los pasajeros de los grandes cruceros que surcan las aguas del sureste de Alaska.

Una vez superado el paso del Chilkoot, los mineros construían una embarcación en Bennett Lake, donde nace el Yukón, y navegaban más de 600 km a lo largo del río hasta Dawson City. La mayoría de los expedicionarios no habían navegado jamás, y algunos de los rápidos del Yukón, como los de Whitehorse, eran tan fuertes que las embarcaciones quedaban reducidas a astillas. La Policía Montada ordenó que nadie podía pasar por los rápidos y había que descargar el bote y transportarlo por tierra hasta superar el obstáculo. La ciudad que surgió al lado del río para dar servicio a los viajeros, Whitehorse, es hoy en día la capital de la provincia canadiense del Yukón, y una próspera ciudad de fachadas pintadas con imágenes de esa época dorada.



La mayoría de los que se habían dirigido hacia el Klondike a partir de la llegada del Excelsior y el Portland, llegaron a Dawson a mediados de 1897, un año después del descubrimiento (figura 8). Todas las concesiones en los ríos ya estaban asignadas a los sourdough, los mineros veteranos que ya staban cerca cuando se inició la fiebre. Sin poder cumplir su sueño, los recién llegados sólo podían volver a sus casas, quedarse a trabajar en las minas como peones de los que habían llegado antes o trabajar en los negocios que empezaban a nacer en Dawson. Los que no se hicieron ricos en las minas, lo intentaron con los mineros. Uno de los primeros que intuyó que la riqueza se lograba más rápidamente aprovechándose de los mineros y no ensuciándose en las minas fue Joe Ladue, que en septiembre de 1896 construyó el primer edificio de Dawson City, esbozó un mapa de cómo debía ser la ciudad e instaló el primer aserradero. Al poco tiempo ya había levantado el primer salón, que le generaba unos ingresos de más de cien onzas de oro al día: en Dawson City las monedas de plata y los billetes de papel, conocidos como dinero “cheechako”, empezaron a escasear desde muy al principio, y la moneda de intercambio era el polvo de oro, que se pagaba a diecisiete dólares la onza. En los saloons, llenos de mineros que venían a celebrar sus descubrimientos, un pellizco de oro pasaba por un dólar. Los camareros ganaban una onza y media por día de trabajo, o más si tenían pulgares especialmente grandes.

El éxito de Dawson City fue efímero. Pasó de una población de 40.000 habitantes en 1898, en pleno boom minero, a sólo 8.000 en 1899, cuando con el descubrimiento de oro en Nome la mayoría de los mineros sin concesión marcharon de la ciudad hacia la costa oeste de Alaska. Con los años, las minas se fueron agotando y aparecieron las grandes dragas de madera de las grandes compañías (figura 9), que excavaban con mayor eficiencia las concesiones ya trabajadas a pico y pala. Éstas todavía hoy están presentes en el paisaje como testigo de una época pasada y alguna de ellas puede visitarse.

Actualmente, Dawson City acoge a más de 60.000 turistas al año atraídos por los restos de ese pasado dorado. Todavía quedan muchos de los edificios de madera de esa época y la ciudad conserva el aire de una población fronteriza típica del Far West (figuras 10 y 11). Y siguiendo el río Klondike arriba, en alguna concesión, aún se puede probar suerte con la pala y la batea. Dicen que, de vez en cuando, algún turista todavía encuentra alguna pequeña pepita de oro.

https://www.icog.es/TyT/index.php/2014/07/la-fiebre-del-oro-del-klondike/
 
Jack London y la fiebre del oro

Uno de los escritores que supo captar mejor las desventuras de esos mineros que siguieron la fiebre del oro fue Jack London, que de joven se añadió a los aventureros en un viaje hacia el Klondike. En uno de sus cuentos, Los buscadores de oro del norte, explica los sufrimientos a los que fueron sometidos los primeros mineros que llegaron al Yukón: “Se olvidaron del mundo y de sus costumbres, así como el mundo se olvidó de ellos. Se alimentaban de caza cuando la encontraban, comían hasta hartarse en tiempos de abundancia y pasaban hambre en tiempos de escasez, en su incesante búsqueda del tesoro amarillo. Cruzaron la tierra en todas las direcciones. Atravesaron innumerables ríos desconocidos en precarias canoas de corteza, y con raquetas de nieve y perros abrieron caminos por miles de millas de silencio blanco, donde nunca antes había andado un hombre. Avanzaron difícilmente, bajo la aurora boreal o el sol de medianoche, con temperaturas que oscilaban entre los 38 oC y los -70 ºC, viviendo, en las dificultades de la tierra, de huellas de conejo y tripas de salmón”.

Comida y distracciones a precio de oro

La riqueza que los primeros buscadores de oro consiguieron en el Klondike no les duró mucho tiempo. Aislada como estaba del exterior, Dawson sufrió algunos momentos de necesidad. Como un rey Midas que no podía alimentarse del oro que creaba, los mineros tampoco pudieron comprar todo lo que desearon. Condenados a comer conservas todo el invierno, en el inicio de la primavera de 1898 los miles de mineros que había en Dawson esperaban ansiosos que el hielo del Yukón se fundiera para permitir a los barcos llegar con comida fresca. Las primeras doscientas docenas de huevos frescos se vendieron en menos de una hora a dieciocho dólares la docena. La sal con la que algunos sazonaron los huevos podía llegar a costar su peso en oro. La primera vaca no tardó en llegar a Dawson y el primer galón de leche se vendió a treinta dólares. El propietario del Aurora Saloon compró unos litros y la vendió en tazas a 5 dólares, cinco veces más cara que un vaso de whisky.

Pero seguramente la idea más original la tuvo un minero analfabeto que compró la primera copia del Seattle Post-Intelligencer que llegó a la ciudad. En una tierra donde la escasez de material impreso convertía en excitante hasta la lectura de un diccionario durante las largas noches de invierno, los mineros pagaban cualquier cosa para poder escuchar noticias frescas. El propietario del periódico pagó a un abogado para que lo leyera en voz alta en el Pioneer’s Hall y cobró entrada a todos los centenares de personas ávidas de noticias de los estados del sur. Tuvieron que hacer dos sesiones para contentar al numeroso público asistente.
https://www.icog.es/TyT/index.php/2014/07/la-fiebre-del-oro-del-klondike/
 
9788401389740.jpg


EL RIO DE LA LUZ: UN VIAJE POR ALASKA Y CANADA
JAVIER REVERTE

Narrativa de viajes

Géneros literarios

Literatura

Javier Reverte nos propone un fascinante viaje por un paisaje salvaje donde suenan los ecos de historias pasadas que todavía hoy atrpan la imaginación de los lectores. El libro más vital, aventurero, positivo y emocionante de Reverte. Este viaje ha devuelto al autor las ganas de vivir, de viajar, de sentirse joven; y eso lo traslada al lector.Quince años después de su primer viaje a África y cinco después de su última aventura en el Amazonas, el mejor escritor español de viajes regresa con un libro narrado con su sello inconfundible. Javier Rever te descubre una Alaska mítica y salvaje a través del imprevisible y traicionero río Yukon que navegó en canoa junto a un reducido gr upo de aventureros. Con sus más de sesenta años, Javier aprendió a manejar con destreza la canoa y durante una semana r emontó el río en intensas jornadas de más de ocho horas de navegación. Posteriormente, como buen viajero, siguió el viaje en solitario, adentrándose en el interior de Alaska, una de las últimas fronteras de nuestra civilización. Al tiempo que viaja, Javier Rever te rememora las historias de miles de pioneros que se dejaron la vida en la fiebre del oro, recopila las mejores historias y leyendas de un lugar mítico desde que Jack London escribiera sus célebres novelas y, también, con mucho humor se adentra en los territorios vírgenes donde reinan los temibles osos grizzlies con la esperanza de encontrarse con ellos. El río de la luz es la historia del viaje a un río que le dio a Javier Reverte la luz, la liber tad, las ganas de vivir y desper tó en él la curiosidad por seguir conociendo a gente por el camino. Un libro optimista que contagia las ganas de leer y la pasión por viajar.
https://www.casadellibro.com/libro-...aje-por-alaska-y-canada/9788401389740/1267985
 
Back