POR
Ángeles Escrivá
03/01/2021
Era imposible que aquellos cinco hombres no supieran que estaban haciendo Historia. Sentados en torno a una mesa en el Palacio de la Zarzuela diseñando los pasos que el Rey, con la imagen baqueteada por los escándalos pero aún carismático, debía seguir para abandonar su cargo. Conjurados en el secreto más absoluto.
Ese día, en primavera de 2014, Rafael Spottorno, jefe de la Casa; Alfonso Sanz Pórtoles, su secretario; Domingo Martínez Palomo, jefe del Gabinete; Javier Ayuso, director de Relaciones con los Medios —todos de la confianza de don Juan Carlos—, y Jaime Alfonsín, el jefe de la Secretaría del Príncipe de Asturias, debían resolver uno de los asuntos más peliagudos: el proyecto de ley para la abdicación. Eso podía convertirse en un problema. La Constitución ordenaba que debía aprobarlo el Parlamento y cualquier controversia habría provocado una crisis.
Fue Jaime Alfonsín quien desde el primer momento dio con la solución: «Vamos a no montar líos. Vamos a evitar cualquier debate profundo. La ley tendrá un solo artículo: “S. M. el Rey Juan Carlos de Borbón abdica de la Corona de España”». Incluso con tal parquedad, algunos partidos en el Congreso sacaron a relucir su apuesta por la república, pero nada comparado con lo que habría podido ocurrir si se hubiera añadido una coma más que diese pie a derrapajes sobre la sucesión.
Cuando, satisfechos, los allí presentes perfilaban los últimos detalles del plan de renuncia, de nuevo Alfonsín, concienzudo, les dijo: «Ahora quiero enseñaros un papel para que lo discutamos». Y les mostró la agenda de los cien primeros días de Felipe VI, el Rey en ciernes, con todas sus reuniones y comparecencias estudiadas al milímetro.
Así es el hombre de confianza de Felipe de Borbón, con quien mantiene una relación profesional casi simbiótica desde hace 25 años y también de amistad. Discreto casi hasta lo enfermizo, leal, tan inteligente «como un jugador de ajedrez capaz de anticiparse cinco jugadas al resto», también tan prudente que a veces le falta cierto arrojo, según la opinión de algunos de sus amigos. Es él quien profesionalizó en su cargo al entonces Príncipe. Visto con «enorme animadversión» por don Juan Carlos —que, sin embargo, siempre supo que era un hombre necesario—, es él quien le lleva la agenda al Rey, quien le ha estado aconsejando en las difíciles decisiones que ha tenido que tomar y quien escribe los discursos que el monarca después revisa.
También su último discurso, el que Felipe VI pronunció en Nochebuena —que los intereses políticos llenaron de expectativas—, seguido por la cifra histórica de 10,7 millones de españoles que querían saber si el Rey iba a penalizar aún más a su padre tras su abultada regularización fiscal. Un discurso que, en contra de lo publicado, y según aseguran a Crónicafuentes de la Casa Real, nunca fue negociado con el Gobierno.
El origen de Jaime Alfonsín Alfonso, de 64 años, es el de una familia gallega con destacados profesionales en su haber. Su padre, Jaime, fue director de la Casa de la Moneda y su firma consta en la carta con la que destacadas personalidades solicitaron a Franco la creación de la cátedra de Galaico Portugués en la Complutense. Su madre, Mari Paz, farmacéutica, decidió tener a su prole en Lugo, pese a que sus tres hijos acabaron pasando la mayor parte de su vida en Madrid.
Él empezó estudiando en los Jesuitas, donde su pupitre estaba junto al de Javier Ayuso, con quien se reencontraría décadas más tarde trabajando en la Zarzuela, pero después acabó su formación en El Pilar, fábrica de ministros y personajes relevantes para la democracia. Sus amigos de infancia le recuerdan jugando de portero al fútbol, y algún recorte de prensa recoge su triunfo a los 17 años en el campeonato del Casino de Pontevedra y su asistencia al baile de debutantes de La Peregrina.
EL PUENTE HACIA LA ZARZUELA
Alfonsín se licenció en Derecho en la Universidad Autónoma con premio extraordinario. Dos años después ya había ingresado en el exigente cuerpo de Abogados del Estado. Pudo seguir por ese camino seguro, pero el hoy conocido economista Manuel Pizarro, ex diputado del PP, le tentó y le recomendó. De modo que a los 26 años, en 1982, era el director general más joven de la historia en el Ministerio de Administración Territorial. «Un chico que con esa carrera dijera: “Me voy a meter en política y voy a echar una mano”, cuando era el final de la UCD y se veía que iba a ganar el PSOE, lo hace porque es generoso y un patriota», señala un amigo muy cercano a aquella apuesta.
No fue la única vez que Alfonsín quebró la inercia de su trayectoria. De hecho, su decisión más importante llegó cuando, tras ocupar la jefatura de la asesoría jurídica de Barclays, ser profesor universitario y trabajar durante tres años en el despacho de Uría Menéndez —el mismo donde después se cerrarían las capitulaciones matrimoniales de Felipe y Letizia—, le ofrecieron ser el jefe de la Secretaría de su Alteza el Príncipe de Asturias, de nueva creación.
La idea se le ocurrió a Aurelio Menéndez, que había sido profesor de Derecho del Príncipe, ministro, miembro del Constitucional y premio Príncipe de Asturias. Él fue quien recomendó a Alfonsín y la operación la cerró el entonces jefe de la Casa, Fernando Almansa. Los amigos de Alfonsín dicen que nunca les ha contado cómo fue su primer encuentro con don Felipe, pero sí saben que desde que él aceptó hasta que se incorporó pasaron meses y que durante ese tiempo ni siquiera su mujer, la abogada Natalia Uranga, se enteró de lo que ocurría. (Tal es su discreción que algunos de sus colegas abogados del Estado se refieren a él cordialmente como el Mudito).
«Estaba destinado al éxito como abogado, tenía un sueldo de cinco ceros y podía haberse hecho millonario. Lo dejó todo para ganar 60.000 euros [ahora, 140.000 brutos] y servir a un chaval que no se sabía si iba a ser como el Príncipe Carlos, que se ha plantado en la madurez sin acceder a la jefatura del Estado. Eso sólo se hace si se tiene un alto concepto del servicio público», señala un asesor de la Corona.
Felipe acababa de regresar de su estancia en Georgetown y había que inventar su papel institucional. Era 1995. El libro La corte del Rey Felipe VI (La Esfera de los Libros, 2015) explica la diferencia que Alfonsín estableció respecto a lo que hasta entonces ocurría en Palacio. «Decidió incluir al heredero en las reuniones con sus asistentes y ahora Felipe forma parte del equipo que toma las decisiones». El Príncipe tomó contacto con todos los estratos políticos y sociales y empezó a representar a su padre en el extranjero. Y Alfonsín siempre le defendió, a capa y espada.
Ocurrió cuando el noviazgo del Príncipe con la modelo Eva Sannum. Juan Carlos exigió a su hijo que la dejara y su orden, para cuya transmisión utilizó a Almansa, le acabó costando el puesto al jefe de la Casa por exigencia del propio Felipe, que se pasó meses sin hablar con su padre. A Jaime Alfonsín ni se le habría ocurrido meterse en la vida privada del Príncipe, «pero si lo hubiera hecho, habría sido para defenderle». A él y, más adelante, a la Princesa Letizia.
El jefe de la Casa Real tiene aficiones sobrias. Le gusta regresar a Galicia a veranear, sigue jugando al tenis —también con el Rey— y se relaja dándole al golf. Y, aunque su discreción le haga parecer hosco, es extremadamente educado y muy sociable. Le gusta quedar con sus amigos para cenar siempre que puede, tiene retranca, no cuenta chistes pero los ríe y si algo llama la atención de sus amigos es que «está orgulloso de tener una relación con el Rey que trasciende lo profesional». Pero, paradójicamente, con esa militancia ha conseguido que el Emérito, «que también se llevaba mal con Letizia», «le deteste», según varios amigos de este último.
«Por competitividad entre reinados, por los celos del padre hacia el hijo que siempre acaba pagando el asesor», según uno. Según otro, «porque Jaime entendía que Juan Carlos no era ejemplar, estaba acabado e iba a cargarse la institución [una vez lo definió como «ingobernable», indica otra fuente], y el Emérito estaba convencido de que en eso influía en su hijo; en eso y en las reformas que este le proponía».
Sin embargo, «ni don Felipe ni Alfonsín mencionaron jamás la palabra abdicación». «Incluso cuando todos (y eso incluía a Spottorno) llevaban meses pensando que no había otra solución, nos sorprendía que ninguno de los dos mencionase la posibilidad. Era como un tabú, no querían quemarse con la idea de que el hijo traicionase al padre», precisa un asesor.
“VAMOS A DARLE UNA VUELTA”
Ha llovido mucho desde entonces y el Rey —y el jefe de la Casa— ha tenido que tomar decisiones respecto a don Juan Carlos y a la institución que, además de ser dolorosas para ellos —hay mensajes de Alfonsín a sus allegados en los que se duele de lo «duros y tristes» que fueron los días en los que se decidió que el Emérito tenía que salir de España—, han sido cuestionadas. Grosso modo, por algunos monárquicos, por haber sido duras o desacertadas; y por los republicanos, por insuficientes. Uno de los antiguos colaboradores de don Juan Carlos ve esa rémora en la falta de arrojo de la Casa. «En eso Felipe y Alfonsín se retroalimentan», dice. «El Emérito pisaba sin parar la línea roja que constitucionalmente delimita su cargo. Felipe se queda a un metro. Una de las frases más usadas por Alfonsín cuando se le propone algo que se sale del carril es: “Vamos a darle una vuelta”. No es espontáneo. Pero también es verdad que a Juan Carlos se le permitía todo y Felipe está más sometido al escrutinio público», señala un ex asesor.
Hubo en momento en el que, desde luego, el Rey no se quedó corto. Fue en el discurso que pronunció tras el 1-O. Fuentes del Ejecutivo de Rajoy señalan que se vieron sorprendidos «no tanto porque cargase contra el independentismo, sino porque su crítica se hizo extensiva a otros partidos y el Gobierno no se lo esperaba». Se ha comentado que fue el Rey quien decidió ir un poco más lejos frente al comedimiento de Alfonsín, pero quienes conocen bien al segundo aseguran que ahí «irá siempre dos pasos por delante porque tiene la fijación de que el independentismo se puede cargar España. Lo considera el primer problema del Estado».
Esta Nochebuena, los españoles estuvieron pendientes del televisor para comprobar cómo el Rey salía del atolladero después de que se publicase que se había producido una negociación sobre el contenido del discurso y que el presidente e Iván Redondo a través de Carmen Calvo le habían exigido, a través de Alfonsín, «un lenguaje directo alejado de la habitual contención». Esa noche Felipe VI proclamó sencillamente que «los principios éticos nos obligan a todos sin excepción y están por encima de cualquier consideración de la naturaleza que sea, incluso de las personales o familiares». Lo dejó ahí con la convicción de que su postura había quedado clara al adoptar contra su padre, que no está imputado por ningún juez, varias medidas contundentes.
Los discursos de Navidad se preparan en la Zarzuela con antelación. Como siempre, a principios de diciembre, Alfonsín (armado con su iPad), Domingo Martínez Palomo y Jordi Gutiérrez, jefe de Relaciones con los Medios, delimitaron los temas. «Cuando se tuvo el borrador ultimado, con tiempo razonable, se le remitió al Ejecutivo», según Casa Real.
«Está todo muy trabajado y en esta ocasión se han empleado los mismos procedimientos tradicionales. Nunca el Gobierno negocia con la Casa ni la Casa negocia con el Gobierno. Se elabora el texto en la Casa y se le hace llegar al Gobierno para que haga las consideraciones oportunas. No tengo percepción de que haya habido un tira y afloja. Ni tengo constatación de que el Gobierno plantease un tipo de fórmula previa. Hasta donde yo sé, no ha habido una cuestión sustancial en este sentido. No creo que hubiese grandes modificaciones ni cuestiones de principios. Hay una relación extraordinariamente fluida y respetuosa con el Gobierno, que tras el discurso se pronunció de la forma más correcta y pertinente», dice un portavoz oficial a Crónica.
Tras la salida de España de Juan Carlos y las críticas que esta decisión generó en algunos sectores, el nombre de Jaime Pérez Renovales, el número 3 del Banco Santander, que acababa de escribir un artículo en defensa de la monarquía y que fue el interlocutor del Gobierno de Rajoy cuando la Ley de Abdicación, surgió como posible sustituto de un Alfonsín a quien sus detractores dibujaban quemado y cansado. Una fuente con información privilegiada atribuyó los rumores a «los importantes relevos que se han producido en la Casa del Rey por motivos naturales». Otra, de igual rango, resume la situación de otro modo: «Ni Jaime se quiere ir ni el Rey quiere que se vaya». Por sus manos pasará la futura Ley de la Corona, propuesta por el Gobierno y necesaria, pero que puede convertirse en un verdadero problema.
Al hilo del peso que Alfonsín pueda tener sobre el Rey, un portavoz de la Zarzuela reflexionaba para Crónica sobre el infundado poder omnímodo que se le atribuye a la Casa, sobre que la toma de decisiones es en realidad responsabilidad del monarca, y sobre una certeza compartida por todos los entrevistados: la seguridad de que lo que guía cada paso de Alfonsín es preservar y beneficiar a la institución.
Ángeles Escrivá
03/01/2021
“Los principios éticos están por encima de cualquier consideración, incluso de las personales o familiares”
UN TÁNDEM PERFECTO
La medida frase sobre los escándalos de su padre marcó el discurso navideño de Felipe VI y volvió a desvelar la huella de su escribiente y protector desde que era Príncipe. Es Jaime Alfonsín, el leal jefe de la Casa del Rey, quien toma las notas para sus discursos en iPad. Gallego y campeón de tenis en su juventud, su discreción es casi obsesiva y por eso entre sus colegas Abogados del Estado le llaman ‘el Mudito’. Fue clave en la intervención del Monarca tras el 1-O y su cercanía a Felipe incomoda a Juan Carlos, de quien dijo que es “ingobernable”. ¿Negoció la famosa frase con Carmen Calvo? La Zarzuela lo niegaEra imposible que aquellos cinco hombres no supieran que estaban haciendo Historia. Sentados en torno a una mesa en el Palacio de la Zarzuela diseñando los pasos que el Rey, con la imagen baqueteada por los escándalos pero aún carismático, debía seguir para abandonar su cargo. Conjurados en el secreto más absoluto.
Ese día, en primavera de 2014, Rafael Spottorno, jefe de la Casa; Alfonso Sanz Pórtoles, su secretario; Domingo Martínez Palomo, jefe del Gabinete; Javier Ayuso, director de Relaciones con los Medios —todos de la confianza de don Juan Carlos—, y Jaime Alfonsín, el jefe de la Secretaría del Príncipe de Asturias, debían resolver uno de los asuntos más peliagudos: el proyecto de ley para la abdicación. Eso podía convertirse en un problema. La Constitución ordenaba que debía aprobarlo el Parlamento y cualquier controversia habría provocado una crisis.
Fue Jaime Alfonsín quien desde el primer momento dio con la solución: «Vamos a no montar líos. Vamos a evitar cualquier debate profundo. La ley tendrá un solo artículo: “S. M. el Rey Juan Carlos de Borbón abdica de la Corona de España”». Incluso con tal parquedad, algunos partidos en el Congreso sacaron a relucir su apuesta por la república, pero nada comparado con lo que habría podido ocurrir si se hubiera añadido una coma más que diese pie a derrapajes sobre la sucesión.
Cuando, satisfechos, los allí presentes perfilaban los últimos detalles del plan de renuncia, de nuevo Alfonsín, concienzudo, les dijo: «Ahora quiero enseñaros un papel para que lo discutamos». Y les mostró la agenda de los cien primeros días de Felipe VI, el Rey en ciernes, con todas sus reuniones y comparecencias estudiadas al milímetro.
Así es el hombre de confianza de Felipe de Borbón, con quien mantiene una relación profesional casi simbiótica desde hace 25 años y también de amistad. Discreto casi hasta lo enfermizo, leal, tan inteligente «como un jugador de ajedrez capaz de anticiparse cinco jugadas al resto», también tan prudente que a veces le falta cierto arrojo, según la opinión de algunos de sus amigos. Es él quien profesionalizó en su cargo al entonces Príncipe. Visto con «enorme animadversión» por don Juan Carlos —que, sin embargo, siempre supo que era un hombre necesario—, es él quien le lleva la agenda al Rey, quien le ha estado aconsejando en las difíciles decisiones que ha tenido que tomar y quien escribe los discursos que el monarca después revisa.
También su último discurso, el que Felipe VI pronunció en Nochebuena —que los intereses políticos llenaron de expectativas—, seguido por la cifra histórica de 10,7 millones de españoles que querían saber si el Rey iba a penalizar aún más a su padre tras su abultada regularización fiscal. Un discurso que, en contra de lo publicado, y según aseguran a Crónicafuentes de la Casa Real, nunca fue negociado con el Gobierno.
El origen de Jaime Alfonsín Alfonso, de 64 años, es el de una familia gallega con destacados profesionales en su haber. Su padre, Jaime, fue director de la Casa de la Moneda y su firma consta en la carta con la que destacadas personalidades solicitaron a Franco la creación de la cátedra de Galaico Portugués en la Complutense. Su madre, Mari Paz, farmacéutica, decidió tener a su prole en Lugo, pese a que sus tres hijos acabaron pasando la mayor parte de su vida en Madrid.
Él empezó estudiando en los Jesuitas, donde su pupitre estaba junto al de Javier Ayuso, con quien se reencontraría décadas más tarde trabajando en la Zarzuela, pero después acabó su formación en El Pilar, fábrica de ministros y personajes relevantes para la democracia. Sus amigos de infancia le recuerdan jugando de portero al fútbol, y algún recorte de prensa recoge su triunfo a los 17 años en el campeonato del Casino de Pontevedra y su asistencia al baile de debutantes de La Peregrina.
EL PUENTE HACIA LA ZARZUELA
Alfonsín se licenció en Derecho en la Universidad Autónoma con premio extraordinario. Dos años después ya había ingresado en el exigente cuerpo de Abogados del Estado. Pudo seguir por ese camino seguro, pero el hoy conocido economista Manuel Pizarro, ex diputado del PP, le tentó y le recomendó. De modo que a los 26 años, en 1982, era el director general más joven de la historia en el Ministerio de Administración Territorial. «Un chico que con esa carrera dijera: “Me voy a meter en política y voy a echar una mano”, cuando era el final de la UCD y se veía que iba a ganar el PSOE, lo hace porque es generoso y un patriota», señala un amigo muy cercano a aquella apuesta.
No fue la única vez que Alfonsín quebró la inercia de su trayectoria. De hecho, su decisión más importante llegó cuando, tras ocupar la jefatura de la asesoría jurídica de Barclays, ser profesor universitario y trabajar durante tres años en el despacho de Uría Menéndez —el mismo donde después se cerrarían las capitulaciones matrimoniales de Felipe y Letizia—, le ofrecieron ser el jefe de la Secretaría de su Alteza el Príncipe de Asturias, de nueva creación.
La idea se le ocurrió a Aurelio Menéndez, que había sido profesor de Derecho del Príncipe, ministro, miembro del Constitucional y premio Príncipe de Asturias. Él fue quien recomendó a Alfonsín y la operación la cerró el entonces jefe de la Casa, Fernando Almansa. Los amigos de Alfonsín dicen que nunca les ha contado cómo fue su primer encuentro con don Felipe, pero sí saben que desde que él aceptó hasta que se incorporó pasaron meses y que durante ese tiempo ni siquiera su mujer, la abogada Natalia Uranga, se enteró de lo que ocurría. (Tal es su discreción que algunos de sus colegas abogados del Estado se refieren a él cordialmente como el Mudito).
«Estaba destinado al éxito como abogado, tenía un sueldo de cinco ceros y podía haberse hecho millonario. Lo dejó todo para ganar 60.000 euros [ahora, 140.000 brutos] y servir a un chaval que no se sabía si iba a ser como el Príncipe Carlos, que se ha plantado en la madurez sin acceder a la jefatura del Estado. Eso sólo se hace si se tiene un alto concepto del servicio público», señala un asesor de la Corona.
Felipe acababa de regresar de su estancia en Georgetown y había que inventar su papel institucional. Era 1995. El libro La corte del Rey Felipe VI (La Esfera de los Libros, 2015) explica la diferencia que Alfonsín estableció respecto a lo que hasta entonces ocurría en Palacio. «Decidió incluir al heredero en las reuniones con sus asistentes y ahora Felipe forma parte del equipo que toma las decisiones». El Príncipe tomó contacto con todos los estratos políticos y sociales y empezó a representar a su padre en el extranjero. Y Alfonsín siempre le defendió, a capa y espada.
Ocurrió cuando el noviazgo del Príncipe con la modelo Eva Sannum. Juan Carlos exigió a su hijo que la dejara y su orden, para cuya transmisión utilizó a Almansa, le acabó costando el puesto al jefe de la Casa por exigencia del propio Felipe, que se pasó meses sin hablar con su padre. A Jaime Alfonsín ni se le habría ocurrido meterse en la vida privada del Príncipe, «pero si lo hubiera hecho, habría sido para defenderle». A él y, más adelante, a la Princesa Letizia.
El jefe de la Casa Real tiene aficiones sobrias. Le gusta regresar a Galicia a veranear, sigue jugando al tenis —también con el Rey— y se relaja dándole al golf. Y, aunque su discreción le haga parecer hosco, es extremadamente educado y muy sociable. Le gusta quedar con sus amigos para cenar siempre que puede, tiene retranca, no cuenta chistes pero los ríe y si algo llama la atención de sus amigos es que «está orgulloso de tener una relación con el Rey que trasciende lo profesional». Pero, paradójicamente, con esa militancia ha conseguido que el Emérito, «que también se llevaba mal con Letizia», «le deteste», según varios amigos de este último.
«Por competitividad entre reinados, por los celos del padre hacia el hijo que siempre acaba pagando el asesor», según uno. Según otro, «porque Jaime entendía que Juan Carlos no era ejemplar, estaba acabado e iba a cargarse la institución [una vez lo definió como «ingobernable», indica otra fuente], y el Emérito estaba convencido de que en eso influía en su hijo; en eso y en las reformas que este le proponía».
Sin embargo, «ni don Felipe ni Alfonsín mencionaron jamás la palabra abdicación». «Incluso cuando todos (y eso incluía a Spottorno) llevaban meses pensando que no había otra solución, nos sorprendía que ninguno de los dos mencionase la posibilidad. Era como un tabú, no querían quemarse con la idea de que el hijo traicionase al padre», precisa un asesor.
“VAMOS A DARLE UNA VUELTA”
Ha llovido mucho desde entonces y el Rey —y el jefe de la Casa— ha tenido que tomar decisiones respecto a don Juan Carlos y a la institución que, además de ser dolorosas para ellos —hay mensajes de Alfonsín a sus allegados en los que se duele de lo «duros y tristes» que fueron los días en los que se decidió que el Emérito tenía que salir de España—, han sido cuestionadas. Grosso modo, por algunos monárquicos, por haber sido duras o desacertadas; y por los republicanos, por insuficientes. Uno de los antiguos colaboradores de don Juan Carlos ve esa rémora en la falta de arrojo de la Casa. «En eso Felipe y Alfonsín se retroalimentan», dice. «El Emérito pisaba sin parar la línea roja que constitucionalmente delimita su cargo. Felipe se queda a un metro. Una de las frases más usadas por Alfonsín cuando se le propone algo que se sale del carril es: “Vamos a darle una vuelta”. No es espontáneo. Pero también es verdad que a Juan Carlos se le permitía todo y Felipe está más sometido al escrutinio público», señala un ex asesor.
Hubo en momento en el que, desde luego, el Rey no se quedó corto. Fue en el discurso que pronunció tras el 1-O. Fuentes del Ejecutivo de Rajoy señalan que se vieron sorprendidos «no tanto porque cargase contra el independentismo, sino porque su crítica se hizo extensiva a otros partidos y el Gobierno no se lo esperaba». Se ha comentado que fue el Rey quien decidió ir un poco más lejos frente al comedimiento de Alfonsín, pero quienes conocen bien al segundo aseguran que ahí «irá siempre dos pasos por delante porque tiene la fijación de que el independentismo se puede cargar España. Lo considera el primer problema del Estado».
Esta Nochebuena, los españoles estuvieron pendientes del televisor para comprobar cómo el Rey salía del atolladero después de que se publicase que se había producido una negociación sobre el contenido del discurso y que el presidente e Iván Redondo a través de Carmen Calvo le habían exigido, a través de Alfonsín, «un lenguaje directo alejado de la habitual contención». Esa noche Felipe VI proclamó sencillamente que «los principios éticos nos obligan a todos sin excepción y están por encima de cualquier consideración de la naturaleza que sea, incluso de las personales o familiares». Lo dejó ahí con la convicción de que su postura había quedado clara al adoptar contra su padre, que no está imputado por ningún juez, varias medidas contundentes.
Los discursos de Navidad se preparan en la Zarzuela con antelación. Como siempre, a principios de diciembre, Alfonsín (armado con su iPad), Domingo Martínez Palomo y Jordi Gutiérrez, jefe de Relaciones con los Medios, delimitaron los temas. «Cuando se tuvo el borrador ultimado, con tiempo razonable, se le remitió al Ejecutivo», según Casa Real.
«Está todo muy trabajado y en esta ocasión se han empleado los mismos procedimientos tradicionales. Nunca el Gobierno negocia con la Casa ni la Casa negocia con el Gobierno. Se elabora el texto en la Casa y se le hace llegar al Gobierno para que haga las consideraciones oportunas. No tengo percepción de que haya habido un tira y afloja. Ni tengo constatación de que el Gobierno plantease un tipo de fórmula previa. Hasta donde yo sé, no ha habido una cuestión sustancial en este sentido. No creo que hubiese grandes modificaciones ni cuestiones de principios. Hay una relación extraordinariamente fluida y respetuosa con el Gobierno, que tras el discurso se pronunció de la forma más correcta y pertinente», dice un portavoz oficial a Crónica.
Tras la salida de España de Juan Carlos y las críticas que esta decisión generó en algunos sectores, el nombre de Jaime Pérez Renovales, el número 3 del Banco Santander, que acababa de escribir un artículo en defensa de la monarquía y que fue el interlocutor del Gobierno de Rajoy cuando la Ley de Abdicación, surgió como posible sustituto de un Alfonsín a quien sus detractores dibujaban quemado y cansado. Una fuente con información privilegiada atribuyó los rumores a «los importantes relevos que se han producido en la Casa del Rey por motivos naturales». Otra, de igual rango, resume la situación de otro modo: «Ni Jaime se quiere ir ni el Rey quiere que se vaya». Por sus manos pasará la futura Ley de la Corona, propuesta por el Gobierno y necesaria, pero que puede convertirse en un verdadero problema.
Al hilo del peso que Alfonsín pueda tener sobre el Rey, un portavoz de la Zarzuela reflexionaba para Crónica sobre el infundado poder omnímodo que se le atribuye a la Casa, sobre que la toma de decisiones es en realidad responsabilidad del monarca, y sobre una certeza compartida por todos los entrevistados: la seguridad de que lo que guía cada paso de Alfonsín es preservar y beneficiar a la institución.