Historia. La Guerra Alemana.

TAL DÍA COMO HOY... 19/04/1943
El gueto de Varsovia en armas, símbolo de la lucha por la dignidad humana
Viernes, 19 abril 2019 - 01:47
El levantamiento de la resistencia judía, que se negó a terminar su vida en la maquinaria de muerte de Hitler, cumple 76 años en pleno auge del antisemitismo "incurable" de Europa

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Soldados alemanes encañonan a un grupo de judíos tras el levantamiento.HULTON ARCHIVE
"En enero, habrán pasado seis meses desde que comenzaran las deportaciones desde Varsovia. Todos recordamos cómo 300.000 de nuestros hermanos y hermanas fueron llevados a morir al campo de Treblinka. Hemos recibido información de la destrucción de los judíos en los territorios ocupados. Los nazis sólo nos han dejado vivir para usarnos como mano de obra hasta nuestra última gota de sangre y sudor. Somos esclavos y cuando los esclavos dejan de ser rentables se les mata. (...) ¡Que la gente se levante y luche por su vida! ¡Que toda madre sea una leona defendiendo a sus pequeños! ¡Que ningún padre tenga que ver en silencio derramar la sangre de sus hijos!".

Hacía tiempo que Mordechai Anielewicz y los casi 60.000 judíos que subsistían en el gueto de la capital polaca en 1943sabían que el destino de aquellos a los que los nazis obligaban a subir a los vagones de tren no eran los campos de trabajo, sino el exterminio en masa. La Organización de Combate Judía que comandaba Anielewicz llamaba en enero a las armas a sus compatriotas hacinados tras los muros que cercaban el gueto desde 1940, ante la inminencia de nuevas deportaciones a Treblinka. Sería un acto de resistencia desesperada, casi suicida, para defender lo único que aún no les había sido arrebatado. Y con un único objetivo: el de vender su vida a los nazis al precio más alto posible.

Las organizaciones de resistencia judías repelieron en enero sorpresivamente a las tropas alemanas en su nuevo intento por 'vaciar' el perímetro y retomaron el control del gueto. Menos de un millar de partisanos con experiencia en combate -armados con pistolas, revólveres, una docena de fusiles viejos, cócteles molotov, una sola ametralladora y granadas suministradas de contrabando por la Armia Krajowa, el Ejército Nacional Polaco- obligaron a los alemanes a retirarse y solicitar refuerzos. Más de 2.000 soldados, 36 oficiales, tanques, lanzallamas, armas químicas y artillería para preparar el asedio a 3,4 kilómetros cuadrados.

RESISTENCIA ESPIRITUAL
La noche del 19 de abril las tropas nazis avanzaron. La resistencia del gueto logró destruir dos tanques y agoniza durante cuatro días. Anielewicz escribía el día 23 en su última carta antes de morir: "Es imposible describir las condiciones bajo las que están viviendo los judíos del gueto. Sólo unos pocos podrán resistir. En todos los lugares en los que están escondidos no hay apenas aire para encender una vela. Sin embargo, el sueño de mi vida se ha hecho realidad. La autodefensa del gueto, la resistencia armada judía y la venganza son un hecho. He sido testigo de la magnífica y heroica lucha de los judíos en combate".

Durante un mes, la destrucción y la muerte se sucedieron a diario con la quema de edificios, los asesinatos y las deportaciones. La resistencia pasó a emplear tácticas de guerrilla escondidos en los sótanos o las alcantarillas, conviviendo con cadáveres y alimentándose de ratas. El 16 de mayo el general Jürgen Stroop dio por concluido el alzamiento con la destrucción de la Gran Sinagoga de la calle Tlomacka. El total de bajas es incierto, pero se calcula que los alemanes perdieron centenares de soldados mientras 'desmantelaban' el gueto.

La resistencia judía fue armada y espiritual. Durante los tres años de hacinamiento la comunidad creó instituciones culturales, continuó con sus prácticas religiosas y siguió editando su propio periódico. Sin embargo, el intento en un principio del Judenrat (Consejo Judío) de mantener cierta rutina, -puso en marcha una orquesta sinfónica y organizó un teatro que representó obras clásicas- chocaba sobremanera con la realidad diaria -cadáveres de niños y ancianos muertos de hambre y frío en las calles-. Las raciones de comida de apenas 200 calorías por día, la pobreza, las condiciones insalubres y las epidemias de fiebre tifoidea, mataron al 10% de la población del gueto antes de que comenzaran las deportaciones en masa.

De las cerca de 450.000 personas que llegó a contener, sólo quedaron unos pocos supervivientes. Muchos de ellos participaron un año y medio después en el levantamiento de toda la capital polaca, inspirado por el del gueto y con similar resultado: la ciudad quedó totalmente arrasada desde el aire.

ANTISEMITISMO, UNA "ENFERMEDAD INCURABLE"
Antes de la guerra, tres millones y medio de judíos representaban el 10% de la población polaca, y en Varsovia la tercera parte era judía. Hoy, en el país residen 30.000 o 40.000 y en la capital entre 5.000 y 7.000. "Nunca recuperaremos la comunidad judía que había en Polonia antes de la ocupación", se resigna Leslaw Piszewski, presidente de la Comunidad Judía en Varsovia, en una conversación con este diario. "Hace 25 años, en la sinagoga sólo había 10 viejitos que no hablaban más que 'yiddish', la gente seguía teniendo miedo al mencionar sus raíces. Todo ha cambiado, ahora somos una sociedad abierta que cuenta con toda la infraestructura para que funcione una comunidad, y con muchos jóvenes", explica.

Sin embargo, reconoce que en su país "a veces se nos hace recordar que somos diferentes" y denuncia que Polonia no tiene una política hacia las minorías étnicas y que es un asunto de poca relevancia para el Gobierno. "En mi opinión, el antisemitismo persiste en la sociedad polaca. Quizá muchos no se reconozcan abiertamente como antisemitas, pero no reaccionan de forma adecuada contra los delitos de odio y tampoco lo hace el Gobierno".

Este aumento de comportamientos antisemitas en Europa también ha sido advertido por la Comisión Europea. "El siglo XX conoció muchas enfermedades. La única que sigue incurable es el antisemitismo", declaró en diciembre de 2018 el vicepresidente Frans Timmermans, a raíz de un estudio que aseguraba, según nueve de cada 10 judíos, que en los últimos cinco años esta tendencia ha progresado.

Piszewski advierte de la necesidad de mantener y fomentar las visitas a los testigos del horror imperecederos como Auschwitz o Treblinka. "Como mucho en una generación, quienes sobrevivieron a esa máquina de matar nunca antes vista en el mundo no van a existir, no vamos a tener testigos. Es nuestro deber como sociedad global preservar en la memoria colectiva hasta dónde llegamos por culpa del odio humano, del totalitarismo, de los sistemas que se tomaron el permiso de decidir quién puede vivir y quién no. Si no lo hacemos, será un crimen más que cometeremos en la memoria humana".
https://www.elmundo.es/internacional/2019/04/19/5cb75167fc6c836c388b45c6.html
 
El minucioso plan de Hitler para invadir Gibraltar: «Es absolutamente necesario atacarlo. Lo tengo decidido»
El líder nazi llegó a presentar una minuciosa operación para conquistar el Peñón. Los nazis, incluso, comenzó un riguroso entrenamiento en una zona de Francia cargada de montañas idénticas a la colonia, para hacerse una idea de dónde iban a combatir


Gibraltar lleva siendo noticia y punto fricción entre España y el Reino Unido desde que, al finalizar la Guerra de Sucesión española, en 1713, se firmara el polémico Tratado de Utrecht por el que el Rey Felipe V cedía el peñón a los ingleses «para siempre». Lo fue durante los siglos XVIII, XIX y a lo largo del XX, donde el tema estuvo en la agenda de todos los gobiernos ingleses y españoles. En la Restauración, la dictadura de Primo de Rivera, la Segunda República y también con Franco.

«He decidido atacar Gibraltar. Tengo la operación minuciosamente preparada. No falta más que empezar y hay que empezar». Estas fueron las apremiantes palabras de Hitler al entonces ministro de Asuntos Exteriores español, Ramón Serrano Suñer, en un encuentro urgente que el «Führer» organizó apenas tres semanas después de la entrevista en Hendaya. Hitler tenía prisa. La Alemania nazi dominaba ya toda la Europa centro-oriental y avanzaba inexorablemente por el continente, convencida de que el Peñón, además de la puerta del Estrecho, se había convertido en la llave que le daría la victoria en la Segunda Guerra Mundial.

[ Los puntos vulnerados del Tratado de Utrecht por los que Gibraltar ya tendría que haber vuelto a España]



La última vez que el tema de la colonía estuvo en la agenda pública fue en noviembre y lo desveló en exclusiva ABC, después de que el presidente de Gobierno, Pedro Sánchez, asegurara que había llegado a un acuerdo con la primera ministra británica, Theresa May, por el que esta se comprometía a abordar la soberanía de Gibraltar. Sánchez, incluso, prometió que una vez se produzca la retirada del Reino Unido de la Unión Europea con el Brexit, «la relación política, jurídica e incluso geográfica de Gibraltar pasarán por España». Este periódico, sin embargo, tuvo acceso a una carta del Gobierno de May en la que desmentía tales afirmaciones.

«Hablar de cosas importantes»
El presidente del Gobierno lo intentó, de la misma forma que en ese encuentro de Serrano Suñer organizado con cierta precipitación. Cuatro días antes, el 14 de diciembre de 1940, el embajador alemán en Madrid, Eberhard Von Stohrer, se presentó por sorpresa en el despacho de este para comunicarle que Hitler deseaba reunirse con él inmediatamente «para hablar de cosas importantes». Tras consultar con Franco y varios ministros militares sobre la convenienciade acudir a aquella llamada, el ministro partía sin más dilación hacia Berchtesgaden, el refugio del «Führer» en los Alpes suizos.

Poco después de llegar la tarde del martes 18 de diciembre, Hitler le dijo que le había convocado para que, «según lo convenido en Hendaya», fijaran la fecha de su entrada en la guerra invadiendo Gibraltar, que luego pasaría a manos de España: «Es absolutamente necesario atacarlo. Lo tengo decidido. Se trata ahora de fijar el día», manifestó el «führer», según el relato hecho en 1976 por Serrano Suñer en su obra «Escrito en España», donde aseguraba que tuvo que aclarar que «lo convenido en Hendaya no había sido que entrarían en la guerra cuando ellos decidieran, sino cuando nosotros estuviéramos en condiciones de hacerlo». «En cualquier caso –insistió Hitler, siempre según el relato de Suñer–, la operación mixta sobre Gibraltar es necesaria. Es la hora de que España tome su parte».


La colonia por la que hoy el gobierno británico y el español andan a la gresca era para Franco, tras la Guerra Civil, la tierra aún irredenta por la que pasaba la unidad nacional. Pero la realidad es que España no estaba en condiciones de participar, ni psicológica ni materialmente, en ningún conflicto. No debemos olvidar, además, que la dictadura dependía del permiso del Gobierno británico para que pudieran llegar a sus puertos los cargamentos de trigo procedentes de países como Canadá o Argentina. Y para Franco y su Gobierno, igualmente, tomar Gibraltar no significaba necesariamente que el Mediterráneo quedara cerrado, pues aún seguiría abierto por el Canal de Suez.

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británicos posados junto a Gibraltar en el año que los nazis planearon invador el peñón
Hitler insistió en lo que ya había apuntado en Hendaya: que la oportunidad de recuperar el Peñón no se le volvería a presentar nunca más. Argumentó que era una cuestión de honor para el pueblo español reintegrar ese pedazo de tierra y que, siendo el Estrecho el mejor enclave que tienen los aliados para navegar por el Mediterráneo, era muy importante cerrarlo.

Alemania quería acelerar la guerra, lo que pasaba por controlar la colonia. Serrano Suñer, sin mebargo, se escudaba en el hecho de que él no podía tomar esas decisiones sin consultar al Caudillo y fue bastante ambiguo en sus respuestas. En «Entre Hendaya a Gibraltar» (1949), contaba este que Hitler había escuchado sus opiniones con «cierto malhumor y un gesto de decepción, cansancio y tristeza». Y después añadía: «De las siete u ocho veces que tuve que hablar con él, fue esta la ocasión en la que le encontré más parecido a un ser humano».

En ese momento, el mandatario nazi le pidió a su invitado que pasara a otra habitación próxima en la que había un enorme tablero central lleno de planos, con las paredes repletas de banderas indicando la posición de sus tropas. Fue allí donde el general Alfred Jodl –el hombre que primero se había dado cuenta de que Gibraltar era la llave para ganar la guerra, y uno de los asesores militares más importantes del «Führer»– explicó minuciosamente la famosa «Operación Félix», como la había bautizado.

El plan
Siguiendo sus órdenes, los más importantes organismos de planificación militar de las fuerzas armadas nazis dieron forma a un plan que debía cambiar el resultado de la guerra. Su diseño se levantó sobre múltiples estudios, observaciones y reconocimientos sobre el terreno realizados en secreto por un gran número de espías y expertos en artillería, estableciendo también una serie de operaciones de asalto, armas químicas, logística y transporte.

Los preparativos iban tan en serio que, a finales de 1940, la Primera División de Montaña del general Ludwig Kuebler comenzó un riguroso entrenamiento en la provincia de Besançon (Francia), en una zona cargada de montañas idénticas al Peñón. Allí los soldados podrían hacerse una idea de dónde iban a combatir.

Según lo trazado, la operación se llevaría a cabo bajo el mando del mariscal de campo Walter von Reichenau, que requería que dos cuerpos de su ejército ingresaran en España a mediados de enero de 1941 con el consentimiento de Franco. El mismo Kuebler se haría cargo de uno de ellos, para liderar la conquista, atacando con dos regimientos de Infantería y 26 batallones de artillería mediana y pesada, a los que sumaría tres batallones de observación, tres de ingenieros, dos de humo, un destacamento de 150 brandenburgueses y 150 tanques enanos a control remoto cargados de explosivos. A cargo del segundo cuerpo, el general Rudolph Schmidt cubriría los flancos del asalto a Gibraltar contra cualquier intervención británica. Contaría para ello con la 16 División Motorizada, concentrada en Valladolid; la 16 División Panzer, en Cáceres, y la División SS Totenkopf, en Sevilla.

Y por si no fuera suficiente, las fuerzas aéreas alemanas –la Luftwaffe– proporcionarían grupos de aviones JU-88, Stukas y Messerschmitts, además de seis batallones de antiaéreos. Mientras, la armada nazi realizaría el hostigamiento marítimo por medio del submarino U-boots, con el que interferiría la evacuación de los ingleses de Gibraltar y transportaría las baterías costeras para impedir el acercamiento de unidades navales británicas.

Desde el punto de vista militar, la «Operación Félix» debería haber sido un éxito para los alemanes y significar la recuperación de Gibraltar para España más de dos siglos después, pero Franco, movido por los reveses sufridos por Hitler, ni tan siquiera autorizó el tránsito del ejército nazi por suelo español. La posición del Caudillo no cambió con los meses y la operación fue postergada. Hasta que finalmente se canceló.

Original incluyendo video inicio reportaje:
https://www.abc.es/historia/abci-mi...arlo-tengo-decidido-201904242113_noticia.html
 
Skorzeny, las confesiones del héroe nazi protegido por Franco: «Vivo bien en España»
El 1 de noviembre de 1970 Otto Skorzeny, famoso por haber orquestado la liberación de Mussolini, concedió una entrevista a este diario en la que negó ser un refugiado político. «Estoy aquí porque me gusta»
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SeguirManuel P. Villatoro@ABC_Historia
Actualizado:30/04/2019 11:01h

Otto Skorzeny fue calificado como «El hombre más peligroso de Europa» por los aliados tras hacerse famoso por orquestar la operación secreta que liberó a Benito Mussolini de su cautiverio en 1943. Aunque su participación en esa misión sigue siendo cuestionable, la realidad es que este militar fue idolatrado por grandes figuras de las unidades especiales en la Segunda Guerra Mundial como David Stirling, uno de los artífices del SAS británico, o Peter Young, líder en su momento de la 1ª Brigada de Comandos Británicos. «Fue un jefe enérgico, inteligente e imaginativo», afirmó este último.

Tras la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, esa estela de genio de las unidades de comandos en la Alemania nazi no solo no le granjeó el respeto internacional, sino que le marcó como uno de los enemigos públicos de los aliados. Tras pasar por varias prisiones y campos de concentración, Skorzeny acabó sus días en nuestro país. «Después de estar dos años en Alemania, encontré en España, país caballeroso, la posibilidad de ejercer mi carrera de ingeniero», escribió el mismo militar en sus memorias. Aquí pasó más de dos décadas protegido por el régimen de Francisco Franco hasta que, el 5 de julio de 1975, falleció por un cáncer de pulmón.

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El retiro español de Skorzeny no pasó desapercibido para los ciudadanos de medio mundo. El corpulento personaje (medía, atendiendo a las fuentes, entre 1.90 y 195 metros y pesaba unos cien kilos) se vanaglorió de él en otras tantas declaraciones que concedió a varios medios nacionales como ABC. Este periódico, de hecho, publicó una concienzuda entrevista el 1 de noviembre de 1970 en la que el jerarca explicaba que no era un refugiado político y que, para él, este país era como una segunda patria. «Estoy en España simplemente porque me gusta, no por obligación», explicaba.

El 26 de abril de 1975 el diario ABC intentó contactar con Skorzeny. Un reportero trató de hacer llegar varias preguntas a su habitación (la 338) de la Ciudad Sanitaria Francisco Franco, donde luchaba contra la afección pulmonar que le costaría la vida. Pero no tuvo suerte alguna. «He enviado al coronel, el hombre de la cara marcada, de recuerdos de aquel lance a espada de juventud, una breve nota con unas preguntas. No han llegado hasta ahora sus respuestas […] La última noticia dice que mejora», desvelaba el artículo. El periodista no acertó ya que, apenas tres meses después, el que fue uno de los hombres de confianza de Adolf Hitler expiró su último aliento.

Sueño dorado
El Skorzeny que llegó a Madrid en los años cincuenta era un soldado olvidado y en horas bajas. Tras la caída del Tercer Reich, fue hecho prisionero e inició un periplo entre diferentes centros de reclusión aliados. «Fui enviado de una prisión a otra», afirmó en sus memorias. Así, hasta que dio con sus huesos en un campo de concentración reutilizado por los aliados: Dachau. Allí, el jefe de comandos alemán decidió hacer «una huelga de hambre como protesta por mi detención en una celda solitaria y por el trato a los prisioneros alemanes en general». Al final, y después de que le ayudaran a fugarse, puso rumbo a España.

Aquí, de la mano del gobierno de Franco (que permitió que se asentaran en España multitud de nazis renegados tras la Segunda Guerra Mundial), Skorzeny se asentó en la calle Montera bajo una identidad falsa. Además, hizo válido aquello que había dicho en los juicios de Núremberg («Soy ingeniero y no militar de carrera») y decidió recuperar su antiguo trabajo. Y lo cierto es que su estancia le sentó bien. «El Skorzeny más mayor, aquel hombre de mediana edad que apuró su felicidad en la España de los años cincuenta y sesenta, seguía conservando un aspecto juvenil. Su rizado pelo entrecano y castaño no había retrocedido ni un milímetro en la línea adelantada de su frente», explica Blanco Corredoira en la introducción de «Objetivo Skorzeny».

«Skorzeny vivía en España bajo la protección de Franco desde 1948»
Sin embargo, tanto su corpachón como sus dos grandes cicatrices en la cara (resultado estas de duelos de esgrima en la juventud) le impidieron esconder su verdadera identidad durante mucho tiempo. Desde tierras hispanas, a su vez, viajó en repetidas ocasiones hasta Argentina y Egipto para hacer las veces de asesor y guardaespaldas de grandes personalidades de la época. En estos trayectos entabló una estrecha amistad con Juan Domingo Perón de quien, según afirmaJorge Camarasa en « Odessa al Sur, La Argentina como refugio de nazis y criminales de guerra», guardaba una fotografía firmada en su escritorio de Madrid.

Aún así, la capital española no dejó jamás de ser su centro neurálgico. Un lugar desde el que ayudó a huir a otros antiguos nazis durante el Tercer Reich. Así lo afirma el autor Michael Aaron Rockland, adjunto cultural de la embajada norteamericana en los años cincuenta, en « Un diplomático americano en la España de Franco»: «Skorzeny vivía en España bajo la protección de Franco desde 1948. Los historiadores han descubierto que también participó en la organización ODESSA, código de un grupo creado por antiguos miembros de las SS que ayudó a otros criminales nazis a escapar de Alemania».

Siguente parada
De esta guisa le entrevistó el periodista de ABC Antonio Alférez para elaborar un artículo que fue publicado el 1 de noviembre de 1970, cuando el antiguo líder de los comandos germanos sumaba ya más de seis primaveras a sus espaldas. En los primeros párrafos de la información quedaba meridiano que la identidad de este controvertido personaje ya era más que popular en España: «Terminada la guerra, el coronel Skorzeny fue acusado, y absuelto el 8 de septiembre de 1947. Meses después, Skorzeny se escapó del campo de concentración, donde aguardaba para comparecer ante un tribunal alemán».

La última frase antes de comenzar a narrar sus respuestas era lapidaria: «España es la siguiente y última etapa del coronel. A partir de 1951, el guerrero descansará y orientará su vida por otros derroteros». Por entonces poco quedaba del Skorzeny original, aquel estratega acusado de perpetrar mil tropelías contra los presos. Aunque, a la postre, se descubrió que bajo esa fachada de militar talludito y desgastado por el tiempo se escondía un veterano que llegó a colaborar durante su exilio con el mítico Mossad de Israel.

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Otto Skorzeny - ABC ARCHIVO
Antes siquiera de poder comenzar a hacer preguntas, Alférez recibió del propio Skorzeny una curiosa advertencia: «Tenga en cuenta, y quiero que así lo haga constar, que yo no soy refugiado político; estoy en España simplemente porque me gusta y no por obligación. Con mi pasaporte puedo desplazarme prácticamente a dónde desee». A continuación, el periodista le dio un apretón de manos a uno de los héroes más reconocidos del nazismo. «Una mano que es casi como una maza», según sus propias palabras. «Mi interlocutor mide 1,95 metros y debe pesar el centenar de kilos, aunque posiblemente sea difícil encontrar algo de grasa en el cuerpo de este atleta», añadía el reportero.

A lo largo del encuentro con el reportero de ABC, Skorzeny -que había citado a su interlocutor en un despacho de pocas habitaciones ubicado cerca de la Puerta del Sol lleno hasta arriba de archivadores y papeles de toda clase- dejó claro su obsesión por ejercitarse y mantener su cuerpo esbelto. «Mi primera afición ahora es el deporte; en realidad los practico todos, especialmente la natación, el submarinismo, atletismo y esquí. Por supuesto que me dedico a ello de forma especial durante mis viajes a estaciones veraniegas, pero tampoco en Madrid descuido la práctica del deporte», añadía.

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Un joevn Skorzeny junto a Adolf Hitler
Tampoco tardó en hacer alusión a su gran interés en la escritura. «Edité mis memorias, que fueron traducidas a numerosos idiomas; después me he animado a seguir escribiendo». Entre otras tantas cosas, remarcó que se había especializado en el periodismo internacional.

«Sepa que mis artículos y reportajes son disputados por grandes periódicos de países como Estados Unidos, Inglaterra y Francia, por citarle unos ejemplos. Escribo de temas paramilitares: Vietnam, Oriente Medio, OTAN, etc. Mis artículos ofrecen una información de primera mano, ya que cuento con amigos en todo el mundo y ellos me comunican todas las novedades importantes que acontecen en el escenario donde ellos actúan».

Pero, mientras que la escritura y el deporte le encantaban, no sucedía lo mismo con el mundo de la cultura.

«Prácticamente no voy al cine ni al teatro. Ya le he dicho cual es la gran pasión de mi vida: el deporte. Le añadiré ahora una segunda: la lectura. De todos los rincones del mundo me envían libros, muchas veces los propios autores, y con su lectura estoy informado de las principales corrientes de la vida intelectual».

Alférez describió a Skorzeny como un hombre que entendía y hablaba rápido el español, aunque con algunos problemas de dicción. También resaltó que contaba en su despacho con un «rabo de animal» (desconocemos cual) colgado de la pared. ¿La razón? Al parecer, que era «uno de sus amuletos». A su vez, el periodista de ABC dejó patente que «El hombre más peligroso de Europa» era sumamente temperamental, que pasaba «de la cólera a la sonrisa con celeridad» y que solía interrumpirle y adelantar sus respuestas. Aunque también atendía «a cualquier observación», a pesar de esa aparente falta de interés en el interlocutor.

Israel y España
Pero, de entre todas las respuestas de Skorzeny, la que más asombro provoca hoy en día es aquella en la que negó de forma tajante haber trabajado para el Mossad, el servicio secreto israelí. Información que confirmó el periódico «Haaretz» en 2016.

Gracias a las investigaciones de este diario se pudo corroborar que el oficial, apodado también «Caracortada», colaboró tras la Segunda Guerra Mundial en la captura de antiguos nazis a cambio de obtener la inmunidad y no ser condenado a muerte. Antes, en 1995, la noticia ya había saltado a los informativos, aunque había pasado desapercibida. A día de hoy, sorprende que negara esta máxima cuando vivía en nuestro país exiliado.

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Skorzeny, durante la liberación del Duce
«La única verdad existente sobre esto es que mi nombre es fuente de ingresos para los periodistas de corte sensacionalista, o tendencioso. El noventa por ciento de las cosas que se publican sobre mí son completamente falsas. Mire, amigo, la guerra es algo que para mí acabó en 1945; ahora sólo me ocupo de ella para escribir. Le voy a dar una prueba de las fantasías que se publican sobre mi persona: cuando la guerra “de los seis días” un periódico de Moscú afirmó que yo había sido el consejero militar de Israel, y ahondando en este mismo absurdo, un diario polaco señaló que yo había suplantado al al general Dayany me hacía pasar por él acompañando a todo el mundo».

«Tanto mi mujer como yo nos encontramos estupendamente en España, cuyos rincones ya conocemos de forma extraordinaria. España es mi segunda patria y terminaré mi vida aquí»
Antes de abandonar el despacho, el periodista de ABC le hizo la pregunta obliga: su opinión sobre España y los españoles.

«Tanto mi mujer como yo nos encontramos estupendamente en España, cuyos rincones ya conocemos de forma extraordinaria. España es mi segunda patria y terminaré mi vida aquí. Conozco españoles de todas las clases y esferas. Me gusta el carácter español».

«Herr Skorzeny, ingeniero, hombre de acción, coronel y turista afincado en España, ¿vive usted bien o muy bien?».

«Digamos que vivo bastante bien».

https://www.abc.es/historia/abci-se...co-vivo-bien-espana-201812030250_noticia.html
 
Eva Heyman, la Ana Frank húngara, revive en Instagram
Con motivo de la conmemoración del Día del Recuerdo del Holocausto en Israel, el magnate Mati Kochavi y su hija Maya lanzaron una «película» para narrar la historia de la niña
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@abc_conocer
Actualizado:11/05/2019 01:53h
Si durante el Holocausto hubiera existido Instagram habríamos conocido la historia de Eva Heyman a través de las «stories» de la red social. Ella, una adolescente judía nacida en Hungría en 1931, es conocida como la Ana Frank húngara, ya que escribió un diario antes de ser deportada a Auschwitz, uno de los campos de concentración creados por el nazismo durante la Segunda Guerra Mundial donde murió en una cámara de gas en 1944.

El pasado 2 de mayo, coincidiendo con la conmemoración del Día del Recuerdo del Holocausto en Israel, el magnate Mati Kochavi y su hija Maya lanzaron en Instagram una «película» dividida en pequeñas publicaciones para narrar la historia de Eva Heyman.

«Cada vez quedan menos supervivientes, es imprescindible encontrar nuevos modelos para salvaguardar su testimonio», declaró el empresario, que pertenece a una familia en la cual hay sobrevivientes del Holocausto, al diario «The Times of Israel». Los Kochavi han cumplido su objetivo: más de tres millones de personas han visto las historias y la cuenta @eva.stories ya cuenta con más de 1,7 millones de seguidores en Instagram.

La voluntad de mantener vivo el recuerdo del Holocausto entre los jóvenes estaba más que justificada. Según una encuesta elaborada año pasado en Estados Unidos, dos tercios de estadounidenses millenials -aquellos que nacieron entre 1983 y 1995- no sabían qué era Auschwitz. Por ello ha elegido la plataforma Instagram, red social en la que la mayoría de usuarios son jóvenes.

Una publicación «de mal gusto»
Aunque Mia Quiney, la actriz que interpreta a Eva Heyman, habla en inglés, todas las historias están subtituladas en hebreo, un idioma utilizado por seis millones de personas en Israel y por las comunidades judías.

En total se han publicado unos 70 episodios basados en el diario de la niña. En ellos se narran los tres últimos meses de su vida. Las historias comienzan mostrando el día a día de una familia poco habitual en aquella época, ya que cuando sus padres se separaron ella fue a vivir con sus abuelos.

Con la llegada del nazismo comienzan las escenas más duras en las que los judíos son recluidos en guetos y se ven obligados a llevar estrellas amarillas en su ropa. Todo termina cuando son deportados a Auschwitz. Fue entonces cuando dejó de relatar su historia. Las últimas palabras que escribió fueron: «Querido diario, no quiero morir. Quiero vivir, aunque sea la única persona que pueda quedar. Querido diario, ya no puedo escribir más. Se me saltan las lágrimas».

Esta «película» ha indignado a algunos intelectuales. Yuval Mendelson, músico y profesor de Educación Cívica israelí, señaló que le parecía una publicación «de mal gusto». Además, no considera «legítimo» que exista una cuenta ficticia de una niña asesinada en el Holocausto.

No es el único que no aprueba el proyecto. Otro usuario de Instagram criticaba que este tipo de contenido se difunda en las redes sociales: «Parece una broma y es extremadamente ofensivo. No sé cuál es el objetivo. Hace falta más sentido de la dignidad humana, hay una gran diferencia entre Instagram y el Holocausto».

No obstante, no todos son detractores. Una chica cuya abuela sobrevivió a Auschwitz ha aplaudido esta innovadora manera de difundir la historia. «Mi abuela sobrevivió a Auschwitz y al Holocausto, perdió a toda su familia excepto a su hermana, y ver su reacción ante aquellos que niegan lo que le sucedió es la cosa más desgarradora que he visto. Gracias por educar a una generaciónpara que el futuro pueda aprender del pasado, nunca más», comentó.

Además, personalidades internacionales como Benjamin Netanyahu, primer ministro de Israel, también han mostrado su apoyo al proyecto en Twitter.

En el rodaje de la «película» se ha cuidado hasta el último detalle. La familia Kochavi no ha reparado en gastos para su producción. Desde una cámara adaptada para poderla manejarla como un smartphone hasta un equipo de más de 400 personas. En total, han invertido más de cuatro millones de euros para que saliera a la luz.

Original y completo aquí:
https://www.abc.es/sociedad/abci-cu...ra-revive-instagram-201905110153_noticia.html
 
La lista de Varian Fry
Publicado por Javier Bilbao
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Una francesa cose la insignia obligatoria para los judíos en la Francia ocupada desde mayo de 1942. Fotografía: Cordon Press.
Decía Lenin que hay décadas en las que no pasa nada y semanas en las que pasan décadas. Algo parecido podría decirse de muchas biografías. Acostumbramos a leer en torno a la infancia y juventud de alguien, ya sea músico, líder político o explorador, buscando con atención un equivalente a eso que en la narrativa se llama «arma de Chéjov», un detalle premonitorio o explicativo de su conducta posterior como si fuera una naturaleza latente del sujeto y este tuviera un destino manifiesto: bien sea una desgracia familiar, un incidente o logro fuera de lo común en la escuela o universidad, quizá un primer amor… Recopilamos anécdotas sobre su figura de las que extraer enseñanzas, sin percatarnos de que cualquier vida las tiene y solo depende de la lupa con que se mire. Lo vemos cambiar de una ciudad, empleo o relación a otra, mientras algo a menudo invisible crece dentro de su espíritu, se alinean las circunstancias a su alrededor, la ventana de lanzamiento alcanza su punto óptimo y… ahí lo tenemos: esa proeza que sacudirá la historia, que será recordada por las generaciones venideras y, sobre todo, por él mismo. Pues no pocas veces llega el posterior declive y la conversión del protagonista en apenas una sombra de lo que fue.

«Las experiencias de diez, quince o veinte años las tuve en uno solo», dijo Varian Fry, para añadir, cuando apenas contaba con treinta y ocho primaveras, «a veces siento como si ya hubiera vivido toda mi vida». Él lo sabría mejor que nadie, pero visto desde fuera eso parece. Después de aquel momento cumbre se divorció, se convirtió en un convencional profesor de escuela, le salió una úlcera, tuvo que ir al psicoanalista y se quejó de sentirse ignorado por todos, llegando incluso a pasar ciertos apuros económicos, hasta que murió a la edad relativamente temprana de sesenta años. Pero esos trece meses que este americano vivió en Francia, entre agosto de 1940 y septiembre de 1941, fueron los que permitieron escapar con vida del nazismo a Hannah Arendt, Arthur Koestler, Marc Chagall, Max Ernst, André Breton, Max Ophüls, Marcel Duchamp…y así más de dos mil judíos y activistas políticos contrarios al Tercer Reich, buena parte de ellos entre lo más granado de las artes y las letras europeas de su tiempo. Todos ellos le debieron la vida a Fry, veamos cómo.

Nuestro protagonista nació en Nueva York en 1907. Era un buen estudiante, pero su carácter propenso a hacer gamberradas le costó varias suspensiones durante su educación secundaria y universitaria, en Harvard concretamente, lo que visto en retrospectiva —que es como siempre se analizan las biografías— nos permitiría aventurar ahí cierto indicio de su capacidad posterior para ir a contracorriente y operar fuera de la ley cuando era necesario. No obstante, hay otra experiencia de sus años de juventud que más allá de la conjetura resultó crucial para lo que luego hizo, y esta vez es algo que él mismo explicó: se trata de su estancia como corresponsal en Berlín durante 1935. Ahí vio con sus propios ojos la naturaleza del nazismo, presenció toda clase de abusos contra la población judía, lo que le hizo temer, con buen juicio, que acabaría en desastre. Al regresar a Estados Unidos se dedicó a advertir sobre la alarmante situación europea a unos conciudadanos que se desentendían de tales problemas. Finalmente, la guerra estalló y, paradójicamente, ese aislacionismo que tanto le sacaba de quicio fue el que le permitió realizar su heroica misión.

Tras la fulminante invasión de Francia por las tropas alemanas, el régimen de Vichy del sudeste del país —en particular el puerto de Marsella— se convirtió en la ruta de huida de decenas de miles de judíos y activistas antinazis, parte de ellos franceses y muchos también de otros lugares de Europa, que habían acabado allí pensando ingenuamente que Francia sería un destino seguro. Pero Marsella amenazaba con convertirse en una trampa sin escapatoria, había pasado en un suspiro del medio millón a los seiscientos cincuenta mil habitantes y, tras el caos y el vacío legal inicial, el régimen colaboracionista podía comenzar a deportar sospechosos a los campos de concentración. Al ser Estados Unidos un país por entonces neutral su consulado sería una tabla de salvación para muchos desesperados. Era el momento para que interviniese sin dilación una asociación denominada Comité de Rescate de Emergencia, que contaba con la colaboración de personalidades ilustres como el escritor Thomas Mann o la primera dama Eleanor Roosevelt. Alguien debía llegar a Francia en representación de este comité para organizar el reparto de visados, el transporte, los sobornos… Una tarea que requería un hombre resolutivo, con grandes dotes diplomáticas, corajudo, alguien hecho de una pasta especial. Pero solo se presentó un voluntario, nuestro Varian Fry, y los dioses quisieron que reuniera en grado excepcional todas esas cualidades, además de una entusiasta motivación por su tarea: «Sabía que entre las personas atrapadas en Francia había muchos escritores, artistas y músicos cuyo trabajo me había proporcionado gran placer. No los conocía personalmente, pero sentía un gran amor por todos ellos y tenía una deuda de gratitud por todas las horas de felicidad que me habían dado sus libros, sus cuadros y su música. Ahora corrían peligro y mi obligación era ayudarlos, del mismo modo que ellos, sin saberlo, me habían ayudado a mí en el pasado».

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El ejército nazi desfila por la Avenida Foch de París, cerca del Arco de Triunfo, en junio de 1940. Fotografía: Cordon Press.
Inconsciente de lo que tenía por delante, cogió unas vacaciones de cuatro semanas de su trabajo en una editorial, tomó la lista de doscientos nombres de personalidades por rescatar y tres mil dólares, y comenzó su aventura en un hidroavión que lo llevó a Lisboa. Según llegó, escribió a su mujer sobre su siguiente vuelo: «Deséame buena suerte, ¡es un avión español!», y, pese a sus suspicacias por la tecnología patria, este lo dejó sano y salvo en Barcelona, desde donde tomó un tren hasta Marsella. Apenas llegó, comenzó a percatarse de las dificultades que tenía por delante. Solo contaba con un contacto local, pero ese hilo le bastó para tirar de él e ir tejiendo la red que necesitaba. Se trataba de Frank Bohn, otro americano que estaba allí con una misión parecida a la suya, centrada en salvar a dirigentes sindicales europeos. Ya en su tercer día, cuando Fry había empezado a escribir a la gente de la lista, llamó a la puerta de su dormitorio Hans Sahl. Era un escritor judío nacido en Alemania, de la que salió apenas Hitler llegó al poder, aunque su destino fue Checoslovaquia, poco después anexionada por el régimen alemán, así que de nuevo tuvo que huir, esta vez a Francia. Calamitosa suerte la suya, una vez más se veía forzado a escapar. Para ello Sahl recurrió a este extraño americano nuevo en el lugar, y así describió su primer encuentro con él: «Imagina la situación: las fronteras están cerradas; estás atrapado en una trampa, serás arrestado en cualquier momento; la vida está cerca de terminar para ti, y repentinamente un joven americano en manga corta te llena de dinero los bolsillos y te susurra en el tono conspirativo de un actor primerizo: “Oh, hay manera de escapar de aquí”, mientras, diablos, las lágrimas surcan tu rostro. Y este tipo tan amable te pasa un pañuelo y te dice: “Disculpa que no esté limpio”». La química entre ambos fue tan buena que Sahl colaboró durante una temporada con él para poner en pie esa red de escape, hasta que finalmente él mismo tomó ese camino.

Fry comprendió enseguida que aquella lista con la que llegó era incompleta, la voz se había empezado a correr por la ciudad y había otros muchos que necesitaban su ayuda. Así que organizó un equipo para afrontar las numerosas entrevistas a los candidatos a obtener un visado y una ruta de salida. Fue un grupo tan excéntrico como él mismo, en el que cada uno recibió un mote humorístico; procedían de diversas partes de Europa, eran cultivados, políglotas, con una gran capacidad de trabajo y, al mismo tiempo, cierto sentido lúdico que les hacía terminar muchas noches con fiestas que alteraron la tranquilidad del hotel en el que Fry se alojaba, pues nuestro protagonista tenía una notable afición a la vida bohemia y al alcohol. Como dijo Miriam Davenport, una pintora y escultora americana que se convirtió en una de sus más estrechas colaboradoras: «Al terminar el día Varian solía estar bien lubricado con una o varias copas de vino de Borgoña, Burdeos y Armañac». Era parte de su carácter y también una forma de aliviar la tensión tras jornadas iniciadas a las ocho de la mañana y que concluían a las once de la noche o incluso más tarde, en las que entrevistaban de media a un centenar de candidatos y recibían decenas de llamadas por hora. En total llegaron a tratar con unas quince mil personas.

Tal volumen de trabajo era inasumible para la habitación de hotel en la que Fry comenzó, así que muy pronto alquiló una oficina en una calle céntrica, junto a la ópera. Era también una manera de dar formalidad a su red, pues de cara a las instituciones debía operar dentro de la legalidad, guardando las apariencias en lo posible. Así que organizó un centro de ayuda como coartada, que supuestamente solo proporcionaba alimentos, ropa y dinero. Entre la policía local, dividida en su apoyo al régimen nazi, encontró un capitán que siempre le proporcionó ayuda, su particular Renault, en este caso llamado Dubois. A su pesar, las relaciones con el consulado estadounidense fueron más dificultosas, pues eran perfectamente conscientes de sus actividades y no las aprobaban. Naturalmente, en ese contexto Fry sabía que debía jugar a dos barajas, y bajo cualquier simulada conformidad con la legalidad vigente en Vichy debía estar dispuesto a transgredirla. Para ello no dudo en colaborar con los servicios secretos británicos y con la mafia corsa, lo que le permitió proveer de documentación falsa a quien lo necesitaba, tanto para abandonar Francia como —en la ruta más frecuente— para cruzar España en dirección a Portugal, pues no pocos se habían posicionado en el lado republicano durante la recién concluida Guerra Civil. Por todo ello siempre iba armado, y procuraba mantener a salvo a su equipo guardándose la información relevante por si caían en manos de interrogadores.

Su transgresión de la ley, en una situación tan dramática como la que vivían, tenía a veces algo de burlesco, pues al fin y al cabo eran momentos en que nadie sabía bien a qué atenerse y qué podía ser cierto. En una ocasión dos miembros de su equipo, Charles Fawcett y William Holland, idearon un plan tan disparatado que estaba destinado a salir bien. Utilizaron una ambulancia del American Volunteer Ambulance Corps y uniformes para hacerse pasar agentes de la Gestapo, acudieron a varios hospitales parisinos y, puesto que sabían hablar alemán, entraron dando voces y exigiendo llevarse apresuradamente a algunos pacientes. Así rescataron de la capital a treinta y tres heridos —incluyendo a soldados británicos que no habían podido escapar en Dunquerque—. A continuación, los llevaron al tren y de allí rumbo a Marsella. El problema fue que en la estación de llegada la policía registraba a los pasajeros, pero dos hombres de recursos como ellos encontraron el método para burlar el registro: gracias a un camarero dispusieron de una puerta para el personal de servicio. Y de allí salieron en un camión de repartir fruta hacia una casa en la que estar a salvo hasta salir del país.

Fueron tiempos enloquecidos en los que Fry se sintió como pez en el agua. Las circunstancias requerían a alguien como él y él parecía haber nacido para ello: «Hubo una cantidad endiablada de diversión, aunque no creo que esa sea la palabra que debería usar, en el trabajo de rescate… era estimulante estar fuera de la ley. Y respecto a la depresión o ansiedad, simplemente desapareció». Pero todo acaba tarde o temprano. Tras el caos posterior a la ocupación de Francia, las aguas volvieron a su cauce y las actividades de este efervescente americano llamaban demasiado la atención. La Gestapo estaba al tanto de la ruta de fuga a través de España y trabajó para erradicarla, mientras un valioso contacto que Fry tenía en el consulado fue destituido a comienzos de 1941 y, finalmente, el nuevo jefe de policía de Marsella le cortó el paso. Tras reunirse con él en julio, exigió a Fry que abandonara el país o sería arrestado. Nuestro protagonista se comprometió a irse un 15 de agosto, pero incumplió su palabra y pocos días después fue detenido y trasladado a la ciudad fronteriza de Cerbère. Hasta allí acudió su equipo para despedirlo; se había formado un estrecho vínculo de amistad entre todos ellos, tal como tiempo después recordarían, así que le dedicaron una última comida improvisada en la estación del tren, comprometiéndose a continuar ese trabajo hasta que fueran también a por ellos. Varian Fry tomó el tren y regresó a Estados Unidos, donde recordaría hasta el fin de sus días aquellos vibrantes trece meses en Francia. Sus años siguientes no fueron felices y llevó una existencia bastante solitaria, hasta que poco antes de su muerte fue distinguido como Caballero de la Legión de Honor francesa y, ya a título póstumo, resultó intitulado como Justo entre las Naciones.

https://www.jotdown.es/2019/05/la-lista-de-varian-fry/
 
Sujétame el cubata: el mito de la máquina militar nazi.
Publicado por Alejandro García.

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A casi ochenta años del inicio de la guerra más mortífera que el mundo ha conocido, sigue siendo el conflicto de referencia en el ámbito político, social, militar o cultural: la Segunda Guerra Mundial cambió el mundo para siempre, no solo tecnológicamente sino incluso la mentalidad de los humanos. No es casual que el interés por analizar este periodo siga gozando de una salud inmejorable, con miles de ensayos, novelas o películas a cuestas.

Parecería por tanto que está ya todo dicho y estamos ante un camino trillado, asumiendo que existe un relato bastante consensuado sobre el desarrollo de la guerra. Sin embargo, aún estamos lejos de una buena comprensión de su verdadera dimensión, debido por descontado al enorme peso de la propaganda vertida sobre ella. No solo por parte de Alemania y sus justificaciones postconflicto, sino de los países aliados —especialmente los ocupados por los nazis— necesitados de recuperar el orgullo nacional perdido y a la vez ocultar algunos asuntillos oscuros, y las distorsiones añadidas a causa de la posterior guerra fría, donde ambas superpotencias se lanzaron a crear sus propias versiones interesadas para consumo de sus esferas de influencia respectivas.

Los que hemos crecido inmersos en la explicación anglosajona de la Segunda Guerra Mundial, además de tragarnos la grosera relativización de la contribución soviética a la derrota nazi y su correspondiente sobrevaloración de la importancia angloestadounidense, o de leer mucho sobre la Resistencia y muy poco del colaboracionismo —la primera en mayúsculas y lo segundo en minúsculas y para de contar—, hemos comulgado con un mito muy poderoso: la supuesta superioridad de la terrorífica máquina de guerra nazi. ¿Quién podría discutirlo viendo las fotografías de los pavorosos Panzer-VI Tiger y sus elegantes líneas rectas? ¿O los impactantes uniformes de las unidades de asalto de las SS? Los feroces paracaidistas Fallschirmjäger, los experimentados pilotos de la Luftwaffe y sus montones de victorias en los cielos de la URSS o las tripulaciones panzer y los incontables carros soviéticos destruidos parecen incontestables pruebas de la magnitud de la amenaza nazi.

Sin embargo, todo esto es un mito interesado. Una imagen inflada que por una parte recicla la propaganda nacionalsocialista sobre la efectividad de sus fuerzas armadas, tan arias y eficientes ellas, y por otra le añade varias capas posteriores. No solo los occidentales hemos aceptado la versión alemana del frente ruso en aras del anticomunismo; sin un enemigo convenientemente magnificado, la victoria final luce mucho menos. Parece un contrasentido sostener este punto de vista, sobre todo teniendo en cuenta que la Blitzkrieg existió y arrolló a casi toda Europa occidental, pero parece que hoy en día va abriéndose espacio a interpretaciones menos partidistas o anecdóticas y más analíticas sobre la guerra. La apertura de archivos soviéticos, la aparición de investigadores menos influidos por la guerra fría y más interesados en aspectos dejados de lado hasta ahora, como pueda ser la logística de recursos, eficiencia y eficacia más allá de la estrategia, contribuyen a matizar este mito.

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Fotograma de la película de propaganda nazi Sieg im Westen, 1941.
¿Por qué luchamos?

Prácticamente todos los países aliados tenían muy claro el objetivo estratégico de la guerra: destruir a la Alemania nazi. Por el contrario, el de estos nunca estuvo demasiado claro, y este es un factor esencial que va a lastrar todo lo demás. Aparte del deseo de venganza contra Reino Unido y Francia, o los dementes planes de rapiña y exterminio en el este, generalidades de tipo «ideológico-emocional», los nazis carecían de un plan estratégico meditado. Si bien las acciones militares comienzan como una serie de operaciones rápidas con costes relativamente modestos para las fuerzas alemanas, tampoco es cierto que se planificara un escenario de guerra rápida. La disponibilidad de recursos de todo tipo por parte de los anglofranceses —con Estados Unidos como proveedor— superaba a la germana, y tras el sorprendente derrumbe de Francia se hicieron planes económicos orientados a preparar una guerra defensiva de desgaste en el frente occidental (Scherner, 2010). La necesidad de al menos igualar la capacidad bélica de los aliados occidentales puede estar en la base de la campaña oriental, justificaciones ideológicas aparte. Parece por tanto que la estrategia alemana consistió en un continuo venirse arriba según iban desarrollándose los acontecimientos bélicos, a subir la apuesta más que en una preparación minuciosa para una guerra a escala mundial. Y aquí no fue Hitler el único megalómano, pues la clase militar alemana estaba encantada de ver correr tantos Reichsmarks hacia la industria bélica, además de las oportunidades de carrera, prestigio y saneadas cuentas corrientes.

La cuestionable eficacia de la industria alemana

No es de extrañar que, con semejante guía estratégica, la industria nazi fuera dando bandazos. La preparación de la agresión alemana se gestionó siguiendo el principio tan querido por Hitler de la duplicidad de organismos y funciones para evitar concentraciones de poder. Así, la economía en tiempos de preguerra fue dirigida por Hermann Göring al frente del plan cuatrienal en competición con el ministro del ramo Funk —en la práctica, uno de los pocos economistas nazis—. Las empresas privadas iban por libre, especialmente en industrias no militares, las SS se procuraron suministros por su cuenta y un largo etcétera de «centralización descentralizada redundante». Que en realidad sigue siendo una simplificación, porque es todo mucho más complicado, hasta la unificación de poderes en el Ministerio de Armamentos de Albert Speer en 1942.

El análisis de la economía nazi de guerra ha estado dominado por un mito según el cual Alemania no alcanzó su cénit productivo hasta 1943-44. Por tanto, si hubiera puesto su industria al servicio del esfuerzo bélico antes, habría ganado en la URSS y estaríamos viviendo en El hombre en el castillo. Esto es completamente falso, y se basa en la abundante propaganda que Speer y sus pelotaris hicieron de su gestión, y en los números incorrectos que extrapoló Wagenführ, el estadístico jefe del ministro nazi. Estos datos absurdos, que sostienen incoherencias como que en 1940-41 Alemania redujo su producción bélica, han dado pie a interpretaciones incorrectas, como la que atribuye a los jerarcas nazis una especie de «Blitzkrieg económica» para ahorrar en campañas limitadas, o una ineficiencia productiva a gran escala. Las investigaciones modernas desmontan estos mitos (Scherner 2010, Tooze 2016) y apuntan hacia un esfuerzo sostenido durante toda la guerra. Aparte del daño de los bombardeos a la industria, factores como la dispersión de objetivos industriales —el plan Z de 1938 comenzó la construcción de una poderosa flota, que se quedó en nada al estallar las operaciones terrestres un año después, con los barcos a medias y preciosos recursos invertidos en nada—, provocaron que los nazis empezaran la guerra a medio camino de ninguna parte. Es más, parece que el éxito productivo de Speer se debió a que infraestructuras construidas antes comenzaron a funcionar a pleno rendimiento en cuanto se incorporó masivamente la mano de obra esclava.

La falta de recursos y la inadecuada orientación de la planificación, tendente al derroche, fue lo que lastró la capacidad industrial nazi, que no podía aspirar a una guerra total a escala mundial porque no daba más de sí. Sus oponentes gestionaron mucho mejor este factor esencial; los anglosajones optaron por el ahorro y aprovechamiento de materiales, con una dirección más parecida a un comunismo de guerra y objetivos más claros. Los soviéticos salvaron su industria a pesar de la invasión y centraron sus esfuerzos en eficacia y eficiencia. La funcionalidad y la simplificación de la logística pasaron por encima de otras consideraciones; sus armas eran fáciles de fabricar, mantener, reparar y utilizar. La actuación tanto de las élites políticas como de las iniciativas populares soviéticas dio excelentes resultados (Harrison, 1988).

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Propaganda nazi, 1942. Foto: Berliner Verlag / Cordon.
Por lo que respecta a la eficacia de la industria nazi, los historiadores modernos (Holland, 2018) prestan atención a la calidad e idoneidad del material bélico alemán, hinchada por la propaganda nazi y los espectaculares resultados de la Blitzkrieg, en su mayoría contra países manifiestamente más débiles. Realidades como que, de casi cincuenta mil carros de combate fabricados por Alemania, el 80 % eran modelos ya obsoletos en 1941, los más de cien modelos diferentes de camiones disponibles en 1939, el inadecuado diseño operativo de los uniformes alemanes —eso sí, estéticamente impactantes—, con más tela de la precisa y botas de caña alta. Podríamos seguir con los excesivos consumos de combustible, falta de repuestos, mecánica complicada —había que apartar totalmente la oruga de los Tiger para reparar el chasis, los primeros Panzer tendían a incendiarse solos— y por tanto inasequible para personal poco experimentado, pero baste indicar que la capacidad del armamento alemán para cumplir su cometido con un mínimo coste está hoy en entredicho. Sin duda el Tiger hacía sentir muy seguras a sus tripulaciones y era terrorífico en condiciones muy favorables, pero hechos puntuales como la hazaña deMichael Wittmann desvirtúan el cuadro completo.

La campaña de Rusia y el «General Prepotencia»

Parece un contrasentido afirmar que la Wehrmacht partía con escasas probabilidades de ganar una guerra a escala no ya mundial, sino europea, cuando cruzaron la frontera de Polonia, en vista del fulgurante éxito de los dos primeros años de combates. Pero las bases del desastre estaban sembradas ya. Dos tercios de los Panzer de la campaña polaca eran modelos ligeros obsoletos, y la infantería alemana usaba seiscientos mil caballos para compensar su falta de mecanización. Para las operaciones contra Francia, Bélgica y Holanda se requisaron tanques checos, y a menos de dos semanas del ataque la disponibilidad de armas y municiones era un 40 % menor que en octubre de 1939 (Frieser, 2013). Es más, el gobierno alemán había decretado una desmovilización parcial tras la victoria en Polonia.

La estrepitosa caída de Francia se atribuyó totalmente a la brillantez de la táctica germana, restándole el correspondiente mérito a la inoperancia gala y al efecto sorpresa —pues no era en absoluto predecible el ataque—. Cuando a finales de 1940 se empieza a perfilar la Operación Barbarroja, las armas alemanas se han creído su propia propaganda y están eufóricas. Prever una campaña de seis a ocho semanas para ocupar la URSS europea es una estupidez de un tamaño tan inmenso que no es de extrañar que pillara a los soviéticos desprevenidos; lo más probable es que Stalin esperase cierta competición sobre tamaño de miembros viriles alrededor de la frontera y poco más. La realidad es que, en enero de 1941, el general Halder escribía que el propósito de la operación aún no estaba claro. Ni se fijaron objetivos económicos; para qué, si en seis semanas estaría todo hecho. Los alemanes se inspiraban en los acontecimientos de la Gran Guerra, donde el estallido de la revolución dejó a Rusia fuera de la contienda. El alto mando alemán compartía la idea hitleriana de la «patada en la puerta» que derrumbara el edificio comunista, señal de que no se habían enterado de lo que había ocurrido por allí en veinticinco años.

El optimismo nazi, basado en sus ideas de superioridad racial, las victorias que enmascaraban graves problemas de base y una interpretación interesada del pasado, era injustificable. El ejército que atacó la URSS en junio de 1941 era en su mayor parte infantería de a pie auxiliada por tracción equina. Las unidades acorazadas y mecanizadas apenas suponían el 10 %; su uso excesivo provocó un rápido desgaste de material y personal experimentado. Las líneas de abastecimiento se estiraron, los rusos se empeñaron en resistir a ultranza, y aquí aparece otro mito recalcitrante, el General Invierno.

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Propaganda nazi: un miembro de la Wehrmacht en el Frente Oriental, 1942. Foto: Berliner Verlag / Cordon.
Los oficiales nazis corrieron a echarle la culpa al frío de su derrota. ¿De verdad no sabían que en Rusia las temperaturas bajan mucho en invierno? Pues esta tontería se sigue sosteniendo en la actualidad, cuando el esfuerzo bélico alemán ya había sido detenido en julio-agosto de 1941 en Smolensk y Viazma. La superioridad del armamento soviético y cierta madurez táctica, una vez pasado el efecto sorpresa, frenaron el impulso invasor. La Blitzkrieg falleció a las puertas de Moscú antes de que cayera el primer copo de nieve y originó un vacío estratégico en el mando alemán, que no supo por dónde continuar. Para cuando se intentó el asalto a Moscú, los rusos habían dispuesto de dos meses para prepararse. Era cuestión de tiempo que ocurriesen cosas como Stalingrado o Kursk.

El supuesto elitismo de las SS

Uno de los ejemplos palmarios de sobrerrepresentación propagandística lo constituyen las supuestas tropas de élite de las SS. En su estreno en Polonia y Francia, esta pandilla de asesinos sufrió casi el doble de bajas que las unidades de la Wehrmacht, debido a su costumbre de ignorar el peligro y lanzarse al asalto todos juntos hombro con hombro. Tras las quejas de los militares y su pobre desempeño en los inicios de la campaña oriental, las SS se entrenaron para mejorar sus habilidades castrenses —copiando algunas de los rusos— y Himmler y sus comandantes intrigaron para proveerlas del más moderno material bélico. La intensa propaganda con que el SS-Reichsführer dio la brasa a Hitler, magnificando cualquier pequeño éxito tuvo sus frutos. Su intento de crear un Estado nazi dentro del Estado pasaba por atraer a lo mejor de los reclutas disponibles, por lo que este despliegue no solo estaba destinado a maravillar al Führer. Hasta la batalla de Jarkov en 1943 no se desplegó un cuerpo blindado de las SS, de las que la mayoría de unidades eran morralla criminal reclutada entre ultraderechistas de toda Europa. Eso sí, el miedo que inspiraban estaba más que justificado, aunque fuera solo por disponer de lo mejor del esfuerzo bélico alemán y la despiadada crueldad con la que actuaban, pero su efectividad es más que dudosa.

La guerra secreta

Por último, muchas de las películas de espías nos pintan a los servicios secretos alemanes como una red de implacables agentes cuya habilidad ponía en jaque a sus pares aliados. Las innumerables teorías de la conspiración alrededor de los nazis se nutren de este mito, al que se une el de los científicos nazis y las Wunderwaffen como la V-2. A pesar de su brutalidad, la hoja de servicios real de la Gestapo o la SD es bastante decepcionante: la famosa máquina de cifrado Enigma ya había sido descodificada por criptógrafos polacos en 1938. El espionaje alemán se tragó algunas bolas bochornosas como las del espía Joan Pujol, alias Garbo. La Orquesta Roja soviética engañó a los nazis en la batalla de Stalingrado, pero quizá una de las acciones más decisivas fue la semidesconocida operación Bagration, donde confundieron completamente al enemigo cruzando los pantanos del Pripyat por sorpresa. Es especialmente sangrante si se tiene en cuenta que el movimiento es similar al que los alemanes hicieron en las Ardenas en 1940. En cuanto a las armas milagrosas alemanas, lo único que consiguieron es dilapidar recursos inapreciables con escasos resultados a los que solo sacaron partido rusos y estadounidenses después de la guerra.

Lamentablemente, donde sí se destinó presupuesto, infraestructuras, investigación y capital fue en la aplicación del Generalplan Ost, la operación de asesinato o deportación de más de treinta millones de personas en Europa oriental pertenecientes a «razas inferiores» que solo el cambio de rumbo de la guerra en Rusia logró detener. Esta es una realidad que no deberíamos perder de vista, ni tampoco a quienes colaboraron en su realización.

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Fotograma de la película de propaganda nazi Sieg im Westen, 1941

https://www.jotdown.es/2019/06/sujetame-el-cubata-el-mito-de-la-maquina-militar-nazi/
 
Las guerras no son inevitables
Publicado por E.J. Rodríguez

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Antes de la II Guerra Mundial, siempre se había asumido que el soldado común mataría en combate simplemente porque su país y sus líderes le habían pedido que matase, y porque era esencial defender su propia vida y las vidas de sus amigos. Después de la II Guerra Mundial, el general estadounidense Samuel L. A. Marshall preguntó a esos soldados comunes qué era lo que habían hecho durante las batallas. Su singularmente inesperado descubrimiento fue que, de cada cien hombres que habían estado en la línea de fuego durante un enfrentamiento, una media de solamente quince o veinte tomaba de verdad parte, armas en mano. (Dave Grossman, antiguo teniente coronel del ejército estadounidense y estudioso de la psicología del homicidio).

Es fácil creer que la guerra es algo inherente a la especie humana, un mal que forma parte de nuestra propia naturaleza y del que no podríamos deshacernos. Leemos sobre épocas pasadas y no parece haber existido civilización, por lo menos entre las grandes, que no haya protagonizado sus propias guerras. En nuestra época tampoco nos libramos de ellas; cuando todavía tenemos muy recientes algunas de las peores y más destructivas de todos los tiempos, los noticiarios repiten el triste recordatorio de que sigue sin cumplirse un año sin que se combata a gran escala en algún lugar del mundo.

De ahí a la idea de que la guerra sea connatural a nosotros se precisa un salto más largo de lo que parece. El ser humano, como casi todos los animales superiores, demuestra cierto grado de agresividad. Es evidente que sin un instinto para la agresión, por pequeño que sea, la especie no hubiera podido defenderse ni cazar; no hubiese sobrevivido. Siempre ha habido y siempre habrá un porcentaje de violencia en las interacciones del ser humano con sus congéneres o con el entorno. El estado de guerra, sin embargo, es otra cosa. Ya no depende de la agresividad innata, instintiva, que suele manifestarse en explosiones breves. A veces podemos creer que en épocas pasadas los conflictos bélicos eran considerados una parte desagradable pero inevitable de la existencia humana, y, sin embargo, desde el comienzo de la historia escrita, encontramos testimonios que los describían como calamidades intolerables.

La guerra era representada por uno de los cuatro jinetes destructores del Apocalipsis bíblico, junto al hambre, la peste y la propia muerte. En la antigua Roma, pese a ser recordada por su poderío militar, hubo numerosos poetas y filósofos pacifistas. Por ejemplo, Maximilano de Tébessa, a veces llamado «el primer objetor de conciencia» (no fue el primero, pero la historiografía cristiana lo ha venerado como tal), tomó la decisión de incumplir el servicio militar al considerar que la actividad bélica era inmoral; mantuvo esa decisión incluso cuando tuvo que afrontar la pena de muerte bajo la acusación de deserción. Su objeción no hubiese tenido sentido si Maximiliano no hubiese creído que las guerras pueden ser evitadas y que su actitud era un grano de arena en pos de ese ideal.

Lutero, contrario incluso a las guerras santas, decía que «el mundo no es mejor por todas las guerras de los últimos cinco mil años. El cristianismo, si prevaleciera, haría de la tierra un paraíso. La guerra, cuando prevalece, la convierte en un matadero, una guarida de ladrones, un burdel, un infierno (…) Las causas de la guerra, como la guerra misma, son contrarias al Evangelio». Incluso en mitad del fervor bélico-religioso de su tiempo, Lutero se opuso a que la guerra contra los turcos (musulmanes) fuese considerada «santa». Es célebre su juicio definitivo sobre los enfrentamientos armados: «La guerra es la mayor plaga que puede afligir a la humanidad. Destruye la religión, destruye a los Estados y destruye a las familias. Cualquier otra calamidad es preferible a ella».

Quizá estas consideraciones morales no aclaran si la guerra es un residuo inevitable de la civilización humana hasta el punto de que debiéramos considerar el concepto de «paz mundial» como una quimera inalcanzable. Lo único que indican es que hubo, en todas las épocas, individuos para quienes había opciones mejores. Pero ¿es posible, siquiera concebible, la paz mundial?

Primero habría que definir a qué nos referimos con «paz». Es posible que la eliminación total de la violencia entre individuos resulte imposible. En toda población hay un porcentaje de individuos violentos: desde psicópatas y sádicos hasta incontrolados o, sencillamente, perturbados mentales, que incluso en la más pacífica de las sociedades ejercerán la violencia contra otros. Siempre habrá peleas, o disturbios generados por situaciones de tensión extrema. Pero son excepcionales; la mayor parte de los seres humanos desea y prefiere vivir en paz. Pese a lo que se afirma con frecuencia, el humano no es un animal agresivo. El antropólogo Douglas Fry ha estudiado con profusión la agresión y el origen de las guerras; en su libro Más allá de la guerra: el potencial humano para la paz, describe varias decenas de sociedades en donde no existe la guerra. En ellas se producen también actos aislados de violencia, como peleas o ejecuciones, pero no guerras propiamente dichas. Él, como otros autores, sostiene la tesis de que podría no haber pruebas de conflictos bélicos sucedidos en épocas remotas, de diez mil años hacia atrás. Cita el célebre ejemplo de un cráneo prehistórico en cuyas cicatrices se creyó ver huellas de armas, hasta que un estudio más detenido demostró que eran producto del ataque de un animal, seguramente un felino.

Tradicionalmente, los restos arqueológicos se interpretaban a través de una lente belicista; esta tendencia ha cambiado, producto de una aproximación más detenida. Por ejemplo, se duda del carácter defensivo de las famosas murallas de Jericó, que en realidad pudieron ser erigidas como protección frente a las inundaciones.

De continuo se producen conciertos, espectáculos deportivos y otros eventos multitudinarios que llegan a albergar a decenas y cientos de miles de asistentes sin que, en la mayoría de ocasiones, haya un brote de violencia. Es verdad que en algunas situaciones —campos de fútbol, manifestaciones— se producen a veces disturbios o peleas. Pero suelen provenir de grupos organizados y minoritarios; es violencia instrumental, poco espontánea.

Salvo situaciones de extrema tensión o premeditación, es raro que la violencia surja por el mero hecho de juntar a miles de humanos en un espacio pequeño. El que tantos individuos que no se conocen puedan apretujarse y convivir durante unas horas sin atacarse mutuamente dice mucho sobre la actitud pacífica que, por lo general, impera en nuestra especie. Otros animales que nos rodean son menos pacíficos; basta hacer el ejercicio mental de imaginar un estadio o un festival de música en el que se apretujan cientos de miles de chimpancés, de leones o de perros. Es fácil visualizar cuáles serían los caóticos resultados.

Los humanos somos poco propensos a la lucha. Muchos de nosotros vivimos en ciudades con cientos de miles o millones de habitantes donde los actos violentos son esporádicos. Cuando hay disturbios graves, como hemos visto en París, Londres o Los Ángeles, no suelen durar más de un número determinado de días. No hay disturbio que se prolongue durante cinco o seis años como algunas guerras. La realidad demuestra que las personas somos muy capaces de convivir de manera pacífica y realizar nuestras actividades cotidianas sin recurrir a la violencia, y que cuando la violencia espontánea estalla, remite con rapidez. Hay muchas personas que nunca se han inmiscuido en una pelea, ni aun en sus años infantiles. La violencia, pues, no es una norma, sino la excepción.

Un experimento muy interesante revelaba la aversión que la mayor parte de individuos humanos sienten hacia la idea de realizar actos agresivos, aun cuando sean de pequeña intensidad. Diversos sujetos entraban en un laboratorio y realizaban una prueba muy sencilla, que ellos suponían un test de habilidad o inteligencia. Se les entregaban dos anillas rígidas, entrelazadas, como las de los prestidigitadores. Se les pedía que encontrasen la manera de separarlas, y no se les daba más indicaciones. La mayor parte de los sujetos las examinaban en busca de resortes, o las movían para intentar encontrar algún mecanismo invisible que hiciera «clic». Esto no servía de nada. Con independencia de su nivel intelectual, casi todos ellos fracasaban en el intento, y después de calentarse la cabeza durante un rato terminaban rindiéndose. Pensaban que el problema no tenía solución. Sin embargo, había unos pocos —no necesariamente los más inteligentes— que sí encontraban la única solución posible: separaban las anillas rompiéndolas.

Los investigadores en ningún momento habían dicho que estuviese prohibido romperlas, pero solamente una minoría de los participantes lo hizo, pese a que, insisto, era el único procedimiento para resolver la prueba. Habían puesto en marcha un mecanismo de inhibición que les impedía considerar siquiera la idea. Eran muy reacios a mostrar conductas agresivas en público, aunque fuese hacia un objeto insignificante.

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Soldados celebrando la rendición de Japón, 9/2/45. Foto: Cordon.
Otro famoso experimento, realizado por el psicólogo Albert Bandura, demostraba que los niños no suelen ser propensos a la violencia, excepto cuando se les enseña a serlo. Niños de entre tres y seis años iban pasando a una habitación donde jugaban durante un rato en compañía de un adulto, ante una mesa repleta de juguetes. En un rincón de la estancia había un muñeco, no muy interesante, llamado Bobo; una especie de punching ball con forma de bolo que nunca se tumbaba por mucho que se le pegase. El estudio consistía en mostrar dos tipos de ejemplos adultos. En algunos experimentos, el adulto pegaba al muñeco; en otros, no. Después, a los niños se les permitía jugar solos, sin la presencia de un adulto (eran vigilados mediante cámaras), aunque sí se les impedía el acceso a los juguetes para inducir en ellos un sentimiento de frustración. El único juguete que podían usar era Bobo, que servía para poco más que para ser golpeado. Se descubrió que los niños eran más agresivos con Bobo cuando habían visto el ejemplo agresivo de un adulto, pero solían abstenerse de realizar conductas agresivas cuando no habían observado ese ejemplo.

El estudio puso de manifiesto otros detalles curiosos: los niños eran mucho más agresivos que las niñas (el doble, como promedio), aunque tenían algo en común: tendían a imitar en mayor grado la conducta agresiva de un adulto si este era de su mismo s*x*, lo cual parece indicar que la asunción de roles masculinos o femeninos desempeña un papel significativo. En efecto, estudios con homicidas varones, realizados por los psicólogos Daly y Wilson, revelan que los roles masculinos aprendidos cumplen un importante papel en individuos de tendencias violentas.

Que las conductas agresivas pueden ser aprendidas y son espontáneas en situaciones de frustración es hoy la idea más extendida. En general, la noción de que la agresividad humana siempre tiene una base instintiva no goza de demasiado crédito. Eso no implica que se niegue la existencia de un componente biológico en la agresividad, desde luego. Además, se han observado correlaciones entre determinados marcadores genéticos y un aumento de la agresividad. En los simios, diversos estudios han mostrado una relación bastante estrecha entre andrógenos y agresividad, aunque todavía hay factores que no se comprenden del todo. Algunos experimentos han dejado atónitos a los investigadores; por ejemplo, en algunas especies de simios, los jóvenes machos muestran preferencia por los juguetes infantiles «masculinos» —entre ellos, armas— fabricados para varones humanos, mientras que los juguetes «femeninos» llaman menos su atención. Este resultado se ha producido cada vez que se ha replicado el experimento y lo único que no está todavía claro es si las hembras prefieren los juguetes para niñas o no hacen distinciones (aquí si se han producido resultados diversos).

Todavía no existe una explicación para este fenómeno, aunque se intuye que la propia configuración física de los juguetes (forma, color, etc.) podría estar provocando respuestas diferentes en el cerebro masculino y en el femenino. Quizá las armas de juguete, como las de verdad, imitan patrones estéticos que agradan a los varones más allá del hecho de que sean armas. Los jóvenes simios macho, por ejemplo, se sienten más atraídos por las armas de juguete que las hembras, pero sucede lo mismo con los cochecitos o los camiones. Así pues, incluso en ausencia de condicionamiento social, la preferencia masculina por las armas de juguete quizá no es producto exclusivo de los roles aprendidos por los humanos, ya que pequeños humanos y pequeños simios eligen sus juguetes de forma parecida. No necesariamente debería estar relacionada con la mayor agresividad del s*x* masculino, sino con factores más bien perceptivos.

Que la especie humana no sea muy violenta tiene sentido incluso desde una perspectiva evolutiva. Una vida humana es muy costosa de producir. Tras nueve meses de delicada gestación nace casi siempre un único individuo; los partos dobles o múltiples son infrecuentes. Además, los niños humanos tienen un periodo muy largo de maduración física, y aunque aprenden con pasmosa rapidez, su físico es muy débil durante mucho tiempo y necesitan unos cuantos años de estrechos cuidados antes de poder aspirar a sobrevivir por sí mismos. Si los humanos hubiésemos peleado constantemente entre nosotros desde que aparecimos sobre el planeta, a estas alturas ya nos hubiésemos extinguido, porque nos reproducimos con relativa lentitud y solamente en los últimos dos siglos se han reducido tasas de mortalidad infantil y juvenil. También sabemos que nuestra especie ha basado buena parte de su éxito evolutivo en la cooperación. Los humanos no tenemos fauces poderosas ni garras demasiado fuertes, así que cazar o defenderse en grupo produce mejores resultados que hacerlo solo, y desde luego mucho mejor resultado que matarnos unos a otros por el último pedazo de bisonte.

Cosa distinta son las guerras que aparecieron con las civilizaciones. Guerras sostenidas en el tiempo, que requieren de un ejército armado y pertrechado, de un enorme uso de recursos y, sobre todo, de una autoridad centralizada que permita coordinar la acción. Estas guerras ya no se pueden ligar con tanta facilidad a nuestra agresividad innata. Por supuesto, siempre ha habido individuos (psicópatas, sociópatas, fanáticos, etc.) que han disfrutado participando en las guerras, pero la mayoría de las personas las consideran un horror. Incluyendo a los propios soldados, que rara vez en la historia han ido a batallar por gusto; de lo contrario, los ejércitos nunca hubiesen necesitado de sistemas como la conscripción, la contratación o el reparto de botines para completar sus filas.

Las guerras son instrumentos para hacer política. Bajo distintos pretextos ideológicos, religiosos o identitarios, se despliegan aparatos bélicos que solamente pueden organizarse de arriba abajo, desde posiciones de poder. Si las guerras fuesen el resultado de la agresividad humana espontánea, como los disturbios, los participantes serían muchos menos en número, y, pasado el impulso violento inicial, en ausencia de un aparato autoritario que les obligase a permanecer en la lucha, volverían a sus casas por cansancio, para estar con sus familias o sencillamente para no seguir arriesgándose a morir o resultar heridos.

En ausencia de un salario o la necesidad de evitar un castigo por deserción, nadie tendría motivos razonables para seguir participando en una «guerra espontánea». La mayoría de las personas, sin duda, actuarían de acuerdo a la vieja sentencia de Erasmo: «La paz menos ventajosa es preferible a la guerra más justa». Los estudios del general Marshall sobre la escasa participación de los reclutas en la acción bélica, aunque muy discutidos en su país, fueron más o menos confirmados por estudios similares realizados entre veteranos de guerra de otras naciones. Dicho de otro modo: la mayor parte de los soldados rechazaban participar en el combate salvo que no tuviesen otro remedio.

Hoy podemos ver el caso de Siria: una minoría combate, mientras la mayoría de la población sufre pasivamente o intenta huir. Los estudios subrayan la escasa tendencia de los humanos a agredir, excepto cuando una autoridad lo ordena o les permite despojarse de su propia responsabilidad (recuerden los famosos experimentos de Milgram, aquellos en que algunos sujetos creían provocar terribles descargas eléctricas a otros, pero lo hacían convencidos por la autoridad de los experimentadores, quienes les aseguraban que no habría graves consecuencias).

Los estudios antropológicos y arqueológicos muestran que la guerra es casi inexistente en sociedades pequeñas de nómadas, cazadores y recolectores, etc. Durante más del 99 % de su tiempo de existencia, el ser humano ha vivido en grupos pequeños donde la guerra era desconocida. Hoy, en las pocas sociedades de esas características que perviven, se observa la misma actitud. La cooperación, al contrario, sí se produce con facilidad en todas las sociedades humanas conocidas y para ella los humanos mostramos muchas más aptitudes innatas que para la lucha. Pero incluso en las complejas sociedades modernas la guerra es un suceso cada vez más raro. Muchos países actuales llevan mucho tiempo sin participar en una guerra; algunos no han iniciado conflictos bélicos en siglos (Suiza, Islandia, etc.) y otros han participado cuando han sido arrastrados por sus vecinos (Irán). Una guerra es una decisión política, no una consecuencia inevitable del curso de los acontecimientos.

En el estudio de la génesis de guerras pasadas y actuales, siempre emergen uno o varios momentos críticos en los que hubo una oportunidad para resolver los problemas con menos derramamiento de sangre, o ninguno en absoluto. Cuando esos momentos no son aprovechados, es porque hay intenciones políticas. Los ejércitos no se organizan por sí solos, ni se pertrechan ni actúan de manera espontánea. Sin una autoridad, se disolverían pronto, por incomodidad y, al final, por puro agotamiento. Los soldados, para serlo, han tenido que atravesar un entrenamiento, sometiéndose a una dura disciplina, y esto fue así desde que existe registro escrito de actividades militares.

Los seres humanos no son soldados por naturaleza y han de ser adiestrados para serlo. Las guerras, pues, no «emergen» de la condición humana. No surgen desde abajo. Son los líderes quienes las promueven y quienes podrían evitarlas. La supuesta inevitabilidad de las guerras es un mito, un artefacto ideológico que se desmorona cuanto más se observa y se desmenuza mediante una batería combinada de materias, desde historia y antropología hasta biología y psicología. ¿La paz mundial es difícil? Desde luego. Pero no es imposible. Ha habido progreso, y no hay motivo para que ese progreso se detenga donde estamos hoy.

https://www.jotdown.es/2019/06/las-guerras-no-son-inevitables/
 
75 ANIVERSARIO
Alemania pide perdón por la destrucción de Varsovia y Polonia le exige reparaciones económicas
  • CARMEN VALERO
    Berlín
Jueves, 1 agosto 2019 - 17:50
El parlamento exige 41.000 millones de euros por la destrucción de un 90% de la capital y la muerte de 200.000 personas tras el levantamiento armado de la resistencia.

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El ministro polaco de Asuntos Exteriores Jacek Czaputowicz y su homólogo alemán Heiko Maas colocan velas en el memorial por los muertos de la insurrección de Varsovia. JANEK SKARZYNSKI AFP
Alemania ha reconocido este jueves a través de su ministro de Asuntos Exteriores, Heiko Maas, su "responsabilidad moral" y "profunda vergüenza" por las atrocidades cometidas por los nazis en Polonia, una petición de perdón que han rechazado las autoridades polacas por no incluir el derecho a la reparación financiera.

La Historia pesa como una lápida en las relaciones germano-polacas y la celebración este jueves en Varsovia del 75 aniversario del levantamiento de la ciudad contra la invasión nazi no ha servido para cerrar heridas. Maas viajó a Varsovia dispuesto a tender la mano y repetir el gesto que hizo en 2004 el ex canciller Gehard Schöder, pero más allá de una bienvenida en clave diplomática sólo reavivó una vieja polémica. "He venido para honrar a los muertos, a sus familiares y a heridos porque quiero pedir perdón al pueblo polaco por las atrocidades que cometieron aquí los alemanes y en nombre de Alemania", afirmó Maas. El ministro alabó la valentía de la resistencia en Varsovia, un movimiento que quedó empañado por la brutalidad de los hechos que ocurrieron después. Pero no obvió lo que el Gobierno polaco quería oír.

La respuesta de su homólogo polaco, Jacek Czputowicz fue inmediata. "Han sido los polacos, con su esfuerzo y trabajo, los que han reconstruido la ciudad y esto es un hecho que ilustra un problema, tan profundo que para nosotros los polacos es imposible aceptar que la cuestión de las reparaciones por la Segunda Guerra Mundial está cerrado". Para Czputowiz el "mea culpa" de Alemania "no satisface la sensación de injusticia que reina en el pueblo polaco".

La demanda de reparaciones de guerra por parte de Polonia y la negativa de Alemania a negociar compensaciones ha sido un foco de tensión constante en las de por si complejas relaciones entre los dos países. Ya en 2004, el entonces alcalde de Varsovia y futuro presidente de Polonia, Lech Kaczynski, pidió al país vecino indemnizaciones por valor de 41.000 millones de euros.

Alemania se ha negado a entrar en esa discusión, pero el Gobierno polaco mantiene la presión. El pasado año, la cámara baja del parlamento polaco, dominado por Partido Ley y Justicia (PiS) de Jaroslaw Kczynski -hermano gemelo de Lech, fallecido en accidente aéreo- dio luz verde a la creación de una comisión parlamentaria que pondrá una cifra sobre la mesa. "La evaluación parlamentaria pasará a formar parte de las futuras conversaciones bilaterales con Alemania", reiteró Czputowicz, doblemente agravado por la fuerte oposición en Berlín a la construcción de un memorial a los polacos víctimas del nazismo. Para los críticos a esa iniciativa añadir un nuevo monumento a los ya existentes -gitanos sini y roma, homosexuales, judíos y víctimas del Holocausto en general- sería nacionalizar el recuerdo. "Honrar a las víctimas del nazismo por nacionalidades es problemático", sostiene el diputado socialdemócrata Markus Meckel. "Si hay un memorial para los polacos, también debería haberlo para ucranianos y bielorrusos", afirma.

La resistencia armada a la ocupación nazi comenzó en Varsovia 1 de agosto de 1944. Fue una lucha sangrienta y desigual. La ayuda lanzada desde el aire por los Aliados no alcanzó los objetivos y las fuerzas soviéticas, pese a su cercanía, se negaron a apoyarles por la presunta conexión de éstos con el Gobierno anti-comunista en el exilio. Aún así, los miembros de la residencia lograron mantener la ciudad durante 63 días, antes de capitular el 2 de octubre de 1944. Poco después, Adolf Hilter dio personalmente la orden de arrasar la ciudad. Casi el 90% de los edificios históricos fueron demolidos, incluido el palacio real.

Varsovia contaba previo a la llegada de las huestes nazis con una población estimada de un millón de personas. Al terminar la guerra, sólo habitaban entre las ruinas de una ciudad devastada, varios miles. Cerca de 200.000 personas, en su mayoría civiles, fueron asesinados o ejecutados por su pertenencia a ese movimiento. Cientos de miles fueron deportados a campos de exterminio. En total, la Segunda Guerra Mundial se cobró la vida de casi seis millones de polacos.

https://www.elmundo.es/internacional/2019/08/01/5d43049821efa0ac648b4655.html
 
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