Historia. La Guerra Alemana.

Wittmann: la «bestia» nazi que aplastó a un inmenso ejército de tanques con un Tiger I
El 13 de junio de 1944, Michael Wittmann acabó a lomos de su «Tiger» con 21 carros de combate británicos durante el Desembarco de Normandía

Manuel P. Villatoro@ABC_Historia
Actualizado:14/03/2019 01:55h
2Las niñas de la Resistencia que asesinaban nazis tras prometerles s*x*

Decía el general Patton (considerado por muchos como un petulante) que en la guerra no son válidos los héroes que mueren por su país, sino los soldados que hacen que «otros cabronazos» fallezcan por el suyo. Si interpretamos esta frase al pie de la letra, el capitán Michael Wittmann -uno de los tanquistas más condecorados del régimen nazi- sería el perfecto prototipo de militar, pues destruyó durante el Desembarco de Normandía la friolera de 21 carros de combate británicos y otros tantos vehículos de transporte a lomos de su «Panzerkampfwagen VI Tiger». La humillación fue de dimensiones gigantescas, pues el oficial perpetró esta acción en apenas 15 minutos, sin la ayuda de sus compañeros y a sabiendas de que se encontraba solo frente a cientos de enemigos.

La historia de Wittmann nos habla de valentía, de heroicidad y de maestría al volante. No es para menos, pues es el tercer «as» nazi de los carros de combate que más bajas causó durante la Segunda Guerra Mundial al acabar con 141 tanques enemigos, 132 cañones anticarro y otros tantos vehículos de transporte y reconocimiento. Sin embargo, su pasado está unido también de forma irremediable al horrendo Tercer Reich.

Es precisamente por eso por lo que su tumba (ubicada en el cementerio germano de La Cambe, cerca de las playas de Normandía) ha sido desde siempre un lugar recurrente de reunión para los neonazis, quienes son capaces de viajar miles de kilómetros hasta la zona para levantar la mano derecha en su honor. A su vez, es muy probable que llevar la esvástica en su uniforme también haya provocado que, la semana pasada, un grupo de desalmados robasen la placa de su sepulcro. Un crimen que las autoridades locales siguen investigando sin éxito.

Primera Guerra Mundial este pequeño germano, hijo de un granjero local, comenzó a aprender el negocio familiar para labrarse un futuro prometedor. Sin embargo, lo cierto es que su periplo por el mundo de la agricultura duró poco.

De hecho, no tardó en cambiar el campo por las organizaciones juveniles que, mediante disciplina y cierta jerarquía militar, se estaban ganando un hueco en la sociedad de entonces. «A los 19 años se unió al Servicio Voluntario del Trabajo (“Freiwillige Arbeitsdienst”, FAD), que más tarde se convertía en el Servicio de Trabajo del Reich (“Reich Arbeitsdienst”, RAD). Estas organizaciones ponían un especial énfasis en el trabajo en equipo, dotes que le serían de gran ayuda en un futuro no muy lejano al mando de un carro de combate» explica, en declaraciones a ABC, el historiador Javier Ormeño Chicano, autor de «Michal Wittmann y Villers-Bocage, 1944»(editado por «Almena»).

Tras ver un Panzer 1, Wittmann supo que quería ser un carrista
Tras apenas medio año en estos grupos, un jovencísimo Wittmann puso sus habilidades al servicio de la «Wehrmacht» (las fuerzas armadas germanas) el 30 de octubre de 1934. Por aquel entonces, con Adolf Hitler al frente de Alemania, este germano firmó un compromiso de dos años con el nuevo ejército que se estaba formando a espaldas de Europa. Su destino: un regimiento de infantería ubicado al sur del país.

«Fue asignado a la “10 Kompanie” del “19 Regimient Infanterie” cerca de Munich. Durante unas maniobras Wittmann vio por primera vez un carro de combate, un pequeño Panzer I (PzKpfw I) con el que quedó profundamente impresionado», añade el experto. Lo cierto es que aquel tanque no era más que una cafetera de poco más de cuatro metros de largo con un armamento precario, pero ya encandiló a nuestro protagonista, quien supo que, tarde o temprano, llegaría a convertirse en carrista.

En el ejército llegó a ascender a cabo, rango que mantuvo hasta que se licenció en septiembre de 1936. Posteriormente dirigió sus pasos hacia el mundo civil algo que, nuevamente, no duró demasiado. Y es que, la mentalidad castrense le atraía demasiado como para abandonarla. Así pues, y en vista del interés que le generaban las «Allgemeine SS» (la rama política de este grupo militarizado) se unió a ellas con el objetivo de entrar en alguna unidad de combate.

«Tras ser asignado al “Sturm 1/92”, quiso pasar las pruebas de las SS. Las pruebas físicas y médicas para unirse a las SS eran durísimas pero, tras superarlas el 1 de abril de 1937, fue admitido y pudo unirse a las “SS-Verfugungstruppe” (SS–VT) como recluta de la “17 Kompanie” de la “Leibstandarte SS Adolf Hitler” (LSSAH). Esta fue una de las mejores unidades de combate de la Segunda Guerra Mundial», añade Ormeño Chicano.

Tras unirse a las SS, cumplió su sueño cuando le formaron como conductor del «Panzerspähwagen Sd.Kfz 222» (un vehículo blindado de reconocimiento de cuatro ruedas que se caracterizaba por su velocidad y por ir armado con una ametralladora pesada). Posteriormente recibió el mismo «título», aunque para el «Panzerspähwagen Sd.Kfz 232». Este era un vehículo algo más pesado (pues contaba con placas antibalas de hasta 15 milímetros, algo considerable para no ser un carro de combate), tenía más envergadura que su hermano mayor y disponía de ocho ruedas y un cañón de 20 milímetros en su torreta.

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Wittmann recibió desde el principio clases para pilotar vehículos blindados
Según parece, Wittmann era muy bien considerado entre las tripulaciones de la época, por lo que parecía claro que –más temprano que tarde- sería destinado a una unidad acorazada. Con todo, todavía tendría que esperar un poco para cambiar el volante de estos automóviles por el de un tanque.

«El 9 de noviembre participó en la ceremonia de juramento en el “Feldherrnhalle” dónde fue ascendido a “SS-Sturmmann” [cabo segundo]. Junto a su unidad participó en el “Auchlus” Anexión de Austria) y más tarde en la de los Sudetes. Gracias a sus dotes en el mando fue ascendido a “SS-Unterscharführer” [sargento segundo] el 20 de abril de 1939», explica el autor de «Michal Wittmann y Villers-Bocage, 1944» en declaraciones a ABC.

Con todo, durante este tiempo no participó en ningún combate. De hecho, para enfrentarse al enemigo por primera vez tuvo que esperar hasta que Adolf Hitler se pasó los tratados internacionales por la bragueta del pantalón y, sin declaración previa, invadió Polonia el 1 de Septiembre de 1939. En ese momento, mientras el mundo vivía el principio de la una de las contiendas más sangrientas de la historia, nuestro protagonista pudo hacer su primera muesca en su fusil.

«Durante la campaña tuvo su primera experiencia de combate. Posteriormente fue trasladado como suboficial instructor a la “5 Kompanie” en el batallón de reemplazo de la división. Una vez más sus dotes personales hicieron que sus superiores se fijasen en él y fue destinado a la unidad de reconocimiento del “Sturmgeschütz Abteilung” el 25 de abril de 1940. Esta unidad estaba equipada con los nuevos cañones de asalto StuG III. Era un concepto nuevo de armamento y nadie tenía experiencia en un vehículo similar para que pudiera enseñarle, pero su comandante decidió darle la oportunidad de escoger a tres compañeros para que formasen su tripulación. A lomos de su StuG III Ausf A prestó servicio en la campaña de Grecia», añade Ormeño Chicano.

Al fin había conseguido un mando a bordo de un carro medio. En este caso, un StuG, perteneciente a la familia de la «artillería autopropulsada» (un tipo de vehículo con un cañón de gran calibre, sin torreta e ideado para acabar con los tanques enemigos desde la lejanía).

Primera gran batalla
Tras hacerse un nombre en Polonia, Wittmann fue uno de los combatientes seleccionados para participar en la «Operación Barbarroja», el gigantesco asedio de la Unión Soviética por parte del ejército nazi. El 11 de junio el oficial fue trasladado hacia el este y, el 22 de ese mismo mes, su brazo ataviado con la esvástica se encontraba inmerso en el ataque contra el ejército rojo (el cual, por cierto, se llevó a cabo a pesar de que Hitler y Stalin habían firmado un pacto de no agresión tras la conquista del territorio polaco).

Los primeros días de combate, la «Luftwaffe» bombardeó de forma incesante las líneas de defensa rusas hasta acabar con la mayoría de ellas. Tras los explosivos, llegó la hora de la infantería y de los carros blindados, los cuales iniciaron el avance -como ya habían hecho anteriormente- mediante la táctica de «Blitzkrieg» (el asalto rápido de las posiciones más débiles del contrario mediante infantería motorizada y tanques).

El 11 de junio, Wittmann formó parte del asedio sobre la U.R.S.S.
Un mes después, sobre el territorio soviético y ya como comandante de carro, Wittmann se enfrentó de forma heroica a los temibles T-34/76 soviéticos, un tipo de carro de combate revolucionario que causó más de un quebradero de cabeza a los alemanes debido a su blindaje inclinado y a su potente cañón de 76 milímetros. Sin duda, un ingenio acorazado con patente de Stalin.

«El 12 de julio de 1941, Wittmann se dirigió hacia la Cota 65.5. Le habían ordenado posicionarse en la mencionada colina y allí encaminó su cañón de asalto. Tras casi quedar hundidos en una fosa que pasó inadvertida para Koldenhöff, el conductor, el vehículo alcanzó finalmente su posición. Tan sólo unos instantes después el artillero de Wittmann, el “SS-Rottenführer” Klinck, localizó a un grupo de carros de combate enemigos que se aproximaban a gran velocidad a su posición. Wittmann puso en marcha su vehículo posicionándose en otro lugar más favorable para la acción. Desde allí pudo contar hasta 18 carros de combate enemigos T-34/76 desplegados en dos grupos de batalla, uno de 12, y el otro con los otros 6 vehículos restantes», explica el historiador a ABC.

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StuG, una artillería autopropulsada sumamente efectiva
Casi una veintena de T-34/76 contra un único StuG III alemán. Era una misión a priori imposible para cualquier carrista pero, al parecer, no para Wittmann, que decidió aprovechar que los enemigos no se habían percatado de su presencia e inició los preparativos para plantar cara a los soviéticos. Eso sí, prefirió tomarla específicamente con el segundo grupo, el de 6 enemigos, y olvidarse del segundo, mucho más poderoso.

Y es que, entre valiente y loco hay una línea muy fina que no quería sobrepasar más de lo deseable. Así pues, y a sabiendas de que los rusos no habían pulido aún su técnica a la hora de combatir en grandes divisiones blindadas (según Otto Carius, otro de los grandes «ases» de los blindados nazis, no sabían coordinarse debido a que no contaban con radios en sus tanques y sus comandantes de vehículos eran sumamente «cobardes») ordenó a su conductor esconderse en la parte izquierda de la colina. Se enfrentaría a ellos.

«Entre el rugido de los motores del T-34/76 se pudo oír la detonación del cañón de 75 mm del StuG y, al instante, uno de los carros soviéticos estalló en una bola de fuego. Wittmann impartía órdenes precisas a Koldenhöff para mover el StuG a fin de que Klinck obtuviese los mejores ángulos de ataque, ya que el StuG III carecía de torreta y se debía encarar el vehículo hacia su objetivo para poder disparar. La coordinación de la tripulación fue perfecta», añade Ormeño Chicano.

Después de que Petersen, el cargador, metiera un nuevo cartucho en el potente cañón del StuG III, el carro volvió a estremecerse con el siguiente disparo, el cual hizo explotar otro blindado soviético. «Uno de los proyectiles casi alcanzó al vehículo de Wittmann, pero erró el tiro por poco estallando detrás del StuG III (al no tener torreta su altura era menor y ofrecía un blanco menor al enemigo)», añade el historiador.

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Tanque medio T-34 destruído
Con dos bajas a sus espaldas y la columna soviética alerta (dos barbacoas protagonizadas por sus carros de combate les hicieron percatarse de que había enemigos en la zona), Wittmann fue prudente y se retiró hasta un bosque cercano para pensar su siguiente movimiento y no exponerse a los zurriagazos de los rojos.

La tranquilidad fue poca, pues un nuevo enemigo le ganó terreno y se propuso entrar junto a él al abrigo de los árboles. «Un tercer T-34 se batió con el StuG de Wittmann. Ambos abrieron fuego simultáneamente. Sin embargo, el proyectil disparado por el artillero Klinck fue más preciso y alcanzó al vehículo soviético. En la explosión su torreta salió disparada por los aires cayendo unos metros más allá», completa el experto.

Para suerte del germano, los tres siguientes disparos enviados por los soviéticos fallaron. La desgracia rusa fue que Wittmann y su tripulación no fueron tan benevolentes y dieron cuenta de otro carro de combate de un disparo certero. Sin duda, algo digno de un largometraje. Lo más curioso fue que, según parece, los rusos no enviaron más tanques para detener al alemán, pues debieron pensar que dos contra uno era un número lo suficientemente imponente como para salir victoriosos. Por el contrario, el resto de la columna se quedó esperando. A esta, se añadió además otro vehículo de refuerzo. Ya solo quedaban tres.

Su actuación frente a los T-34 le hizo ganar la Cruz de Hierro
«Sobre la colina había otros tres T-34, parados, pero con el motor en marcha. La presencia del StuG pasó desapercibida y Koldenhöff maniobró hábilmente para situarse a tan solo 500 metros del último de ellos. A la orden de Wittmann, Klinck apretó el gatillo y un proyectil de 75 milímetros perforante alcanzó a uno de los vehículos rusos destruyéndolo al instante en una bola de fuego. Los otros dos carros giraron a la par sus torretas para adquirir como blanco al atacante mientras que Koldenhöff maniobraba para cubrirse», destaca el historiador.

Con solo dos enemigos en su contra, el alemán se dispuso a obtener su tan deseada victoria. «Un nuevo disparo del StuG y otro T-34 terminó en llamas vomitando humo negro por todas sus escotillas. Otro proyectil en la recámara y el T-34 tocado terminó por explotar al recibir un nuevo impacto directo. Ante ese panorama, el tercer T-34 decidió que había sido suficiente y huyó para evitar correr la misma suerte que sus compañeros», añade Ormeño Chicano. Esta imponente victoria permitió al alemán conseguir la Cruz de Hierro de Segunda Clase por su gran valentía en combate, una de las más altas condecoraciones de la época para los nazis.

Un Tigre para un león
Demostrada su valía como comandante, Wittmann combatió con su StuG en Rusia hasta junio de 1942. Un año en el que causó decenas de bajas en el ejército soviético. No obstante, su dominio de los mandos de los carros de combate era tan apabullante que, ese mismo mes, fue aceptado como cadete en la escuela de oficiales de Baviera.

Tras pasar ese curso, en 1943 fue trasladado de nuevo al frente del Este, aunque en este caso fue asignado a una unidad de Panzer III Ausf L/M (un carro de combate medio cuyo armamento variaba dependiendo de la versión) dedicada a proteger la retaguardia de carros de tanques más pesados. Fue el 5 de julio (dos veranos después de acabar con un pelotón de T-34) cuando fue puesto a las órdenes de un poderoso «Panzerkampfwagen VI Tiger». Para muchos, el mejor blindado de la Segunda Guerra Mundial.

No era para menos, pues su pesado blindaje (de hasta 120 milímetros) y su efectivo cañón de 88 milímetros hicieron de él una verdadera pesadilla para sus enemigos. De hecho, ver una de estas moles en contienda causaba pavor entre los aliados, quienes sabían que deberían sudar sangre para mandarle al otro barrio. Y todo ello, perdiendo una ingente cantidad de tropas.

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Wittmann, sobre su carro de combate
Su efectividad impresionaba incluso a veteranos comandantes de carro como Otto Carius quien, en sus memorias escritas en 1950, se deshizo en elogios hacia este vehículo. «No existe nada parecido a un seguro de vida en un carro de combate. Sencillamente no puede haberlo. No obstante, nuestro Tiger fue el mejor carro de cuántos yo conocí en la guerra. Es probable que aún no haya sido superado, peso a los avances realizados hasta el momento. […] La fortaleza de un carro reside en su blindaje, en su movilidad y en su armamento. Se deben combinar los tres factores para conseguir el máximo rendimiento. Este ideal se hacía realidad en nuestro Tiger».

Como comandante de Tiger, Wittmann participó en la batalla de Kursk, en la que se enfrentaron más de 6.000 carros de combate. Durante esta contienda, el comandante y su tripulación dieron cuenta de 30 tanques soviéticos de todo tipo y 28 cañones anticarro –armas de gran calibre que, dotadas por infantería, estaban diseñadas para acabar con los blindados enemigos-. Curiosamente, y a pesar de lo que opinaban el resto de las unidades, para los carristas era todo un orgullo aniquilar una de estas piezas de artillería.

Así lo corrobora, de nuevo, Carius en sus memorias: «La destrucción de un cañón contracarro era aceptada como normal por los legos y los soldados de otras ramas. Para ellos solo la destrucción de otros carros contaba como victoria. Pero un cañón contracarro tenía un valor añadido para un carrista experimentado. Para nosotros, estos eran mucho más peligrosos que los blindados enemigos. Un cañón contracarro esperaba en emboscada, bien camuflado y perfectamente integrado en el terreno, por eso era muy difícil identificarlos y más aún acertarles con nuestros disparos, debido a su poca altura. Normalmente no nos dábamos cuenta de la presencia de los cañones contracarro hasta que ellos hacían el primer disparo. Ocurría a menudo que solían alcanzarnos si los soldados a su cargo eran expertos».

La Cruz de un Caballero
Tras combatir en aquella lata de sardinas en nombre de Adolf Hitler, el oficial germano fue enviado a Italia y, posteriormente, al frente ruso de nuevo. Todo ello, antes de que fuera propuesto para recibir la codiciada Cruz de Caballero, condecoración que apenas se entregó a 7.000 combatientes durante la Segunda Guerra Mundial (a pesar de que más de 10 millones de alemanes lucharon en ella). «Wittmann, junto a su unidad, regresó al Frente Oriental justo a tiempo para intentar oponerse a la ofensiva soviética contra Kiev. Durante los combates desarrollados en el área, Wittmann logró su victoria número 60», añade Ormeño Chicano en declaraciones a ABC.

Finalmente, ese mismo mes recibió la condecoración gracias a la siguiente recomendación realizada por el comandante de división Theodor Wisch: «El SS-Untersturmführer Wittmann, comandante del 13r Pelotón del SS/Pz.Rgt.1 LSSAH, ha destruido 56 tanques durante el periodo de julio de 1943 hasta el 7/1/1944, incluyendo varios KVI, KVII, General Sherman y siendo el resto T-34. Durante una penetración cerca de Sherepki por una brigada de tanques rusos el 8/1/1944, él y su pelotón tuvieron éxito al parar el ataque y él mismo dejó noqueados 3 T34 y 1 cañón de asalto. Sobre el 9/1/1944 destruyó otros 6 T34 durante una penetración por tanques soviéticos y levantó su total de victorias a 66. Demostró una vez más un excepcional valor, enfrentándose y destruyendo el ataque acorazado ruso».

Camino a Normandía
Sin embargo, en 1944 Wittmann se vio inmerso en una guerra que no pintaba nada bien para el ejército nazi. Para empezar, el frente del este (en el que este oficial había hecho trizas a decenas de carros rusos) fue abandonado por los alemanes ante el empuje de los hombres de Stalin. La situación no era mejor en Europa oriental, zona a la que estaba claro que los aliados querían acceder mediante un desembarco masivo.

Así lo atestiguaba el gigantesco movimiento de tropas inglesas, americanas y canadienses que se había producido hacia el sur de Gran Bretaña y al que Hitler no era ajeno. Derrotados en la estepa soviética, a los nazis ya solo les quedaba reforzar las defensas de las playas de todo el norte de Francia para evitar que sus enemigos las tomasen y, desde allí, liberasen París. Una misión difícil debido a los kilómetros y kilómetros de costa a proteger.

En estas andaban los nazis -rompiéndose la cabeza para adivinar donde sería el desembarco aliado- cuando Wittmann fue enviado junto a su unidad (la «Leibstandarte SS Adolf Hitler», integrada en el 101º Batallón de Carros Pesados) a las proximidades de Normandía en abril. No andaba desencaminado el que decidió dirigir las orugas de estos combatientes hasta esa región, pues el 6 de juniose produjo, finalmente, la macro operación que llevaba meses organizándose: el Día D, el asalto masivo por parte de los aliados a la costa francesa.

Tras el ataque la desesperación se adueñó de los germanos, que movilizaron a todas las unidades de carros de combate cercanas para detener la incursión enemiga. Precisamente en este contexto se ordenó a nuestro protagonista (al mando de una compañía de 6 Tigers) dirigirse hacia Beauvais, un pequeño pueblo ubicado a medio camino entre París y las playas. El calendario marcaba entonces el 7 de junio.

No obstante, cuando los carros de combate comandados por este germano llegaron a la zona, sus enemigos ya habían tomado buena parte de las playas y avanzaban hacia el interior del país con el cuchillo entre los dientes. Desbordado como estaba en todos los frentes, el alto mando nazi decidió enviar a Wittmann y a sus 6 Tigers hasta Villers-Bocage, un pueblo ubicado a 200 kilómetros de Beauvais que cubría el flanco izquierdo de la «División Panzer Lehr» (una de las unidades que trataba de rechazar a los aliados a sangre y fuego).

El alemán recibió la orden de deefnder Villers-Bocage a toda costa
Su misión era, a la vez, sencilla de entender y sumamente complicada de llevar a cabo: debía defender la región para evitar que sus compañeros fueran rodeados y aniquilados. De su buen hacer dependían cientos de vidas. «El jefe de la división, “Sepp” Dietrich -junto a los comandantes de los Tigers- dedujo que Villers-Bocage y la Cota 213 eran unos objetivos potenciales para los aliados, ya que coparían las posiciones de la “Panzer Lehr”, así que Wittmann se dirigió allí», explica el experto a ABC.

Los alemanes estaban en lo cierto, pues a los aliados no se les había pasado por alto que, si tomaban este pueblo, podrían «embolsar» y aniquilar a la «Panzer Lehr». «Ya que la “Panzer Lehr” tenía sus flancos al descubierto, la idea básica de Montgomery era la de avanzar por el pueblo de Villers-Bocage, atacar la ciudad desde el suroeste y, con suerte, embolsar las posiciones de la “Panzer Lehr” para destruirla posteriormente en una operación de limpieza de la bolsa. La Operación “Perch” había sido ideada por el Mariscal de Campo Montgomery y había comenzado con buen pie, salvo un tanque Stuart británico destruido por un solitario anticarro alemán en el pueblo de Livery», añade Ormeño Chicano.

Buscando un hueco en la historia
Con toda aquella responsabilidad sobre los hombres, Wittmann se dirigió con sus 6 Tigers hacia Villers-Bocage. Disponía de un grupo de los mejores carros alemanes de la Segunda Guerra Mundial. Eran duros como fortalezas, sí, pero contaba con un número irrisorio para detener a todos los enemigos que llegaban desde las playas de Normandía.

La tarea sería difícil de cumplir, aunque nunca dudó: debía llevarla a cabo como buen soldado. Tras horas de viaje, la compañía llegó a las afueras del pueblo entre la noche del 12 de junio de 1944 y la mañana del día siguiente. Sus tripulaciones estaban extenuadas, pero no les quedaba otro remedio. Eran el último escollo en el camino de los aliados y la última defensa existente para proteger el flanco de la «Panzer Lehr».

«Wittman se ofreció a realizar un reconocimiento con su Tiger y, a las 06:00 a.m., puso en marcha su carro de combate. Bajo la cobertura de los árboles Wittmann estableció su puesto de mando a tan sólo 150 metros de la Cota 213, dónde quedó a la espera bajo la sombra y protección de un árbol. Al poco de estar en su puesto de observación, un “Unteroffizier” [cabo] de la “Wehrmacht” alcanzó su posición sujetándose el casco con una de sus manos y jadeando por la carrera», destaca el experto.

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Sherman «Firefly» británico
El nazi informó a Wittmann de la presencia de un número indeterminado de carros de combate enemigos en las inmediaciones, y en una cantidad gigantesca. «Muy probablemente pertenecían a los “jerrys”, apodo por el que los alemanes hacían referencia a las tropas británicas. Desde su posición pudo observar lo que parecía una larga columna de vehículos blindados enemigos a lo largo de la carretera de Villers-Bocage y en dirección a la Cota 213», explica el historiador.

La situación no era sencilla. Y es que, hacia la posición de la escasa compañía de Wittmann se dirigía una fuerza considerable formada por dos grupos del 4º Regimiento británico «City of London Yeomanry» (perteneciente a la 7ª División Acorazada). El primer escuadrón se había posicionado al este de Villers-Bocage y estaba formado por un número indeterminado de carros de combate Cromwell y M4A4 Sherman «Firefly» (ambos, tanques medios con un cañón que difícilmente podía dañar a los Tiger).

Tras estos tanques se destacaba, además, la 1ª Brigada de Fusileros norteamericana, la cual contaba con varios vehículos de transporte M3 y tres blindados ligeros de exploración M5A1 Stuart. «También había elementos acorazados pertenecientes al “5th Royal Tank Regiment”. Mientras, en la calle principal de la ciudad quedaron los vehículos del Cuartel General del Regimiento, con sus vehículos aparcados y algunos de ellos aún con los motores encendidos a la espera de reemprender la marcha. Al oeste, finalmente, se ubicó el segundo escuadrón», añade el experto. En total, más de 200 vehículos y cientos de soldados.

Una batalla épica
En principio, Wittmann pensó en solicitar refuerzos a sus superiores, pero rápidamente desechó la idea, pues si usaba la radio, sería descubierto por los británicos y perdería el factor sorpresa. Sabedor además de que no podría defenderse de tal avalancha de enemigos si eran ellos los que atacaban, decidió hacer honor a sus medallas y asaltar al enemigo.

«Las fuerzas alemanas en la zona se reducían a un puñado de soldados de infantería y 6 Tigers, aunque uno estaba averiado por los daños recibidos (Tiger 233) y otro sería utilizado como enlace (Tiger 211). Wittmann bajó de su Tiger y, acompañado por el “Unteroffizier” que le alertó de la presencia enemiga, se acercó más para inspeccionar. Tras ello avisó al Tiger 234 para que se mantuviera a la espera. Wittmann subió a la torre del Tiger y, colocándose los cascos de comunicación interna, comenzó a impartir órdenes para un ataque sobre la ciudad», añade el experto español.

Así pues, corrían aproximadamente las ocho de la mañana cuando, con la brisa mañanera rozando la cara de Wittmann, este explicó su plan a Kurt Sowa, Herbert Stief, Georg Hantusch y Jürgen Brandt –los comandantes del resto de carros-. Sus órdenes, según les dijo, eran llegar hasta la Cota 213 (ubicada a un kilómetro y medio del pueblo) y evitar que fuese tomada por las tropas británicas.

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Tanque Tiger, en Túnez
Curiosamente, se reservó lo más difícil para él. Y es que, decidió que se lanzaría con su carro de combate sobre los enemigos para aprovechar el factor sorpresa y crear el desconcierto. El momento, según dijo, era idóneo, pues muchos británicos habían abandonado sus vehículos momentáneamente para desayunar. No sabemos qué opinaron de este plan los miembros de su tripulación (la cual estaba formada por el conductor Walter Müller, el artillero Bobby Woll, el cargador Günter Boldt y el operador de radio Günther Jonas), pero lo cierto es que todos conocían las capacidades de su jefe y le hubieran seguido a través de un campo de minas con los ojos vendados.

Con todo listo, Wittmann dio la orden de avance y esperó a que su pesado Tiger empezase a coger velocidad. Él, lejos de embutirse en aquel amasijo de hierro, abrió la escotilla y alzó la cabeza para distinguir mejor a sus objetivos, una práctica que solían hacer los alemanes y que los soviéticos despreciaban por ser demasiado peligrosa.

«Wittmann enfiló directamente su Tiger por la carretera hacia los estacionarios vehículos del Escuadrón “A” del “4º “City of London Yeomanry” y abrió fuego sobre ellos. Las sorprendidas tripulaciones, que se encontraban al borde de la carretera disfrutando de una taza de té y un cigarrillo antes de reemprender la marcha, fueron cogidas completamente desprevenidas. A pesar de estar próximos a sus vehículos parecía más que evidente que serían destruidos por el Tiger y que tampoco tendrían, ni de lejos, tiempo para maniobrar y obtener una buena posición de tiro contra el carro germano. Lo único que pudieron hacer fue dispersarse y huir de sus vehículos, muchos de ellos aún con el motor en marcha», señala Ormeño Chicano.

Los británicos no pudieron reaccionar debido a que estaban tomando el té
Tras el susto inicial (ver cómo se acerca una de estas moles de metal no debe ser agradable para nadie) a los británicos les sobrevino el terror cuando el Tiger de Wittmann comenzó a hacer fuego con su cañón de 88 milímetros. Su efectividad era letal y, con los primeros dos disparos, dos carros de combate Cromwell se fueron al infierno.

El siguiente en estallar mediante un proyectil fue un Sherman «Firefly». Y eso solo en los primeros instantes. «En total, 15 vehículos fueron destruidos junto con 2 cañones anticarro de 6 libras. Estos ni siquiera pudieron ser emplazados para hacer frente a su enemigo y terminaron ardieron aún enganchados a sus vehículos de transporte. También corrieron esa misma suerte tres carros ligeros de exploración M5A1 Stuart», añade el historiador a ABC.

En apenas dos minutos, y con solo una breve pasada por parte del Tiger, las bajas se contaban por decenas. No solo de carros de combate, sino también de infantería, vehículos de carga, motocicletas y blindados de transporte. Wittmann no se detuvo en este punto, sino que siguió avanzando hacia la zona donde se hallaba el Estado Mayor del Regimiento (los mandamases, que podríamos decir).

Allí le esperaban 4 carros de combate Sherman, muy veloces y maniobrables, pero poco efectivos contra su gigantesco ingenio nazi. Así pues, cuando llegó hasta esa zona (ubicada dentro del pueblo) solo tuvo que disparar en tres ocasiones y tres de estos vehículos explotaron al instante. Mientras el pánico cundía entre los soldados de Churchill, nuestro protagonista dio orden de rodar a toda máquina sobre Villers-Bocage. Al fin y al cabo, de momento nadie podía detenerle.

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Destrucción causada por Wittmann en Villers-Bocage
«Los restantes Cromwell supervivientes del cuartel regimental del 4º “City of London Yeomanry”, bajo el mando del Capitán Patrick Dryas-quien se había ocultado en una de las calles laterales para evitar ser alcanzado- entraron entonces en acción. Dryas esperó a que el Tiger de Wittmann pasase por delante suya para ir tras él e intentar destruirlo con un disparo por retaguardia. Por su parte, el Escuadrón “B” estaba ya en alerta y comenzó a maniobrar para enfrentarse a la amenaza. Cuando el Tiger pasó de largo de su posición de emboscada, Dyas dio la orden de marchar tras el carro alemán. Pocos metros más adelante, Wittmann se topó frontalmente con un Sherman “Firefly” perteneciente al Escuadrón “B”. El “Firefly” abrió fuego en primer lugar alcanzando al Tiger, pero el proyectil rebotó inofensivamente sobre su blindaje frontal», completa Ormeño Chicano. El nazi le devolvió el golpe.

Todavía sin creerse que aquel disparo no hubiese hecho explotar su carro de combate (los «Firefly» podían dañar a los «Tiger» si se encontraban a menos de 800 metros de ellos) Wittmann ordenó dar media vuelta a la mole de metal. Curiosamente, al hacer esta maniobra destrozó un trozo considerable de pared que cayó sobre el Cromwell que le perseguía, el de Dyas.

Este, por su parte, abrió fuego sobre aquel asesino sobre orugas. No obstante, la bala rebotó en el casco. Lo mismo sucedió con el siguiente disparo. Nuevamente, había quedado demostrado por qué este tanque germano era tan temido por los aliados. Con todo, y sabedor de que la parte trasera del vehículo (sobre la que estaba disparando el británico) era la más débil, el germano ordenó cargar un proyectil a toda prisa para acabar con su contrario. A los pocos segundos, del cañón de 88 salió un fogonazo que hizo saltar por los aires el carro inglés. Milagrosamente, Dyas logró salir vivo de la posterior bola de fuego que se creó.

El ocaso de Villers-Bocage
Con la adrenalina recorriendo su cuerpo, Wittmann estuvo a punto de ordenar avanzar sobre una plaza en la que había ubicados 4 carros de combate enemigos (entre Cromwells y Shermans «Firefly») y un cañón contracarro de seis libras (unos 57 milímetros). Sin embargo, finalmente mantuvo la cabeza fría y ordenó al conductor seguir camino hacia la cota 213.

Allí, sería un buen refuerzo para sus compañeros. «Wittmann alcanzó pronto la Cota 213 y se reunió con sus cuatro Tiger. Con la incorporación de nuevos vehículos, un total de trece carros atacarían ahora la ciudad desde tres de sus lados. En la calle principal, el Tiger de Wittmann fue alcanzado por un cañón anticarro, pero sin consecuencias. Tras un certero disparo con un proyectil rompedor el cañón fue destruido», añade el experto.

No obstante, sus compañeros no tuvieron tanta suerte, pues dos «Tigers» fueron destruidos por el fuego combinado de tanques enemigos y cañones contracarro. Incluso el blindado del héroe nazi de Villers-Bocage recibió un disparo que acabó con sus orugas. Inmovilizada aquella perfecta máquina de combate, Wittmann dio la orden de abandonar el vehículo, coger los subfusiles y pistolas que hubiese a bordo, y correr a todo prisa hacia el campamento germano más cercano.

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Hitler entrega una medalla a Wittmann
El ataque final habría fallado, pero este oficial había cumplido con creces su deber de cara a Adolf Hitler. «Wittmann había logrado destruir un total de 21 carros de combate enemigos y un número sin cuantificar de semirougas y transportes de tropas. Después, a pie, y en territorio enemigo, Wittmann y su tripulación lograron recorrer los quince kilómetros que los separaban de su unidad hasta alcanzar el cuartel de la “Panzer Lehr”, dónde informaron de la situación», destaca el historiador.

El total de bajas conseguido por su unidad no fue menos sorprendente. De hecho, aquel día quedó demostrado lo que podían hacer media docena de Tigers con comandantes veteranos a sus mandos.

«Tanto en los combates en el interior de la ciudad como en sus alrededores se destruyeron unos 30 carros de combate británicos así como un número significativo de otros tipos de vehículos durante la mañana de 13 de junio de 1944. Según las cifras oficiales del diario de guerra inglés se perdieron un total de 20 Cromwells, 4 Sherman "Fireflys", 3 M5A1 Stuarts y 3 M4 Shermans, junto con 16 transportes Bren-Carriers y 14 semiorugas M3, en total 60 vehículos. Todos los detalles y otras acciones de Wittmann se pueden leer en mi trabajo “Michael Wittmann y Villers-Bocage 1944”», completa el autor.

Muerto en combate
Tras regresar con vida del infierno de Villers-Bocage. Wittmann se convirtió en un héroe nacional para Alemania. La oficina de propaganda del régimen (dirigida por Goebbels) procuró que sus éxitos se conociesen en toda Europa con un objetivo doble: infundir el terror en los enemigos del Reich, e inducir a los jóvenes cadetes a cometer heroicidades (o locuras, que dirían otros) en el nombre de Adolf Hitler.

El 25 de junio, el carrista recibió también las Espadas para su Cruz de Hierro (una nueva condecoración) de manos del mismísimo «Führer», quien también le ascendió y le ofreció un trabajo nuevo trabajo como instructor para los nuevos conductores y comandantes de Panzer.

No obstante, el germano ansiaba por encima de todo encontrarse en primera línea de batalla junto a su carro de combate, por lo que rechazó el puesto y, el 6 de julio, fue enviado de nuevo a Normandía. Allí participó en una gran ofensiva nazi que buscaba recuperar la ciudad de Caen (cerca de Villers-Bocage).

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El 8 de agosto de ese mismo año, el «as» de los tanques nazis luchó su última batalla en una campiña cerca de Gaumesnil (al sur de Caen). Y es que, según informó el «SS-Hauptsturmführer» Höflinger -ubicado en un Tiger cercano al de nuestro protagonista- Wittmann fue alcanzado y su blindado, destruido. No hubo supervivientes. A día de hoy, existen multitud de teorías sobre quién acabó con el alemán, pues son decenas las unidades aliadas que se atribuyen su destrucción. Con todo, la más aceptada es que cayó por un disparo de un «Firefly» británico.

Después de que este «as» de los tanques muriese, tanto sus restos como los de su tripulación fueron enterrados cerca de su carro de combate. Eso provocó que, en las semanas posteriores, fuera imposible para las autoridades germanas hallar su cuerpo. Hubo que esperar hasta 1983 para que, durante una obra rutinaria, se encontraran sus cuerpos, los cuales fueron identificados gracias a las piezas dentales. Una vez hallado, el cadáver de Wittmann fue llevado hasta el cementerio alemán de La Cambe, en Nomandía, donde su enterramiento fue decorado con una placa en su honor.

Dos preguntas a Javier Ormeño Chicano
-¿Qué teorías existen sobre la muerte de Wittmann?

Durante muchos años ha existido una fuerte controversia en torno al destino de Michael Wittmann y al de su tripulación, pues muchas de las unidades aliadas que se encontraban en la zona reclamaron como suya la baja de su Tiger. Una de ellas fue la 1º División Acorazada polaca. Algo que es difícil de creer, pues esta unidad se encontraba al este de San Aignan-de-Cramesnil y no cruzó su línea de avance hasta las 13:55 horas, más de una hora después de que Wittmann fuese declarado como desaparecido en su unidad. Otra formación acorazada que se adjudicó su destrucción fue la 4º División Acorazada canadiense, pero su avance principal estuvo centrado en el eje de Rocquancourt.

También se especuló sobre la posibilidad de que el Tiger de Wittmann fuese alcanzado por los cohetes de algún cazabombardero “Typhoom” británico. Esta teoría tampoco tiene peso ya que en el libro de operaciones de la “2º Tactical Air Force” no hay constancia de la destrucción de ningún carro de combate en el aérea aquél día.

-¿Era Wittmann un nazi convencido?

Si repasamos la carrera militar de Wittmann se hace difícil pensar que realmente tuviese una ideología férrea. Viendo su historial y su capacidad de liderazgo no era raro esperar que acabase en una de las mejores unidades de combate de Alemania. Su personalidad y otros rasgos no hacen pensar que fuese un fanático nazi, sino un militar enamorado de los carros de combate que luchó por su país en una etapa de la historia tan apasionante como convulsa.
https://www.abc.es/historia/abci-wi...rcito-tanques-tiger-201903140155_noticia.html
 
Así fue la huida del «hijo adoptivo de Hitler» que se estrelló en la playa de La Concha en 1945
El avión del comandante nazi belga Lèon Degrelle tuvo que realizar un aterrizaje de emergencia el mismo día que se anunciaba el final de la Segunda Guerra Mundial. En San Sebastián corrió el rumor que el «Führer» viajaba en él
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2 La «bestia» nazi que aplastó a un gigantesco ejército alido con un único tanque

«Un minuto después de medianoche ha sido dada la orden de alto el fuego»,titulaba la edición madrileña de ABC el 9 de mayo de 1945. La edición sevillanaanunciaba: «Ha terminado la guerra en Europa». Y en el subtítulo explicaba: «Las fuerzas alemanas de tierra, mar y aire se rindieron al ejército expedicionario Aliado y, simultáneamente, al mando soviético». Así informaba este periódico de la caída de la Alemania nazi en el famoso Día de la Victoria que ponía fin a la Segunda Guerra Mundial (menos en el Pacífico, donde no llegaría hasta agosto con las bombas de Hiroshima y Nagasaki).

El acta de rendición había sido firmada el día 7 por el general de la Wehrmacht Alfred Jodl en el cuartel general de Dwight D. Eisenhower, comandante supremo de las fuerzas aliadas en Europa, en Reims (Francia). Y refrendada el día 8 de mayo por el mariscalWilhelm Keitel ante los representantes de la URSS en Berlín. Mientras se producía la histórica rúbrica, un grupo de vecinos de San Sebastián que caminaba tranquilamente por la playa de La Concha ajeno a la noticia del final de la guerra – ABC informaría al día siguiente– escuchó un gran estruendo en el cielo. Y al levantar la cabeza, vieron a un avión haciendo maniobras arriesgadas hasta precipitarse en la orilla. En la cola, la esvástica nazi, como puede verse en la imagen tomada por el fotógrafo donostiarra Vicente Martín.

«A las seis de la mañana de ayer, un avión caza alemán, marca Heinkel, se ha precipitado en las aguas de la bahía de La Concha, en el balneario, por la parte más cerca de la orilla. En aquellos momentos la marea no alcanzaba su plenitud. El avión siniestrado dio dos vueltas de campana y se hundió en el mar cerca de la orilla», podía leerse el mismo día de las noticias del fin de la guerra en este diario, uno de los pocos que informó sobre aquel suceso en época de censura. Y añadía: «En los primeros momentos se extendió por la ciudad el rumor de que en el avión viajaba nada menos que Hitler, el cual, según los informadores de la calle, no había muerto. Y que, a pesar de mostrarse desfigurado, había sido identificado por las autoridades».

ABC la publicó el día 2 de mayo de 1945, pero durante aquel día 8 toda la ciudad de San Sebastián llegó a creer que realmente estaba vivo y huía desesperadamente tras su derrota. No era así, aunque uno de los pasajeros del Heinkel-111 de la Luftwaffe que se estrelló en La Concha no era precisamente un desconocido: «El avión llegó a nuestra ciudad –continuaba– falto de gasolina, efectuando un aterrizaje forzoso. De él fueron extraídas hasta seis personas con uniformes militares alemanes. Una de ellas ostentaba alta graduación con distintivo de coronel y lucía en su pecho la Cruz de Hierro. Se trata del conocido rexista, jefe del partido belga, Léon Degrelle. Sus acompañantes eran soldados de inferior graduación».

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Retrato de Lèon Degrelle
Degrelle (Bouillon, Bélgica, 1906) fue un oficial de la Legión Valonia, una unidad extranjera adscrita a las SS alemanas en la que destacó como uno de sus mandos durante la Segunda Guerra Mundial. Había sido también el fundador del rexismo, una rama del fascismo en Bélgica que alcanzó gran notoriedad en Europa entre 1939 y 1945. Pero cuando los alemanes vieron que los Aliados ya les habían derrotado y que Hitler estaba muerto, el ministro de Exteriores del Tercer Reich, Joachim von Ribbentrop, convenció al belga para que huyese. En ese momento se encontraba en Oslo, a donde había llegado desde Copenhague.En la capital noruega se apropió, junto a cinco oficiales, del avión del arquitecto y Ministro de Armamento nazi Albert Speer y emprendió el vuelo de noche.

Cuando se estrelló en San Sebastián tras volar 2.150 kilómetros, tenía 39 años. Él mismo contó el viaje en sus memorias: «Volábamos sin luces huyendo del fuego antiaéreo francés. Cuando divisábamos Irún, a solo unos minutos de aviación, vimos la muerte segura. Yo conocía aquella zona porque de pequeño había veraneado en Lourdes con mis padres algunos años y en dos ocasiones visitamos Guipúzcoa. Pero faltaban algunos minutos y el avión ya no tenía combustible. Aterrizar en suelo francés significaba la guerra. Así que el piloto, para demostrar su pericia, puso el avión vertical, aprovechó las últimas gotas y llegamos hasta San Sebastián. La Vírgen de Lourdes me salvaba en el último momento».

«Varios termos y píldoras vitamínicas»
El aparato chocó con unas rocas en un extremo de la playa, lo que provocó que se desviase contra las aguas y quedara varado, según explicaba después. Según contaba ABC: «Llevaban a bordo gran cantidad de mantequilla, varios termos y píldoras vitamínicas. Carecían de tabaco, que pidieron con ansiedad al llegar a tierra». La noticia se publicaba el mismo día que miles de ciudadanos salían a festejar por las calles de París, Nueva York y Londres el final de una guerra mundial en la que España se había mantenido neutral. El primer ministro británico Winston Churchill saludaba a la muchedumbre congregada en Whitehall haciendo el signo de la victoria., la euforia era menor y la gente hizo vida más o menos normal.

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Degrelle, frente a un soldado nazi, en la Segunda Guerra Mundial- ABC
Lèon Degrelle no era un líder cualquiera. La cruz de la que hablaba el redactor de ABC se la había impuesto nada menos que el «Führer» en febrero de 1944, poco más de un año antes de su amerizaje en la playa de La Concha. En agosto de ese año también le otorgó la Cruz de Caballero con Hojas de Roble, una distinción concedida solo a 883 militares en toda la guerra. En la ceremonia de entrega, el mismo Hitler le dijo: «Si tuviese un hijo, me gustaría que fuese como usted». Aquellas palabras eran un reconocimiento aún mayor que la distinción militar, que reflejaban la gran confianza y complicidad que tuvo con el «Führer». Esa fue la razón de que en el futuro se le conociera como «el hijo adoptivo de Hitler».

Los donostiarras que presenciaron el suceso se quedaron perplejos. Pronto el avión fue rodeado por los vecinos de La Concha, muchos de los cuales se despertaron con el ruido del choque del avión contra el agua y la arena. Algunos, en pijama, se acercaron hasta la orilla para ayudar a los desconocidos pasajeros. Y a lo largo del día cientos de personas se acercaron a ver el Heinkel-111. Ahí fue donde se extendió el rumor de que dentro iba Hitler. Algo a lo que sin duda ayudó la enorme esvástica visible en la cola. Algunos niños incluso arrancaron algunos pedazos del avión de Degrelle, cuyos restos fueron finalmente trasladados a Logroño.

Degrelle resultó gravemente herido y estuvo ingresado durante dieciocho meses en el Hospital Mola, de San Sebastián, aunque en un primer momento ABC solo detallaba que sufría «la fractura del omoplato y la posible fractura de un tobillo». Eran los primeros momentos de una estancia en España que, en el caso del belga se prolongó hasta 1994 entre Madrid y Málaga. Así lo explicaba él mismo en su biografía: «Mis heridas, en realidad, me salvaron, porque Franco quiso devolverme a Alemania. Ví las cosas tan mal que un día le escribí una carta en la que le decía: “Qué poco vale para usted la sangre de un cristiano”. Franco se indignó, según supe».
https://www.abc.es/historia/abci-hu...o-playa-concha-1945-201903210128_noticia.html
 
Un siglo de la teoría económica en la que se apoyó Hitler para destruir Europa


Las ideas del economista nazi Gottfired Feder, contenidas en su Manifiesto por la ruptura con la esclavitud de Intereses del dinero, cumplen 100 años

Se convirtió en el texto que inspiró a Hitler para fundar su funesto proyecto político

Aldo Mas
23/03/2019 - 21:26h
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Portada del 'Manifiesto por la ruptura con la esclavitud de Intereses del dinero’, del economista nazi Gottfired Feder. ELDIARIO.ES

La ultraderecha irrumpe en las empresas alemanas
El día en que Adolf Hitler convirtió, en marzo de 1920, el Partido Obrero Alemán (DAP) en el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP), aquel exsoldado superviviente de la Primera Guerra Mundial y antes frustrado pintor presentaba en una célebre cervecería de Múnich los 25 puntos que constituían el programa de su rebautizada formación. Entre esos 25 puntos, inspirados en buena medida de antisemitismo, racismo y otras ideas liberticidas, figuraba, en lo económico, "la ruptura de la esclavitud de los intereses".

Esa expresión, al igual que la fórmula de los 25 puntos, salió de la cabeza del ingeniero y economista Gottfired Feder, un nazi de la primera hora y autor precisamente de Das Manifest zur Brechung der Zinsknechtschaft des Geldes (Ed. Jos. C. Huber, 1919), título traducible como "Manifiesto por la ruptura con la esclavitud de los intereses del dinero". De la publicación de ese volumen, que muestra en su portada una mano gigante de afilados dedos y uñas arrebatar monedas a un grupo de pequeños personajes que levantan con esfuerzo parte de ese dinero, se cumple ahora un siglo.

En la historia del nazismo, las 62 páginas de ese libro tienen su importancia. Debido a ese volumen, a Feder se le considera un "pionero del nazismo" e incluso uno de los "padres del nacionalsocialismo". "En la historia del movimiento nacionalsocialista, a él nunca se le olvidará", se escribía sobre Feder en el obituario con fecha de octubre 1941 en la revista económica Der Deutsche Volkswirtschaft, una de las muchas publicaciones "nazificadas" en tiempos del nacionalsocialismo.

El propio Hitler escribiría en su célebre y plagado de mentiras y medias verdades Mein Kampf: "Después de haber escuchado el primer discurso de Feder, tuve el destello inmediato en mi cabeza de que había encontrado en el camino el más básico de los prerrequisistos para la fundación de un nuevo partido". El texto de Feder representa, según lo apuntaba recientemente el diario muniqués Süddeutsche Zeitung, el lugar "donde Hitler aprendió sobre economía".

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Gottfried Feder, ingeniero y economista nazi autor del 'Manifiesto por la ruptura con la esclavitud de los intereses del dinero' BUNDESARCHIV

Feder construyó sus tesis a base de "antisemitismo con notas socialistas", según el Süddeutsche Zeitung. Feder también era profundamente anticomunista. "La idea del estado socialista conduce en consecuencia al comunismo, es decir, al declive", escribe Feder en su centenario libro.

Muchas de las propuestas de Feder buscaban desconectar la economía germana de "los poderes del dinero", representada por una supuesta "internacional dorada" dominada por el "imperialismo anglo-americano" donde ocupaban un lugar prominente familias judías como los Rothschild, que cuenta entre sus miembros con conocidos banqueros.

A esta estirpe financiera, Feder les reprochaba enriquecerse de modo exorbitante gracias a los intereses. Por eso, Feder, que denunciaba en su día la "tiranía de los intereses", aspiraba a eliminar los intereses en productos bancarios como hipotecas y préstamos. También anheló la "nacionalización de todos los bancos".

Ataque a los Rothschild
Según las previsiones que hacía Feder en 1919, los Rothschild acabarían teniendo, en 1965, cerca de 320.000 millones de marcos. Así, esta familia judía germano-francesa acumularía riqueza por un valor superior "al de todo el PIB alemán". La historia no dio, en modo alguno, la razón a Feder. El PIB alemán en 1965 rondaba en 1,5 billones de dólares, mucho más de lo imaginado por Feder.

Hoy día, la fortuna de la familia estadounidense Walton, propietaria de la cadena de grandes almacenes Walmart, está estimada en 151.000 millones de dólares. Los Walton figuran en lo más alto de la lista de mayores fortunas familiares elaborada el año pasado por la agencia Bloomberg. Los Rothschild no están representados en esa lista, dado el carácter "difuso" de su fortuna.

"La naturaleza de muchas fortunas dinásticas – apoyadas en décadas y en ocasiones siglos de activos y dividendos – puede confundir sobre la verdadera extensión de sus propiedades", señalaban al respecto en la prestigiosa agencia estadounidense. Ese carácter difuso lleva décadas alimentando teorías conspirativas sobre el poder de los Rothschild. En el caso de las que inventó Feder, ahora se cumplen un siglo.

En años de antisemitismo extremo, como la década de los treinta del siglo pasado, esas ideas llevaron a Feder muy lejos en política. Tanto es así que entre 1924 y 1936 fue diputado en el Reichstag. Consiguió hacer carrera política pese a los problemas con la justicia que pudo experimentar el partido nazi en tiempos de la República de Weimar. Así, cuando en 1933 Hitler se hizo finalmente con el poder, Feder fue nombrado secretario de estado en el Ministerio de Economía que dirigiera Kurt Schmitt.

Feder y sus 25 puntos, herramientas de Hitler
Desde allí, Feder siguió escribiendo contra "las grandes finanzas" y los judíos, que acabarían siendo perseguidos hasta el funesto exterminio cometido por el III Reich. Posiblemente en las instancias gubernamentales Feder aspiró a ver promocionar ideas suyas como la de "abolir toda remuneración que no surja del trabajo" o una "reforma agraria" de acuerdo con lo que los nazis entendían como "requerimientos nacionales" y "sin compensaciones".

Pero en vista, según convienen los historiadores, del "general acomodamiento de las políticas nazis" al capitalismo alemán de su época, Feder fracasó. Así, en 1936, "en vista de la orientación en las políticas financieras y económicas de Hitler, Feder perdió influencia y se le confió un puesto de profesor en la Universidad Técnica de Berlín", recoge en la abreviada biografía de este nazi que presenta el Museo Histórico de Berlín. Antes de salir del Ministerio de Economía, Feder tuvo sus diferencias con Schmitt.

A Feder, fallecido en 1941, le dio tiempo a ver que sus ideas económicas no eran, al final, idénticas a las de Hitler. De hecho, el Führer quien en su día parecía "poco interesado en la economía" se pronunciaba "a menudo a favor del laisser-faire" en lo económico, según explicó en 1935 la corresponsal estadounidense Dorothy Thompson. Feder y sus "inalterables 25 puntos" del programa de gobierno de 1920 fueron un instrumento más entre los muchos utilizados por Hitler en un ascenso político de trágicas consecuencias para Europa.

23/03/2019 - 21:26h
https://www.eldiario.es/economia/teoria-economica-Hitler-destruir-Europa_0_880512195.html
 
La historia de Stella Goldschlag es fascinante.
Googleé y me salió una pelicula / documental dramatizado donde aparece dos veces.
Me ha gustado las historias de supervivencia de esos berlineses "submarinos" como se les llamaba.
Encontré subtitulos en español para verla.

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Hay un libro sobre el chico de los documentos El falsificador de pasaportes, que debía de ser guapo, y el actor que le interpreta es feo feo feo. Yo me hubiese quejado
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El titulo del hilo, hilo que me encanta, lo encuentro confuso y malo. ¿Por qué no IIGM y nazis?
 
La olvidada supertecnología de Hitler que aterrorizaba a los aliados: «Caían 25 aviones por uno nazi»
Adolf Hitler consiguió adelantarse 40 años a su época y construyó todo tipo de aeronaves. Sus diseños sentarían las bases de la aeronáutica moderna
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Manuel P. Villatoro@ABC_Historia
Actualizado:25/03/2019 08:39h
0La huida del «hijo adoptivo de Hitler» que se estrelló en la playa de La Concha en 1945

La Alemania nazi siempre será recordada como una potencia a nivel tecnológico gracias a la gran cantidad de novedosos proyectos militares que consiguió crear en apenas diez años. Sin embargo, en el campo que más destacó fue en el de la aeronáutica. Desde la construcción de la primera nave espacial de la historia hasta la realización de unos pioneros diseños de aviones invisibles al radar,Adolf Hitler logró que la aviación alemana se adelantase casi medio siglo a su tiempo sentando las bases de la tecnología aérea moderna

Los nazis, en definitiva, lograran dar unos pasos agigantados en la tecnología de la aviación. Ejemplo de ello es que los seguidores de Hitler consiguieron fabricar desde las primeras aeronaves a reacción, hasta unos gigantescos bombarderos que podían recorrer miles de kilómetros sin repostar.

De hecho, la evolución era tan abismal que, según afirma el escritor José Lesta en su libro « El enigma nazi» (editado por «Edaf»), si los proyectos se hubieran finalizado sólo unos pocos meses antes, los alemanes hubieran dado un giro abismal a la guerra en el aire. «La potencia destructiva y las técnicas usadas eran tan avanzadas que hasta el último momento Hitler mantenía aún esperanzas de poder dar un golpe sorpresa a los aliados», determina el experto en armamento alemán.

Chernobyl). «Una vez detonada en Nueva York caería sobre la ciudad una nube radioactiva que sería mortal para la mayoría de sus habitantes», sentencia Lesta.

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Para hacer funcionar esta máquina se requería una plataforma de raíl casi horizontal de varios kilómetros de largo. Y es que, en contra de lo que pueda parecer, esta nave no despegaba igual que los actuales transbordadores espaciales.

Sin embargo, y en palabras del experto, la llegada del final de la contienda impidió que el proyecto se finalizara. A pesar de todo, el inventor de esta nave espacial nazi consiguió escapar de los aliados: «Eugene Sänger logró huir a Australia sin ser capturado. Ni que decir tiene que durante la guerra fría su proyecto fue uno de los más codiciados por ambas superpotencias. De hecho, Stalin intentó secuestrarle en los años 50 y 60 para que construyera una nave parecida que le ayudara a bombardear a los norteamericanos», determina el escritor.

Al parecer, y según explica Lesta, las investigaciones de este científico fueron usadas finalmente por la agencia espacial norteamericana: «De su trabajo salieron las ideas que llevarían a la NASA a construir el transbordador espacial. Aún así, su invento no llegó a igualarse. Por eso actualmente esta Agencia tiene en experimentación el avión espacial X-33, muy superior al actual transbordador», añade el experto.

El caza que abrió el camino
Otro de los grandes proyectos de la Alemania nazi fue el avión «Messerschmitt Me 262», el primer caza a reacción operativo del mundo. Este avión fue precedido por varias versiones similares de la empresa aeronáutica alemana Heinkel, las cuales no convencieron a los oficiales de la fuerza aérea nazis por sus múltiples fallos.

El uso de este tipo de aviones significaba un cambio radical en la forma de entender los combates aéreos. Y es que, durante los años 40 el principal sistema de propulsión que se utilizaba en los aviones era el de hélice. Por el contrario, este nuevo motor a reacción otorgaba una mayor velocidad a los aeroplanos, que además podían adquirir más altura y permitirse el lujo de no tener que repostar con tanta asiduidad como sus competidores.

«Por cada Messerschmitt derribado, caían 25 aviones aliados»
El Me 262 fue un auténtico quebradero de cabeza para los pilotos aliados gracias a su velocidad y su capacidad de destrucción. «Los aliados no daban crédito a lo que veían. Mientras ellos se movían lentamente con sus viejas hélices, los Messerschmitt alemanes surcaban los cielos a 850 Km./h, una velocidad nunca vista», sentencia Lesta en su libro.

De hecho, desde que comenzó el uso de este tipo de aeroplanos por parte de la fuerza aérea nazi, decenas de experimentados pilotos aliados cayeron impotentes ante ellos. «La ventaja era tal que normalmente caían veinticinco aparatos aliados antes de que un avión a reacción fuera abatido», determina el escritor con asombro.

Sin embargo, como sucedió con la mayoría del armamento que podría haber dado la victoria a los nazis, este aeroplano llegó demasiado tarde y era muy inferior en número a los aviones aliados. «La unidad de Me 262 era muy reducida, además, el primer caza de estas características entró en combate en mayo de 1944, un año antes de acabar la guerra. Para entonces el número de aviones aliados en vuelo era muy superior», apunta Lesta. Con todo, y a pesar de no llevar a la victoria al régimen nazi, la tecnología de los Me 262 y la de los aviones precursores supuso un gran avance para la aeronáutica.

Un bombardero invisible al radar
Finalmente, uno de los últimos proyectos aéreos revolucionarios de los nazis corrió a cargo de Reimar y Walter Horten. Estos hermanos crearían los primeros aviones en forma de ala delta de la historia haciendo uso de un diseño que en la actualidad poseen un gran número de cazas y bombarderos militares.

Concretamente, los Horten idearon este tipo de avión debido a que, tras varias pruebas, descubrieron que ofrecía menos resistencia al viento que el resto de aeroplanos. De esta forma, se obtenían una serie de ventajas en vuelo como la capacidad de recorrer una mayor distancia sin la necesidad de repostar o la posibilidad de viajar a una velocidad mucho mayor que el resto de aparatos.

Así, Hitler requirió a los Horten para llevar a cabo su viejo sueño: bombardear Estados Unidos con un avión que partiera desde Alemania. «Únicamente el bombardero en forma de “Ala volante” (Ho 18) propuesto por los Hermanos Horten era lo suficientemente avanzado como para cumplir los requisitos de una travesía tan larga», determina Lesta.

Con el avión de los Horten, Hitler pretendía bombardear EE.UU.
De esta forma, su objetivo quedó claro: «El Ho 18 debería despegar de una base secreta alemana realizando un viaje de ida y vuelta a la costa este norteamericana. En un único intento y sin escalas, tendría que cruzar el Atlántico hasta llegar a Nueva York. Una vez allí dejaría caer una única bomba de 4 toneladas y regresaría inmediatamente a Alemania sin repostar. La velocidad del avión debería ser muy alta, de al menos 1000 Km./h», añade el experto.

A su vez, la revolución de este avión no venía únicamente por su diseño, sino que, además, fue el primer aeroplano que era invisible a los radares norteamericanos. «La superficie del bombardero tendría una capa de pegamento especial a base de carbono, con lo cual sería indetectable a los radares americanos de la época. Los Horten habían construido los primeros aviones invisibles al radar casi medio siglo antes que los americanos».

Sin embargo, finalmente el proyecto fue detenido por las fuerzas aliadas. «Los americanos llegaron a las fábricas de “Alas Volantes” y el taller de los Horten descubriendo el extraño caza a reacción. Inmediatamente lo transportaron a EE.UU. donde sería estudiado por la casa aeronáutica Northrop», explica Lesta.

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La creación de los hermanos Horten
Al parecer, posteriormente Walter Horten trataría de contactar con los norteamericanos para unirse al proyecto. «Cuando un año después escribió una carta a Jack Northrop para seguir en los EE.UU. su carrera como diseñador de “Alas Volantes” no recibió respuesta. No se trataba de falta de talento, más bien era lo contrario, Northrop se había hecho con todas sus ideas y comenzó a construir ese tipo de aviones para la industria militar norteamericana», añade el escritor.

Casi 50 años después, los sueños de los Horten se hicieron añicos cuando los estadounidenses presentaron dos de sus nuevos aviones: un caza invisible en forma de ala delta (F117) y un bombardero que no captaba el radar (B2), ambos basados en sus diseños.

Cuatro preguntas a José Lesta
-¿Cómo es posible que países como Estados Unidos tardaran casi medio siglo en copiar los diseños nazis?

Más bien tardaron ese tiempo en completar los proyectos nazis. No sólo los copiaron rudimentariamente, sino que alcanzaron un desarrollo superior. El ejemplo es la tecnología aeronáutica Stealth, que si bien provenía de las ideas que los hermanos Horten desarrollaron para la Luftwaffe en los años cuarenta (con sus alas volantes triangulares de perfiles nulos al radar y recubrimientos de carbono en las estructuras exteriores de los cazas), costó al gobierno americano varias décadas de investigación para finalmente desarrollar los F-117 y B-2. Estos aviones técnicamente tenían una firma casi nula a los radares de los años ochenta.

-¿Qué países fueron los que se apropiaron de esta tecnología?

Todos lo intentaron. No sólo me refiero al bando aliado (Estados Unidos, Inglaterra, Francia y otros), sino también el bloque soviético, e incluso países «neutrales» como España. A su vez, lo intentó Otto Hanh, premio Nobel de física que trabajo en la formación de la J.E.N. -Junta de Energia Nuclear-, o países que ni siquiera formaron parte del conflicto bélico, como Argentina, que desarrollo cazas innovadores y muy desarrollados para la época cuando el gobierno de Perón acogió a uno de los hermanos Horten. De hecho, también tuvo un programa para el desarrollo de la fusión nuclear en una isla de Bariloche, en la Patagonia.

-¿Algún científico alemán fue «fichado» por los aliados tras la guerra?

En la operación «Paperclip», Estados Unidos reclutó a unos 140 de ellos semanas después de finalizar la guerra. Todos fueron trasladados a Fort Bliss -Texas-, para posteriormente ser diseminados por todo Nuevo México en las zonas de desarrollo tecnológico más punteras como Roswell -aeronaútica-, Alamogordo -Energía nuclear-, y otros sitios aledaños. Con el paso de los meses, la lista se engrosaría de manera alarmante. Algunos tenían comprometido su pasado por su relación con los campos de concentración, y sus expedientes fueron limpiados convenientemente.

-Mientras los alemanes contaban con esta tecnología ¿Con qué tipo de aviones combatían los aliados en la misma época?

En aquellos años estas dos potencias ya comenzaban a experimentar con tecnologías de propulsión parecidas a las nazis, pero era algo casi puramente teórico. Su retraso en la materia era brutal en áreas como los misiles teledirigidos, tecnología que si portaban algunos novedosos modelos nazis. Realmente no existía retraso, simplemente no habían siquiera comenzado a desarrollar o intuir la tecnología. Sirva de ejemplo el hecho de que todos los modelos de aviones aliados lanzaban sus bombas por el antiguo método del tiro parabólico y la caída libre. Entretanto, los nazis, a partir del 45, tenían el Fritz-X y muchos otros misiles teleguiados a distancia con palancas y joysticks. Es más, el modelo apodado «Blancanieves», que era un misil aire-agua, tenía sensores para planear sobre la superficie del agua e impactar en la línea de flotación de los barcos enemigos. El BV-143, por su parte, era un misil aire-aire que poseía una cámara de televisión con la que los controladores en tierra podían ver aviones enemigos en el interior de las nubes.
https://www.abc.es/historia/abci-ol...viones-aliados-nazi-201903250128_noticia.html
 
En serio lo de "la guerra alemana" es confuso. ¿Se habla de Federico el Grande, de la 1ra guerra mundial, de la franco-prusinana, de la de los cien años? ¿También se hablará de ellas?
 
La venganza judía contra Eichmann, el mayor asesino de masas del nazismo
Tras la muerte de Rafi Eitan, el hombre que orquestó la captura de uno de los «Arquitectos del Holocausto» de Hitler, repasamos cómo fue la Operación Garibaldi

SeguirManuel P. Villatoro@ABC_Historia
Actualizado:26/03/2019 09:36h
12La supertecnología de Hitler que aterraba a los cazas aliados: «Caían 25 por cada uno nazi»

«El Primer Ministro ha dicho que los servicios israelíes de seguridad han encontrado y detenido a Adolf Eichmann, “el mayor criminal de guerra nazi”». Con estas escuetas palabras desvelaba el ABC, en su edición del 24 de mayo de 1960, la captura en Argentina del que fuera uno de los artífices de la temida Solución Final (la aniquilación sistemática de millones de judíos por parte del Tercer Reich). Poco más señalaba este diario. Tan solo que el reo se encontraba «en una prisión de Israel» y que sería «sometido a juicio próximamente». Lo que se generó a la postre fue una controversia internacional en la que, tras negarse a extraditar a su presa, el país enjuició al teutón y acabó enviándole a la horca. El condenado se mantuvo desafiante hasta el final y se marchó al otro mundo tras proferir un grito ensordecedor: «¡Viva Alemania! ¡Viva Argentina! ¡Viva Austria! ¡Nunca las olvidaré!».

Pero el proceso y la muerte de Eichmann no provocaron ni una décima parte de la tensión que generó su captura. O rapto, como prefieren denominar algunos historiadores a su cacería en territorio argentino sin el permiso del gobierno local. La misión se sucedió el 11 de mayo. Esa jornada, tras meses siguiendo los pasos del criminal nazi y estudiando sus hábitos, un equipo especial del Mossad (el servicio secreto israelí) interceptó al germano, le drogó, y le metió en un avión con dirección al país hebreo. Aquel operativo (llamado Operación Garibaldi) estaba dirigido por el agente Rafi Eitan, el mismo hombre que falleció el pasado 23 de marzo a los 92 años de edad y que, como bien ha señalado el primer ministro Benjamin Netanyahu, fue considerado un ídolo nacional.

«Mi esposa Sarah y yo, junto con todo el pueblo judío, lamentamos el fallecimiento de nuestro querido Eitan, uno de los héroes del servicio de Inteligencia del Estado de Israel en innumerables actos para la seguridad», señaló el político. Netanyahu también hizo referencia a que el espía era amigo personal de su familia y a que fue uno de los pilares sobre los que se asentó la guerra contra los oficiales nazis que se exiliaron para eludir a la justicia. «Participó en la vida pública, fue ministro en el gobierno israelí y trabajó para restaurar las propiedades judías robadas durante el Holocausto», explicó. Por último, se deshizo en elogios ante el fallecido y le calificó como un hombre «lleno de sabiduría, ingenio y compromiso infinito con el pueblo de Israel».

Adolf Eichmann se merecía pasar por el banquillo tras haber perpetrado todo tipo de barbaridades contra el pueblo judío. Así lo cree el periodista argentino Jorge Camarasa, autor de «Odessa al Sur, La Argentina como refugio de nazis y criminales de guerra» y uno de los grandes estudiosos de los oficiales germanos que, tras la Segunda Guerra Mundial, huyeron de Alemania y atravesaron el charco para ponerse a salvo.

Camarasa recuerda en su obra que Eichmann vino al mundo el 19 de julio de 1906 en Solingen (Alemnia) y que, durante su infancia, la casualidad le hizo tener como maestro al mismo profesor de historia de Adolf Hitler. Su carrera en el Partido Nazi comenzó en 1931 y, apenas un año después, ya se había afiliado a las temibles SS. Lo más llamativo es que este cruel personaje decidió dedicar sus esfuerzos a los llamados «asuntos judíos». «Se especializó en judaísmo, y al cabo de cuatro años leía y traducía el hebreo y podía hablar y entender el ídish», añade. Por desgracia, dentro de su campo de actuación también entraba el exterminio masivo del pueblo semita, su verdadera obsesión durante toda la Segunda Guerra Mundial.

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El alemán, durante el juicio
Su cénit como asesino de masas llegó entre 1941 y 1942, los mismos en los que el nazismo se encontraba todavía en auge y los aliados todavía no habían movido ficha para acabar con el Tercer Reich. Ya como coronel, Eichamann organizó las detenciones de judíos, su deportación y su confinamiento en los temibles campos de concentración. «También había prohibido los nacimientos en los campos y había ordenado interrumpir los embarazos mediante abortos provocados. Los ejecutores de sus mandatos eran los llamados Grupos de Operaciones organizados por la Oficina Central de Seguridad del Reich, que actuaban en todo el territorio europeo y en las zonas ocupadas de la Unión Soviética», añade Camarasa en su obra.

Sin embargo, por lo que será tristemente recordado Eichmann fue por ser uno de los principales organizadores de la Solución Final. Es decir, el asesinato en masa de más de seis millones de judíos en los cámaras de gas. El historiador español Álvaro Lozano así lo afirma en su magna «La Alemania nazi (1933-1945)». En sus palabras, la decisión de aniquilar a este pueblo se produjo debido a una «conjunción de factores». A saber: «el fanatismo ideológico extremo» o «las pujanzas radicales». Todo ello, mezclado con una gran dosis de antisemitismo fomentado desde el final de la Primera Guerra Mundial, provocó que en 1942 se apostara por acabar con los hebreos en la Conferencia de Wannsee. La medida enorgulleció a personajes como Heinrich Himmler, quien señaló que el exterminio era «una gloriosa página de la historia que nunca había sido escrita y que nunca lo sería».

Huida y captura
Pero la historia de este curioso personaje no se redujo a la Segunda Guerra Mundial. Tras la contienda, comenzó un periplo por media Europa para escapar de las autoridades aliadas. Según narró el diario ABC en un artículo publicado poco después de su captura, Eichmann fue atrapado «por las fuerzas norteamericanas en Austria el 8 de mayo de 1945». Sin embargo, «el mismo día consiguió despistar a sus captores y escapar». Asustado, «permaneció escondido en la Alemania Occidental hasta 1950». Poco después logró marcharse a Génova por la «ruta de las ratas». Allí obtuvo un pasaporte falso y fue bautizado con un nombre falso que usaría hasta el mismo día de su rapto: Ricardo Klement. El 15 de julio de ese mismo año arribó hasta Buenos Aires, donde esperaba poder descansar.

Hasta Argentina llegaron, a finales de los 50, los espías del Mossad tras averiguar la verdadera identidad de Klement. El cómo arribaron hasta él merecería un estudio exhaustivo. Basta decir que existen decenas de versiones para explicar la forma en la que encontraron la pista. La primera, la más extendida y oficial, es la que afirma que el rastreador que encontró su paradero fue el archiconocido (y controvertido) cazador de nazis Simon Wiesenthal. El gobierno de Israel ofreció poco después la suya, en la que atribuyó toda el mérito a sus agentes secretos. La última fue desvelada en su obra por el propio Camarasa, quien es partidario de que el nazi fue delatado por Wilhelm Sassen, un periodista que escribió las memorias del propio Eichmann después de haberle entrevistado en varias ocasiones.

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Eichmann
Fuera como fuese, y obviando la infinidad de saltos que Eichmann dio por Latinoamérica antes de asentarse de forma definitiva en Buenos Aires, en febrero de 1960 una avanzadilla del Mossad pisó Argentina con órdenes de encontrar al nazi y estudiar su posible captura. «El primer grupo llegó a principios de febrero de 1960. Eran tres hombres, a quienes en Buenos Aires se les unieron otros dos y una mujer. Su misión era verificar los pocos datos concretos que tenían y, si era posible, hacer una identificación indudable de Eichmann-Klement», explica Camarasa. No les fue sencillo descubrir dónde residía, pues se había mudado hacía poco. Sin embargo, tras tender una sencilla trampa a su hermano Klaus (le hicieron llegar un paquete dirigido al asesino nazi y le siguieron cuando fue a entregárselo) descubrieron que se hospedaba en la calle Garibaldi. Poco después pudieron corroborar que era él y se inició el operativo para raptarle... sin permiso de Argentina.

El miércoles 11 de mayo de 1960 el equipo (dirigido por Eitan) estaba preparado para capturar a Eichmann. En la operación participarían, según Camarasa, un total de 64 personas. Algunas como agentes de campo (8, en concreto) y otras como meros arrendadores de automóviles y viviendas para evitar que sus compañeros levantasen sospechas. Los agentes decidieron que el mejor momento para detenerle sería el instante en que el antiguo oficial nazi bajaba del autobús comunal que le traía de la fábrica en la que trabajaba. En su edición del jueves 8 de junio de 1961, el diario ABC corroboró este hecho: «Se dice que Eichmann trabajaba en una fábrica de la casa Mercedes Benz, de automóviles, en las afueras de Buenos Aires. En la fábrica se ha indicado que se desconocía la verdadera identidad de Eichmann, ya que había facilitado un nombre supuesto».

El día del rapto
La misión comenzó poco después de las ocho de la tarde. Y lo cierto es que era compleja para los agentes ya que, como el mismo Eitan explicó en una entrevista a la CNN, no contaban con armas para enfrentarse al germano. «Éramos un equipo de operación sin armas, sin comunicación y lo hicimos… y probablemente hoy, con la tecnología, lo haríamos de forma bastante similar». Aquel 11 de mayo el autobús se retrasó. Cuando llegó, los agentes que esperaban en dos coches ubicados cerca de la casa de la calle Garibaldi ya casi habían perdido la esperanza. «Alguien se acerca, pero no puedo ver quién es...», dijo uno de ellos. Acto seguido, el júbilo se hizo con ellos. «¡Es él!».

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Eichmann
Con su objetivo en el lugar deseado, uno de los agentes (el más corpulento) se abalanzó sobre él. En principio había pensado agarrar a su presa por detrás. Sin embargo, la posibilidad de que llevara un arma hizo que prefiriera derribarle de un golpe. El impacto fue tan fuerte que el alemán soltó un terrible grito al caer al suelo. Todo sucedió en segundos. A continuación, otro de los espías cogió del brazo al asustando Eichmann y le arrastró hasta meterle en el coche. Le ayudaron dos compañeros más, nerviosos porque alguien pudiera escuchar los alaridos. Poco después, y al más puro estilo de Hollywood, arrancaron y se marcharon a toda prisa de allí. Su siguiente parada fue la sala de interrogatorios, donde le obligaron a desvelar su verdadero nombre.

- ¿Cuál es su tamaño de sobrero?

-Seis y siete octavos.

-¿Y su talla de vestir?

-Cuarenta y cuatro.

-¿Qué número de zapatos calza?

-Nueve.

-¿Y cuál era el número de su tarjeta de afiliación al Partido Nacionalsocialista?

-El 889.995.

-¿Cuándo llegó usted a Argentina?

-En 1950.

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Extracto del diario ABC en el que se narra la partida de Eichmann
-¿Cómo se llama?

-Ricardo Klement.

-¿Se deben las cicatrices de su torso a un accidente que ocurrió durante la guerra?

-Sí.

-¿Cuál es su verdadero nombre?

-Otto Heninger.

-¿Eran sus números en las SS 45.326 y 63.752?

-Sí.

-¡Entonces dígame cómo se llama!

-Me llamo Adolf Eichmann.

Ejecutado
En palabras de Eitan, todo terminó con aquella declaración. Poco después Eichmann fue trasladado en secreto hasta Israel. Una vez más, sin el permiso de Argentina. Según explicó el agente del Mossad a la CNN, lograron engañar a las autoridades robando la identificación de vuelo del trabajador de una aerolínea. «En esos momento no había Internet, así que nadie pudo comprobar si era él o no», añadió. Según su relato, vistieron al reo con el «uniforme de vuelo» y le pusieron una inyección con droga para que se mareara y no desvelara quién era en realidad. «Estuvo acompañado por un médico que dijo que estaba un poco enfermo. Entregamos los documentos adecuados y nos dejaron pasar», añadió.

El resto es historia. El 23 de mayo el antiguo nazi llegó a su destino. El gobierno de Israel se negó a extraditar a su presa para que fuera juzgada por un tribunal internacional. Tampoco quiso dar ninguna explicación a una Argentina frustrada porque se hubieran saltado a la torera su jurisdicción. Tan solo emitieron un comunicado en el que se señalaba que Eichmann había decidido marcharse por su propia voluntad del país. El 1 de junio de 1962 fue ahorcado tras un juicio que mostró al mundo las escalofriantes prácticas nazis. Jamás se arrepintió. Este diablo tan solo se limitó a repetir, una y otra vez, que se había limitado a obedecer órdenes
Reportaje original, incluyendo video, en:
https://www.abc.es/historia/abci-ve...esino-masas-nazismo-201903260219_noticia.html
 
A las órdenes de Hitler: el turbio pasado nazi de algunas famosas empresas actuales
Al igual que otras tantas, estas compañías estuvieron a las órdenes del Reich durante la Segunda Guerra Mundial. Algunas cedieron sus instalaciones para fabricar lanzacohetes; otras, tejieron los uniformes de los germanos
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Actualizado:01/04/2019 08:53h
9 La visita de ABC al infierno nazi de Dachau: «El niño me señaló, riéndose, un cadáver reciente»

En la actualidad es imposible no haber visto un anuncio de Adidas en la televisión. Otro tanto sucede con Hugo Boss, una marca conocida en toda el mundo por la calidad y el diseño que ofrecen sus prendas. No obstante, tan cierto como esto es que estas dos empresas trabajaron, entre 1939 y 1945, para el régimen nazi de Adolf Hitler. La primera (conocida entonces como Geda) tuvo que ceder sus instalaciones al Tercer Reich para la fabricación de «Panzerschrecks» (lanzacohetes). La segunda, por su parte, tejió los uniformes de las tropas germanas.

Adidas y Puma
El caso de Adidas es uno de los más llamativos de toda la Segunda Guerra Mundial. A nivel oficial, la empresa nació en 1949. Sin embargo, su historia comenzó mucho antes. Más concretamente en los años 20, época en la que dos hermanos -Adolf Adi») y Rudolf Dassler- empezaron a fabricar calzado en su pueblo natal: Herzogenaurach. Debían ser buenos ya que, al poco tiempo, la marca Geda (que bebía de «Gebrüder Schuhfabrik» -el nombre original- y «Dassler») ya era utilizada por los atletas de élite germanos. En la década de los 30 su fama ya era internacional y sus zapatillas (especiales para deportistas) las calzaban hasta en los Estados Unidos.

«En los Juegos Olímpicos de 1936, celebrados en Berlín, las zapatillas Geda adquirieron un protagonismo insospechado. Un atleta norteamericano de raza negra rompería el mito de la superioridad de la raza blanca, promovido por los nazis. Era Jesse Owens, quien calzaba unas zapatillas de clavos obra de Adi Dassler cuando consiguió sus cuatro medallas de oro. Paradójicamente, la técnica alemana había servido precisamente para dejar en evidencia a los dirigentes nazis», explica el historiador y periodista Jesús Hernández (autor del blog « ¡Es la guerra!» y de dos decenas de obras sobre la contienda como «Grandes atrocidades de la Segunda Guerra Mundial»).

100 Historias secretas de la Segunda Guerra Mundial», «el sastre se dio cuenta de que el negocio era vestir a las tropas hitlerianas».

Corría el año 1931 y Alemania vivía asolada por las duras condiciones que le habían impuesto los aliados por ser la nación que, de forma «oficial», había iniciado la Primera Guerra Mundial. Concretamente, este país se veía ahora en la ruina ya que estaba obligado a pagar grandes impuestos al bando vencedor (denominados como «reparaciones de guerra»). Esto, unido a la gran crisis económica de 1929, había dejado a Alemania en el ostracismo.

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Soldados alemanes durante la Segunda Guerra Mundial
En esa época, un joven Adolf Hitler había tomado ya las riendas del Partido Nazi y su discurso comenzaba a convencer a muchos alemanes. Y, al parecer, uno a los que persuadió fue Hugo Boss. «En abril de 1931, cuando aún Hitler no había llegado al poder, Boss, que entonces tenía 46 años, decidió alistarse en el Partido Nazi. Su número de afiliado sería el 508.889» afirma Hernández.

En 1933, dos años después de comenzar su aventura textil, y tras pasar multitud de calamidades económicas, Hugo Boss ya había decidido que su futuro sería proporcionar la indumentaria a las «Waffen SS», las SA (una organización paramilitar del partido nacionalsocialista), y las Juventudes Hitlerianas, según explica el historiador.

Ese mismo año, las ventas comenzaron a incrementarse, y, en términos del historiador, Hugo Boss incluyó un anuncio en un diario local afirmando lo siguiente: «Uniformes de las SS, las SA y las HJ. Ropa de trabajo, de deporte y de lluvia. La hacemos nosotros mismos, con calidad buena y reconocida y a buenos precios. Boss. Ropa mecánica y de trabajo, en Metzingen. Firma homologada por las SA y las SS. Uniformes con la licencia del Reich». Su futuro acababa de quedar sellado.

«En abril de 1931, cuando aún Hitler no había llegado al poder, Hugo Boss, que entonces tenía 46 años, decidió alistarse en el Partido Nazi»
Desde ese momento los pedidos del ínfimo taller se multiplicaron. «Años más tarde, en 1935, Boss decidió abandonar la fabricación de ropa civil y dedicarse exclusivamente a la confección de uniformes. Seguramente, a Boss no le pasó desapercibido el dato de que entre miembros de las SS, SA y Juventudes Hitlerianas sumaban un total de tres millones y medio de uniformes, y que alguien debía de fabricarlos» sentencia Hernández.

Hugo Boss acertó de lleno, como explica el historiador: «La diversidad del vestuario del Tercer Reich debía ser atendida. Por ejemplo, el vestuario tipo del militar alemán podía tener hasta ocho uniformes distintos: el de campaña, el de servicio o diario, el de guardia, el de parada, el de presentación, el de paseo, el de trabajo, el deportivo y el de sociedad, este último solo para los oficiales».

El negocio progresa
Los pedidos llegaron a cientos hasta Metzingen, lo que provocó que Boss se planteara comprar en 1939 una fábrica de telas para ahorrar costes en el proceso de creación de las prendas. El mercado era sin duda favorable para la marca.

Ese año sucedió además un hecho que convertiría a Hugo Boss en una de las marcas con más beneficios en Alemania: la invasión de Polonia por parte de las tropas nazis el 1 de septiembre de 1939. La maquinaria militar de Hitler se puso en marcha y alguien tenía que proporcionar la vestimenta a todos aquellos soldados que recorrerían medio mundo. El elegido, como no podía ser de otra forma, fue aquel sastre que trabajaba en Metzingen.

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Además, y según explica Hernández, la guerra amplió el mercado del modista, que ahora recibía multitud de nuevos pedidos, algunos incluso de la Wehrmacht (el grueso de las fuerzas de tierra, mar y aire del ejército alemán). «En el taller de Metzingen llegaron también pedidos de la Sección de Vestuario (Bekleidung) y del Estado Mayor (Stab), perteneciente a la Oficina de Asuntos Generales del Ejército (Allgemeines Heeresamt)» determina.

Boss era en ese momento un empresario acaudalado cuyo producto era conocido en toda Alemania. «El pequeño taller de Metzingen se convertía así en la segunda compañía textil más importante de Alemania durante la Segunda Guerra Mundial» sentencia el historiador.

Escasez de materiales
Aunque la guerra significó el aumento de los pedidos para Boss, le provocó también una serie de problemas. El primero de ellos tuvo que ver con la disminución de la entrada de productos a través del comercio, lo que provocó la escasez de materias primas para confeccionar los trajes. A esta dificultad se unió además el recorte en el presupuesto destinado a los uniformes que hizo el Gobierno Alemán, ya que necesitaba el dinero para la investigación armamentística.

Sin embargo, Boss ideó una solución sencilla. «Si en los años treinta los uniformes de las SS, la SA, las HJ y la Wehrmacht estaban fabricados con una mezcla de fibras y lana, durante la guerra la lana reciclada pasaría a ser el elemento básico de los uniformes» afirma Hernández.

«Hugo Boss no dudó en utilizar mano de obra de trabajadores esclavos procedentes de los países ocupados»
A su vez, los alemanes discurrieron otras formas de conseguir materias primas, requisárselas a sus enemigos. «Las necesidades de vestuario del Ejército alemán nunca se pudieron cubrir completamente debido a la escasez de materias primas. Por tanto, las tropas germanas se vieron forzadas a requisar toneladas de ropa en los países ocupados» destaca el historiador.

Otro problema que se le planteó a Boss fue la falta de trabajadores. Sin embargo, en su ayuda acudieron de nuevo las tropas de Hitler: «Hugo Boss no dudó en utilizar mano de obra de trabajadores esclavos procedentes de los países ocupados, sobre todo mujeres polacas. Entre 1940 y 1941, trabajaron treinta prisioneros franceses. Además las SS facilitaron a Boss la incorporación de una veintena de trabajadores polacos procedentes de campos de concentración», informa Hernández.

Después de la guerra
Después de la guerra, aproximadamente en 1945, las cosas cambiarían radicalmente para Hugo Boss, que pasó de ser un empresario reconocido a ser acusado por el nuevo Gobierno de colaborar con el nazismo. «Hugo Boss fue declarado por las autoridades aliadas ‘beneficiario’ del régimen nazi y su empresa fue calificada de ‘importante’ en el entramado económico del régimen de Hitler, dos condiciones que comportaron que Boss perdiera el derecho al voto y una multa de 80.000 marcos» destaca en su libro el periodista.

A pesar de la gran cantidad de la multa, en un principio el dinero no era un problema para el sastre. «Este importe lo pagó con el dinero obtenido gracias a la venta de grandes cantidades de seda de la que utilizaba para confeccionar paracaídas que Boss había comprado en el mercado negro durante la contienda» explica Hernández.

Después de ser multado, Hugo Boss decidió cambiar los trajes militares que confeccionaba por uniformes de trabajo. «A la vez, presentó un recurso ante los tribunales de justicia para limpiar su nombre. Sin embargo, Hugo Boss nunca obtuvo el perdón del Gobierno de la nueva República Federal de Alemania. Murió en 1948» sentencia el experto. Hace poco, la empresa ha pedido disculpas por su pasado.
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HOLOCAUSTO
Annette Cabelli: “A las jovencitas les quitaban todos los órganos que podían en el campo de concentración”
Una superviviente del holocausto de origen sefardí relata las atrocidades que vivió bajo el horror nazi
Annette Cabelli bajó del tren y vio cómo unos soldados cogieron del brazo a unos niños gemelos y los apartaron del resto del grupo. "Se los llevan para hacer experimentos", le dijeron. Cabelli tenía 17 años y acababa de llegaral campo de concentración nazi de Auschwitz (Polonia), en 1942. Unas semanas antes, en Salónica, la ciudad griega donde nació, las SS se llevaron a uno de sus hermanos. “Vinieron los alemanes al gueto con perros y vestidos de negro a por todos. No supimos más de él”, narra la nonagenaria pausadamente en español ladino, su lengua materna. Ahora, a punto de cumplir 94 años, recuerda en el Centro Sefarad-Israel de Madrid la barbarie de Auschwitz, las atrocidades que soportó en tres campos de concentración y el antisemitismo que atravesó toda su vida.


"Cuando vivía en Grecia, los judíos éramos como de segunda clase. No podíamos ir a la escuela con el resto de niños. Eso sí, cuando estalló la guerra en 1940 contra Italia nos llamaron para ir luchar", relata. Creció en una comunidad sefardí con su madre y dos hermanos mayores. Su padre murió cuando ella tenía cinco años. Cuando Italia pidió ayuda a Alemania, el ejército de Adolf Hitler ocupó el país. "Vinieron las SS con perros, empezaron a pegar a todos y nos pidieron el nombre", dice. Tiempo después, fue trasladada forzosamente junto con su madre a Polonia.


Como a tantos miles, la marcaron cuando llegó al campo: un tatuaje en el antebrazo con el número 4065 con un triángulo debajo. Su madre fue asesinada al poco de llegar. "¿Ves el humo de aquella chimenea?, pues allí está tu mamá", cuenta que le dijo un guardia al que le preguntó. De sus padres solo conserva una fotografía, una medalla que una vecina le entregó cuando regresó tras la guerra y la promesa de visitar algún día España. "Éramos sefardíes. Para mi familia, era la tierra de la que fuimos expulsados hacía siglos", explica.

En Auschwitz, su primer trabajo fue limpiar las cubas de excrementos del hospital para presos políticos polacos. "Las polacas que estaban allí me daban patatas y me querían mucho. No me llamaban judía, sino La griega, narra. Allí pasó varios meses hasta que se contagió de tifus y la trasladaron a un "bloque" para enfermos. Recuerda ver cómo se llevaban a la gente a las cámaras de gas y a los hornos. Según cuenta, la capo (mujer que trabajaba para los nazis como guardiana) le confesó: "Como te vas a morir de tifus, no te voy a dejar ir para que te maten". Pero sobrevivió.

Josef Mengele, el médico y oficial de las SS conocido como el ángel de la muerte, también forma parte de los recuerdos de la protagonista. Mengele se paseaba, relata, junto con otros doctores "sin diploma" y seleccionaba a pacientes entre los prisioneros para experimentar con ellos. "A las jovencitas se las llevaban y les quitaban todos los órganos que podían. Luego las enviaban a trabajar. Pero no podían y una semana después se morían", asegura. Los prisioneros de los campos nazis vestían uniformes de rayas haraposos con los que difícilmente podían combatir el frío. Desayunaban café aguado y se alimentaban a base de sopa y pan. "Nos sacaban de la cama a las 7 de la mañana y a las ocho venían para contarnos. Eso era la muerte. Cuando hay menos 13 grados no puedes más".

La marcha de la muerte

Auschwitz fue liberado por el ejército soviético el 27 de enero de 1945. No obstante, días antes y ante el miedo de ser capturados, los nazis trasladaron forzosamente a unos 60.000 prisioneros a otros campos de concentración. A esta huida, se le conocen como "las marchas de la muerte". Cabelli caminó sin descanso hasta la frontera Alemana. Durante el viaje a pie vio como miles de compañeros perecieron a su lado. Tuvo que pasar por dos campos más: Ravensbrück y Malchow (a 90 y 70 kilómetros de Berlín, Alemania, respectivamente), antes de ser liberada el 2 de mayo de 1945. "Andamos por la nieve. Sin pan. Pasamos la frontera sin dormir. Si no caminabas venía la SS, te tiraba al suelo y te disparaba. Más del 50% de deportados murieron", asevera.

Cabelli decidió trasladarse a París para comenzar a vivir el resto de una vida que, hacía poco más de dos años, pensaba que había perdido. Aunque el holocausto le ha marcado cada día, no pierde la sonrisa. Ahora, dedica parte de su tiempo a contar su historia por los colegios y universidades. Hace dos años recibió la nacionalidad española, aunque para ella no deja de ser un reconocimiento simbólico. "Soy sefardí y, por lo tanto, nací española antes que todos vosotros", dice entre risas mientras apunta con su bastón a los periodistas



https://elpais.com/sociedad/2019/03/21/actualidad/1553189586_236325.html
 
El juicio olvidado contra los nazis de Auschwitz
Una nueva novela indaga en este proceso penal, hito clave en la historia reciente de Alemania
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SeguirBruno Pardo Porto@brunopardoo
Frankfurt
Actualizado:07/04/2019 01:07h

El horror puede caber en diez metros. En diez metros de estantería ocupados por 456 carpetas y miles de papeles desvencijados por el tiempo, que se deshacen al tacto. En más de un centenar de cintas de audio todavía peor conservadas, con sus reproductores ya obsoletos. Da igual el soporte: importan las voces, los testimonios de la barbarie, esos que nos recuerdan que, al cabo, somos capaces de construir infiernos en la tierra. Ya saben: «El trabajo te hace libre». Ya saben: Auschwitz.

El archivo histórico de Wiesbaden, en Alemania, es un desconocido y retirado baluarte de esa trágica memoria. Allí se guardan las actas y las grabaciones de los juicios de Frankfurt, donde se juzgó a una veintena de oficiales de las SS que participaron en las masacres del tristemente célebre campo de concentración y exterminio, algo solo posible gracias al empeño de los fiscales y la participación de los supervivientes. Se celebraron entre 1963 y 1965, y sus registros solo se hicieron públicos en 1989, tal y como explica el responsable de la institución, Johann Zilien. «Fue entonces cuando los rescataron de los sótanos del Tribunal de Frankfurt, donde habían permanecido en el olvido», relata.

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Los documentos de los juicios de Frankfurt, guardados en el archivo histórico de Wiesbaden - ABC
Hoy, por fortuna, todos esos documentos están digitalizados, a salvo de la degradación y disponibles en la página web de la Unesco. Ahí acudió, precisamente, Annette Hess (Hannover, 1967), una reputada guionista alemana a la que siempre le habían interesado las derivadas judiciales de los crímenes nazis. Las grabaciones se le metieron en la cabeza, después de escucharlas una y otra vez. En el escritorio, mientras paseaba, descubría los devenires de esas familias que quedaron rajadas de arriba abajo nada más cruzar la alambrada. «Recuerdo que una mujer cuenta que estaba trabajando en el campo con la esperanza de ver a su familia hasta que un hombre le dice: “Ves esa columna de humo? Son tus hijos, que van por los aires”».



Con esos mimbres, dolorosamente reales, Hess se lanzó a escribir su primera novela. Pero «La casa alemana» (Planeta), que acaba de llegar a España, no se centra tanto en el Holocausto como en lo que vino después Nüremberg, una historia mucho menos conocida. A través de la narración de los juicios, desconocidos para el grueso del público, tal y como reconoce la autora, retrata un país dividido entre la comodidad y la justicia, al borde del precipicio del olvido. «En Nüremberg los que acusaron fueron los aliados. Es una cosa muy distinta en este juicio, porque fueron alemanes acusados por alemanes. Y se produjo en el momento justo en la historia de Alemania, porque habían pasado casi veinte años y la gente estaba a punto de olvidar. Quería plasmar esa atmósfera de no querer saber. Pero sobre todo el papel de la gente normal y corriente en el Holocausto. Eso es lo incómodo», asevera Hess.

En aquella época, en esos efervescentes sesenta del «milagro económico», lo normal en las familias alemanas era el silencio, que se extendía como un gran manto sobre todo el territorio, en el que las clases de historia terminaban con Bismarck. «Deja el pasado en el pasado», le espetan en un momento dado a la protagonista del libro, que trabaja como traductora en los juicios. En los setenta ese ambiente enrarecido todavía no se había esfumado. «Mi abuelo era policía durante el nacionalsocialismo y nunca hablaba del tema, aunque seguramente hubiese hecho cosas terribles. Y si en algún momento hablaba, era para decir no todo había sido malo. Es una frase recurrente: “al menos Hitler hacía autopistas”. Como los pantanos en España», afirma.

Ahora la visita a Auschwitz es una actividad habitual en los colegios alemanes, y el Holocausto parte indispensable del currículum escolar, aunque la conciencia de lo ocurrido ha perdido fuelle. «Es que la conciencia cíclica. Después del juicio hubo un auge de hablar del tema, la gente lo tenía muy presente. Después, en el 80, emitieron la serie “Holocausto” con Meryl Streep, y fue otra etapa de auge. Ahora estamos en la época baja. La gente ya no quiere saber nada del tema», lamenta Hess. Y ahí está, por cierto, el drama y la respuesta a esa incómoda pregunta de por qué otra novela del Holocausto. Por qué otra más. «Porque actualmente, en muchas sociedades europeas –en Escandinavia, en Suecia, en Alemania– hay un 20% de la población que vota a partidos que se están volviendo fascistas. Y cuando Hitler obtuvo el 20% faltaba muy poco para Auschwitz», remata.
https://www.abc.es/cultura/libros/a...tra-nazis-auschwitz-201904070107_noticia.html
 
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