Heavy Metal

EN EL RCDE STADIUM CORNELLÀ

Arde Barcelona bajo el fuego de Rammstein
El grupo alemán de metal industrial ofreció este sábado su único concierto en España dentro de la gira europea de presentación de su disco homónimo



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Un momento del concierto de Rammstein en Barcelona.




MARTA MEDINA. BARCELONA
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RAMMSTEIN
MÚSICA
CONCIERTOS

02/06/2019


Y Rammstein incendió la noche barcelonesa. El rodillo industrial alemán desembarcó este sábado en el RCDE Stadium de Cornellà de Llobregat en su, de momento, única fecha española. Dio igual que el concierto coincidiese con una de las citas musicales más esperadas del año en Barcelona, el Primavera Sound, o que en el Parc del Fòrum las estrellas de la noche fueran los ubicuos Rosalía y J Balvin, con entradas agotadas, Rammstein llenó un aforo muy por encima del Palau Sant Jordi o el Palacio de deportes de Madrid, que acogieron sus anteriores giras. Rammstein es ya, incluso en España, un grupo llenaestadios.

25 años después de estrenarse con 'Herzleid', Rammstein publicó a mediados de mayo su séptimo álbum de estudio, y ahora lo presentan en una gira europea que terminará a finales de agosto en Viena. 25 años en los que la formación ha mantenido su formación original a pesar de los rumores de ruptura y las desavenencias internas que ellos mismos destaparon en el documental 'In Amerika' de 2015. Una década después de la publicación de su último álbum de estudio —en 2011 lanzaron un grandes éxitos—, el grupo de Till Lindemann ha vuelto con un disco sin título —o con el título extraoficial de Rammstein, a secas— en el que, aunque sigue predominando su sonido guitarrero compacto tan característico, han dado más espacio a su artillería electrónica.

No se puede hablar de Rammstein sin fuego —por algo la portada del disco es, simplemente, una cerilla—, y fueron varias llamaradas sobre el público las que anunciaron los primeros acordes de 'Was ich liebe', la carta de presentación en directo del nuevo disco. En los grupos más veteranos, un nuevo álbum supone muchas veces la excusa más simple para salir de gira y salpimentar aquí y ahí con algún tema nuevo los clásicos, los himnos más coreables. Pero Rammstein ha querido dar peso a su último trabajo y siguió la noche alternando 'hits' como 'Links 2, 3, 4', 'Sehnsucht' y 'Mein Herz brennt' con temas jamás escuchados en directo en un escenario español, como 'Sex', 'Tattoo', 'Zeig dich' o su polémica 'Deutschland'. El videoclip de esta última provocó la indignación de parte de la opinión pública por recurrir a un tema que en Alemania sigue siendo —necesariamente— espinoso: el Holocausto. Los seis miembros de la banda se caracterizaron de presos de un campo de concentración nazi a punto de ser ejecutados en la horca.







En un escenario distópico en el que aparecieron lanzallamas, cañones, nepes metálicos lanzando espuma al público, Rammstein recuperó al carnicero de 'Mein Teil' o al sátiro de 'Pussy', pero también innovó con un intermedio electrónico con Z Kruspe a los platos para dar paso a 'Deutschland'. Cambios de vestuario, como las folclóricas, trajes de luces bailongos ,y versiones a piano y mucha parafernalia en un concierto que sobrepasó las dos horas de sonido atronador y luces cegadoras. Rammstein sigue sabiendo cómo bordear el 'kitsch' sin caer en la parodia absoluta.

Rammstein presentó su último disco, sin título, el séptimo de su carrera

Tampoco se puede hablar de Rammstein sin señalar directamente a Lindemann, el gran líder supremo, y Z. Kruspe, su sumo sacerdote con guitarra en vez de báculo. La voz de Lindemann, su presencia enorme y desafiante es una de las señas de identidad del grupo y, como ya viene siendo habitual, el centro del espectáculo pirotécnico en el que el cantante se coloca un entramado de lanzallamas sobre la espalda para desplegar las lenguas de fuego como un pavo real.

Aunque la iconografía marcial ha sido una constante en la banda desde prácticamente su fundación, en esta ocasión han decidido remarcar en el escenario los símbolos de corte totalitario. Los que no acusan a Rammstein de nazis —por aquello de que todo lo alemán es nostalgia del Reich— los acusan de apolíticos, pero precisamente este último disco juega con la ambigüedad para cuestionar temas tan controvertidos en Alemania como su historia o su política migratoria. Si en 'Ausländer' la voz de Lindemann se describe como un ciudadano del mundo, un viajero que no conoce patria y cuya lengua materna es la internacional, en 'Deustchland' repasan los grandes hitos de la tradición alemana, desde la batalla de Teutoburgo hasta la explosión del Hindenburg.

La estética y el sonido puramente industrial de Rammstein ha ido dejando paso a un concepto más irónico tanto en la música, como en las letras y la puesta en escena. En esta última gira el grupo combina la iconografía marcial —el traje de Z Kruspe evoca un alto cargo de las SSpasado por un filtro sadomaso— y el 'kitsch', desde el bajista Oliver Flake ataviado como un ninja siniestro hasta los arranques de purpurina y dorados de, como no, Flake y sus teclados, que siguen siendo el centro de los gags del directo. Durante 'Puppe', en el escenario apareció un carrito de bebé gigante al que rodearon de llamas, y el grupo recuperó su famosa balsa hinchable para navegar entre el público asistente con 'Ausländer'. Rammstein demuestran que siguen en forma, capaces de dar todo el espectáculo posible sobre el escenario. Ardió Barcelona, y no fue por Rosalía.

https://www.elconfidencial.com/cultura/2019-06-02/rammstein-concierto-cornella_2048486/
 
Escuchar música heavy metal al volante te hace peor conductor

Cuánto más extremas son las canciones, más errática y peligrosa es la conducción
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La música heavy de Slipknot no sería la más apta para conducir según el estudio británico (Instagram/ Slipknot)

REDACCIÓN, BARCELONA
04/06/2019 10:24 Actualizado a 04/06/2019 10:43

El heavy metal y el rock duro están concebidos para ser escuchados a todo volumen mientras se marca el ritmo con la cabeza (o melena). No hay ningún problema cuando se escucha esta música en un concierto o en tu casa, pero hacerlo mientras se conduce podría ser un peligro. Así se desprende de un estudio que acaba de publicar el Instituto de Automovilistas Avanzados (IAM Roadsmart) y la revista Auto Express, ambos de Gran Bretaña.

La conclusión del estudio es clara: los que escuchan heavy metal al volante son los que peor conducen. Para llegar a esta demoledora (y dudosa) afirmación hicieron unas pruebas en el circuito Red Bull Ring Grand Prix de Austria donde había que dar dos vueltas. Incluía una zona de aceleración rápida, una serie de curvas difíciles y una zona velocidad limitada. En la línea de meta se debía hacer una parada controlada.

El estudio se basa solo en los datos recogidos a un reportero de Auto Express

Los encargados del estudio quisieron ver cómo influenciaba la música al volante y usaron de conejillo de indias al reportero de Auto Express Tristan Shale-Hester. Cronometraron su prueba en silencio y después la repitieron cuatro veces con cuatro canciones distintas, pero en ningún momento aclaran por dónde van los gustos musicales del piloto, algo que sería clave para ver cómo le influye.

La primera canción elegida fue Sic, de la banda de heavy metal Slipknot, un tema oscuro y muy acelerado. La segunda canción fue una de pop muy bailable: Shake it off (Taylor Swift). A continuación tenían que escuchar el rap de Kendrick Lamar Humble. La última de la prueba era música clásica, Variaciones Goldberg de Johann Sebastian Bach.

Sin música completó el recorrido en cuatro minutos y 34 segundos, con ‘Sic’ fue 14 segundos más lento y sus movimientos fueron más irregulares porque, según él, le costaba concentrarse. Con los tonos suaves de la música clásica dio las vueltas 12 segundos más lento que en la prueba de control, recudiendo su velocidad a 35 mph en una zona de 50 sin darse cuenta.


Con el pop de Taylor Swift el periodista solo fue dos segundos más lento que sin música, mientras que con ‘Humble’ prácticamente repitió el tiempo de la prueba de control, pero sobrepasó la línea de meta unos 20 metros.

La primera conclusión del estudio fue clara: “Cuanto más heavy y extrema es la música, más errático y peligroso termina siendo el comportamiento del conductor”. Aunque la música clásica tampoco sería conveniente porque relajaría demasiado a la persona que va al volante y su capacidad de conducir quede mermada. El pop quedó como el ganador de la prueba al ser considerado el más apto “para una conducción controlada”.

Un factor que también fue considerado muy importante fue el volumen. Cuanto más alta está la música, peor es la concentración. “Tiene un gran efecto. Sin duda recomendaría a los conductores que reduzcan el ruido al realizar una maniobra y que guarden el tras metal para otro momento”, concluyó Tim Shallcorss, de IAM Roadsmart.

https://www.lavanguardia.com/vida/2...io-heavy-metal-volante-conducir-slipknot.html
 
Buenas, tengo 5 entradas para el Resurrection Fest debido a que no podemos asistir. Las vendemos al precio de compra que es menos de lo que llegaron a estar. Interesados por privado. Un saludo!
 
Los Iron Maiden de Paul Di'Anno: el nacimiento de la bestia.
publicado por Álvaro Corazón Rural

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No es por polemizar. Está asumido y aceptado que los años más brillantes de los Maiden fueron con Bruce Dickinson al frente. Ni siquiera hay razones de peso detrás, puede que mi preferencia por Paul Di’Anno como cantante solo tenga que ver con el dinero. En los primeros noventa, los casetes del primero y Killers costaban 495 pesetas, y el resto un tanto más. Para cuando los Powerslave o Seventh Son of a Seventh Son llegaron a mi tocadiscos, aunque me fliparan, los dos primeros ya me corrían por las venas.

En los años Di’Anno las producciones eran peores, como cantante daba menos, pero quizá, precisamente por eso, resultaba más cercano. Un hermano antes que un dios. Imagino que ahí reside la razón por la que para cierta parte del público son esas canciones, las de los dos primeros discos —todavía con un pie en el hard rock, incluso en el rock progresivo, más que en el auténtico y genuino heavy metal de los ochenta—, cantadas por un tío con el pelo corto, con más entusiasmo que dones naturales y técnicos, las que les ponen los ojos en blanco. Los putos Maiden de Paul Di’Anno, en román paladino.

Situémonos en aquella Inglaterra. Finales de los setenta, la industria está iniciando su declive, pero todavía hay miles de trabajadores jóvenes por todo el país que, llegado el fin de semana, se ponen la chupa y el cuerpo les pide hard rock a volúmenes sobrehumanos e ingesta de cerveza por galones. Al mismo tiempo, empujando, llega una generación de críos que odian el punk y la new wave, géneros que perciben como modas efímeras, antojos de esnobs o frivolidades de modernos. Siguen amando a sus Purple, Zeppelin y Sabbath, grupos que, sin embargo, necesitaban un relevo generacional en aquel momento. Este, con el rock progresivo también agotado, llegó cuando la revista Sounds! comenzó a hablar de un género cuyo nombre había acuñado el crítico Geoff Barton, la New Wave of British Heavy Metal. Ahí estalló todo lo que ahora consideramos como arquetipo del heavy, pero antes de eso solo hubo boca a boca, trasiego de demos y conciertos en bares.

Una carrera balompédica truncada tuvo mucho que ver en todo el movimiento. Steve Harris, un chaval de catorce años, había sido captado por los ojeadores para entrenar con el West Ham United. Sin embargo, a esa edad, pronto el chico se da cuenta de que le tira más la cerveza y ligar que el sacrificio que exige el deporte profesional. Al no estar preparado para dedicarse en cuerpo y alma al balón, decide dejarlo para seguir la estela de sus otros ídolos: Martin Turner de Wishbone Ash, Chris Squire de Yes y Rinus Gerritsen de Golden Earring. Bajistas con peso específico en sus grupos.

En el primero que forma, Gypsy’s Kiss, ya da muestras de su determinación o tozudez, o ambas al mismo tiempo. Acaba a malas con los demás miembros porque cuando compone no quieren o no saben ejecutar tantos cambios de ritmo como los que salen de su cabecita.

Bajo su autoridad nacen Iron Maiden en la navidad de 1975. En los sesenta ya hubo unos en Essex, pero sin continuidad ni relevancia. Canta Paul Day, posteriormente, vocalista de More y Wildfire, y a la batería está Ron «Rebel» Matthews, que en los ochenta graba dos elepés con McCoy. Los guitarristas, Terry Rance y Dave Sullivan no hacen carrera, pero, según cuenta Paul Stenning en su biografía de Iron Maiden ya aportan el sello distintivo del grupo con el que sueña Steve Harris: las guitarras dobladas. Es lo que triunfa en ese momento, la cúspide de las carreras de Thin Lizzy y Wishbone Ash. Un recurso precioso que mezcla con otro rasgo estilístico que lo peta también en esos años, los cambios de ritmo de unos Yes o unos Jethro Tull.

La primera dificultad surgió con los guitarristas, incapaces de hacer lo que se les pedía. Ambos eran rítmicos. Así entró en el grupo Dave Murray, otro chaval hecho a sí mismo en el proletariado londinense, su madre era limpiadora y su padre discapacitado. Rance y Sullivan, en cuanto se presentó, le plantaron un ultimátum a Harris: «o nosotros o él». Al bajista no le costó nada fulminarles. Optó por Murray, que además, como Steve Harris, era aficionado al fútbol, aunque hincha del Totthenham.

Mientras iban entrando y saliendo músicos de esa formación temprana hubo un tsunami en el Reino Unido. Se llamó punk. La nueva moda redujo las posibilidades de tocar en directo de un grupo como el suyo, que estaba en las antípodas del invento de los Sex Pistols. Surgió entre ellos un rencor hacia los grupos punks, nunca ocultado, porque entendían que a no saber tocar y hacer el cabra le llamaban «energía» y solo con eso recibieron toda la atención mediática. No obstante, todo se pega en esta vida menos la hermosura, y del 77 los Iron Maiden añadieron la velocidad a sus citadas dos principales características. El auge del punk les hizo tocar más rápido, más acelerados.

La urgencia por una puesta en escena llevó a su siguiente cantante, Dennis Wilcock, a pasarse una espada por la boca y vomitar sangre falsa en el escenario. Hubo gente que se desmayaba al verlo. Ponían humo, máquinas de soltar burbujas de jabón. También montaron una máscara detrás de la batería que escupía más sangre en el escenario. Eddie The ‘Ead, era su nombre. Al final, salía todo el mundo pringado de sangre falsa en sus conciertos. Wilcock no inventaba nada, era un fan de Kiss y ponía en la práctica lo que había visto que era lo más en Estados Unidos.

Paradójicamente, Di’Anno venía del punk. Del hardcore punk, un grupo llamado The Pedopohiles. Había sido compañero de colegio de Phil Collen, de Def Leppard, y un día, el 18 de septiembre de 1976, marcó su vida. Fue a Hyde Park y vio dos cosas que le dejaron alucinado. Una, un leproso pidiendo en la puerta del estadio; dos, a Queen. A través de Freddie, con permiso de Bon Scott, sintió la vocación. Sin embargo, un año después de aquel concierto sus grupos de cabecera eran los Ramones, Damned, UK Subs, Stiff Little Fingers y los Sex Pistols de rigor. Qué más añadir… tenía el pelo corto.

A Iron Maiden los había visto, pero no le gustaban. El show teatral que desplegaban con Wilcock, que tenía una larga melena rubia y rizada, le parecía «una completa basura», según expresó en el libro de testimonios Iron Maiden ’80 ’81 de Greg Prato. En Classic Rock fue más educado y así recordó lo que sintió al ver su espectáculo: «me meaba de risa». No obstante, la vida da muchas vueltas. En un momento en que Harris no tenía cantante —Wilcock le había abandonado, solo seguían a su lado Murray y Doug Samson—, requirió desesperado los servicios de ese punk. Di’Anno le dijo en el pub donde se encontraron que no tenía experiencia ni tablas para cantar en un grupo de hard rock. Harris le contestó con flema británica: «Nosotros tampoco». Le invitó al local de ensayo y, como se dice, surgió la magia.

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Imagen: vinylmeister (CC).
En el acto, Di’Anno desertó del punk. Se puso a comprarse discos de hard rock y empezó a ver todos los conciertos que podía de este género. Ya le gustaba Bon Scott por aquel entonces, se supone que los había conocido en persona porque pasó su infancia en Australia, pero su cantante favorito de todos los tiempos, el Steve Marriott de los Small Faces, le dio las pistas definitivas para acoplarse a un grupo como Iron Maiden.

Steve Harris esta vez no quería dar palos de ciego, se tomó todavía más en serio esta formación y les puso a trabajar; estuvieron seis meses ensayando antes de volver a dar un concierto. Cuando reaparecieron, además de funcionar el invento, se dieron cuenta de que Di’Anno atraía a la concurrencia femenina, que no era precisamente masiva en este género musical. También iba a verles un público mixto, podía distinguirse alguna cresta e imperdibles entre el mar de pelos largos.

Fabricaron sus propias camisetas y recorrieron el país tocando de pub en pub. El suyo también era un movimiento underground y los grupos estaban igualmente en el do it yourself hasta que entró la pasta de los sellos. Entonces, si no les pagaban, treta habitual, tenían que dormir a la intemperie. Alguna vez se despertaron unidos por escarcha a las mantas en la Inglaterra rural. Harris le tuvo que pedir tres mil libras prestadas a su tía para mantener vivo el chiringuito convencido de que llamarían la atención de algún sello. De hecho, una división de RCA ya había negociado con ellos, pero todo se fue al traste cuando les pidieron que incluyeran versiones de Todd Rungren, dejasen de utilizar las nieblas y la sangre en el escenario y cambiasen su vestuario colocándose algún imperdible y prendas al último grito.

Fue en esas fechas cuando se acuñó el término New Wave of British Heavy Metal. Había un garito donde se estaba partiendo la pana: Bandwagon Heavy Metal Soundhouse. Sonaban a tope Rainbow, Journey, UFO, Foreigner o Styx y siempre acababan con «Free Bird» de Lynyrd Skynyrd y su trío de punteos, pero los DJ, especialmente Neal Kay, pinchaban también las demos y singles que le llevaban los grupos locales con la intención de ver la reacción de la gente. No cabían mucho más de dos mil personas. La peña estaba dentro mamándose bien a base de cervezas, moviendo la cabeza de arriba a abajo como es sabido, pero lo que pasó a la historia es que se llevaban guitarras de madera para bailar con ellas. Llegaron a competir con sus performances sobre el escenario, incluso tenían el título de Headbanger of the Year.

En ese garito se pinchó la demo que habían grabado en estudio por cuatrocientos dólares. De nuevo sin dinero, durmiendo en casa de unas chicas que había conocido Di’Anno en un bar. Ese material luego sería el primer EP del grupo, que por medio del tape trading ya llegaría a orejas estadounidenses con el consiguiente impacto. Al principio, en Bandwagon no se lo quisieron pinchar. El DJ, Neal Kay, le dijo a Dave Murray que su demo era una más entre cinco millones, que ya vería si tendría tiempo para escucharla al cabo de unas semanas. Cuando luego la escuchó, se le quitó la prestancia en el momento. Empezó a «gritar como un lunático», según sus propias palabras. No podía dejar ponerla una y otra vez. Llamó al número que venía, el del trabajo de Steve Harris, y le dijo que lo que tenía entre manos podía hacerle millonario. El bajista se rio pensando que le estaban vacilando. Enseguida, «Prowler» se convirtió en uno de los temas estrella del garito. La canción tenía demasiado rockprogresivo, pero los punteos suponían búsqueda de la verdad a través de la ortodoxia y el estribillo era como salir a la superficie en el agua después de estar ahogándote y darte por muerto para encontrarte en la orilla un maletín con un millón de euros.

Los próximos meses, este grupo va a barrer a la vieja generación de heavy rockers de sus suites en el ático. Malcolm Dome (Record Mirror)

Fueron años de directos accidentados. En Aberdeen University, cada vez que el humo llegaba a cierto nivel, los detectores antincendios cortaban la luz. No se podía seguir hasta que la niebla se disipase. Ese día, Di’Anno solucionó la papeleta enloqueciendo a la audiencia insultando a los mods. Días después, en Wakefield Unity Hall, se tuvo que cortar un poquito con lo que decía, tenían a una muchedumbre de skinheads bailando su música como si fuera ska, dando patadas a todo lo que se movía su alrededor.

El 9 de mayo de 1979, un triple cartel con Angel Witch, Samson y ellos se convierte en el día 0 de la NWOBHM. No obstante, el público acude masivamente a ver al grupo de Steve Harris. Samson ya llevaba dos singles y en un mes lanzaba su primer LP, pero cuando salieron al escenario después de los Maiden se había ido la mitad del público. El fundador de Kerrang!, Geoff Barton, estuvo ahí y todavía habla de esa noche como la del «fin de la opresión del punk», de haber sido testigo de escenas entre el público como «la de la bandera de Iwo Jima». El DJ Neal Kay presentó el concierto como «una cruzada». El flipe general rayaba con el delirio.

Pero siempre recordaré la imagen de un tipo en la parte delantera, tocando una guitarra de cartón cuidadosamente cortada para asemejarse a una forma de Flying-V. Al final del set de Maiden, en un momento de locura hacia el final de «Innocent Exile», Murray se agachó en el borde del escenario y frotó el cuello de su guitarra real contra el diapasón del cartón. Probablemente fue en este momento cuando me convencí de que esta banda estaba destinada a la grandeza. (Geoff Barton, Classic Rock)

Sin embargo, antes de petar, el que ya estaba petando era Paul, válgame la redundancia. El 12 de julio, en una redada policial en busca de drogas en un concierto, le encuentran un cuchillo. Era lo que utilizaba para abrir las latas de aceite en el curro, pero se lo llevan a comisaría. Llegó para la última canción. El resto del grupo le recibe con frialdad, esa noche les estaba viendo Rod Smallwood, de MAM Agency —había trabajado con Cockney Rebel— y que la primera vez que se acercó a un concierto suyo no tocaron porque se habían peleado. En este les vio con Harris a las voces y, manda coj*nes, aun así les fichó.

El mánager los contrató tras hablarlo con su familia. Todos le desaconsejaron involucrarse en los negocios de un grupo de esa naturaleza, pero la relación que surgió de ahí fue próspera y longeva. Smallwood se convirtió en el lugarteniente de Harris y todavía están juntos.

En la búsqueda, ya seria, de un sello, Chrysalis les rechazó, pero firmaron por la todopoderosa EMI. Cuando fueron a la oficina a hacer el contrato, Paul, que se presentó con una americana, mangó todo el material de Queen que tuvo a mano. En febrero de 1980, EMI lanzó una recopilación con varios grupos de lo que olía que sería el último grito, Metal for Muthas. Estaban Praying Mantis, Angel Witch y Samson, entre otros, pero eso no quiere decir que no hubiesen salido ya otras joyas. Por ejemplo, en 1979 Vardis lanzaron su primer EP con la barbaridad de «100 M.P.HTygers of Pang Tang, «Dont Touch Me Here», Girl —el grupo de Phil Lewis, luego cantante deLA Guns en Los Ángeles— con otro EP, las chicas Girlschool también habían hecho acto de presencia, Def Leppard con «Wasted» y Saxon ya habían publicado su primer LP.

El 8 de febrero de 1980, Maiden hicieron lo propio con el single de «Runing Free». Vendió diez mil copias en una semana. El que no veía la importancia del grupo en ese momento era porque no quería. El programa Top of the Pops al menos les invitó en el acto. Los Maiden se negaron a tocar en playback, algo que solo habían hecho The Who antes, y salieron con un sonido que dejaba mucho que desear, pero el vídeo era mágico. Eran todos unos melenudos que tenían al frente a un tío con el pelo corto. No era la novedad del siglo, era la misma puesta en escena de Rainbow con Graham Bonnet justo en esas fechas, o la de los Judas. Sin embargo, mientras Bonnet era un tío elegante con americana y repeinado y Halford se tomaba en serio a sí mismo con su cuero y sus poses látigo en mano, Di’Anno salía con el pelo enmarañado y partiéndose la poxx.

Tenía la voz ronca, cazallera. Podría ser Lemmy. Cantaba a la rebeldía, a no tener ni dios ni amo, a sus años de adolescente como skinhead. Eran todos los ingredientes del punk, pero cuando entraban las guitarras se veía que eso también era para deleitarse con el buen hacer de músicos que aprecian sus instrumentos. La juventud descarriada y harta de todo con la que tanto se había dado la paliza con el advenimiento de los Sex Pistols, ahora tenía otro resorte. Quizá menos agresivo, pero más duro.

Lo que no tardaron en llegar fueron las bajas. El batería Doug Sampson no podía seguir el ritmo y Steve Harris le enseñó la puerta de salida. Vino en su lugar Clive Burr, que había tocado en los dos singles de Samson. Grabaron su primer disco en trece días y eso que Smallwood, el mánager, enfadado, les hizo repetir algunas tomas porque el resultado «parecía los putos Queen».

Sin tiempo para respirar, les contrataron para la gira de British Steel de Judas Priest y Di’Anno metió pata hasta el corvejón. En la actualidad no lo reconoce, pero se supone que dijo en la prensa que los Maiden les iban a pasar por encima a los Judas, que ya tenían una edad. Durante todo el tour, a consecuencia de esas declaraciones, les trataron como la mierda.

Les importó poco. Para el lanzamiento del disco se pusieron pósteres por toda la ciudad. La madre de Paul acabó en urgencias por estamparse contra una farola al ver la foto de su hijo, el que no valía para nada, por toda la ciudad. El elepé fue directo al TOP-20. Una de las canciones, «Remember Tomorrow», el cantante la había titulado así por su abuelo. Diabético, amputado, murió ese año mientras estaba de gira. Esa era su frase, con ella le imprimía optimismo a la vida. Todo puede ir mal, pero siempre te quedará mañana, recuérdalo.

El 23 de agosto tocaron en el Festival de Reading. Di’Anno comprobó el valor de la fama cuando se encontró con una compañera del instituto por allí. «Siempre decían que no conseguiría hacer nada en la vida y mira dónde estoy», le espetó antes de liarse con ella. La primera señal del éxito para Di’Anno fue una abultada agenda sexual.

En 1980, Kiss fueron los que se llevaron a Iron Maiden a su gira. Aquí Harris con quien se mostró inflexible fue con Denis Stratton. Al guitarrista, en realidad, lo que le gustaba era el pop, sus grupos eran los Beach Boys y los Eagles. Eso del rock duro estaba bien para tocarlo si le daba dividendos, pero no era precisamente su way of life. Cuando aterrizaron con Kiss en España, le tuvieron que obligar a que se pusiera chupa de cuero y vaqueros, que no pareciera un turista ante los ojos de unos fans integristas. Stratton se burlaba llamando al uniforme el Cunt Kit. Ya había tenido movida por decir en una de las primeras entrevistas que dio que, en realidad, no era muy fan de Iron Maiden. Después de un concierto tenía la cabeza como un bombo de tanto metal, y le pillaron que estaba escuchando en su habitación «Soldier of Fortune» cantada por Coverdale. El mánager entró y le explicó con una bronca que un miembro de Iron Maiden se suponía que no escuchaba esa música. Estos incidentes con su walkman se produjeron durante toda la gira, por surrealista que parezca.

Mientras tanto, los demás la liaban en cada parada, se tiraron tartas a la cara al final de una actuación y retrasaron la salida de Kiss una hora, se abrieron paso hasta el bar de un hotel abriendo la puerta con un cuchillo, en Venecia un balsero les llevó a una zona de baño en mitad del mar y en lugar de volver a recogerles se quedó con el dinero y les dejó ahí tirados, tuvieron que colarse en un barco pesquero para volver a tierra firme… Lo típico de las primeras giras de los grupos, que parecen viajes de fin de curso.

Al volver a Londres, fueron a grabar un videoclip al Rainbow. Stratton notó que ninguna cámara le enfocaba a él y empezó a olerse lo que le iba a suceder a los pocos días: estaba despedido por pastel. Se barajó el nombre de Phil Collen antes de que se fuera con Def Leppard para sustituirlo, pero al final vino Adrian Smith. No hubo contemplaciones, como no las tenían los tiempos. 1980 fue el año de Ace of Spades, Back in Black, British Steel, Heaven and Hell y Animal Magnetism. No solo era la NWOBHM, la ola era una más en la tempestad del heavy metalque acababa de renacer.


Por eso, el vídeo en el Rainbow fue la consagración en lo más alto. Al menos para Paul, que se le ve desenvolverse como una auténtica estrella. De hecho, ya empezaba a pedirle al grupo espacio propio en las giras. La reacción de la prensa fue unánimemente positiva, el público enloqueció y, de remate, entre la peña estaba la madre de Paul, que comprobaba in situ que por caminos no convencionales su hijo se había convertido en alguien de provecho.

El cantante, desatado, estaba envuelto en tachuelas. Las había comprado en sex shops para la ocasión, no había todavía otro lugar donde hacerlo. A esa imagen había que unir el artwork de Derek Riggs, padre de Eddie. Un personaje que había creado a finales de los setenta en plena explosión punk. Era, en sus palabras: «un símbolo de las ideas de aquella época, de los jóvenes despreciados por la sociedad, Eddie funcionaba porque la gente se identificaba con él». Por otro lado, Marty Friedman, de Megadeth, dijo que para él Eddie fue muy importante porque por primera vez podía tener un disco de cuya portada estaba orgulloso, no como la de, por ejemplo, Styx. El logo ya no fue tan original, estaba fusilado del cartel de la peli de Bowie The Man Who Fell To Earth. En Irlanda del Norte, Mama’s Noys habían hecho lo mismo en las mismas fechas.

El 8 de diciembre, operaron a Paul de una hernia. Al despertar, se enteró de que habían asesinado a Lennon. Pensaba que seguía soñando, pero le quedaba poco tiempo para la convalecencia. Urgía poner un segundo plástico en el mercado. Killers apareció el 2 de febrero del 81. Harris firmaba todas las canciones, con la excepción de la que daba título al disco que concedía una coautoría a Di’Anno, y la intro. «The Ides of March» era «Thunderburst»de Samson y viceversa, ya que Thunderstick, ex Maiden ahora en Samson, la había compuesto a pachas con Harris en su día. No obstante, el bajista tiró de los abogados de EMI para hacerse con el 50% de los derechos del tema del grupo hermano.

Martin «Headmaster» Birch, el productor de Killers, sacó lo mejor de Paul Di’Anno, según el propio cantante, pero su conducta empezaba a chocar con la del resto. Se pillaba ciegos severos y, además, tampoco estaba muy motivado con lo que estaban haciendo. Mostraba cierta apatía y desinterés. Según Di’Anno, porque la producción de este álbum le gustó menos que la del primero todavía. Por delante solo les quedaba la friolera de ciento veinticinco conciertos de promo en seis meses.

Sobre el inicio de esa gira pocos recuerdos le quedan al cantante: «Seré honesto, no recuerdo mucho. Solo el showdel Hammersmith, cuando Clive llenó mis botas con confeti y crema de afeitar cinco minutos antes de subir al escenario». Por el diario de Steve Harris vemos que el bajista también se tenía que sentir como el director de una guardería: «Sábado por la mañana. 8 am. Llegamos a Heathrow. Clive y yo nos encontramos con el resto de los muchachos, incluido Ross Halfin, solo falta Adrian (con cierto parecido a Stan Laurel esta mañana) que se ha dejado el pasaporte en casa (puto idiota, ahora tiene que esperar, perderá el vuelo y tendrá que coger otro después) y Paul está todavía fuera de sus cabales por la noche anterior, como de costumbre».

Con el lanzamiento del single «Women in Uniform» tuvieron problemas. Eddie sale con dos chicas abrazándole por la calle y una mujer, apostada en una esquina, le espera con una ametralladora. La mujer es Margaret Thatcher y la imagen es una clara venganza tras el single de «Sanctuary», donde aparecía Eddie acuchillándola en plena rúe. Se ha especulado si Eddie ahí tiene cierto parecido con Denis Thatcher, el marido de la primera ministra. Lo cierto es que la letra, una versión de los Skyhooks, decía en el estribillo «Women in uniform, sometimes they look so cold, Women in uniform, but, Oh! They feel so warm». En Leeds, un grupo de feministas con pancartas intentó interrumpir su concierto en protesta por esa letra que sexualizaba, como se dice ahora, a la mujer trabajadora. El incidente salió en los periódicos.

Del final del tour Di’Anno tampoco se acuerda mucho: «No tengo recuerdos [del último concierto el 10 de septiembre de 1981 en Copenhague]. Es lo único que me jode: no recuerdo nada (risas)». Una pena porque el tour era para recordarlo. En Texas iban con Humble Pie y a Steve Marriott, que era su ídolo, la policía le confundió con un espalda mojada y lo arrestó. Cruzaron el telón de acero para tocar en Yugoslavia, donde cinco mil chavales durmieron la noche antes en el estadio para asistir a la prueba de sonido y ponerse ya a headbanguear como locos seis horas antes del show. Con lo que ganaron en Balcanes pudieron financiar los conciertos en Dinamarca.

Otros, sin embargo, sí que se acuerdan de lo que hizo Paul. Se sabe que en Newclastle, por ejemplo, saltó al escenario y se puso a hablar de fútbol. De su West Ham, el máximo rival de los locales, por lo que tuvieron que salir por patas antes de terminar la actuación. En otra ocasión, apareció con un sombrero pork pie, los de los músicos de ska, como los que llevaban Madness, en una época en la que las tribus urbanas eran religiones fundamentalistas, le tuvieron que abroncar por salir así ante una audiencia metalera siendo él, supuestamente, un icono del movimiento. Ahora parece una chorrada, pero ese año era impensable tamaña osadía porque te podían, literalmente, apedrear.

El punk se supone que era de clase obrera, pero la mayoría de los que lo eran pertenecían a la clase media. Mucha gente pasó del punk a Spandau Ballet y mierda de ese tipo. Nunca le gustamos a esa gente porque lo nuestro no es el postureo. (Paul Di’Anno)

De su salida se ha dicho de todo. Fue de alguna manera traumática para los fans, por mucho que los años dorados llegasen con Dickinson. Di’Anno se ha justificado diciendo que se desmotivó por razones musicales, Killers le parecía «cursi». Siempre había avisado de que no quería que el grupo se convirtiera en «demasiado técnico», «serio» o «intenso». Otra queja era que el grupo fue dejando de ser democrático y ahí solo mandaba una persona. No en vano, en alguna entrevista se ha referido a Harris con el simpático apelativo de «Adolf Hitler». Por eso se fue antes de que lo echasen. También hay que tener en cuenta que Dave Murray dijo de él que era «el típico tío al que le gusta iniciar movidas pero no se queda para acabarlas».

En este sentido, en otras ocasiones, Paul ha comentado que es consciente de que Steve Harris quería haberlo asesinado docenas de veces. «Pesadilla es la palabra para describir lo que Steve tuvo que sufrir conmigo». Di’Anno explica que lo cierto es que no se volvió loco con el éxito del grupo porque él ya estaba loco de antes. El gran problema fue que hicieron acto de presencia las drogas y eso, como de costumbre, se tradujo en que sobre el escenario unos días estaba muy bien, pero en otros directamente no estaba ni siquiera en persona. Pasó lo que nunca puede pasar en un grupo de rock profesional, tener que cancelar conciertos por incomparecencia. Además, en su día, en Sounds! se publicó que Paul no cuidaba su voz, que bebía y fumaba sin control.

Ni Steve Harris ni nadie quería realmente que se fuera, porque el grupo iba hacia arriba, pero eran conscientes de que Di’Anno podría perfectamente arrastrarlos a todos al hoyo. Hubo una reunión con mánager de por medio. Se le dijo que se estaba pasando tres pueblos y él, elegantemente, se quitó de en medio. Mientras se iba estandarizando el heavy metal, la inmensa mayoría de los grupos tuvieron cantantes con el mismo estilo de voz aguda o rasgada. Los Maiden, con Paul, no pasaban por el aro. Para Friedman, de Megadeth, fue muy importante cuando tenía catorce años que en su grupo favorito se cantase «sin parecer mar*ca». Algo parecido pensaba Tom Gabriel Fischer de Celtic Frost. Di’Anno no se subió al carro de los falsetes, ni al de la cuidada melena, ni tampoco al del vestuario del metal, hay fotos con todos de cuero y vaqueros en las que Paul sale con un mono habitual en las pasarelas de entonces como pensando en sus próximas vacaciones en Ibiza hinchándose de italodisco.

Siempre se reivindicó como el verdadero cantante de Iron Maiden, aunque no sin contradicción ha reconocido que Bruce Dickinson fue «el mejor cantante que Maiden ha tenido nunca». Lo cierto es que a Paul se le pudo sustituir, pero no eclipsar. No obstante, si se dejó ir del grupo, fue porque pensaba que la estrella era él, que no tardaría en montar otro proyecto triunfante más acorde a sus vicios y confort, y eso no sucedió. La realidad fue tozuda en ese aspecto.

Nosotros solo podemos concluir de forma escueta. Paul Di’Anno, como cantante, molaba. Molaba mucho. Como persona, cada uno puede extraer su propia conclusión de su autobiografía The Beast, donde hay pasajes en los que cuenta cómo le metió una pistola en la vagina a una groupie en Estados Unidos. Es al menos una de las historias de ese libro que ha confirmado después, el resto las achaca a la exageración del negro que lo escribió. Sea como fuere, una carta de presentación que ya no es muy exportable para un siglo XXI en el que mola el heavy, pero no tanto la forma de vida de más de uno de los protagonistas del género en su época dorada.

https://www.jotdown.es/2019/07/los-iron-maiden-de-paul-dianno-el-nacimiento-de-la-bestia/
 
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