Haters de Sálvame - Parte I - Tema Cerrado, diríjase a la Parte II.

Estado
Cerrado para nuevas respuestas
Pero si fue también estuvo en la boda de Paz padilla no??
Fue el hermano de paz, el padrino, lo normal, y la madrina su hija, o el padre de el el padrino, , pero midireraul y el novio alpargatero estuvieron en esa boda, no iba a ser menos potorra, y le hace padrino, y madrina???, potorrina no... será la seña virginia con pantaló n marca chocho como dice @Camposdashian


Ver el archivo adjunto 819537

Ver el archivo adjunto 819538Ver el archivo adjunto 819541

Ver el archivo adjunto 819542

La hija de Paz Padilla, la madrina de boda, que estudia en Londres, que sale en las revistas, que no se le conoce por el momento novio del estilo de potorrino.
Es que tener un novio estilo potorriña no lo tiene cualquiera.
Lograr emparejarte con semejante elemento no es tarea fácil..:confused::confused:
Poco aseado, con aficiones étilicas, sin oficio ni beneficio, mal vestido ,con la cara y el peinado de Jim Carrey en " Dos tontos muy tontos"..:banghead::banghead:
Que crak
 
Si nosotros las haters, y las espartoñas no la odiamos.
Nos entretiene tanto sus sandeces, que no llegamos ni al odio, algo menos.
La detestamos mejor dicho, pero vamos, sin acritud.
Yo tampoco la odio, y no le deseo nada malo, solo que la echen de TV . Pero nada de enfermedades. El odio y la envidia, son sentimientos de potorristas. Si Ermigue la deja, no sera porque yo se lo desee, sino por echarla de la tele.
 
Última edición:
Normalmente cuando una persona pasa por un proceso de desintoxicación, primero se considera adicto toda su vida aunque esté sobrio o sin meterse, segundo los conceptos como emborracharse los disocia totalmente del divertimento

Es muy llamativo como esta persona rompe con todos esos perfiles y principios básicos
 
Cómo la cocaína unió a la novia del príncipe Felipe con Belén Esteban (y a las fiestas de pueblo con los festivales internacionales)
Desde el Palacio de la Zarzuela hasta el Amador de Granada pasando por el Lerele. Segunda entrega de la breve historia social de la 'fariña' en España.


Por Raquel Peláez

9 de septiembre de 2018 / 09:19

Lectura: 20 minutos
cocaina2_8823_640x477.jpg

© Getty / Efe / Gtres
El periodo de tiempo que transcurre entre que alguien empieza a drogarse y se le manifiestan problemas físicos se llama en el lenguaje médico “Silencio clínico”. El día del verano de 2004 en que los medios dieron la noticia de que Carmina Ordóñez había amanecido desnucada en su bañera, todo el mundo intuyó que la cocaína había tenido algo que ver. Pero nadie lo dijo oficialmente. El teletipo de EFE que anunció su fallecimiento solo apuntaba que había sido encontrada muerta en la bañera de su domicilio madrileño con un golpe en la cabeza. Una nota en El País daba una pista: “En los últimos años de su vida reconoció tener problemas y abusar de las pastillas para poder dormir e ingresó por voluntad propia en varias clínicas de desintoxicación”.

Tuvo que pasar una década para que uno de sus hijos, el torero Fran Rivera, admitiese en un programa de televisión que su madre, La Divina, máxima representante de una España glamurosa, adinerada y despreocupada había tenido un grave problema de adicción a la “droga champán”. A ese tipo de silencio le podríamos llamar “silencio social”.

Ese silencio, que se puede confundir fácilmente con hipocresía, era miedo a admitir que la droga champán, que tanto había divertido a aristócratas y miembros de la farándula en décadas anteriores, también traía problemas a los más favorecidos. En la última década han roto ese silencio otros grandes protagonistas de la prensa rosa. Por ejemplo, Belén Esteban, que en 2014 le confesó a Maria Teresa Campos que en más de una ocasión se había metido unas rayas para aparecer en un plató de televisión. Esto era algo que España también intuía. Ambos famosos argumentaron que daban su testimonio para concienciar a la sociedad de los peligros del polvo blanco. El tono era de contrición. Sin embargo, cuando en 2005 las fotos de Kate Moss drogándose llenaron las páginas de la prensa de todo el mundo, las cosas fueron muy diferentes. H&M, Burberry y Chanel cancelaron sus contratos publicitarios con ella y esas circunstancias le obligaron a emitir un comunicado en el que simplemente decía: “Me hago responsable de mis actos”. No pidió perdón. Nunca lo ha hecho.

carmina_ordonez_estilo_1087031_640x958.jpg

© Gtres Online

En España fueron las madres gallegas, encabezadas por Carmen Avendaño, las primeras en romper el silencio social en torno a la droga. Con sus manifestaciones callejeras y reuniones con líderes de todos los partidos (desde Fraga hasta Felipe González pasando por José María Aznar) hicieron comprender a todo el país que el narcotráfico era un asunto de interés nacional. “Creo sinceramente que solo la policía y los jueces, sin los movimientos sociales, no hubieran podido. Era fundamental que la sociedad reaccionara y los rechazara. Y lo hicimos”, le contó Avendaño a Nacho Carretero en Fariña. Pero aquellas madres que se desgañitaban a las puertas del pazo de Laureano Oubiña seguían representando en el imaginario popular a las víctimas de la heroína. Y sus hijos eran los mismos que aparecían en El Pico, la película de Eloy de La Iglesia que representaba a los jóvenes toxicómanos de las ciudades industriales. Por mucho que por Galicia no entrasen opiáceos, sino principalmente hachís y cocaína, el fantasma del caballo seguía siendo el que planeaba sobre sus protestas.

Sin embargo, la España de 1990, en la que el juez Garzón desplegó la Operación Nécora para desmantelar las estructuras criminales que metían estupefacientes por Galicia ya no era la misma que en la década anterior.


La distancia entre clases se había acortado y la forma de ver el mundo de los jóvenes había mutado. Ahora había muchos más chavales de clase media que manejaban mucho dinero y mucho más tiempo libre. Y esos ya no se drogaban para evadirse de un mundo injusto que les había quitado las oportunidades, como hicieron los heroinómanos. Esa nueva juventud pija era la que aparecía representada en Historias del Kronen, la novela que conmocionó al país en 1994. Su autor, José Ángel Mañas, explica cómo se produjo el cambio: “En la escena del rock and roll, que fue la que dominó en los ochenta, la heroína era la reina. Pero en los noventa entró en escena la música electrónica”. También entraron el noise y el grunge, con su pesimismo y su visión cínica de la vida. Las canciones de los grupos españoles que se subieron al carro de aquel nuevo género que invitaba a mirarse los pies y tocar la guitarra de espaldas eran las que sonaban en la banda sonora de la adaptación al cine que Montxo Armendariz hizo de aquel libro. La película no era condescendiente con el uso que sus protagonistas hacían de la cocaína pero los pintaba como unos egoístas descerebrados movidos por pulsiones nihilistas. Aunque cuando la canción principal del film se convirtió en un éxito nacional nadie se sentía culpable por entonarla con fervor. “Ya no era el rollo rockero de los cuatro garitos del centro. Ahora salías a las discotecas del extrarradio y podías empalmar cuatro días seguidos de juerga. Y para hacer eso se necesitaba un combustible extra. La cocaína fue la gasolina que hizo funcionar aquel tipo de ocio”, explica Mañas.



sddefault.jpg


Esta idea la apoyaba no hace mucho (en 2008) el ex capo del narcotráfico colombiano Carlos Ramón Zapata en una entrevista que concedió a El País. En ella explicaba por qué meter cocaína por España fue un negocio redondo en los noventa: “Yo recuerdo que cuando estuve en España, uno salía de fiesta y si estaba tomado lo paraba la policía, que muy amablemente le conducía el carro y lo llevaba a la casa. No sé cómo estará ahora, pero antes nadie se preocupaba. En Estados Unidos, con tres copas encima vas preso, te quitan la licencia y es todo un complique […]. El ambiente español incita a la marcha, a la fiesta, a la lujuria”.
Y además, había, según Mañas, una cierta ingenuidad por parte de la chavalada: “A la heroína le tenías mucho más respeto mientras que la cocaína nos parecía lo mismo que el alcohol o los porros, lo standard, lo que no te complica la vida. Era una cosa muy normalizada, que se hacía con mucha naturalidad…”. Al fin y al cabo, como vimos en el anterior capítulo, la cocaína había sido una cosa de ricos. Pero los ricos también lloran.

LA REINA SOFÍA, EL GUSANO, ISABEL SARTORIUS y ANTONIO FLORES
Un buen día de 1992, en la misma televisión donde se podía ver a Cobi y Curro paseando por la ciudad Olímpica y la Cartuja de Sevilla apareció un spot publicitario difícil de olvidar. “La reina Sofía se ponía enferma con aquella campaña. Es que no puedo verla, Ignacio, me decía”. Se lo cuenta a Vanity Fair el que durante veinticinco años fue el director de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción, Ignacio Calderón.


La campaña mostraba un plano cerrado sobre la cara de un hombre por cuya boca trepaba hasta meterse en sus fosas nasales un gusano repulsivo que se iba comiendo el interior de su cabeza. Aquello era mucho más salvaje que el más crudo videoclip grunge. “Decidimos poner en marcha aquella campaña porque detectamos que habían empezado a aumentar muchísimo el número de llamadas al teléfono de ayuda de la FAD relacionadas con el consumo de la cocaína. Al principio llamaba gente que creía haber detectado el consumo en sus hijos, pero luego también empezaron a llamar consumidores que ya no podían controlar la situación”, explica Calderón.

El mensaje de aquella campaña era muy diferente al que estaban acostumbrados los españoles. “Yo mismo me sorprendí de que nos diesen permiso para emitir eso tan agresivo, que ponía el foco sobre el consumidor”. Calderón explica que en aquel tiempo todavía se consideraba que el drogadicto era un delincuente de baja estofa que había que meter inmediatamente en la cárcel. En la Fundación se habían dado cuenta, sin embargo, de que cualquiera que estuviese mirando aquel anuncio era o podía llegar a ser un usuario de drogas en potencia.

hqdefault.jpg


La FAD la creó el general Gutiérrez Mellado (el mismo que no se doblegó a Tejero) en 1986, quien puso en marcha esa iniciativa tras el fallecimiento de un hijo de un gran amigo por sobredosis. Así pues, la guerra contra las drogas quedó asociada desde el primer momento a los militares, que contaron con la Casa Real como aliada simbólica.


La reina llegó, de hecho, a presentar un corto animado antidrogas protagonizado por los Pitufos. Hacía una introducción leída a cámara con el mismo tipo de plano y en la misma habitación en la que durante años el rey emérito dijo aquello de “Me llena de Orgullo y Satisfacción”. Poco podían imaginar los españoles entonces que en el entorno de Zarzuela también había entrado el problema de “el gusano”. La madre de la novia del príncipe Felipe, Isabel Sartorius, era adicta a esa sustancia. Y la madre del futuro Felipe VI, que algo había oído, no veía con buenos ojos que su hijo se relacionase con gente “así”.

Veinte años tardó Sartorius en contar la verdad de lo que pasaba en su casa. Lo hizo en 2012 en su libro “Por ti lo haría mil veces”. En él confesaba algo que hasta entonces solo había sido un rumor entre la alta sociedad madrileña: que la propia Sartorius, con 14 años, iba a veces a bares muy parecidos al Kronen en chófer a comprarle mercancía blanca a su progenitora, la bella esposa del Marqués de Mariño, Isabel Zorraquín.

isabel_sartorius_7243_640x967.jpg

© Gtresonline.
En esa misma época, en una casa de la capital del reino con casi tanto poder simbólico como la Zarzuela, el Lerele, se vivía un drama parecido.


La Faraona, que había llegado a hacer una defensa pública de la cocaína en horario de máxima audiencia (“Te das una raya y no pasa nada. Todo se puede hacer, pero con método”, recordemos que le llegó a decir a Jesús Quintero) se mostraba al final de sus días mucho más vehemente contra las drogas. En su última entrevista, concedida a El Mundo, le pidieron que dijese una de sus características frases lapidarias: “Mi sentencia es contra los que se están cargando a la juventud con la droga. Porque yo, a esos, los colgaba”.

Lola Flores murió a los 76 años víctima de un cáncer de mama con el que había convivido veinticinco años. Solo quince días después su hijo Antonio apareció muerto en la piscina de la casa del clan, ubicada en la exclusiva urbanización de La Moraleja. El País dio así la noticia: “Antonio Flores, de 33 años, falleció ayer de madrugada de una sobredosis de barbitúricos, alcohol y medicamentos, según los primeros indicios. El único hijo varón de Lola Flores no pudo superar el vacío que supuso la muerte de su madre, desaparecida hace 15 días en la misma casa”. Es decir: Antonio había muerto de pena, las sustancias que hubiese ingerido solo le habían rematado. Aún hoy, su hermana Lolita ha sostenido públicamente que “no murió por nada de lo que la gente se piensa”.


hqdefault.jpg


Sin embargo en las crónicas secundarias de aquellos días se mencionaba que la policía había interrogado a un camello, que varios taxistas de Alcobendas habían declarado haber llevado al cantante fallecido en más de una ocasión a distintos poblados chabolistas donde se vendían drogas y que entre las sustancias que se habían encontrado en su sangre estaba la cocaína.

El de aquella chica que nunca llegó a casarse con el príncipe y aquel muchacho que se ahogó en su piscina eran solo dos casos más de silencio social.

La cocaína, que en otros tiempos se había considerado una droga de aristócratas y ejecutivos, ahora también lo era de sus hijos.

CUATRO MILLONES DE RAYAS: TARANTINO, LOS PLANETAS Y LA ESCENA INDIE
La campaña del gusano fue un éxito de audiencia. Conmocionó a los espectadores. Pero no funcionó. El consumo de cocaína no dejó de aumentar en España entre la población de entre 15 y 35 años a lo largo de todos los noventa. La farlopa seguía llegando a marchas forzadas por el Noroeste, la noche era cada vez más larga y el país entraba en una nueva fase de recesión. Entre 1993 y 1997 el paro pasó del 16% al 20%. Esas cifras no se habían visto nunca antes. El Plan Nacional de Drogas establece desde hace casi treinta años una relación clara entre desempleo y consumo de estupefacientes. Es decir: los que están parados, consumen más. “Además fue la era de la corrupción. Cada mañana nos levantábamos con un escándalo generado por El Mundo de Pedro Jota que creó una sensación de desconfianza y desencanto en las instituciones”, opina José Ángel Mañas.


Quizá decir que las noticias desalentadoras sobre el CESID, los GAL, Vera y Barrionuevo invitaban a consumir fariña a los jóvenes es mucho decir, pero sí es cierto que el ambiente crispado de esta nueva década era muy diferente al de la España de la Transición, en la que hasta el alcalde de Madrid animaba a los jóvenes divertirse diciendo: “¡Y el que no esté colocado, que se coloque!”. Ahora los poderes públicos se esforzaban por no hacer ni una sola concesión a una imagen desenfada de las drogas y todas las televisiones regalaban minutos publicitarios en prime time a la FAD.

Pero las industrias culturales se empeñaban en contraprogramar a las instituciones.

Los jóvenes de la clase media encontraban nuevos referentes en el cine que añadían valores inéditos a la droga blanca. En 1995 el gran público descubrió el universo de un director de culto independiente llamado Quentin Tarantino. Pulp Fiction, que en principio estaba llamado a ser un film de culto, se convirtió en un éxito global. La gran diva de esta cinta era una mujer peligrosísima, desequilibrada pero muy divertida llamada Mia Wallace, interpretada por Uma Thurman, que amaba la cocaína por encima de todas las cosas. La escena en la que la apuñalan con B12 para reanimarla era de una crudeza inédita.


sddefault.jpg


En 1996 fue el turno de otra película con vocación independiente, Trainspotting, de Danny Boyle. Este título mostraba de una forma durísima los estragos que las drogas causaban en una pandilla de jóvenes de Edimburgo, pero al mismo tiempo, todos sus personajes eran guapos o carismáticos y todos, desencantados tras el fiasco del thatcherismo, desafiaban las aburridísimas normas del mundo capitalista de una manera crítica pero magnética.

La ultraviolencia y el humor negro eran de pronto la cosa más sexy, así que el gusano trepador hasta podía albergar un cierto atractivo perverso.

En la misma época en la que estas películas hacían furor en todo el mundo nacía en España el Festival Internacional de Benicassim. A la cultura del after que mencionaba Mañas se añadía ahora la religión del festi, que las autoridades empezaron a observar con detenimiento: las estadísticas internacionales señalaban que en otros países el 22 por ciento de asistentes a estos acontecimientos iba pertrechado con alguna droga.

Ni en los afters ni en los festivales se consumía solo cocaína. Las pastillas, en sus múltiples variantes, eran fieles compañeras. El éxtasis fue la tercera droga más consumida en España a lo largo de los noventa. Pero la cocaína, como el cannabis, era un básico. “El que tenía mucho dinero, la compraba, y el que no tenía dinero la pasaba. En aquella época mucha gente se sacaba un sobresueldo trapicheando. Entrabas en un bar si había cinco personas, cuatro eran camellos y una un cliente”, rememora con cierto sarcasmo Eric Jiménez, el batería del buque insignia del indie español (y banda favorita de la reina Letizia) Los Planetas.


El mundo sonoro de Los Planetas era oscuro, atormentado y enérgico como también lo eran sus letras, llenas de unas alusiones a las drogas tan explícitas y desprejuiciadas que había que escucharlas dos veces para dar crédito a lo que estaban diciendo. En los conciertos de Los Planetas el público cantaba a grito pelado cosas que hubiesen disgustado profundamente la reina Sofía: “Prefiero estar muerto que aburrirme así, quiero probar algo nuevo”, “Y aunque juré que nunca más, me acerco hasta el baño a que me pongan otra” o “Y nos hemos metido cuatro millones de rayas”. Aunque la compañía discográfica cambió esta última frase para que las radiofórmulas emitiesen ‘Un buen día’, la canción en la que aparecía, nadie pedía perdón.
En parte gracias a ese descaro la banda granadina se convirtió en un referente de culto para una juventud acomodada que, consumiese drogas o no, encontraba en la representación de aquel mundo sórdido una forma de rebeldía.

hqdefault.jpg


Eric Planetas, que no habla en representación de toda su banda, se niega a cargar de intención todo aquello: “No era ningún tipo de manifiesto. En nuestras canciones las drogas salen como si hablaras del panadero”, dice. “La cocaína en el vocabulario de la gente del rock no se considera ni droga. Es como el café solo. Si alguien está cansado y hay por ahí uno que tiene en ese momento, pues se lo toma. Era nuestra forma de hacer un retrato de la cotidianidad”. Y la cotidianidad era para este público con gustos alternativos algo vulgar y odioso. “Es como si te vendieran una medicina que hiciera que el mes de agosto durara hasta septiembre o para que el fin de semana dure cuatro días. Y todo eso, esa necesidad de escapar, está muy relacionada con cómo está montado el mundo laboral y el ritmo del mundo moderno”, explica Eric.


“La cocaína además te permite beber hasta el infinito, y a los españoles lo que de verdad nos gusta es beber”, apunta José Ángel Mañas. Efectivamente, a los españoles les gusta beber y el alcohol, que el Plan Nacional de Drogas considera una sustancia tóxica más, señala que el alcohol es la segunda droga más consumida en este país después del tabaco desde que se empezó a llevar un registro de hábitos de la población.

Hay una última clave en el éxito de la cocaína: el ritual. Mañas explica que la coca te permite sentir que formas parte de algo: “El que la consume participa de una liturgia colectiva. Hay que organizarse para comprarla, repartirla, ir al baño o a un lugar escondido a servirla… Siempre me llamó mucho la atención que el libro de memorias de los Strokes se titulara Meet me in the bathroom (‘Te espero en el baño’). Es un claro guiño a eso”.

kate_moss_8362_640x990.jpg

Kate Moss en los 90.
@ Getty Images
The Strokes fueron la banda neoyorquina que señaló en el año 2000 el nacimiento de una nueva tendencia cultural que ya empezaba a notarse en los carteles de los festivales: el regreso del rock and roll clásico (con su asociación histórica macarra al s*x* y las drogas) y la masificación de lo indie. El líder del grupo era hijo de uno de los agentes de modelos más poderosos del mundo. Justo por esa época, la modelo mejor pagada del planeta se ennoviaba con el líder de una banda inglesa muy parecida a los Strokes. El hombre que más drogas consumía de toda Inglaterra. Pete Doherty y Kate Moss, que ya en los noventa había sido la embajadora de algo llamado 'heroin chic', representaban ahora el nuevo milenio.


Ellos fueron los siguientes ídolos de una generación que tenía dinero suficiente para pagarse el abono de un festival, el alojamiento y, en algunos casos, la partida destinada a drogas. La primera generación que convirtió el lenguaje de la cocaína, y su silencio social, en código de hermandad.

MÚSICOS, NIÑOS ACOMODADOS, SUPERMODELOS, CELEBRITIES… ¿Y TRACTORES
España entró en el siglo XXI con buen pie (al menos desde el punto de vista económico). En el periodo comprendido entre 2000 y 2007 el país conoció datos inéditos de colocación laboral. El desempleo llegó a descender al 12 por ciento. Si, como señala el Plan Nacional de Drogas, es cierto que hay una relación directa entre paro y drogas, este debería haber sido el periodo de la historia de España menos tóxico. Pero no fue así. 2005, el mismo año en que las cámaras pillaron a Kate Moss haciéndose líneas, fue el de más consumo de cocaína que se recuerda en la historia de este país. El nivel de farlopismo era tan desaforado que nuestro país se convirtió en motivo de preocupación hasta para la ONU. “En las prevalencias de consumo anual, España ocupa el primer lugar del mundo, con una décima porcentual más que Estados Unidos”, advirtió la Organización de las Naciones Unidas al Gobierno Español, encabezado por José María Aznar. “No hay duda que todo el dinero que había en circulación por el tema de la construcción tuvo muchísimo que ver”, argumenta Ignacio Calderón, de la FAD.


Con semejante nivel de consumo, no es arriesgado afirmar que en esta década había en España una masa crítica bastante amplia capaz de reconocer los síntomas de un colocón de cocaína.

Por eso, cuando Fran Rivera o Belén Esteban confesaron hace dos años y con efecto retardado los vicios de su madre el uno y los propios, la otra, muy pocos se llevaron una verdadera sorpresa.

La televisión de los dos mil, en la que los reality shows y las tertulias del corazón se habían convertido en el plato fuerte de todas las cadenas, era un espectáculo cocaínico de primer orden. Tanto que la policía acudió a poner coto a los desmanes y en 2004 detuvo en las inmediaciones de los estudios Telecinco a uno de los tertulianos habituales en este tipo de programas, Jimmy Jiménez Arnau (les sonará de nuestra anterior entrega). Llevaba encima diez gramos de farlopa.

En la España de las obras faraónicas y las nuevas discotecas de diseño se volvía a asociar la coca a la jet set, los ricos y la farándula. Quizá por eso pasó desapercibido que el Plan Nacional de Drogas señalaba otra cosa. En realidad, el sector laboral que más se drogaba no era el de los altos ejecutivos, sino el de los trabajadores manuales no cualificados, entre los que se incluyen los trabajadores de la construcción. También pasó desapercibido otro fenómeno: la llegada masiva de la cocaína al rural. Las estadísticas no hacen muestreo en los pueblos, pero allí la noche tenía la misma gasolina que en las grandes ciudades. Lo cuenta con pelos y señales el escritor y dibujante granadino, Juarma (Deifontes, 1981) en su inencontrable novela “Al final siempre ganan los monstruos”.

alfinal_6312_640x640.jpg

© Camping Hotel

Juarma, a quien José Ángel Mañas considera heredero directo de su obra, cuenta que en su pequeña localidad de poco más de 2.000 habitantes la cocaína siempre estuvo presente: “La gente la probaba antes que la marihuana, que el tabaco o que el alcohol. Lo que pasa es que no hay estadísticas sobre eso. Pero mucha gente de pueblos de Castilla o de la Mancha que ha leído mi novela me dice: en mi pueblo pasa lo mismo”. Juarma cuenta que en en el cambio de milenio “cuando había obra” y por tanto, mucho dinero, los jóvenes del rural recurrían al alcaloide como elemento esencial para la evasión. “La gente trabajaba en el campo y en la obra y se metían porque eso les sacaba del día a día, les ponía la cabeza en blanco o les hacía olvidarse de los accidentes que presenciaban en el trabajo. En aquella época morían muchos chavales en accidentes en la construcción”.

Juarma dice que el rastro de todo esto que no aparece en los datos oficiales se puede ver en los centros de rehabilitación, “donde hay un problema grande” y en las páginas de sucesos de la prensa regional: “Hay muchísimas noticias relacionadas con el trapicheo de marihuana y con el consumo de coca”. Para los medios nacionales e internacionales siempre es más atractivo cubrir la enésima recaída de una modelo o un actor que las miserias que ocurren en la tierra periférica. En la FAD admiten que no tienen conocimiento de informes sobre el consumo de droga en el medio rural. El libro de Juarma, agotado desde hace meses y en busca de una nueva editorial, habla de otro tipo de silencio. Uno al que aún nadie ha puesto nombre.

Kate Moss, por cierto, no tardó mucho en recuperar todos sus contratos publicitarios. En 2011, de hecho, fue imagen para una barra de labios llamada ‘Addict’. Pero de eso y de lo que pasó en la siguiente década (o sea, esta), hablaremos otro día.

https://m.revistavanityfair.es/actu...io-flores/33377/amp?__twitter_impression=true
 
Editorial del director: Belén Esteban se casa pero solo interesa retozando en el fango
9 septiembre, 2018 por Saul Ortiz

De blanco, casi virginal. Así (re) apareció Belén Esteban en el plató de Sábado Deluxe tras anunciar, vía exclusiva en Lecturas, que pasará por el altar con Miguel Marcos. Un anuncio que coincide con la vuelta de las vacaciones de la colaboradora que evidencia la estrategia urdida cada inicio de temporada.
Está claro que su boda responde únicamente al engranaje de la maquinaria televisiva en la que se ha convertido. Belén ha perdido credibilidad y su argumentario parece cosido sobre la marcha. No tiene demasiado sentido que Belén haya preparado todos los detalles de su boda en cuestión de semanas. Demasiado precipitado. Belén confiesa tener el vestido, el cóctel, el menú y hasta el vestido de la madre. Huele a una carambola contrarreloj, con el único interés de salir a flote ahora que su popularidad ha decrecido notablemente.




Es evidente que la cara dulce de Belén ya no interesa -si es que en algún momento lo hizo-. Solo funciona retozando en el fango, desgañitada en los infiernos. Una noticia feliz como la de su boda solo adquiere dimensión mediática si está salpimentada con escándalos y polémicas. Nada interesa sobre cómo o qué comerán los invitados y, ni siquiera, qué traje vestirá el día del enlace. Solo importa si El Migue posará en la exclusiva que negocia -aunque ella lo niegue- para ponerse en el disparadero. También si Andreíta abandonará su ostracismo para dar color a un reportaje que, en el mejor de los casos, nunca superaría los 100.000 euros. Poco o nada conocen el medio quienes hablan de cantidades tan obscenas como los 600.000 que acuñó Mila Ximénez durante la entrevista de su otrora enemiga.

Las prohibiciones de Belén
Prohíbe Belén, furibunda y déspota, que se nombre a Miguel Marcos. Que se escarbe en su vida personal y, por supuesto, que no se analice sus posibles económicos. Se siente molesta ante quienes aseguran que, con un sueldo de conductor de ambulancia -que no supera los 1.500 euros- pueda llevar una vida de lujo y despiporre, con viaje a Nueva York y anillo de diamante como regalo de pedida. Insiste en que no va a tolerar que nadie le llame mantenido. Tal vez olvida las veces en las que usó ese mismo adjetivo para dirigirse a María José Campanario o cómo se ríe, a mandíbula batiente, de las idas y venidas de Isa Pantoja, a quien acusa de ser una nini.

Me rechina que también ponga el grito en el cielo porque llamemos a su novio con el sobrenombre con el que ella se dirige a él. El Migue es como esa Campa con la que ella habla de la mujer del padre de su hija. Pero Belén es experta en ver la Paj* en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Es la incoherencia que le ha hecho ser uno de los personajes más famosos de este país. ¿Pero será también la losa que acabará hundiéndola?
https://www.cotilleo.es/editorial-del-director-belen-esteban-se-casa-pero-solo-interesa-retozando-en-el-fango/
 
Estado
Cerrado para nuevas respuestas
Back