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Demasiada espontaneidad
(Texto El País) Fotos internet

-----Naturales sí, pero también nobles y empáticos.

----Bajo la frase “yo soy así” no cabe todo.

----Debemos mostrarnos auténticos, pero teniendo en cuenta a los demás.


Existe un malentendido cuando nos referimos a la espontaneidad como acto de sinceridad o autenticidad.

También lo espontáneo puede ser reactivo, desmesurado e irrespetuoso.

Algunos ejemplos pueden contextualizar la idea de que lo espontáneo no es igual a lo auténtico. Hay quienes suelen jactarse de decirles a los demás a la cara lo que opinan.
Se vanaglorian de no tener inconveniente alguno en soltar sus juicios, como quien arroja presuntas verdades sin atender al contexto, el momento y la relación que mantienen con el otro.
Lo sueltan y se quedan tan anchos.
Preguntas: “¿Acaso tuviste en cuenta a la otra persona?”. Y responden: “Me da igual…, yo soy así…, digo lo que siento”.

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Hay otros ejemplos más cotidianos:
.. aquellas personas que hacen la broma en el momento inoportuno;
..las que insisten cuando se les dice basta;
.. las que hablan sin dejar hablar;
.. las que gesticulan histriónicamente y no mesuran los prejuicios de sus muecas;
..las que ríen o se enfadan fuera de tono;
.. las que vuelven a preguntar lo que ya se les dijo;
.. las que quieren discutir en medio de un restaurante;
..las que no les importa que les oiga todo el mundo;
.. las que no pueden esperar;
..las que precipitan besos y abrazos embarazosos.

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En general, todas aquellas personas que sufren la maldita impulsividad. No saben, o no quieren, aprender a gestionarla.

Lejos de tales extremos, algunos individuos espontáneos gozan del valor añadido de la nobleza. Son tal cual, sin engaños, ni medias tintas, ni filtros interesados.

Son lo que son, un espejo de su alma.

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Por eso gustan y son queridos, aunque suelen aborrecer de sí mismos.
Esa excesiva franca naturalidad les acaba metiendo en todo tipo de malentendidos, que les obliga a justificarse muy a menudo.
Van tan de cara que son los primeros en recibir las tortas.

Nadie que confía en sí envidia la virtud del otro”
Cicerón


Lo curioso del fenómeno es que estas personas creen que cuanto más “naturales”, más auténticas y más sinceras.

Añádase, incluso, que la espontaneidad puede ser un aspecto visible del bien, de ser alguien bueno, por no tener filtro alguno, con lo cual no importa el arrebato, sino la honestidad del mismo. No importa ser un salvaje si se entiende como un ser auténtico.
Si en un extremo lo protocolario aparenta rigidez y fingimiento, en el otro se encuentra la arrogancia de lo espontáneo como signo de naturalidad, cosa que ahora se lleva mucho.

Cuanta más exhibición de lo propio, más autenticidad. Solo que tiene que ser a costa de los demás, que, pacientes, soportan la supuesta honrosa virtud de lo que por encima de todo es así porque lo es y no puede ser de otra manera.

Sin embargo, la segunda columna consiste en tener en cuenta a los demás.

.. ¿Son personas dignas de confianza?
.. ¿Quieren escucharnos?
.. ¿Es prudente decir lo que queremos decir en este momento?
.. ¿Atendemos al momento por el que pasa la relación?
.. ¿Estamos atrapados en sentimientos que pueden malherir al otro?
.. ¿Muestran interés por lo que podamos decir?

Todas las pasiones son buenas mientras uno es dueño de ellas, y todas son malas cuando nos esclavizan”
Rousseau


Cuando se es muy capaz de sostener la primera columna, pero poco o nada la segunda, el edificio de la seguridad se derrumba, actuamos impulsivamente.

No ganamos en confianza, sino que la perdemos.

Mostramos una espontaneidad que roza la reactividad. No se trata de morderse la lengua, sino de saber encontrar el momento oportuno o, por lo menos, ser capaces de pedir permiso al otro y gestionar juntos la situación.
Ahí es donde se pone en juego la seguridad.

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El que confía “responde”. El inseguro “reacciona”.


La pura espontaneidad pertenece a la niñez.

Los estadios infantiles son particularmente espontáneos tanto para dar muestras positivas (proactividad) como desafiantes y negativistas, véanse las clásicas rabietas (reactividad).



Se supone así que los procesos de educación, aprendizaje y maduración conllevan la capacidad de dominar la impulsividad, es decir, procurar comportamientos proactivos, ser capaces de negociar y expresar el desacuerdo e incluso el enfado de forma asertiva, sin reactividad.

Mostrarse indignado, por ejemplo, no tiene por qué significar mostrarse agresivo. No hay que confundir firmeza con atropello.

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No obstante, todo cae en saco roto si, además de no haber madurado lo suficiente, se convive en una cultura que aplaude a las personas arrojadas, pasionales o impúdicas, mientras se menosprecia a las cívicas, templadas o asertivas.

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Esas resultan “estiradas”; les falta sangre en las venas, son “carcas” o aburridas.
Para colmo, todo queda justificado por nuestros orígenes sureños o latinos, por ser de sangre “caliente”. Rasgos o vestigios de unos tiempos en los que lo honroso se asociaba con la capacidad de “marcar paquete”.

Otro ejemplo de los nuevos usos de la espontaneidad son los correos electrónicos y, sobre todo, los mensajes vía Twitter.

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Asistimos atónitos a la capacidad de soltar sandeces, primeras impresiones, prejuicios de género, racistas o intolerantes, sin mediar un mínimo razonamiento de los efectos que pueden causar una palabras que, por mucho que se borren posteriormente, son la llama que ya no puede evitar la devastación emocional de personas muchas veces –incluso la mayoría de ellas– inocentes.
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De nuevo la impulsividad se convierte en gobernadora de conciencias atrapadas bajo la incontinencia de pulsiones básicas.
¡Ole, ole y ole!
 
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