Hablemos de la soledad, una realidad con la que debemos aprender a convivir

Gracias Lostie, tu respuesta me permite conocer la realidad de tu paìs.
Evidentemente el fenòmeno se està propagando.
Por un lado es bueno el no aceptar reuniones por obligaciòn. Pero me pregunto si esto nos està llevando a un plano màs solitario... porque no se cambian esas reuniones forzadas por otras que realmente nos satisfagan, directamente se opta por la soledad.
Que no es mala, en absoluto. Pero si nos detenemos a pensar...hacia dònde vamos?
Si somos seres sociales, disfrutamos de la compañìa de otros seres, con los que nos llevemos bien, claro està. Por què elegir la soledad entonces?
Falta madurez social para decir públicamente q no soportas a tu familia, q tus sobrinos q te quieren ver para pedirte pasta en lugar de un regalito q el resto del año pasan de ti como la mierda pero q en Navidad quieren comer en tu casa para ahorrarse una comida cara.
 
Falta madurez social para decir públicamente q no soportas a tu familia, q tus sobrinos q te quieren ver para pedirte pasta en lugar de un regalito q el resto del año pasan de ti como la mierda pero q en Navidad quieren comer en tu casa para ahorrarse una comida cara.
Faltan ovarios y testículos para poner el puño encima de la mesa y pasar el tiempo con quien realmente lo merece y aprecia, fuera compromisos
 
SOLEDAD, UNA EPIDEMIA EN EL MUNDO ACTUAL

ENRIQUE FIGUEROAjulio 24, 20180
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La soledad perjudica seriamente la salud. Podría ser un titular de prensa, el título de una película, pero es una cruda realidad. Según el Diccionario de la Real Academia Española, la soledad es la carencia voluntaria o involuntaria de compañía; o también, lugar desierto. En su tercera acepción, el pesar y melancolía que se siente por la ausencia, muerte o pérdida de alguien. El poeta John Donne (1624) escribió en su Meditación XVII, perteneciente a Devotions Upon Emergent Ocasions: “Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti”. Nos quedamos con la frase “nadie es una isla completo en sí mismo”.

La soledad es un problema real que afecta cada vez a más personas de todas las edades y no sólo a las personas mayores, como se suele pensar. Lo cual nos lleva a pensar si hay soledad buscada y deseada o siempre es inducida por la matriz ambiental del ecosistema social de cada persona, llevando a situaciones no deseadas, que generan falta de calidad de vida o incluso enfermedad.

Hay momentos de soledad buscados como forma de encuentro personal con el interior de cada cual o meditación en una búsqueda de trascendencia, de estos no hablaremos aquí porque tienen un fin positivo y son buscados por la persona de forma intencionada. Jesús de Nazaret buscó la soledad en muchos momentos de su vida, mostrado en numerosos pasajes evangélicos (Mateo: 14, 23; Marcos: 1, 35; Lucas: 9, 10; Juan: 6, 15). Citaremos un ejemplo, En aquel tiempo, el Espíritu empujo a Jesús al desierto (Marcos, 1, 12-15). El desierto como metáfora y realidad de la soledad deseada para un encuentro con la profundidad del ser y el infinito; un lugar para la trascendencia y el encuentro, para los creyentes, con Dios desde la inmensidad del ser en soledad. Un encuentro con el lugar interior que todos tenemos, donde nos encontramos a nosotros mismos. Pero el desierto también puede ser una metáfora de la soledad profunda que puede generar la sociedad actual. Hay desierto para muchas personas en nuestras ciudades.

El filósofo Martin Heidegger se retiró a una pequeña cabaña en la Selva Negra y allí, en soledad, realizó sus más brillantes escritos; una soledad fecunda y buscada. Pero no es éste tipo de soledad el que nos preocupa. Resulta muy indicativo que Theresa May, en el Reino Unido haya creado el Ministerio de Soledad (Minister for Loneliness), dirigido por Tracey Crouch actual secretaria de Deporte y Sociedad Civil, debido a que, según sus propias palabras, “para demasiadas personas la soledad es la triste realidad de la vida moderna”. En el Reino Unido, hay más de nueve millones de personas que siempre, o con mucha frecuencia, se sienten solas. En España, seis de cada diez personas están en soledad no deseada. Según datos del informe La soledad en España, de 2015, uno de cada 10 españoles admite sentirse solo con mucha frecuencia. Es decir, 4,6 millones de personas en nuestro país (el 8% de la población) se sienten solas habitualmente. Dos millones de ancianos en España se sienten solos y más de cuatro millones y medio de personas se sienten solas de manera habitual, es decir, un 8% de la población. En España esto no se ha entendido desde hace años, al igual que la caída demográfica de la que la Organización Mundial de la Salud lleva avisando desde hace diez años. En España hace falta un Ministerio de la Soledad y la Familia. Un alto porcentaje de personas en nuestro país que ahora tienen menos de 50 años no tendrá nietos. Grecia, Italia y España muestran los niveles más altos de soledad.

De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística, los hogares formados por una sola persona crecieron en 2017 un 1,1% con respecto a 2016 hasta alcanzar los 4,7 millones, lo que supone el 25,4% del total de los hogares españoles, la población incluida en estos representa el 10,2% del total. En 2017 había 49.100 personas más que en 2016 viviendo solas. En el caso de los hombres los hogares unipersonales más frecuentes estaban formados por solteros (58,3% del total). En las mujeres, la mayoría de hogares unipersonales estaban formados por viudas (47,5% del total). Europa envejece y la soledad va camino de convertirse en la principal enfermedad de Occidente, generada por una sociedad sin hijos, con menos familias y más desestructuradas, en un marco de profundo individualismo. En septiembre de 2017, el diario El Mundo publicaba un artículo con el título La epidemia de la soledad ya supera a la obesidad como amenaza para la salud. Se manifestaba que, basado en datos de un extenso estudio llevado a cabo en Estados Unidos, Europa, Asia y Australia, “la soledad -entendida como aislamiento social- puede representar mayor amenaza para el sistema sanitario que la obesidad” y que, además, “la conexión social puede reducir en un 50% la muerte prematura de quienes están -y no sólo se sienten- completamente solos”.

La soledad aumenta el riesgo de mortalidad, y su magnitud supera muchos de los principales indicadores de salud habituales”, sostiene Julianne Holt-Lunstad, principal responsable del estudio al que alude el citado diario. Las relaciones sociales son un indicador de salud, según los criterios comúnmente utilizados para determinar las prioridades de la salud pública. De acuerdo con el artículo citado, en España, un informe conjunto entre la Fundación Axa y la Fundación ONCE advirtió en 2015 que los españoles se sienten solos. La mitad de la población española admite haber sentido, en algún momento, cierta sensación de soledad en el último año, que uno de cada 10 españoles (más de cuatro millones de personas) se sentía solo con mucha frecuencia y que en torno a un 20% de españoles vive solo, y de ese porcentaje, un 41% admite que no lo hace porque quiere sino porque no le queda otro remedio. Es decir, hay muchas personas que viven solas por imperativo de su realidad. En España tenemos nueve millones de pensionistas. Seguro que algunos están solos y todos se sienten solos ante un Gobierno que no reconoce su derecho a una vida digna tras una vida de sacrificio y trabajo.

La indignante subida de las pensiones es una bofetada a una ciudadanía que no se lo merece, y que acusa una grave soledad. También es soledad social la que tienen esas madres de España que cuidan solas a sus hijas e hijos. Esas que reparten el tiempo entre su trabajo, a veces el cuidado de mayores dependientes y la educación de sus hijos e hijas, con una responsabilidad desproporcionada de apoyo al colegio por un deficiente sistema educativo. El médico y catedrático sevillano Dr. Jaime Rodríguez Sacristán, en su libro El sentimiento de soledad (1992, Editorial Universidad de Sevilla), expone que “el fenómeno solitario es polimorfo. El sentimiento de soledad es una experiencia humana que no tiene nada de simple. Está compuesta por emociones, intuiciones, razonamientos y elaboraciones psicológicas como el sentimiento de angustia y vacio en el tiempo. Si agrupamos todas estas vivencias en su conjunto podemos hablar de la Constelación de la Soledad que se encuentra cerca de la Constelación de la Tristeza y del Mundo del Dolor”. Para Rodríguez Sacristán, “la palabra soledad no es neutra. Cualquiera que se enfrenta con ella sabe que no es una palabra cualquiera y que tiene que ver con áreas muy profundas de la persona. Detrás de la palabra soledad se esconden vivencias muy diversas y complejas que tocan lo más profundo de la persona”. El jesuita y sociólogo José María Rodríguez Olaizola en su libro Bailar con la soledad (2017, Sal Terrae), nos manifiesta que “la soledad es un sentimiento complejo que a veces trae paz pero que en otras ocasiones nos abruma sin que sepamos bien qué hacer con eso que remueve en nosotros”. Según este autor, hay en el ser humano un ansia profunda de encuentro, de cercanía, de intimidad y pertenencia, por ello ser persona es ser persona en relación. De hecho, la soledad abruma a la mayor parte de las personas, y conduce a la falta de salud y bienestar.

Podríamos hablar de las redes sociales y la sensación de comunicación que representan. Incluso se habla de sociedad digital y democracia horizontal. Parece que el paradigma de las smart city traerá más felicidad a la vida en la ciudad. Nada de esto es real. De acuerdo con el sociólogo Juan Díez Nicolás, “parece que las redes sociales proporcionan compañía, pero es evidente que no, porque no sustituyen el contacto personal (Informe La soledad en España, 2015). Los jóvenes se sienten muy solos porque el mundo actual es muy competitivo y acusan la falta de trabajo y de perspectivas vitales y cuando están juntos, también están con su móvil. La distancia social no se mide en metros”. La tecnología no sólo no parece capaz de frenar la epidemia de la soledad, sino que, además, ha conseguido alterar la percepción que de ella se tiene. Cada vez más personas viven solas y las tasas de su***dio parecen estar aumentando. Las redes sociales permiten a las personas vivir vidas de aislamiento en una sociedad que se dice hiperconectada pero genera una felicidad impostada que conduce a la anomía y la soledad. Sin quitar el valor que tiene las denominadas tecnologías de la comunicación y la información no parece que ayuden a disminuir el sentimiento de soledad. El declive de la familia, auténtica unidad esencial de la sociedad, tiene mucho que ver con la epidemia de la soledad. El fortalecimiento de las familias es esencial y el capitalismo imperante en nuestro mundo occidental globalizado, que extiende sus garras hacia otros mundos, no parece el camino que deberíamos tomar. Michael Cook, editor de Mercatornet, dice que “el aislamiento social aumenta y es imposible imaginar una estrategia de gobierno para combatir las patologías sociales asociadas con la soledad sin un plan paralelo para fortalecer la familia”. En nuestras ciudades hay que generar ecobarrios con lugares de encuentro para todos, hay que permitir la estancia en la calle, multicultural y multigeneracional con individuos, especialmente las personas mayores conviviendo en plazas amables y biofílicas con familias. Sociabilizar nuestras ciudades, en general nuestro modelo social, podría reducir, según los expertos, en un 50% la muerte prematura de quienes se sienten y están completamente solos. Las diferentes confesiones religiosas de las ciudades ayudan a ello. Las Orientaciones Pastorales Diocesanas 2016-2021 de la Archidiócesis de Sevilla, inspiradas por el Arzobispo D. Juan José Asenjo Pelegrina, hablan de fortalecer el tejido comunitario en el paisaje de la cultura urbana en una gran ciudad. Crear un clima de responsabilidad misionera desde la alegría de un mensaje universal también contribuirá a alejar el fantasma de la epidemia de la soledad. Existe una propuesta de vida cristiana, de acuerdo con la Orientaciones Pastorales citadas, que incluye: la valoración de la dignidad de la persona, el deseo de libertad, la búsqueda del amor y la felicidad, las experiencias de solidaridad, la repulsa de las injusticias, la sensibilidad por la ecología, las posibilidades de comunicación que nos convierten en habitantes de una aldea global, la búsqueda sincera de sentido y espiritualidad, el despertar de un deseo de una regeneración moral, las múltiples iniciativas sociales que buscan el bien de las personas. La ciudad ofrece al ser humano, como alternativa a la soledad no deseada, muchas posibilidades para realizarse como ser personal y comunitario, para su desarrollo cultural y para la convivencia social, que nos aleja del individualismo y la lacerante soledad. La ciudad ha cambiado los modos de vida y las estructuras habituales de la existencia de las personas, la familia, la vecindad y la organización del trabajo. Hace falta una nueva orientación, una nueva sensibilidad, un cambio de perspectiva, que remueva las condiciones sociales y ambientales que generan la epidemia de la soledad.

ENRIQUE FIGUEROA

Catedrático de Ecología y Director de la Oficina de Sostenibilidad de la Universidad de Sevilla. Premio Andalucía de Medio Ambiente 2014. Medalla de la Ciudad de Huelva 2017. Autor de 12 libros. Ha recibido 12 premios de investigación. Ha escrito más de 200 artículos de investigación. Ha escrito dos libros sobre el papa Francisco.


 
La soledad crónica, un problema de salud pública

Por Donato Spaccavento
6 de febrero de 2020


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La soledad es un problema de salud creciente

En un mundo cada vez más interconectado tecnológicamente, el aislamiento y la exclusión social se han transformado en un problema de salud pública, con repercusiones importantes sobre la calidad de vida. Varios estudios han vinculado la soledad crónica y el aislamiento social con una mayor incidencia de enfermedades y un mayor riesgo de muerte prematura.

La medicina todavía no ha resuelto si es la soledad la que genera enfermedades o son las enfermedades las que nos hacen estar aislados, lo que sí está demostrado es la íntima relación entre ambas.

Un estudio reciente de la Brigham Young University ha evidenciado que la soledad y el aislamiento social incrementan el riesgo de muerte tanto como la obesidad y otro estudio publicado en la prestigiosa revista HEART por equipos de las Universidades de Helsinky y Upsala evidencia que la soledad incrementa el riesgo cardiovascular entre 1,4 y 1,5 veces, igual que el tabaquismo, el alcohol y el sedentarismo. Asimismo en un artículo publicado en la revista Harvard Business Review, el cirujano americano Vivek Murthy escribió que “la soledad y las conexiones sociales débiles se asocian con una reducción de la vida similar a la causada por fumar 15 cigarrillos por día e incluso mayor que la asociada a la obesidad”

Aumenta hasta un 25% la probabilidad de morir prematuramente por hipertensión arterial, infartos, obesidad, falta de vacunaciones, adicciones, violencia, depresión y demencia, diabetes tipo 2 etc. todas enfermedades que podrían estar mediadas por un aumento crónico de la hormona cortisol, liberada durante hábitos de vida que generan estrés crónico.



Parecería, según algunos autores, que la soledad tuviera una retroalimentación negativa mediada biológicamente, un perfecto círculo vicioso: cuanto más solas o solos estemos, más solas o solos vamos a querer estar y peor nos vamos a sentir. Paradójicamente, las redes sociales parecen confirmarlo, lejos de incrementar nuestro sentimiento de compañía lo disminuyen y mantienen nuestro nivel de estrés.

Cuando hablamos de soledad nos referimos aquella que no es deseada por el individuo y que genera aislamiento social, cuando esta situación se prolonga en el tiempo, en general más de 3 a 6 meses, se la denomina ̈soledad crónica ̈ y se caracteriza por sentimientos constantes y continuos de sentirse solo, alejado o separado del conjunto social, etc.

Un estudio realizado por investigadores de Irlanda, Reino Unido y Estados Unidos, demuestra que cuando la soledad se la clasifica en subtipos, se duplica el número de personas que reconocen sufrirla. Están hablando de la soledad social, que se distingue por la falta de satisfacción en la cantidad de relaciones sociales y la soledad emocional, que es la insatisfacción por la calidad de las relaciones humanas.

Steve Cole, un investigador de genética de la Universidad de California en Los Ángeles, autor de un estudio publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) demuestra que la soledad tiene efectos fisiológicos en nuestro organismo. Junto con Jhon y Stephanie Cacioppo, psicólogos de la Universidad de Chicago, realizaron una investigación llamada “Hacia una neurología de la soledad” en la que observan que el nivel de “toxicidad de la soledad es impresionante” y que “el aislamiento es uno de los grandes riesgos de la salud en la época actual”.

Uno de los resultados que publicaron fue que se producía un aumento de los genes que producían procesos inflamatorios y un descenso de la actividad de las células que combaten estas inflamaciones. A pesar de lo que se piensa, la soledad no solo afecta a personas mayores.

También afecta a niños, jóvenes, personas con discapacidad y enfermedades psiquiátricas crónicas. Hace un par de años, en Gran Bretaña se creó la Secretaría de Estado de la Soledad. De acuerdo a un informe realizado por la comisión Jo Cox sobre la soledad, había en ese país 9 millones de personas (14% de la población total) que se sentían solas. Asimismo, según ese estudio alrededor de 200 mil personas confesaban no haber hablado con nadie desde hacía más de un año.

En la Argentina, una de cada cinco personas mayores vive sola, según el informe de la Universidad Católica Argentina (UCA). Según el censo 2010, el 10,2% de la población argentina es mayor de 65 años, uno de los países con población más añosa de América Latina. Se calcula que en 2025 las personas mayores alcanzaría el 12,7% y en 2050 el 19%. Para esa época el número de personas mayores de 65 años será mayor a la cantidad total de niños y adolescentes menores de 15 años.

En la ciudad de Córdoba, el Centro de Promoción del Adulto Mayor (CEPRAM) funciona un programa de acompañamiento telefónico a mayores, una línea recibe llamadas. El 60 % de las consultas son personas que se sienten solas.

Las personas con soledad crónica tienen un nivel de demanda de los subsistemas de salud (público, seguridad social y privado) mucho mayor que la población que no la padece; esto obviamente se traduce en un aumento muy importante en los costos económicos de las instituciones de salud.

Es fundamental reconocer que el tema de la soledad crónica es un problema de todos. El otro problema que surge es qué ninguna profesión lo siente suyo, mientras todos saben quién hace el diagnóstico y quién la puede tratar, la soledad crónica, concibiéndola como un trastorno o factor de riesgo toca a muchos perfiles profesionales.

Las políticas de salud pública deben ser intersectoriales e interdisciplinarias, porque tienen que ver con la salud, la vivienda, el trabajo o desarrollo social, el esparcimiento, los espacios públicos etc.

La fragmentación del Sistema de Salud también impacta negativamente sobre esta población, en otras palabras hay infinidad de recursos nacionales provinciales, municipales, de las obras sociales y privados interviniendo sobre esta población, pero descoordinados y sin una única rectoría, esto hace más difícil el acceso y burocratiza mucho la atención.

Me parece que uno de los desafíos actuales es abordar desde el Estado esta problemática como lo están haciendo muchos países del mundo que están desarrollando estrategias amplias sin olvidar a las personas que ya están sufriendo.

* Médico sanitarista

 
La convivencia intergeneracional, el remedio de Emilia contra la soledad
Esta mujer ha recurrido a un exitoso programa de convivencia entre personas mayores y estudiantes de la Universidad de Málaga

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Emilia y Judith, en una escena cotidiana de su convivencia - Efe

El miedo a no tener a nadie cerca por la noches tras haber sufrido un ictus fue lo que hizo a Emilia Cobo, de 73 años, recurrir a un programa de convivencia entre personas mayores y estudiantes que conoció por medio de una amiga al comienzo de su existencia entre 1992 y 1993.
Cobo, jubilada tras haber ejercido como docente, siempre ha estado rodeada de gente joven -ya fueran sus alumnos, sus cincos hijos o los amigos de estos-; pero ha asegurado a Efe que, en momentos puntuales, ha notado la soledad, que considera afecta sobre todo a ancianas que han vivido una época en la que tenían escasas relaciones sociales.

La trabajadora social encargada de este programa de convivencia intergeneracional de la Universidad de Málaga, Marisa Garfia, ha explicado a Efe que a esta iniciativa suelen acceder sobre todo mujeres entre los 75 y 80 años que se han quedado recientemente viudas.

Deben cumplir una serie de requisitos, como ser mayor de 55 años, estar desempleadas y tener una vivienda con una condiciones higiénicas adecuadas que incluya una habitación individual para el estudiante y, a cambio, recibirán una retribución económica.

Emilia ha destacado la doble vertiente social de este programa para ayudar también a estudiantes con problemas económicos a los que de otra manera «podría costarles más hacer una carrera» o «no poder hacerla», mientras que Garfia también explica que esta iniciativa les aporta a los estudiantes un hogar, «calor» y también «un poco de madurez».
Judith Thakurdas es estudiante del grado de Educación Infantil y se siente «como en casa» en la vivienda de Emilia, con la que ha llegado a definir una relación casi de «familia», basada -según la estudiante- en la «confianza» y el «respeto» y se ha referido a ella como una persona de la que aprende «mucho».

El día a día de ambas suele ser muy tranquilo, algunas veces suelen desayunar juntas, Judith se marcha a sus prácticas y Emilia suele ir andar por las mañanas; pero siempre almuerzan de nuevo en compañia y previamente la jubilada enseña a cocinar a la futura maestra de infantil, que ha admitido que esta tarea le cuesta «un poquito».

Las dos protagonistas de esta convivencia han coincidido en que la convivencia fue buena desde el principio y no ha habido ningún problema, mientras la trabajadora social señala que los acogidos a esta programa son personas que no se conocen y de dos generaciones distintas, en algunos casos de cultura diferentes.

Garfia ha explicado que el perfil de los estudiantes que solicitan este servicio está cambiando en cuanto al lugar de origen y que antes se encontraban a alumnos de la ciudad o de áreas cercanas -con problemas económicos o que querían «hacer una labor social»-, mientras que ahora suelen proceder también de Marruecos y de países de Latinoamérica o Europa.

Emilia y Judith han calificado esta experiencia como «bonita» por su doble labor social, la jubilada ha comentado que antes de Judith acogió a dos mellizas durante cuatro años y que a día de hoy sigue manteniendo el contacto con la familia de esas hermanas.
Para poder vivir con una persona mayor los interesados deben tener más de 18 años y estudiar en la universidad malagueña, a los seleccionados se le asigna un hogar y se compromete a ayudar a quien allí reside en ciertas pequeñas tareas como visitas al médico o recados.

 
Cinco historias que narran la estrecha relación entre mayores y voluntarios
Alrededor de 2,5 millones de españoles son voluntarios, un 6,2% de la población, con una mayoría de mujeres (63%)



Gonzalo y Julia.

Gonzalo y Julia. Grandes Amigos.

Eduardo Lobillo
1 MAR 2020 - 15:04 ART


Cada día miles de personas se cruzan en la calle sin apenas mirarse, pendientes de sus cosas, inmersos en sus pensamientos, ajenos completamente unos de otros. Una mirada un poco más atenta, permite detectar algunos lazos que unen a dos personas más allá de relaciones de amistad, trabajo o familiares. Se pueden observar en el autobús, el médico, en una terraza o sentados en el banco de un parque. Son una persona mayor y el voluntario que la acompaña. Ambos han creado una relación a lo largo del tiempo que se podría calificar como distinta. No es de amistad ni familiar, tampoco de compañerismo o laboral. Uno no cobra ni recibe gratificaciones por lo que hace. El otro no espera más que ser escuchado y atendido.

Hay cifras y números sobre el voluntariado en España. Alrededor de 2,5 millones de españoles son voluntarios, un 6,2% de la población, con una mayoría de mujeres (63%). Son datos del informe sobre la acción voluntaria en 2018 de la Plataforma del Voluntariado en España. Pero más allá de los datos, están las historias de unas personas que comienzan a compartir parte de sus vidas y que desarrollan unas vivencias que son la explicación de por qué se sienten tan bien unos junto a otros.

Estas son algunas de esas historias.

1. María Antonia Cuéllar y Julián Fernández

La relación de María Antonia Cuéllar, 73 años, y Julián Fernández, de 72, se inició hace seis años cuando este empezó a ir a casa de la primera todos los lunes unas tres horas para que ella se tomara un respiro en el cuidado de su marido (así se llama el programa de Cruz Roja, Respiro familiar). Ángel, de 76 años, lleva diez años sin moverse ni hablar por una demencia vascular.
Después de 18 años siendo voluntario en Cruz Roja, Julián no ha perdido la ilusión del primer día. “Lo quiero un montón”, dice, refiriéndose a Ángel. “Le hablo mucho y le cojo la mano cuando lo saco para tomar el sol en un parque”, cuenta divertido al pensar lo que otros dirán cuando los ven juntos. Con Antonia se lleva “divinamente”, y aunque se echan "la bronca”, la que “manda es ella”, afirma.
Antonia justifica con su acento gaditano que no ha perdido después de 45 años en Mallorca, que se pelean “porque los dos son géminis”. Ella reparte su cariño entre su marido, “lo más bonito que tengo en mi casa”, y Julián, “una persona maravillosa en la que tengo plena confianza”. No es para menos. “Cuando viene a casa y le habla, mi marido pone los ojos de otra manera”, cuenta orgullosa.

Antonia y Julián.

Antonia y Julián. Cruz roja

2. Gonzalo Patino y Julia Prada

No es raro encontrar sentados en una terraza de Madrid tomándose unas cañas a Gonzalo Patiño, de 87 años, y a Julia Prada, de 57, de la ONG Grandes Amigos, que lo acompaña desde hace un año. Los dos, en la imagen que encabeza este artículo, definen estos momentos como los más divertidos que pasan juntos.
Uno y otra se echan flores sin ningún tipo de reparo. Él “la adora” está “encantadísimo con ella” y ha desarrollado “una gran amistad”. Ella dice que es “su abuelito y que forma parte de su familia”.
Una tercera voz, la de la hija de Gonzalo, lo confirma todo. “Es como si mi padre tuviera otra hija. Le cuenta todo. Es su psicóloga particular”, asegura.

3. Dolors Inglada y Eva Solá

Dolors Inglada, de 82 años, y Eva Solá, de 35, han creado una relación en la que lo normal sería afirmar que la una es la madre de la otra. Aunque no sea así, a las dos les da igual. Comparten desde hace casi un año, y un día a la semana, confidencias y experiencias que se cuentan primero la una a la otra, y después a su familia. “Le dije antes a ella que a mi pareja que quería tener hijos”, explica Eva.
La Fundación La Caixa, a través del programa Siempre acompañados, que desarrolla con la colaboración de Cruz Roja, es la culpable de poner en contacto a dos personas que disfrutan mucho de los momentos que comparten.
“Somos más que amigas”, señala Dolors. “Es como si fuera una hija. Hablamos de cosas de mujeres. Tiene detalles conmigo que me hacen muy feliz. Le estoy muy agradecida”, resume.
“Buscaba algo más en la vida que me llenara, me faltaba el contacto con otras personas”, comenta Eva. “Charlar, charlar y charlar, es lo que hacemos. Sobre todo la escucho. Es un intercambio de experiencias”, concluye.

Dolors y Eva.

Dolors y Eva. La Caixa

4. Antonia Olmedo e Isidre Ortiz. Amigos de la gente grande

Hace ya más de sesenta años que Antonia Olmedo, que ahora tiene 79, se trasladó desde Mancha Real (Jaén) a Cataluña y ahí se quedó. Se casó y tuvo dos hijos. Viuda desde hace 28 años y con graves problemas de salud, se puso un día a llamar por teléfono para pedir ayuda y “sin querer ni saber dónde llamaba”, acabó contactando con Amigos de la gente grande. “Lo mejor que me ha pasado”, asegura.
Ahí fue donde conoció a Isidre, 74 años. Desde hace ocho va un día a la semana a su casa, la acompaña a caminar, la lleva al médico y, sobre todo, la escucha. “Es muy bueno, un santo, me escucha, a veces se duerme, pero es que hablo mucho”, explica entre risas Antonia.
Isidre se hizo voluntario cuando se jubiló en 2008. Cree que lo más importante de su labor es el “acompañamiento emocional” a las personas. Él lo hace y lo ha llevado incluso un poco más allá. Se ha convertido en el confidente de Antonia. “Somos amigos y confía en mí”, describe su relación.
Antonia lo confirma diciendo que es el que mejor la conoce y cuenta que siempre le dice: “No me abandone, no me deje, señor Isidre”.

Antonia e Isidre.

Antonia e Isidre. Grandes Amigos

5. Fermina Vega y Mariano Rebollo.

Fermina Vega, de 76 años, ha tenido una vida muy dura en la que poca gente la ha tratado bien. Por eso valora por encima de todo el trato que Mariano Rebollo, voluntario desde hace cinco años en la Fundación Aisama de Cáritas, le da cuando va a su casa una vez a la semana desde hace casi dos años.
“Es muy amable y buena persona. Lo que más me gusta de él es su amistad y sinceridad”, manifiesta. Mariano, que sabe las dificultades por las que ha atravesado Fermina a lo largo de los años, la define como una persona “entrañable y encantadora” a la que sobre todo “le gusta charlar”.

Fermina Vega y Mariano Rebollo.

Fermina Vega y Mariano Rebollo.

 
Cuatro matrimonios amigos se construyen un edificio a medida para retirarse juntos
La casa de Poblenou en la que compartirán su jubilación es una de las visitas más solicitadas en el Open House de este fin de semana en Barcelona




barcelona open house

Casa d’Amics en el barrio de Poblenou, en Barcelona.
Begoña Gómez Urzaiz


"Cuando seamos mayores, viviremos todos juntos en un edificio. Cada uno tendrá un piso y en la azotea haremos una piscina". Suena al plan perfecto que cualquiera podría trazar con 15 años (o con 35, o incluso con 55). Y alguna gente lo consigue. En el Open House, el festival de arquitectura que da acceso a edificios de todo tipo y que se celebra este fin de semana en Barcelona, Badalona y L’Hospitalet [en Madrid tuvo lugar el último fin de semana de septiembre], una de las visitas más solicitadas es a la Casa d’Amics, que es como se ha bautizado un edificio de nueva planta en el barrio de Poblenou.

Lo firman los arquitectos Lola Domènech y Thomas Lussi y parte de una idea del propio Lussi, un suizo casado con una aragonesa que tiene fuertes vínculos con Barcelona. La pareja convenció a otros tres matrimonios amigos, todos residentes en Lucerna y entre los 55 y los 65 años, para levantar un bloque de apartamentos que les sirva como casa comunitaria en la que ir pasando cada vez más tiempo y finalmente retirarse.

El edificio tiene cinco pisos, uno por planta –el quinto está ocupado por un inquilino que se ha convertido en el "quinto amigo"–, un local comercial que utiliza Lussi para algunos proyectos de su despacho de arquitectura, un patio equipado con un banco y una mesa comunal pensadas para hacer encuentros de grupo, un sótano con trasteros, lavadoras y secadoras y, en la azotea, una pequeña piscina y una cocina al aire libre.

En el patio común han colocado un banco y una mesa en la que reunirse, siguiendo la constumbre aún vigente en Poblenou de salir a la puerta de casa con una silla.

En el patio común han colocado un banco y una mesa en la que reunirse, siguiendo la constumbre aún vigente en Poblenou de salir a la puerta de casa con una silla.

Lussi conocía el barrio porque vivió allí a principios de los noventa, cuando trabajó en proyectos como la Vila Olímpica o el pabellón de baloncesto en Badalona. "Con mi mujer, siempre teníamos la idea de tener un piso en Barcelona como segunda residencia. Mantenemos mucha relación con la ciudad, muchos amigos. Después de ver algunos pisos en venta, se nos ocurrió que sería más interesante planificar una casa entera para poder decidir personalmente cómo vivir. Lo comentamos con amigos de Lucerna y la idea creció. Los cuatro tenemos hijos e hijas –nosotros dos, de 23 y 20 años, las dos estudian Arquitectura y quieren hacer Erasmus en Barcelona– así que pensamos que la casa es un proyecto que durará varias generaciones".

Lussi contactó con la arquitecta barcelonesa Lola Domènech y ambos decidieron idear un edificio hiperlocal, con elementos que conecten con la arquitectura del barrio. "Hemos hecho una relectura de materiales de toda la vida, como el ladrillo manual, rústico, y la celosía cerámica, que permite crear espacios ventilados, como la escalera, y provoca efectos de luz y sombra muy interesantes", explica Domènech. Aunque en este caso se hace dentro de la casa, la idea de tener un patio con una gran mesa y bancos conecta con la tradición de sacar la silla a la calle, que todavía se da en el Poblenou.

Cada piso cuenta con dos dormitorio, dos baños, cocinasalóncomedor y terraza. Las persianas de lamas abatibles de madera imitan las tradicionales persianas verdes de los balcones del Eixample.

Cada piso cuenta con dos dormitorio, dos baños, cocina/salón/comedor y terraza. Las persianas de lamas abatibles de madera imitan las tradicionales persianas verdes de los balcones del Eixample.

Cada piso tiene unos 80 metros cuadrados y cuenta con un espacio de cocina abierta/salón/comedor, una terraza, dos dormitorios y dos baños. La fachada está hecha de persianas abatibles de madera de iroko que homenajean a las clásicas persianas verdes del Eixample barcelonés. En las casas, las persianas dan lugar a unas terrazas que no son demasiado calurosas en verano ni demasiado frías en invierno y que extienden hacia el exterior el espacio habitable.
Domènech se ha encargado también del interiorismo del tercer piso, que ocupa el empresario Markus Schmidt. Este tenía ya una colección de piezas de Jean Prouvé y Eileen Gray pero quería que su piso de Barcelona tuviera elementos de diseño catalán. Domènech colocó varias lámparas de Milà –la cesta y una TCM–, piezas de Óscar Tusquets, las sillas Rambla de Martín Azúa en la terraza y una silla Barcelona de Mies van der Rohe en uno de los dormitorios.

El arquitecto alemán y Lily Reich crearon la famosa pieza para el Pabellón Alemán en la Exposición Universal de Barcelona, en 1929. "¿Qué mejor manera de conocer una cultura que a través del arte, la arquitectura y el diseño?", comenta Schmidt. "Sobre si existe una estética Barcelona, [ciertos rasgos] que todos esos diseñadores tienen en común solo puedo decir que sí. No conozco otro lugar donde el diseño, el arte y la arquitectura estén tan juntos".

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Cada apartamento ocupa una planta entera. Uno de los aspectos que acordaron entre todos fue el de poner suelos que calentaran en invierno y refrescaran en verano, de modo que se reduzca la necesidad de utilizar calefacción y aire acondicionado, aunque esto supusiera encarecer el precio final.

El diseñador y su esposa tienen dos hijos de 34 y 31 años que han pasado ya el verano en la Casa d’Amics con sus familias. Él espera pasar varios meses al año en el edificio, disfrutando del barrio, que, dice, "tiene el mar al lado, en medio de una gran ciudad. Buenos restaurantes, bares, tiendas, mercados, galerías, salas de concierto... todo cerca".

Su plan de integrarse en la vida del barrio (que vive un avanzado proceso de gentrificación) contrasta con la idea tradicional que suele existir en Europa central de retirarse a una casa en la costa. "Nuestros vecinos en Suiza hablan mucho de esta comunidad compartida que hemos ideado para nuestra vejez. Le vemos muchas ventajas para el futuro", comenta.

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Los dos arquitectos encargados del proyecto, Lola Domènech y Thomas Lussi, decidieron utilizar materiales locales, como ladrillos manuales rústicos, y celosías cerámicas, que permiten crear espacios ventilados y provocan efectos de luz.

Desde que empezaron a buscar el solar hasta que se ha terminado el proyecto han pasado unos cinco años, durante los que las cuatro familias (entre los que hay un veterinario, un ingeniero o una ginecóloga) han ido tomando las decisiones de manera consensuada. "Diría que nuestra relación se ha intensificado durante estos años. El proceso nos ha unido bastante", cree Lussi.

Entre todos acordaron, por ejemplo, invertir en revestimientos aislantes y en un suelo que refresca en verano y calienta en invierno para hacer casi innecesarios la calefacción y el aire acondicionado. Estos detalles han encarecido el precio final de las casas, que Domènech cifra en 1.500 euros por metro cuadrado, a los que hay que añadir el precio del solar. Sin embargo, el precio medio del metro cuadrado en Poblenou es de 3.700 euros, según Housfy.

¿Es rentable económicamente embarcarse en un proyecto así? "Puede que haber comprado un piso en el barrio hubiese sido más económico. Pero la calidad de los espacios no sería la misma. Al final construir en comunidad sale a cuenta. Se puede controlar la calidad, el presupuesto y las propias necesidades", opina Lussi. "Yo lo volvería a hacer".

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En la azotea han puesto una piscina y una cocina abierta.

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Los millennials ya son la generación más solitaria: el 22% reconoce no tener ningún amigo

Los millennials ya son la generación más solitaria: el 22% reconoce no tener ningún amigo



Un nuevo dato llega para aumentar la descripción de la generación que más titulares ha acaparado en los medios de comunicación: los millennials. Este estudio revela que los nacidos entre 1980 y 1994 se sienten más solos que los baby boomers y un porcentaje de la generación Z. Parte de esta responsabilidad recae en el uso de las redes sociales y la forma de entender la vida en una generación marcada por el perfeccionismo, el estrés y la ansiedad.

2 de cada 10. Según revela este estudio de You Gov, el 22% de los adultos de entre 23 y 38 años asegura no tener ningún amigo, el 30% reconoce no tener mejores amigos y el 25% ni siquiera posee un círculo de "conocidos" con los que poder hacer algún plan de vez en cuando. A pesar de que la encuesta de You Gov no midió las razones que están detrás de estos datos, otros informes sobre los comportamientos de esta generación pueden acercarnos a la respuesta.


El mismo estudio sitúa a los millennials como la generación más solitaria actualmente. Mientras que 3 de cada 10 jóvenes adultos afirman sentirse solos "siempre o en alguna ocasión", tan solo el 15% de los baby boomers comparten esa sensación y el 20% de la generación Z. Sin embargo, aquí el retrato de la generación Z es algo más impreciso ya que la muestra deja fuera a los nacidos más allá del 2001 y esta generación acapara hasta el 2010.

¿Por qué sucede esto? Para tratar de comprender por qué la soledad está afectando más a los millennials que al resto, conviene echar un vistazo a lo que el Instituto de Ciencias de la Educación denomina el "ciclo de la soledad". Esta idea hace referencia a cómo evoluciona el contacto con las relaciones sociales a lo largo de las distintas etapas de la vida. Así, mientras en la adolescencia todo gira en torno a la socialización, en las primeras etapas de la adultez hay un pico de soledad derivado de los distintos puntos vitales en los que se encuentran las personas.

Este metanálisis habla de cómo durante los 30 (edad en la que se encuentran gran parte de los millennials actualmente) es más complicado hacer amigos porque el aumento de las responsabilidades como la familia o el trabajo hacen que esa faceta de la vida pase a un segundo plano y algunas amistades de toda la vida se disipen.

Consecuencias. Al igual que los estados de depresión favorecen un peor funcionamiento del sistema inmunitario, la soledad también tiene efectos negativos más allá del ámbito psicológico. Según el mismo estudio, sentirse así durante un periodo de tiempo prolongado puede aumentar la presión sanguínea e incrementar la probabilidad de padecer enfermedades cardíacas. Tanto es así que varios informes hablan de que la soledad crónica incrementa el riesgo de muerte en un 26%.

Frágil salud mental. Los millennials son la generación que reporta mayores índices de estrés y ansiedad: un 12% de estos jóvenes la padece, una cifra que se eleva del 6% de los baby boomers que reconoce compartir este problema. Según este estudio, hay una estrecha relación entre la depresión y el consumo de contenido a través de una pantalla en nuestro tiempo de ocio. Las resultados de este experimento realizado a los jóvenes millennials allá por 2012, concluía que aquellos que invertían su tiempo libre en actividades al aire libre eran más felices que los que se quedaban en casa delante del ordenador o el móvil, entre otras cosas porque se sentían menos solos.

Internet. A pesar de que la red permite mantener el contacto con las personas que están lejos, el vínculo que se crea es menos fuerte que el obtenido con el contacto directo, y eso hace que se incremente la sensación de soledad. La posibilidad de comunicarse a través de un story de Instagram o una nota de voz de Whatsapp provoca que los millennials hablen más a través de plataformas digitales que de forma física. Es decir, se mantiene más el contacto, pero se cuidan menos la formas.

 
Cuatro personas habituadas a la soledad nos cuentan sus reflexiones durante el confinamiento

En pleno confinamiento se han publicado estadísticas oficiales que confirman que cada vez más gente vive sola



Isabel, Ricardo, Nieves y María
Isabel, Ricardo, Nieves y María. Fotos cedidas

Sandra Moreno Bazán 13 MAY 2020 - 18:20 ART

Isabel Bermúdez perdió a su marido hace años y desde entonces no tiene más compañía en casa. Algunos conocidos de Ricardo Alonso a veces le preguntan por qué a sus 42 años sigue viviendo solo. Nieves Casas cambió de ciudad recientemente porque no encontraba su lugar en la universidad en la que había empezado a estudiar. Y María Garcés ha vivido en tres países distintos en los últimos cinco años, lo que le ha obligado a adaptarse continumente a situaciones nuevas. Son cuatro personas que se han acostumbrado a la soledad, en algunos casos deseada y en otros no, y les hemos pedido que nos hablen sobre sus experiencias, tanto durante el confinamiento como en general.

Fue precisamente en pleno confinamiento por el coronavirus cuando conocimos los datos de la última Encuesta Continua de Hogares del Instituto Nacional de Estadística (INE), y gracias a ella supimos que 4.793.700 personas viven solas en España. Esta cifra no ha dejado de crecer en los últimos años. Por ejemplo, si comparamos los datos de 2019 con los de 2016, nos encontramos un aumento superior a las 100.000 personas viviendo sin compañía.

Ese mismo año, 2016, fue cuando Isabel Bermúdez (74 años) perdió a su marido por un cáncer de colon. "Solo unas horas antes de cumplir 51 años de casados", nos dice desde su casa a las afueras de Madrid, en la que está viviendo el confinamiento por el coronavirus. Isabel y su marido se conocieron con 18 años y al poco se casaron. "Con mi marido nunca me he sentido sola, jamás", recuerda.

Al principio, le costó mucho asimilar su viudedad. "Pero después de unos dos años en esa situación, me dije que hasta aquí habíamos llegado, que se acabó, que ya no habría más lágrimas", nos cuenta. "Cogía mi tarjeta de transporte y me iba sola a Madrid o Alcalá de Henares, donde me diera la gana, durante dos o tres horas, y volvía tan tranquila a casa", afirma. Pese a que ya se ha acostumbrado, aquella tristeza inicial aún la acompaña en algunos momentos. Como por las noches, cuando afloran sus problemas de insomnio.

Isabel pone rostro a un segmento de la población que acostumbra a experimentar la soledad. Los últimos datos del INE muestran que casi un tercio de las personas que viven solas en España tienen más de 65 años, un 72,3% de las cuales son mujeres. La soledad de los mayores se ha convertido en uno de los grandes desafíos para las sociedades contemporáneas y algunos países han empezado a tomar medidas, como Gran Bretaña, que en 2018 anunció la creación de una secretaría de Estado para abordar específicamente la soledad no deseada.

Sin embargo, Isabel interpreta que la crisis por el coronavirus es un ejemplo claro del desdén hacia la población mayor. "¿Qué han hecho por los mayores que han muerto en las residencias?". Ella cree que el Gobierno debería preocuparse más de los mayores, porque su cuidado al final siempre acaba recayendo sobre otros ciudadanos. Durante el confinamiento, por ejemplo, algunos vecinos se han ofrecido a hacerle la compra, pero ha preferido que dediquen su ayuda a los que están menos ágiles que ella.

Además, durante estas semanas ha encontrado compañía en sus vecinas y amigas con quienes conversa por las terrazas y patios del edificio. Suelen hablar en tono de broma para recuperar el humor en estos momentos difíciles. "Cuando empezamos a hablar de cosas tristes siempre decimos: la tristeza en casa".

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Isabel, desde su balcón. Cedida por Isabel

Una de sus penas es no haber podido ver durante tanto tiempo a sus nietos "para abrazarlos y achucharlos". Pero Isabel es una persona realista y prefiere estar sola en casa para evitar los riesgos. "Yo ya tengo muchas problemas de salud, y si cogiera el virus sufrirían mis hijos y mis nietos", explica. Por suerte, también ha encontrado una forma de estar cerca de los suyos con las tecnologías, y habla con sus hijas y su hijo por videollamada a todas horas.

En la mediana edad

Ricardo Alonso es un asturiano afincado en Avilés que lleva más de tres años viviendo solo. A sus 42 años ha tenido que escuchar muchos comentarios acerca de su situación. "Cuando hablo con alguien que no me conoce mucho, a veces escucho: A tu edad, estar solo... qué cosa más rara. Pero yo pienso que más vale solo que mal acompañado". Aunque en los últimos años ha estado viviendo con algunas de sus parejas durante periodos breves, en su caso, vivir solo ahora es una decisión consciente y meditada, por lo que no entraría en el grupo de personas que viven una soledad no deseada.

Los comentarios que escucha Ricardo muestran cómo, pese a que cada vez más gente vive sola, elegir la soledad sigue siendo un estigma. Una de las autoras que más han profundizado en este hecho es Olivia Laing, autora del ensayo La ciudad solitaria: aventuras en el arte de estar solo (Capitán Swing). En una entrevista reciente en SModa, Laing exploraba la relación entre el coronavirus y la manera en que concebimos la soledad: "Nos hará entender que [la soledad] es algo que nos pertenece a todos. Pienso que ahora incluso la persona más sociable del mundo está entendiendo finalmente que la soledad es cosa de todos y que puede llegar a afectarnos de manera palpable, puede dolernos incluso de una forma física. Y espero que eso haga que deje de ser un tabú".

Los casos de Isabel y de Ricardo también son representativos porque reflejan cuáles son los colectivos que mayoritariamente viven solos en función de su estado civil. Según los datos de la última Encuesta Continua de Hogares, mientras que en el caso de los hombres la mayoría de hogares unipersonales lo habitan solteros (57,8% del total), en el caso de las mujeres la mayoría lo habitan viudas (46,0%).

Sobre el confinamiento, Ricardo afirma haberlo llevado relativamente bien. "Al principio sí que se hizo más duro, pero luego ya más o menos te vas acostumbrando". Para adaptarse, por ejemplo, Ricardo se ha conectado con sus amigos por una aplicación virtual para hacer ciclismo y se ha subido al carro de la repostería. "La verdad es que no se me ha dado mal", presume.

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Ricardo Alonso. Cedida por Ricardo

Pese a que se ha sentido a gusto solo en casa, y que ha aprendido mucho sobre su propia situación, también reconoce que durante el confinamiento ha habido momentos en los que le hubiera gustado tener a alguien cerca "para que no se hiciesen tan raros y monótonos". Es una sensación que ya había experimentado en algunos viajes: "Viajar solo tiene algunas ventajas, como que las decisiones y el ritmo los impones tú. Pero a veces echas de menos tener a alguien al lado para compartir algunos momentos", afirma. Su gata se cuela en la videollamada y Ricardo bromea con que ella es la más estresada estos días, ya que antes estaba acostumbrada a pasar varias horas sola mientras Ricardo trabajaba fuera de casa.

Más allá de su consideración social y cultural, algunos estudios muestran que, efectivamente, la soledad desata una serie de respuestas concretas en el cerebro. Precisamente, durante el aislamiento, se conocieron los resultados de un experimento realizado por investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts que muestra cómo la soledad activa los mismos mecanismos cerebrales que la falta de comida.

"Descubrimos que el aislamiento social agudo causa señales de deseo neuronal en el cerebro similares al hambre aguda. (...) "[Los resultados del experimento] se ajustan a la idea intuitiva de que las interacciones sociales positivas son una necesidad humana básica, y la soledad aguda es un estado indeseable que empuja a las personas a solucionar esa carencia, similar al hambre", afirmaba Livia Tomova, una de las autoras del experimento. Eso sí, el experimento también demostraba que las personas más acostumbrados a la soledad tenían menos ansias de contacto social después de haber pasado un tiempo sin él. "Podría ser que sentirse solo durante un período prolongado hace que las personas también quieran menos contacto social, pero también podría ser que las personas que desean menos contacto social son las que se vuelven solitarias", concluía Tomova.

Empezar lejos de casa

Pese a que Nieves Casas, una joven de 19 años, podía haberse marchado a casa de su madre en Badajoz a pasar el confinamiento, ella decidió quedarse en Madrid. Al enterarse de que estaba sola en la capital, mucha gente le animaba marcharse a su ciudad natal, pero ella respondía afirmando que no era ninguna necesidad: "Recomendaron que no viajásemos a nuestras casas y realmente aquí tengo todas las necesidades cubiertas. No me voy a morir de hambre, no va a pasar nada".

Estos comentarios nos devuelven a la idea de que la soledad está asociada a valores negativos. "Incluso la gente que es más comprensiva con el tema, te dice: Muy bien por ti, qué valentía. Pero no es ninguna heroicidad". El primer encuentro de Nieves con la soledad se produjo en Salamanca, donde estudió su primer año de Psicología. Pero no terminó de sentirse cómoda y se marchó a Madrid, donde ya lleva ocho meses. Durante sus meses en Salamanca aprendió a hacer cosas nuevas como salir sola a descubrir la ciudad y, sobre todo, la diferencia entre querer estar sola y encontrarse sola, según reconoce.

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Nieves Casas. Cedida por Nieves

Aunque está pasando sola el confinamiento, Nieves vive ahora en un piso compartido. La posibilidad de que una persona joven pueda vivir sola en España es casi inexistente. Según los datos del Observatorio de Emancipación del Consejo de la Juventud de España, correspondientes al primer semestre de 2019, la entrada necesaria para que un joven adquiera una vivienda libre (es decir, sin ayudas públicas) equivale a 4,4 veces su salario anual medio. Por su parte, para vivir solo en régimen de alquiler tendría que dedicar de media un 94,4% de su salario, lo que dejaría un 5,6% para el resto de necesidades vitales.

En una situación parecida a la de Nieves se encuentra María Garcés, quien con solo 23 años ya ha vivido en cuatro lugares diferentes en los últimos cinco años: Vlissingen, Vancouver, Hong Kong y Ámsterdam. "Siempre sentí que me faltaba algo. El hecho de pensar en irme a vivir fuera me volvía loca de emoción", confiesa.

En primer lugar, estudió un grado de Negocios Internacionales y Gestión de Empresas en Vlissingen, al sur de los Países Bajos, a donde se marchó sin conocer a nadie. Recuerda que los primeros meses fueron muy duros: no encontraba su hueco entre los grupos de estudiantes y llamaba a su madre llorando debido a ese sentimiento de soledad. "La verdad es que maduré muchísimo, te ayuda a crecer como persona. Mi apoyo lo encontré en gente española. A veces es importante tener ese apoyo de tu cultura, porque son los que mejor van a entenderte".

Con el paso de los años y de las ciudades, María ha aprendido a convivir con esa soledad: "Como ya me he mudado varias veces he notado una tendencia. Los primeros días tengo la emoción de llegar y asentarme, pero con el paso de las semanas me entra el bajón. Si algo he aprendido de todo esto es que no se pueden evitar los días malos. Al fin y al cabo estás saliendo de tu zona de confort continuamente".

María reconoce que donde más cómoda se ha sentido es en Hong Kong, donde estuvo haciendo unas prácticas: "Pese a encontrame tan lejos, en ningún otro lugar me he sentido tan cerca", resalta la joven madrileña, quien atribuye esa sensación al grado de comunicación entre las personas y el interés por la gastronomía, mucho más cercanos a los españoles.

El confinamiento le ha encontrado en Vancouver con su pareja, donde lleva viviendo casi un año. Aunque a diferencia del resto de protagonistas de este artículo no está pasando sola la crisis por el coronavirus, le duele estar tan lejos de su familia y de sus conocidos. "He tenido que dejar WhatsApp de lado. No es fácil de explicar, no es que quiera ignorarles. Pero llega un momento en el que tienes que poner distancia: no puedo seguir manteniendo esa vida aquí porque es totalmente diferente".

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María Garcés. Cedida por María

Las sensaciones que está experimentando ahora mismo le recuerdan, en cierta medida, a las que sintió durante las últimas Navidades, cuando incluso se "autodestruía" mirando fotos y anuncios de la lotería. "Si algo he aprendido es que todo en la distancia se magnifica y con ello también los sentimientos. Ahora abrazo a mis padres con muchas más ganas e ilusión, cosas que dabas por hecho antes ahora las tienes en cajitas de oro. Todo eso contrarresta los momentos de soledad".
Sobre la percepción de la soledad como un estigma cree que "esos momentos no tienen por qué ser negativos. Estar sola me gusta porque me he descubierto a mí misma. Si tiene la oportunidad, todo el mundo debería probar a hacer cosas por su cuenta y no depender tanto de estar con alguien todo el rato".

El debate político en España

A diferencia de Reino Unido, en España aún no se ha concretado ninguna Estrategia Nacional sobre la Soledad no Deseada. A finales de 2018, la directora general del Imserso, Carmen Orte, anunció que el Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social se encontraba ultimando un plan nacional para combatir esta situación. Sin embargo, la anunciada estrategia nunca llegó a concretarse, por lo que la mayoría de los partidos políticos que concurrieron a las elecciones del pasado 10 de noviembre aludían a la cuestión. Por ejemplo, el Partido Socialista, que ganó las elecciones, se comprometía en su programa electoral a la aprobación de la Estrategia frente a la Soledad no Deseada, por lo que cabría esperar noticias de ella a lo largo de la presente legislatura.

 
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