HABLADME, POR FAVOR, QUE SI NO ME VOY A VOLVER LOCO: Iñaki Urdangarin pide su excarcelación

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POR ESTEBAN URREIZTIETA


11/11/2018

“HABLADME, POR FAVOR, QUE SI NO ME VOY A VOLVER LOCO”
LA OTRA CONDENA DE URDANGARIN


La soledad del marido de Cristina de Borbón y su obsesión compulsiva por correr y correr en el patio pequeño de una cárcel en el que sólo corre él. Ha empezado a escribir... La frase del titular es de Iñaki Urdangarin. Se la dice a los funcionarios de la prisión de mujeres de Brieva, donde eligió ir
Es la soledad y el silencio de haber elegido un módulo sólo para él en una cárcel de mujeres. De ahí el ruego a los funcionarios: “Por favor, habladme porque si no me voy a volver loco”. Esta semana tuvo que encajar otro revés, la noticia desmentida de que su esposa iniciaba los trámites para un futuro divorcio. Cristina de Borbón: “Mi marido ya está en prisión. Ahora, ¿qué más quieren?”

El reo Iñaki Urdangarin sobrevive al último castigo al que tiene que hacer frente por el caso Nóos: la soledad extrema. El silencio. El aislamiento. Alojado en un módulo individual de la prisión abulense de Brieva, el ex duque de Palma sólo ha cursado una petición a los funcionarios que le atienden a diario: «Por favor, habladme porque si no me voy a volver loco». Como un corredor impenitente, el esposo de Cristina de Borbón combate su nueva y desconocida penitencia con el deporte llevado al extremo. Sale a correr al patio de apenas siete metros de ancho por 25 de largo durante horas con un gesto imperturbable. Sólo se detiene cuando se encuentra extenuado. Lo hace en un recinto claustrofóbico, que se asemeja a un largo pasillo entre paredes de cemento, que recorre sin parar sin tener ninguna referencia exterior, encajonado en sus pensamientos.

«Corre para no pensar», entienden los trabajadores que tratan con él. «A veces nos preguntamos cómo es posible que pueda correr tanto sin cansarse», añaden. Así se lo han llegado incluso a comentar al propio interno, en una forma de romper el hielo con el marido de la infanta Cristina, que no da pie a la más insignificante confidencia. Sabe como nadie mantener las distancias. Siempre educadamente.

Día tras día, el único interno hombre de la cárcel de mujeres de Brieva repite el ritual. Sustituyendo el ejercicio físico extremo por las clases colectivas de las que disfrutaría en cualquier otro centro penitenciario español. Cumple con sus rutinas, ve la televisión, lee y cuando la soledad le asalta y no quiere pensar, rompe con ellas y sale a correr fuera del horario que se marca. Eso es todo lo que se permite.

Dicen que Urdangarín no muestra, pese a todo, el más mínimo síntoma de abatimiento. Se dirige a los funcionarios con una exquisita educación que llega a sobrecogerles y se ha autoimpuesto no exteriorizar ningún tema privado. Ni una sola palabra de lo que siente o padece, de sus hijos o de su mujer, de la inocencia que proclamó en el juicio o del resquemor contra la Casa Real por no haberle defendido desde el primer momento. Tampoco se permite licencias vinculadas con otros asuntos de la actualidad informativa. Impecable en las formas pero de un hermetismo inquietante.

Cuando el desánimo le asalta, se calza las zapatillas y no se las quita hasta quedar extenuado. «Parece que lo hace para que se le agoten las energías y no pueda darle más vueltas a la cabeza», razonan quienes le asisten habitualmente.

Urdangarin empezó a practicar el running poco antes de estallar el escándalo que le ha llevado a prisión, cuando decidió asumir el reto de participar en el Maratón de Nueva York, en enero de 2011, para apoyar a la Fundación Telefónica. Trasladaba a sus amigos que no estaba seguro de poder terminarlo, que él era un jugador de balonmano, que en un maratón da igual que seas un deportista de élite, que cualquier persona en buena forma compite casi en igualdad de condiciones. Terminó por debajo de las cuatro horas, marcando un tiempo de 3 horas y 50 minutos, y lo contó como una gesta heroica. «Un maratón es como una temporada entera de balonmano», resumió en una entrevista que concedió al maratoniano Martín Fiz, al tiempo que explicaba que la gesta corredora tiene mucho más de «sufrimiento» que de disfrute.

Siguió cultivando esta afición como único mecanismo para acabar con el estrés que le provocaban las revelaciones periodísticas y el proceso judicial que estalló a finales de 2011 y que ha desembocado en una condena firme de cinco años y 10 meses por prevaricación, malversación, tráfico de influencias, fraude y dos delitos fiscales.

Su ex socio Diego Torres se iba a navegar en solitario para limpiar su mente; Urdangarin se vestía de corto a pesar de que, como él mismo reconocía, ni tiene un físico adecuado para hacer largas distancias, con sus 1,98 metros de altura, ni lo había hecho nunca. Torres siempre destacaba su escasa preparación intelectual, que contrarrestaba con una fuerza de voluntad a prueba de bombas. «Es un deportista de élite capaz de madrugar sin rechistar y de echar las horas que sean precisas en reuniones», relataba con admiración cuando la relación entre ambos ya había saltado por los aires y se dedicaba a filtrar correos electrónicos que hundían a su otrora íntimo amigo en la miseria.

Incluso la espera del fallo judicial del Alto Tribunal, Urdangarin la combatió siguiendo la misma terapia. Se inscribió en la media maratón de Ginebra y la finalizó en una hora y 58 minutos, terminando en el puesto número 2.528 entre 4.925 participantes.

«Sólo correr me tranquiliza», decía desde Estados Unidos en pleno apogeo del caso Nóos a sus amigos más íntimos, a los que revelaba que el elemento que más le desestabilizaba emocionalmente era comprobar cómo su hijo mayor, Juan Valentín, estaba al corriente a través de internet de las informaciones que le afectaban y le asaltaba con un sinfín de interrogantes.

Salía entonces a trotar por el bosque situado junto a su residencia del barrio de Bethesda en Washington, con pistas asfaltadas, y afiló su figura hasta alcanzar los 95 kilos que pesaba cuando tenía 18 años.

NIEVES DEL INVIERNO

En Brieva el ex duque compagina sus ejercicios con una espaldera, una bicicleta estática y una cinta que le permite hacer deporte a cubierto cuando en Ávila han caído ya las primeras nieves del invierno y asoma amenazante el severo frío castellano. Alterna el ejercicio físico con el cuidado de cinco grandes maceteros de 40 centímetros de diámetro situados en uno de los laterales del patio, en los que planta con mimo tomates y pimientos.

Le sirve de distracción acudir tres veces a la semana, entre las tres y las cuatro y media de la tarde, al polideportivo de la prisión, acompañado por un funcionario cuando lo han abandonado las reclusas, porque Brieva es una prisión de mujeres. De nuevo, solo, sin más compañía que él mismo y alguno de los tres trabajadores de Instituciones Penitenciarias que se han convertido en su sombra y que se alternan a su lado mañana, tarde y noche.

La condena del Supremo dio paso al complicado proceso de elección del centro penitenciario. Su entorno barajó Barcelona, Vitoria o Extremadura, pero la consulta a un alto cargo de Instituciones Penitenciarias decantó a última hora la balanza hacia la prisión abulense, enclavada en un páramo a la entrada de la ciudad.

El factor determinante fue y sigue siendo la privacidad, que se ha acabado convirtiendo en una especie de condena autoimpuesta que está poniendo a prueba la capacidad de aguante del que fuera medallista olímpico en Atlanta y Sídney. Tanto es así que, a pesar de la dureza de su particular régimen penitenciario, la familia no se plantea en estos momentos la posibilidad del traslado a otro centro, tras considerar que se está estabilizando después de un comienzo muy duro.

Se valoró, por encima de la temida soledad, la posibilidad que le ofrecía el centro abulense de evitar ser fotografiado departiendo con otros presos, algo tan habitual en otros presidios españoles. Que se confesara o derrumbara ante ellos. Pero, sobre todo, que Cristina y sus hijos no fueran inmortalizados haciendo cola semana tras semana, junto al resto de los familiares de los reclusos durante las visitas.

No en vano, Brieva ha cumplido escrupulosamente con este objetivo y no existe la imagen de Cristina de Borbón accediendo a la cárcel, pese a que lo viene haciendo con frecuencia dos veces al mes. Interior ha permitido que, por razones de seguridad, la hermana del rey pueda acceder en coche hasta la puerta del mismo módulo y que no se mezcle con los parientes de las reclusas. Es lo que Interior considera, y así lo ha expresado en una respuesta parlamentaria, «el trato adecuado en esas circunstancias de seguridad consistente en evitar manifestaciones ofensivas o posibles altercados con otros comunicantes».

En cualquier otro presidio la hermana del rey tendría que aguardar su turno arremolinada entre la muchedumbre y aguardar a que el funcionario encargado la llamara de viva voz para trasladarla junto al resto de familiares de reclusos a los locutorios. Un procedimiento similar al que tendría que cumplimentar en el caso de los vis a vis.

Si la infanta incumplía el protocolo establecido, se desataría el consiguiente escándalo. Por lo tanto, la mejor opción para preservar la discreción era la cárcel y el módulo en el que el ex director general de la Guardia Civil Luis Roldán fue recluido y en el que se vio obligado a plantar cara a la soledad con abundante medicación.

Las interminables horas de carrera continua las acompaña, como si fuera una letanía, con el mismo discurso que ha mantenido hasta el momento y que le mantiene en paz consigo mismo. No admite haber cometido ningún delito, insiste en que la Casa Real supervisó y autorizó siempre su actuación y lamenta que no le haya apoyado durante el procedimiento judicial. Está convencido de que una intervención decisiva por su parte le habría librado de la situación en la que está. De hecho, nunca confió en sus consejos. Los abogados que le fueron prescritos inicialmente le recomendaron que devolviera inmediatamente el dinero público desviado para después pasar a discutir las consideraciones jurídicas. Se negó y sólo atendió las recomendaciones del letrado Mario Pascual Vives, al que conocía del Club de Tenis de Barcelona, y en quien ha confiado el proceso, su régimen penitenciario y sus confesiones más íntimas.

Su amigo Mario siempre le dijo que peleara hasta el final, sólo se mostró partidario de que el ex duque se declarase responsable a título lucrativo de la trama (extremo que fue rechazado tajantemente por el fiscal Pedro Horrach), y se mantiene en esa misma posición.

La infanta Cristina dijo que un escándalo como el de Nóosnecesitaba «un sacrificio», siempre dio por hecho que su marido ingresaría en prisión y nunca barajó otro escenario. Sin embargo, niega pese a lo publicado hace unos días, que la relación sentimental esté rota o que prepare su inminente divorcio. Considera que las últimas informaciones responden a un ensañamiento intolerable y replica tajante a los amigos que le han preguntado durante los últimos días por su hipotética separación: «Mi marido ya está en prisión. Ahora, ¿qué más quieren?».

La relación con el rey Felipe y la reina Letizia sigue deshecha sin posibilidad de arreglo y Don Juan Carlos defiende a su hija pero continúa culpando a Urdangarin de todo lo ocurrido. Nunca creyó, sostiene, que se enriqueciera de la entidad sin ánimo de lucro que montó y para la que él mismo realizó gestiones con empresarios. Tras unos meses en los que se temió por el estado de ánimo del cuñado del rey, su entorno sostiene que su situación se ha estabilizado y que está aguantando. «Está mejor», indican lacónicos. Los especialistas que le asisten descartan que tenga un cuadro depresivo y le aconsejan que estudie. De momento, se ha puesto a escribir. Sólo él sabe el qué.

Al tiempo, le reconforta fijarse metas en sus carreras diarias, superar las barreras mentales que impone el ejercicio prolongado, con el único horizonte de sus primeros permisos, previstos para finales de 2019. Es lo que él siempre ha denominado «ganarse el derecho a decir que has corrido». Al iniciarse en los maratones, contó que llegar al final le permitía experimentar la misma sensación que cuando, como jugador de balonmano, «en un ataque estático te encuentras delante a un tipo de dos metros de alto y otros dos de ancho que te está cubriendo». De pronto, «ves que no puedes pasarle el balón a nadie, que el tiempo se agota, intuyes el soplido de otro que se acerca». Y «marcas el gol decisivo».

Aprisionado entre el hormigón y el reciente rechazo del Supremo al recurso en el que pedía su libertad por carecer su condena de «base lógica», afronta ahora la parte más dura de la carrera. Aquella en la que te aproximas al kilómetro 30, el gran muro de los maratonianos, cuando corres contra la pared. En su caso, en sentido literal y figurado. Es el instante en el que se agotan las reservas de glucosa en el cuerpo y todavía «sigues pensando si serás capaz de hacerlo o no».
 
Orbyt.


POR ESTEBAN URREIZTIETA


11/11/2018

“HABLADME, POR FAVOR, QUE SI NO ME VOY A VOLVER LOCO”
LA OTRA CONDENA DE URDANGARIN

La soledad del marido de Cristina de Borbón y su obsesión compulsiva por correr y correr en el patio pequeño de una cárcel en el que sólo corre él. Ha empezado a escribir... La frase del titular es de Iñaki Urdangarin. Se la dice a los funcionarios de la prisión de mujeres de Brieva, donde eligió ir
Es la soledad y el silencio de haber elegido un módulo sólo para él en una cárcel de mujeres. De ahí el ruego a los funcionarios: “Por favor, habladme porque si no me voy a volver loco”. Esta semana tuvo que encajar otro revés, la noticia desmentida de que su esposa iniciaba los trámites para un futuro divorcio. Cristina de Borbón: “Mi marido ya está en prisión. Ahora, ¿qué más quieren?”

El reo Iñaki Urdangarin sobrevive al último castigo al que tiene que hacer frente por el caso Nóos: la soledad extrema. El silencio. El aislamiento. Alojado en un módulo individual de la prisión abulense de Brieva, el ex duque de Palma sólo ha cursado una petición a los funcionarios que le atienden a diario: «Por favor, habladme porque si no me voy a volver loco». Como un corredor impenitente, el esposo de Cristina de Borbón combate su nueva y desconocida penitencia con el deporte llevado al extremo. Sale a correr al patio de apenas siete metros de ancho por 25 de largo durante horas con un gesto imperturbable. Sólo se detiene cuando se encuentra extenuado. Lo hace en un recinto claustrofóbico, que se asemeja a un largo pasillo entre paredes de cemento, que recorre sin parar sin tener ninguna referencia exterior, encajonado en sus pensamientos.

«Corre para no pensar», entienden los trabajadores que tratan con él. «A veces nos preguntamos cómo es posible que pueda correr tanto sin cansarse», añaden. Así se lo han llegado incluso a comentar al propio interno, en una forma de romper el hielo con el marido de la infanta Cristina, que no da pie a la más insignificante confidencia. Sabe como nadie mantener las distancias. Siempre educadamente.

Día tras día, el único interno hombre de la cárcel de mujeres de Brieva repite el ritual. Sustituyendo el ejercicio físico extremo por las clases colectivas de las que disfrutaría en cualquier otro centro penitenciario español. Cumple con sus rutinas, ve la televisión, lee y cuando la soledad le asalta y no quiere pensar, rompe con ellas y sale a correr fuera del horario que se marca. Eso es todo lo que se permite.

Dicen que Urdangarín no muestra, pese a todo, el más mínimo síntoma de abatimiento. Se dirige a los funcionarios con una exquisita educación que llega a sobrecogerles y se ha autoimpuesto no exteriorizar ningún tema privado. Ni una sola palabra de lo que siente o padece, de sus hijos o de su mujer, de la inocencia que proclamó en el juicio o del resquemor contra la Casa Real por no haberle defendido desde el primer momento. Tampoco se permite licencias vinculadas con otros asuntos de la actualidad informativa. Impecable en las formas pero de un hermetismo inquietante.

Cuando el desánimo le asalta, se calza las zapatillas y no se las quita hasta quedar extenuado. «Parece que lo hace para que se le agoten las energías y no pueda darle más vueltas a la cabeza», razonan quienes le asisten habitualmente.

Urdangarin empezó a practicar el running poco antes de estallar el escándalo que le ha llevado a prisión, cuando decidió asumir el reto de participar en el Maratón de Nueva York, en enero de 2011, para apoyar a la Fundación Telefónica. Trasladaba a sus amigos que no estaba seguro de poder terminarlo, que él era un jugador de balonmano, que en un maratón da igual que seas un deportista de élite, que cualquier persona en buena forma compite casi en igualdad de condiciones. Terminó por debajo de las cuatro horas, marcando un tiempo de 3 horas y 50 minutos, y lo contó como una gesta heroica. «Un maratón es como una temporada entera de balonmano», resumió en una entrevista que concedió al maratoniano Martín Fiz, al tiempo que explicaba que la gesta corredora tiene mucho más de «sufrimiento» que de disfrute.

Siguió cultivando esta afición como único mecanismo para acabar con el estrés que le provocaban las revelaciones periodísticas y el proceso judicial que estalló a finales de 2011 y que ha desembocado en una condena firme de cinco años y 10 meses por prevaricación, malversación, tráfico de influencias, fraude y dos delitos fiscales.

Su ex socio Diego Torres se iba a navegar en solitario para limpiar su mente; Urdangarin se vestía de corto a pesar de que, como él mismo reconocía, ni tiene un físico adecuado para hacer largas distancias, con sus 1,98 metros de altura, ni lo había hecho nunca. Torres siempre destacaba su escasa preparación intelectual, que contrarrestaba con una fuerza de voluntad a prueba de bombas. «Es un deportista de élite capaz de madrugar sin rechistar y de echar las horas que sean precisas en reuniones», relataba con admiración cuando la relación entre ambos ya había saltado por los aires y se dedicaba a filtrar correos electrónicos que hundían a su otrora íntimo amigo en la miseria.

Incluso la espera del fallo judicial del Alto Tribunal, Urdangarin la combatió siguiendo la misma terapia. Se inscribió en la media maratón de Ginebra y la finalizó en una hora y 58 minutos, terminando en el puesto número 2.528 entre 4.925 participantes.

«Sólo correr me tranquiliza», decía desde Estados Unidos en pleno apogeo del caso Nóos a sus amigos más íntimos, a los que revelaba que el elemento que más le desestabilizaba emocionalmente era comprobar cómo su hijo mayor, Juan Valentín, estaba al corriente a través de internet de las informaciones que le afectaban y le asaltaba con un sinfín de interrogantes.

Salía entonces a trotar por el bosque situado junto a su residencia del barrio de Bethesda en Washington, con pistas asfaltadas, y afiló su figura hasta alcanzar los 95 kilos que pesaba cuando tenía 18 años.

NIEVES DEL INVIERNO

En Brieva el ex duque compagina sus ejercicios con una espaldera, una bicicleta estática y una cinta que le permite hacer deporte a cubierto cuando en Ávila han caído ya las primeras nieves del invierno y asoma amenazante el severo frío castellano. Alterna el ejercicio físico con el cuidado de cinco grandes maceteros de 40 centímetros de diámetro situados en uno de los laterales del patio, en los que planta con mimo tomates y pimientos.

Le sirve de distracción acudir tres veces a la semana, entre las tres y las cuatro y media de la tarde, al polideportivo de la prisión, acompañado por un funcionario cuando lo han abandonado las reclusas, porque Brieva es una prisión de mujeres. De nuevo, solo, sin más compañía que él mismo y alguno de los tres trabajadores de Instituciones Penitenciarias que se han convertido en su sombra y que se alternan a su lado mañana, tarde y noche.

La condena del Supremo dio paso al complicado proceso de elección del centro penitenciario. Su entorno barajó Barcelona, Vitoria o Extremadura, pero la consulta a un alto cargo de Instituciones Penitenciarias decantó a última hora la balanza hacia la prisión abulense, enclavada en un páramo a la entrada de la ciudad.

El factor determinante fue y sigue siendo la privacidad, que se ha acabado convirtiendo en una especie de condena autoimpuesta que está poniendo a prueba la capacidad de aguante del que fuera medallista olímpico en Atlanta y Sídney. Tanto es así que, a pesar de la dureza de su particular régimen penitenciario, la familia no se plantea en estos momentos la posibilidad del traslado a otro centro, tras considerar que se está estabilizando después de un comienzo muy duro.

Se valoró, por encima de la temida soledad, la posibilidad que le ofrecía el centro abulense de evitar ser fotografiado departiendo con otros presos, algo tan habitual en otros presidios españoles. Que se confesara o derrumbara ante ellos. Pero, sobre todo, que Cristina y sus hijos no fueran inmortalizados haciendo cola semana tras semana, junto al resto de los familiares de los reclusos durante las visitas.

No en vano, Brieva ha cumplido escrupulosamente con este objetivo y no existe la imagen de Cristina de Borbón accediendo a la cárcel, pese a que lo viene haciendo con frecuencia dos veces al mes. Interior ha permitido que, por razones de seguridad, la hermana del rey pueda acceder en coche hasta la puerta del mismo módulo y que no se mezcle con los parientes de las reclusas. Es lo que Interior considera, y así lo ha expresado en una respuesta parlamentaria, «el trato adecuado en esas circunstancias de seguridad consistente en evitar manifestaciones ofensivas o posibles altercados con otros comunicantes».

En cualquier otro presidio la hermana del rey tendría que aguardar su turno arremolinada entre la muchedumbre y aguardar a que el funcionario encargado la llamara de viva voz para trasladarla junto al resto de familiares de reclusos a los locutorios. Un procedimiento similar al que tendría que cumplimentar en el caso de los vis a vis.

Si la infanta incumplía el protocolo establecido, se desataría el consiguiente escándalo. Por lo tanto, la mejor opción para preservar la discreción era la cárcel y el módulo en el que el ex director general de la Guardia Civil Luis Roldán fue recluido y en el que se vio obligado a plantar cara a la soledad con abundante medicación.

Las interminables horas de carrera continua las acompaña, como si fuera una letanía, con el mismo discurso que ha mantenido hasta el momento y que le mantiene en paz consigo mismo. No admite haber cometido ningún delito, insiste en que la Casa Real supervisó y autorizó siempre su actuación y lamenta que no le haya apoyado durante el procedimiento judicial. Está convencido de que una intervención decisiva por su parte le habría librado de la situación en la que está. De hecho, nunca confió en sus consejos. Los abogados que le fueron prescritos inicialmente le recomendaron que devolviera inmediatamente el dinero público desviado para después pasar a discutir las consideraciones jurídicas. Se negó y sólo atendió las recomendaciones del letrado Mario Pascual Vives, al que conocía del Club de Tenis de Barcelona, y en quien ha confiado el proceso, su régimen penitenciario y sus confesiones más íntimas.

Su amigo Mario siempre le dijo que peleara hasta el final, sólo se mostró partidario de que el ex duque se declarase responsable a título lucrativo de la trama (extremo que fue rechazado tajantemente por el fiscal Pedro Horrach), y se mantiene en esa misma posición.

La infanta Cristina dijo que un escándalo como el de Nóosnecesitaba «un sacrificio», siempre dio por hecho que su marido ingresaría en prisión y nunca barajó otro escenario. Sin embargo, niega pese a lo publicado hace unos días, que la relación sentimental esté rota o que prepare su inminente divorcio. Considera que las últimas informaciones responden a un ensañamiento intolerable y replica tajante a los amigos que le han preguntado durante los últimos días por su hipotética separación: «Mi marido ya está en prisión. Ahora, ¿qué más quieren?».

La relación con el rey Felipe y la reina Letizia sigue deshecha sin posibilidad de arreglo y Don Juan Carlos defiende a su hija pero continúa culpando a Urdangarin de todo lo ocurrido. Nunca creyó, sostiene, que se enriqueciera de la entidad sin ánimo de lucro que montó y para la que él mismo realizó gestiones con empresarios. Tras unos meses en los que se temió por el estado de ánimo del cuñado del rey, su entorno sostiene que su situación se ha estabilizado y que está aguantando. «Está mejor», indican lacónicos. Los especialistas que le asisten descartan que tenga un cuadro depresivo y le aconsejan que estudie. De momento, se ha puesto a escribir. Sólo él sabe el qué.

Al tiempo, le reconforta fijarse metas en sus carreras diarias, superar las barreras mentales que impone el ejercicio prolongado, con el único horizonte de sus primeros permisos, previstos para finales de 2019. Es lo que él siempre ha denominado «ganarse el derecho a decir que has corrido». Al iniciarse en los maratones, contó que llegar al final le permitía experimentar la misma sensación que cuando, como jugador de balonmano, «en un ataque estático te encuentras delante a un tipo de dos metros de alto y otros dos de ancho que te está cubriendo». De pronto, «ves que no puedes pasarle el balón a nadie, que el tiempo se agota, intuyes el soplido de otro que se acerca». Y «marcas el gol decisivo».

Aprisionado entre el hormigón y el reciente rechazo del Supremo al recurso en el que pedía su libertad por carecer su condena de «base lógica», afronta ahora la parte más dura de la carrera. Aquella en la que te aproximas al kilómetro 30, el gran muro de los maratonianos, cuando corres contra la pared. En su caso, en sentido literal y figurado. Es el instante en el que se agotan las reservas de glucosa en el cuerpo y todavía «sigues pensando si serás capaz de hacerlo o no».



¡Que penaaaa! , pues este lo tiene fácil

1) que devuelva lo robado

2) que solicite un traslado a una prisión de hombres , por ejemplo la de Soto del Real que ahí se va a encontrar con un montón de amiguetes y eso de que el nombre de la prisión incluya la palabra Real le va a hacer sentirse como en casa.

¡Anda que !
 
Orbyt.


POR ESTEBAN URREIZTIETA


11/11/2018

“HABLADME, POR FAVOR, QUE SI NO ME VOY A VOLVER LOCO”
LA OTRA CONDENA DE URDANGARIN

La soledad del marido de Cristina de Borbón y su obsesión compulsiva por correr y correr en el patio pequeño de una cárcel en el que sólo corre él. Ha empezado a escribir... La frase del titular es de Iñaki Urdangarin. Se la dice a los funcionarios de la prisión de mujeres de Brieva, donde eligió ir
Es la soledad y el silencio de haber elegido un módulo sólo para él en una cárcel de mujeres. De ahí el ruego a los funcionarios: “Por favor, habladme porque si no me voy a volver loco”. Esta semana tuvo que encajar otro revés, la noticia desmentida de que su esposa iniciaba los trámites para un futuro divorcio. Cristina de Borbón: “Mi marido ya está en prisión. Ahora, ¿qué más quieren?”

El reo Iñaki Urdangarin sobrevive al último castigo al que tiene que hacer frente por el caso Nóos: la soledad extrema. El silencio. El aislamiento. Alojado en un módulo individual de la prisión abulense de Brieva, el ex duque de Palma sólo ha cursado una petición a los funcionarios que le atienden a diario: «Por favor, habladme porque si no me voy a volver loco». Como un corredor impenitente, el esposo de Cristina de Borbón combate su nueva y desconocida penitencia con el deporte llevado al extremo. Sale a correr al patio de apenas siete metros de ancho por 25 de largo durante horas con un gesto imperturbable. Sólo se detiene cuando se encuentra extenuado. Lo hace en un recinto claustrofóbico, que se asemeja a un largo pasillo entre paredes de cemento, que recorre sin parar sin tener ninguna referencia exterior, encajonado en sus pensamientos.

«Corre para no pensar», entienden los trabajadores que tratan con él. «A veces nos preguntamos cómo es posible que pueda correr tanto sin cansarse», añaden. Así se lo han llegado incluso a comentar al propio interno, en una forma de romper el hielo con el marido de la infanta Cristina, que no da pie a la más insignificante confidencia. Sabe como nadie mantener las distancias. Siempre educadamente.

Día tras día, el único interno hombre de la cárcel de mujeres de Brieva repite el ritual. Sustituyendo el ejercicio físico extremo por las clases colectivas de las que disfrutaría en cualquier otro centro penitenciario español. Cumple con sus rutinas, ve la televisión, lee y cuando la soledad le asalta y no quiere pensar, rompe con ellas y sale a correr fuera del horario que se marca. Eso es todo lo que se permite.

Dicen que Urdangarín no muestra, pese a todo, el más mínimo síntoma de abatimiento. Se dirige a los funcionarios con una exquisita educación que llega a sobrecogerles y se ha autoimpuesto no exteriorizar ningún tema privado. Ni una sola palabra de lo que siente o padece, de sus hijos o de su mujer, de la inocencia que proclamó en el juicio o del resquemor contra la Casa Real por no haberle defendido desde el primer momento. Tampoco se permite licencias vinculadas con otros asuntos de la actualidad informativa. Impecable en las formas pero de un hermetismo inquietante.

Cuando el desánimo le asalta, se calza las zapatillas y no se las quita hasta quedar extenuado. «Parece que lo hace para que se le agoten las energías y no pueda darle más vueltas a la cabeza», razonan quienes le asisten habitualmente.

Urdangarin empezó a practicar el running poco antes de estallar el escándalo que le ha llevado a prisión, cuando decidió asumir el reto de participar en el Maratón de Nueva York, en enero de 2011, para apoyar a la Fundación Telefónica. Trasladaba a sus amigos que no estaba seguro de poder terminarlo, que él era un jugador de balonmano, que en un maratón da igual que seas un deportista de élite, que cualquier persona en buena forma compite casi en igualdad de condiciones. Terminó por debajo de las cuatro horas, marcando un tiempo de 3 horas y 50 minutos, y lo contó como una gesta heroica. «Un maratón es como una temporada entera de balonmano», resumió en una entrevista que concedió al maratoniano Martín Fiz, al tiempo que explicaba que la gesta corredora tiene mucho más de «sufrimiento» que de disfrute.

Siguió cultivando esta afición como único mecanismo para acabar con el estrés que le provocaban las revelaciones periodísticas y el proceso judicial que estalló a finales de 2011 y que ha desembocado en una condena firme de cinco años y 10 meses por prevaricación, malversación, tráfico de influencias, fraude y dos delitos fiscales.

Su ex socio Diego Torres se iba a navegar en solitario para limpiar su mente; Urdangarin se vestía de corto a pesar de que, como él mismo reconocía, ni tiene un físico adecuado para hacer largas distancias, con sus 1,98 metros de altura, ni lo había hecho nunca. Torres siempre destacaba su escasa preparación intelectual, que contrarrestaba con una fuerza de voluntad a prueba de bombas. «Es un deportista de élite capaz de madrugar sin rechistar y de echar las horas que sean precisas en reuniones», relataba con admiración cuando la relación entre ambos ya había saltado por los aires y se dedicaba a filtrar correos electrónicos que hundían a su otrora íntimo amigo en la miseria.

Incluso la espera del fallo judicial del Alto Tribunal, Urdangarin la combatió siguiendo la misma terapia. Se inscribió en la media maratón de Ginebra y la finalizó en una hora y 58 minutos, terminando en el puesto número 2.528 entre 4.925 participantes.

«Sólo correr me tranquiliza», decía desde Estados Unidos en pleno apogeo del caso Nóos a sus amigos más íntimos, a los que revelaba que el elemento que más le desestabilizaba emocionalmente era comprobar cómo su hijo mayor, Juan Valentín, estaba al corriente a través de internet de las informaciones que le afectaban y le asaltaba con un sinfín de interrogantes.

Salía entonces a trotar por el bosque situado junto a su residencia del barrio de Bethesda en Washington, con pistas asfaltadas, y afiló su figura hasta alcanzar los 95 kilos que pesaba cuando tenía 18 años.

NIEVES DEL INVIERNO

En Brieva el ex duque compagina sus ejercicios con una espaldera, una bicicleta estática y una cinta que le permite hacer deporte a cubierto cuando en Ávila han caído ya las primeras nieves del invierno y asoma amenazante el severo frío castellano. Alterna el ejercicio físico con el cuidado de cinco grandes maceteros de 40 centímetros de diámetro situados en uno de los laterales del patio, en los que planta con mimo tomates y pimientos.

Le sirve de distracción acudir tres veces a la semana, entre las tres y las cuatro y media de la tarde, al polideportivo de la prisión, acompañado por un funcionario cuando lo han abandonado las reclusas, porque Brieva es una prisión de mujeres. De nuevo, solo, sin más compañía que él mismo y alguno de los tres trabajadores de Instituciones Penitenciarias que se han convertido en su sombra y que se alternan a su lado mañana, tarde y noche.

La condena del Supremo dio paso al complicado proceso de elección del centro penitenciario. Su entorno barajó Barcelona, Vitoria o Extremadura, pero la consulta a un alto cargo de Instituciones Penitenciarias decantó a última hora la balanza hacia la prisión abulense, enclavada en un páramo a la entrada de la ciudad.

El factor determinante fue y sigue siendo la privacidad, que se ha acabado convirtiendo en una especie de condena autoimpuesta que está poniendo a prueba la capacidad de aguante del que fuera medallista olímpico en Atlanta y Sídney. Tanto es así que, a pesar de la dureza de su particular régimen penitenciario, la familia no se plantea en estos momentos la posibilidad del traslado a otro centro, tras considerar que se está estabilizando después de un comienzo muy duro.

Se valoró, por encima de la temida soledad, la posibilidad que le ofrecía el centro abulense de evitar ser fotografiado departiendo con otros presos, algo tan habitual en otros presidios españoles. Que se confesara o derrumbara ante ellos. Pero, sobre todo, que Cristina y sus hijos no fueran inmortalizados haciendo cola semana tras semana, junto al resto de los familiares de los reclusos durante las visitas.

No en vano, Brieva ha cumplido escrupulosamente con este objetivo y no existe la imagen de Cristina de Borbón accediendo a la cárcel, pese a que lo viene haciendo con frecuencia dos veces al mes. Interior ha permitido que, por razones de seguridad, la hermana del rey pueda acceder en coche hasta la puerta del mismo módulo y que no se mezcle con los parientes de las reclusas. Es lo que Interior considera, y así lo ha expresado en una respuesta parlamentaria, «el trato adecuado en esas circunstancias de seguridad consistente en evitar manifestaciones ofensivas o posibles altercados con otros comunicantes».

En cualquier otro presidio la hermana del rey tendría que aguardar su turno arremolinada entre la muchedumbre y aguardar a que el funcionario encargado la llamara de viva voz para trasladarla junto al resto de familiares de reclusos a los locutorios. Un procedimiento similar al que tendría que cumplimentar en el caso de los vis a vis.

Si la infanta incumplía el protocolo establecido, se desataría el consiguiente escándalo. Por lo tanto, la mejor opción para preservar la discreción era la cárcel y el módulo en el que el ex director general de la Guardia Civil Luis Roldán fue recluido y en el que se vio obligado a plantar cara a la soledad con abundante medicación.

Las interminables horas de carrera continua las acompaña, como si fuera una letanía, con el mismo discurso que ha mantenido hasta el momento y que le mantiene en paz consigo mismo. No admite haber cometido ningún delito, insiste en que la Casa Real supervisó y autorizó siempre su actuación y lamenta que no le haya apoyado durante el procedimiento judicial. Está convencido de que una intervención decisiva por su parte le habría librado de la situación en la que está. De hecho, nunca confió en sus consejos. Los abogados que le fueron prescritos inicialmente le recomendaron que devolviera inmediatamente el dinero público desviado para después pasar a discutir las consideraciones jurídicas. Se negó y sólo atendió las recomendaciones del letrado Mario Pascual Vives, al que conocía del Club de Tenis de Barcelona, y en quien ha confiado el proceso, su régimen penitenciario y sus confesiones más íntimas.

Su amigo Mario siempre le dijo que peleara hasta el final, sólo se mostró partidario de que el ex duque se declarase responsable a título lucrativo de la trama (extremo que fue rechazado tajantemente por el fiscal Pedro Horrach), y se mantiene en esa misma posición.

La infanta Cristina dijo que un escándalo como el de Nóosnecesitaba «un sacrificio», siempre dio por hecho que su marido ingresaría en prisión y nunca barajó otro escenario. Sin embargo, niega pese a lo publicado hace unos días, que la relación sentimental esté rota o que prepare su inminente divorcio. Considera que las últimas informaciones responden a un ensañamiento intolerable y replica tajante a los amigos que le han preguntado durante los últimos días por su hipotética separación: «Mi marido ya está en prisión. Ahora, ¿qué más quieren?».

La relación con el rey Felipe y la reina Letizia sigue deshecha sin posibilidad de arreglo y Don Juan Carlos defiende a su hija pero continúa culpando a Urdangarin de todo lo ocurrido. Nunca creyó, sostiene, que se enriqueciera de la entidad sin ánimo de lucro que montó y para la que él mismo realizó gestiones con empresarios. Tras unos meses en los que se temió por el estado de ánimo del cuñado del rey, su entorno sostiene que su situación se ha estabilizado y que está aguantando. «Está mejor», indican lacónicos. Los especialistas que le asisten descartan que tenga un cuadro depresivo y le aconsejan que estudie. De momento, se ha puesto a escribir. Sólo él sabe el qué.

Al tiempo, le reconforta fijarse metas en sus carreras diarias, superar las barreras mentales que impone el ejercicio prolongado, con el único horizonte de sus primeros permisos, previstos para finales de 2019. Es lo que él siempre ha denominado «ganarse el derecho a decir que has corrido». Al iniciarse en los maratones, contó que llegar al final le permitía experimentar la misma sensación que cuando, como jugador de balonmano, «en un ataque estático te encuentras delante a un tipo de dos metros de alto y otros dos de ancho que te está cubriendo». De pronto, «ves que no puedes pasarle el balón a nadie, que el tiempo se agota, intuyes el soplido de otro que se acerca». Y «marcas el gol decisivo».

Aprisionado entre el hormigón y el reciente rechazo del Supremo al recurso en el que pedía su libertad por carecer su condena de «base lógica», afronta ahora la parte más dura de la carrera. Aquella en la que te aproximas al kilómetro 30, el gran muro de los maratonianos, cuando corres contra la pared. En su caso, en sentido literal y figurado. Es el instante en el que se agotan las reservas de glucosa en el cuerpo y todavía «sigues pensando si serás capaz de hacerlo o no».
Solo faltan los violines...
 
¡Que penaaaa! , pues este lo tiene fácil

1) que devuelva lo robado

2) que solicite un traslado a una prisión de hombres , por ejemplo la de Soto del Real que ahí se va a encontrar con un montón de amiguetes y eso de que el nombre de la prisión incluya la palabra Real le va a hacer sentirse como en casa.

¡Anda que !
Bingazo!!
 
Oh!!! que gran ha suerte ha tenido el periolisto Esteban Uzrreizieta que Urdanga le haya podido confesado lo que piensa y siente, considerando que el mismo Urreeizieta dice en el articulo que Urdanga es hermetico hasta con diferentes funcionarios que le atienden en el dia a dia.
Asi que Urdanga es cortito y corre muchismo, la familia bombon ahora tiene un Forrest Gump entre ellos, pobre familia con tantas eminencias
 
Lo de siempre.
"Yo lo consultaba todo y pedia la aprobación del emerito".
El abogado le aconsejo NO devolver el dinero, ese fue el gran fallo, despues devolvieron 5 u 8 millones (sacados de la venta del chalet de Pedralbes)pero ya era tarde
Según su complice en tropelias:"Iñaki es cortito"
Pues clarito esta el hizo lo que le mandaban.
Los culpables maximos andan de restaurant y yate por esos mundos.
.........

Según los funcionarios.
"Es hermetico y educado"
Y según yo.
Asi lo creo, nunca dijo nada, nunca dío una contestación desagradable a los plumillas que tenia 24 horas a la puerta de su casa.Sus hijos se nota que han sido bien educados y en estos ultimos años era él el que estaba en casa guiandolos.
.......
Los funcionarios unos cotillas, resiste Urdanga.
 
Siempre he considerado una aberración meter a alguien en la cárcel por crímenes contra la propiedad.
Una cosa son los delitos contra la persona, que hacen al culpable socialmente peligroso, de ahí la necesidad de la cárcel, pero en los crímenes patrimoniales, la condena a devolver lo que se ha tomado, a la indemnización y la interdicción de las oficinas públicas sería suficiente. La cárcel en estos casos es inútil y solo suena a venganza.
 
Siempre he considerado una aberración meter a alguien en la cárcel por crímenes contra la propiedad.
Una cosa son los delitos contra la persona, que hacen al culpable socialmente peligroso, de ahí la necesidad de la cárcel, pero en los crímenes patrimoniales, la condena a devolver lo que se ha tomado, a la indemnización y la interdicción de las oficinas públicas sería suficiente. La cárcel en estos casos es inútil y solo suena a venganza.

Bueno Urdanga pago que yo sepa lo que pedia el juez, vendio todas sus propiedades y fue pagando a medida que vedia , desconozco si ha pagado ya la multa que le pusieron las tres magistradas en la condena, pero si ya pago primero, es de logica que tambien pague o vaya pagando la multa, tal cual han hecho otros condenados por delitos economicos.
 

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