Ha muerto Juan Marse

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Muere el escritor Juan Marsé a los 87 años


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El escritor Juan Marsé.
El escritor, guionista de cine y periodista español Juan Marsé (Barcelona, 1933) ha muerto a los 87 años de edad en Barcelona, tal y como informa El Periodico. Perteneciente a la generación de los 50, es el autor de obras como Últimas tardes con Teresa, Si te dicen que caí o El amante bilingüe.
Considerado uno de los grandes retratista de la ciudad de Barcelona durante la época de la posguerra, su literatura se caracterizó por un gran componente de realismo social y una afinada ironía. Fue galardonado con el Premio Cervantes en el año 2008.
Noticia en ampliación…

 
El escritor barcelonés Juan Marsé ha muerto 87 años.
Ganador premio Planeta y Premio Cervantes
Escribió la muchacha de las bragas de oro , y si te dicen que caí etc
DEP
 
Última edición:
Muere el escritor Juan Marsé, nuestro último novelista clásico

El barcelonés, autor de obras como «Últimas tardes con Teresa» entre otras, tenía 87 años y ganó el Premio Cervantes en el año 2008


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Inés Bucells

Sergi Doria /
Actualizado:19/07/2020 10:59h


El escritor barcelonés Juan Marsé ha fallecido esta pasada madrugada a los 87 años en el Hospital de Sant Pau. Juan Marsé (Barcelona, 1933-2020), recordaba en una dedicatoria que su padre, Pep Marsé, le «enseñó a combinar la concienciación con la escalivada». Crecido en el barrio barcelonés del Guinardó, alimentó sus novelas de memoria, ese «paraíso del que nadie puede expulsarte».

El Territorio Marsé huele a barrio y a tragaluz, sala de cine, papel de tebeo y erotismo en penumbra. En 1965, cuando el escritor ganó el premio Biblioteca Breve por «Últimas tardes con Teresa» el escritor tenía muchas cosas que contar. Personajes como Manolo, el Pijoaparte pretenden trocar el barraquismo del Carmelo por las torres burguesas de Sarriá. El murciano Manolo es un clásico: epígono suburbial del Julian Sorel stendhaliano; o la rubia Teresa, «con un pañuelo rojo asomando por el bolsillo de su gabardina blanca y con una temblorosa disposición musical en las piernas».

Cuando Seix Barral reeditó «Últimas tardes con Teresa» escribió el prólogo Arturo Pérez Reverte: «Cuarenta y tres años después, la novela sigue tan fresca como cuando fue escrita. Ni siquiera los imbéciles que entonces perdonaron a regañadientes la vida a su autor, los resentidos o los parásitos que viven de explicar cómo escribirían ellos -si quisieran- los libros que escriben otros, se atreven ya a discutir que Manolo Reyes, alias Pijoaparte, es uno de los personajes mejor trazados en la literatura española de la segunda mitad del siglo XX».

Ser aprendiz de joyero legó una concepción artesanal de la escritura y el lema que presidía su escritorio: «El esmero es la única convicción moral del escritor». Los años sesenta tienen nombres: el editor Barral, empeñado en hacer de él un «escritor obrero» y los poetas Gabriel Ferrater y Gil de Biedma: dos partidarios de la felicidad con sabor a ginebra. Pese a algunas lecturas marxistoides de la «gauche divine», el Pijoaparte no encarnaba intencionalidad política. Superar la censura en aquellos tiempos resultaba más duro que escribir; el s*x* asustaba más que el antifranquismo. Robles Piquer le sugirió a Marsé que cambiara la palabra «muslo» por «antepierna».

Una fotografía: Marsé adolescente en camiseta trabaja en un taller de joyería mientras escucha rumores sobre el crimen de la prost*t*ta Carmen Broto. Aquel suceso que le obsesiona acabará siendo «Si te dicen que caí». El título se lo «cedió» Jaime Gil de Biedma. Marsé pensaba titularlo «Adiós muchachos», pero sonaba a tango. El editor Barral le «regaló» otro título: «La oscura historia de la prima Montse», mordaz disección de las relaciones peligrosas de una burguesa con el lumpenaje. En la cárcel Modelo que visita Montse renace la implacable fábula de los vencedores que no convencieron.

Premio Juan Rulfo

Tras recibir el premio Juan Rulfo en México por «Si te dicen que caí» y ganar el Planeta con «La muchacha de las bragas de oro», Marsé retomó su nomenclátor de la memoria en «Un día volveré» (1982). Un viejo luchador del maquis, pintor, exboxeador y atracador de bancos y meublés retorna al barrio tras cumplir condena en las cárceles franquistas. La voz de los perdedores, frente a la retórica oficial. Su «Ronda del Guinardó» transita sobre adoquines: «En las puertas de los colmados se escalonaban las cajas de frutas y verduras, invadiendo la acera. Odiaba este barrio de sombrías tabernas y claras droguerías, de zapateros remendones agazapados en oscuros zaguanes y porterías, y de pequeños talleres ronroneando en sótanos, soltando a todas horas su cantinela de fresadoras y sierras mecánicas».

Con «Rabos de lagartija» Marsé revive a los damnificados por la Historia con «aventis» y mujeres silentes remendando vidas entre cascotes de la derrota. «Con una sola guerra perdida, un hombre está muy lejos de alcanzar la dignidad…» «Rabos de lagartija» es puro Marsé: almas torturadas en vigilia permanente, voces infantiles, recuerdos vividos o soñados. Más calles sin asfaltar en las que «se podía escribir en la tierra con una navaja».

En las estanterías de su escritorio asomaba el mostacho de Robert Louis Stevenson y la salvaje belleza de Ava Gardner. Marsé comparaba sus novelas y relatos a «las historias que reinventan los niños a partir de hechos reales. Esa es la función de la novela y de la memoria oral».

Escritor catalán en castellano abominaba de los nacionalismos y fundamentaba esa actitud con una frase de Stephen Dedalus en el «Retrato de un artista adolescente»: «Me estás hablando de nacionalidad, de lengua, de religión. Bien, estas son las redes de las que yo he de procurar escaparme». Con dictadura o con democracia, Marsé dijo siempre No a las imposiciones. Disidente de la religión nacionalista, escribirá en castellano «porque le da la real gana».

«Marsé nunca es real y siempre es verdadero» advertía el escritor Marcos Ordóñez en «Un jardín de verdad con ranas de cartón», documental de Xavier Robles. En aquellas conversaciones, Marsé recordaba su condición de hijo adoptivo, «una historia que sería una novela aparte que no voy a escribir nunca».

«Me gustaría decir...»

La topografía de la infancia reaparece en todas sus novelas. En «Caligrafía de los sueños» es la calle Torrente de las Flores, que comienza en Travesera de Dalt y muere en Travesera de Gracia: «Cuarenta y seis esquinas, una anchura de siete metros y medio, edificios de escasa altura y tres tabernas». Como afirmó Marsé en una entrevista: «Me gustaría decir que todo es inventado. Me gustaría jurarlo. Porque tendría más mérito, y a menudo, más solvencia. Pero sí, en efecto, algo de eso que todos hemos convenido en llamar realidad testimonial está en algunos episodios de la novela...» Una trama que arranca también, en 1945 y que tiene consecuencias hasta 1958 en una ciudad «menos verosímil que ahora, pero más real». «Caligrafía de los sueños» describe un proceso de formación personal; cuando Ringo-Marsé trasladó su mirada de las calles a la página en blanco. Desde entonces recreó esa patria de la infancia. La única que nos permite reinventarnos en un segundo nacimiento. La que explica toda una obra literaria.

Marsé recreó en «Esa put* tan distinguida» un hecho real acaecido en 1949: una prost*t*ta estrangulada en la cabina del cine Delicias y como su narración acaba prostituida por las reescrituras para el cine. Avezado lector del Séptimo Arte, la traslación de sus novelas al celuloide le producía grima. Por culpa de Andrés Vicente Gómez, «El embrujo de Shanghai» no pudo ser una película con guion de Víctor Erice. La adaptación de Fernando Trueba le pareció malísima, al igual que las versiones -o visiones- que perpetró Vicente Aranda. Un afán testimonial que convive con la reconstrucción ficcional.

En los últimos años, mientras lidiaba con los problemas de salud -cardiológicos y renales-, Marsé no pudo escribir todo cuanto quería. En 2012, Joaquim Roglan había vindicado en la antología «Periodismo perdido» al Marsé más desconocido en las revistas Arcinema, Don, Bocaccio, Por Favor o su memorable sección «Señoras y señores» en El País.

En 2017, Ignacio Echevarría reunió en «Colección particular» nueve relatos hasta ahora dispersos, que constituyen, en palabras del antólogo, «un vademécum de la narrativa de Marsé» como «Historia de detectives», «El fantasma del cine Roxy», «Teniente Bravo», «Noticias felices en aviones de papel» o el inédito «Conócete a ti mismo, Fritz».

Escribir, para Marsé, implicaba una perpetua autoexigencia, «una faena de ida y vuelta, con mucho lápiz de por medio». Nuestro escritor prefería «fracasar bien, fracasar mejor» al éxito facilón. El mundillo literario se le antojaba obsceno: por eso jamás confundió la literatura con la vida literaria. Los intelectuales le producían alergia: «Cuando juntas más de cuatro es un peligro». Ante los espejismos de la fama, recomendaba, «tener siempre preparado un no». Los más grandes son así. Sus libros, inmunes al olvido, nos acompañarán siempre.

Bibliografía esencial

Encerrados con un solo juguete (1960, Seix Barral)

Últimas tardes con Teresa (1966 Seix Barral), Premio Biblioteca Breve.

La oscura historia de la prima Montse (1970, Seix Barral).

Si te dicen que caí (1973, Novaro), Premio México de Novela.

La muchacha de las bragas de oro (1978, Planeta), Premio Planeta.

Un día volveré (1982 Plaza & Janés).

El amante bilingüe (1990, Planeta), Premio Ateneo de Sevilla.

Rabos de lagartija (2000, Plaza & Janés), Premio de la Crítica y Premio Nacional de Narrativa.

Canciones de amor en Lolita’s Club (2005, Lumen).

Caligrafía de los sueños (2011, Lumen).

 
Muere el escritor Juan Marsé, nuestro último novelista clásico

El barcelonés, autor de obras como «Últimas tardes con Teresa» entre otras, tenía 87 años y ganó el Premio Cervantes en el año 2008


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Inés Bucells

Sergi Doria /
Actualizado:19/07/2020 10:59h


El escritor barcelonés Juan Marsé ha fallecido esta pasada madrugada a los 87 años en el Hospital de Sant Pau. Juan Marsé (Barcelona, 1933-2020), recordaba en una dedicatoria que su padre, Pep Marsé, le «enseñó a combinar la concienciación con la escalivada». Crecido en el barrio barcelonés del Guinardó, alimentó sus novelas de memoria, ese «paraíso del que nadie puede expulsarte».

El Territorio Marsé huele a barrio y a tragaluz, sala de cine, papel de tebeo y erotismo en penumbra. En 1965, cuando el escritor ganó el premio Biblioteca Breve por «Últimas tardes con Teresa» el escritor tenía muchas cosas que contar. Personajes como Manolo, el Pijoaparte pretenden trocar el barraquismo del Carmelo por las torres burguesas de Sarriá. El murciano Manolo es un clásico: epígono suburbial del Julian Sorel stendhaliano; o la rubia Teresa, «con un pañuelo rojo asomando por el bolsillo de su gabardina blanca y con una temblorosa disposición musical en las piernas».

Cuando Seix Barral reeditó «Últimas tardes con Teresa» escribió el prólogo Arturo Pérez Reverte: «Cuarenta y tres años después, la novela sigue tan fresca como cuando fue escrita. Ni siquiera los imbéciles que entonces perdonaron a regañadientes la vida a su autor, los resentidos o los parásitos que viven de explicar cómo escribirían ellos -si quisieran- los libros que escriben otros, se atreven ya a discutir que Manolo Reyes, alias Pijoaparte, es uno de los personajes mejor trazados en la literatura española de la segunda mitad del siglo XX».

Ser aprendiz de joyero legó una concepción artesanal de la escritura y el lema que presidía su escritorio: «El esmero es la única convicción moral del escritor». Los años sesenta tienen nombres: el editor Barral, empeñado en hacer de él un «escritor obrero» y los poetas Gabriel Ferrater y Gil de Biedma: dos partidarios de la felicidad con sabor a ginebra. Pese a algunas lecturas marxistoides de la «gauche divine», el Pijoaparte no encarnaba intencionalidad política. Superar la censura en aquellos tiempos resultaba más duro que escribir; el s*x* asustaba más que el antifranquismo. Robles Piquer le sugirió a Marsé que cambiara la palabra «muslo» por «antepierna».

Una fotografía: Marsé adolescente en camiseta trabaja en un taller de joyería mientras escucha rumores sobre el crimen de la prost*t*ta Carmen Broto. Aquel suceso que le obsesiona acabará siendo «Si te dicen que caí». El título se lo «cedió» Jaime Gil de Biedma. Marsé pensaba titularlo «Adiós muchachos», pero sonaba a tango. El editor Barral le «regaló» otro título: «La oscura historia de la prima Montse», mordaz disección de las relaciones peligrosas de una burguesa con el lumpenaje. En la cárcel Modelo que visita Montse renace la implacable fábula de los vencedores que no convencieron.

Premio Juan Rulfo

Tras recibir el premio Juan Rulfo en México por «Si te dicen que caí» y ganar el Planeta con «La muchacha de las bragas de oro», Marsé retomó su nomenclátor de la memoria en «Un día volveré» (1982). Un viejo luchador del maquis, pintor, exboxeador y atracador de bancos y meublés retorna al barrio tras cumplir condena en las cárceles franquistas. La voz de los perdedores, frente a la retórica oficial. Su «Ronda del Guinardó» transita sobre adoquines: «En las puertas de los colmados se escalonaban las cajas de frutas y verduras, invadiendo la acera. Odiaba este barrio de sombrías tabernas y claras droguerías, de zapateros remendones agazapados en oscuros zaguanes y porterías, y de pequeños talleres ronroneando en sótanos, soltando a todas horas su cantinela de fresadoras y sierras mecánicas».

Con «Rabos de lagartija» Marsé revive a los damnificados por la Historia con «aventis» y mujeres silentes remendando vidas entre cascotes de la derrota. «Con una sola guerra perdida, un hombre está muy lejos de alcanzar la dignidad…» «Rabos de lagartija» es puro Marsé: almas torturadas en vigilia permanente, voces infantiles, recuerdos vividos o soñados. Más calles sin asfaltar en las que «se podía escribir en la tierra con una navaja».

En las estanterías de su escritorio asomaba el mostacho de Robert Louis Stevenson y la salvaje belleza de Ava Gardner. Marsé comparaba sus novelas y relatos a «las historias que reinventan los niños a partir de hechos reales. Esa es la función de la novela y de la memoria oral».

Escritor catalán en castellano abominaba de los nacionalismos y fundamentaba esa actitud con una frase de Stephen Dedalus en el «Retrato de un artista adolescente»: «Me estás hablando de nacionalidad, de lengua, de religión. Bien, estas son las redes de las que yo he de procurar escaparme». Con dictadura o con democracia, Marsé dijo siempre No a las imposiciones. Disidente de la religión nacionalista, escribirá en castellano «porque le da la real gana».

«Marsé nunca es real y siempre es verdadero» advertía el escritor Marcos Ordóñez en «Un jardín de verdad con ranas de cartón», documental de Xavier Robles. En aquellas conversaciones, Marsé recordaba su condición de hijo adoptivo, «una historia que sería una novela aparte que no voy a escribir nunca».

«Me gustaría decir...»

La topografía de la infancia reaparece en todas sus novelas. En «Caligrafía de los sueños» es la calle Torrente de las Flores, que comienza en Travesera de Dalt y muere en Travesera de Gracia: «Cuarenta y seis esquinas, una anchura de siete metros y medio, edificios de escasa altura y tres tabernas». Como afirmó Marsé en una entrevista: «Me gustaría decir que todo es inventado. Me gustaría jurarlo. Porque tendría más mérito, y a menudo, más solvencia. Pero sí, en efecto, algo de eso que todos hemos convenido en llamar realidad testimonial está en algunos episodios de la novela...» Una trama que arranca también, en 1945 y que tiene consecuencias hasta 1958 en una ciudad «menos verosímil que ahora, pero más real». «Caligrafía de los sueños» describe un proceso de formación personal; cuando Ringo-Marsé trasladó su mirada de las calles a la página en blanco. Desde entonces recreó esa patria de la infancia. La única que nos permite reinventarnos en un segundo nacimiento. La que explica toda una obra literaria.

Marsé recreó en «Esa p*ta tan distinguida» un hecho real acaecido en 1949: una prost*t*ta estrangulada en la cabina del cine Delicias y como su narración acaba prostituida por las reescrituras para el cine. Avezado lector del Séptimo Arte, la traslación de sus novelas al celuloide le producía grima. Por culpa de Andrés Vicente Gómez, «El embrujo de Shanghai» no pudo ser una película con guion de Víctor Erice. La adaptación de Fernando Trueba le pareció malísima, al igual que las versiones -o visiones- que perpetró Vicente Aranda. Un afán testimonial que convive con la reconstrucción ficcional.

En los últimos años, mientras lidiaba con los problemas de salud -cardiológicos y renales-, Marsé no pudo escribir todo cuanto quería. En 2012, Joaquim Roglan había vindicado en la antología «Periodismo perdido» al Marsé más desconocido en las revistas Arcinema, Don, Bocaccio, Por Favor o su memorable sección «Señoras y señores» en El País.

En 2017, Ignacio Echevarría reunió en «Colección particular» nueve relatos hasta ahora dispersos, que constituyen, en palabras del antólogo, «un vademécum de la narrativa de Marsé» como «Historia de detectives», «El fantasma del cine Roxy», «Teniente Bravo», «Noticias felices en aviones de papel» o el inédito «Conócete a ti mismo, Fritz».

Escribir, para Marsé, implicaba una perpetua autoexigencia, «una faena de ida y vuelta, con mucho lápiz de por medio». Nuestro escritor prefería «fracasar bien, fracasar mejor» al éxito facilón. El mundillo literario se le antojaba obsceno: por eso jamás confundió la literatura con la vida literaria. Los intelectuales le producían alergia: «Cuando juntas más de cuatro es un peligro». Ante los espejismos de la fama, recomendaba, «tener siempre preparado un no». Los más grandes son así. Sus libros, inmunes al olvido, nos acompañarán siempre.

Bibliografía esencial

Encerrados con un solo juguete (1960, Seix Barral)

Últimas tardes con Teresa (1966 Seix Barral), Premio Biblioteca Breve.

La oscura historia de la prima Montse (1970, Seix Barral).

Si te dicen que caí (1973, Novaro), Premio México de Novela.

La muchacha de las bragas de oro (1978, Planeta), Premio Planeta.

Un día volveré (1982 Plaza & Janés).

El amante bilingüe (1990, Planeta), Premio Ateneo de Sevilla.

Rabos de lagartija (2000, Plaza & Janés), Premio de la Crítica y Premio Nacional de Narrativa.

Canciones de amor en Lolita’s Club (2005, Lumen).

Caligrafía de los sueños (2011, Lumen).

"Un día volveré", este libro de Juan Marsē fue uno de los que nos dijeron que leyéramos en segundo de B.U.P. Un buen escritor, con bastantes obras llevadas al cine. Descanse en paz
 
Muere Juan Marsé, la gran novela del siglo XX
El escritor, fallecido en Barcelona a los 87 años, alcanzó la fama con la publicación de 'Últimas tardes con Teresa'. Premio Cervantes en 2008, sus libros retrataron a una sociedad en evolución desde el tardofranquismo a la democracia



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En la foto, el escritor Juan Marsé, en su casa de Barcelona en 2014. En el vídeo, un repaso a su vida. / CONSUELO BAUTISTA/EL PAÍS




CARLES GELI
Barcelona -
19 JUL 2020

La fórmula pasaba por coger un suceso real del barrio y, sentado en el bordillo de la acera, añadirle toda la imaginación posible alimentada por las películas del vecindario y los cómics, hasta convertir el episodio en una narración fascinante, que los demás seguían en silencio absoluto. Esas eran las historias que se contaban los niños del barrio de Juan Marsé en una infancia marcada por el frío, el estraperlo, hijos todos de los vencidos, en una Barcelona gris delimitada por las zonas del Carmelo, el Guinardó y Gràcia. Las llamaban aventis y a partir de ellas, y un don para la descripción y el retrato como pocos escritores, Marsé se convirtió en uno de los referentes de la literatura española actual, memoria literaria de la infancia de posguerra, que se fundió a negro la noche del sábado en el Hospital de Sant Pau de Barcelona, a los 87 años, tras unas complicaciones consecuencia de la insuficiencia renal que sufría desde hace ya un tiempo.

La vida del autor de icónicos clásicos contemporáneos como Últimas tardes con Teresa (que confirmó su vocación literaria), Si te dicen que caí o Un día volveré fue, en el fondo, una aventi en sí misma. “Me hice escritor porque tengo un desajuste con la realidad que me rodea, mi país, mi ciudad, mi época… Eso me lleva a encontrar en la literatura un mundo de experiencias que no he tenido, pero que he soñado”, dirían tras ganar el premio Cervantes, en 2008, broche de su carrera. Uno de los desajustes es que su madre murió al poco del parto y su padre lo dio en adopción a un matrimonio amigo, Pep Marsé y Alberta Carbó, que acababan de perder una criatura. Es más que probable que los hombres se conocieran por su paso por el independentista Estat Català antes de la Guerra Civil, uno de los muchos guiños irónicos que la vida deparó a Marsé, ácido como pocos con la educación, la Iglesia católica “Soy un anticlerical militante”, decía fruto de una herencia paterna) y la política española y catalana, en particular de la nacionalista: “Soy un fronterizo y un francotirador, la situación ideal”, se definía siempre.


Sus primeros recuerdos fueron los bombardeos de Barcelona y la imagen bien nítida de él y su padre llorando juntos en el balcón de casa cuando la entrada de las tropas fascistas en Barcelona el 26 de enero de 1939. Luego ya todo sería posguerra, casi eterna: “En mis novelas sigo moviéndome en mi mundo de posguerra; ocurre que se ha hecho tan larga que me parece actual”, sostenía, siempre socarrón.

La posguerra oficial la llenó de los tebeos que su madre le daba (El Coyote, El guerrero del antifaz…) y de Verne, Wallace y Salgari y mucho chapuzón en las albercas de la tarraconense Sant Jaume dels Domenys, de donde era su progenitora. Ahí jugaba al fútbol, premonitoriamente, de portero (como Nabokov y Camus) y mató un gorrión con una escopeta de balines, imagen que nunca más se sacó de encima. Luego estaba el cine, claro (“fue mi aprendizaje en el oficio de narrar; siempre me ha gustado más trabajar con imágenes que con ideas”), quizá la mejor escuela porque tuvo que dejar los estudios a los 13 años para ayudar en casa. Entró en el taller de una joyería, labor dura pero de precisión, técnica que acabó aplicando a su adjetivación, digna de orfebre, y que ya asomaba en su primer relato, a lápiz, en una libreta, con 15 años, sobre los recuerdos de unos gitanos en el pueblo.



El escritor Manuel Vázquez Montalbán fotografiado con Juan Marsé, en el XXV aniversario de la creación de su personaje Pepe Carvalho, en Barcelona en 1997.


El escritor Manuel Vázquez Montalbán fotografiado con Juan Marsé, en el XXV aniversario de la creación de su personaje Pepe Carvalho, en Barcelona en 1997.CONSUELO BAUTISTA



De eso se percató pronto la que sería su hada madrina literaria. Una aventi dentro de la aventi: su madre cuidaba a una señora mayor que tenía una hija que era escritora. Y le sugirió que el joven la escribiera. Era Paulina Crusat. “Ha nacido usted con el instinto de cómo se escribe, el de crear una atmósfera (…) el don de la expresión es suyo de nacimiento”, le diría pronto en una de las decenas de misivas que se intercambiaron desde enero de 1957 hasta los años setenta. Las cartas ayudarían tanto al escritor como a la persona: el Marsé que ha leído El Quijote a los 17 años en la soledad del cercano Park Güell, o a Zweig, al Hemingway cuentista o a su predilecto Pío Baroja, que durante el servicio militar en Ceuta (donde sacará la anécdota del impagable Teniente Bravo) redacta 130 páginas de una novela (el embrión de su debut: Encerrados con un solo juguete) y que quedaría estremecido con el filme Muerte de un ciclista, se le sincerará con los años, definiéndose “bastante vago” y con “escasa capacidad de cariño externo”.

Los textos que va trabajando Marsé y que llegarán, por indicación de Crusat, a revistas como Ínsula, o a ganar el premio Sésamo de cuentos (Nada para morir) están impregnados de un realismo social en boga; y encima, él era un escritor obrero, máximo mérito para el grupo de escritores y señoritos de izquierda que su propio cabecilla, Carlos Barral, bautizó como Escuela de Barcelona, nombres que serían también amigos: Gil de Biedma, García Hortelano, Vázquez Montalbán, Terenci Moix, Eduardo Mendoza y, con los años, Joan de Sagarra y Enrique Vila-Matas, entre otros.

“Joyero hasta las tres de la tarde, novelista de tres a nueve”, subtituló la entrevista que otro jovencísimo Vázquez Montalbán le hizo en diciembre de 1960 en el falangista Solidaridad Nacional tras quedar finalista del Biblioteca Breve con Encerrados con su solo juguete, la más autobiográfica de sus obras junto a la ya tardía Caligrafía de los sueños. Ahí empezaría una nueva vida, “estando más que siendo” en ese grupo y en su derivada social natural, la Gauche Divine y su emblemático local Bocaccio, de cuya revista acabaría siendo redactor jefe, como lo sería de Por favor, una de las cabeceras clave de la Transición.


 
Lea un adelanto de ‘Viaje al sur’, el inédito de Juan Marsé
En 1962 Juan Marsé recorrió varias provincias andaluzas con su amigo Antonio Pérez y el fotógrafo Albert Ripoll. El manuscrito estuvo perdido muchos años. Lumen lo publicará en septiembre


EL PAÍS
Madrid - 19 JUL 2020


Marsé en la plaza de toros de Ronda, en 1962.


Marsé en la plaza de toros de Ronda, en 1962.ALBERT RIPOLL GUSPI



En 1962 Juan Marsé recorrió las provincias de Sevilla, Cádiz y Málaga acompañado por su amigo Antonio Pérez y por el fotógrafo Albert Ripoll Guspi. Su intención era escribir una crónica de ese viaje, intercalando fotografías y titulares de la prensa franquista, de tal manera que su relato se infiltrase en la realidad que el poder oficial silenciaba. Por problemas financieros y por la presión de la censura, este magnífico documento literario y político que iba a publicar la mítica editorial Ruedo Ibérico, recién fundada en París por un grupo de exiliados españoles, no llegó a ver la luz, y durante mucho tiempo se creyó que el manuscrito se había perdido. Lumen lo rescata en una edición con prólogo y edición de Andreu Jaume que se publicará el 23 de septiembre.


Aquí pueden leer un adelanto.


No son más de las tres de la tarde. Se llega con sol. Todo lo que entra por los ojos, entra con sol. «Sabido es el arte de Sevilla para envolver a sus visitantes, sobornándolos, embriagándolos de cielo azul, aire tibio y aroma de azahar(4).» Nos habría encantado poder quedarnos en Sevilla el tiempo suficiente para comprobarlo. Ocurre que Sevilla quedaba fuera del recorrido que nos habíamos trazado —Jerez de la Frontera abría la marcha—y no pensábamos escribir gran cosa de ella. ¿Por qué motivo? No lo sé. Paseábamos. De pie frente al blanco muro del patio de la Casa de las Dueñas, en el barrio de Santa Catalina, calle Dueñas, 5, leyendo en la lápida:

El poeta Antonio Machado nació en esta casa en julio de MCCMLXXV. No la olvida en sus versos: Esta luz de Sevilla... es el palacio donde nací, con su rumor de fuente. Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla y un huerto claro donde madura el limonero.(5)



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En lo alto de la escalera que conduce a los aposentos, revuelto y por los suelos, hay trofeos de caza conseguidos en África por el duque durante su juventud, y la cabeza del último toro que mató Marcial Lalanda, los retratos al óleo de Napoleón III y de la emperatriz Eugenia...(6) La legendaria Doña Sol, de nombre María del Rosario Fitz-James StuartFalcó y Portocarrero, duquesa de Santoña, se nos aparece por el espacio de un segundo en lo alto de la escalinata montada en su caballo blanco, en medio de ese montón de objetos de arte que acumula con paciencia el noble polvo, erguida, testaruda, con su aire convencido y entrañable de anciana borrachina que se lo está pasando pipa y que no necesita dar cuentas a nadie, envuelta en los mil fantasmas de sus correrías juveniles por toda la geografía hispana en pos de los toreros más famosos, más guapos y seguramente más cachondos de la época, y que con sus ochenta años cumplidos se empeñaba todavía en seguir montando —¿amarrada?—el viejo caballo blanco, que no sobrevivió a la muerte de su dueña, muriendo dos días después abrumado por la nostalgia y la pesadumbre. (7)

Todo esto y mucho más ha heredado la Cayetana.
En la planta baja hay una capilla que fue utilizada durante la Guerra Civil para alojar a los convalecientes y heridos en combate. Hemos visto en la catedral, sobre una mesa petitoria que hay junto a la entrada, un letrero enorme que exhiben dos viejos de aspecto ruinoso y que dice: «Pobres incurables». El recorrido por el palacio del duque de Alba es abrumador, se habla de la Cayetana, de los jardines, de los edificios de Sevilla... Aspecto interesantísimo es el estudio de las edificaciones sevillanas en su estructura y fisonomía, tanto interna como exterior, plantas y monteas con levísimas notas históricas, de esta suerte:

PALACIOS: de reyes, de corporaciones, religiosos, civiles y militares, de próceres y magnates, de labradores nobilísimos y de opulentos mercaderes; en suma, edificios propios de enormes de «omes de grandes solares», que dice la Crónica del rey don Alfonso onceno [...]; a saber: los Reales Alcázares almohades y mudéjares; palacio del duque de Alba o Casa de las Dueñas, que con el de los marqueses de Tarifa, vulgo casa de Pilatos, propia de los duques de Medinaceli, son tipos de edificaciones de estilo mudéjar y renacimiento. El palacio de los duques de Arcos es hoy residencia y magnífico Colegio de los RR. PP. Escolapios, edificio que con el de la llamada Gasa Lonja o Universidad de Mercaderes son tipos del estilo renacentista sevillano; y la Giralda, almohade desde cimientos al campanario y renacimiento a partir del mencionado campanario hasta el capulín, y la grandiosa catedral, tipo salón dentro del estilo gótico; el palacio Arzobispal y los numerosos templos, iglesias capillas...(8).

Así, en ese plan. De Machado, el conserje-cicerone que nos acompaña sabe muy poco. Nos habla de José María Pemán. Le preguntamos por el balcón aquel del Ayuntamiento, desde el cual habló Pemán a una multitud enardecida el 15 de agosto de 1936, durante una solemne ceremonia que se celebró en Sevilla sustituyendo la bandera republicana por la de la monarquía y en la que también pronunciaron discursos Franco, Millán-Astray y Queipo de Llano. El relato de esta ceremonia, tal como lo cuenta Hugh Thomas, resulta sumamente divertido y hace resaltar la catetez sublime del señor Pemán en aquel memorable día en que se cubrió de gloria; merecen ser traídos aquí algunos párrafos:

Luego (después de Millán-Astray, Queipo de Llano y Franco) habló José María Pemán, poeta derechista y uno de los principales apologistas literarios del movimiento, quien comparó el alzamiento con una «nueva guerra de la independencia, una nueva reconquista, una nueva expulsión de los moros!». Esta última exclamación hubo de sonar de un modo un tanto raro en los oídos de una ciudad de la que había salido, hacía pocos días, una expedición de soldados moros hacia el norte para conquistar Madrid, y cuyos principales edificios públicos y generales dirigentes se encontraban guardados por moros. «Veinte siglos de civilización cristiana —continuó Pemán—se encuentran tras nosotros. Luchamos por el amor y el honor, por los cuadros de Velázquez, por las comedias de Lope de Vega, por Don Quijote y el Escorial.» Mientras se apagaba el eco de las aclamaciones de la multitud, continuó: «Luchamos también por el Panteón, por Roma, por Europa y por el mundo entero». Terminó su aclamado discurso llamando a Queipo «la segunda Giralda».(9)
La primera, la que todavía está en pie, se puede visitar por cinco pesetas. Se sube por unas rampas interminables que huelen —uno se pregunta por qué—a orines y a soldado español de caballería. Es del siglo XII.


Notas
2.
Los titulares pertenecen a los diarios Pueblo y Córdoba del 29 de septiembre de 1962. Durante el viaje, Juan Marsé fue anotando los titulares de los periódicos del día. La cifra que aquí consigna se refiere a las personas que perdieron la vida en las riadas del Vallés, una catástrofe hidrológica que tuvo lugar el 25 de septiembre de 1962 en Cataluña, sobre todo en la comarca del Vallés Occidental. Las fuertes lluvias desbordaron los ríos Besós y Llobregat, causando entre seiscientas y mil víctimas mortales. Enterado de la catástrofe, Pablo Picasso se apresuró a donar un cuadro para que fuera subastado y se repartieran los beneficios entre los damnificados. El gesto de Picasso propició que muchos otros pintores, entre ellos Miró, Dalí, Braque o Chagall, hicieran lo mismo.

3. Abel Bonnard (1883-1968) fue un poeta y político francés, colaboracionista del régimen de Vichy durante la ocupación nazi. Después de la guerra, Bonnard fue condenado a muerte in absentia, puesto que había huido, refugiándose en la España franquista. Vivió en Madrid hasta su muerte.

4. La cita procede de Viaje por las escuelas de España del periodista y pedagogo español Luis Bello (1872-1935), publicado en cuatro volúmenes en 1926. La frase en concreto se encuentra en el tomo dedicado a las escuelas andaluzas.

5. Los dos primeros versos de la lápida son los iniciales del soneto IV de Nuevas canciones (1924) y los dos últimos son los que abren el poema Retrato, incluido en Campos de Castilla (1912).

6. El duque al que Marsé se refiere es Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó, XVII duque de Alba de Tormes (1878-1953), padre de Cayetana Fitz-James Stuart, entonces propietaria del palacio de Dueñas y duquesa de Alba.

7. Se refiere a un retrato de Eugenia Sol Maria del Pilar Fitz-James Stuart y Falcó, tía de la duquesa de Alba, que había muerto en marzo de 1962.

8. C. López Martínez, Archivo hispalense, segunda época, núms. 78-79, 1956; donde puede leerse además una impresionante lista de los santuarios y ermitas existentes en la provincia sevillana. [Nota de Juan Marsé en el manuscrito original.]

9. Marsé cita La Guerra Civil española (1961), de Hugh Thomas, que Ruedo Ibérico había publicado en español. El escritor José María Pemán (1897-1981) fue uno de los principales valedores intelectuales tanto de la dictadura de Primo de Rivera como del< a de Franco


 
Yo descubrí a Marse a través de "La oscura historia de la prima Montse" que resultó ser una segunda parte de la historia del Pijoaparte. Fabulosa, tan buena como "Últimas tardes con Teresa", que leí despues.

Marse era un grande, descanse en paz.
 
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