Ha muerto Carme Chacón

El Mundo Orbyt.

16/04/2017


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No se encariñen, esta niña no va a vivir». A bocajarro se lo dijeron. Baltasar y Esther, andaluz y catalana, entonces padres novatos, sintieron que el cielo de Esplugas de Llobregat, donde vivían, se desplomaba sobre sus cabezas.

La primavera estaba en puertas aquel 13 de marzo de 1971. Y, contra todo pronóstico, la estación de las flores no sería la última para aquella niña con coloretes de Heidi. Paso a paso fue ganándole tiempo al terrible vaticinio del galeno que la había ayudado a nacer. Con sólo ocho meses en el vientre materno el corazón de Carme no latía y tuvieron que traerla al mundo por cesárea. La falta de latidos avanzaba un futuro complicado para la primogénita de los Chacón. Pero aquel pronóstico sombrío —«No se encariñen, no va a vivir»— afortunadamente no se cumpliría tan rápido. Duró 46 años —pocos, en cualquier caso—, los que Carme María Chacón Piqueras vivió y disfrutó, diría ella en más de una ocasión, «con plenitud». Hasta la tarde del pasado domingo cuando, a eso de las 19:30, la encontraron sin vida en su vivienda de Madrid. La muerte, por prematura e inesperada, conmocionó al país.

El alien que Carme llevaba alojado en el pecho le había hipotecado la existencia. «Ella conocía bien el riesgo, la muerte súbita estaba ahí, podía llegar en cualquier momento, por eso cada minuto, cada semana de su vida significaba un triunfo para ella. Era muy decidida, vitalista y tenaz pero demasiado trabajadora. Era difícil de convencer», la describe quien desde los tres años la mantuvo con vida, el doctor Màrius Petit, «mi ángel de la guarda», decía de él la política catalana.

Los dos, cardiólogo y enferma, hicieron juntos el camino con un motor averiado. Con un corazón que a duras penas se mantenía en las 35 pulsaciones por minuto, falto de potencia. «El mío —además— está al revés», solía describir la ex ministra socialista. Su corazón apuntaba hacia el lado derecho cuando lo normal es que apunte hacia el lado izquierdo del tórax (dextrocardia, o corazón invertido). Alrededor de 900 españoles padecen esta alteración cardiaca, todavía hoy de origen desconocido a pesar de que Leonardo Da Vinci, hace más de 500 años, ya conocía la dextrocardia y de hecho radiografió a mano un corazón al revés en su gran obra pictórica de anatomía humana. Actualmente, entre el 85% y 90% de estos enfermos llega a la edad adulta. Hace 20 años, la cifra estaba en torno al 20%.

La anomalía congénita obligaba a Carme a llevar una vida menos frenética, pausada. «A ser monja, en el sentido de no hacer ningún esfuerzo, y a tocar el piano», comentó con sorna en alguna ocasión. Todo lo contrario a lo que era ella.

A Carme le iba más la velocidad, la tensión, se multiplicaba, decía que le faltaban horas. «Tenía un corazón imperfecto que funcionaba perfectamente en ella», en palabras de su cardiólogo de cabecera. Menos mal, se alegraba él, que la rotura del tendón de Aquiles hizo que Carme tuviera que abandonar definitivamente el baloncesto de competición, y eso «me salvó la vida». De hecho, su corazón al revés no le permitía hacer deporte ni tampoco ser madre. Y aun así durante años se hartó de correr de un lado a otro de la pista de baloncesto, su pasión —primero con la selección catalana, después como jugadora del Manchester United, ciudad a la que se fue de erasmus—, y más tarde llegaría Miquel, el único hijo que tuvo, y que en mayo cumplirá nueve años sin el abrazo y las palmas de su madre. Miquelete, como ella le llamaba cariñosamente, es el mayor milagro de esta luchadora, dura y frágil como el cristal, que no daba batalla por perdida. Y menos aún la de convertirse en madre. Cuando se quedó embarazada por primera vez, «me pareció una locura, era asumir un riesgo demasiado grande», recuerda Petit, su ángel de la guarda. Pero «Carme era la primera en dar un paso al frente, no se arrugaba ante las dificultades. Al revés», recuerda Petit e su paciente. «Gracias a los avances médicos y a la ciencia he podido llegar hasta aquí [en su caso no hubiera superado los 20 años], he podido disfrutar jugando al baloncesto, he podido dedicarme a la política, he podido estudiar y ser feliz, muy feliz», contaba ella.

Aunque sabedora de que era su propia vida la que estaba en juego, la mujer de tez pálida y ojeras perennes no se vino abajo y volvió a la carga. Quería a toda costa ser madre por segunda vez. «Mi doctor me explicaba que si ya me costaba tener sangre suficiente para mí, cómo iba a hacer para dos», describió ella en otro de los momentos que retratan a esa Chacón sin miedo. A veces temeraria. Otras veces, calculadora. A los 18 años y con el corazón más desgastado por la enfermedad, no dudó en lanzarse por una montaña rusa. Dos años antes ya había metido la cabeza en la política, afiliándose a las Juventudes Socialistas de Cataluña. Sería la catapulta a la palestra nacional de la prometedora abogada y profesora de Derecho Constitucional.

El impulso definitivo, sin embargo, se lo daría José Luis Rodríguez Zapatero, su jefe y amigo, tras ocupar La Moncloa que había dejado Aznar. La convirtió en icono de su política de Igualdad nombrándola ministra de Defensa. Era la primera mujer en España que cuadraba a los tres Ejércitos. Su enérgico «¡capitán, mande firmes!» al principio sonaba hasta raro. El cargo puso a Chacón a tiro de todos. Pero ella, que llevaba por bandera la disciplina, no se arrugaría, hizo lo que en conciencia creía que debía hacer como mujer dispuesta a romper tópicos.

Pocas imágenes mandan un mensaje tan contundente sobre la igualdad como aquella del 14 de abril de 2008 en la que Chacón, luciendo una barriga de siete meses, pasaba revista a las tropas españolas en Afganistán. Buscaba una imagen potente contra el machismo y ella, una vez más, lo había conseguido. «Una embarazada no es una enferma. Seguro que es más duro ser cajera y estar todo el día de pie», espetó cuando un periodista le preguntó por la fotografía de aquel inusual acto. Su último cargo en el Partido Socialista, al que renunció en septiembre del año pasado, fue de secretaria de Relaciones Internacionales del PSOE.

Era el final de un camino, el de la política, que su abuelo Paco, un anarquista represaliado por Franco, le había inculcado cuando todavía era una estudiante de Derecho. «Decía con mucho orgullo que su nieta, a la que llamaba “nena”, era muy lista y que quería cambiar las cosas, pero que él, como anarquista, no podía votarla», se cuenta que decía el abuelo Francisco Piqueras Cisuelo. Una trayectoria política y sobre todo vital —en Carme Chacón no se entiende la una sin la otra— de la que hablaba, y que sobrellevaba, con total normalidad. Porque la Carme-paciente nunca escondió su enfermedad. Al contrario. De su cardiopatía congénita —«poco frecuente», según el cirujano cardiovascular Pérez Caballero, adscrito a Pediatría del Hospital Gregorio Marañón de Madrid— habló en numerosos actos y congresos médicos. Una de sus últimas intervenciones, en Valencia, el pasado mes de noviembre, fue en el primer Congreso Nacional de la Asociación Española contra la Muerte Súbita. Lo que se sospecha que le pudo haber ocurrido a Carme el domingo tras un vuelo de 10 horas desde Miami.

«Era el peor escenario, pero Carme llevaba toda su vida conviviendo día y noche con ese temor real», añade el veterano doctor Petit, 55 años tratando de sanar corazones, y todavía en la brecha en la clínica Sant Jordi de Barcelona pese a estar ya jubilado. En Valencia Chacón confesó que a los 10 años supo que padecía la alteración conocida popularmente como corazón al revés.

Como Marisa, una ejecutiva nacida en Zaragoza hace 38 años, que se vio obligada a dejar un buen trabajo. El susto le llegó en 2012 al desplomarse en una acera cuando iba de camino a casa. «Llevo un marcapasos y vivo al día, soy una mujer fértil pero me recomendaron no tener hijos. Procuro no hacer planes. Me aferro al tiempo que marca el reloj», dice. «Sé que ahora estoy aquí pero dentro de una hora o mañana, quién sabe». Es su filosofía de vida después de que el corazón le diera un aviso serio hace casi una década. «Mucho antes me habían dicho que tenía el corazón invertido como el de Carme Chacón. Fue una lástima que muriera de esa manera, sola en casa. Es nuestra espada de Democles, y con ella tenemos que ir tirando».

—¿A qué ha tenido usted que renunciar?

—Uy, a muchas cosas. A ser madre, por ejemplo, me hubiera encantado. A mi trabajo, a los viajes, a las fiestas, a trasnochar con los amigos o la familia... Cambia de forma radical. Procuras ser la misma persona de siempre pero en realidad no lo eres. Sabes de qué va lo que tienes ahí dentro. La sensación es muy rara hasta que a la fuerza te acostumbras. Adquieres otra perspectiva de las cosas, eres consciente del riesgo que corres y a la vez no lo eres, pero te lo hacen ver clarito. Aunque tampoco hay que obsesionarse. Cuesta pero al final lo asumes. Es lo que hay. Incluso a veces tienes que evitar emocionarte porque el corazón puede entrar en un bucle de pulsaciones descontroladas (fibrilación)... y te vas. Así de simple y duro.

«A mí, por si acaso, me han colocado un desfibrilador dentro del pecho», tercia Jorge, 52 años, jubilado prematuro de banca por la misma dolencia. «Estos [los cardiólogos] son unos manitas, madre mía lo que hacen ahora en los quirófanos. Mi médico me cuida a distancia, se conecta al aparatito que llevo implantado y sabe en qué situación se encuentra mi corazón. Y si se descontrola por lo que sea, el desfibrilador suelta una descarga y el corazón vuelve a latir a su ritmo. Es un seguro de vida mucho mejor que los que se anuncian en televisión», remata con humor el leonés.

Y ahora la pregunta: ¿Qué habría pasado si Carme Chacón llevara puesto uno de estos aparatos? ¿Se hubiera salvado?

Fue la propia Carme Chacón la que hizo la reflexión: «Sé que algún día llevaré un marcapasos. Ojalá lo lleve porque si no significará que ni siquiera he podido vivir. Primero me dijeron que a los 25, tengo ya 45 y sigo sin marcapasos, pero algún día sucederá». Le trasladamos la pregunta a su cardiólogo y está fue su respuesta: «Ella y yo hablamos mucho sobre esto, como es lógico, pero se desestimó esa opción. (Carme) No necesitaba un marcapasos... Lo que necesitaba era una vida mucho más sosegada».

—¿La habría salvado un desfibrilador?

—Ésta es otra discusión en la que no voy a entrar aquí, forma parte de la vida privada de la que fue mi paciente...

Una de las hipótesis que barajan algunos cardiólogos es que el corazón de Carme empezara a fibrilar a causa de una arritmia. Si fuera así, lo que viene a continuación sigue un guión catastrófico: el músculo de repente empieza a latir tan rápido que no es capaz de admitir sangre y expulsarla. La sangre no llega al cerebro y la persona pierde el conocimiento en unos nueve o 10 segundos. Para salir de ese bucle la única solución consiste en reiniciar el corazón con una o varias descargas eléctricas (es lo que se ve en las películas cuando en las urgencias a una persona le aplican descargas en el pecho con unas palas) para que el órgano vuelva a recuperar su ritmo de contracción y dilatación.

El doctor José Luis Zunzunegui conoce a la perfección los últimos avances en este campo. «Las dos funciones, marcapasos y desfibrilador, van en el mismo dispositivo. Y es el propio aparato, según la información que capta del corazón, el que modula automáticamente la intensidad y el número de descargas. Pero la decisión de ponerlo o no la tiene que tomar el médico de acuerdo con el estado clínico del enfermo. No siempre su uso está recomendado», explica, prudente, el vocal de la sección de cardiopatías congénitas de la Sociedad Española de Cardiología, desde la que se imparten cursos sobre la aplicación de nuevas tecnologías aplicadas al corozón.

Los adelantos son tan impresionantes que rozan la ficción. Como por ejemplo las camisetas inteligentes, tejidas con cientos de sensores, capaces de detectar el ritmo de las pulsaciones, de la respiración, la temperatura... «Y todo eso», concluye el cardiólogo, «ahora lo podemos chequear a distancia, desde mi ordenador, podemos saber casi todo del corazón». El de Carme, aunque averiado, «funcionaba perfectamente en ella», en palabras de su ángel de la guarda. Le regaló 846.216.000 latidos de vida. Era un titán... al revés.

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Vi ayer lo del libro, me parece de pésimo gusto desvelar (o mejor dicho, inventarse) esa supuesta relación entre Carme Chacón y el de Mecano. Ya está bien de querer sacar beneficio económico de quien no puede defenderse.
 
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