Gyanendra de Nepal, la afición familiar y hereditaria de liarse a tiros

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Gyanendra de Nepal, la afición familiar y hereditaria de liarse a tiros
  • EDUARDO ÁLVAREZ
Domingo, 2 agosto 2020 - 14:54

El soberano nepalí tuvo que abandonar el Palacio en 2008 cuando se decretó la república en el reino del Himalaya. Pero Gyanendra, considerado por sus seguidores hindúes como la reencarnación del dios Vishnú, no pierde la esperanza de recuperar la ancestral corona de plumas.

Gyanendra de Nepal, tocado por la característica corona nepalí

Gyanendra de Nepal, tocado por la característica corona nepalí AP

Tiene el dudoso honor de ser el último monarca destronado en el mundo. Gyanendra Shah (73 años) perdió en 2008 la corona de Nepal, se podría decir que por su mala cabeza. Llegó a ser rey de la nación del Himalaya sin que ni él mismo se lo esperara y nunca gozó de la popularidad que habían tenido sus predecesores a lo largo de los 239 años en los que la dinastía Shah rigió el místico país.

Gyanendra fue coronado en 2001 tras la masacre en Palacio en la que murió casi toda la familia real nepalí. Una matanza al más puro estilo shakesperiano obra del entonces príncipe heredero. Dipendra, enloquecido por la oposición de sus padres, los reyes Birendra y Aishwarya, a que se casara con la joven de la que se había enamorado -porque pertenecía al clan de los Rana, poca cosa para los Shah-, se lío a tiros y se cargó a casi una decena de miembros de la familia real antes de pegarse a sí mismo un tiro. El príncipe estuvo cuatro días en coma antes de morir durante los cuales, qué paradoja, fue rey de Nepal, ya que su padre había pasado a mejor vida.

Entonces subió al trono su tío Gyanendra, hermano del rey Birendra. Si éste era inmensamente querido, el nuevo monarca siempre despertó recelos. Máxime cuando empezaron a circular rumores de que podía haber tenido algo que ver con la masacre real, algo que jamás se demostró.

A Gyanendra le parecía que su hermano había sido demasiado blando y no simpatizaba mucho con sus exquisitas formas constitucionales. Hay que decir que Nepal llevaba algunos años inmerso en la guerra de guerrillas de los maoístas y que las autoridades se veían incapacitados para frenar el avance rebelde. Ni corto ni perezoso, Gyanendra, nada más calzarse la famosa corona que destaca por el penacho de plumas de ave del paraíso y 2.700 diamantes y un gordo rubí incrustados, abolió el régimen democrático y asumió todos los poderes. Las protestas y el descontento popular se hicieron insufribles y el rey, año y medio después, tuvo que permitir la convocatoria de elecciones y devolver el poder al pueblo.
Pero ya se había cavado su propia tumba. Cómo para seguir confiando en él. Gyanendra siguió reinando hasta 2008 en medio de la fuerte convulsión y los estragos en la nación que provocaba la guerra maoísta, que dejó unos 13.000 muertos.

Tras el proceso de paz con el que concluyó el conflicto armado y la victoria en las urnas de un frente antimonárquico en 2007, una Asamblea Constituyente declaró la República. Gyanendra y los suyos abandonaron el Palacio Real de Katmandú el 11 de junio de 2008 sin oponer resistencia.

Pero la monarquía sigue teniendo gran consideración en Nepal. De hecho, nuestro rey destronado reside en una de las antiguas residencias de verano de la familia real, un palacio rodeado de colinas a las afueras de Katmandú. Y Gyanendra está muy presente en la vida pública del país, lo que genera toda clase de recelos a los líderes políticos de las formaciones en el Gobierno. No hay que perder de vista que Nepal, convertido en una república federal secular, es uno de los países más pobres de Asia y la situación no ha mejorado desde el derrocamiento del monarca, lo que ha provocado un fuerte desencanto con el actual sistema entre muchos ciudadanos. Y cada vez suenan con más fuerza las demandas por parte de algunos importantes sectores de restaurar el trono. Muchos nepalíes reivindican que su país recupere sus señas de identidad ancestrales, en las que monarquía y religión son fundamentales. Gyanendra era, no se olvide, el último rey hindú del planeta, y es reverenciado por muchos seguidores como encarnación viva del dios Vishnú. De hecho, el monarca no ha dejado de presidir desde su retirada un sinfín de ceremonias religiosas fundamentales para los creyentes hindúes.

Gyanendra desde luego sueña con recuperar el trono. Aunque es consciente de que a pocos de sus compatriotas les gustaría ver en el mismo algún día a su primogénito, el príncipe Paras, un auténtico bala perdida que ha protagonizado toda clase de escándalos, incluido el tiroteo que protagonizó en 2010 contra la hija del viceprimer ministro de entonces y su marido tras una discusión en la que les acusó de haber conspirado para acabar con la monarquía. Lo de los herederos nepalíes con las pistolas es para hacérselo mirar, desde luego.

 
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