- Registrado
- 9 May 2017
- Mensajes
- 29.260
- Calificaciones
- 81.587
- Ubicación
- Buenos Aires - Argentina
O Salnés, hay que decirlo más
Ni cruce de culturas, ni tierra de contrastes, ni experiencia para los cinco sentidos, ni lugar en el que se dan la mano la tradición y la modernidad ni nada de nada. La comarca de O Salnés está en Galicia, junto a las gélidas aguas de la ría de Arousa y la de Pontevedra. Es bonita, aunque se han pasado plantando eucaliptos. Se come bien. Tiene una ermita cubierta de conchas y una piedra en la que se puede hacer el amor al aire libre. Qué desastre de entradilla. Mejor te lees el resto.
Vamos, sin rodeos. La belleza obvia de O Salnés está en el pueblo de Cambados. Si sólo se pudiera visitar un pueblo, sería éste y si sólo se pudiera visitar una cosa, pues la plaza de Fefiñanes, que se les fue de las manos a los urbanistas, por el tamaño absolutamente demencial que tiene. Bueno, mentimos. Con la plaza no sería suficiente y habría que darse un garbeo por otro monumento: el cementerio de Santa Mariña, enlatado en las ruinas de la antigua iglesia y con un encanto gótico muy cafre, un poquito mohoso y blackmetalero, ideal para fans preadolescentes (o fans de 36 años, da igual) de la saga Crepúsculo, True Blood y embutidos culturales similares.
Ahora, algo más cultureta. No es fácil ver edificios románicos junto al mar. En España, decimos. Aunque en el siglo XX lo de alicatar las playas ha sido trending topic, en la Edad Media no tenía mucha lógica ponerse a rezar junto a las olas. Por ello, la ermita de Nuestra Señora de la Lanzada es una pequeña rareza. Lo mejor es su ábside (parece un ‘muffin’, redondito, gomoso, de piedra románica) y las vistas de una de las playas surferas de la zona por excelencia. Eso y el sexódromo que hay escaleras abajo, en la llamada Cuna da Santa, una piedra con forma de piedra sobre la que planea la sospecha de que garantiza embarazos, siempre y cuando se copule sobre ella. Obviamente, el sitio no es un picadero pero sí que puede darse la posibilidad de que haya parejas ahí. Donde no hay s*x* (bueno, donde no debería haberlo) es el monasterio de Armenteira, que es casi todo lo contrario a la ermitilla: está en las entrañas verdes de O Salnés, a los pies del monte Castrove, y es un tocho medieval de manual, con una marcadísima influencia del Cluny francés y un rollo siniestro muy gallego. Aquí hay mucha piedra oscura, algo de musgo y los ventanales justos para que la luz entre a cuentagotas.
No hay nada como el olor a pescado fresco por la mañana. Las visitas guiadas suelen ser, por lo general, un horror. En manada. Pero el asunto de Guimatur no tiene nada que ver con eso porque, con suerte, puedes acabar oliendo a mar. Y a pescado. A pescado del bueno, quero decir. Guimatur lo forman una veintena de chicas vinculadas al mar, todas ellas muy legales, que le dan al marisqueo y a las redes. Como saben tanto de mar, como son conscientes de que si al mar se le trata mal, el mar te pega un escupitajo en la cara, pues explican cuál es su trabajo, cómo se recogen los frutos del mar, cómo funcionan las subastas de pescado y cuánto mal hacen al ecosistema marino los pescadores furtivos. La experiencia es un cañonazo.
La ría de Arousa © Gontzal Largo
Miniruta Mariana. Oye, que la isla de La Toja es de un bonito muy reseñable, con mucha cosa bella y el rollete decimonónico que está presente en muchos sitios bien/pijetes del Cantábrico como San Sebastián o Santander. Hace cien años, lo que molaba eran las playas frescas, los baños de ola –es decir, recibir equis golpes de olas en el cuerpo para curar enfermedades, todo muy retorcido- y pasear por sitios hermosos. Pero en La Toja hay una cosa que asusta: la ermitilla de San Caralampio, que es uno de esos muchos edificios que hay desperdigados por España recubiertos de conchas. La cosa es un tanto hortera, de un gusto discutible y un desasosiego estético que casi produce ansiedad. Encima, ahí dentro se casó Mariano Rajoy. En un edificio cubierto de conchas. No te digo nada y te lo digo todo.
Aquí se casó Rajoy © Gontzal Largo
Protopunk literario y periodismo de viajes del bueno. A Valle-Inclán le conoce mucha gente (pero sólo de oídas porque está muerto). A Julio Camba casi nadie. Y es una pena tremenda e injusta porque este tipo escribió cosas prodigiosas que hoy en día interesan a muy pocas personas. De entrada, hizo reportajes de viajes inteligentes, con conocimiento y mala leche; se pateó una parte considerable del mundo; escribió un libro de gastronomía imprescindible -‘La Casa de Lúculo’-, con una frase para el recuerdo –“El primer francés que se comió un caracol no era, ciertamente, un epicúreo, sino un hambriento”- y luego murió dejando tras de sí una obra ingente y desperdigada.
En su localidad natal, Vilanova de Arousa, le abrieron un museíto (en su casa, en la de él y la de su hermano, que también tuvo recorrido literario) y ahí sigue. Esto no es un museón con interactivos carísimos, sino un espacio sencillo y mimado en el que se exhiben cartas, originales, ediciones retro de sus libros y varias fotografías. Si eres fan, pues vas. Si no, pues lees algo suyo antes (‘Aventuras de una peseta’, por ejemplo o el de Lúculo) y vas igualmente. En Vilanova también nació y vivió Valle-Inclán que tiene una casa-museo mucho más potente que la de Camba. Sólo por comprar una chapita con un retrato del dramaturgo protopunk –porque ‘Luces de Bohemia’ es un ‘Funhouse’ de los Stooges pero en libro, y parido medio siglo antes- ya merece la pena visitarla. Ojo, que Valle-Inclán no era un ñoño: perdió el brazo tras una pelea y escribió sobre dragones.
Beber y comer (es ese orden). Puede que en el restaurante A Traiña de Cambados preparen platos con nitrógeno líquido. Sí. Vale. Algún día del año 2097. De momento, lo que hacen es una cocina casera, tradicional, artesana, cercana, de producto, marinera y todo eso. Aquí no engañan a nadie porque sirven lo que sirven casi todos los restaurantes de la zona (pescado, marisco y carne, para qué más) pero lo hacen con tanta sencillez y a un precio tan coleguil (unos 25 euros por cabeza) que hay que ir. Por eso y por lacazuela de rape con almejas.
Antes de pasarse por ahí (a comer o a cenar) se puede acudir a las cercanas bodegas de Martín Códax para calentar un poco el estómago con una cata de Albariño. Para qué engañarse. Sanxenxo bonito no es. Famoso, sí. Tiene un microclima prodigioso y es muy cómodo para dormir y juerguear pero el pueblo dista mucho de ser un lugar idílico. Con suerte, es posible toparse con Julio Iglesias en verano, lo que es todo un subidón, pero el desarrollo urbanístico y portuario no ha sido benévolo con el lugar. Vaya, que aquí hay demasiada cosa construida.
Afortunadamente, una de éstas es el Augusta Spa Resort, hotel de lujete muy moderno, muy diáfano, muy minimal, con habitaciones amplísimas y luminosas. Está ligeramente alejado del centro del pueblo, cuesta arriba pero se agradece el relativo aislamiento. El spa mola, claro, como todos los spas que tienen un punto asiático bien conseguido, sin demasiados artificios ni olores postizos. Relativamente cerca de Sanxenxo está el otro gran restaurante clasicote de la zona, el Mouíño da Chanca. Si fuera una iglesia no tendría altar, sino brasero que es donde preparan todas las cosas ricas. La más de todas puede que sea esto que se reseña aquí en el número 7.
Para leer más entregas de Celtiberia Cool, pincha aquí
El cementerio de Cambados © Gontzal Largo
https://www.traveler.es/naturaleza/articulos/o-salnes-hay-que-decirlo-mas/2806
Ni cruce de culturas, ni tierra de contrastes, ni experiencia para los cinco sentidos, ni lugar en el que se dan la mano la tradición y la modernidad ni nada de nada. La comarca de O Salnés está en Galicia, junto a las gélidas aguas de la ría de Arousa y la de Pontevedra. Es bonita, aunque se han pasado plantando eucaliptos. Se come bien. Tiene una ermita cubierta de conchas y una piedra en la que se puede hacer el amor al aire libre. Qué desastre de entradilla. Mejor te lees el resto.
Vamos, sin rodeos. La belleza obvia de O Salnés está en el pueblo de Cambados. Si sólo se pudiera visitar un pueblo, sería éste y si sólo se pudiera visitar una cosa, pues la plaza de Fefiñanes, que se les fue de las manos a los urbanistas, por el tamaño absolutamente demencial que tiene. Bueno, mentimos. Con la plaza no sería suficiente y habría que darse un garbeo por otro monumento: el cementerio de Santa Mariña, enlatado en las ruinas de la antigua iglesia y con un encanto gótico muy cafre, un poquito mohoso y blackmetalero, ideal para fans preadolescentes (o fans de 36 años, da igual) de la saga Crepúsculo, True Blood y embutidos culturales similares.
Ahora, algo más cultureta. No es fácil ver edificios románicos junto al mar. En España, decimos. Aunque en el siglo XX lo de alicatar las playas ha sido trending topic, en la Edad Media no tenía mucha lógica ponerse a rezar junto a las olas. Por ello, la ermita de Nuestra Señora de la Lanzada es una pequeña rareza. Lo mejor es su ábside (parece un ‘muffin’, redondito, gomoso, de piedra románica) y las vistas de una de las playas surferas de la zona por excelencia. Eso y el sexódromo que hay escaleras abajo, en la llamada Cuna da Santa, una piedra con forma de piedra sobre la que planea la sospecha de que garantiza embarazos, siempre y cuando se copule sobre ella. Obviamente, el sitio no es un picadero pero sí que puede darse la posibilidad de que haya parejas ahí. Donde no hay s*x* (bueno, donde no debería haberlo) es el monasterio de Armenteira, que es casi todo lo contrario a la ermitilla: está en las entrañas verdes de O Salnés, a los pies del monte Castrove, y es un tocho medieval de manual, con una marcadísima influencia del Cluny francés y un rollo siniestro muy gallego. Aquí hay mucha piedra oscura, algo de musgo y los ventanales justos para que la luz entre a cuentagotas.
No hay nada como el olor a pescado fresco por la mañana. Las visitas guiadas suelen ser, por lo general, un horror. En manada. Pero el asunto de Guimatur no tiene nada que ver con eso porque, con suerte, puedes acabar oliendo a mar. Y a pescado. A pescado del bueno, quero decir. Guimatur lo forman una veintena de chicas vinculadas al mar, todas ellas muy legales, que le dan al marisqueo y a las redes. Como saben tanto de mar, como son conscientes de que si al mar se le trata mal, el mar te pega un escupitajo en la cara, pues explican cuál es su trabajo, cómo se recogen los frutos del mar, cómo funcionan las subastas de pescado y cuánto mal hacen al ecosistema marino los pescadores furtivos. La experiencia es un cañonazo.
La ría de Arousa © Gontzal Largo
Miniruta Mariana. Oye, que la isla de La Toja es de un bonito muy reseñable, con mucha cosa bella y el rollete decimonónico que está presente en muchos sitios bien/pijetes del Cantábrico como San Sebastián o Santander. Hace cien años, lo que molaba eran las playas frescas, los baños de ola –es decir, recibir equis golpes de olas en el cuerpo para curar enfermedades, todo muy retorcido- y pasear por sitios hermosos. Pero en La Toja hay una cosa que asusta: la ermitilla de San Caralampio, que es uno de esos muchos edificios que hay desperdigados por España recubiertos de conchas. La cosa es un tanto hortera, de un gusto discutible y un desasosiego estético que casi produce ansiedad. Encima, ahí dentro se casó Mariano Rajoy. En un edificio cubierto de conchas. No te digo nada y te lo digo todo.
Aquí se casó Rajoy © Gontzal Largo
Protopunk literario y periodismo de viajes del bueno. A Valle-Inclán le conoce mucha gente (pero sólo de oídas porque está muerto). A Julio Camba casi nadie. Y es una pena tremenda e injusta porque este tipo escribió cosas prodigiosas que hoy en día interesan a muy pocas personas. De entrada, hizo reportajes de viajes inteligentes, con conocimiento y mala leche; se pateó una parte considerable del mundo; escribió un libro de gastronomía imprescindible -‘La Casa de Lúculo’-, con una frase para el recuerdo –“El primer francés que se comió un caracol no era, ciertamente, un epicúreo, sino un hambriento”- y luego murió dejando tras de sí una obra ingente y desperdigada.
En su localidad natal, Vilanova de Arousa, le abrieron un museíto (en su casa, en la de él y la de su hermano, que también tuvo recorrido literario) y ahí sigue. Esto no es un museón con interactivos carísimos, sino un espacio sencillo y mimado en el que se exhiben cartas, originales, ediciones retro de sus libros y varias fotografías. Si eres fan, pues vas. Si no, pues lees algo suyo antes (‘Aventuras de una peseta’, por ejemplo o el de Lúculo) y vas igualmente. En Vilanova también nació y vivió Valle-Inclán que tiene una casa-museo mucho más potente que la de Camba. Sólo por comprar una chapita con un retrato del dramaturgo protopunk –porque ‘Luces de Bohemia’ es un ‘Funhouse’ de los Stooges pero en libro, y parido medio siglo antes- ya merece la pena visitarla. Ojo, que Valle-Inclán no era un ñoño: perdió el brazo tras una pelea y escribió sobre dragones.
Beber y comer (es ese orden). Puede que en el restaurante A Traiña de Cambados preparen platos con nitrógeno líquido. Sí. Vale. Algún día del año 2097. De momento, lo que hacen es una cocina casera, tradicional, artesana, cercana, de producto, marinera y todo eso. Aquí no engañan a nadie porque sirven lo que sirven casi todos los restaurantes de la zona (pescado, marisco y carne, para qué más) pero lo hacen con tanta sencillez y a un precio tan coleguil (unos 25 euros por cabeza) que hay que ir. Por eso y por lacazuela de rape con almejas.
Antes de pasarse por ahí (a comer o a cenar) se puede acudir a las cercanas bodegas de Martín Códax para calentar un poco el estómago con una cata de Albariño. Para qué engañarse. Sanxenxo bonito no es. Famoso, sí. Tiene un microclima prodigioso y es muy cómodo para dormir y juerguear pero el pueblo dista mucho de ser un lugar idílico. Con suerte, es posible toparse con Julio Iglesias en verano, lo que es todo un subidón, pero el desarrollo urbanístico y portuario no ha sido benévolo con el lugar. Vaya, que aquí hay demasiada cosa construida.
Afortunadamente, una de éstas es el Augusta Spa Resort, hotel de lujete muy moderno, muy diáfano, muy minimal, con habitaciones amplísimas y luminosas. Está ligeramente alejado del centro del pueblo, cuesta arriba pero se agradece el relativo aislamiento. El spa mola, claro, como todos los spas que tienen un punto asiático bien conseguido, sin demasiados artificios ni olores postizos. Relativamente cerca de Sanxenxo está el otro gran restaurante clasicote de la zona, el Mouíño da Chanca. Si fuera una iglesia no tendría altar, sino brasero que es donde preparan todas las cosas ricas. La más de todas puede que sea esto que se reseña aquí en el número 7.
Para leer más entregas de Celtiberia Cool, pincha aquí
El cementerio de Cambados © Gontzal Largo
https://www.traveler.es/naturaleza/articulos/o-salnes-hay-que-decirlo-mas/2806