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Felipe, sin duda, ha heredado el aspecto bonachón y campechano de su padre. Incluso resulta más inofensivo y afable que don Juan Carlos, al cual en algunos casos le ha traicionado su instinto y ha sacado a relucir algún ramalazo enérgico, y en contadas cocasiones, algo de mala baba. Todo esto está en el haber del Príncipe Felipe. Nadie pone en duda que haya estudiado mucho y se haya preparado para desempeñar en un futuro el papel de Jefe de Estado.
Sin embargo, pocas veces se le ve hablando de forma espontánea. Normalmente está leyendo discursos con las mismas palabras huecas y el mismo tono somnoliento que emplean sus padres y hermanas. Su dicción y declamación dejan mucho que desear, sobretodo al compararlo con su señora esposa que es más locuaz que un sacamuelas o un telepredicador. Basta recordarla hablando desaforada tras ver a Puyol envuelto en una toalla blanca en el pasado mundial de fútbol.
Poco se ha visto al principito relacionado con los problemas de los jóvenes (estudios, vivienda, trabajo). Al contrario, no ha tenido reparos en hacerse una casa bien hermosa, irse de regatas, a esquiar o a tomar unas copas con amigotas nórdicas o pijos de frenillo en la lengua, o sea.
Los principitos ingleses a veces se les ha visto currando un poquito en países de áfrica o en Afganistán con su ejército. Al nuestro se le ve vestido de marinerito cuando no hay peligro y hasta la cabra de la legión está atada por si acaso.
Ahora dicen que ha encabezado un movimiento para reclamar la dignidad de la institución que representa y va a enviar al pérfido de su cuñado a remar en las galeras. No sé de dónde habrá sacado tanta determinación y valentía. El mismo hombre que hasta casi los 40 tacos dejaba a sus novias tiradas en la cuneta porque sus papis se lo decían.